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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

Hola amores! 

Aquí os dejo el capítulo de JOEL.

Espero que os guste. También está disponible en mi cuenta de Wattpad https://www.wattpad.com/884437541-if-it-hadn%27t-been-for-love-2-joel-y-la-mirada-baja 

Joel abrió los ojos sobresaltado oyendo un ruido tras su espalda. Se giró extrañado. Tenía tanto sueño que se podría haber acurrucado en la cama de nuevo en lugar de frotarse los ojos incorporándose, pero se obligó a comprobar de donde venía ese sonido.

¿Por qué tenía tanto sueño?

¿Por qué no había dormido?

Miró a su alrededor, le costó recordar lo que había pasado la noche anterior.

¿Qué demonios había pasado después de la tercera copa? Se asustó al no reconocer su habitación. Aquella no era su cama, ni aquel su techo, ni sus paredes, ni sus muebles. Apartó las sábanas. Estaba desnudo.

—Oh, mierda.

Se incorporó, y sintió un breve momento de molestia. La cascada de sucesos cayó repentina sobre su memoria, aclarando inmediatamente su sueño. Recordó porqué no había dormido en su propia casa. Cada detalle por efímero que fuese volvió a su memoria. Agarró la cruz de plata que tenía colgando del cuello y se quedó mirando la silueta desnuda que se secaba el cabello en el salón. Recordó al instante esa espalda musculosa y esas nalgas de Sansón.

Joel pensó que podía vivir junto a un culo así el resto de su vida. Le recordó a una lámina impresa que su profesora de arte tenía colgada al final de la clase, representaba a un dios griego bajo la visión cristiana europea; y sin interesarle a él la pintura renacentista para nada, ese musculoso cuerpo había sido crucial para entender su propia sexualidad.

Se pasaba las horas muertas de clase fantaseando embobado por el trasero de aquella pintura, y en aquel momento le pasaba lo mismo con ese hombre.

—¿Estás despierto ya? —preguntó el dueño del piso.


Pregunta estúpida, ¿No era evidente que sí?

No solo él estaba despierto. Su cuerpo excitado también pretendía dar los buenos días aquella mañana. Se estaba poniendo cachondo perdido al ver ese hombre desnudo de nuevo y solo con recordar lo que habían hecho por la noche notaba las pulsaciones de sangre bombeando en su pene inquieto. Joel asintió enrojeciendo cuando Diego se dio la vuelta y apartó la mirada para calmar las palpitaciones. Joder, ¿Por qué no se tapaba con la puñetera toalla?

—Sí...

—Para darte vergüenza mi polla... anoche no había quien te apartase de ella.

—No es verdad —musitó él con la vista clavada en una pared a su derecha.

Apretó mucho más fuerte la cruz en su puño. Sí que era verdad, completamente cierto. Le había gustado tanto el tacto de su piel tensa y suave contra su lengua que incluso se molestó cuando ese hombre le apartó para echarse sobre él. 

Diego le tiró su ropa al regazo.

Joel había conocido a ese hombre llamado Diego aquella misma noche y se había ido con él a su casa después de unas cuantas copas en un bar oscuro. Ese hombre había gastado muchas palabras bonitas en él.

Le había dicho que era adorable, que si tenía una cara bonita...
Joel había decidido acostarse con él, solo si él llegaba a proponérselo, mucho antes de que tuviese la oportunidad de decirle que también le gustaban sus besos.

Y era gracioso. Joel había reído mucho por dentro aquella noche viendo como Diego intentaba comprarle con palabras dulces cuando el género ya estaba vendido desde un principio.

—Venga, vístete —le dijo amablemente—. Tengo que ir a trabajar, ¿Quieres desayunar? Te he dejado unas tostadas en la cocina.

—¿Dónde trabajas? —la pregunta salió sola. Diego rio divertido. Se vestía con mucha prisa. Por supuesto, Diego querría que se marchara lo antes posible. Joel nunca había pretendido un romance que superase la barrera del mediodía.

—Soy abogado. Bueno, en realidad soy abogado penal... pero ahora trabajo en el consejo de una empresa. Se cobra mejor por menos.

Joel asintió comenzando a vestirse lentamente. El piso de Diego era grande, y había lujos por todas partes. Pero sus comodidades no se podían comparar con las que él tenía en su hogar. Joel era un niño bien, y lo sabía, un pijo con baño privado en su propia habitación. Su casa de cuatro plantas tenía piscina y un precioso jardín.

"Una jaula de oro"

Aquella era la primera vez que salía, y lo había hecho a espaldas de Papá y Mamá. Joel había mentido soberanamente diciendo que iba a dormir esa noche en casa de su amigo Martín. Pero nada más lejos de la realidad.

Había cogido un autobús hasta el centro (cosa realmente excitante porque él no solía coger autobuses) y se había zambullido en pleno barrio de ambiente tirando de Google Maps hasta encontrar la zona de bares.

—¿Y tú? —le dijo al cabo de un rato el mayor. El chico se giró sorprendido. Diego ya estaba vestido con un traje gris que le quedaba muy bien, aunque rogó para que se evaporase por arte de una fuerza mayor y así volver a verle desnudo—. ¿Trabajas o algo...?

Joel frunció el ceño visiblemente desconcertado.

—Sabes que no tengo edad para trabajar —le dijo el chico poniéndose en pie. Se habían pasado la noche fingiendo que la edad no era un problema, ¿Y ahora le venía con esas?—. Estudio. Ya sabes, en el instituto...

—Ni siquiera en la universidad, ¿Eh? Instituto, muy bien. Estudia mucho —susurró él riendo entre dientes. Joel se encogió de hombros.

"¿Qué pasa?, ¿Creías que era más mayor? Pues mala suerte"

—Claro —dijo Joel peinando su cabello con los dedos—. Pronto son los exámenes finales... Si saco malas notas mis padres me castigaran estudiando todo el verano y...

Dejó de hablar al darse cuenta de que sonaba como un niño pequeño. Diego se había girado para mirarle fijamente. Había metido la pata, porque ahora ese hombre estaba preocupado pensando que se había tirado a un preescolar.

—Vale —dijo el hombre muy serio, se acercó para cuadrarse frente a él. Joel enrojeció y bajó la mirada pero aquella mano grande le impidió bajar la cabeza también—. Haré la pregunta del millón, ¿Cuántos años tienes?

Joel abrió la boca como un estúpido y luego la volvió a cerrar.

¿Ahora? ¿En serio? Le preguntaba su edad después de habérselo follado durante toda la noche, no antes. Cuando eyaculaba en su cara no parecía preocupado por esas cuestiones. 

Joel le sonrió del mismo modo que le sonreía a los profesores cuando no hacía los deberes, él sabía ser encantador.

Pensó que quizás si le parecía simpático al hombre le importaba menos su edad y se volvía a bajar los pantalones. Se había despertado con las hormonas aceleradas y el calentón que llevaba podría haber elevado la temperatura global hasta llenar de fiordos la Antártida. Él no quería decirle su edad. Él lo que quería, sin lugar para un atisbo de duda, era recoger de nuevo esa polla entre sus labios. Quería cerrar los ojos pasando la lengua lentamente por el tronco para contar sus venas hinchadas como contaría las cuentas de un rosario. Quería lamer la piel sensible, tirante y rosada del glande hasta notar de nuevo ese sabor ligeramente agridulce. 

Pero los ojos verdes de ese hombre seguían mirándole exigiendo una respuesta.

—Digamos que en tres semanas... tendré diecisiete —le dijo muy bajito.

—Dios mío  —Diego rio tapándose la cara con las manos. Siendo abogado quizás se preocupaba por los aspectos legales.

—No te preocupes, está bien. Yo...

—Era la primera vez que salías por esa calle, ¿A que sí? —le dijo riendo todavía. Joel asintió enrojeciendo, ¿A quién pretendía engañar? Era evidente que caminaba perdido y emocionado mirando los coloridos carteles de los bares—. Y también he sido tu primera vez.

Joel notó perfectamente que no había duda sino afirmación, y enrojeció hasta notar calor.

—Sí... —asintió, muerto de la vergüenza. Diego sonrió y le revolvió el cabello. Ese gesto infantil le gustó mucho a Joel, que deseó que lo volviera a hacer.

Diego debía saber que era virgen. O eso pensó Joel, que debía estar fingiendo desconocerlo para hacerle enrojecer y así reírse de él. Si esa era su intención lo estaba consiguiendo.

—¡Joder, vaya honor! —bromeó Diego. Colocó bien las sábanas y luego se giró hacia el muchacho— ¿Y qué?, ¿qué tal lo he hecho?, ¿te ha gustado?

Joel tembló como una hoja en una ventisca al recordarlo. Aquel hombre tan grande le había rodeado con sus brazos nada más entrar en su piso. Joel se había dejado hacer porque estaba dispuesto a aprender. Dejó que le besase de las formas que él quiso, e intentó imitarle lo mejor que pudo. Para cuando el hombre le arrastró hasta su cama a Joel ya le sobraba el pantalón, le sobra la ropa interior y le sobraba todo.

—Sí...—dijo él sintiendo un nudo en la garganta. Tragó saliva, pero el nudo no desapareció.

Le había tratado con delicadeza, casi como si fuese a romperse en cualquier comento. Sus manos grandes le habían recorrido el cuerpo con urgencia pero sin violencia. Le había dicho palabras bonitas al oído, y le había estado explicando todo el tiempo qué era lo que le hacía, preguntándole si se sentía bien.

Era evidente que él ya lo sabía, por eso le guiaba y le decía como debía moverse.

Diego rio de nuevo, era un hombre alegre.

—Venga, niño. Que yo voy a llegar tarde a una reunión con un cliente y tus padres deben estar preocupados —Señaló con un gesto de su mano hacia las tostadas.

Joel se acercó y le pegó un mordisco a una que parecía estar untada de mantequilla. Arrugó la nariz, él no quería comer eso.

—No van a preocuparse —dijo Joel con la boca llena. Tragó recordando sus modales—. Hoy es domingo y son las nueve. Avisé que llegaría para la misa de doce. Tengo tiempo. Ahora papá estará en la piscina y mamá en el club de hípica.

—Y tú les has dicho que estás en casa de un amigo...y te has escapado para dar un paseo por la calle Rosa porque ellos no te dejarían ir ni de coña —le dijo Diego colocando su corbata minuciosamente. Estaba muy elegante. Joel se quedó mirándole sorprendido— ¿Qué? Yo también era un chaval cabrón. Me escapaba todos los sábados. Mi amigo Lucas me acompañó a la calle de los bares la primera vez. Ya sabes, para asegurarme de que era gay y esas paranoias que te dan a los quince. Pobre Lucas, tiene una paciencia de santo.

—¿Y qué pasó?

—Confirmado. Confirmadísimo, chequeado completo. Soy marica, marica del todo ¡Y a mucha honra! —le dijo Diego girándose hacia él con una amplia sonrisa— Hay hombres que le dan a todo...y me parece bien, eh. Pero yo no. Yo solo he estado cerca de una vagina una vez, niño, y fue cuando me parió mi madre.

Joel notó una sonrisa en sus labios. El buen humor del hombre era contagioso.

Recogió su chaqueta.

Se había comido la tostada y estaba listo para marcharse.

—¿Quieres que te acerque a algún sitio en coche? —preguntó el mayor. Joel iba a decir que no, era lo más sencillo. Pero tenía sueño y el camino hasta su urbanización era largo. Podía coger un taxi... pero la idea de separarse ya de Diego le pareció poco agradable.

—Sí —susurró con vergüenza—. A... a casa de un amigo. En Calle Mayor, cerca de la estación de tren.

—Genial, me viene de camino —susurró para sí mismo.

Diego le abrió la puerta y le dejó pasar primero, como un caballero.

Joel empezaba a notar el pinchazo de la despedida cuando bajaban en el ascensor. Un silencio incómodo les acompañó durante todo el trayecto, Joel jugueteaba distraídamente con su cruz hasta que Diego le miró fijamente y le sonrió travieso. Tragó saliva clavando su mirada en sus propios zapatos.

—¿Vas a rezar por tus pecados en la iglesia? —le dijo tocando con sus dedos la cruz—. Tienes mucho que confesar...

El muchacho frunció el ceño.

Entendía, a pesar de sentirse algo ofendido, que después de lo sucedido resultaba raro pensar que asistiría a la misa acompañado de sus padres. Joel era el hijo único de una adinerada familia con férreas creencias católicas y eso había moldeado su carácter, no así su orientación sexual.

Sus padres creían en el Dios de la Biblia antigua. Un ser restrictivo y vengativo que los cubría, sin embargo, con su bendición.

Pero a pesar de su educación Joel no creía en los versículos de la Biblia a pies juntillas. De ser así no hubiese podido creer en un dios en absoluto. Se aferraba desesperado a la idea de que el verdadero Dios era benévolo y que su santa clarividencia les entendía y amaba. 

Joel llevaba una cruz al cuello para que el altísimo le viese cometer sus escasos pecados, pensando que Dios perdonaba a los justos cuando el error era comprensible y digno de la naturaleza que él mismo había formado.

Bien sabía que su padre le cruzaría la cara de un bofetón si comentaba en voz alta lo que realmente opinaba sobre el Pentateuco y como, bajo su opinión, Moisés había profanado las santas palabras para tergiversarlas. Porque era imposible que Dios, que era amor, fuese también crueldad.

—Yo soy una buena persona —le dijo con un tono mucho más tambaleante del que pretendía usar—. Nunca le he hecho daño a nadie. Yo...no he pecado.

Si Dios era génesis y resurrección, si era omnipotente y todo se creaba a su voluntad...

¿Por qué le haría a él homosexual si su propósito no fuese que disfrutase haciendo felaciones? 

—¿No? —exclamó Diego caminado por el parking en busca de su coche, su voz producía eco— No quiero sonar como el típico ateo mamón, me da igual en lo que tú creas. Pero has cometido lujuria, coño, como poco. Anoche estabas duro como una puta roca en cuanto te subí a mi coche. Lo deseabas. Has pecado de pensamiento y obra. En especial de obra, ¿Cuántas veces lo hemos hecho? ¿Tres?

"Pocas son."

Entraron en el coche. Le gustaba mucho como olía la tapicería de aquellos sillones. Era un coche bonito, aunque a Joel no le interesaba demasiado el tema de los automóviles.

—Soy así —le dijo Joel, su voz temblaba, pero debía hacerle entender—. La naturaleza nos dotó de sentimientos y sensaciones porque el Todopoderoso así lo quiso... El pecado sería pensar que Dios me hizo gay por error. Si soy así es porque a él le parece bien. Dios no se equivoca.

—¿Entonces tú no has pecado esta noche? —apostilló Diego atento a los espejos para maniobrar y salir del parking. Su tono era de profunda incredulidad—. Joder, deberé ir más a misa. Alguien debería informar al cura de mi pueblo de que está equivocado, me hubiese ahorrado un montón de collejas de Don Julián. No veas la que me montó en el colegio cuando me pilló besándome con Raúl Romero en sexto de primaria.

—No es tan raro —le dijo Joel mirándole por el rabillo del ojo—. No te rías de mí, ¿Vale? Creo en el Señor. Pero en un dios bueno. El Dios de mis padres es cruel, homófobo, estricto y falso. Se contradice todo el rato. Mi Dios quiere que las personas sean buenas y amables, educadas ¿Qué hay de importante en lo que te llevas a la cama si eres una buena persona? No creo que el sexo sea importante para juzgar el grueso de un alma, porque no creo que Dios se detenga en esas nimiedades.

Diego guardó silencio un segundo, segundo que a Joel le pareció muy largo. Pensó que iba a ponerse a reír en cualquier momento. Bajó la cabeza de nuevo.

—Joder —le dijo sonriendo—. Así se habla, chaval. Me gusta. Yo soy ateo hasta la médula, pero si crees eso yo lo respeto. Ojalá más cristianos como tú. 

Joel sonrió con la cabeza gacha y se llevó la mano a su colgante de la cruz.

Diego suspiró y le volvió a mirar de reojo.

—¿Entonces tu ya sabes lo que te gusta llevarte a la cama? Al margen de lo que eso le parezca a Jesucristo —le preguntó burlonamente el hombre parando en un semáforo en rojo. Una señora acompañada de un niño pasó al otro lado de la calle.

Joel tuvo el impulso de decir "A ti" pero le pareció tremendamente atrevido.

Pero sí, lo había sabido siempre.

Joel se llevaba muy bien con muchas compañeras de clase, pero no le atraía ninguna de ellas. En cambio, una vez tuvo que quedarse a ayudar a un profesor para organizar unas actividades de grupo. Entró en el vestuario masculino del equipo de natación para buscar a uno de sus compañeros, y en un solo vistazo vio el cuerpo de aquellos nadadores de algunos cursos superiores. Nueve pollas enjabonadas que parecían mirarle a él tanto como Joel a ellas.

Sus hormonas se dispararon, un deseo apremiante invadió su mente.

El recuerdo de como había tenido que salir de allí antes de que notasen el bulto en su pantalón todavía le abochornaba. Tardó minutos en tranquilizarse, rezando nerviosamente apoyado en la pared del pasillo, la evocación de lo que había visto le llenaba el pensamiento.

Fue ese día que lo aceptó con la misma naturalidad con la que había aceptado desde niño que sería el único heredero de un gran imperio textil. Porque había visto a algunas de sus compañeras de clase en la piscina y (a pesar de parecerle muy guapas, agradables y simpáticas) ninguna levantó en él lo que aquellos penes habían levantado, en más de un sentido.

Joel sonrió con timidez.

—Yo las vaginas... las veo solo en libros de anatomía —le dijo con la cabeza gacha, siguiendo el juego del mayor. Diego rio y aparcó donde Joel le había dicho.

No había planeado perder la virginidad el primer día que paseaba. Cuando Joel había cogido el bus hasta el centro lo había hecho con la inocente intención de investigar con curiosidad el interior de esos bares. Solo había ocurrido porque Diego había despertado algo en él. Una emoción que le había acelerado el pulso y eso para su interior congelado era prácticamente un acontecimiento único en la vida.

Se había agarrado a esa chispa de emoción verdadera, que se le antojaba peligrosa y nueva, con la misma fuerza con la que un beato se sujeta a los humos de una aparición.

Desde luego, el sexo bien podía ser su Virgen de Fátima.
Y Joel ya había decidido que peregrinaría hasta él con la devoción de un fiel para sentirlo mil y una veces más.

"Vine buscando cobre y encontré oro" pensó disimulando una sonrisita.

El coche ya había aparcado y Joel se dirigiría en minutos a casa de su amigo como si hubiese dormido con él.

Justo en ese momento su móvil vibró en su bolsillo. En la pantalla, una bolita verde le avisaba que había recibido un whatsapp. Martín, el rey de Roma, que le preguntaba cómo había ido su aventura.

"Vas a flipar, Martín"

—Bueno... gracias por todo —le dijo Diego. Se inclinó hacia él y le dio un suave beso en los labios. Joel cerró los ojos, notando ese contacto cálido y el cosquilleo de su barba.

—¿Nos volveremos a ver? —le preguntó Joel. Diego se encogió de hombros y le sonrió con amabilidad ensayada.

—Esta ciudad es grande, no lo sé. No creo —le dijo con tono afectuoso pero sin un ápice de pesar—. A no ser que nos encontremos en un bar de nuevo.

Joel suspiró. Él también había pensado que lo mejor era solo...

Pero ya no.

Diego le había gustado. Le gustaba mucho. Quería volver a verle. Aquella sonrisa atractiva, aquel buen humor... se había divertido mucho.

Pero no dijo nada. Bajó del coche y se alejó caminando hacía casa de Martín.

**************************************************

—¿Y te dolió? —le preguntó Martín sentado en su cama. Joel sonrió y negó con la cabeza de manera infantil. Dejó el mando de la consola a un lado. Pero Martín siguió jugando sin despegar los ojos de la pantalla.

—Bueno... al principio fue raro —le contó suspirando. Martín aniquiló sin piedad a tres zombies con un combo de fuego. Ese juego era buenísimo, violento y moderno. Una combinación que en su casa estaba completamente vetada— ¡Parecía que no cabía! Yo estaba en plan "Ni de coña todo eso entra en...mí". Pero al final sí porque me tocó y me puso muy, muy... Ya sabes...

—¿Cachondo? —completó Martín matando a distancia a un zombie grande que puntualizaba doble—. Ya me lo imagino, ¡Qué asco!

—Me invitó a todo lo que quise, me llevó a su casa y es que cuando se bajó los pantalones yo flipaba... yo... —suspiró enredando sus manos en su propio pelo.

Martín bufó y se llevó una mano a la cara. Dejó la partida en pausa y se giró hacia él.

—Estás loco ¿Cómo te has ido con un desconocido a...? ¿Cómo has podido?

—Era muy amable —se excusó Joel, sentía que Diego no era un desconocido, aunque realmente sí lo fuese. De hecho se había acostado con él sin saber ni a qué se dedicaba porque ese detalle no le importaba en absoluto. 

—Has dejado que te profanen tu cuevita del amor solo por amabilidad —Martín negó chasqueando la lengua. Debía pensar "Eres un caso perdido", puede que Joel lo fuese.

Miró a Martín. Su amigo era alto y delgado casi en extremo, su cuerpo parecía alargado, como si lo hubiesen estirado de brazos y piernas. Su cabello rizado y sus ojos color de la miel brillaban bajo unas gafas metálicas. Le estaba saliendo la barba y una pelusilla oscura adornaba su labio superior. 

Joel no tenía pelusilla ni en la cara ni en el pecho, se olía que sería un joven imberbe por mucho tiempo.

—Ha sido la mejor noche de mi vida —le dijo muy feliz y triste a la vez. Sentimientos que aunque parecían enérgicos en realidad no eran fuertes y que podía olvidar al instante con decidir pensar en otra cosa. Joel sentía que sus emociones nunca eran tan intensas como las del resto de personas. 

—¿Le volverás a ver, o vas a pasar de él? —le preguntó Martín adivinando sus pensamientos. Él negó.

—No nos hemos dado los teléfonos sin nada —dijo el rubio a su amigo con cara de pena—. Solo ha sido... una noche. Puede que nos encontremos de casualidad otro día.

—Claro —asintió con tono burlón—. Oye, tío. Estás loco. Si se enteran tus padres...

Joel sonrió. Si su padre se llegaba a enterar seguramente se enfadaría tanto que le echaría de su casa. Al pensar en ese punto, en que se la estaba jugando notó un calorcito que le hervía en el pecho.

—¿Jugamos otra partida?

********************************

Joel caminó hasta su casa escuchando música mientras caminaba con paso tranquilo. Se sentía extraño.

Y era más raro todavía por que Joel normalmente no sentía nada. Sus emociones y sentimientos eran tranquilos y estables la mayoría del tiempo. Siempre los había encontrado parecidos a un goteo que poco a poco, siempre bajo un manto de timidez y viviendo una mentira, iba formando su carácter como una gotera forma una estalactita en una cueva. Joel era quien necesitase ser en ese instante, intentando siempre agradar a todos.

Si con un interlocutor necesitaba una máscara, usaba ese disfraz; si con otro necesitaba otra, hacía lo propio. Y eso, a menudo, le hacía preguntarse quién demonios era él cuando estaba a solas y ya no necesitaba aparentar.

El sexo había irrumpido en su ser como un rayo que le había acelerado el corazón de forma verdadera y ya no podía quitárselo de la cabeza.

Era como si hubiese soñado todo lo ocurrido en la noche anterior y hubiese despertado de pronto para volver a su rutina diaria. Le costaba creer que horas atrás estaba pasado la noche en la cama de otro hombre. Y cuando recordaba... se sonrojaba relamiéndose los labios.

¿Pero acaso era malo?

Bueno, quizás tendría que haber eso por primera vez con alguien a quien amase... Eso siempre decía la gente ¿no?

Pero no había sido así, y Joel no se arrepentía en absoluto.

Saber que había hecho algo que no le estaba permitido le aceleraba el pulso y le subía la adrenalina. Deseaba inconscientemente poder hacerlo de nuevo. Dejaba las ñoñerías del amor para otra ocasión porque él, de todas formas, no estaba seguro de poder amar a nadie.

Bien aferrado al Salmo 103:8 se decía que Dios no podía estar enfadado con él por un acto de amor. Dando por hecho que el amor bien podía ser lamer la piel sudorosa de un hombre que le penetraba, por supuesto.

"Jehová es misericordioso y benévolo; es paciente y está lleno de amor leal"

Aunque la Biblia también rezaba, en el Levítico 18:22 "No te echarás con varón como con mujer; es abominación" y lo remataban con "Ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre"

Joel prefería quedarse con las mejores partes de su fe, igual que de pequeño se comía la miga del pan untada con nutella y dejaba a un lado la costra seca.

 

Entró en su hogar. Joel vivía en el mismo barrio que Martín en una barriada de grandes casas lujosas cerca del puerto. Su madre tenía un gusto decorativo basado en el exceso. A Joel no le gustaba su casa en absoluto pero él no tenía ni voz ni voto para quejarse del gusto hortera de su madre en aquella dictadura que era su familia.

Sobre todas las cosas odiaba tener que descalzarse en casa para no ensuciar la tarima flotante nueva que había elegido su madre.

¿Para qué demonios sirve un suelo que no puedes pisar tranquilo?

Mamá todavía no debía haber llegado de sus clases de hípica, porque sus zapatillas caseras estaban en la entrada. Sin embargo, las de su padre no estaban.

Y a su lado descansaban dos zapatos de hombre; Grandes, elegantes y bonitos.

Caminó hasta el salón y escuchó la voz de Papá hablando con algún invitado. A menudo su padre se traía el trabajo a casa y hablaba con socios o comerciales. Lo que Joel no podía creer es que aquellos grandes hombres de negocios accediesen a descalzarse para no pisar un puñetero suelo.

Era algo que le exasperaba.

Cuando iba a marcharse hacia el piso de arriba oyó el sonido que hacía la puerta corredera del despacho de su padre al deslizarse por el raíl.

—Bueno, pues zanjamos el asunto mañana en el despacho de... —decía su padre. Joel intentó escabullirse hacía la escalera, pero incluso antes de oír su nombre supo que le había visto— ¡Joel! 

Joel se quedó quieto y giró sobre sus talones para reunirse con él. Pero al girar...

Su rostro se congeló por un segundo y se preguntó si era aquello una broma ¿Qué hacía él allí si le había dicho que no iban a verse nunca más?

Pero el rostro del hombre era un poema, parecía hacerse tantas preguntas como él.

¡Menuda casualidad!

No lo podía creer.

"Sí que le venía de camino... sí "pensó divertido. La malvada satisfacción que recorrió su alma le preocupó.

Joel se acercó con una sonrisa de radiante inocencia. Diego no había reaccionado, se había quedado quieto, mirándole. Allí plantado con su traje, su corbata, su carpeta llena de papeleo... pero en calcetines porque su padre le había obligado a descalzarse.

Joel caminó hasta ponerse al lado de su padre, que le rodeó los hombros con orgullo. Su padre era mucho más alto de lo que él podría llegar a ser, algo corpulento. De abundante cabello negro y ojos oscuros. Joel era todo lo contrario. Se parecía mucho a su madre.

Se quedó mirando la cara de estúpido desconcierto del mayor, y sonrió.

—Mira, hijo —le dijo su padre con un cariñoso achuchón con su brazo—. Este es el señor Díaz, ha venido aunque sea domingo para confirmar que él y sus compañeros van a trabajar para la empresa.

Joel alzó una ceja y fingió cara de interés. Luego miró a Diego, que empezaba a recobrar la compostura, y le sonrió.

—Parece usted muy competente —le dijo colocando su mejor sonrisa de pura educación. Aunque la voz le salió mucho más tímida de lo que pretendía—, señor Díaz. Espero que sepa defender bien la empresa de mi padre. Le doy la bienvenida.

Su padre rio y volvió a estrecharle con el brazo que rodeaba su hombro. Estaba muy orgulloso, desde luego. Joel era el hijo perfecto, el orgullo de cualquier padre.

Notas perfectas. 
Comportamiento perfecto. 
Aspecto perfecto.
Modales perfectos.

Por eso no perdía cualquier oportunidad de exhibir lo bien educado que estaba. Como si se tratase de un perro de raza en un concurso. No es que gustase que le tratasen como a un caniche, pero por absurdo que pudiera parecer, su único deseo era hacer sentir orgullo a su familia.

—¿Ves lo que te decía antes, Diego? —dijo su padre de buen humor—. Este es Joel, es un buen muchacho. Sí, señor.

—Estoy seguro de ello... —dijo a su vez Diego, que había recobrado su actitud de atractiva seguridad. Joel no supo descifrar su rostro por mucho que le miró a la cara. Parecía medir sus palabras, pero le miraba a los ojos con un brillo parecido a la diversión como quien comparte un chiste privado— Parece un muchacho muy entregado...

"A ti sí que me he entregado" pensó Joel, y enrojeció parcheando sus mejillas.

Se llevó la mano a la cruz, pero al ver que Diego clavaba los ojos en ese movimiento la soltó.

—¿Cómo ha ido en casa de Martín? —le preguntó su padre. Joel le sonrió.

—Bien. Hemos visto... ¿Cuántas?, ¿Tres películas? Creo que sí, tres —Vio como Diego se mordía la lengua entre su sonrisa pillando a qué se refería.

"Y me he despertado con ganas de hacer el maratón de una saga, papá"

—¿Tantas? ¡Los niños de hoy en día son insaciables! ¿Verdad, Diego?

—Y que usted lo diga... Insaciables de verdad.

Joel exhibió su mejor máscara de inocencia girándose hacia su padre.

—Si mamá descubre que has estado trabajando en domingo se pondrá furiosa —le dijo. Que rio con ganas y le soltó—. Me marcho a mi habitación. Martín no me ha dejado ducharme esta mañana porque tenía mucha prisa en salir de casa... Nos vemos, Señor Díaz.

—Hasta otra —dijo él muy serio. Comprendió que había captado perfectamente el reproche y que esa despedida iba cargada de significado.

¿Quería volver a verle?

El teléfono móvil de su padre comenzó a sonar. Se disculpó con Diego, que dejó claro que podía responder a la llamada tranquilamente.
Antes de marcharse con el teléfono pegado a la oreja le dijo a Joel que acompañara al abogado hasta la salida. Se despidieron con un rápido apretón de manos y su padre marchó hacia el jardín.

Diego se giró hacia él, parecía enfadado.

—¿Qué cojones? —exclamó en voz baja extendiendo los brazos— ¡Eres su hijo!

Joel en ese instante agachó la cabeza y clavó su mirada en sus calcetines, ¿Y qué culpa tenía él de ser el hijo de su nuevo jefe? Él no había planeado eso en absoluto. Aunque lo cierto, debía admitirlo, era que sentía una extraña felicidad, casi perversa.

—Baja la voz —le dijo Joel haciéndole señas para que se acercase. Lo que faltaba es que alguna empleada curiosa les oyese hablar—. Hagamos caso a mi padre... te acompaño hasta la puerta.

Joel caminó, seguido del mayor, y durante todo el camino hasta la entrada notó su mirada clavada en él. Miró a Diego a través del reflejo de uno de los espejos de la entrada. Su vista se clavaba en su trasero. Se giró rápido para poder ver como intentaba disimular levantando la mirada. Joel enrojeció notando que se excitaba por segundos.

"Pero contrólate, Joel"

—Eres su jodido hijo, yo... —le dijo el hombre hablando en voz baja. Joel asintió.

—Procura que no sepa que eres... —dijo, y a pesar de estar hablando en susurros no pudo acabar la frase por el bochornoso significado de sus palabras— o te echará. Te dejará sin trabajo.

Diego le miraba fijamente. Era difícil saber si estaba enfadado o si estaba contento de verle. Joel rehusó el contacto visual bajando su rostro, pero su mano se lo impidió.

Sintió su mano firme levantándole la cara suavemente tomándole por el mentón.

—Te pasas media vida rojo de vergüenza, y la otra media bajando la mirada por timidez —susurró. Joel se obligó a clavar sus ojos azules en los ojos verdosos del hombre— ¿Porque no dejas de ser tan pasivo-agresivo y dices lo que piensas de verdad?

—Pienso que me alegro de que seas el abogado de mi padre —musitó intentando parecer serio— porque te volveré a ver.

Él sonrió, pero su sonrisa era casi triste. Joel también sabía que aquello no era bueno. Que el que iba a sufrir era él. Pero en ese momento se sentía decidido, porque la mano de ese hombre todavía sujetaba su cara.

—Solo eres un chaval... Dios mío, si se te va la olla podrías dejarme sin trabajo.

—Pero yo no le voy a decir nada a nadie —dijo Joel ofendido. No era tonto, ni era un niño. Si creía que iba a decirle a su padre "Oye, ¿El abogado que has contratado...? Pues me ha follado. Mucho. De hecho, en el último polvo se corrió en mi cara" quizás el tonto era él.

Y todavía así, el hombre podía remontar el vuelo. La gente se olvidaría y podría encontrar otro trabajo. Quien iba a perder en aquella historia era Joel, que se vería con su vida implosionando en el centro de una familia intolerante que le repudiaría al instante.

Y eso era así. Joel lo sabía y Diego también. Con unas palabritas podía complicar la vida de los dos.

Un secreto. Se mordió el labio aguantando la respiración.

Joel nunca había tenido tantos secretos.

—Tienes los ojos más azules que he visto en mi puta vida —le dijo Diego embelesado— ¿Cómo de un hombre tan feo ha podido salir una cosa tan bonita como tú?

—Mi madre es guapa —dijo él sin saber qué responder. Diego rio y le revolvió el cabello.

—Hasta pronto.

 

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Joel no prestó atención aquel día en la iglesia.


Su madre le regañó porque no atendió apenas a una palabra de la misa y el párroco no cesaba de vigilarle con ojos reprobatorios. No le importó.

Mientras el sacerdote realizaba la eucaristía él, por su parte, rememoraba lo ocurrido en la cama de Diego una y otra vez intentando grabar a fuego aquellas sensaciones en su memoria; de igual forma que un escultor martillea un cincel contra el mármol para darle forma. Sabía que con el tiempo olvidaría la mitad de lo que había sentido.

Miró la gran estatua que colgaba de la pared del fondo, tras el sacerdote. Un gran Jesucristo crucificado con cara de tristeza y dolor rodeado de filigranas de oro.

Comulgó sacando la lengua mansamente para recibir el cuerpo de Cristo en ella. 

Joel pensó que recordar actos impuros en la "casa de Dios" constituía un pecado bastante gordo. Pero si era cierto que Dios estaba en todas partes ya había sido testigo de aquella noche en riguroso directo. Joel no se había quitado la cruz de plata. Bajo su opinión lo mismo daba recordarlo allí que en el instituto o en su casa, porque Dios estaría con él a donde fuera. Él lo era todo.


Su madre, viéndole tan distraído, insistió en que se confesase antes de volver a casa. Él respondió que no era necesario porque estaba en estado de gracia, pero finalmente cedió.

No confiaba lo suficiente en el sacerdote como para fiarse de que guardase el secreto de confesión. Era amigo de la familia y podía ir con el cuento a sus padres. Así que arrodillado frente al confesionario le contó que había deseado el mal a un niño que se había burlado de él por ser tan poco corpulento en clase y que había mentido a sus maestros sobre sus ejercicios del libro de Matemáticas. El castigo fue rezar dos oraciones.

Joel las rezó entre dientes cuando volvían a casa en el coche familiar.

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Había pasado ya más de dos semanas desde su escapada furtiva. Había celebrado su cumpleaños rodeado de compañeros de clase y familiares.

No había vuelto a ver a Diego ni a saber nada más de él. Su padre no acostumbraba a hablar de negocios en la mesa pero preguntando disimuladamente a su madre supo que la empresa textil de su padre había cambiado de abogados y que habían decidido confiar en unos pocos elegidos con muy buena reputación. Diego tenía fama de conseguir siempre sus objetivos manejando los recovecos de la ley a su antojo.

Los días pasaron de forma tranquila y rutinaria. Joel pasaba muchas horas en clase, esforzándose por sacar buenas notas que enorgullecieran a sus padres. Martín se reía de él a menudo por ello.

"Estas deseando que todo el mundo te quiera, tío, igual que un perrito"

Tal vez fuera cierto. 

Ese día estaba sentado en su lugar asignado en la clase incluso antes de que llegase el profesor. Martín estaba charlando animadamente con una chica de cabello largo y gafas de montura gris. Se llamaba Cristina y hablaba de videojuegos, cómics y zombies. A Martín se le caía la baba por ella y eso a Joel le hacía mucha gracia.

—¿Tío, puedo sentarme con ella hoy? —le dijo cuando el profesor entraba por la puerta. Joel se encogió de hombros con una sonrisa— Se le ha olvidado el libro y necesita que...

Joel no le prestó atención. Junto con el profesor venía un chico al que nunca había visto. Sintió curiosidad por ese alumno nuevo al verle entrar. Era tan alto como Martín o el profesor y parecía mayor para ir a la clase que cursaba Joel.

 ¿Venía de lejos ese alumno nuevo?

Su cabello era corto y de color castaño, sus ojos lucían de color negro como el azabache. Su mirada serena parecía su mayor característica, por encima de su mandíbula marcada. Vestía un uniforme que llenaba completamente y que evidenciaba, bien se fijó en ese detalle Joel, que ese muchacho parecía estar en buena forma.

Los alumnos se sentaron todos en su lugar  y cuando se vino a dar cuenta Martín estaba sentado junto a Cristina hablando en voz baja con los ojitos llenos de luz.

Dirigió de nuevo su atención al muchacho, aguardaba a que los alumnos prestasen atención al profesor para que hiciera la presentación oportuna.

Cuando todos se sentaron Joel se dio cuenta de que solo quedaban dos asientos libres: El que Martín había dejado libre junto a él en la primera fila y otro en la parte central de la clase.

"Se sentará en la otra mesa, nadie quiere sentarse nunca en la primera fila... y menos el primer día"

El profesor mandó guardar silencio y cuando los alumnos obedecieron por fin habló.

—Chicos, os presento a un nuevo alumno que se incorpora hoy a nuestra clase —dijo el hombre rápidamente, dispuesto a empezar cuanto antes—. Venga, preséntate y siéntate donde puedas. Tenemos que repasar antes del examen.

Joel le miró con curiosidad. Probablemente era el único que atendía expectante a que abriera la boca para escucharle hablar.

—Me llamo Adrián... —dijo el chico, su voz era grave y tranquila. En realidad la actitud era bastante apacible desde que había entrado, pero tímida. Joel intercambió una mirada con Martín—. Juego en el equipo de baloncesto de la escuela, soy nuevo en la ciudad y... no sé qué más puedo decir...

—Pues siéntate —dijo el profesor amablemente señalando la mesa libre en el centro. Pero para sorpresa de Joel... 

Adrián tomó su mochila y se sentó junto a él. En primera fila.

Joel se giró para ver la cara de Martín, que le estaba haciendo señas estúpidas que no entendía. Le señaló a Cristina y el chico dejó de comunicarse con él.

Joel colocó sus libros en la mesa y vio como el chico a su lado hacía lo mismo con unos recién comprados.

Adrián no habló de nuevo, parecía un chico callado por naturaleza. Un cambio agradable después de tener a Martín cada día hablándole durante las clases como una cacatúa escandalosa. El chico contestaba a las preguntas curiosas de sus nuevos compañeros con respuestas concisas. Y eso a Joel, sin saber muy bien el motivo, le agradaba.

¡Por fin podía prestar atención!

Cuando la alarma sonó Martín ya había recogido sus libros, incluso antes de que el profesor terminara su explicación, así que le esperó para volver juntos a sus casas caminando como solían hacer.

Adrián se quedó hablando con la profesora de historia para ponerse al día con el temario cuando ellos salieron y se despidió de Joel dirigiéndole una rápida mirada, ignorando a Martín.

—El nuevo no me gusta —decía Martín cuando bajaban la escalera de piedra y se dirigían hacía la verja forjada de la entrada—. Va con aires de... de... de creerse superior. No me gusta. Tan serio...

—Le coges manía a las personas muy rápido, Martín —le dijo Joel riendo—, así nunca vas a encontrar novia... ¡Oh, Espera! ¡Pero si ya la tienes!

—¿Qué dices? ¡Cállate! —exclamó el chico alto poniéndose colorado— Cristina solo...

—Puedes sentarte con ella el resto del semestre si quieres —le dijo Joel. Y era verdad.
Lo cierto es que había atendido más en un día junto a Adrián que en un año entero con Martín. El chico se encogió de hombros, pero Joel sabía que había tomado en cuenta la idea.

Cruzó la entrada a paso lento porque primero creyó que se lo había imaginado.

Las posibilidades de que fuese él quien esperaba pacientemente en la entrada eran tan escasas que... Pero a medida que se acercaba la sospecha se confirmaba.

Su cabello corto, su barba bien cuidada.

Diego vestía unos vaqueros negros y un abrigo gris. Iba informal y se apoyaba en su coche con los brazos cruzados, como si llevase mucho tiempo esperando.

—¿Qué hace aquí? —musitó sintiendo el corazón latir con demasiada fuerza, una traca en fallas de Valencia. Martín siguió la dirección de su mirada y alzó una ceja de manera exagerada.

—Hablando de novios... —dijo por lo bajo— ¿Es ese el tío que te folló? 

—No hables tan alto de eso. Bruto eres —le reprochó Joel con las mejillas teñidas de rubor. Bajó la mirada. Martín se rio de él en su cara.

¿Su amigo estaba tonto?

—¿Te folló o no? —preguntó Martín en voz demasiado alta, exclamando y llamando la atención de cualquiera a su alrededor. Joel le pegó un codazo en las costillas— ¡Auch!

Sí, su amigo estaba tonto.

—Sí pero...—Joel no sabía donde meterse. Si hubiese sido un animalillo se hubiese hecho el muerto para desviar la atención de cualquier mirada, como las zarigüeyas. Por lo que parecía Diego todavía no le había visto, así que examinaba tranquilamente a los alumnos que salían en su busca— ¿Qué hace aquí? ¿Cómo sabe que estudio aquí?

—Trabaja para tu padre ¿No? Y tu padre es muy bocazas, lo siento tío, pero es así.

Martín prácticamente le arrastró hacia donde estaba Diego. Joel tenía el corazón que se le quería salir por la boca, quizás por eso notaba un nudo en la garganta. Cuando Diego le reconoció, casi se desmayó allí mismo.

¿Por qué estaba tan nervioso?

Le saludó con la mano. Joel se dio cuenta que con una mano agarraba su cruz de plata y que con la otra se agarraba a la camisa de Martín con fuerza.

Se acercaron y Martín se deshizo de su agarre.

Diego estaba guapo. Para mirarle a la cara Joel tenía que levantar la mirada mucho más de lo que lo hacía su amigo. Joel debía parecer estúpido allí plantado con cara de bobo porque Martín le pegó un pisotón para que reaccionara.

Se acordó del día que supo que sería el abogado de su padre.

Cuando Joel le vio en su casa, plantado allí descalzo, no se había sorprendido tanto. Supo reaccionar empujado por una extraña excitación que guiaba sus actos. Pero en aquella ocasión lo cierto era que se moría de nervios y de vergüenza.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó mirando al suelo. Pero no obtuvo respuesta, quizás lo había dicho en un tono demasiado bajo. Ninguno de los dos le miró siquiera.

—Así que tú eres "la cuartada" —decía Diego a Martín, su amigo asintió riendo. Diego le tendió la mano.

—Y tú eres el abogado que se lo folló —soltó Martín estrechándosela.

—Oh, sí. Ese soy yo —respondió Diego riendo.

Joel no podía estar ni más colorado, ni más nervioso, ni más incómodo.

—¿Qué haces aquí? —repitió en voz más alta. Pero de nuevo, no obtuvo ninguna respuesta. Estaba claro que le estaban ignorando. Martín dijo que se marchaba para acompañar a Cristina a su casa, y se fue a paso rápido para alcanzarla— ¿Qué haces aquí?

—Esperarte —le dijo por fin. Su mano le levantó el mentón y no tuvo más remedio que mirarle a la cara. Diego solía acariciarle de esa forma, le gustaba—. Cuando hables conmigo... mírame.

Joel obedeció. Se quedó mirándole a la cara deseando que no quitase la mano de su piel, a pesar de que muchos estudiantes rezagados se habían quedado mirando la escena. Ya no le importaba su secreto.

—¿Porqué me esperas? —le preguntó casi sin aire. Se estaba comportando como un niño estúpido. Nervioso, tembloroso, con las mejillas ruborizadas por la vergüenza y la nariz roja por el frío.

Una voz en su cabeza le gritaba "¡Gilipollas, te tiemblan las piernas!"

—Porque quiero —le dijo él. Se inclinó y sus labios chocaron con los suyos. Joel no pudo evitar soltar un ruidito de puro estupor. Odió ese ruido como odiaba cada una de sus debilidades.

¿Porque se comportaba así cuando se le acercaba?

¡Se lo había follado! Se supone que los nervios van antes de eso, ¿No?, No después.

Joel reaccionó a tiempo. Rozó sus labios con timidez. Comprendió que si no se desinhibía con unas copas... él no sabía besar.

Pero el hombre sí. Joel se puso rígido cuando notó esa lengua ya conocida acariciar la suya propia. Se adueñó de él y a Joel le importó poco quien pudiera verle. Como si su padre pasaba justo en aquel momento por la acera de enfrente, le daba igual. 

Estaba poniendo en peligro los cimientos en los que se construía su vida por un beso, y solo con pensar en eso se excitó más que con el beso mismo.

Tembló pensando en las consecuencias y su lengua se movió contra la suya mucho más hábil alentada por esa funesta idea.

¿Y si les pillaban?

¿Y si se corría la voz?

Jadeó contra su boca y le mordió. Por Dios, que le mordió el labio antes de rozarlo de nuevo contra su lengua con tanta lascivia que fue el turno de Diego para hacer un ruidito estúpido.

Y pese al miedo que le recorrió comprendiendo que lo que le estaba encendiendo en fuego no era el roce de su piel sino el peligro de ser vistos, decidió que no dejaría de besarle hasta que Diego se separase.

Pero no lo hacía. Una mano enguantada en lana de calidad le agarró de la nuca.

Y para cuando se separaron a Joel le iba a explotar el corazón allí mismo como un grano de maíz en un microondas. Notó como le molestaba el pantalón, se había empalmado, y ni siquiera entendía nada.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué hacía Diego allí esperándole?

Miró al hombre a los ojos. Se divertía, o al menos eso parecía.

—¿Tienes algo que hacer? ¿Te esperan tus padres en casa? —le hablaba amablemente, con seguridad. Joel negó. Su madre estaría comiendo con sus compañeras del club de lectura y su padre trabajando, como siempre—. Te invito a comer.

"Yo lo que quiero es comerte a ti"

—Vale.

Notas finales:

¡Dejen comentarios! ¡Un abrazo!


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