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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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Se suponía que todo Noldo debería de conocer al dedillo las redes de minas que se extendían desde Túna hasta el Calacirya. Naturalmente, se esperaba que el futuro Noldóran fuera quien mejor conociera el sitio en que la mayoría de sus súbditos pasaba gran parte de su tiempo. No obstante, la suerte sufrida por el primogénito del Rey Finwë había impedido que el actual heredero real conociera sus dominios con el detalle que se esperaba de él. Fuera de las excursiones en compañía de los capitanes Laurefindë y Ektëllo, Nolofinwë no abandonaba el perímetro de la ciudad. Por ese motivo, cuando la Maestra Laurómawen y el Maestro Angaher anunciaron que se realizaría un viaje a las cuevas en la base del Calacirya – y que la asistencia de todos los alumnos era obligatoria – el pequeño príncipe hubiese podido saltar de alegría… hasta que el Rey dijo que hablaría con los maestros para que él fuera dispensado: después de todo, era el heredero del trono y tenía otros deberes aparte de perder el tiempo explorando túneles en desuso.

Si Nolofinwë no hubiese estado profundamente consciente de que ya no era un bebé, con toda certeza habría montado una rabieta. Para su suerte, Indis – quien adoraba a su hijo más allá de querer protegerlo encerrado en Tirion – intervino para frenar a su esposo, alegando que muy pronto Nolofinwë entraría en la segunda adolescencia y ya era tiempo de que dejaran de tratarlo como a un infante. El príncipe habría podido besar el ruedo del vestido de su madre de alegría. Una semana después, finalmente, pudo abandonar la ciudad en compañía de sus condiscípulos.

Dos días después, sentado en un túnel, sin más compañía que un rollo de pergamino y dos rocas con betas brillantes, el príncipe se preguntaba si su madre habría previsto que esto pasaría y solo por eso le dejara ir.

La Maestra Laurómawen había advertido que no debían separarse del grupo, ya que perderse en los túneles era muy sencillo, en especial para quienes no tenían experiencia. Al principio, Nolofinwë había seguido sus indicaciones como el príncipe responsable que era; pero alguien – por supuesto que Duilin, que siempre se estaba inventando historias – preguntó que si era cierto que eso túneles conectaban con las galerías subterráneas de Formenos, donde se decía que habitaba la Bestia. Ambos maestros le hicieron callar, alegando que no existían evidencias de tal conexión y mucho menos de que la Bestia viviera en Formenos… porque nadie había ido a buscarla allí.

El comentario había sido suficiente para despertar la curiosidad de Nolofinwë. Habían transcurrido varios años desde su encuentro con la criatura en el antiguo vergel y el muchacho tenía conciencia de que todavía no era capaz de enfrentarla; pero no tenía nada de malo conocer una vía de llegar a su morada. Solo por si acaso.

Ahora - después de haber dado demasiadas vueltas en los túneles y con la garganta seca y el cabello lleno de polvo - Nolofinwë recordaba el brillo malicioso en los ojos grises de Duilin y Salgant cuando se acercara a preguntarles acerca de esos túneles que llevaban a Formenos. Debió de haber adivinado que solo se burlaban de él: era lo que habitualmente hacía la mayoría de sus compañeros, contándole estupideces acerca de la Bestia… o historias de cuán bueno e inteligente era su hermano mayor. Todos habían escuchado en algún momento referencias a las joyas inigualables que el príncipe Fëanáro creaba, o sabían que la escritura que actualmente usaban todos los Noldor había sido creada por él – algo que Nolofinwë solo descubriera unos meses atrás.

Nolofinwë resopló, furioso: era un idiota. Duilin y Salgant se burlaban de él todo el tiempo, ¡y él caía una y otra vez! ¡Como el chiquillo que era! El único consuelo que le quedaba era que ya los Maestros habrían notado su ausencia y, cuando averiguaran que se había perdido siguiendo las indicaciones de esos dos, los herederos de las Casas de la Golondrina y del Arpa iban estar en problemas. Aunque eso no sonaba tan divertido cuando se le comparaba con la posibilidad de morirse de hambre.

-          Y sed -, suspiró desalentado mientras sacudía con una mano el cuero vacío.

Se puso en pie, sacudiendo la parte delantera de sus pantalones… hasta que se percató de que solo los ensuciaba más. Indiliel iba a estar muy enojada… si volvía a verla. Con mirada crítica, observó los dos túneles que se abrían ante él. Rememoró que Ektëllo le había enseñado que cuando se perdiera, lo mejor era permanecer en el mismo sitio, para que lo encontraran más fácilmente… pero eso era en los bosques y… con toda certeza no aplicaba luego de haber recorrido cientos de yardas – probablemente en círculos – en el interior de una mina abandonada.

Se decidió por el túnel de la izquierda y echó a andar hacia la abertura. Fue entonces que notó el destello en la pared contraria y se acercó para estudiarlo. No era un experto – de hecho, ni siquiera era capaz de diferenciar un acero bien pulido de una pieza de plata a primera vista – mas, estaba casi convencido de que eso que brillaba en la pared era cobre.

Nolofinwë hizo un esfuerzo por acordarse de lo que aprendiera en clase: los filones solían correr en una dirección en el interior de la tierra… por alguna razón que no acertaba a recordar en ese momento; pero que no debía de ser importante. O tal vez sí, rectificó en su mente.

-          Siguen una fuerza -, trató de hacer memoria en voz alta -. Como las corrientes de agua. Son… atraídas por un… campo magnético situado en… en alguna parte de Arda… y en esta parte del mundo siempre corren hacia… hacia… ¡el norte! Los filones de minerales corren hacia el norte en Valinor -, exclamó, triunfal y se dirigió al túnel a la derecha para tomarlo. Se detuvo una vez más, contemplando la oscuridad que le esperaba -. Al norte. A Formenos. Al hogar de la Bestia. A menos que, como es de esperarse, Duilin y Salgant solo se estuvieran burlando de mí y la Bestia nunca haya estado en Formenos y… Espero que haya agua en Formenos. A menos que los túneles no conecten con esas cuevas y…

Un gruñido le calló. De modo instintivo, se irguió, prestando atención. El gruñido resonó de nuevo y Nolofinwë se aventuró a dar unos pasos en el interior del túnel. Unos puntos brillantes atrajeron su mirada y a medida que se acercaba, comprendió qué – o quién – le estaba gruñendo.

-          Supongo que eso deja claro que los túneles llegan a Formenos -, suspiró cuando finalmente distinguió a la criatura colgada del techo como un enorme murciélago. – Porque… vives en Formenos, ¿cierto?

La Bestia sacudió la cabeza y mostró la dentadura en una mueca. Sin abrir las alas, se soltó de la roca y cayó al suelo suavemente. Nolofinwë la observó, fascinado por la agilidad etérea de sus movimientos. La criatura se dio vuelta y echó a andar. Como el chico no le siguiera, se detuvo y volteó la cabeza por encima del hombro, gruñendo nuevamente.

-          ¡Bien! Ya voy -, rezongó Nolofinwë, desconcertado -. No tienes que molestarte. Tampoco es que tenga prisa por ser tu cena, ¿no?

La Bestia dejó escapar una especie de bufido similar a una risa.

-          ¿Te estás burlando de mí? – frunció el ceño el chiquillo -. ¿Acaso no quieres comerme? ¿Qué? ¿No te parezco apetitoso? – Otro bufido y Nolofinwë sintió que debía de sentirse ofendido -. ¡Oh, esa es buena! ¿No soy lo suficiente bueno para ser tu cena? Soy un príncipe, ¿recuerdas? Por si tienes alguna preferencia, digo. Y soy… bueno, supongo que podría engordar un poco más: Indiliel dice que soy muy delgado para mi edad; pero sí se me considera un genuino exponente de la belleza noldorin, así que no creo que te estarías rebajando si quisieras comerme… No es que yo quiera que me comas… - se apresuró a agregar y por fin se percató de las tonterías que estaba diciendo -. En realidad, llevo años preguntándome por qué no quisiste comerme… por qué nunca me has atacado a pesar de haber estado en el palacio dos veces.

La Bestia se detuvo y giró a medias frente a él, mirándolo fijamente con sus inteligentes ojos plateados. Nolofinwë se atragantó con la comprensión.

-          Más de dos veces, ¿cierto? – musitó -. Has estado en mi alcoba todas esas veces en que me desperté sintiendo una presencia. – En esta ocasión, la Bestia asintió con la cabeza -. Eres… rápida. Por cierto, ¿eres un “ella”? – La criatura rugió quedamente, estrechando los ojos -. Un “él” entonces. Ya veo. ¿Estamos yendo a Formenos?

Con un movimiento de cabeza que podría interpretarse como fastidio, la Bestia retomó el camino. Nolofinwë se apresuró a seguirle.

-          ¿Falta mucho? – inquirió -. ¿Tienes agua allí? La mía se terminó. – Vio que la criatura sacudía la cabeza y arrugó la nariz, molesto -. Oye, no tienes que burlarte de mí todo el tiempo. No es como si hubiese venido preparado para extraviarme en un laberinto subterráneo. De hecho, los Maestros tienen la reserva de agua y alimentos. Yo solo tenía esta bota y… bueno, me la bebí hace un buen rato. Creí que sería mucho más corto el camino y… Nunca más prestaré atención a lo que digan ese par de payasos. Duilin y Salgant. ¿Los conoces? No tendría ningún problema con que te los comieras.

La Bestia se sacudió completa, desde los hombros a la punta de la cola, cual si la sola sugerencia le produjera asco. Nolofinwë se echó a reír, divertido.

-          Probablemente te indigestes -, aceptó. – Siempre se están burlando de mí, ¿sabes? Supongo que es lo que cabría esperar: no soy el mejor príncipe del mundo, sinceramente. Soy bastante bueno en las actividades físicas, ¿sabes? Pero los estudios no son exactamente mi fuerte. Aunque no sé por qué Duilin se burlaría de mí por eso: tampoco él es el más brillante de los Noldor. Salgant sí es bastante listo, aunque la única vez que participamos juntos en una cacería, rompió a gritar como una niña cuando el jabalí corrió hacia él. Por poco me parto de la risa… - Se mordió la lengua, pensativo -. Y… seguramente por eso me está molestando siempre. Tengo que ser más tolerante con las debilidades ajenas: como príncipe, es mi deber cuidar de mis súbditos, no burlarme de ellos, ¿no crees?

La criatura se había detenido y lo observaba, sentado en medio de la entrada a una amplia caverna. Ante la pregunta, alzó una ceja.

Nolofinwë se mordió el labio inferior, incómodo.

-          No te estoy pidiendo consejos para ser un buen gobernante -, aclaró -. Eres un monstruo y asesinaste a mi hermano mayor. Lo cual me lleva a la misma pregunta una y otra vez: ¿por qué no me devoraste a mí? A menos que planees hacerlo ahora.

La Bestia bufó y se incorporó para alejarse con andar elegante.

El príncipe se encogió de hombros y le siguió.

Apenas había traspuesto el umbral cuando se detuvo, asombrado.


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