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Besos sabor té verde por Marbius

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3.- “KB: Nunca se sabe...”

 

Se besaron como adolescentes en una primera cita sin supervisión adulta.

Olvidando el agua para él té que hirvió unos segundos antes de que la tetera eléctrica se apagara por sí misma, Katsuki besó a Izuku primero suave y después con desesperación, igual que sus sentimientos por él se habían desarrollado.

Con una mano en su mejilla, Katsuki acarició con su pulgar las pecas que sabía se encontraban ahí, y movió la otra hacia la mata de su cabello, enterrando los dedos en aquella melena oscura con la que tantas veces había fantaseado.

Izuku también participó, abriendo las piernas en el banquillo en el que estaba sentado y dándole acceso a Katsuki para posicionarse ahí, con una mano asiéndolo por la cintura como si temiera que fuera a apartarse en cualquier momento, y la otra confirmándolo al cerrarse al frente de su camiseta, apretando la tela entre sus dedos.

Fueron docenas de besos, apenas interrumpidos para tomar aire y volver a comenzar. Infinitos besos que podrían haber llevado a más de tener el tiempo, pero el temporizador del horno les advirtió que había asuntos por atender, otra clase de Besos con sabor a té verde que por una vez no serían tan satisfactorios como esos otros que compartían antes.

—Espera, uhm —desvió Izuku el rostro unos centímetros, y el siguiente beso de Katsuki cayó sobre la comisura de sus labios—. Los pastelillos...

«Al diablo con ellos», pensó Katsuki, pero en su lugar exhaló por la nariz. —Cierto...

Con una desgana equiparable a la que tendría en la mañana cuando por segundo día consecutivo se levantara con menos de ocho horas de sueños efectivo en el cuerpo, Katsuki dejó ir a Izuku, y éste sacó la charola del horno y la colocó sobre la barra. Los pastelillos tenían buen aspecto, pero el aroma era lo mejor, y al instante su boca comenzó a salivar.

—Prueba uno —le instó Katsuki, tan seguro de que tenía ante sí la receta perfecta, que no quería perderse ni un segundo de la expresión de Izuku cuando el pan tocara su lengua.

Izuku tomó uno de los panecillos, y tras soplarle un poco para que el calor se dispersara, mordió la punta. En el acto cerró los ojos, y el quedo suspiro escapó de su boca entreabierta.

—Este es el sabor... —Musitó con emoción contenida, abriendo otra vez los ojos para mirar a Katsuki—. ¿Pero cómo...?

—Tsu.

—¿Tsu?

—Su nombre es Tsuyu Asui, ¿no? —Katsuki lo soltó con fingida indiferencia, y el recibimiento era la misma sorpresa que él esperaba en Izuku—. Tiene un blog de cocina. Bastó buscar el nombre de la receta para dar con ella. En su blog explica a detalle cuál es el ingrediente secreto de los Besos sabor té verde. También que alguien, un ella, tuvo que ver con su creación. Con besos, con té verde. ¿Te suena esa historia de algo?

Izuku parpadeó. —Ochako...

—Tu prometida con nombre de té. Y la pobre Tsu a la que le rompió el corazón. Puedo apostar que nunca ha vuelto a hornear esos Besos sabor té verde.

—No te metas en lo que no entiendes —replicó Izuku—. Tu trabajo era sólo recrear esa receta y hornear los pastelillos necesarios para la recepción de la boda. Tu opinión no es parte del trato.

—¿Ah no? Pues igual te la voy a dar, porque tú y la tal Ochako son... Ustedes dos son...

—¿Un par de idiotas? Ya lo has dicho antes. Y no eres el único, pero ella es mi mejor amiga en el mundo y haría lo que fuera por ayudarla. Es lo que los amigos hacen, se apoyan en las buenas, en las malas y en las peores.

—¿A costa de qué, uh? —Katsuki avanzó un paso y entró en el espacio personal de Izuku—. ¿De tu felicidad? ¿De la suya? ¿Por complacer a sus padres? Qué soberana estupidez...

—Quizá —concedió Izuku con frialdad—, pero no es tu lugar decidir qué hacemos. La boda seguirá en pie mientras Ochako así lo decida, y es final.

—Idiota. Maldito idiota, tú... —Katsuki apretó las manos en puños a sus costados, pero ni una vez consideró alzarlas hacia Izuku. Si lo hacía, no era por la frustración que le hacía desear golpear los muros de su departamento, sino por la impotencia que amenazaba con sobreponerse al resto de sus emociones y que casi lo doblegaba de rodillas, implorando a Izuku que no lo hiciera, que no se casara si no era por amor verdadero.

—Has sido sumamente amable por abrirme las puertas de tu piso y darlo todo de ti estas semanas para conseguir la receta —dijo Izuku al cabo de unos segundos cargados de tensión—. Por eso te estoy agradecido.

Aquello sonaba a una especie de final. La cordialidad de su trato molestó a Katsuki, porque era casi como si volvieran a ser desconocidas, sólo cerrando el contrato comercial en el que habían estado envueltos.

—Me encargaré sin falta de hacer el depósito final a tu cuenta y dejaré el resto en tus manos para que la mesa de pasteles en la recepción de la boda esté a tiempo.

—Izuku, espera...

Con las palmas de las manos puestas frente a él, Izuku le impidió tocarlo y se apartó. —Gracias, de verdad. Has hecho mucho más de lo que esperaba. Eijiro tenía razón al llamarte el mejor pastelero a nuestra disposición.

Katsuki apretó la mandíbula, los dientes rechinando mientras seguía a Izuku por su cocina y después al pasillo que conducía a la entrada. En el genkan, guardó en patético silencio a que Izuku se calzara sus zapatos y recogiera el abrigo ligero y la bufanda que vistiera antes.

Por dentro, Katsuki ardía en deseos de hacer algo tan ridículo como suplicar que no se marchara. Volver a rodearlo con un abrazo y entre besos recordarle el momento que habían compartido antes en la cocina, porque algo tenía que significar, ¿no? Alguien que está por casarse (incluso si era un matrimonio falso y por conveniencia) no va besando a cualquiera, ¿correcto?, y por lo tanto todos esos besos traían consigo un significado implícito del que todavía podían y debían hablar.

—Lo de antes... —Dijo Izuku de pronto, de espaldas a Katsuki y con su sempiterna mochila amarilla a la espalda—. Fue un error. No voy a decir que me arrepiento de besarte, pero fue un error, y te agradecería que lo olvidaras.

—¡Izuku!

—Adiós, Katsuki. Y gracias por todo.

Y con la misma facilidad que había llegado a la vida de Katsuki, así mismo se marchó.

 

Lo más difícil de sobrellevar un corazón roto, era el día a día.

Lo más difícil de sobrellevar un corazón roto que además era en secreto, era también el día a día.

Eso lo descubrió Katsuki cuando tuvo que presentarse las mañanas siguientes de su semana en Plus Ultra sin dejar entrever que llevaba en el pecho un agujero de tamaño considerable por donde sus emociones fluían libremente. Nunca como esos días gritó, rió, alzó la voz y estuvo a punto de llorar como no lo hacía en años. Sus sentimientos estaban descontrolados, y en la tienda sus colegas descubrieron que la mejor manera de lidiar con él era no hacer preguntas y mantener sus distancias si es que no querían verse envueltos en su densa nube de pesimismo.

—Si necesitas hablar... —Intentó Denki un único acercamiento, pero poco le faltó a Katsuki para golpearlo con un rodillo, así que desistió.

Kyoka probó un acercamiento más sutil, preparando para él infinitas tazas de té con intenciones de tranquilizarlo, pero Katsuki apenas toleraba la visión de aquellos pozos de té verde en los que se veía reflejado de manera burlona, y aunque le estaba cobrando una tirria impresionante al sabor, se los bebía sin parar a modo de venganza.

Alertado quizá por sus amigos del estado de Katsuki, Eijiro se presentó en la tienda una tarde a la hora de la salida, y con esa alegría que lo caracterizaba, anunció que estaba ahí para llevarlo a comer.

—Hay un nuevo sitio de ramen cerca de la estación que quiero que conozcas. Y no te preocupes, tienen una especialidad picante, justo como te gusta.

Con las manos en los bolsillos y gesto hosco, nadie en su sano juicio habría considerado que forzar a Katsuki a ir sería prudente, pero no en balde Eijiro podía considerarse su mejor amigo, y haciendo caso omiso de la flagrante agresividad que emanaba de su acompañante, se despidió del resto en la tienda y siguió adelante con su plan.

—Si has venido porque alguien de la pastelería te llamó... —Gruñó Katsuki cuando ya llevaban un par de calles bajo sus pies.

—No alguien. Todos en la tienda llamaron a lo largo de la semana —dijo Eijiro, que al lado de Katsuki hizo entrechocar sus hombros—. ¿Qué te pasa, colega? No te veía así por lo menos desde los años de colegio.

Katsuki bufó. Claro que no. Nadie lo hacía. De eso se había encargado él a base de esfuerzo y altas dosis de fuerza de voluntad para mantener a raya su mal genio natural y convertirlo en algo que fuera al menos remotamente tolerable.

No era orgullo de Katsuki mencionar cuán lejos había llegado en ese camino porque por delante todavía le faltaba un largo tramo por recorrer. Había vergüenza en sus acciones, porque había llegado al grado en hacer sufrir y llorar a otros compañeros que habían caído como víctimas de su perpetuo mal humor, y aunque en la adultez los había buscado para disculparse, era todavía un punto flaco sobre el cual prefería no centrarse demasiado.

Izuku había tenido ese efecto en él. Había sacado de su interior al Katsuki de quince años que tenía una mínima tolerancia a la mera existencia en ese mundo y que por todo estallaba. Pero no era justo culparlo. Katsuki más que nadie lo sabía. El papel que Izuku había jugado era simplemente de catalizador, pero era él quien había reaccionado, quien había permitido que sus emociones más oscuras salieran a flote y lastimaran al resto como se había prometido años atrás ya no hacer más.

—Me disculparé con todos mañana —dijo Katsuki, su tono apagado y similar al de un crío después de recibir un regaño por mal comportamiento.

—Y eso está genial, Katsuki —dijo Eijiro al echarle al hombre un brazo y atraerlo a su lado—. ¿Crees que puedas contarme qué te pasa?

Katsuki gruñó, pero al menos no era un no rotundo.

Algo era algo.

 

El puesto de ramen del que Eijiro había hecho mención antes resultó ser un establecimiento que podía considerarse una ranura entre dos paredes con apenas espacio para diez asientos y una radio destartalada en la que se escuchaban canciones de al menos cuarenta años atrás.

—Espera a que pruebes sus fideos —dijo Eijiro, y pidió por ambos dos tazones grandes con extra de carne de puerco y uno con abundante picante para Katsuki.

Mientras esperaban sus platos, pidieron dos cervezas y volvieron a abordar la conversación que los tenía ahí.

—Y bien —empezó Eijiro—, ¿qué pasa?

Entre mil frases de inicio que se le vinieron de golpe a la cabeza, Katsuki eligió la peor.

—Izuku es un idiota.

—¿Quién? —Las cejas de Eijiro se elevaron casi hasta su línea de cabello— Espera, ¿hablas de Midoriya? —Una pausa—. ¿Y desde cuándo lo llamas Izuku? Nunca eres así con los clientes.

—Da igual. —Katsuki se acercó la lata a los labios pero no bebió—. ¿Recuerdas los pastelillos que quería para su boda?

—Ajá, ¿qué con eso?

—Son una receta de la exnovia de su actual prometida. Ah sí, y él es gay.

—Espera... —La expresión de Eijiro se tornó confusa—. ¿Qué exnovia? ¿Hablas de Uraraka? ¿No te estás confundiendo de persona?

Katsuki exhaló con pesadez. —Mira, es una historia complicada de contar, así que escucha con atención porque no pienso repetirla...

Y como buen amigo que era, Eijiro le dedicó su completa atención.

 

Katsuki terminó su relato casi al mismo tiempo que su tazón de ramen, y para entonces la expresión de Eijiro había pasado por un arcoíris de emociones, que iba de la burla, la sorpresa, la incredulidad, el bochorno, la el escepticismo, el shock y por último...

—Es... romántico. No ves historias de amor como ésta en cualquier lado.

—No tiene nada de romántico —replicó Katsuki—. Es un fastidio.

—Ya, pero no decías eso cuando lo besabas.

—Claro que no. Tenía la boca ocupada como para hablar tonterías.

—¿Quieres mi consejo?

—No, pero igual lo vas a dar, ¿no?

Eijiro lo ignoró. —Como organizador de la boda Midoriya-Uraraka, te pediría que no te metas. Aunque ya han pagado en su totalidad mis servicios y estos no son reembolsables, hay bastantes cosas más en juego. Pero como amigo...

Por una vez, Katsuki no refutó que eran amigos, por muy ñoño que le resultara declararlo en voz alta a su edad en su sitio público.

—¿Has intentado contactar con Midoriya? ¿O él contigo?

—No.

—Ya veo...

—Mi única, uhm, esperanza era verlo el día de la boda en la recepción, pero entonces ya sería demasiado tarde.

—No seré yo quien te aconseje secuestrar al novio esa misma mañana o convencerlo de huir contigo —dijo Eijiro, y por un segundo Katsuki lo consideró, pero... La vida no era así.

—Tus consejos dan asco.

—Es tu vida amorosa la que da asco, colega —le codeó Eijiro, que como única compensación posible, se limitó a pagar la comida.

En un momento así, ese era el único consuelo que podía ofrecerle a Katsuki.

 

En una agonía que acrecentó sus niveles de estrés hasta la estratósfera, Katsuki se pasó los días previos a la boda de Izuku marcando una cuenta regresiva en su calendario y preparando toda clase de planes ridículos en su cabeza, donde secuestraba al novio y lo llevaba a vivir a su piso, donde los dos se dedicaban el resto de sus días a charlar, hornear y besarse en su cocina. Su plan no tenía pies ni cabeza más allá de ese punto, y seguro que tendrían que lidiar con toda clase de inconvenientes, pero Katsuki no se sentía preparado para más. A él sólo le bastaba en esas fantasías con impedir la boda, y el resto... Al resto más le valía caer bajo su propio peso.

Pero claro, una cosa era vivir esa fantasía en su cabeza y otra llevarla a la realidad. Y la suya era simplemente cumplir con un servicio a cambio de dinero, preparando esos Besos sabor té verde para la recepción y retirándose de la sala antes de que la feliz pareja hiciera su aparición. De si quería o no estar presente en el momento crucial en el que hicieran acto de presencia, Katsuki no lo tenía claro. Su trabajo tenía que estar terminado antes, y no era como si pudiera fingir que era una casualidad.

Además, para entonces Izuku estaría casado, y el camino de retorno intransitable.

Quizá sólo tenía que hacer borrón y cuenta nueva, olvidarse de Izuku como éste seguro ya lo había hecho con él, y... Lo que fuera. Katsuki podría conseguirlo, estaba seguro. Tomaría tiempo, y le costaría desprenderse de una buena porción de su alma y su corazón que ahora ya no le pertenecían, pero podía lograrlo. En un año, o una década. Quizá dos, pero tres para estar seguro.

Todavía mentalizándose con aquellos pensamientos, Katsuki casi saltó fuera de su piel cuando Kyoka entró a la cocina a buscarlo porque alguien en el mostrador preguntaba por él.

—¿Quién es? No tengo tiempo para estar entreteniendo visitas a deshoras. Que esto es una pastelería, no una cafetería, carajo —gruñó Katsuki.

—Ni idea, pero parece que es importante —insistió Kyoka—. Además es una clienta.

—¿Compró algo?

—Una docena de Besos sabor té verde. Se comió uno frente a la caja registradora, y entonces pidió hablar con la persona encargada de hornearlos.

Katsuki resopló. —Vale, pero no saldré. —Con desgana se señaló el delantal manchado de una mañana de trabajo en la pastelería—. Hazla pasar.

Con una mueca en el rostro y desgana en el cuerpo, Katsuki se sentó en un banquillo y aguardó a que Kyoka trajera consigo a la clienta que había insistido en conocerlo. Por alguna razón, Katsuki se había imaginado a una venerable ancianita que esperaba obtener un par de recetas de él o algo así, y en su lugar la persona que entró acompañada de Kyoka era una mujer de aproximadamente su edad, de largo cabello oscuro y un aspecto que vagamente le recordaba a una rana con sus ojos redondos e inexpresivos, la espalda ligeramente encorvada y un cierto halo batracio a su alrededor. La comparación bien podría haber sido ofensiva, pero Katsuki pensó que le sentaba bien y era atractivo a su manera mientras no se pusiera a croar en su cocina.

—Uhm, prepararé un poco de té —se excusó Kyoka de la cocina, y Katsuki le indicó a la desconocida que tomara asiento.

—Me presento —dijo la chica al quedar a solas—, soy Tsuyu Asui, y esos pastelillos que vi en la vitrina están hechos con una receta de mi creación original.

Katsuki abrió grandes los ojos, y su expresión de sorpresa hizo que Tsuyu, la misma Tsuyu de Izuku y su prometida, aquella a quien llamaban Tsu y que él había conocida indirectamente a través de su blog, malinterpretara su reacción.

—No pretendo nada salvo conocer cómo te has hecho de esa receta —dijo Tsuyu, que con voz baja agregó—: Me ha traído recuerdos, sólo eso.

—Tu blog, encontré la receta completa en tu blog —explicó Katsuki, y después carraspeó—. Pero ese no es el inicio de la historia.

—¿No lo es, señor...?

Katsuki cayó en cuenta que nunca había llegado a presentarse. La situación se lo había impedido.

—Katsuki Bakugou. Pero puedes llamarme Katsuki, porque yo a ti sólo te conozco como Tsu.

Tsuyu parpadeó despacio, y el parecido con una rana se acrecentó. —¿Me... conoces?

—Bueno, no. No directamente —dijo Katsuki, impaciente por el enredo que protagonizaban—. Pero a través de los relatos de Izuku, que es-...

—Oh —musitó Tsuyu, y se cruzó de brazos y se abrazó a sí misma—. Sé bien quién es. Solíamos ser amigos.

Katsuki chasqueó la lengua. —¿Y los amigos se roban a las novias entre sí? Sé toda la historia, al menos la mayor parte, o la que importa.

—Creo que ha sido un error venir aquí —amagó Tsuyu en ponerse en pie, pero Katsuki la retuvo con sus siguientes palabras.

—La boda será el próximo sábado. Yo sólo soy el pastelero de la recepción, y el novio ha pedido Besos sabor té verde para sorprender a la novia, pero cuanto más entiendo de ellos como pareja, menos claro me queda qué clase de sorpresa es la que pretende darle.

—Izuku jamás haría algo para lastimar a Ochako —salió Tsuyu en defensa de su viejo amigo—. Él...

—Él quiere esos pastelillos en la recepción y pasó dos semanas completas conmigo experimentando hasta dar con la receta exacta. Saca tus propias conclusiones —la desafió Katsuki, y el silencio que se instauró entre ellos sólo fue interrumpido por Kyoka cuando entró con el servicio de té en una charola y lo dejó frente a ellos en la barra, escabulléndose lo más rápido posible para no entrometerse en aquella peculiar conversación.

Sin lugar a dudas, había leído la atmósfera en la cocina, y no quería estar presente ni un segundo más de lo necesario.

—No me quedan claras sus intenciones —dijo Katsuki apenas volvieron a estar a solas, y Tsuyu lo observó con cautela, igual que una rana a una serpiente venenosa que está por atacar—. ¿Para qué los pastelillos? ¿Por qué la receta de una exnovia? ¿Por qué tanto engorro en un matrimonio falso?

—¿F-Falso? —Repitió Tsuyu, sus ojos de pronto en exceso acuosos—. ¿A qué te...?

—Claro. Seguro sabes que Izuku es gay, es tu amigo. —Tsuyu asintió—. Y la tal Ochako tampoco es heterosexual. Solía ser tu novia, ¿no? Así que quita esa cara de sorpresa.

Tsuyu se sorbió la nariz. —Terminamos porque... Ella ya no podía más ser así.

—Pf. —Katsuki hizo un gesto desdeñoso con la mano—. ¿Y acaso es gripe? ¿O caspa? ¿O se quita sólo con desearlo? Pues no.

—Puede que no —concedió Tsuyu—, pero es su decisión

«¿Pero tiene qué arrastrar a Izuku con ella?», pensó Katsuki, y algo en su rostro debió delatarlo, porque Tsuyu extendió la mano, y tentativamente le dio unas palmaditas en el brazo.

—No todas las historias terminan con ‘y vivieron felices’ —dijo Tsuyu como cierre a aquella conversación—. A veces sólo terminan y ya está.

—Pero... Los Besos sabor té verde —murmuró Katsuki, el corazón hecho nudo en el pecho.

—Para mí fueron Besos de despedida —dijo Tsuyu, abriendo la bolsa con el logo de Plus Ultra y extrayendo dos de los pastelillos. Uno lo empujó sobre la barra hasta que quedó al alcance de Katsuki, el otro lo sostuvo en su mano y lo examinó unos segundos—. Hacía tiempo que no los comía. Eran los favoritos de Ochako, y me había prometido jamás volver a probar uno. Casi había olvidado que existían... Prefería recordar otro tipo de Beso sabor té verde, pero... Quizá sea hora de seguir adelante, esta vez de verdad —dijo Tsuyu, y abriendo la boca, se metió todo el pastelillo en un gesto nada elegante y empezó a masticar en movimientos forzados.

Katsuki vio sus lágrimas pero no las mencionó.

Y Tsuyu también vio el exceso de humedad en sus ojos mientras Katsuki se comía su propio pastelillo, pero no lo humilló señalándolo.

En silencio, con té verde y pastelillos Besos sabor té verde, compartieron duelo por cada mitad de una pareja que en una semana saldría en definitivo de sus vidas al casarse entre sí.

 

Katsuki ya había salido de trabajar y estaba en el supermercado comprando los ingredientes necesarios para los pastelillos que ese fin de semana serían la atracción principal en la boda Midoriya-Uraraka cuando su móvil comenzó a vibrar como desquiciado en su bolsillo.

—Más vale que no sea de Plus Ultra —masculló Katsuki para sí, pues él no estaba de ánimos para volver a la tienda. En su lugar quería terminar con las compras, volver a casa y dormir hasta la mañana siguiente. Después de la visita de Tsuyu Asui (que había terminado con los ojos rojos y un íntimo abrazo antes de tomar caminos separados) su constante mal humor de días atrás había dado pie a un abatimiento, que pegajoso como caramelo en el fondo de una olla, se resistía a dejarlo ir.

Suponía Katsuki que aquella desazón desaparecería una vez terminara con el encargo de Izuku, pasara el día de la boda y de una vez por todas pudiera sacarlo de su sistema, a él y a su sonrisa junto con el recuerdo de aquellos besos compartidos en su cocina, pero mientras tanto planeaba no luchar demasiado con sus propios sentimientos y sólo dejarlos correr libres en su sistema y a su antojo. Después de años de reprimirse y con ello sufrir las consecuencias de su cólera, Katsuki había tenido que aprender a las malas que demostrar debilidad no era en sí ser débil, sino sólo humano. Mientras su melancolía no afectara su trabajo (o relaciones sociales), Katsuki podía darse por bien servido con aquel cuasi-rompimiento de corazón y seguir adelante.

O no.

Porque al extraer su móvil del bolsillo y examinar quién le escribía sin parar mensajes, descubrió noticias que ni en un millón de años habría esperado tener.

 

EK: ¡¿COLEGA, QUÉ HAS HECHO?!

EK: ¿Sabes tú algo de por qué Midoriya y Uraraka han cancelado de pronto su boda?

EK: De pronto tengo mensajes de todos los proveedores involucrados, y nadie sabe nada.

EK: Mucho menos yo.

EK: Los depósitos están hechos, igual los pagos.

EK: Todo está preparado para este fin de semana.

EK: Es la primera vez que tengo una cancelación.

EK: Esto es una catástrofe.

EK: ¿Crees que sea algo que yo haya hecho?

EK: ¿Serán mis servicios como organizador de bodas lo que los orilló a tomar esta decisión?

EK: ¡RESPONDE, KATSUKI!

EK: ¿Sabes tú algo de esto?

 

Katsuki leyó aquella ristra de mensajes varias veces, tratando de exprimir todo el significado posible pero sin encontrar nada que le fuera de provecho.

Ok, que Izuku y su prometida lesbiana habían puesto un alto a la boda eso lo tenía claro. Bien por ellos. Genial, de hecho... Para él.

«Oh no, Bakugou», se reprimió a sí mismo con la voz no de su sabiduría, sino de la llama que siempre ardía en su interior, «no seas idiota, esto no tiene nada que ver contigo. No te hagas ilusiones, idiota.»

—Vale, vale... Primero lo primero —masculló Katsuki entre dientes, mientras a la mitad del pasillo del supermercado y con el carrito de compra lleno a medias de los ingredientes que iba a utilizar para esa boda cancelada le escribía de vuelta a Eijiro.

 

KB: Ni te pienses que he tenido algo que ver en esto.

KB: Ese par no debería haber planeado una boda entre sí para empezar.

EK: ¡NO DIGAS ESO!

EK: ¿Te imaginas siquiera el lío en el que estoy metido?

EK: Una boda no puede cancelarse así como así.

EK: Mi teléfono no para de sonar con toda clase de llamadas y mensajes.

EK: Los proveedores del banquete están furiosos porque ahora tendrán filete para 200 invitados que ya no van a asistir a la boda.

EK: Y la florista amenazó en golpearme con los arreglos de crisantemos.

KB: ¿Entonces compro o no los ingredientes para los pastelillos?

KB: También debería avisar en la tienda que el pastel de bodas se cancela.

EK: ¿Crees que Uraraka y Midoriya puedan retractarse?

KB: Ni idea. Tú los conoces mejor que yo.

KB: Pero si tienen una pizca de cerebro dentro de esas cabezas suyas, no.

EK: Siempre tan intransigente, Katsuki...

KB: Bah. Lo que sea. Mantenme informado.

KB: Igual compraré los ingredientes. Nunca se sabe...

 

—Tsk, nunca se sabe... —Gruñó Katsuki, metiendo al carrito de compra más bolsas de harina y polvo de hornear.

Idiota él si no tenía lo necesario para hornear los Besos sabor té verde en caso de que la idiota pareja decidiera que siempre sí querían seguir adelante con aquel pacto suicida que era su boda. Doblemente idiota si no lo hacía, guardando esperanza con ello de que la noticia de Eijiro tuviera algo que ver con él, y que por lo tanto pudiera albergar esperanzas.

Porque Katsuki no lo iba a hacer. Claro que no. Él iba a seguir adelante con su vida. Continuaría con su duelo, e igual que Tsuyu, aprendería por fuerza de costumbre que los Besos sabor té verde traían consigo implícito el gusto de la despedida.

Mentalizándose a toda clase de pensamientos negativos para así no caer en el patetismo de albergar cualquier onza de optimismo en su interior que le indujera a pensar que él e Izuku tenían posibilidades de un futuro juntos, Katsuki cargó con las bolsas de compra hasta su departamento, con la vista baja y pateando cuanta piedrecilla se le cruzara en el camino.

Al cuerno con Izuku, y ya que estaba, también al diablo con la tal Ochako, que como amiga había sido una mierda por pedir algo como una relación ficticia, ¡una boda además!, porque no era capaz de vivir fuera de las cuatro paredes de su clóset. En el proceso habían lastimado a bastantes más personas de las que intentaban proteger, entre ellas a Tsuyu Asui, por quien ahora Katsuki sentía una extraña afinidad, y también a él. Daba lo mismo si jamás en la vida volvían a verse, pero Katsuki la recordaría como compañera de sufrimiento y desgracia. Ella también había padecido a manos de aquel par, y eso los convertía en sobrevivientes de la misma tragedia. Aquella que se había hecho llamar ‘boda Midoriya-Uraraka’ y que ahora no era sino una cancelación sin devolución de depósitos.

Tan absorto iba Katsuki en sus propios pensamientos y maldiciendo entre dientes a los causantes de su situación, que pasó por alto el vehículo estacionado frente a la entrada de su edificio. Después de todo, era una buena zona y sus vecinos siempre se peleaban por aquel puesto así que no era nada fuera de lo ordinario que siempre estuviera un automóvil ahí, pero para nada de trataba de eso.

La portezuela del copiloto de abrió, y Katsuki miró de pasada a una chica bajita y de cabello castaño que lo miró inquisitiva y le puso los pelos de punta.

El Katsuki de diez años atrás le habría interpelado qué diablos miraba, pero el Katsuki de la actualidad la ignoró. O mejor dicho, chasqueó la lengua, y con la mano se tanteó los pantalones buscando la llave de su piso.

—¿Es él? —Preguntó la chica, dirigiéndose a alguien dentro del automóvil, y la segunda voz sí la reconoció Katsuki.

—Sí, ese es Katsuki Bakugou —dijo Tsuyu, que desde detrás del volante le dirigió una sonrisa y un saludo.

Qué clase de reacción habría tenido Katsuki en una situación de la que no sabía gran cosa pero podía suponer mucho, eso ni él pudo conjeturarlo. Porque entonces su vista se desvió a los asientos posteriores del automóvil, y al instante reconoció a Izuku sentado ahí, y a juzgar por su apostura, deseando camuflarse con el tapiz del vehículo.

Katsuki no iba a ser quien lo juzgara. Él por su parte también habría querido que la acera se abriera y se lo tragara entero, pero no tuvo tiempo de saborear aquella sensación cuando la chica de cabello castaño dio un par de pasos en su dirección, y con una reverencia exagerada para los días que se vivían en Japón, se disculpó.

—Uhm, yo... ¡LO SIENTO MUCHO!

—Woah... —Katsuki retrocedió un paso—. Oye, no sé qué asunto crees que tienes conmigo o qué se te perdió por aquí, pero... —Sin soltar las bolsas de la compra y considerando sólo dejarlas ahí y correr a refugiarse al interior de su departamento, Katsuki contuvo la respiración cuando la portezuela de Tsuyu y la de Izuku se abrieron, y los dos bajaron del automóvil.

—Ochako... —Dijo Tsuyu, su voz doliente.

—He ocasionado problemas a todos con mi actitud y mis malas decisiones —prosiguió la chica de cabello castaño («Ochako, es la Ochako de Izuku, ¿o debería de decir de Tsuyu?», la reconoció Katsuki) sin levantar la vista del piso—. Es por eso que he querido venir aquí en persona a ofrecer mis más sinceras disculpas.

—A mí no me has hecho nada —farfulló Katsuki, incómodo a más no poder. Daba lo mismo si apenas un minuto atrás la mera mención del nombre Ochako Uraraka le revolvía el estómago, porque ahora que la tenía al frente y suplicando su perdón por razones que todavía no le terminaban de ser claras, porque ahora lo único que le apetecía era terminar esa charada y librarse de aquel grupo tan extraño.

—Directamente no, pero-... —Ochako se detuvo en seco cuando Katsuki dejó caer sus bolsas de compra al piso, y con fuerza y poca delicadeza la sujetó de los hombros y la hizo enderezarse para enfrentarlo cara a cara.

—Escúchame bien —dijo Katsuki—, no conmigo con quien debes disculparte. Yo no debería encabezar tu lista, cara redonda.

—¿Cara... redonda? —Ochako abrió la boca y formó con ella una O diminuta.

—¿Por qué no empiezas por la novia a la que le rompiste el corazón con tu cobardía por no salir del clóset, eh? ¿O a tu supuesto mejor amigo al que arrastraste casi al altar en una boda falsa, uh? ¿Por qué no empiezas por ellos y me dejas a mí en paz? Yo no soy... —Katsuki resopló—. Sólo soy el pastelero de esa boda que nunca debió de convertirse en más que una fantasía, carajo.

Para entonces Tsuyu había rodeado el vehículo, y se había posicionado al lado de Ochako. —Gracias por tu preocupación, Katsuki, pero Ochako ya hizo eso. En su lista de disculpas sólo faltas tú.

—¿Yo? ¿Y yo que carajos tengo que ver en este enredo que no me concierne? —Gruñó Katsuki, pero evitó en todo momento mirar a Izuku, que se había ido acercando al grupo, pero se mantenía al margen con un brazo alrededor de su cintura y apretándose el codo del lado opuesto.

—Izuku nos contó que-... —Empezó Ochako, y Katsuki estalló llevándose las manos a la cabeza y gritando:

—¡Sólo fueron unos cuantos besos! ¡ARGH!

—... se había enamorado de ti —finalizó Ochako, y Tsuyu sonrió para sí.

—Pero lo de los besos se lo guardó. Buena esa de esconder que era recíproco.

—Seguro porque no quería hacerme sentir culpable si los planes de la boda continuaban —dijo Ochako, y sus ojos se humedecieron—. Oh, Izuku... ¿Cómo pude ser tan egoísta?

Izuku encogió un hombro. —¿Para qué son los amigos si no?

—Ustedes dos lo llevaron al extremo —rezongó Katsuki, que no pudo evitar preguntar—. Hablando de la boda... ¿Es cierto entonces?

Ochako unió sus dedos frente a ella. —Uhm, sí. Tsuyu y yo volvemos a estar juntas y cancelé la boda. Resulta que más de la mitad de los invitados sospechaba que pasaría eso. La otra mitad seguro creía que nos divorciaríamos antes del año, así de obvios éramos... Todos menos mis padres... Ellos daban por sentado que serían abuelos antes de fin de año. Uhm, en todo caso... Nos fugaremos.

—¡¿Los tres?! —Exclamó Katsuki, incapaz de creer semejante final, pero Tsuyu tuvo la paciencia de corregirlo.

—No, Ochako y yo. Nos esconderemos un tiempo en casa de una amiga mientras las aguas se calman y sus padres digieren la noticia.

—¿Pero qué hay de Izuku?

—Por como resultaron las cosas, yo jugaré el papel del novio abandonado —bromeó Izuku, llevándose una mano a la nuca y acariciándose ahí—. Después, cuando admita que soy gay, diré que fue culpa de Ochako.

—Yo se lo pedí así —dijo la propia Ochako—. Es mi manera de compensárselo.

Katsuki chasqueó la lengua. —¿Y eso es lo que llaman un final feliz? Que sepan que no les devolveré el depósito de los pastelillos. Acabo de comprar los ingredientes y no son reembolsables.

—Puedes quedarte con el pago. Fue gracias a tus pastelillos y a tu intervención que todo esto resultó así —dijo Ochako, que acercándose una vez más a Katsuki se puso de puntillas y le echó los brazos alrededor del cuello.

Paralizado por la repentina muestra de afecto, Katsuki se quedó congelado en su sitio cuando Ochako le besó la mejilla y después dijo:

—Gracias, Kacchan.

—¿Cómo me has-...?

—Fue un placer volver a verte, Katsuki —dijo Tsuyu cuando Ochako lo dejó ir, y besó su otra mejilla—. Cuida a Izuku por nosotras, ¿sí?

—¡¿Uh?!

—Chicas... —Rezongó Izuku, pero él también recibió aquel mismo trato con abrazos y besos antes de que Ochako y Tsuyu volvieran a montar en el automóvil y se marcharan.

A solas en la calle y con al menos una conversación pendiente (pero deseos de mucho más), sin necesidad de verbalizarlo fue que Izuku ayudó a Katsuki con las bolsas de la compra y juntos subieron a su piso.

 

Katsuki había esperado hablar y después, si todo salía bien, ir a la cama. En su lugar, hablaron en la cama, pero sólo eso.

Vestidos y con una distancia de al menos treinta centímetros entre ambos, costaba creer que habían conseguido poner un alto a los besos desesperados con los que habían entrado al piso y dejado las compras en la primera superficie plana que encontraron a su paso, pero había sido Katsuki quien pusiera un alto a esos avances porque quería la primicia de aquella historia.

—So... —Empezó Izuku casi con aburrimiento—. Preparé los Besos sabor té verde y se los di a probar a Ochako la misma noche en que tú y yo, uhm, nos besamos. Ella lloró, erm, de hecho lloramos los dos porque Tsuyu era quien... Como sea, esa parte de la historia ya la conoces.

—También conocí a Tsuyu.

—Seh... Mundo pequeño, ¿no? Ochako estaba convencida de que Tsu no querría ni volver a verla, y cuando fue a su piso para implorar por su perdón la encontró horneando Besos sabor té verde.

—Estúpidos Besos sabor té verde —gruñó Katsuki—. Me tienen hasta los... Argh.

—Supongo que no querrás saber el resto —murmuró Izuku, pero Katsuki rodó en la cama hasta quedar sobre su costado y lo instó a continuar.

—Oh no, no te escaparás tan fácil. ¿Qué pasó después?

—Justo lo que debía ser. Ochako admitió que no podía seguir adelante con la boda y que todavía amaba a Tsuyu. Y Tsuyu tampoco había podido olvidar a Ochako así que eligieron fugarse juntas. Ochako y yo cancelamos la boda, aunque oficialmente fue Ochako porque quería dejar bien en claro la razón por la que lo hacía...

—¿Y qué pasa contigo?

—¿Conmigo? —Izuku suspiró—. Yo... Supongo que mantengo un perfil bajo un par de meses. Los padres de Ochako se disculparon sin parar por lo ocurrido, y casi siento pena por todo lo que tendrán que pagar de una boda que al final no se realizó, pero dadas las circunstancias este es el mejor final posible, ¿no crees? Ochako y Tsuyu serán felices juntas.

—¿Y tú?

—Yo seré feliz por ellas.

—No, idiota —le riñó Katsuki, incorporándose sobre un codo, y posando su otra mano en la que Izuku tenía en su propio estómago—. Mereces tu propia felicidad. Es por eso que estás aquí, ¿o no?

Izuku tuvo la decencia de sonreír. —Uhm, no quería dar por sentado nada...

—Bien —dijo Katsuki, acercándose más a él hasta que sus rostros estuvieron casi pegados—. Pero antes... ¿Por qué cara redonda me llamó Kacchan?

—Ah, eso... —Balbuceó Izuku, y elevó la cabeza para que sus labios rozaran los de Katsuki—. Puede que así te llamara frente a ella...

—Te llamo idiota sin parar, ¿y tú eliges darme un apodo como Kacchan? —Katsuki expresó su descontento con un ruido gutural que provocó en Izuku una reacción inusitada cuando éste entrecerró los ojos y se estremeció.

—¿Te molesta?

—No. Pero... No permitiré que nadie que no seas tú lo utilice —dijo Katsuki, uniendo sus bocas en un beso.

No el primero, ciertamente tampoco el último de muchos más que estarían por venir. Y tampoco tenía un toque de té verde, pero esos besos no eran los suyos sino de otra pareja que experimentaba ya su propia versión de la felicidad.

E igual que con el sabor, ellos también buscarían su definición particular.

 

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BESOS SABOR TÉ VERDE

 

Tiempo de preparación: 45 min.

Porciones: 8 personas.

 

Ingredientes:

~ 1 ½ taza de harina de trigo.

~ 3 cda maicena/fécula de maíz.

~ 1 ¾ cda polvo de hornear.

~ ¾ - 1 taza de azúcar.

~ 2 huevos.

~ ½ taza mantequilla sin sal.

~ 2 cda de vainilla.

~ ½ taza de leche.

~ 1 bolsita de té verde (apróx. 1g).

 

Pasos:

1.- Poner el horno a 175ºC.

2.- Calentar la leche sin llevar a ebullición y poner a remojar la bolsita de té verde.

3.- Cernir (pasar sobre un tamiz fino) la harina, la maicena y el polvo de hornear hasta tener una mezcla uniforme.

4.-Mezclar mantequilla derretida y azúcar con batidora. Agregar los huevos uno a uno. Adicionar la vainilla.

5.- Agregar poco a poco la mezcla de harinas a la mezcla. Batir hasta que no queden grumos.

6.- Retirar la bolsa de té de la leche y vaciar en la mezcla.

7.- Engrasar y enharinar un molde. Vaciar la mezcla. Cocinar hasta que el palillo salga limpio (aproximadamente 20-25 minutos).

8.- Dejar reposar 5 minutos antes de despegar del molde, y 10 minutos antes de comer.

9.- Disfrutar con una taza de té verde.

 

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Notas finales:

Por supuesto, después de escribir Besos sabor té verde unas 43 veces en el fic (las conté) no podía fallar en dejarles la receta. Si los preparan, no duden en hacérmelo saber, sobre todo si les gustaron :)
Mi obsesión por el bakudeku es tal que ya tengo un fic de 13 capítulos esperando beteo y otro de 5 capítulos que estoy por terminar y que sin duda verán próximamente en la página. Eso sin contar con planes como para 10 fics más y después... ¿Quién sabe? Yo no por seguro.
Graxie por llegar conmigo hasta el final del fic; cualquier comentario, duda, queja y/o sugerencia es bien recibido~


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