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66. Luchando contra la Tentación (11) por dayanstyle

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Kwang Hee terminó su informe y luego lo archivó como atraco. No podía ir a la aldea fey de inmediato, no cuando tenía a Siwan con él. Durante el resto de su turno, Kwang Hee había estado observando a Siwan de cerca. Estaba cada vez más intrigado. Su pareja había decidido ser útil, fue a buscar café para los otros policías, barrió el lugar y lo ordenó.

No sólo eso, parecía que Siwan tenía el don de la conversación. Más de una vez Kwang Hee había atrapado a uno o varios detectives mirando a Siwan. Kwang Hee estaba descubriendo que Siwan era... encantador. Se recargó en su silla, viendo a su pareja reír y hablar con uno de los otros detectives.

Siwan tenía una sonrisa deslumbrante. La hilera de dientes blancos y rectos apareció más de una vez esa tarde. También notó cómo Siwan constantemente se acomodaba el cabello detrás de la oreja mientras hablaba. ¿Sabría lo guapo que era?

Kwang Hee lo dudaba. Siwan parecía inconsciente de su buena apariencia. Una vez, cuando Siwan sonrió, él había mirado a Kwang Hee, y fue entonces cuando Kwang Hee notó cómo los ojos de color verde esmeralda de su pareja brillaban cuando sonreía.

Era una buena apariencia, una muy buena apariencia. Kwang Hee se había girado para no caer profundamente en esas, gemas oscuras. Él no podía ofrecer a Siwan ningún tipo de relación. No cuando temía entregar su corazón. No era justo hacer creer a Siwan que tenía una oportunidad, porque no la tenía.

Pero, por mucho que Kwang Hee estaba haciendo todo lo posible  para  mantener  la  distancia,  la  atracción  estaba allí.

 

Señor, sabía que estaba luchando contra la atracción. Pero de alguna manera la dulzura de Siwan estaba atrayendo más a Kwang Hee. La buena apariencia del chico no ayudaba a que Kwang Hee se mantuviera alejado del fey.

Kwang Hee se apartó de su escritorio, cansado de que los otros detectives coquetearan con Siwan. Por mucho que estaba disfrutando verlo sonreír, había tenido suficiente. —¿Listo?

Siwan se acercó a Kwang Hee, su sonrisa todavía pegada a su cara mientras lo miraba. Kwang Hee tuvo que apartar la mirada. No podía corresponder la sonrisa. —¿A dónde vamos ahora?

Esa era una muy buena pregunta. Si llevaba a Siwan de vuelta con los Moon, había una buena posibilidad de que el padre fuera por Siwan de nuevo. Kwang Hee no quería arriesgarse a eso. Sólo había un lugar que se le ocurrió, aunque tener a Siwan en su casa no estuviera en la cima de la lista de las cosas que Kwang Hee esperaba hacer. Eso significaba que estarían a solas, sin nadie alrededor para interrumpirlos. Se aclaró la garganta, Kwang Hee señaló con la cabeza la puerta. —A mi casa.

Algunos de los detectives miraron a Kwang Hee con sonrisas en sus rostros, como si supieran lo que iba a suceder. Estaban equivocados. Nada iba a suceder. No es que Kwang Hee no quisiera que las cosas sucedieran. Simplemente no sucederían.

—¿Todavía tratando de que acepte los caramelos? — preguntó Siwan, su sonrisa desapareció—. ¿Por qué tenemos que ir a tu casa?

 

Le molestaba cuando Siwan parecía cauteloso, como si Kwang Hee fuera el malo de la película. —¿A dónde más vas a ir? — No sabía nada acerca de Siwan. Hasta donde Kwang Hee sabía, el hombre podría tener una docena de lugares en donde pasar desapercibido.

 

Siwan tocó el silbato encogiéndose de hombros. Kwang Hee realmente esperaba que Siwan no fuera a hacer sonar esa maldita cosa. —A ninguna parte.

El aspecto abatido jaló a Kwang Hee. A pesar de que le molestaba, pasó por delante del hombre y se dirigió hacia la puerta. Le ayudaría, como dijo que lo haría, pero nada más.

Cuando Kwang Hee salió a la suave noche de invierno, sintió a Siwan justo detrás de él. El chico no estaba haciendo nada para hacer creer a Kwang Hee que quería algo más, entonces ¿por qué se sentía tan culpable por alejarse?

Estaba decidido a apegarse a su decisión de mantener a Siwan alejado. Kwang Hee se dirigió hacia el lado del conductor de su carro, Siwan al lado del pasajero. Ninguno dijo una palabra mientras Kwang Hee salía del estacionamiento y se dirigía hacia su casa en el bosque.

La casa estaba en una ubicación perfecta. Lo suficientemente lejos de la carretera para dar a Kwang Hee la privacidad que tanto ansiaba. La tierra era amplia y había espacio suficiente para que su oso corriera salvaje y libre sin tener que preocuparse acerca de que lo vieran los humanos.

Algo que Kwang Hee agradecía a Kim Jongin era que se mantuviera la ley de no caza. El hombre no andaba con juegos cuando se trataba de alguien con un rifle en estos bosques.

—¿Qué tan lejos vives? —Siwan se apartó de la ventana y se enfrentó a Kwang Hee—. Has estado conduciendo durante horas.

No, no eran horas. Los dos habían estado en la carretera durante unos veinticinco minutos. —Estaremos allí en unos cinco minutos.

 

Kwang Hee nunca había llevado a nadie a casa. Siwan sería la primera persona en su casa, además de él. No estaba seguro de lo que el destino le estaba haciendo, pero Kwang Hee le sorprendió que Siwan no se hubiera negado a ir a casa con él.

Cuando se encontró por primera vez con el chico esta mañana, Kwang Hee prácticamente tuvo que meter a Siwan en su carro. Ahora el hombre había aceptado de buen agrado ¿Qué ha cambiado? ¿De verdad quería examinar eso más de cerca?

No.

 

Kwang Hee llegó a su casa y salió del carro inhalando el aire puro del campo. El lugar no era como en el que Jongin vivía, pero era lo suficientemente grande para Kwang Hee. Fue el bosque lo que había llamado su atención y le ayudó a decidirse a comprar esta casa.

La tierra era impresionante. Era la única vez que realmente Kwang Hee se relajaba, cuando estaba en su casa. Había algo tan majestuoso sobre el lugar que le hacía sentir a gusto. Quizás era la altura de los pinos, o el bosque detrás de su casa. Fuera lo que fuese, Kwang Hee siempre tenía ganas de cambiar y correr al llegar a casa del trabajo después de un día duro.

—Un buen lugar. —Siwan salió y cerró la puerta del carro, mirando alrededor de la zona—. Muy privado. —Su tono era sospechoso, pero no dijo nada más. Quizás Kwang Hee también sospecharía si fuera a la casa de alguien que acabara de conocer esta mañana.

 

Pero, Kwang Hee ya se hubiera encargado del problema si alguien estuviera tras él. En cierto modo, Siwan tenía las manos atadas. Las personas tras él eran sus parientes. Eso apestaba.

Kwang Hee entró por la puerta principal. Nunca cerraba el lugar.

 

Nadie venía tan lejos. De inmediato se quitó los zapatos y colgó las llaves del carro en el gancho junto a la puerta. Su rutina en la casa estaba llena de hábitos.

Siwan se quedó en la puerta, mirando hacia el interior. Kwang Hee dejó al hombre para ir a la cocina y servirse un té helado. Dejaría a Siwan moverse a su propio cómodo ritmo y que se acostumbrara al lugar.

Kwang Hee no pensaba tener al fey allí por mucho tiempo. Iba a encontrar la manera de ayudar al hombre y luego lo enviaría de nuevo con los Moon.

—¿Te importa si tengo un vaso?

Kwang Hee señaló hacia el refrigerador. —Sírvete. —Cuando Siwan se acercó a la cocina, Kwang Hee se fue. Se acomodó en su asiento   habitual y agarró el control remoto.

 

—¿Te importa si hago algo de comer?

Echando un vistazo a la cocina, Kwang Hee vio a Siwan allí de pie.

Él se encogió de hombros. —Adelante.

Quizás Siwan haría suficiente también para Kwang Hee. Se había brincado la comida y Kwang Hee se moría de hambre. Mientras recorría los canales, empezó a oler algo de la cocina. Olía delicioso al principio, y luego Kwang Hee notó que el aroma había cambiado.

Algo se estaba quemando. ¿Por qué olía a cartón?

 

Saltando de su silla, Kwang Hee se apresuró a ir a la cocina y se encontró a Siwan tratando de echar agua al fuego que estaba en la estufa y el mostrador. ¿Qué jodidos? —¡No uses agua!

Agarró el extintor que mantenía bajo el gabinete y apuntó la boquilla al fuego. Jaló la palanca y apagó las llamas con la espuma blanca. La cocina ahora era un maldito desastre. Estaba bastante seguro de que el mostrador se arruinó.

—¡Lo siento! —dijo Siwan mientras se movía de un lado a otro, con las manos jalándose el cabello—. Yo no... no debería tener...

—El fuego está controlado —dijo Kwang Hee mientras colocaba el extintor en el suelo—. ¿Qué estabas haciendo?

El corazón de Kwang Hee cayó a su estómago cuando se dio cuenta de que una buena cantidad del cabello de Siwan estaba quemado. El lado izquierdo de su cabello parecía un poco grumoso. —¿Te quemaste?

Siwan levantó el dedo índice y el pulgar, apenas separándolos.

—Sólo un poco.

El hombre le iba a provocar un maldito infarto. No necesitaba esa mierda esta tarde. Kwang Hee evaluó el daño y Sabía que tendría que reemplazar su maldito mostrador. —¿Cómo empezó el fuego?

 

Apuntando hacia la estufa, dijo Siwan: —Yo estaba tratando de cocinar la lata de bísquets.

 

Kwang Hee se acercó, al ver la lata quemada en la estufa. No en una sartén y ni siquiera había sacado los bísquets de la lata. La pieza de cartón carbonizado estaba justo frente a sus ojos. Se giró hacia Siwan. —¿Sabes cómo cocinar?

—Sí. —Siwan se defendió rápidamente—. Sólo que nunca usé eso antes.

 

El tipo estaba apuntando a la estufa. Kwang Hee gimió. —¿Por qué no dijiste nada? Yo lo hubiera hecho. ¿Sabes lo que pudo haber pasado? —Lo que hubiera sucedido. El cabello del hombre se había incendiado. Kwang Hee se estremeció ante la idea de que Siwan hubiera resultado lastimado.

Cruzando sus brazos sobre el pecho, Siwan lo miró. —Lo habría pedido, pero no eres la persona más fácil de abordar. Parecías muy feliz de ignorarme y asegurarte de no estar en la misma habitación.  No  tenemos  todas  estas  cosas  modernas  en  el pueblo.

 

Siwan señaló la estufa y el refrigerador.

 

Kwang Hee tomó una toalla, sin saber qué más hacer, y comenzó a limpiar el desorden. Lo que realmente quería hacer era abrazar a Siwan y decirle que todo estaba bien. Quería acariciar al hombre y consolarlo.

—No sabía que el fuego podría llegar tan alto dentro de la casa de alguien. —Siwan tomó una toalla y se unió a Kwang Hee para limpiar. Trató de mantener su distancia, pero cada vez que se giraba, Siwan estaba junto a él, limpiando algo. Kwang Hee no creía que el chico lo hiciera a propósito, pero la cercanía estaba  causando estragos en su cuerpo.

 

—No creo que este negro salga del mostrador. —Siwan limpió más duro, pero Kwang Hee ya sabía que era pan tostado.

 

—Voy a tener que reemplazarlo.

—Yo puedo ayudar —Siwan dijo mientras tiraba la toalla a un lado—. Soy muy bueno con mis manos. —El hombre levantó y movió sus delgados dedos.

 

La declaración hizo que Kwang Hee de inmediato mirara las delicadas manos del hombre y todo tipo de imágenes perversas llegaron a su mente de lo que el hombre podía hacer con esos dedos. Rápidamente sacudió la cabeza, tratando de disipar esas  imágenes.

No iba a dejar que Siwan entrara.

 

—¿Por qué no? —preguntó Siwan—. Realmente soy muy bueno con la madera.

 

Kwang Hee tragó. El hombre había confundido el que Kwang Hee sacudiera la cabeza con que le estaba diciendo que no. ¿Cómo infiernos se suponía que debía mantenerse alejado? El olor de Siwan invadía sus pulmones, instando a Kwang Hee a acercarse, haciendo que soñara cosas de las que debería huir.

—No estaba diciendo que no.

—Pero sacudiste la cabeza —Siwan señaló.

Joder, no podía hacerlo. No podía seguir alejando a su pareja. Kwang Hee se dio media vuelta y salió por la puerta de atrás tomando una bocanada de aire fresco. Las imágenes de su padre llegaron a su mente, la mirada perdida, el dolor y el sufrimiento. Solo pedazos de su padre, el hombre estaba perdido—una parte del hombre se había muerto con su pareja, sin embargo, no tenía más remedio que seguir viviendo, viviendo sin la persona que el destino le había dado.

 

Kwang Hee no quería vivir así. No quería saber lo que era amar a alguien tan profundamente, tan desinteresadamente, sólo para perder a esa persona y tener que vivir sin él. Su padre era una prueba de cómo alguien podía vivir cuando su corazón dejaba de latir.

—¿Qué sucede? —Siwan preguntó desde la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho—. ¿Es el mostrador? Lo siento mucho por eso.

 

Kwang Hee contempló las gemelas gemas esmeralda de Siwan y sabía que no podía mantener un escudo a su alrededor. El muro que había construido, la promesa que se había hecho de no amar a nadie como su padre había amado a su madre se estaba desmoronando, cayendo a su alrededor, haciéndose añicos a sus pies.

 

Quería decirle a Siwan la razón por la que no quería amar, pero las palabras se quedaron atrapadas en la garganta. —Tengo que ir a correr.

 

—Voy a terminar de limpiar —Siwan dijo señalando por encima del hombro.

 

Se miraron el uno al otro por un momento más antes de que Siwan bajara la cabeza y se dirigiera al interior.

Kwang Hee dejó escapar un largo suspiro antes de quitarse la ropa y cambiar. Necesitaba despejar la cabeza, alejarse y correr antes de que se rindiera y reclamara a su pareja. La tentación de ceder era muy poderosa, pero Kwang Hee luchaba contra ella. Tenía que luchar contra ella, o arriesgar su propio corazón.

Fue un largo y duro paseo, por lo que cuando regresó a la casa era alrededor de la medianoche. Kwang Hee entró y tomó su ropa en sus brazos. Se detuvo en la cocina para ver que no sólo el lío había sido limpiado, sino que aparte de la barra quemada, el lugar estaba más limpio de lo que nunca había estado.

Silenciosamente se movió por toda la casa, preguntándose si Siwan se había quedado dormido en el sofá. No le había dicho al hombre donde dormir.

Todo había sucedido tan rápido antes de haberle dicho a Siwan que tenía un dormitorio de invitados.

Cuando Siwan dijo que él no tenía las cosas modernas, Kwang Hee se moría por preguntarle cómo había vivido, fascinado de que alguien pudiera vivir tan modestamente. Pero él no le había preguntado. Kwang Hee había estado tratando demasiado duro de apagar sus crecientes sentimientos hacia Siwan.

Kwang Hee quería llegar a Siwan y al mismo tiempo mantenerse alejado. Nunca había tratado con algo tan complicado antes, tan conflictivo. La cabeza le daba vueltas, y su corazón estaba aterrorizado de acabar como su padre.

Echando un vistazo a la sala, vio a Siwan dormido en el sofá. El hombre estaba hecho un ovillo en el interior de la manta, con el rostro sereno.

Kwang Hee se quedó allí por un momento, siendo capaz de tomar los rasgos de su pareja sin que Siwan supiera que lo estaba viendo.

Quizás podrían ser amigos. A Kwang Hee no le gustaba ser evasivo y no le gustaba ser un imbécil. No lo era. Con la intención de ser más agradable con Siwan, Kwang Hee caminó por el pasillo y se fue a la cama.

 

continuara...

 

 

 


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