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If It Hadn't Been For Love por Lady_Calabria

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Notas del capitulo:

Hola! Os dejo el tercer capítulo. Os presento a NOLAN, el rey del estercolero.

Este capítulo tiene escenas fuertes de la trama pero espero que os guste. 

Alimaña

Eso era Nolan, y lo sabía.

Y a Nolan, la alimaña tatuada, le dolía el cuerpo y parte del alma.

Subía las escaleras lentamente hasta llegar al tercer piso de aquel edificio mugriento que se caía a trozos. Se deslizó pesadamente entre grietas, pintadas y cables pelados.
Hogar dulce hogar, decían.

Buscó las llaves en el bolsillo deseando llegar a su cama. Pero su deseo se esfumó en cuanto las llaves se introdujeron en la cerradura y giraron.
En un repentino momento tuvo ganas de alejarse de allí de nuevo. Huir como siempre huía. Correr escaleras abajo y perderse en las calles de la ciudad.

"Otra vez" pensó con una media sonrisa.

Pero no. Necesitaba dormir. Su cuerpo maltrecho y agotado no podía más.

Cuando abriendo la puerta tropezó consigo mismo pensó con torpeza que esa era una señal.

"Cuando uno tropieza con su propio pie estando quieto...es signo de que se debe descansar".

Nolan debía parar un momento y tomar aire para no dejar de respirar, se lo había ganado.

Entró y dejó la chaqueta sobre el respaldo de una silla. Resbaló y cayó al suelo, pero no se molestó en recogerla. De todas formas no habría podido agacharse ni aunque se lo hubiese propuesto.

—Cariño, Ya estoy en casa —dijo en voz alta.

Sabía perfectamente que su voz sonaba tan amarga que a menudo resultaba desagradable. Agria, como la mayonesa cortada. Le encantaba, y menos mal, porque no podía evitarlo.
Sus palabras iban sudando su desconsuelo allá por donde fuera, cual monstruo de lodo y mierda que salpicaba a todos a su alrededor manchando sus malditas vidas perfectas.

Sabía, por la hora, que su compañero de piso estaría allí dispuesto a darle algún tipo de reprimenda por haber desaparecido sin dar señales de vida durante un tiempo tan prolongado.

Tres días son muchas horas, y más dedicándose a lo que se dedicaba.

Como suponía, el muchacho apareció desde su habitación con cara de reproche; más melodramático que Barbra Streisand. 

En aquel apartamento, como los vampiros, se vivía la noche y se dormía de día. Sky se preparaba para salir a trabajar al mismo tiempo que se escondía el sol, Nolan lo agradeció con el corazón porque nada deseaba más que estar a solas y dormir.

—¿Dónde has estado? —le preguntó su amigo, si es que podía considerarse como tal... el único que tenía.
Era la primera persona que había conocido al llegar a aquella ciudad de locos, tres años atrás. Había llegado solo, sin blanca y destruido; con un DNI falso, una única muda y un nombre que ya nadie recordaba.

Al principio, los primeros meses, habían vivido juntos en los baños de la estación de tren, su tremendo palacete con olor a orín.

Pero las cosas habían cambiado mucho en tres años, habían acabado viviendo en el pequeño piso que Nacho les había proporcionado en un edificio a escasos cinco minutos del local que regentaba. En aquel minúsculo piso de dos habitaciones vivían cinco personas y todos se dedicaban a la prostitución en la calle al servicio de Nacho.

Aunque Nolan allí era especial. Como una princesa, vaya.

Por algún motivo que no alcanzaba a comprender le había caído en gracia a Nacho, y le había ofrecido un buen trato.

Bueno, sí sabía por qué.

Nacho vio que Nolan no estaba bien de la cabeza sin llegar a ser estúpido, que no tenía miedo ni conciencia; Que sabía salir victorioso de cualquier situación como una rata escurridiza. Supo ver en él de donde procedía y lo que era capaz de hacer por sobrevivir sin tener él, en realidad, un gran apego por su propia vida.
Y por esa ristra de defectos que para el proxeneta eran virtudes fue que un día le llamó para que fuese a su despacho y le ofreció mejorar su situación.

Todo lo que Nacho quería de él era que se ocupase de algunos detalles sucios sin importancia. Nolan era su chico de los recados y su informador en la sombra. Ser un chivato no era lo más digno, pero Nolan había hecho cosas mucho más rastreras por dinero.

Sus escrúpulos se los había llevado el hambre; y con ellos también se habían marchado su reparo y cualquier rastro de moral.

De modo que, como los negros negreros que vigilaban los campos de algodón, aceptó a cambio de un trozo mayor de pastel. Era un buen trato, se repetía. Todo a cambio de hacer algunos favores a su jefe de vez en cuando. Pero él podía elegir, podía desaparecer.

Nolan tenía el maravilloso derecho de poder hacer lo que quisiera. Podía follar con quien quisiera, robar, timar. Podía estar de vacaciones una semana y no tocar una polla ni con un palo, o podía volverse un vicioso una noche hasta desmayarse. Él elegía. El dinero que ganaba era para él. Él se mantenía a sí mismo.

La idea obsesiva de capitanear su libre albedrío a toda costa, vivir como él había elegido vivir, guiaba todas las decisiones se su vida. Malas decisiones, de hecho. 

Nacho nunca le encargaba nada muy importante, por supuesto, pero siempre de dudosa legalidad. Nolan no era un chico en el que se pudiera confiar.

Al principio Sky pensó que el suyo también sería un buen trato y que hacer la calle para ese hombre era un chollo seguro, porque... ¿Cómo podría Nacho controlar lo que recaudaba o lo que no estando en la calle?

Se pensó más listo que el hombre, y eso era un enorme error. Nolan intentó advertirle.

Él, iluso, creía que bien podía decir que había tenido tres clientes y no cinco, y quedarse el dinero.

Pues no. No se podía.

Pronto su amigo descubrió que no era tan fácil. Nolan se lo había intentado explicar. Los puñeteros jefes del crimen organizado no son fáciles de engañar con juegos de manos de mago amateur. Pero Sky nunca había sido muy listo.

Nacho era un hombre poderoso en su pequeña ciudad. El rey de su minúscula montaña. De la misma forma que usaba a Nolan para que le informase de todo lo que sucedía cuando no estaba presente había otros, una enorme red de informadores porque en las calles las ratas vigilan, e incluso las paredes oyen.

Dejó de pensar sobresaltado por su grito.

—¡Por el amor de Dios! ¿Qué te ha pasado en la cara?

En su tono no había alarma, solo regaño.

—Me quedé a charlar con Gorila —le contó Nolan dejándose caer en el sofá. Cada músculo de sus piernas, trasero y espalda parecieron relajarse de placer, y eso que el sofá no era ninguna maravilla. Miró a Sky entrecerrando los ojos, su compañero tenía en los labios un porro a medio terminar— y mira, me han hecho una rinoplastia casera, ¿No estoy precioso?

Nacho ofrecía protección y un techo. Sí. Les ofrecía cierta estabilidad. Lo único que pedía a cambio era que les hiciese ganar dinero. El problema venía... cuando no ganaban tanto como costaba su mantenimiento. Ya fuese robando, "trabajando" o vendiendo un riñón, pero debían ganar dos mil al mes o se verían en la calle de nuevo, a merced del frío, sin comida ni hogar.

Y Sky, el rey de los resfriados, debía ese impuesto a menudo. Su amigo se tiraba de los pelos arrastrando sus deudas mes a mes cual una bola de nieve que se agranda rodando en una ladera. Nadie quería un chapero con gripe, y Sky tenía mala salud.

"Huérfano tosiendo, amigo... pareces un meme de Los Simpson".

Sky se plantó frente a él, delgado y fino, casi apenas como un niño. Con ese tipo de belleza exótica de tierras lejanas donde los jóvenes tienen los ojos rasgados, la nariz pequeña y los pómulos altos. Ese niñato parecía salido de una puta banda k-pop empalagosa.

No aparentaba sus diecisiete años en absoluto. Su sonrisa era tan bonita que no le extrañaba que todos esos viejos verdes se derritiesen por él.

—Eso ya lo sé —le dijo Sky. Su voz sonaba ligeramente aniñada adornada con su acento. Su cabello negro contrastaba con esa piel clara, a juego con esos ojos tan oscuros suyos.

Que era guapo era evidente, requisito indispensable para ganar dinero en aquel oficio. Pero no era solo eso. Sky era alegre y su sonrisa cálida era siempre amable. Era cariñoso incluso con los viejos pedófilos que a Nolan le producían asco, y no parecía fingir.

Supuso que ese era el poder de Sky, aparentar tener catorce años y sonreír a esos vejestorios para calmar sus conciencias como si, en realidad, no estuvieran haciendo nada malo. Y suponía, ellos caían en su embrujo agradecidos de poder fingir que no sabían su verdadera edad.

Estiró el brazo y le quitó el porro de la mano. Le pegó una calada tan honda que le lloraron los ojos.

Suspiró.

—Dicen que le vacilaste al Gorila ¿En serio, Nolan? ¿OTRA VEZ? —Insistió el muchacho tosiendo, devolviéndolo a la realidad—. Si te quieres morir mátate ya pero deja de dar por culo. Tú... Tú no estás bien, a ti te pasa algo. Algo en la puta cabeza. Háztelo mirar.

Nolan rio. Pues claro que él no estaba bien. Vaya novedad. Que él estaba loco perdido lo sabían todos. Por eso cuando entraba en el bar de Nacho algunos se apartaban. Le gustaba eso, que al entrar todos le mirasen y se alejasen de él como si fuera un perro salvaje que va a morder y a volverse loco de pronto.

Pero sí; Nolan no estaba bien, y lo sabía. Él lo sabía, Sky lo sabía, Nacho lo sabía y los hombres que le contrataban lo sabían.

—¿Dónde has pasado estas noches? Dime que has dormido algo —le preguntó Sky. Sus expresivos ojos parecían furiosos. Nolan frunció el ceño—. Tienes tu habitación de trastero. Nunca duermes aquí.

—¿Pero a ti qué coño te importa? —dijo de malos modos— ¿Qué pasa, me echas de menos?

—Sí —dijo Sky muy tranquilo. Nolan apartó la mirada incómodo recibiendo la respuesta que menos deseaba escuchar—. Estás como una puta cabra, tío. No quiero que te metas en más líos.

Nolan contuvo una carcajada. Líos.
Y lo decía él, el rey de las deudas. 

"Habló de putas La Tacones"

—Claro, como que tú no te metes nunca en problemas. Le debes a Nacho tres meses. Es mucho dinero que NO tienes —dijo Nolan. Fue el turno de Sky para apartar la mirada presa de la incomodidad—. Tú estás en un lío, mamonazo, no yo. Pero me da igual, eh. Me la suda. Tú decidiste trabajar para él. Puedes seguir haciéndolo con tu boca cuando te partan las piernas, ¿Se te da bien andar en silla de ruedas?

El muchacho se encogió de hombros. Sky tenía más líos que un bolsillo lleno de auriculares. Ese era el juego de los hombres como Nacho para mantener a sus compañeros bien atados por los huevos, las deudas. Porque sí, empezabas a ganar dinero pero al mismo tiempo le debías el alquiler, le debías el viaje, le debías la comida y le acababas debiendo la puta vida.

"¿Y ahora cómo sales de esta?"

—¿Te mandará a ti para que me las rompas?

—Si me paga lo suficiente...

Sky bufó arrugando la naricilla.

Tal vez fue por el breve momento de inquietud que pudo ver en su amigo que fugazmente recordó la mirada preocupada de aquel hombre que le había recogido en la calle. También recordó su casa, sus objetos personales de valor...y a Tacheté.

Ese gato dormido con él en el sofá, acurrucado a sus pies, había sido una bonita sensación. Hacía ya casi dos semanas que había salido de aquel apartamento y todavía no se había deshecho completamente de los pelos de gato que adornaba su ropa.

—¿Tienes algo para mí? —preguntó al chico de ojos rasgados señalando lo que quedaba de cigarro. Él negó con la cabeza y se levantó con un ágil movimiento. Parecía enfadado.

—Yo de ti, dejaría de drogarme aunque sea durante cinco minutos y me daría una ducha, que la necesitas. Pero claro, eso es si yo fuese tú.

—Si tú fueses yo... serias mucho más guapo de lo que eres ahora y no tendrías colgando esa micropolla—le dijo enfurruñado. Nolan quería sus drogas, pero el consejo de su amigo era la mejor opción—. Deja de fantasear con eso y vete a trabajar.

—Eres un cabrón muy borde, ¿Cómo no te muerdes y te mueres?

—Sí, sí. Búscate un Sugar Daddy que pague tu deuda.

—A eso voy— dijo el muchacho, y sin decir nada mas, se marchó visiblemente ofendido.

Entró en la habitación que compartía con Sky arrastrando los pies, se sentía como un coche usado que intentaba arrancar sin gasolina. Él, que pretendía ser un Bugatti y solo era un Seat Panda de segunda mano.

La habitación estaba prácticamente vacía. No necesitaba muchas cosas y lo que tenía estaba bien escondido. Nolan no se fiaba ni de su propia sombra, se aseguraba de no dejar en aquella casa nada que sus compañeros pudieran robar.

Vació sus bolsillos. Dejó sobre la cama un paquete de tabaco a medio vaciar, una pulsera muy vistosa de oro que había robado de la muñeca de una mujer en el centro comercial y que vendería al peso. También encontró un caramelo de limón y tres carteras que "Se había encontrado" en el bolsillo de unos pobres desgraciados.

En su interior encontró DNI, Tarjetas de crédito (que ya estarían anuladas) y demás papeles inútiles. En total reunió unos setenta y cinco euros en billetes y monedas.

Guardó la mitad en su cartera y el resto en una grieta bajo el colchón. Dividía siempre el dinero. Esa costumbre le había salvado del hambre en muchas ocasiones.

Antes de cerrar su cartera tomó la tarjeta que le había dado aquel psicólogo tan amable que parecía tonto. Era pequeña, rectangular; Dura, de cartón plastificado; Blanca y en letras negras ponía:

Lucas Darío Torres, Psicólogo.

Acompañado de dos direcciones y un número de teléfono móvil.

Guardo la tarjeta en la cartera sin entender qué motivo le impulsaba a hacerlo. Debería tirarla porque él no quería ningún loquero, pero no lo hizo.

Se duchó para limpiar la suciedad de su cuerpo, lo necesitaba con urgencia. Apestaba, tenía restos secos de lubricante en el trasero y barro en el pelo.

Había estado trabajando tres días seguidos, se había emborrachado e incluso había dormido en un parque a pesar del frío.

El agua caliente ablandó sus músculos. Adoraba aquella gloriosa sensación, cerró los ojos y perdió la noción del tiempo bajo el chorro de agua humeante.

Cuando salió de la ducha no hubo reflejos que le mostrasen su desnudez. No tenían espejos en el baño, solo uno pequeño sobre el lavabo, lo necesario para adecentarse. Así lo había pedido Nolan, y sus compañeros habían accedido sin preguntar el motivo. En aquel palacio no se solía indagar en la vida de los demás.

Nolan odiaba mirar su cuerpo desnudo directamente.

Hacía tiempo que no se miraba al espejo estando como le parió su madre. Se imaginaba los moratones, las cicatrices, su piel pálida, su cuerpo delgado...

Le daba asco y pena.

Recordaba aquel niño flaco y enfermizo que alguna vez había sido, nunca sería lo suficientemente bueno para borrar la huella del pasado.

Cuando pudo cubrió su piel de tatuajes para hacerlo más agradable, y todavía así apenas podía mirarse.

Había creído... que si convertía su piel en un lienzo también convertiría su cuerpo en arte, y sería hermoso.

¿Acaso no es siempre hermoso el arte?

Cuando se miraba desnudo sabía que su reflejo debía ser bonito porque a muchos hombres y mujeres les gustaba.

Sabía que no estaba delgado, que se había transformado en un hombre fibroso y atractivo. Que sus tatuajes estaban en perfecta armonía con su cuerpo y adornaban bien su piel. Sabía que con su rostro podía ganarse la vida mientras fuese joven. Sus ojos extraños atraían miradas, y su culo podía arrodillar imperios; o, por lo menos, a más de un gilipollas o dos.

"En tu polla se inspiró Dios para hacer el paraíso" le había dicho una vez un anciano sacerdote que le había pagado seiscientos euros solo por observarle desnudo frente a él, sin llegar a tocarle, y hacerle fotografías en actitudes extrañas.
Los puteros del clero eran los más pirados de todos. Que el cabrón estaba mal de la chaveta era evidente, no lo dudaba; a pesar de eso la frase le había hecho sentir bien.

Porque paradójicamente, odiando mirarse a sí mismo, también adoraba exhibirse; que le mirasen con deseo y le devorasen con los ojos para recordarse constantemente que ya no era ese crío débil.

Se secó con una toalla intentando no moverse bruscamente.

Estaba hecho polvo, le dolía todo. Le habían dado dos palizas en menos de dos semanas, se merecía un aplauso. Era su nuevo récord.

Caminó de puntillas hasta su cama, el suelo estaba jodidamente frío. Se hundió en su cama desnudo. Su mano derecha se dirigió a su muñeca izquierda, instintivamente acarició las cicatrices y cayó dormido tan rápido que apenas tuvo que proponérselo.

********************************************

Llovía de una forma casi torrencial.

El aguacero era tan fuerte que apenas dejaba ver los edificios a lo lejos, pero por suerte no hacía tanto frío como para que granizase o nevase.

Caminaba por la calle envuelto en su chaqueta de cuero.

Nolan había tenido malas noches y extrañas mañanas. Días en los que despertaba en algún parque sin zapatos, o sin pantalones. Noches locas en las que perdía la ropa interior en algún baño de bar o despertaba en su casa con el pecho rasguñado. Pero por muchas drogas que guardase su cuerpo o por muy borracho que acabase... nunca había perdido su chaqueta de cuero. El motivo era, sencillamente, porque esa chaqueta había sido de él (de Viktor) antes de ser suya.

Aunque hubiesen pasado ya tres años, cuando se la ponía todavía creía oler su aroma.

Empezaba a atardecer y él ya estaba agotado. Desde que había salido del piso había conseguido tres clientes, uno detrás del otro. Pim, pam, pum. Trescientos setenta euros. No estaba mal.

Dejó que la lluvia cayese sobre su piel. Bañó su cara y su pelo mojado se aplastó goteando.

"Llueve como si Dios nos estuviera meando".

Nolan se había criado en un ambiente tan religioso que, a su entender, rozaba lo absurdo. El muchacho no era un practicante de la fe, ni por asomo. De existir un dios, fuese de la religión que fuese, él estaba enfadado con él; Y de ser cierto que les estaba mirando él pensaba hacer todo lo contrario de lo que quisiera ese cabrón para que le viese escupirle en la puta cara. Quería entregar su alma a los pecados capitales y regalarse al diablo para fundirse en ellos.
Y de no existir nada en absoluto... Pensaba hacerlo igualmente.

A Nolan se le daba fantásticamente bien escupir hacia arriba.

Vio las luces del bar de Nacho en cuanto giró la esquina. Era un buen lugar, desde luego. Estaba en un barrio solitario donde los vecinos no molestaban demasiado pero a diez minutos de la calle Rosa. 

Se plantó frente a los dos enormes hombres que custodiaban la entrada al local. El nuevo no le prestó mucha atención pero Gorila le miró con resentimiento. 

—¿Qué hacen dos damas como vosotras en un lugar como este? —preguntó como saludo para fastidiarles.

—Vete a la mierda, Nolan —le dijo Gorila, calvo y feo como una patata reseca, pero también grande y fuerte. A Nolan todavía le dolía los golpes que le había propinado días atrás.

Nolan fue a entrar con paso decidido en aquel templo de la belleza y el pene cuando Gorila le paró sujetándole el hombro.

—Ni entres —le dijo serio, sus ojos no auguraban nada bueno—. Han llamado para pedirte a ti y a tu amigo, el coreano.

Nolan frunció el ceño. No le hizo falta reparar en la expresión de aquel hombre para saber perfectamente quien había solicitado sus servicios a través de Nacho.

Entró dándole un fuerte golpe a la puerta.

Allí trabajaban solo cinco chicos, todos mayores de edad y con los papeles en regla. Sin embargo, en la calle Nacho tenía a docenas de chicos trabajando en las mismas condiciones que Sky, lo que se traducía en una gran red de prostitución juvenil que producía millones en beneficios. Nolan no tenía ni idea de cuántos eran.

Cruzó el bar caminando sin titubeos, manchándolo todo de agua a su paso.

Cuando le vieron entrar, tanto los trabajadores del local como los clientes de confianza, se quedaron en silencio y luego intentaron aparentar que todo estaba bien. Que allí nade estaba nervioso, ni incómodo.

No es que fuese a volverse loco y a prenderle fuego al bar. Tampoco planeaba romper una botella y sacarle un ojo al primer soplapollas que cruzase por su lado...pero le tenían miedo a su impredecible carácter.
Nolan pensó que sería gracioso prenderle fuego al bar, después de todo, solo para ver qué cara ponían.

El local era tan pequeño que apenas había sitio para algunos sillones al fondo y la barra. El negocio se hacía en las habitaciones que se ocultaban tras la puerta blanca.

Entró en el despacho de Nacho sin llamar. Él tenía ciertos privilegios que otros jovencitos no podían permitirse.

Por algún motivo que se escapaba de su comprensión Nacho le consentía como si realmente le tuviese cariño. Si es que ese esclavista sexual podía amar. En cierto modo, ese hombre frente a él era lo más parecido a un padre que Nolan hubiese tenido.

"No sé si quiero que seas mi padre o mi daddy, y eso es triste que te cagas".

El hombre estaba hablando por teléfono, así que se acercó y se sentó en la silla frente su escritorio con las piernas bien estiradas y una posición relajada propia de quien considera esa silla posesión suya.

Miró a Nacho mientras este se despedía de su interlocutor dedicándole a él un gesto para que esperara calmado.

"Calmadísimo, Mírame. Como para ponerme a hacer Yoga".

Era alto, su cuerpo estaba en proporción con su altura. Era un hombre grande que jamás había pisado un gimnasio y se notaba. Tenía la espalda ancha, brazos fornidos y una incipiente tripa por falta de ejercicio. Parecía mucho más joven de lo que en realidad debía ser, sus canas le delataban. A Nolan siempre le había parecido atractivo ese hombre tripón de nariz ganchuda.

Colgó el teléfono y lo guardó en su pantalón negro.

—Hola, Nolan —le dijo el hombre con un suspiro cansado.

—Ha llamado Crandford —dijo serio, aguantando el pulso a su cara impasible hasta que el hombre asintió lentamente calculando como manejar el león acorralado que era Nolan en ese momento—. Dijiste que yo no soy una de tus putas, ¿Acaso tengo la opción de negarme? Porque no recuerdo que me hayas preguntado cómo tengo la agenda.

—Te quiere a ti como siempre. No me vengas con numerito porque este cliente es mío y ya te hago un favor pasándotelo a ti cada dos por tres. Pero esta vez quiere también a Sky. Ya sabéis de qué va esto. Vais y hacéis lo que tengáis que hacer porque me debéis mi puto dinero —le dijo con tono que no admitía réplica.

—¿Por cuánto?

—Bastante. Tú aguanta tanto como puedas y te llevas un cuarenta por ciento, y la deuda de Sky quedará saldada al momento, ¿Qué te parece, o te interesa negarte? ¿Cómo tienes la agenda?

No, a Nolan no le interesaba rechazar ese trato.

—Creo que puedo hacerle un huequito.

Nacho recogió de su escritorio una bolsa transparente con cuatro pastillas y Nolan las apretó, guardándolas al instante, en cuanto de se las puso en la mano.

**********************************************

El cielo, si es que seguía existiendo un cielo, ya no importaba; ni el suelo, ni la lluvia, ni aquella horrible habitación. Tampoco importaba el tiempo, ni las esposas que le colgaban los brazos mediante cadenas ancladas al techo obligándole a mantenerlos estirados hacia arriba.

A Nolan ya no le importaba el sudor que se resbalaba por su piel, ni el hombre que les miraba fijamente sentado frente a la cama, quieto, atento a cada movimiento. Y desde luego, a Nolan ya no le importaba el dolor.

Nolan solo sabía que debía seguir hundiendo su polla en su amigo, como un autómata abandonado al placer (o lo que fuese aquella sensación), que mientras Sky se mantuviera en cuatro sobre la cama y ese hombre les siguiera mirando daría igual cuantas horas llevasen así. Y daría igual cuantos golpes recibiese, debía seguir.

Las drogas le nublaban todo lo demás y le hundían en sensaciones que no estaban allí, desdibujando la delgada línea que separaba para él el dolor del placer. Tragó sintiendo el sabor metálico de la sangre en la boca.

Oía gritar a Sky como desde una tierra lejana, a kilómetros de él. No sabía si le gustaba, no sabía si le hacía daño.

Ambos sabían que eso no importaba. Sky se mantenía firme apretando su culo contra él para hacer más profunda la embestida y eso debía significar que lo quería así. Pudiera ser que a él también le costase ver con claridad, pudiera ser que tampoco fuese consciente de tener un cuerpo.

Se habían tomado las pastillas que les había dado Nacho para aguantar la noche entera cuando ascendían en el ascensor privado hasta el apartamento de su cliente.

Una para que aguantase su polla y otra para que aguantase su mente.

Las habían tomado mirándose a los ojos con determinación, sabiendo exactamente lo que les esperaba allí dentro. Pero uno nunca sabía del todo lo que le esperaba cuando entraba allí.

Abrió los ojos sin ver, todavía así fijó su mirada rabiosa en aquella silueta sentada frente a ellos. Le hubiese gustado ver la cara regordeta y de papada rosada de su cliente cuando con sus ojos cargados de odio le sacó la lengua lascivamente llena de sangre.

Vio borrosamente como las gotas carmesí de su sangre caían desde su lengua hasta el colchón en un hilillo que parecía no tener final. 
¿Tanto estaba sangrando?

Sky dobló las rodillas agotado y se derrumbó sobre la cama temblando.

Eso era lo que ese depravado quería ¿No?

Ver el dolor, oírles gritar.

Esa mirada insurrecta provocó que el hombre se levantase. Pensaron que iba a volver a pegarles.

Eso era lo que solía hacer cuando eran dos en la cama. Les miraba y miraba hasta que algo, solo Dios sabía qué, le excitaba y luego les golpeaba mientras sus ojitos de animalejo carroñero les observaba tener sexo a pesar de sus golpes, pajeándose hasta que se corría.

Cuando solo era Nolan en el lecho era peor, mucho peor.
Y por eso mismo aquel hombre siempre le buscaba a él, era el único loco dispuesto a acostarse en solitario con un tipo que solo se excitaba con la tortura y la humillación.

Porque a Nolan no le importaba los golpes ni la sangre, seguía teniendo esa desafiante mirada carente de miedo. Su rabia perenne debía ponerle cachondo como un mandril, o al menos eso era lo que le parecía a él.

Pero no hubo golpes esa vez. El hombre se acercó para abrir las esposas. Cuando Nolan pudo bajar los brazos apenas notó los calambres, estaba muy atento a como Crandford les decía que cambiaran de posición.

Ellos obedecieron y se colocó sobre Sky tal y como le había dicho que hiciera.

—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro al oído al chico, su sudor le mojó el cuerpo. Le notaba arder.

Sky asintió torpemente, agarrándose a su espalda. Si Nolan hubiese tenido intacta la capacidad de ver hubiese notado que el chico apenas podía mantener los ojos abiertos sumido en su propio mar de drogas.

Pensó que si él estaba en medio de tan tremendo viaje, Sky que no estaba habituado a narcóticos fuertes debía estar en otro mundo.

Intentó ser suave cuando se introdujo en él de nuevo.

Crandford se acercó rodeando la cama y volviendo de nuevo a su silla le dijo:

—Ahora pégale.

Nolan se tensó y apretó la mandíbula negando violentamente. Si hubiese sido otro el que temblaba bajo él sí lo hubiese hecho, sin dudarlo. Le hubiese pegado un puñetazo sin pensarlo ni un segundo. Nolan le pegaría una paliza a cualquier desgraciado por un par de billetes. Pero era Sky. Su amigo, su único amigo.

Ya era bastante incómodo follar con su compañero como para caer en su sádico juego.

—No — le dijo. Se intentó separar de Sky pero este se lo impidió agarrándole del trasero y empujando para que entrase por completo en su cuerpo. Su espalda se arqueó sin poder evitarlo.

—He dicho que le pegues — oyó la voz autoritaria de su cliente. Intentó mirar a Sky pero no podía, de verdad que no podía, ¿Le pasaría a él lo mismo?

Notó como el chico se acercaba para hablarle en voz baja.

—Hazlo —le susurró Sky moviendo sus manos hasta su cara para sujetársela con cariño. Su voz atontada por las drogas sonaba tan lejos de él como si le hablase bajo el agua, pero notaba su aliento contra sus labios.

—¡No! ¡NO! —dijo a su amigo. Se giró hacia su cliente— Que me pegue él a mí. Mira como sangro ¿No quieres ver más?, Mira. Puedo sangrar más.

Recogió torpemente con su mano la sangre que goteaba desde su rostro y se la mostró estirando la palma hacia él.

—Quiero que te lo folles mientras le pegas —le dijo solamente.

A Nolan no le iba la vida en un puto cuarenta por ciento, nadie iba a pegarle una paliza por largarse de allí, o sí... pero no le asustaba. Pero la situación de Sky no era tan sencilla como la suya.

—Nolan... Nolan... —le susurraba Sky como un arrullo, le mordió la oreja haciendo que su cuerpo confundido reaccionase—. No pasa nada. Hazlo.

—Pero...

—Es mucho dinero. Si no pago me pegarán una paliza igualmente... Me romperán las piernas. Me echarán del piso —le dijo intentando infundirle tranquilidad con su voz de terciopelo. Y lo consiguió. Ese era el poder de Sky, el arrollador cariño que mecía el alma de quién le escuchaba— Así pagaré mi deuda. Por favor... Por favor, hazlo por mí.

Nolan notó su pecho inflarse y desinflarse con su respiración desbocada mientras asentía y tragando saliva para infundirse el ánimo necesario bajó el puño. Sky, indefenso bajo él, cerró los ojos con fuerza esperando el impacto; o eso le pareció notar.

Oyó como su cliente se bajaba los pantalones haciendo mucho ruido desabrochando su cinturón con rapidez. 

"¿Esto sí te pone duro maldito hijo de perra enfermo? "

—Otra vez.

Y Nolan obedeció notando como Sky asentía nerviosamente. Pero le decía "Más fuerte" y con cada puñetazo notaba que se quebraba un poquito más su corazón fraccionado. Hasta que Sky emitió un lastimero sonido parecido a un lloro atragantado por la tos y Nolan distinguió la sangre que teñía borrosamente lo que debía ser su rostro.

No podía seguir golpeándole, iba a destrozarle si seguía así.

Oía los jadeos de ese depravado frente a ellos mientras se masturbaba.

Debía inventarse algo, debía salir de esa. Escabullirse como la rata que era.

"Piensa, piensa"

Debía...

Nolan escupió despectivamente su propia sangre en el rostro de Sky y le apretó la cabeza contra el colchón, inclinándole la cara para que el hombre pudiese mirar bien el lamentable estado en el que había quedado y que se corriese de una puta vez.

Crandford le miró ahogándolo, impidiéndole respirar mientras el sonido de su cuerpo chocando contra sus nalgas se hacía más fuerte. Aquel último acto de humillación excitó tanto a su cliente que entre jadeos le dijo "Ya".

Nolan supo a lo que se refería. A Crandford no le bastaba con eso para llegar al climax, no. Necesitaba verle a él con veneración enfermiza, como siempre, para poder correrse necesitaba ver a Nolan entreabriendo los labios cayendo en las mieles del orgasmo.

Y eso no era tan sencillo. Quizá las pastillas le ayudaban a mantenerla endurecida pasase lo que pasase, pero no era fácil poder correrse a voluntad en aquellas circunstancias.

Nolan cerró los ojos. Se apartó de Sky que intentaba respirar sin mucho éxito. Intentó no pensar en eso, solo en la sensación de placer que le regalaba la droga. Se sumergió en la cegadora emoción eufórica, en el calor y el frío en la base de su nuca, de la increíble sensación que venía de su cerebro y no de su polla.

Se disoció como pudo, y se intentó aferrar a un recuerdo agradable. Nolan no tenía muchos de esos.

Él no estaba allí, esa cama no existía, estaba en un sitio bonito. Buscó en su memoria cualquier cosa que le hiciese sentir bien.

Pensó en Tacheté.

No en el gato en sí sino en la agradable tranquilidad que despedía mientras dormía ronroneando a sus pies. Y en su mente vio a Lucas.

Recordó sus grandes ojos castaños mirándole con admiración a la cara mientras le curaba las heridas, y en su suave forma de tocarle sin esperar nada a cambio mientras exhibía dos hoyuelos franqueando su sonrisa.

Pensó en su sonrisa.  Sus dientes pequeñitos formaban una línea perfecta porque eran pequeñas cuentas blancas del mismo tamaño, y se metían un poquito hacia dentro. Solo un poquito.

Joder, su sonrisa.

Vale, sí. Así sí podía.

Se incorporó sobre la cama para que su cliente lo viera bien.

Pero en realidad ya no le importaba eso, ni su cliente ni su mano masajeando su pene mientras jadeaba.

Solo importaba él, imaginó a Lucas aceptando su propuesta y dejándose tocar en su bonita cama de Ikea de cómoda clase media.

Y disfrutó sinceramente. Su recuerdo le excitó y antes de lo que hubiese pensado posible ya notaba las oleadas del orgasmo inundándole el cuerpo como un maremoto. Miró fijamente a su cliente desafiante.

"Mírame, hijo de puta"

Y en cuanto eyaculó oyó como Crandford gemía cautivado por la visión de sus abdominales marcándose contraídos por un espasmo de placer.

"Córrete, córrete"

En cuanto lo hizo un silencio pesado inundó la habitación.

Nolan cayó sobre la cama completamente exhausto. Su cliente se vistió rápidamente y se sintió liberado.

—Sky — logró susurrar arrastrándose hasta él. El chico se movió débilmente para girarse buscando su voz. Seguía consciente. Estaba bien.

—Gra-gracias —susurró su compañero. Estiraron como pudieron el brazo para apretarse la mano entrelazando sus dedos.

Crandford les dejó cien euros a cada uno como propina antes de marcharse sin entretenerse en despedidas; dejándolos tirados en la cama envueltos en el supor de los opiáceos.

No fueron capaces de levantarse hasta casi media hora después, cuando su cuerpos sudados eliminaron el efecto de las drogas progresivamente.

Un hombre con traje negro les esperaba para acompañarles a la planta baja, donde el chófer de Nacho les recogió para devolverles al local, ambos sangrando y con la mirada perdida.

Cuando llegaron ya había salido el sol.

**********************************************

Nolan se apoyó en la pared porque el suelo se estaba riendo de él y no paraba de moverse. No tenía mucho frío así que no se quitó su chaqueta. Sabía que en cuanto dejase de llevarla puesta la perdería, olvidándola en cualquier sitio. A demás, había aprendido a no fiarse del calor que sintiese cuando iba colocado. No quería ser presa de ese engaño, aunque su cuerpo estuviese caliente en realidad la temperatura exterior era de cuatro grados.

Las estrellas ya no estaban, en su lugar había una neblina extraña. Sentía su corazón latir al compás de la música en algún bar a su derecha, así que se dejó guiar hasta allí y entró guiado por ese ritmo.

Se había tomado una pastilla de color fucsia que Nacho le había regalado para compensar la mala experiencia. Como siempre hacía, le puso la droga en la mano.

Nolan las había aceptado sabiendo que regalarle esas sustancias no era un acto para reconfortarle sino una forma de mantenerlo enganchado a él. Ese gesto solo era una forma de decir sin palabras "Por feas que se pongan las cosas estando conmigo tienes esto". Esas sustancias le ataban a él como se ataría a un perro; y él mismo, aunque lo sabía, aceptaba llevar esa correa.
Así eran las cosas, Nolan era un yonki. 

En definitiva, se la había tomado pensado que aquello era una señal del destino y sus pasos se habían dirigido poco a poco hacía la calle Rosa. Se sentía ligero, maravillosamente dichoso yendo a caballo en la alegría artificial de la química.

Intentaba no pensar en Sky que debía estar recuperándose de sus golpes en casa.

Era un sitio pequeño así que dando algunos tumbos llegó en poco tiempo hasta la barra. Todo estaba desdibujado como en un sueño. Se había bebido su peso en vodka frío y ahora le tocaba el turno al whisky.

Notó algunas miradas impúdicas clavadas en él, y eso le gustaba en desmedida. Le miraban porque le deseaban, y le deseaban porque él era algo hermoso. Se repitió esa idea para no venirse abajo y llorar, como llevaba haciendo durante años. Agarrándose al deseo cual salvavidas para seguir a flote.

—¿Qué te pongo? —le dijo el camarero. El chico suspiró.

Miró la botella de Whisky junto a las demás botellas.
Le miraba allí con su Jack Daniel's escrito, amargo como el infierno. Pero el regusto del vodka barato todavía no se había marchado y el whisky se salía de su presupuesto. Había decidido guardar todo su dinero en casa porque si iba a salir dispuesto a olvidar las cosas que había hecho lo más probable era que acabasen robándole cuando se desmayase en cualquier rincón.

—Una cerveza —respondió.

—Te invito —dijo una voz a su espalda. Se giró para ver a un hombre que sudaba mucho aunque allí no hiciese calor.

Incluso borracho como estaba reconocía a los de su calaña, ese sujeto iba hasta las cejas de coca. No se fiaba de nadie que sudase así, excepto de él mismo. Y ni eso.

—No —dijo. Solo supo decir eso. El hombre no se dio por vencido, le agarró del hombro para obligarle a mirarle.

"¿Cómo dos letras son tan difíciles de entender?"

La cerveza estaba en la barra y el camarero esperaba que le pagase alguien, quien fuese. Nolan se deshizo del agarre y le tendió el dinero al camarero que se apresuró a tomarlo sabiendo que se avecinaba una pelea.

—¿Qué pasa, mi dinero te da asco? —preguntó aquel señor insistente. Nolan le miró y se dio cuenta de que era calvo, tanto que con el sudor reflejaba las luces en su cabeza y su piel brillaba.

Frunció el ceño y se apartó.

Feo no era, tampoco tenía nada en contra de los calvos, ni era deforme o tullido pero aquella forma de sudar y su tono grosero le desagradaron.

Hasta borracho fue fácil robarle la cartera, la tenía en el bolsillo esperando a que llegase él. Era el destino.

"Tío asqueroso, he estado cinco horas follando sin parar entre sudor y sangre, así que no me jodas y déjame en paz"

—Tu dinero no me da asco. Tú sí  —le dijo, guardándose su primer pensamiento.

Cuando una persona inestable y de naturaleza violenta toma demasiada cocaína se convierte en una bomba a punto de explotar por minutos. La rabia sale de forma irracional y desmesurada, bien lo sabía él, que era su droga habitual.

El hombre le propinó un puñetazo.

¿Por qué cojones siempre acababan pegándole?

Era culpa suya por ir a beber a aquellos bares de viejos hormonados con el ego agonizando en plena crisis de los cuarenta. Nada les dolía más que ser rechazados. La calle principal de bares de la zona gay siempre era una buena fuente de ingresos. Le invitaban, encontraba clientes, o podía robar carteras y relojes a su antojo; pero también atraía más problemas, no podía beber tranquilo.

Escuchó barullo. También escuchó gritos. Comprendió que estaba en el suelo, derrumbado por el golpe, y que los amigos de ese señor calvo intentaban agarrarlo antes de que llegasen los de seguridad. El camarero gritaba algo que Nolan no entendía mirando desde el suelo.

Decidió acabar con todo aquel tema de forma rápida. Se puso en pie con esfuerzo para agarrar la botella de cerveza rápidamente y sin miramientos se la estampó en la mejilla. Vio la sangre que brotaba de la brecha de su pómulo, pero no le importó lo más mínimo.

Se fue de allí antes de que recibiese otra hostia y como sabía que llamarían a la policía decidió correr varios minutos antes de meterse en otro bar situado a una distancia prudencial del primero.

Era incluso más pequeño que el anterior pero más tranquilo. Se acercó a la barra de nuevo y pidió otra cerveza. Finalmente aquel hombre le había invitado porque pagó con el dinero que encontró en su cartera.

Tomó un trago de la cerveza fría y se puso en la lengua otra de aquellas pastillas que nublaban su mente.

En aquel local había sillones dispuestos alrededor de mesitas de madera. Era tranquilo y bonito, así que decidió marcharse de allí antes de que ocurriese algo que estropease esos sillones tan cómodos. Él siempre atraía a los problemas y aquel parecía un sitio decente.

Pero no se marchó. Se quedó allí en medio de la sala parado. Quieto y en silencio, con su cerveza fría en la mano como un bobo paralizado por la sorpresa.

En uno de los sillones del fondo reconoció una cara amable embajadora de unos enormes ojos castaños, y esos ojos le miraban a él.

Quizás solo se lo imaginase, quizás fuese el alcohol o las drogas, o simplemente estaba perdiendo la puta cabeza, pero aquel hombre de ojos afables se parecía demasiado al hombre que le había ofrecido su casa para dormir.

Si era él, estaba acompañado por un hombre alto de barba rojiza que parecía juzgarle y condenarlo con cada mirada.

Se quedó allí mirando a Lucas, olvidando que existía el tiempo de nuevo. Siendo tan obvio que, joder, que debía parecer tonto.

"¿Y qué coño importa si es él o no es él?"

Importaba a su manera, porque por muy cabrón que fuese Nolan... no le había dado las gracias a ese hombre por su ayuda desinteresada. Hasta le había pagado el taxi por la mañana y él ni siquiera se había despedido.

" No estás nervioso como una puta colegiala porque le debas un gracias"

Se acercó lentamente. Bien mirado sí que era él. Sus labios se abrían y cerraban como si quisiera hablarle pero no se atreviese.

—Hola —dijo y su voz sonó como la de otra persona. El hombre parecía sorprendido.

—¿Te acuerdas de mí? —le dijo con los ojos castaños muy abiertos. Nolan se encogió de hombros y tomó un trago de su cerveza. No quiso contarle que gracias a su recuerdo se había corrido en el momento más conveniente.

Nolan recordaba a Tacheté el gato, el sofá y hasta recordaba haber meado en una planta.

—Mmm... ¿Luis? —se aventuró a decir para ocultar que semanas después de su encuentro todavía recordaba incluso su olor. El hombre rio y negó con la cabeza antes de mirar de soslayo a su acompañante. Su amigo era más alto que él y también más fuerte. La verdad es que el psicólogo no era nada del otro mundo. Sus ojos marrones eran amables y su nariz era estrecha, aunque larga. No era feo, pero tampoco guapo. 

Su amigo alto era innegablemente más atractivo, saltaba a la vista. Su rostro era de mandíbula fuerte adornada por una cuidada barba que le quedaba muy bien. Su rostro alegre tenía una bonita sonrisa.

Pero Nolan notó que sus ojos no brillaban de la misma forma bonachona que lo hacían los del psicólogo. Sin ese calor afable era como cualquier otro hombre atractivo, nada más. 

—Tu chico no se acuerda ni de tu nombre, debiste hacerlo fatal —dijo el hombre con barba riendo a carcajadas.

—Cállate, Diego —El gruñido del hombre de cabello castaño parecía el de un niño enfurruñado. Aunque cuando se volvió hacia Nolan de nuevo intentó ponerse serio—. Me llamo Lucas. Este es Diego.

"Lo sé"

—Y Diego se marcha ahora —suspiró el hombre colocándose bien la chaqueta antes de levantase del sillón. Lucas le miró entre sorprendido y exasperado, una expresión que a Nolan le resultó divertidísima— ¿Qué? ¿No te dije que había quedado?

—No —La voz de Lucas mostraba enfado, pero todavía así parecía amable. Hablando entre ellos no prestaron atención a la forma en la que Nolan se tambaleaba—. Se te olvidó.

Nolan se sentía mareado.

Cuando se vino a dar cuenta sus manos estaban sujetando su cabeza y las nauseas abrazaban su garganta sin piedad.

La bruma que cegaba su vista se volvió más cerrada.

—¿Estás bien? —oyó que decía una voz frente a él. Se asustó al no ver a nadie aunque tuviese los ojos abiertos. Fuese quien fuese el sujeto que le acariciaba la cara deseaba que se apartase del camino antes de que vomitase.

Nolan hizo el ademán de marcharse y unos brazos le sujetaron de las muñecas arrastrándole hasta dentro del local.

"No, cabrones, quiero ir a la calle" pensaba intentando que su voz sonase, pero sus labios no se movían.

—Joder, Lucas, ¿Llamo a una ambulancia?—decía la voz de ese hombre llamado Diego cerca de su lado derecho.

"Ni de coña. Nada de médicos" pensó. Su cuerpo reaccionó negando con la cabeza tan fuerte que casi se cayó al suelo de un tropezón.

Una puerta chirrió y chocó contra algo. Se dejó arrastrar.

—Abre el grifo —Oyó que Lucas le ordenaba a su amigo. Nolan abrió los ojos y por fin distinguió el rectángulo borroso del espejo. El agua caía sobre la pica. Se dejó doblar hacía ella metiendo la cabeza.

La sensación del agua fría sobre su cara, resbalando por su frente, su nariz y sus labios le hizo sentir muchísimo mejor casi como si aquel grifo viejo fuese la fuente de la vida. Aunque esa renovadora sensación no era suficiente para aminorar la nausea que oprimía su garganta y notó que el estómago se le contraía en un espasmo brusco. Agarrando la porcelana con fuerza con las dos manos vomitó sobre la pica. 

Cuando el agua en movimiento se llevó todos los restos volvió a dejar caer su cara bajo el grifo. Su vista se aclaró bastante cuando el mareo aminoró.

Diego estaba tras él, con los brazos cruzados y una curiosa mirada de preocupación. Lucas estaba a su lado, mojándole con las manos el cuello.

Se apartó de él porque aquel contacto le traía extraños recuerdos que prefería mantener alejados de su mente.

—¿Estás mejor? —le preguntó Lucas. Nolan asintió.

—Me ha dado un mal viaje... —dijo con sus manos en la frente. Joder, siempre haciendo el ridículo en los peores momentos. Notaba el bamboleo de sus manos temblorosas y todavía sentía el peligro del nuevo vómito inminente, pero estaba mucho mejor. Miró a Lucas y su coraza defensiva se activó para ocultar su vergüenza. Le hubiese encantado ser engullido por la tierra. Así que para que nadie notase esos bochornosos sentimientos le puso mala cara— ¿Acaso eres enfermera? No te he pedido ayuda.

Oyó una risa a su espalda.

—Hostias, Lucas... tu chico es un desagradecido —dijo Diego con cara de diversión. Lucas frente a él frunció el ceño con un ligero enfado.

"Sí, lo soy"

—¿Tú no te ibas? —le preguntó el psicólogo de malos modos. Como estaba tras él, Nolan no pudo ver al hombre hasta que se giró para observar el reflejo en el espejo. Se apoyó en la pica porque le temblaban las piernas. Diego asintió rápidamente y le echó una mirada que significaba "Me iba hasta que al niño le dio por marearse"

—Si no se me necesita me voy —le dijo mirando concienzudamente a Nolan, como decidiendo por su aspecto si estaba en condiciones de sobrevivir o si dejarle solo con Lucas era una mala idea.

Nolan frunció el ceño.

—Yo también me voy —dijo girándose para marcharse, pero Lucas hizo un movimiento para evitarlo. Apenas realizó un ligero ademán de ponerse frente a él y cortarle el paso. No lo hizo, sin embargo. Quizás había pensado que no sería buena idea retenerlo si se quería marchar.

¿Se quería marchar?

Aquel gesto le dejó confundido y se dio cuenta de que en realidad él tampoco se había movido del sitio.

Diego rio. Su mente confundida por las drogas se preguntó si se estaba riendo de él o de los dos. Ambos allí plantados haciendo movimientos a medias sin llegar a hacerlos por completo.

—Bueno, sí... creo que me voy. Cuidadito con la cartera, ¿vale? —dijo a Lucas, ignorándolo a él. Nolan dibujó una media sonrisa oyendo lo último.

—Y tú cuida de ese niño —dijo Lucas dándole una palmada en la espalda como despedida. Diego rio.

—¿Cómo sabes que voy con Joel?

—Intuición.

Nolan bajó un momento la cabeza y cerró los ojos.

Cuando la levantó Diego se había marchado y Lucas le miraba con la palabra preocupación escrita en la frente. Sus labios apretados en un gesto inquieto eran un bonito camino por donde él estaría encantado de pasear, si él le dejase.

—Siempre que te veo... estás borracho. Al menos hoy estas abrigado, ¿Es... tu... día libre o algo así? —le dijo Lucas. Nolan sonrió con toda la amargura de su alma. Se notaba que no lo había dicho con maldad, había hecho la pregunta con preocupación.

Dudaba en cada palabra para no ofenderle.

—No —dijo. Se acercó a él diez centímetros. Se había dicho que iba a tomarse un tiempo libre. Tras lo sucedido había ganado suficiente dinero para vivir bien durante bastante semanas, aunque él fuese experto en fundirse el dinero a una velocidad pasmosa, y todavía así le puso su mejor sonrisa—. Puedo trabajar contigo, si tú quieres.

Quería tomarse un respiro y disfrutar. No necesitaba el dinero, pero se quedó mirando un segundo aquella cara y luego fingió que unos billetes extra nunca estaban de más. Pudiera ser que no en aquel justo intante, que acababa de devolver, pero si le decía un lugar y una hora él se presentaría dispuesto para la misión con más ilusión de la que acostumbraba a tener.

Sin embargo, el hombre negó y luego le sonrió con amabilidad.

—Como mucho te invitaré a un café —le dijo suavemente, como si hablase con un niño malcriado. Nolan frunció el ceño y buscó en sus bolsillos para asegurarse de que no había perdido su dinero robado.

—No me gusta el café, me gusta más la leche —le dijo burlonamente.

Para su sorpresa el hombre no se molestó por su impertinencia, sino que rio.

Nolan suspiró y echó la cabeza hacia atrás apoyándola en la pared, la sensación de caer al vacío teniendo los pies en la tierra le elevaba. Se hundía y volaba al mismo tiempo.

—Van a echarnos de aquí —opinó Lucas mirándole fijamente. Nolan rio.

—Eres libre de irte cuando quieras —dijo señalando con su mano la puerta. Pero no se marchó, se quedó allí plantado sin hacer nada, mirando al suelo— Oh, ya veo que te va el drama ¿Dónde cojones he metido mi cerveza?

—Y yo veo que ya te encuentras mucho mejor —opinó Lucas—. Si estás trabajando...Bueno... ¿Está cerca tu... tu...?

A Nolan le costó dos segundos comprender.

—¿Mi chulo? —completó la frase de consciente de lo ebria que sonaba su voz.

El hombre asintió encogiéndose de hombros.

—Sí, algo así. Tu jefe.

A Nolan le parecía extraño, que sin querer beneficiarse del servicio, se tomase con tanta naturalidad su manera de ganarse la vida. Normalmente los hombres que lo aceptaban eran puteros, y los que no lo eran simplemente pensaban que era un oficio indigno y asqueroso.

—No te preocupes por eso. No tengo jefe. Yo soy autónomo. Estás frente a un empresario.

—Empresario, ¿Cómo Amancio Ortega?

—Más bien como Ruiz Mateos.

—Ah... vale —dijo el hombre rompiendo a reír. Su risa era tan agradable como un baño caliente.

¿Cuántos años tendría? Aunque se comportase como un viejo no parecía llegar ni a la treintena. Incluso menos.
¿Veinticinco, veintiséis? 
Desde luego todos sus clientes eran hombres más mayores que él. No solía hablar con ninguna persona tanto tiempo, se sentía incómodo con aquella aparente cercanía.

Como si fuesen amigos.

Nolan no quería amigos.

No los necesitaba.

Tener lazos afectivos solo lo complicaba todo. Viktor había sido un magnífico profesor para entender esa lección. Ya bastante tenía con Sky, y ahora se sentía horrible por haber partido la cara de un amigo que él no había buscado tener.

—Yo... tengo que marcharme... Pero... yo... Bueno, Gracias. Muchas gracias—le dijo, sin embargo.

La palabra le sonó extraña masticada en su boca porque no solía pronunciarla muy a menudo. Sin dar tiempo a que él respondiera se marchó de allí huyendo hacia la nada.

Notas finales:

¡Espero que si habéis llegado hasta aquí os esté gustando la historia! El siguiente capítulo será para DIEGO. 

:^)


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