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¿Es el fin del amor? por Kitana

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Notas del capitulo:

Debi subir esto ayer, pero huboproblemas técnicos, en fin, espero que lo disfruten

No solo para Hyoga había tenido repercusiones que Camus volviera a encontrarse con Milo. Shura también se había visto afectado con lo que ocurrió esa noche. Aiolia estaba de un humor insoportable. En realidad no podía culparlo. Su prometido amaba a Milo casi como a otro hermano y la presencia de Camus en la reunión había causado más líos de los que había se había imaginado cuando decidió que no podía dejar de invitarlo a su boda. Habían discutido, Aiolia lo había mandado al demonio en más de una forma. Pero Camus seguía siendo su amigo y no iba a darle la espalda.

Aunque, sí lo pensaba un poco, tal vez Aiolia estaba en lo cierto al afirmar que nadie en el mundo entero estaba listo para que esos dos se encontraran de nuevo. Tal vez Aiolia también había tenido la razón al decirle que lo mejor para todos era que ellos no volvieran a encontrarse. La cosa había terminado mal para todos. Camus prácticamente se había escapado de la fiesta y Aiolia había estado a dos segundos de cancelar la boda.

Tal vez y solo tal vez, había metido la pata hasta la axila empeñándose en tenerlos a ambos en su fiesta porque en realidad quería a ambos, ambos eran sus amigos. Shura no tenía idea de cómo iban a terminar las cosas para Camus, pero de lo que sí se estaba formando una idea era de que su amigo estaría muy mal después de ver a Milo. Entendió que su amigo necesitaba hablar con alguien cuando recibió esa llamada intempestiva a media mañana el lunes que siguió a la reunión. Cuando lo vio, le pareció que era obvio que Camus no había dormido en días. También era obvio que había llorado, no podía negarlo.

—No sé ni cómo decirlo, Shura —susurró Camus cuando el mesero de ese destartalado restaurante en que solían reunirse se retiró.

—Pues, anda, sólo dilo así como se te viene a la cabeza —dijo el español, nervioso, asustado de las mil posibilidades que leía en los verdes ojos de su amigo.

—Sigo enamorado de él… no me lo explico, pero así es. Todavía lo amo —a Shura se le escapó una carcajada nerviosa —. No deberías burlarte de mí, ni de mis sentimientos. Te lo estoy diciendo en serio, y te lo digo porque se supone que eres mi amigo.

—No me burlo, me rio porque estoy nervioso, tú sabes que me rio como idiota cuando estoy nervioso. Esto es algo que no me esperaba. Al menos no de ti. Esperaba que esa frasecita me la dijera él, no tú.

— ¿Podrías ser más empático? — Shura volvió a reír.

—Créeme, intento serlo. Pero me es difícil encajar que sigas enamorado de él después de cinco años de evitarlo como a la peste y de pretender ignorar su existencia con tanta eficacia como lo hiciste.

— ¿Por qué no me dijiste que salía con alguien? — le reprochó Camus.

—No pensé que te importaría, tu actitud me hizo suponer que para ti él era cosa del pasado, que ya no te importaba ni un poco, y ¿te recuerdo lo que pasó cuando te dije que se había ido de viaje por Europa? Me ignoraste, y realmente no me gusta que la gente me ignore, en especial si son mis amigos los que lo hacen.

—Aun así, tenías que haberme dicho que ya estaba con alguien, al menos para que estuviera preparado.

—Supongo que sí… bien, lo lamento. Diré en mi defensa que lo habría tenido difícil poniéndote al día de todos sus asuntos amorosos. No se volvió precisamente un monje cuando salió del hospital, ¿sabes? —Camus frunció el ceño, inquieto y preocupado —. OK, lo siento, tenía que haberte dicho que estaba con alguien ahora.

— ¿Qué tan serio es? ¿Es algo formal? —preguntó Camus titubeante. Shura tuvo la impresión de que el oxígeno se agotaba, esa era una pregunta que había esperado no tener que responder él —. ¿Shura?

—Están recién casados, Aiolia y yo fuimos a su boda—soltó Shura de golpe, Camus estuvo a punto de derramar su bebida —. Según entiendo, se conocieron en una fiesta, fue un flechazo o algo así. La verdad es que no sé bien cómo fue que se conocieron, sólo sé que un buen día le preguntó a Aiolia si podíamos cenar con él, nos lo presentó, y unos días después lo llevó a una cena donde estarían todos los amigos del grupo, y entonces nos dijo a todos que se casarían, eso fue hace unos tres, casi cuatro meses.

— ¿Qué demonios estaba pensando Milo? —dijo Camus intentando por todos los medios recobrar la compostura.

—Tú sabes cómo es él, no es precisamente el más reflexivo de los hombres, hasta donde sé no le dijo nada a nadie, así que no hubo forma de disuadirlo—dijo Shura, como queriendo restarle importancia, rogando en su fuero interno que Camus no quisiera averiguar más al respecto.

— ¿De qué hablas?

—Bien, no conozco los detalles, pero puedo decirte que Afrodita, ese es su nombre, está esperando un hijo. Por eso se casaron.

—Dios… así que Milo va totalmente en serio. Siempre dijo que quería formar una familia. Ese era el plan del que siempre hablaba…una familia, una casa… todas esas cosas de las que siempre hablaba.

—Sí, se podría decir que sí, van totalmente en serio aunque, si me lo preguntas, no tienen absolutamente nada en común.

—Entonces no puedo ni soñar con que lo deje y vuelva conmigo, ¿verdad? —dijo Camus con preocupación.

—Yo no contaría con eso sí fuera tú.

—Por todos los dioses… —murmuró Camus —. ¿Lo ves? Yo sabía que esto iba a terminar pasando tarde o temprano. Era cuestión de tiempo para que saliera corriendo detrás del aroma de un omega. Por eso terminé con él hace años… — dijo Camus a punto de perder la cabeza.

—Pues, sí te hubieras quedado con él, si hubieras dicho sí cuando él te lo propuso, tal vez nada de eso hubiera pasado. Si te hubieras quedado con él, tal vez serías tú el que estuviera casado con él y esperando a su hijo y no ese sueco libertino — le respondió Shura con cierto reproche.

—Pero dije no, y ahora no podemos saber sí las cosas habrían terminado bien o no.

—Tienes razón, no, no podemos, como no podías saber entonces que no ibas a olvidarlo así nada más, ¿verdad? Como sea, Camus, ¿comprendes que él ya no es para ti?—Camus apartó el rostro. Quería llorar. Lo único que evitó que rompiera en llanto ahí mismo fue su enorme orgullo. Se despidió de Shura desolado y francamente triste. No había mucho que hacer si esperaban un hijo. Creía conocer a Milo. Para él lo más importante siempre había sido la familia.

Para Shura no fue difícil comprender que los sentimientos de Camus hacía Milo siempre habían sido más profundos de lo que incluso el propio Camus creía. Era una lástima que ese reconocimiento llegara tan a destiempo para todos.

En medio de algunos ataques de ansiedad y unas cuantas noches en vela para Camus, el sábado llegó finalmente. Era el día en que se celebraría la boda de Aiolia y Shura. Era una perfecta mañana de otoño y estaban tan sólo a unas horas de la boda. El clima prometía ser perfecto y todo estaba dispuesto para un día memorable.

Mientras tomaba una ducha, Camus se dijo que quizá iba a necesitar de algo más que la compañía de Hyoga para sobrellevar la experiencia. Se rio de sí mismo al percatarse de que su mente estaba ideando la mejor excusa para no presentarse. Shura no iba a perdonarle faltar a su boda, ni siquiera sabiendo la revolución que se había desatado en él por el reencuentro con Milo. Además, se repitió, se lo debía a su amigo, su mejor amigo de todos esos años. Tenía que hacer acopio de fuerzas y alzar la cara, debía estar en esa boda. Iba a estar ahí, sin importar nada.

Sin embargo, sucedió algo que no esperaba. Casi se echó a llorar cuando, una hora antes de la ceremonia, Hyoga llamó para decirle que no podría acompañarlo. Isaac, su hermano había tenido un accidente en el trabajo y lo estaban llevando al hospital. Evidentemente no podía pedirle que dejara solo a su hermano para acompañarlo a una boda. No tener acompañante era más que un contratiempo. Alguien allá arriba se estaba riendo a mandíbula batiente de su desgracia. En un arranque de desesperación, tomó el teléfono y a punto estuvo de llamar a Shura y pedirle que lo disculpara. No iba a meterse sólo en la boca del lobo. Si la fiesta de despedida de solteros había sido molesta, la recepción después de la boda le prometía ser un verdadero tormento sin la presencia de su novio. Sin embargo, reconsideró de inmediato. Todo lo que hizo fue pedir un taxi en una aplicación para poder ir a la boda, se había quedado sin transporte.

No quería pensar en Milo, pero lo hacía. Se lo imaginaba llegando con su marido colgado de su brazo, todos sonrisas ambos, felices, radiantes, mientras él languidecía en un rincón, envidioso y arrepentido. No sabía que iba a ser peor, el espectáculo de Milo y su esposo, o el desdén de esos que antes habían sido sus amigos. Pero lo iba a tolerar, al menos por un rato, sólo por Shura. Todo era por Shura.

 

— o —

Milo, por su parte, a penas si había pensado en su encuentro con Camus. Tenía demasiadas cosas entre manos como para ocuparse al respecto. Aquella mañana, a diferencia de los días previos. Milo se levantó de mejor humor. Había sido una semana difícil después de la fiesta de despedida de solteros de sus amigos. Los cambios de humor de Afrodita estaban volviéndolos locos a ambos. Afrodita estaba entrando al segundo trimestre y las cosas, lejos de serenarse, parecían estar poniéndose cada día más difíciles entre ellos. Al parecer eran incapaces de llevar una relación siquiera civilizada pese a que estaban esperando un hijo. Afrodita era complicado y Milo carecía de la paciencia necesaria para comprenderlo.

En honor a la verdad, las cosas no habían sido fáciles entre ellos desde el comienzo. Había constantes roces entre ellos y discusiones absurdas por motivos absurdos. Quizá por la forma en que iniciaron su relación, no estaba siendo sencillo llegar a un entendimiento mutuo. Desde el primer día de su matrimonio, Milo vivía en medio de una constante zozobra por causa de un posible divorcio. Las cosas no eran tan ideales como ambos hacían parecer fuera de la privacidad de su hogar.

Afrodita no se había casado con él por elección, era algo que el alpha tenía perfectamente claro. Afrodita se había visto obligado a contraer matrimonio con él debido a las circunstancias, y eso hacía que las cosas entre ellos no fluyeran como lo hubieran hecho si ambos hubieran llegado al matrimonio por voluntad y no obligados por las circunstancias. Aun así, Milo estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conservar tanto a su hijo por nacer como a su matrimonio, aún si Afrodita pensaba lo contrario, algo que el sueco no perdía ocasión de hacer patente.

Acababan de dar las siete de la mañana cuando se sentó frente al televisor con un café en la mano. Miraba el noticiero sin atender realmente, su mente estaba lejos de ahí. Pensaba en Camus, en cómo habían sido las cosas entre ellos y en cómo había terminado su relación. Aquellos no habían sido los mejores tiempos para él. Se había dejado llevar por el dolor, no había pensado en nada más que en terminar con todo. Más de una vez se había preguntado cómo habrían sido las cosas entre ellos de no haberse separado.

Había estado muy enamorado de Camus. Más de lo que había estado en toda su vida. Perderlo había significado la debacle para él. Todo se había ido al demonio después de que terminaran. Jamás había entendido los motivos de su ex pareja. Todos los argumentos de Camus le habían parecido meros pretextos para no admitir que había dejado de amarlo y que no había encontrado mejor momento para decírselo que cuando se atrevió a pedirle matrimonio. Sí al menos hubiera sabido lo que él pensaba desde el comienzo, se habrían ahorrado un montón de sufrimiento ambos. Mil veces había pensado en que habría sido mejor no conocerlo nunca.

En el presente, no tenía que pensar demasiado sobre sus sentimientos, Milo estaba bien seguro de lo que sentía por Camus. No podía fingir que todo estaba bien y que no le guardaba rencor por lo que había ocurrido entre ellos. Por supuesto que le guardaba rencor, un rencor visceral y tóxico que le hacía perder el control y la razón cada vez que recordaba cómo habían terminado las cosas entre ellos. Aunque su rencor se fundaba más en la forma en que Camus había hecho las cosas que en la situación en sí misma. Lo que había sucedido entre ellos había marcado su vida. Después de Camus, se había cerrado a todo. Había perdido la confianza en todo y en todos, aún en él mismo. Le había costado mucho reponerse. Había sido difícil retomar el rumbo. Ese accidente que sufrió en su loca carrera por olvidar, paradójicamente, lo había hecho reflexionar sobre lo mal que estaba haciendo las cosas, sobre el rumbo que le estaba dando a su vida.

Una vez que se recuperó del accidente y a pesar de las protestas de su hermano y de más de uno de sus amigos, abandonó el país. Durante un par de años se limitó a vivir la vida, a hacer esas cosas que hasta entonces sólo habían sido fantasías, ilusiones, planes de adolescente que jamás creyó concretar. Escribía cartas interminables que no siempre enviaba, cartas que a veces rompía. Todo lo que quería era olvidar a Camus, y para ello se convenció de que debía ocupar su mente y su tiempo en cosas que lo distrajeran de pensar en él, en lo que no había podido ser. Necesitaba encontrar otra forma de vivir. Necesitaba olvidar a Camus y ser capaz de seguir adelante.

Durante dos años recorrió el mundo y surfeó en todas las playas del mundo, a solas y algunas veces, en compañía del único amigo que siempre le seguía el paso: Aiolia. Él había sido el más cercano a Milo durante ese tiempo tan difícil, sin embargo, no era el único de sus amigos con el que mantenía contacto.

Luego volvió a casa por un tiempo, cuando Kardia comenzó a mostrar signos de la enfermedad que en el presente lo tenía entre el hospital y su hogar. Le tomo seis meses más decidir que era hora de regresar a casa. Al volver, gracias a los contactos de su familia, consiguió un empleo que  lo llevaba de un rincón a otro del mundo. Su vida estaba resuelta, de algún modo. A veces se sentía solo, algo vacío, sin embargo, bastaba con embarcarse en una nueva experiencia límite para olvidarse de ello. Había renunciado a la vida en familia, a convertirse en padre y esposo, cosas que en el pasado habían sido el centro de sus planes futuros y a las que ya no les hallaba sentido alguno. Estaba desencantado de todo. En los últimos años no había estado entre sus planes casarse, mucho menos tener un hijo, y justo a eso tuvo que enfrentarse cuando Afrodita irrumpió en su vida.

Luego de casi cuatro meses de vida en común, Milo se pensaba que sí esa noche en que Afrodita entró en su vida no hubiera bebido tanto, quizá ni siquiera lo hubiera conocido. Era imposible deshacer lo andado, en su presente, Afrodita era parte de su vida. Iba a darle un hijo. Era su esposo, aún sí ninguno de los dos estaba del todo conforme con ello. Las cosas con su ahora esposo eran todo menos tradicionales. Desde el momento en que se conocieron ambos se percataron que más allá de buena química, tenían poco en común. Milo era un tipo despreocupado, incapaz de tomarse en serio ni a sí mismo, huyendo del dolor y de su pasado, no se quedaba jamás lo suficiente como para salir herido. Afrodita, por su parte, estaba despechado tras un divorcio particularmente traumático que lo había dejado con el corazón en mil pedazos y sin rumbo fijo; necesitaba reencontrarse consigo mismo.

Afrodita había llegado a Atenas para reunirse con su hermano mayor para reiniciar su vida. Había hecho el viaje en compañía de su mejor amigo de toda la vida, el encargado de recoger sus pedazos después de un matrimonio caótico que termino cuando el esposo de Afrodita lo abandonó por un amigo en común. Gaetano había asumido de buen grado la encomienda de hacerle compañía y encargarse de que no se hiciera más daño aún. Gaetano se reprochaba haber fallado épicamente en lo segundo. Enredarse con un tipo como Milo no era la mejor receta para sacar a flote a Afrodita.

Cuando se conocieron en ese club nocturno, la forma en que Milo sonreía cuando estaba cerca de Afrodita disparó todas las alarmas de Gaetano. Ese tipo se parecía demasiado al ex de Afrodita, mucho más de lo que hubiera querido y de lo que Afrodita era capaz de reconocer conscientemente. Pese a todos los esfuerzos de Gaetano, Afrodita terminó bailando y charlando con Milo, bebieron algunas copas, más de las que la prudencia dictaba y, cuando menos se lo esperaba, se desaparecieron de su vista sin decir nada.

Afrodita y Milo se fueron juntos esa noche al departamento del griego. No habría sido tan malo si no hubiera sido porque el celo de Afrodita se adelantó y lo que pintaba para ser un asunto de sólo una noche, se convirtió en tres días de lujuria fuera de su casa y del radar de su familia y del de Gaetano.

Cuando el celo pasó, tanto Afrodita como Milo tenían claro que no volveríanm a verse después. Intercambiaron números como un mero formalismo y a modo de precaución por parte del alpha. Milo tuvo la cortesía de llevar a Afrodita de vuelta a casa, se despidieron con una sonrisa en los labios, convencidos ambos de que esa era la última vez que se verían.

Después de los tres días al lado de Milo, Afrodita decidió que era momento de parar, había llegado la hora de volver a tomar las riendas de su vida, después de todo, el encuentro con Milo lo había ayudado a comprender que el divorcio no era el fin del mundo, la partida de su ex y la traición de su amigo no habían acabado con él. Podía reconstruir su vida cuando fuera el momento.

Una vez en casa, Afrodita tuvo que tolerar una reprimenda particularmente severa por parte de su hermano mayor. Albafica no se tomó nada bien que desapareciera así como así con un alpha desconocido, lejos de casa y que hubiera dejado todo botado por tres días sin siquiera una llamada de por medio. De cualquier forma, las cosas volvieron a su cauce normal a los pocos días de su regreso. Albafica no solía estar enfadado por mucho tiempo con su querido hermano menor. Para Afrodita la experiencia se convirtió en su secretito sucio y al recordarlo, le arrancaba una sonrisa. Pero no volvió a pensar más en él sino hasta un par de meses después.

Aunque había decidido que no repetiría la experiencia con aquel omega, un buen día, en que la soledad apremiaba, Milo decidió llamar a Afrodita e invitarle una copa. Se dijo que ese omega era agradable, atractivo, se podía charlar con él, ¿por qué no volver a verlo? Ese había sido sólo el comienzo. Comenzaron a verse con frecuencia. Cada vez que Milo tenía un compromiso social, de esos ineludibles, llamaba a Afrodita para que lo acompañara. El omega era bellísimo, elegante, con buen gusto, Milo siempre se decía que, si su madre viviera, seguro lo aprobaría como yerno. Afrodita, por su parte, lo llamaba cuando tenía ganas de sentirse un poco mimado. Milo podía parecer duro, pero en realidad era atento y gentil en más de una forma. El alpha le arrancó varias sonrisas espontáneas con obsequios inesperados, ramos enormes de rosas y desayunos en la cama, viajes inesperados. Milo sabía hacerse notar.

Por supuesto que ninguno de los dos hizo caso a las advertencias de sus respectivos amigos. Se sentían bien juntos y no se tomaban en serio eso que había entre ellos. Se veían uno al otro como simples compañeros, cómplices que tenían sexo de vez en cuando. Afrodita había logrado fortalecer de nueva cuenta su autoestima gracias a Milo, y Milo se había percatado de que era capaz de sentir algo agradable por alguien, aunque no quería ponerle nombre aún.

 Sin embargo, ocurrió algo que ninguno de los involucrados había siquiera imaginado. Unas semanas más tarde, Afrodita descubrió, no sin cierto temor, que estaba esperando un hijo. Un hijo de ese griego irreverente y de piel tostada. Un hijo de un hombre del que a penas conocía ciertas cosas, un hombre al que no conocía a profundidad. No pudo y no quiso ocultárselo a su hermano. A Albafica casi le dio un infarto cuando lo supo, Minos, su esposo, fue más pragmático y comprensivo. Preguntó a Afrodita lo que quería hacer. Cuando Afrodita le contestó que no tenía ni puta idea de qué hacer, Minos se limitó a sonreír condescendiente y a pedirle que dejara todo en sus manos, no sin antes asegurarle que haría lo mejor para él. Afrodita decidió confiar en su cuñado, no tenía razones para no hacerlo. Pese a un inicio abrupto, la relación entre su hermano mayor y  Minos se había consolidado y Afrodita se sentía seguro con él. Por eso accedió sin reparos a darle el número del alpha, sin imaginarse nada que no fuera que su cuñado pretendía ayudarlo a solucionar la situación.

Minos le aconsejó de inmediato que le comunicara a Milo la situación. Afrodita entendió que era lo lógico, y que, en realidad, a él era a quién debió decírselo primero. Milo, en realidad, no se lo tomó a mal. Hasta sonrió cuando supo la noticia. Porque para él era una buena noticia. Cuando Afrodita le pidió reunirse con su hermano y su cuñado, Milo no tuvo objeción alguna, era lo lógico. No le pasó por la cabeza que Afrodita no pensaba lo mismo que él sobre lo que debía hacerse en la situación en la que se encontraban.

Notas finales:

Nos vemos la proxima semana!


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