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Unidos como por costuras por Marbius

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~II~

 

Un par de días después, recibió Sirius de Remus un mensaje:

 

RL: ¿Qué es eso que cuenta Teddy de participar en una obra como uno de los doce príncipes del reino?

RL: ¿En verdad le prometiste hacerle el disfraz?

SB: Exactamente eso.

SB: Y no tienes nada de qué preocuparte.

SB: Yo me encargaré de todo.

 

Claro que la realidad era diferente a lo que Sirius había visualizado cuando se comprometió con Teddy a proporcionarle lo necesario para su obra. Después de que su ahijado le contara a grandes rasgos en qué consistía la historia que representarían para toda la escuela y padres invitados a finales de año en el festival escolar, Sirius había investigado por su cuenta una versión más completa que serviría como base para los ensayos.

Resultaba con que lo que él pensaba que sería un simple traje de príncipe con mallas entalladas y algunos detalles aquí y allá plus la corona, en realidad era lo opuesto. Porque parte del encanto del cuento era el giro de la trama que volvía a las chicas del curso los príncipes que rescatarían a los chicos en sus papeles de princesas. Dicho más sencillo, no haría para Teddy un traje de príncipe, sino un vestido de princesa, y no se imaginaba siquiera por dónde empezar con aquel proyecto titánico.

—Oh, no me mires a mí. Tú te has metido por tu cuenta en este embrollo —le chanceó Lily, que aprovechando que Harry tenía entrenamiento de rugby en un campo cercano, había accedido a acompañar a Sirius a revisar telas y comenzar con la planeación del disfraz.

De antemano se había preparado Sirius leyendo un poco de costura y planteándose si su mejor estrategia no era contratar una costurera profesional que se encargara del vestido, pero entonces Teddy le había hecho saber cuán emocionado estaba de que su padrino le haría el disfraz desde cero como a pocos de sus compañeros en el grupo de las doce princesas, a Sirius no le quedó de otra más que al menos intentarlo.

—Vamos, ¿qué tan difícil puede ser? —Preguntó Sirius al aire, pero al cabo de media hora recorriendo los pasillos de las telas y con los cabellos de punta luego de pasarse con desesperación los dedos entre los mechones, estaba listo para retractarse. Casi.

—¿Tienes siquiera un diseño en mente? —Sugirió Lily empezar por lo más básico, ella misma hojeando un par de revistas de costura de un anaquel y ofreciéndole a Sirius una para que la revisara—. Es decir, una vez que tengas claro el modelo y la talla el resto es seguir instrucciones, ¿no?

Sirius tomó la revista y pasó las páginas con expresión ceñuda. —Pero no tengo máquina de coser...

—Pues compra una —dijo Lily como si fuera lo más obvio—. A punto estuviste de comprar una cama de bronceado cuando el año pasado Remus se quejó de estar mortalmente pálido luego de un invierno londinense. Una máquina de coser por Teddy no es nada.

—¿Son caras?

—Ni idea, cariño, pero podemos investigar.

Con ayuda de una dependiente ya mayor que se acercó a auxiliarlos cuando su expresión de pánico alcanzó niveles alarmantes, pronto Sirius tuvo en mente un par de máquinas de coser que podrían cumplir los requisitos de lo que él necesitaba. Y tal como había dicho la señora Figg (la amable empleada que los atendió, incluso si su aseo personal dejaba algo que desear con sus ropas repletas de pelo de gato), gran parte del placer y la frustración de la costura se encontraba en hacerlo despacio y con cuidado para no arruinarlo.

Lily tuvo que marcharse por Harry, pero Sirius acudió a la tienda departamental que la señora Figg le había recomendado, y antes de la hora del cierre ya se había convertido en el flamante dueño de una máquina de coser eléctrica con dieciocho puntadas, ensamblado de botones, alta velocidad, equipo de mantenimiento y un kit básico de agujas e hilos. Significara eso lo que significara...

Sin tener en claro si llevaba a casa una máquina de coser cualquiera o la mejor pieza de ingeniería creada por el hombre, Sirius se quedó despierto hasta las tantas leyendo el manual de instrucciones y probando cómo poner las agujas, los hilos, y coser sus primeras puntadas en una sábana vieja porque se había olvidado de comprar tela para practicar.

Con todo, el resultado no fue para nada la catástrofe que Sirius había esperado. Cierto que las primeras puntadas habían sido inseguras, chuecas e irregulares, pero una vez puso en práctica lo leído en el manual había conseguido trazar una línea recta y las costuras no se abrían sin importar cuánto tiraba de ellas.

A las tres de la mañana, declaró Sirius de lo más ufano a la soledad de su piso:

—¡Ja, sabía que podía!

Sin saber todavía que el disfraz le requeriría muchos más conocimientos que esas líneas rectas.

 

—¡Oh, no lo hiciste! —Rió James cuando Sirius se reunió con él en una de sus salidas semanales a beber una pinta de cerveza (Remus sólo se les unía una vez al mes y hoy no era una de esas) y le puso al tanto de sus últimos planes.

En concreto: De su labor de espionaje, pues aprovechando que había dejado a Teddy en la mañana a la escuela para ayudarle a Remus porque éste tenía que presentarse en una junta matutina media hora de lo habitual, Sirius se había quedado charlando con las mamás de los compañeros de curso de su ahijado, enterándose así de qué clase de disfraces planeaban ellas comprar. En apariencia desinteresado por un tema que nadie sospecharía que podía interesarle, había tomado nota de los detalles porque no quería que el vestido de Teddy fuera el peor de su grupo; si acaso, Sirius iba a tolerar un segundo o tercer lugar, pero no más. Su orgullo estaba en juego.

—¡Puedes apostar que sí! Y no me arrepiento —declaró Sirius, levantando su vaso y empinándoselo para beber hasta la última gota de cerveza antes de pedirle al cantinero otra ronda.

—Esto no es una competencia, ¿sabes? —Le recordó James a su amigo luego de que el cantinero les sirviera sus cervezas—. Son críos, son disfraces, es un festival escolar en el que nada está en juego. Puedes tomártelo con calma.

—Teddy es como mi hijo, y sabes bien que haría lo mismo con Harry de haber estado en esa situación —dijo Sirius con convicción, y James asintió una vez.

En el mundo había tres hechos contundentes: El sol salía por el este, Sirius estaba enamorado hasta la médula de Remus, y de paso, no había nada que éste no hiciera por las personas a las que amaba, en especial, sus ahijados.

—Intenta no llevarlo al extremo —fue el único consejo de James, que como bien sabía luego de tantos años de conocer a Sirius, con toda certeza caería en oídos sordos.

 

Remus fue el primero en tener un vistazo de lo que aquel proyecto implicaría para la vida de Teddy, Sirius y la suya cuando una tarde al volver del trabajo se topó con que nadie había acudido al vestíbulo a recibirlo. Por regla general, Sirius ya estaría ahí con una taza de té y preguntando por su día, pero en su lugar sólo se escuchaban voces del televisor y una conversación animada entre Sirius y Teddy en la salita, así que con curiosidad se dirigió hacia ahí tras retirarse con prisa los zapatos, la gabardina y el maletín.

Una vez en la salita descubrió a Teddy montado en una de las sillas de la cocina y a Sirius tomándole las medidas con una cinta métrica de vibrante color amarillo.

Sirius pareció salir de un trance al ver a Remus, y por inercia consultó la hora en su reloj. —¡Vaya, qué tarde se ha hecho! Lo siento, iré a preparar tu té y-...

—No, espera —lo detuvo Remus, que al acercarse tuvo un mejor vistazo de los dos cuadernos que descansaban en el sofá. Uno tenía cifras y anotaciones alrededor de un modelo anatómico que a todas luces era Teddy, pero el otro era uno de los blocs de dibujo de Sirius, y ahí podían verse a lápiz y pintados con acuarela, algunos modelos de vestido que éste había diseñado con intenciones de llevar del papel a la realidad haciendo uso de sus propias manos.

Sirius aguardó expectante la opinión de Remus, pues si bien éste no había tenido inconveniente al enterarse que Teddy representaría el papel de princesa porque así lo requería la obra, todavía podía tener una reacción diferente una vez que viera el vestido.

—Wow —musitó Remus, rozando con los dedos uno de los dibujos—. Nunca deja de asombrarme lo bien que dibujas.

—¿Y en cuanto a los diseños...?

Remus lo sorprendió con una pregunta de su cosecha. —¿Ya elegiste un modelo?

—Erm, no —dijo Sirius, cambiando el peso de un pie al otro—. A Teddy le gusta uno y a mí otro. Tal vez tú podrías ser el juez imparcial.

—¡Este es el mejor, papá, sin lugar a dudas! —Intervino Teddy, señalando uno de los modelos con su dedo—. Pero Sirius prefiere este otro. ¿Tú qué opinas?

Remus rió entre dientes. —Que no les seré de ayuda, porque mi favorito es éste —dijo al apuntar a un tercer modelo, y al unísono Sirius y Teddy soltaron un quejido.

Al final, Remus se les unió como ayudante mientras Sirius terminaba de tomarle las medidas a Teddy, y después fue quien sugirió dejar la elección del modelo al azar. Tras escribir varios números bajo los dibujos y por igual en pedazos de papel, fue Teddy quien eligió y el vestido ganador resultó ser un cuarto modelo que ninguno de ellos había elegido, pero que Sirius adecuó siguiendo las sugerencias de su modelo estrella y su progenitor, de tal modo que una hora después era otro dibujo nuevo y esta vez del agrado de todos.

—Se ha hecho tarde —dijo Remus de pronto, y con pies pesados se apresuró Teddy a tomar la indirecta por lo que era: Una orden de ducharse sin réplicas e irse a la cama.

Una vez a solas, Remus se sumó a Sirius en el pequeño sofá de segunda mano que apenas tenía dos plazas, y mirando por encima de su hombro a su bloc de dibujo, comentó la buena elección de colores.

Sirius golpeteó su bloc de notas justo sobre el dibujo, que tenía anotaciones de los tonos precisos para los cuales necesitaba comprar la tela. En este caso, en dos tonos de azul: Azul pálido y azul medianoche. La razón no había sido complicada, Teddy tenía los mismos rizos caoba que Remus, y Sirius había pensando que el contraste le sentaría bien. La imagen que había tenido en su cabeza era la de Remus en unas sábanas de ese color, y Sirius se había limitado a adecentar esa imagen y a sustituir a su mejor amigo con su ahijado para cerciorarse que los tonos fueran los adecuados para su piel y color de cabello.

—¿En verdad crees poder con el disfraz? —Preguntó Remus cuando el silencio de Sirius se hizo muy largo, y éste se apresuró a tranquilizarlo.

—Claro que sí. Ten un poco más de fe en mí. ¿Qué no haría yo por Teddy? —«O por ti, ya que estamos», pensó sin que su rostro lo traicionara.

—Lo sé, pero es que...

—¿No sé coser? Bah. Todavía falta un mes para el festival, y cuatro semanas son más que suficientes para aprender lo básico. El resto es prueba y error.

—¿Estás seguro? —Insistió Remus, que puso su mano en la pierna de Sirius y éste tuvo que hacerse de todo su autocontrol disponible para no lanzarse sobre él y besarlo—. Porque todavía no es demasiado tarde para contratar una costurera que sepa bien lo que hace y-...

—¿Y admitir que no puedo? Tonterías —desestimó Sirius la sugerencia—. Lo digo en serio. Será divertido. Lily me acompañó a la mercería y tienen toda clase de libros para principiantes. La nueva máquina de coser que compré también incluye un manual ilustrativo fácil de comprender, y el resto es simple práctica. Teddy y yo nos divertiremos de lo lindo cosiendo ese vestido.

Remus pareció a punto de volver a insistir con el tema, pero Sirius puso su mano sobre la de él y le dio un pequeño apretoncito.

—¿Puedes tener un poco de fe en mí?

—La tengo. Y más que un ‘poco’. Es sólo que...

—Moony...

—Vale —dijo éste tras una exhalación—. Pero no te sientas forzado a nada. Si lo quieres dejar, lo haces y ya está, ¿ok?

—Ok.

 

Sirius pensó que el escepticismo de Remus era infundado, que éste ya había olvidado cuán tenaz podía ser cuando una idea se le metía entre ceja y ceja y se proponía llegar hasta las últimas consecuencias, pero también él había subestimado la pericia y nivel de habilidad que requeriría para llevar a cabo su ambicioso proyecto, y una semana después lo estaba viviendo en carne viva cuando por tercera vez pasó a la tienda a comprar tela porque había arruinado los metros anteriores con sus constantes costuras y descosturas.

—No lo entiendo, Lils —se quejó Sirius con Lily, que nuevamente iba con él como acompañante (y apoyo moral) y compartía a su lado el peso de su derrota—. He seguido las instrucciones al pie de la letra, pero continuo teniendo nudos por doquier, y el hilo hace lo que quiere...

—¿Listo para admitir que ha sido una mala idea?

—No, ha sido pésima, pero no me pienso rendir —rezongó Sirius, que después de conseguir que una empleada lo atendiera para cortar la tela que necesitaba, se cruzó de brazos y resopló—. A estas alturas ya no puedo echarme para atrás. Teddy cuenta conmigo para subir a ese escenario con sus mejores galas.

—¿Y si compras el disfraz? —Inquirió Lily revisando su móvil—. Hay tiendas en línea con modelos lindos. Podrías agregar una capa o algo así y darte por bien servido con tu aporte.

—¡No! —Se negó Sirius en rotundo—. Ni hablar.

—Siempre es todo o nada contigo, ¿uh? —Le chanceó Lily, pero guardó su móvil y procedió a compartir con Sirius sus propias teorías acerca de por qué sus últimas costuras no estaban resultando como él había planeado, como el tipo de tela y lo que debía hacer o no con ella.

Al final resultó que preguntar a una de las empleadas fue de ayuda, y de ese modo se enteraron que las telas elásticas eran más difíciles de coser porque requerían de una aguja especial, y que para nada eran recomendadas para principiantes.

—Comienza con esta tela —le aconsejó la mujer a Sirius, y quiso el destino que el tejido fuera adecuado para sus propósitos, pero sobre todo en los colores que él había seleccionado.

Tras comprar más tela (y un poco más extra por si acaso), Sirius agradeció la ayuda y pagó en caja.

 

Resultó que la empleada tenía razón y Sirius pudo trabajar con mayor facilidad con la nueva tela, de tal modo que para el final de la segunda semana ya tenía todas las piezas cortadas del modelo que había seleccionado y estaba listo para seguir instrucciones acerca de su ensamblaje.

Teddy, que en un inicio había estado la mar de satisfecho por su nuevo disfraz, pronto se fastidió con el asunto cuando descubrió que sus salidas espontáneas al parque se habían reducido casi a nada ahora que Sirius se pasaba las tardes pegado a su máquina de coser y practicando sin parar.

—¡Vamos, Sirius! —Se quejó Teddy no por primera vez en la tarde y le dio unos tirones a la manga de su padrino—. Estoy aburrido y quiero salir.

—Un rato más, Teddy —pidió Sirius, pero era la quinta vez en la tarde que se lo pedía, y el niño ya se había quedado sin paciencia.

—Pero ya no aguanto más —gimoteó Teddy de manera similar a como había hecho a los cuatro años, y por primera vez apartó Sirius la vista de las puntadas para prestarle atención.

Los ojos le dolían, igual que la cabeza, y Sirius no estaba de ánimos para lidiar tampoco con el mal humor de Teddy, así que acabó cediendo a salir al parque con la doble intención de cansar al niño y de paso despejarse porque estaba hasta la coronilla de que la condenada cremallera oculta del vestido fuera todo menos eso. Sin importar cuán cerca cosía de la línea punteada, al final el resultado era pobre.

Con un estiramiento de sus brazos por encima de su cabeza que hizo crujir los huesos de su espalda, Sirius accedió llevar a Teddy al parque, y de esa manera los dos liberaron la tensión de las últimas horas.

Mala suerte para Sirius que al volver Remus ya estuviera en casa, y a juzgar por el hecho de que estuviera recién salido de la ducha y los recibiera preguntando cuál de dos camisas resaltaba mejor el dorado de sus ojos, estaba a punto de salir a una cita.

—La verde —dijo Sirius con naturalidad, aunque por dentro su corazón se había encogido al tamaño de una pasa.

No era nada fuera de lo habitual que Remus saliera en citas. De vez en cuando, una vez cada mes o algo así, éste accedía a salir con alguien en plan de conocerse mejor y cerciorarse si eran compatibles como amigos o posible interés romántico. Hasta el momento nadie había llegado a esa segunda categoría, y Sirius podía respirar tranquilo cuando al volver Remus de sus citas le hacía saber a éste que no había tenido suerte, pero no siempre sus victorias eran totales. A veces debía conformarse con victorias parciales, porque en una o dos ocasiones Remus había retornado a casa mucho más tarde de la hora que había mencionado, y a juzgar por su aspecto, había tenido sexo. Pero hey, al menos no se había quedado a dormir fuera...

Para Sirius, que siempre se ofrecía a cuidar de Teddy mientras Remus volvía, eran esas ocasiones las que peor le sentaban, pero temeroso como se sentía de perder la amistad de Remus por sus estúpidos sentimientos nunca se atrevía a decir nada.

—No sabía que tenías una cita —dijo Sirius con tono indiferente—. ¿Quién es la afortunada?

—Una amiga de Alice. Se llama Emmeline Vance y trabaja en una editorial afiliada. Al parecer su pasión por los libros históricos sólo compite con la mía y eso la convierte en mi próxima alma gemela —dijo Remus, que sin importarle la presencia de Sirius, comenzó a vestirse ahí mismo.

Teddy había pasado de quedarse con los adultos y corrido a su habitación, así que Sirius siguió a Remus a su dormitorio para que éste le pusiera al tanto de la tal Emmeline Vance y lo que sabía de ella.

—Se supone que nos veremos para cenar y después unas copas —explicó Remus, con la camisa abrochada en todos sus botones, de pronto se despojó de su toalla y reveló su trasero desnudo.

Educadamente Sirius volteó en otra dirección, pero como nunca le costó mantener la vista al frente y recitar en su mente la tabla del nueve para no padecer de una inoportuna erección como las que solía tener en su adolescencia. Curiosamente, también por causa de Remus cuanto éste sin pudor alguno salía del baño comunal y procedía a cambiarse a un lado de su cama sin verse afectado porque el suyo fuera un dormitorio compartido con otros cuatro compañeros más.

—¿Crees tener suerte con ella esta noche? —Preguntó Sirius, listo para aplastarse el corazón si la respuesta era afirmativa, y Remus no lo decepcionó.

—Eso espero. Hace tanto tiempo que la única compañía que tengo es la de mi mano derecha que temo convertirme en uno de esos perros viejos que monta almohadas —rió Remus, y Sirius se le unió, si acaso para aparentar normalidad—. Olvidé mencionarlo, ¿podrías cuidar a Teddy? Si no puedes está bien, todavía puedo llevarlo con Lily y James, y-...

—No, deja, yo lo hago —se ofreció Sirius—. No me importa. De todos modos me iba a quedar un rato más trabajando en el disfraz.

—Te habría avisado con tiempo, pero es que Emmeline tiene la agenda de la próxima semana llena con un viaje fuera del país y hoy es el único día que puede verme. Mejor ahora que nunca, ¿no?

«Puedo apostar que eso mismo piensa ella...», concluyó Sirius para sí, que la única razón que podía encontrar para que la tal Emmeline Vance tuviera tal urgencia por cumplir su cita con Remus hoy y no la semana entrante cuando volviera de su viaje era porque quería algo de él, y no había que ser un genio para suponer lo peor. Nada como un polvo antes de un viaje hacer el trayecto más memorable.

—Tú diviértete —dijo Sirius, que después ayudó a Remus a elegir un saco y le atusó el cabello para dejárselo perfecto.

Con su intervención, estaba un 98% seguro que Emmeline Vance se lo llevaría a la cama si esos eran sus planes. Al fin y al cabo el look y la personalidad ya las tenía Remus, el resto era sólo suerte.

Y esa noche seguro que la tendría.

 

Ya que era viernes, Teddy se quedó hasta un poco más tarde despierto de lo acostumbrado, pero no tardó en quedarse dormido con su cabeza en el muslo de Sirius mientras éste realizaba unas cuantas puntadas en la manga del vestido para cerciorarse de que las piezas iban a embonar y no era necesario descoser más de lo que ya había hecho.

En la televisión, una vieja película se proyectaba sin atraer la atención de Sirius, y éste favoreció más los rizos de Teddy que el control remoto.

Después de medianoche, Sirius supuso que la cita de Remus con Emmeline no había salido tan mal para ellos, incluso si la perspectiva era terrible para él, y con los ojos arenosos tras horas de estar con la vista fija en el tejido del disfraz, hizo todo a un lado y se dispuso a llevar a Teddy a su cama y dormitar él en el sofá mientras Remus volvía.

Teddy despertó a medias cuando Sirius lo colocó en su cama y lo arropó, y preguntó: —¿Dónde está papá?

—Sigue en su cita. No tardará en volver —respondió Sirius, y Teddy arrugó la nariz—. ¿Qué pasa? ¿Quieres ir al sanitario?

—¿No podría papá sólo casarse contigo y ya está? —Cuestionó Teddy arrastrando las palabras y tan adormilado que bien podría haberse malentendido su mensaje, pero Sirius había absorbido por completo el sonido de su voz y no daba crédito a lo que había escuchado.

—T-Teddy...

—Los oí hablar... A mamá y a papá... Ella lo acusó de estar enamorado de ti. Y tú lo estás de papá, ¿verdad?

Mil y un pensamientos distintos corrieron en todas direcciones en el cerebro de Sirius. Unos que le instaban a gritar, otros a llorar, unos más a reflexionar a fondo, y otros a cometer un acto impulsivo del que después podría arrepentirse... Al final no hizo nada, salvo apartarle un rizo de la frente a Teddy.

—Es tarde. Hora de dormir —le murmuró al niño, acariciando el centro de sus cejas y el puente de su nariz con movimientos lentos e hipnóticos de su dedo meñique, hasta que de pronto Teddy sonrió, y cerrando los ojos, volvió a dormirse.

Atrás sólo quedó Sirius, más confundido que nunca.

 

Remus llegó poco después de la una, y a juzgar por los dos botones abiertos de su camisa y las marcas oscuras que tenía en el cuello, los vaticinios de Sirius se habían cumplido.

—¿Cómo te fue? —Preguntó Sirius desde el sofá, hecho pretzel debido a lo reducido del espacio, y Remus casi saltó fuera de su piel al descubrir que su plan de llegar a escondidas y caminando de puntitas había fallado.

—Regular.

—Pero tuviste sexo. —No una pregunta, sino una afirmación.

Una pausa. —Sí.

Sirius no respondió nada, y en su lugar hizo a un lado la manta con la que se había tapado y se dispuso a marcharse.

—Quédate —pidió Remus—. Es tarde.

Lo era, pero ambos sabían que a Sirius no le tomaría nada conseguir un taxi que lo dejara en su propio piso.

En lugar de irse, Sirius optó por el camino inglés para el que había estado preparado desde el nacimiento.

—¿Té?

—Sí, por favor.

Bajo la severa luz de la cocina que a esas horas resaltaba los excesos del día y las imperfecciones de la noche, Sirius puso a hervir agua mientras Remus ayudaba con las tazas y las bolsitas, de paso haciendo un recuento de su noche.

—Emmeline es inteligente y hermosa, pero...

—¿Pero? —Presionó Sirius a la espera de una respuesta que le gustara menos.

—Pero no es lo que yo busco. No es para mí. El sexo estuvo bien, pero nos apresuramos y no fue placentero. Ella también tiene una niña pequeña en casa, y tenía prisa.

—No recordaba que fueras tan quisquilloso.

—Ya...

El silbido de la tetera sirvió como interrupción, y mientras preparaba el té, Sirius aprovechó para contarle a Remus de sus últimos avances con el vestido de Teddy. En silencio y con la vista fija en él, Remus absorbió cada una de sus palabras desde el otro lado de la mesita, e hizo las preguntas pertinentes en el momento preciso. Ese era parte de su encanto. Sirius nunca se sentía tan apreciado como cuando tenía la atención de Remus, porque él en verdad escuchaba, no sólo esperaba su turno para hablar.

—Lo admito —dijo Remus cuando Sirius terminó su relato triunfal de cómo por fin el vestido tendría dos mangas funcionales y no sólo dos trozos de tela colgando de los hombros—. Pensé que era una idea terrible que Teddy participara en esa obra porque su disfraz corría el riesgo de ser...

—Puedes decirlo. Ni yo mismo creía poderlo lograr hace una semana. Había tanto que podía salir mal y por fortuna no lo hizo de manera irreparable.

—Eso es lo que más me gusta de ti —dijo Remus—. Tu perseverancia. Nunca te rindes. Siempre te mantienes luchando sin importar que parezca una causa perdida.

—A veces eso juega en mi contra —masculló Sirius, pensando en su situación con Remus y la incapacidad que había tenido para asumir que esos sentimientos no eran correspondidos y arrancarlos de raíz.

—Al contrario —insistió Remus, que desde un enfoque diferente, tenía otros argumentos de peso—. Sabes cuándo mantenerte firme en tus propósitos porque tienes claro lo que quieres, pero sobre todo, no te rindes hasta conseguirlo. Es de envidiarse.

—Mmm —balbuceó Sirius con su taza pegada a los labios y bebiendo un sorbo. «Si tú lo dices...»

Después del té, vino la despedida, y aunque Remus insistió que Sirius podía quedarse a pasar la noche y hasta le ofreció la mitad de su cama, por muy tentadora que fuera la oferta, éste le rechazó.

En su lugar salió al frío de finales de noviembre, y con el alma aterida de un frío que duraba ya más de una década, se dedicó a buscar un taxi que lo llevara de vuelta a casa.

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