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¿Es el fin del amor? por Kitana

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Notas del capitulo:

Lamento la tardanza, pero aqui esta el nuevo capítulo. Advertencia, hay un poco de soft lemon, espero que les guste

Camus llegó justo a tiempo para ver a Aiolia llegar a la iglesia. Realmente se veía radiante. Era evidente que los novios habían cuidado cada detalle de su gran día. Había amor en cada pequeño aspecto. Repentinamente le vino a la mente que, con toda certeza, de haber seguido con Milo, su boda habría sido muy parecida a esa, quizá más fastuosa, aunque con más gente, Mio tenía amigos hasta debajo de las piedras.

 

En silencio, y con cierto sigilo, Camus aprovechó la conmoción por la llegada de Aiola para escabullirse al interior de la iglesia. Esperaba pasar desapercibido y evitar las miradas acusadoras y los murmullos llenos de desaprobación. No fue del todo posible, pero el desagrado por su presencia, pasó a segundo término cuando Aiolia entró a la iglesia del brazo de Milo, con el hermano mayor de Aiolia detrás de ellos. Los tres sonreían y se veían más que felices. Sin embargo, hubo un detalle que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes, mucho menos para Camus. El esposo de Milo no estaba ahí. La mente de Camus de inmediato comenzó a hilar teorías. Pero de inmediato desechó esas ideas. No tenía derecho a siquiera asomarse a la vida de Milo cuando había sido él mismo quien saliera de ella. Necesitaba dejar de pensar en esas cosas.

 

Durante la ceremonia, Camus no fue capaz de quitarle los ojos de encima a Milo, realmente no parecía que hubiera pasado cinco años. Por momentos podía imaginarse a sí mismo en el lugar de Aiolia y a Milo en el lugar de Shura.  Definitivamente el terminar con él había sido el peor error de su vida. Ahora lo sabía. Lamentablemente no podía dar marcha atrás. Tenía que aceptar que todo se había terminado. Necesitaba hacerlo para poder seguir adelante. Los cinco años anteriores no lo habían preparado para lo que estaba sucediendo. Nada lo había preparado para enfrentar lo que estaba enfrentando en esos momentos.  Se sentía a la deriva, se sentía terriblemente triste. No quería pensar en todo lo que había perdido después de una mala decisión.

Al terminar la ceremonia, mientras los novios se hacían fotografías y los asistentes comentaban los detalles más conmovedores, Camus lo miraba todo a la distancia. Con una sonrisa amarga, contemplaba a su amigo, completamente feliz al haber contraído matrimonio con el amor de su vida. Shura no tardo en buscarlo, quería una fotografía con su amigo en su gran día.

— ¿Dónde te habías metido? — dijo Shura, sonriente.

—Yo… bueno, estaba por… ahí…

—Vamos a tomarnos una foto, ¿quieres?

—Pero…

—Sin peros, es mi boda y necesito una fotografía contigo.

— ¿Crees que Aiolia lo permita?

—Ya hablé con él. Tranquilo, sólo será una fotografía.

—Bien…

 

Lo que iba a ser una sola fotografía, se convirtió en una serie de fotografías, Camus no sabía ni donde estaba parado, a su alrededor todo parecía girar a la velocidad de la luz. Parecía que, al menos por ese momento, todos se habían olvidado del pasado y se concentraban en el presente, en ese momento feliz que estaban compartiendo. El trayecto al lugar del banquete fue mucho más ligero de lo que Camus había creído. Con esa perspectiva, Camus se dijo que la situación sería más llevadera en el banquete. Lo sentaron en la mesa donde se encontraban las ancianas tías de Shura. las tías de su amigo le caían, eran agradables, y muy simpáticas, sin embargo, el que lo hubieran puesto en esa mesa significaba que aún no había sido perdonado del todo, o que era lo mejor que Shura le habría conseguido al negociar con Aiolia. Decidió no darle importancia. Lo importante era compartir el gran día de su amigo. Lo demás, bien podía pasarlo por alto.

 

La recepción fue un éxito, en todos los aspectos. La gente se divertía, bailaba, charlaba, compartía anécdotas de los novios. Mientras tanto, Camus se dejó arrastrar por la melancolía y bebió sin fijarse demasiado en las consecuencias ni en la cantidad de alcohol que estaba consumiendo, cuando vino a darse cuenta, ya había bebido mucho más de lo que acostumbraba beber. Decidió que era momento de irse. Pero antes se refrescaría, pediría un taxi y volvería a su departamento a rumiar su dolor y su arrepentimiento. Salía del baño cuando chocó con alguien, al alzar el rostro, la sonrisa tonta que había en sus labios, se desvaneció.

—Hola, Camus — era Milo.

—Hola — dijo Camus con una sonrisa boba.

— ¿Te estás escapando?

—Algo así — respondió algo apenado.

— No te culpo. Tanta felicidad… no es natural — dijo con una sonrisa mientras se llevaba un cigarrillo a los labios.

— ¿Fumas?

— Si… desde hace un tiempo.

— Creí que los deportistas no hacían eso.

—Ya no soy deportista, ahora soy un aburrido director de empresa, justo como mis padres querían.

— Se suponía que no ibas a estar en el negocio familiar — dijo Camus mientras avanzaba hacía la salida con Milo a su lado.

— Uno hace planes y… ya sabes, las cosas suelen arruinarse y uno no puede hacer mucho por arreglar las cosas.

—Lo sé…

— Supongo que lo dices porque a ti tampoco te han salido las cosas como lo planeaste.

—No, realmente nada ha sido como lo planee. Muchas cosas no son lo que yo planee.

—Como sea, hay que vivir con las consecuencias, ¿no es verdad? — dijo Milo mientras hurgaba en su bolsillo —. ¿Te llevo a algún lado?

— ¿Tú?

—Por los viejos tiempos.

—Yo… está bien — dijo Camus, confundido y sin saber por qué Milo hacía lo que hacía. En su interior sabía que Milo no había olvidado ni un detalle de su rompimiento. No entendía lo que estaba sucediendo, quizá Milo estaba igual de ebrio que él.

 

De cualquier forma, dejó que Milo lo guiara a su auto y subió sin poner reparos. Se reprochó mentalmente estar tan ilusionado, tan animado por encontrarse junto a Milo. La parte racional de su cerebro le repetía que debía desconfiar, que Milo tal vez podría estar intentando una revancha, que las intenciones de Milo no eran necesariamente buenas. Pero su corazón latía rápido y su mente se llenaba de ilusiones, ¿qué tal si Milo había decidido que quería volver con él? Bien podría ser que ese fuera el comienzo de la reconciliación, esa podía ser la manera en la que Milo buscaba estar de nuevo con él. Aunque luchaba contra la esperanza, ésta era más fuerte que su raciocinio y sus sospechas.

— Tú guías — dijo Milo al momento de encender el motor.

—Sí, de acuerdo.

 

Atravesaron la ciudad en medio de un silencio que sólo se rompía cuando Camus le daba a Milo alguna indicación. Mientras Camus no dejaba de repetirse que el que su ex lo llevara a casa, Milo se preguntaba una y otra vez qué carajos estaba haciendo.

— Llegamos, es ahí — dijo Camus señalando con el dedo el edificio donde se encontraba su departamento — … ¿te gustaría subir conmigo y tomar algo? — dijo, sin pensar.

— Sí, ¿por qué no? — murmuró Milo. El alpha se dejó llevar, repitiéndose que cualquier cosa que pasara en el departamento de Camus era mejor que ir a casa y encontrarse con el eterno mal humor de Afrodita. Estaba demasiado molesto con la actitud de su esposo y sintió esa escapada como una pequeña revancha a la que bien tenía derecho. Afrodita se había ganado a pulso todo lo que se le ocurriera para desquitarse.

 

Milo y Camus tomaron asiendo en la pequeña sala del departamento.

—Así que aquí vives ahora —dijo Milo mientras sus ojos recorrían el hogar de su ex.

—Sí… no se parece en nada a todo lo que estas acostumbrado.

—Es un hogar, es más de lo que puedo decir de mi departamento — murmuró Milo mientras sonreía al tiempo que acariciaba con los dedos las hojas de una de las plantas que Camus cuidaba con esmero.

—Supongo que no has cambiado tanto, para ti siempre ha sido muy importante tener un lugar al que llamar hogar, ¿no es así?

—Es verdad. Siempre es bueno tener un sitio al que llamar hogar.

— Y… ¿qué ha sido de tu vida?

— Un caos, en realidad — dijo Milo con una sonrisa cansada —. ¿Qué hay de ti?

—Nada importante o interesante… a decir verdad. Ha sido más bien… aburrido.

— ¿De verdad? — dijo Milo alzando una ceja. Ambos sonrieron, era difícil de creer que después de cinco años y tanto rencor fuera tan simple charlar entre ellos, como había sido en el pasado. Se pusieron al tanto, pero fue evidente para Camus que Milo no quería hablar de su matrimonio y mucho menos de su esposo. No quiso presionar, aunque sentía mucha curiosidad por entender como había llegado a casarse con ese omega.

 

La conversación siguió y Camus le ofreció un poco de vino, que Milo no rechazó, la conversación iba y venia entre recuerdos, anécdotas y acontecimientos recientes. A ambos les sorprendió que la conversación fluyera tan bien entre ellos después de todo el tiempo que había pasado y de las emociones negativas que aún existían entre ellos.

 

Camus no supo si fue el vino, o si fue el amor que aún sentía por Milo, pero en el momento en el que las manos de ambos se tocaron al intentar alcanzar la botella de vino al mismo tiempo y alzó el rostro para mirar a Milo, sintió el irrefrenable impulso de volver a besarlo. Entrecerró los ojos y, sin pensar en las consecuencias, depositó un beso en aquellos labios que tan bien conocía. Milo se sobresaltó, sin embargo, se dejó llevar y correspondió al beso de su ex. Se dejó llevar, sin pensar en nada, en nadie. Ni siquiera en Afrodita. Necesitaba sentirse un poco libre, un poco… amado y necesario.

—Oh Dios … —susurró Camus cuando se separaron — …yo…no, esto no debió pasar… tú estás casado, yo tengo novio y…

—Shhh… dijo Milo antes de besarlo de nuevo —. Al menos por esta noche, pensemos que solo somos tú y yo … — agregó el Alpha mientras lo tomaba en sus brazos como en el pasado.

 

Ambos sabían que lo que hacían no estaba bien, sin embargo, se dejaron llevar, uno por sus recuerdos, por el amor que aún sentía, y el otro por su dolor, por su amargura y su necesidad de sentir algo de amor. Milo comenzó a quitarle la ropa a Camus y éste perdió por completo la voluntad. Atropelladamente llegaron hasta la habitación de Camus, ambos a medio vestir y más que ansiosos por concretar sus deseos. Los labios de Milo lo llenaban de besos, Camus se sentía arder, cada vez que Milo lo tocaba, sentía que su sangre hervía y lo único en lo que podía pensar era en que quería seguir adelante, sin importar las consecuencias, sin importar absolutamente nada. Cuando Milo lo tumbó de cara a la cama, Camus perdió lo que le restaba de cordura. Lo quería, quería que Milo lo tomara, como en el pasado.

 

Milo, por su parte, se dejó llevar por sus instintos, desde que el aroma de Camus había invadido sus fosas nasales esa noche, no era capaz de pensar correctamente. Camus era un beta, sin embargo, para Milo, su aroma siempre había sido embriagante. Ambos estaban desnudos, comiéndose a besos, ansiosos por consumar el encuentro. Milo se situó entre las piernas del beta, impaciente, lo penetró enseguida. Camus gimió suavemente y aferró con fuerza la espalda del alpha. Se sentía tan bien, tan pleno en esos momentos… su mente estaba en blanco y sólo podía sentir a Milo en su cuerpo, sobre él, tocándolo, acariciándolo, besándolo.

 

Lo hicieron hasta la madrugada cuando, exhaustos y sin aliento, tuvieron que parar. Milo se durmió casi de inmediato, aferrado a la cintura de Camus, como en los viejos tiempo. Pero Camus no pudo dormir. Sin el velo del alcohol se daba cuenta de que estaba cometiendo un grave error. Milo no lo amaba, no entendía por qué había actuado como lo había hecho, sin embargo, en su interior, la esperanza de que Milo siguiera amándolo había echado raíces y era lo único a lo que podía aferrarse para dejar de lado los remordimientos que sentía en esos momentos.

 

Por la mañana, Camus se despertó solo en la cama. Supuso que Milo se había ido sin despedirse. En realidad, era lo más lógico. Lo de aquella noche había sido una locura y no debía repetirse, sin embargo, dolía. Dolía profundamente estar del otro lado en esta ocasión. Desanimado, dejó la cama. Necesitaba un café, o tal vez algo más fuerte. Salió de la habitación con el ánimo por los suelos. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio a Milo de pie en la pequeña terraza de su departamento, hablando por teléfono. No se veía de buen humor, sin embargo, le alegró darse cuenta de que no se había ido tras esa noche que pasaron juntos.

 

Fue a la cocina y preparó café, y un té para Milo. Hasta donde recordaba, a él no le gustaba el café para comenzar el día, sino un té tan dulce que Camus siempre pensaba que era un pasaporte al mundo de la diabetes. Se sentó en la cocina a esperar por él. No esperó demasiado. Milo se apareció frente a él con cara de desvelo y mirada preocupada.

—Buenos días… — dijo él. Había que admitir que se veía muy bien sin afeitar, Camus se dijo que esos cinco años no habían hecho más que acentuar el atractivo natural que Milo siempre había poseído.

—Buenos días, te preparé un té.

—Gracias, pero… ¿sería mucho pedir si te pido café?

—Recuerdo que no te gustaba el café.

— Aprendí a disfrutarlo, no diré que lo amo tanto como tú o Shura, pero esta bien, ¿me dejas que lo prepare?

—Sólo tienes que servirte, la cafetera está en la barra y en el segundo anaquel encuentras las tazas.

—Gracias, tú siempre tan ordenado como siempre, ¿no? —dijo Milo con una sonrisa mientras se dirigía a la barra de la cocina —. Este departamento es excelente, aunque es pequeño, tienes todo, cocina, tu baño es genial y la salita es un encanto, ¿no? — dijo Milo a un ensimismado Camus.

—Si… Degel me ayudo a encontrarlo.

—Tu hermano siempre ha tenido buen gusto, pero por encima de todo, es de lo más pragmático —dijo Milo mientras le ponía azúcar a su café.

—Sí, esa es la descripción de Degel.

—Supongo que quieres hablar de lo de anoche, ¿cierto? —dijo Milo al notar su inquietud.

—Creo que no haría daño si… bueno, si dijéramos algo al respecto— respondió Camus mientras Milo se sentaba frente a él.

—No hay mucho que decir, ¿o sí? — dijo Milo con una sonrisa en los labios.

— ¿Te arrepientes?

—No, fue bueno, me gustó. Creo que no estuvo del todo bien, pero, fue bueno.

— ¿Eso crees?

—Sí, justo eso creo.

—No me creo que estés tan tranquilo.

—¿Por qué no debería estarlo? Mi matrimonio se está yendo al carajo desde el momento mismo en el que firme el acta y no me había sentido tan bien en mucho tiempo. No recuerdo cuando fue la última vez que dormí tan bien como anoche ni cuando me sentí tan relajado como me siento ahora — dijo Milo con una serenidad que Camus estaba muy lejos de sentir.

— ¿Quieres decir que estás bien con que nos hayamos acostado estando tú casado y yo con un novio?

—Si, creo que estoy bien con eso; el que parece no estar bien con eso eres tú.

— ¿Cómo demonios voy a estar bien con eso? ¡Tu esposo está embarazado y yo llevo a penas unos meses con mi novio! Milo, metimos la pata.

—Si te sirve de consuelo, puedes decir que fue cosa de borrachos y de hormonas, olías tan bien anoche que no pude resistirme y tú estabas tan bebido que una cosa llevó a la otra, ¿te gusta esa explicación? ¿O prefieres que los dos seamos conscientes de que aún sentimos cosas que no deberíamos sentir? — dijo Milo. La sinceridad del alpha era demoledora y al mismo tiempo revolvía todo dentro de Camus. Le sorprendía que Milo aún sintiera algo por él, aunque no le sorprendía tanto que él notara que aún lo amaba. Milo lo conocía demasiado.

—Aunque fuera así, y no estoy admitiendo nada, ¿coincides conmigo en que no debería repetirse? — preguntó Camus, terriblemente ansioso e inseguro.

—En realidad, no. Como te dije, no recuerdo haberme sentido tan bien como me siento ahora en mucho tiempo. Suena a cliché, pero sólo estoy con Afrodita por el bebé. Tú sabes que nunca estuve de acuerdo en separarme de ti…

—No creo que sea lo correcto…

—Me cansé de hacer lo correcto. Quiero pasarlo bien, es todo. Sí te interesa, llámame — dijo y deslizó una tarjeta sobre la mesa.

—Milo…

—Piénsalo un poco, es lo único que te pido. ¿De acuerdo?

—No sé si tenga que pensarlo.

—Al menos veámonos de nuevo para charlar. Ya pasaron cinco años, no es sano seguir fomentando el odio entre el grupo, si nos acercamos un poco, quizá las cosas mejoren para ti, para todos, ¿no crees?

—Milo… no sé que decirte.

—Pues no me digas nada ahora. Medítalo un poco, llámame sólo si quieres, hablaremos, tomamos un café, nos acostaremos, lo que quieras… pero no dejes de llamarme, ¿sí? Ahora tengo que irme. Surgió algo en la empresa y tengo que atenderlo sí o sí. Te pediría tu número, pero no quiero presionar más…

—Te llamaré esta noche — dijo Camus cuando Milo se levantó.

—Hazlo, por favor. Estaré esperando — dijo Milo.

 

Antes de irse, Milo lo besó en los labios. Camus no sabía como debía sentirse. Por una parte, Milo estaba de nuevo en su vida, estaba interesado en, de alguna forma, volver con él. Pero por el otro lado, estaba Hyoga, el esposo de Milo, el hijo no nato de Milo… eran demasiadas cosas…

Notas finales:

Espero que haya sido de su agrado, nos vemos la próxima semana.


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