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Unidos como por costuras por Marbius

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~III~

 

Sirius se tomó un par de días antes de volver al hogar Lupin, no por cobardía, sino porque había dejado su propio trabajo crecer hasta límites inadmisibles y su editora encargada le había apretado las tuercas y reducido las fechas de entrega. Así que de mala gana había cumplido Sirius con los plazos fijados para sus ilustraciones y después enviado un mensaje a Remus:

 

SB: Por fin envié todo a la oficina y estoy libre de trabajo.

SB: ¿Quieres que hoy pase por Teddy al colegio?

RL: No será necesario.

RL: Harry lo hará.

RL: Teddy se quedará hoy con los Potter.

SB: Oh, ok.

 

Un tanto insatisfecho por la resolución de su día, Sirius permaneció con el móvil en la mano unos segundos más, indeciso de si su papel en la vida de Remus y Teddy era tan fácilmente desechable o... Lo que sea. Al parecer se las habían arreglado bien sin él, y era bueno, claro que sí, excepto por la parte donde él se sentía poca cosa y no podía sacudirse esa sensación de encima.

Pero Remus vino a solucionarlo cuando un par de segundos después envió un mensaje más.

 

RL: Si tienes la tarde libre, ¿por qué no pasas por el departamento?

RL: Será pasar tiempo juntos sin tener que hacer de niñeros.

RL: Los Potter prometieron traer a Teddy hasta las ocho.

RL: ¿Te apuntas?

SB: Ahí estaré.

 

Que por nada del mundo iba a desperdiciar Sirius la oportunidad de pasar tiempo con su persona favorita.

 

Remus llegó a eso de las cuatro, con bollos de una panadería cercana que eran los favoritos de Sirius y un cartón de cervezas, pero su sonrisa perdió algo de su fuerza cuando Sirius se acercó a recibirlo con una taza de té y aspecto de haberse ocupado las horas previas a su arribo limpiando el piso y siendo productivo.

—No tenías que lavar la ropa —dijo Remus al escuchar el aparato en uno de sus ciclos—. Ya lo habría hecho yo más tarde.

—Ya, pero Teddy tiene mañana deporte y ninguno de sus cambios estaba limpio. Mejor antes que después, ¿no?

Remus no respondió, y aunque dejó que Sirius le ayudara con las bolsas de la compra y tomó su taza de té entre sus manos, éste tuvo la sensación de haberla cagada en grande sin saber cómo.

—¿Cómo te fue en el trabajo? —Preguntó Sirius para deshacerse del extraño ambiente que se había instaurado entre ellos dos, y Remus pareció estar dispuesto a cumplir con esa tregua al hablarle de los últimos chismes en su oficina y un nuevo memorándum que el jefe había enviado y que establecía la apertura de una nueva sucursal, pero había algo apagado en su voz y no del todo en buen ánimo.

Remus se disculpó unos minutos para cambiarse de ropa a algo más casual, y mientras tanto Sirius buscó distraerse pasando un paño húmedo sobre las encimeras ya relucientes de la cocina. Así lo sorprendió Remus, que posicionándose detrás de él atrapó su mano con la suya y lo hizo detenerse.

—Basta. —Una pausa—. Por favor.

—Pero...

—No eres un sirviente, ¿ok?

—Remus...

—No necesitas atenderme como la realeza cuando llego del trabajo...

—Es sólo una taza de té —murmuró Sirius.

—... ni lavar mi ropa o la de Teddy —prosiguió Remus—. Mucho menos limpiar mi piso ni... Todo lo que haces extra por nosotros.

—Sólo son favores.

—Un favor es pasar a la tienda si se acabó la leche, no hacer semana a semana la compra y resistirte a recibir el pago íntegro por tu servicio. Sirius, te lo imploro... —La mano de Remus sobre la de Sirius ejerció fuerza, y sus dedos se entrelazaron.

Apenas entonces apreció Sirius el calor del cuerpo de Remus pegado al suyo. Cómo su pecho estaba en perfecta alineación con su espalda, y que si se movía un poco podría sentir el contacto de su entrepierna con su trasero. Sirius exhaló con desgana para borrar esos pensamientos, se forzó a asentir una vez.

—N-No pensé que te molestara tanto —masculló para disimular su decepción, y Remus se apresuró a tranquilizarlo, pegando sus cuerpos todavía más, y con su mano libre rodeándolo a través del estómago.

—Lo único que me molesta es pensar que me aprovecho de tu bondad —murmuró Remus, y el calor de su aliento pasó rozando la mejilla de Sirius—. Tú siempre eres así conmigo y con Teddy.

—Porque los... quiero, por supuesto —dijo Sirius, y al girar el rostro en dirección hacia donde escuchaba más cerca la voz de Remus, descubrió su rostro a escasos centímetros del suyo—. Son mis personas favoritas en el mundo, haría lo que fuera por ustedes.

—Ya, es una frase muy común y a veces vacía, pero tú siempre sabes cómo demostrarlo con acciones.

—¿De eso se trata? —Inquirió Sirius—. ¿Te molesta lo que hago?

—No, pero me frustra no tener la manera de corresponderte. Y lo que haces, todo lo que cuidas de Teddy y de mí... ¿Realmente lo haces porque quieres, correcto?

—Así es.

—Oh, Sirius —dijo Remus al apoyar su mentón en el hombro de Sirius y enterrar su rostro en la curvatura de su cuello. Sus siguientes palabras provocaron una reacción curiosa en éste, cuando su aliento le causó cosquillas, y el roce de sus labios una incipiente erección—. Eres el mejor. Jamás nos dejes. No sabría qué hacer sin ti.

—No es como si en verdad me necesitaras —dijo Sirius—. No hago nada que tú por tu cuenta no sepas hacer, sólo intento facilitarte las cosas.

—Haces más que eso —murmuró Remus, su agarre tornándose posesivo unos segundos antes de dejarlo ir y dar un paso atrás—. Lo siento si me he puesto... raro. Creo que necesitaba sacarlo de mi sistema.

—No hay problema —balbuceó Sirius, que por apoyo a Remus, iba a fingir que ahí nada había ocurrido.

Porque creer lo contrario sería hacerse vanas ilusiones.

 

Sirius casi tuvo una crisis cuando una tarde en que recogió a Teddy del colegio la profesora de su curso lo detuvo a la salida. Por ser él quien desde siempre estaba en la lista de tutores aprobados para Teddy y ya era familiar con los profesores, la directora y hasta los intendentes, Sirius no podía ni imaginarse qué razón tuviera la maestra para detenerlo salvo que Teddy tuviera alguna dificultad en su aula y quisiera charlarlo con él, pero en ese caso llamaría a Remus o a Dora.

—No le quitaré demasiado de su tiempo, señor Black —dijo la maestra, que presentándose como la señora Sprout le sonrió afablemente—. Los ensayos de la obra van viento en popa, y antes del gran día nos gustaría llevar a cabo un ensayo general con los disfraces para que los niño se habitúen a la idea de qué esperar el gran día de la presentación.

—Oh.

—Teddy me ha comentado que su papá está encargado del suyo.

—Erm, en realidad soy yo.

La señora Sprout entrecerró los ojos, pero no hizo mayor aclaración. —Bueno, como padre de Teddy me gustaría recordarle de la fecha para ese ensayo y que bastaría sólo con traer el vestido. Ni los zapatos, accesorios o maquillaje son necesarios para ese día.

—Uhm, ok. Así será.

—Muchas gracias por su colaboración, señor Black —le estrechó la mano la señora Sprout antes de volver al interior del colegio.

A solas, Sirius cuestionó a Teddy acerca del intercambio que habían tenido acontecimiento.

—¿Le dijiste a tu maestra que yo soy tu papá? —Preguntó Sirius, y Teddy chupó su labio inferior hasta hacerlo desaparecer—. Teddy...

—Unas niñas se estaban burlando de que tú harías mi disfraz —farfulló Teddy, los ojos grandes y asustados—, te llamaban gay... ¡Así que tuve que defenderte!

—¿Y cómo exactamente defenderme incluyó... pues eso?

—Les dije que eras mi otro papá, y que si se metían contigo las acusaría con la profesora Sprout. No se detuvieron, Sirius, y la profesora Sprout tuvo que intervenir. Puso sus nombres en la pizarra de mal comportamiento, y también las castigó toda la semana sin salir al recreo. Dijo que eso les enseñaría a no molestarme sólo porque mi familia no es exactamente igual a la de ellas.

—Ah, vaya...

Teddy buscó su mano y le dio un tirón. —Eres mi otro papá, ¿verdad, Sirius? Porque cuidas de mí y pasas tiempo conmigo. Además, tú y papá se quieren mucho.

—Pero no estamos juntos, ¿entiendes eso? —Explicó Sirius—. Dos personas adultas necesitan hablar antes de estar juntas y hacer esa clase de compromiso.

—¿Y tú y papá ya hablaron?

—No.

—Pues deberían —resolvió Teddy, que sin más cambió de tema y pidió espagueti para la comida de ese día.

 

Para cumplir con los plazos de entrega, tanto de sus ilustraciones como del disfraz de Teddy, Sirius trabajó horas extras por los siguientes días, y se dejó los ojos y las manos en el proceso, de tal modo que cuando terminó apenas si le quedaban fuerzas para mantenerse en pie y con los ojos abiertos.

Así lo encontró Remus en su piso, que para sorprenderlo y de paso agradecerle, pasó sin avisar trayendo consigo dos órdenes de sushi  y un cartón de cerveza. Teddy brillaba por su ausencia, pues como Remus le explicó, había ido con Lily y Harry a una de las prácticas de rugby de éste último, y más tarde lo dejarían en casa.

—Pensé que podríamos pasar tiempo de calidad tú y yo —dijo Remus, que después rió entre dientes disfrutando de una broma propia.

—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó Sirius.

—Oh, ya sabes. James adora llamarnos ‘un viejo matrimonio’, y eso de ‘tiempo de calidad’ parece ser una de esas expresiones que encajarían.

Sirius celebró su ocurrencia, y después guió a Remus a su cocina para sacar la comida de sus empaques, poner la cerveza a enfriar, y conseguir platos y cubiertos.

A diferencia del pisito de Remus, Sirius tenía para sí espacio de sobra con un departamento que por poco podía competir con una casa debido a la cantidad de metros cuadrados con los que contaba. Ahí el espacio sobraba, y seguido se arrepentía Sirius de haber comprado un inmueble que a todas luces jamás conseguiría llenar porque la única compañía que le apetecía de manera permanente en su vida era la de Remus y Teddy.

Sin un crío a quien distraer con el televisor como ruido de fondo, Sirius puso música, y al unírsele Remus en el sofá tarareó un par de estrofas antes de afirmar que sus gustos coincidían armoniosamente.

—Estoy contigo en eso —dijo Sirius, pues habían mezclado los dos sushis en un platón, y comían uno y uno sin tener que llevar la cuenta.

Después del primer bocado, Remus dijo: —Teddy me ha mostrado el vestido. Me recibió con él puesto, y es... Wow.

—¿Es un wow bueno o malo?

—¿Y lo dudas? Es increíble lo que has hecho, Sirius. Y los detalles en bordados...

—Lo siento si han quedado torcidos —murmuró Sirius—, apenas le estoy cogiendo el truco.

—¿Qué, me dices que es tu primera vez? —Se asombró Remus—. Porque jamás lo habría pensado. Realmente eres un hombre de múltiples talentos.

«Y ninguno de ellos me sirve para tenerte», pensó Sirius, pero como si Remus hubiera adivinado su pensamiento, éste se acercó a Sirius, y con su pulgar le limpió de la esquina del labio una gota de salsa de soya. Sirius no se movió, y Remus se demoró en mover su mano.

—Uhm... Me alegra haber sido de ayuda —dijo Sirius para aligerar el ambiente.

—Has sido más que eso en realidad. Teddy está feliz como nunca en la vida. Incluso me ha preguntado si puede utilizar ese vestido en otras ocasiones además de la obra.

—¿Y qué le has respondido?

—Que sí. Al diablo con lo que piensen los demás. Si mi hijo en vestido de princesa ofende su vista, pueden mirar en otra dirección, ¿no crees? Teddy es sólo un crío disfrazándose, no veo cuál es el problema.

Sirius sonrió levemente para sí. —Qué no habría dado por tener un padre como tú mientras estaba creciendo. Y en su lugar...

—Hey, no pienses en eso —dijo Remus, que atento a la expresión contrariada de Sirius, ignoró el espacio entre ellos. Esta vez, en lugar de un dedo, tocó su rostro con la palma completa y lo acunó—. No tuviste un par decente de padre, pero tuviste a tu tío Alphard. Tú mismo lo has dicho, ha sido mejor que un padre para ti y Regulus.

—Seh...

—Justo como tú... para Teddy... —Agregó Remus, en voz tan baja que Sirius temió haberlo escuchado mal, pero al buscar en los ojos de Remus una aclaración, se encontró con un par de pupilas dilatadas en las que bien podría hundirse sin importarle a qué clase de consecuencias se enfrentaría después.

—Hablando de eso... —Intentó decir Sirius, pero Remus se le adelantó.

—Lo sé. La profesora de Teddy llamó a casa hace un par de semanas preguntando acerca del segundo padre de Teddy y si deberíamos de agregar un tercer nombre para Dora.

—Ah, supongo que si te lo tomas con tanta calma... ¿No te molestó?

—No. ¿Y a ti?

—Tampoco. Teddy es como un hijo para mí. Igual que Harry —se apresuró Sirius a clarificar, y los dedos de Remus que habían acariciado su mejilla temblaron y se apartaron.

—Sirius...

—Terminemos de comer —dijo Sirius, que después fingió un bostezo exagerado—. Después no me vendría mal irme temprano a dormir.

—Sí, claro —coincidió Remus, que volviendo a su distancia habitual, actuó igual que Sirius.

Ahí nada había ocurrido.

 

—Lo siento, lo siento tanto —se disculpó Dora no por primera vez en los últimos cinco minutos, y de nueva cuenta le hizo saber Sirius que no había problema alguno, porque en verdad no lo había.

Dora se había llevado a Teddy consigo para ese fin de semana, pero la mañana del sábado había llamado a Remus a punto de tener una crisis de medio pelo cuando le surgió un imprevisto en el trabajo que le requería volver a la oficina y trabajar ese día y el siguiente de jornada completa y continua. Con sus padres fuera de Londres para un fin de semana romántico en una finca al norte y Remus cumpliendo con las clases de un diplomado sabatino que le garantizaría un aumento de sueldo al final de sus tres meses de duración, Dora había acudido a Sirius por ayuda y sin dudar ni un segundo en que el cuidado de su hijo estaba en buenas manos.

De hecho, Dora había pensado en los Potter como una opción, pero el propio Teddy había pedido quedarse con su padrino, y así fue como se presentaron en su domicilio a eso de las siete y tras haber anunciado su llega con la corta antelación de cinco minutos.

—Tranquila, no pasa nada —la apaciguó Sirius una vez más, ayudándole a bajar el equipaje de Teddy del automóvil—. Yo me encargo del resto.

—Teddy no ha desayunado y-...

—Le gusta el cereal con leche de chocolate, lo sé.

—Pero es alérgico a-...

—Los plátanos, ajá.

—Y no lo dejes ver demasiada televisión o-...

—Tendrá jaquecas —completó Sirius por tercera vez la oración de Dora. No en balde cuidaba de Teddy más de lo que ella lo hacía, tal vez más incluso que Remus, y conocía al niño, sus gustos, preferencias, aversiones y límites mejor que ellos dos juntos—. No tengas cuidado, yo velaré por él.

—Y mejor que yo por lo que veo —dijo Dora con un suspiro de alivio, poniéndose en puntitas para alcanzarlo en un abrazo y después darle dos besos, uno en cada mejilla—. Remus tiene razón, eres el mejor.

—Los halagos no harán que elija cuál de mis dos ahijados es el favorito —le chanceó Sirius, pero Dora le ganó la jugada con una respuesta que lo trastocó.

—Puede que no, pero cuando tú y Remus decidan dejar de ser un par de cabezotas entonces no tendrás que elegir porque Teddy será tu hijo y esa competencia no tendrá sentido.

—D-Dora...

—Tengo que irme. Te encargo a Teddy, ¿ok? Confío en ti —dijo con sinceridad absoluta, que para trabajar día y noche desmantelando redes de pornografía infantil, eso tenía que significar el mundo.

Atrás sólo se quedó Sirius confundido, y a punto de tener una crisis de su propia cosecha... Que Teddy postergó cuando adormilado y todavía en pijama le tiró de la manga y le pidió volver a la cama.

Obediente, Sirius lo llevó al interior de su piso.

 

Teddy acampó por el resto de la mañana en la cama de Sirius con el control remoto en la mano y el ruido de las caricaturas de fondo mientras su padrino dormitaba, y no fue sino hasta media mañana cuando éste por fin despertó del todo y ofreció sus siempre bien recibidos pancakes con chispas de chocolate. La receta en sí era mejor sin las chispas, pero Lupin a fin de cuentas, Teddy se saboreó con la idea del chocolate y siguió a Sirius a la cocina y le sirvió de ayudante.

Conversando como viejos amigos, siempre como iguales, Sirius y Teddy tuvieron la masa en tiempo récord y los primeros pancakes sobre la plancha caliente justo para enviarle a Remus una fotografía cuando éste preguntó por Teddy y su comportamiento.

Por si acaso, Sirius agregó una descripción:

 

SB: No te preocupes tanto por nosotros.

SB: Nos la estamos pasando de maravilla.

 

Y Remus no se quedó corto con una respuesta que hizo a Sirius anhelar su compañía.

 

RL: Lo que daría por estar ahí con ustedes.

 

Que de hecho se volvió realidad cuando en las primeras horas de la tarde Remus arribó al departamento de Sirius trayendo consigo tres bolsas con órdenes de un sitio de comida típica hindú por el cual los tres tenían profunda predilección.

—Oh, pensé que no te vería sino hasta más tarde —dijo Sirius con gusto cuando Remus hizo uso de la llave que tanto tiempo atrás le había dado del piso, y éste encogió un hombro.

—Bueno... Tenía otros planes después de mis clases, pero decidí que prefería venir aquí a pasar tiempo con mis personas favoritas en todo el mundo.

—Papá tenía una cita —le confió Teddy a Sirius, con tan poca delicadeza que Remus frunció el ceño aunque no perdió la sonrisa.

—¿Alguien nuevo? —Preguntó Sirius, sólo para cerciorarse.

—Emmeline.

—Mmm.

—Fue ella la que me pidió vernos de nuevo y... Teddy, ¿por qué no vas al otro cuarto a ver televisión? —Sugirió Remus en un evidente intento por ganarse privacidad con Sirius, pero su hijo no tardó en replicar que era imposible cumplir sus órdenes.

—Sirius no tiene televisor, papá.

—Ve a mi cuarto y utiliza mi portátil —sugirió Sirius, y ya que tenía una colección nada desdeñable de juegos, Teddy accedió encantado.

A solas en la cocina y orbitando el uno alrededor del otro como estrellas binarias que no se decidieran nunca a colisionar, resultó ser Remus el que rompiera el silencio buscando comunicación.

—Uhm, no quería ir.

—¿Uh?

—A la cita. Es decir, Emmeline es divertida y en verdad somos similares en gustos, pero eso sólo la convierte en una buena amiga.

—¿El sexo fue tan malo?

Remus resopló. —Te lo dije antes, nada del otro mundo. He tenido besos que me han sacudido más que el sexo con ella, eso por seguro.

—¿Conque besos, eh? —Le chanceó Sirius—. ¿Y quién fue la afortunada?

—Verás, es que de hecho-...

—¡Sirius! —Interrumpió Teddy a los adultos desde el otro lado del departamento—. ¿Cuál es tu contraseña?

Sirius abrió la boca y la cerró con brusquedad. Después de todo, no iba a gritar con Remus ahí presente que su contraseña era ‘Moony69’ ni aunque su vida dependiera de ello. Antes prefería machacarse el dedo meñique del pie contra la esquina de un mueble que pasar por semejante confesión, así que se disculpó con Remus para ir a su habitación e ingresar la contraseña manualmente.

A su regreso, Remus se había sentado a la mesa y lucía frustrado.

—Tienes aspecto de necesitar una taza de té cargada. O tres...

—No, no es eso —masculló Remus pasándose la mano por el cabello y despeinándose unos cuantos rizos—. Respecto a lo de antes-...

—¡Sirius! —Volvió Teddy a la carga, y el suspiro de exageración de Remus hizo a Sirius pensar en una versión más grande y petulante del niño.

—Ya vuelvo —dijo Sirius al pasar a su lado y darle un apretón en el hombro, y Remus rozó sus nudillos en un gesto que puso a burbujear su piel igual que si se hubiera quemado.

Dejar a Teddy instalado en su cama y absorto en su portátil requirió un par de minutos, pero valió la pena porque Remus ya había puesto la tetera, las tazas y esperaba por él.

—Toma asiento —le pidió con una súplica—, y no más interrupciones.

—Vale, ok...

En lugar de quedar frente a frente separados por la mesa, Remus eligió el asiento contiguo al de Sirius, y retomó el tema de su cita con Emmeline como si no hubiera quedado diez minutos atrás en el olvido.

—Cancelé la cita que teníamos para hoy. Ni siquiera sé qué estaba pensando cuando acepté. Supongo que era soledad, y que la perspectiva de sexo fácil me tentó... Pero no es todo lo que busco, ¿sabes? Incluso si la tinta en los papeles del divorcio todavía está fresca, la separación entre Dora y yo ocurrió hace años, y creo que es hora de asumir que puedo, y quiero seguir adelante.

—Me alegro por ti, Remus, en serio —dijo Sirius, que con el pecho constreñido por las posibles implicaciones de aquella resolución en su amigo, se mantenía firme en su propósito de siempre estar a su lado apoyándolo.

—También... —Remus bajó el mentón, pero sus ojos nunca abandonaron el rostro de Sirius—. Ya va siendo hora de que asuma ciertas verdades... Desde siempre fui consciente de cosas acerca de mí, y me engañé por años pensando que una excepción no me convertía en eso...

—Remus...

—Soy bisexual, Sirius —dijo Remus, y su amigo dio un respingo—. Desde que tengo memoria lo soy, y sólo una vez actué acorde a mis deseos... Sólo con una persona.

Después de casi dos décadas, era la primera vez que Remus hacía mención del corto tiempo que él y Sirius habían disfrutado juntos en Hogwarts, cuando el juego era la exploración y no había compromisos. Por aquel entonces Sirius ya había entregado su corazón a Remus, e incluso si para éste eso no significaba nada, él ya había hecho las paces de estar bien con su rechazo.

La vida no había hecho más que reiniciar ese ciclo, con Remus rememorando ese punto de partida y compartiéndolo con Sirius como había hecho entonces. Sólo no del modo que había sido por aquel entonces.

—Nunca te lo agradecí —dijo Remus en voz baja, y una media sonrisa adornó su boca—. Fuiste mi primer beso, ¿sabes?

—Estás de broma, ¿no? Todos saben que te besaste con aquella Ravenclaw en los invernaderos la primavera anterior. Era de lo único que se hablaba.

—Nah. Ella me besó en la mejilla, y le hizo creer a todos otra historia diferente. Yo sólo... la dejé. Era mejor que admitir que no me había sentido con ánimos. Nunca he sido de los que puede ser íntimo sin sentimientos.

—Emmeline puede pensar lo contrario... —Bromeó Sirius, pero su chiste cayó en saco roto y por una fracción de segundo una mueca adornó las facciones de Remus.

—Lo hice porque... Estaba ahí, y tomé lo que Emmeline me ofrecía. No sirvió de nada para olvidar.

«¿Olvidar? ¿Olvidar qué?», pensó Sirius, pero se lo guardó para sí. Era lo mejor. No indagar. No retorcer más el puñal que ya llevaba clavado en el pecho.

—Lo que quiero decir es... —Retomó Remus el hilo de su conversación, y el potente silbido de la tetera los interrumpió por tercera vez aquella tarde.

Sirius se puso en pie en el acto y mantuvo su distancia con Remus al servir el agua caliente y abandonar la silla en la que había estado sentado para sugerir asomarse por su balcón. En realidad era una ventana con apenas espacio saliente para unas cuantas macetas, pero en Londres no se podía pedir demasiado en materia de espacio, y Remus accedió reluctante a unírsele al lado de un par de macetas en periodo de letargo por el próximo invierno sólo para disfrutar la brisa helada que contrastaba tan de maravilla con las tazas calientes entre sus dedos.

—¿Sabes que siempre tienes mi apoyo, correcto? —Inquirió Sirius, y a su lado, Remus asintió una vez, sus ojos turbios como una tormenta de arena en ciernes.

Lo sabía, claro, pero no todo lo que implicaba.

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