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El pecado del demonio por AlbaYuu

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Desde la llegada de Lugonis al infierno, Radamanthys había estado de mejor humor. Su actitud frívola y seca hacia los demás no había cambiado, solo se notaba de puertas para dentro de su castillo. Lugonis prácticamente había cambiado su vida. 




 




Antes cuando regresada de una de las jornadas de trabajo se iba a su estudio y allí se pasaba el rato con su vaso de whisky infernal, mucho más fuerte que el de los terrenales. Si un simple humano lo bebía podía llegar a quemarse y con un solo trago sufrir un coma etílico. Ahora no era así. Cuando regresaba solo deseaba devorar los labios de ese pecado que le hizo sucumbir en los placeres más impuros creados por los humanos y que los demonios gozaban sin pudor alguno. El demonio del wyvern jamás tuvo un solo amante, hasta la llegada de aquella flor que le hizo caer en la perdición. Lugonis también salió afectado de su unión. Fue expulsado de los Elíseos por los ángeles caídos Tanathos e Hypnos, guardianes de dicho lugar. Pero había merecido la pena. Nada más llegar buscaba a su amante y lo abrazaba contra su cuerpo para sentir que era real. Unía sus labios en un beso tan lujurioso que da envía verlos besarse. Se imponía ante y era correspondido por Lugonis como su superior, como suyo, de nadie más. Despertando el deseo de poseerlo cada vez que lo veía le besaba hasta saciarse acorralándole en donde fuese necesario. Le gustaba ver las reacciones de sus criados cada vez que eso sucedía, dejarlos morirse de celos. Más de alguno y alguna fantaseaba con su señor, pero él solo se entregaba a su amado Lugonis. Los de más demonios tenían más de un amante, pero Radamanthys no. Sus ojos y atenciones eran solo para Lugonis. 




 




Las demostraciones de amor no solo habían sido captadas por los criados y criadas más bajos, no, la mano derecha del demonio del wyvern había sido también testigo de esos encuentros tan eróticos. Valentine, demonio de la Arpía, había visto esos encuentros y quedó sin palabras. Cuando su superior le presentó a Lugonis como su pareja y amante él simplemente se quedó sin palabras. O bien por la sorpresa de oír de los mismos labios de su señor que tenía amante o por la espectacular belleza que aquel demonio poseía. Había admirado a su amo siempre y siempre le pareció el ser más atractivo de todo el infierno, pero al ver a Lugonis no puso que pensar. Su belleza y sensualidad eran únicas. Radamanthys dejó claro que Lugonis tenía la misma palabra que él en el castillo. Ósea, Lugonis era también su superior. Aceptó la orden sin rechistar, como siempre hacía.  




 




Siempre le veía deambulando por los pasillos del castillo y terminaba por observarle desde las sombras. Analizaba su figura, sus pasos, todo. Lugonis tenía algo. No podía explicarlo. Pero ese hombre despertaba pasiones, un deseo sexual muy grande. Cada vez que le tocaba responder alguna de sus preguntas permanecía callado. Le era imposible formular una frase coherente y clara. Titubeaba en exceso y ante Radamanthys eso no podía ser permitido y ante su amante tampoco, pero le era imposible. Lugonis esperaba paciente y solo descifraba sus mensajes encriptados para poder resolver sus dudas.  




 




Y a todo esto, ¿cuál fue el papel de Lugonis, solo divagar por los pasillos? No, en su vida humana tuvo una enorme pasión por los jardines, asique asumió el papel de jardinero dejando el jardín, descuidado y marchito en una auténtica joya del inframundo. Los rumores corrieron como la espuma. El castillo de Radamanthys pasó a tener un cambio drástico. Lugonis se aseguró de mantener el gusto de su amado, pero dándole un toque de elegancia y majestuosidad. Radamanthys quedó maravillado, nadie jamás había logrado con la decoración exacta para su jardín. Y Lugonis lo hizo en cuestión de días... Viéndole ocuparse de las plantas se quedó pensativo, aún no tenía una denominación como tal de demonio. ¿Cuál sería la adecuada? Entonces vio como hacía crecer una rosa negra y abrió los ojos. Él demonio del wyvern y su amado llevaba su marca, la marca de su pecho, un wyvern y una rosa. Ahí estaba. Lugonis sería de ahora en adelante el demonio de Wyvern-Rose. Al fin y al cabo, era como un derivado de él. 




 




—¿Qué te parece el nombre? —preguntó a su amado mientras disfrutaban los dos de una sesión de mimos en la enorme cada de la alcoba real de Radamanthys. Sus dedos acariciaban los cabellos del joven y miraba al techo, acaban de tener una estupenda entrega de amor, pero algo más salvaje que la que tuvieron en los Elíseos. Miró a su amado esperando oír su respuesta. —Te sienta muy bien. 




 




—¿Y qué significa? —preguntó Lugonis mientras se incorporaba un poco y mirándole a los ojos. Aún no entendía aquellas denominaciones. 




 




—Significa que eres una derivación de mí. Existen varias clases de demonios. Yo soy el Wyvern y tú eres parte de mi clase, el Demonio de Wyvern-Rose. —explicó mientras pasaba la mano por el pecho de su pareja y se mordía el labio inferior, muestra del deseo que le daba cada vez que le tenía desnudo ante él. Jamás se cansaba de él. —En resumen, tú eres de mi familia Lugonis. Mi linaje es puro y tú eres un mestizo, yo te convertí en mío. 




 




Alzó la cabeza y besó su cuello clavando sus colmillos en aquella nívea piel. Lugonis apretó los ojos y jadeó. Radamanthys le sentó sobre sus piernas y llevó sus manos hacia aquellas nalgas tan exquisitas y redondas que le volvían loco. Los demonios descendían de unos linajes muy antiguos y solo el suyo junto a otros pocos se habían mantenido intactos, sin ninguna mezcla. Al ser puro los demonios de su categoría podían convertir a otros seres en demonios de su familia. Pero Radamanthys jamás lo hizo hasta ahora. Su mortal veneno había sido la clave, mezclándolo con la sangre Lugonis. Beso su cuello y descendió la lengua un poco hasta llegar a la clavícula donde dejó un chupón. Sus manos estrujaban aquellos dos cachetes clavando sus garras en ellos logrando sacar aquellos gemidos a su pareja que tanto le fascinaban. Se estaba poniendo duro otra vez y su pareja también. Se apartó para mirar a Lugonis a los ojos y juntó sus labios en un apasionado beso donde sus lenguas lucharon por vez quién llevaba el control, pero obviamente era Radamanthys quien lo imponía. Pasó la mano por la nuca de Lugonis evitando que se separara, él decidiría cuando se acababa el beso. Cuando estaban faltos de aire lo cortó dejando que varios de saliva se rompiesen un poco. Con su lengua relamió los restos y le señaló a Lugonis lo que debía atender, su pene estaba deseoso de atención.  




 




Sin decir nada Lugonis se agachó y cogió la hombría de su pareja y pasó la lengua por el tronco, luego beso la punta y se lo metió en la boca para empezar con el vaivén. El demonio del Wyvern sonrió y no puso evitar soltar un suspiro placentero. Puso la mano en la cabeza de Lugonis mientras disfrutaba de tal atención. Se permitió el lujo de dejar salir varios jadeos y gemidos para los oídos del contrario. Solo él le oiría y le vería así. Acarició los cabellos de Lugonis y se los apartó de la cara para que no se los comiera. El demonio de Wyvern-Rose ya sabía cómo tenía que complacer a su amante. Tocó uno de sus testículos y Radamanthys miró hacia abajo, tan juguetón era su pareja, pero le dejó hacer.  




 




Estuvo así hasta que se corrió en su boca y Lugonis tragó toda su semilla para luego separarse, se había masturbado él mismo para darle más gusto a Radamanthys. Se incorporó y miró a Radamanthys a los ojos para recibir un beso para saborear aquel sabor de su propia semilla en la boca de su pareja. 




 




—Ve a bañarte si quieres, lo necesitas. Apestas a mí. —dijo con una sonrisa en los labios. 




 




—¿No te bañas conmigo? —preguntó Lugonis. 




 




—Como haga eso volveré a caer en la lujuria. —le dio otro beso más breve. —Y no puedo dejar que eso pase. Podemos no acabar nunca. 




 




Lugonis sonrió con cierta picardía y de forma traviesa y se levantó de la cama para ir al baño que estaba justo al lado. Al levantarse su amado aprovechó y le dio una cachetada en uno de sus glúteos haciendo que se sobresaltara un poco. Sonrojado se retiró al baño y cerró la puerta. Cuando se marchó Radamanthys dejó de sonreír y afiló la mirada. Tomó una bata y se la puso para cubrir su cuerpo y salió de la habitación. 




 




Al salir vio a Aiacos, Demonio de la Garuda, y frunció el ceño. Detrás de él vio a Valentine en el suelo inconsciente, eso le hizo hervir de rabia y miró a Aiacos mostrando sus colmillos y sacó sus alas mostrándose amenazante con los ojos rojos. 




 




—¿Qué haces aquí? —escupió con desprecio. —Nadie tiene permitido entrar en mi castillo sin mi permiso.  




 




—Bueno, sigo siendo un demonio de alto rango, y tu subordinado no me dejó pasar. 




 




Aiacos tenía una sonrisa en sus labios y solo se rio un poco. Irritado y molesto le estrelló contra la pared agarrándole del cuello y apretando. No le temblaría el pulso en matarle. Estaba en su castillo, nadie le diría nada y Aiacos se lo había buscado solo entrando en una propiedad ajena. El mismo sabía que el Demonio del Wyvern no se detendría y le mataría allí mismo. Su sonrisa se hizo más grande hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. 




 




—No te conviene...hacerlo... —dijo medio ahogado. —Es importante... 




 




Radamanthys le soltó tirándole al suelo con fuerza y la capucha que llevaba Aiacos cayó al suelo para revelar su apariencia. Tenía los cabellos de un tono azul púrpura oscuro y los ojos casi del mismo tono. También de una gran belleza y sensualidad, pero no a ojos de Radamanthys. Su apariencia demoniaca tenía cuatro cuernos, dos a ambos lados de la cabeza, los de delante eran más largos y eran dobles, ya que luego caían hacia abajo; los de detrás más cortos. Poseía dos largos colmillos en vez de cuatro como era el caso de Radamanthys. Y sobre su frente parecía tener un tercer ojo pintado. 




 




—Dime a que has vendio y vete, no quiero tenerte aquí más tiempo del necesario... —dijo con asco mirándole. 




 




La sonrisa de Aicos no desapareció y se levantó limpiando su túnica. De su manga sacó un pergamino y se lo entregó. Radamanthys lo cogió y abrió los ojos, era el sello de su señora Pandora y además estaba rojo, debía ser algo importante. Escuchó como Aiacos se reía cubriendo su boca con la manga de su túnica. Ver a Radamanthys en apuros le era muy excitante. Radamanthys apretó el pergamino gruñiendo, pero no dejó salir más su rabia. Sabía que a Aiacos le encantaba provocarle y Pandora tenía prohibida la lucha entre demonios sin una causa justificada. No dejaría a Aiacos salirse con la suya. 




 




—Entiendo, ahora puedes sacar su asquerosa presencia de mi castillo o yo mismo te echaré. —amenazó Radamanthys algo más calmado y ya sin las alas sacadas. 




 




—Ya me iba, tu castillo apesta a ti... —dijo tapándose la nariz Aiacos. Pero antes de irse añadió —He oído que tienes un amante y no uno cualquiera... 




 




Radamanthys le miró a los ojos viendo sus intenciones de tratar de mirar al interior de su alcoba, la puerta del baño se había abierto y sabía que Lugonis estaba saliendo. Sin más se metió y le cerró la puerta en las narices al Demonio de la Garuda dándole en la nariz. Aiacos emitió un quejido y Radamanthys se rio. En ese momento otros dos demonios, Gordon Demonio del Minotauro y Queen Demonio de la Alraune, aparecieron para escoltar a Aiacos a la salida. 




 




—Señor Aiacos, hemos vendido a acompañarle a la puerta... —dijo Queen mientras su otro compañero cogía a Valentine. —Órdenes de nuestro amo Radamanthys. 




 




Aiacos solo sonrió y sin decir nada se dejó llevar hasta la puerta. Una vez fuera pensaba en ese rumor que corría sobre el amante de Radamanthys. ¿Sería verdad? Nadie le había visto y los subordinados de Radamanthys no soltaban prenda alguna. Bien, se encargaría de ver con sus propios ojos el aspecto de dicho amante, él lo sabía todo sobre el infierno. Tenía ojos en todos lados y nada se le escapaba. Radamanthys podía ser el favorito de Pandora, pero los ojos de ella era él. Desapareció entre las montañas de los paisajes del infierno. Era momento de seguir investigando más a fondo y cuando quería saber algo lo conseguía. 




 




 




 




En la habitación de Radamanthys el propietario se encontraba sentado en la cama leyendo el pergamino que Aiacos le había hecho entrega al leer apretó los dientes y lo arrugó lanzándolo lejos. Lugonis le miró y preocupado se acercó a su amado. Se arrodilló y puso las manos en su pierna. Su pareja miró a su amado y puso su mano en su mejilla cerrando los ojos. Le acarició la piel y le atrajo hacia él para abrazarle. Olió sus cabellos y aspiró su aroma. Olía tan bien, un aroma exquisito, único como su pareja. Sabía que quería una explicación sonbre su repentino cambio, pero en esos momentos Radamanthys no quería que así fuese. Solo quería estar abrazado con él.  




 




Cuando por fin su pareja se había dormido, Radamanthys se levantó y se vistió. Debía acudir a la llamada de Pandora, fuese el momento que fuese la llamada de la señora y soberana del Infierno no podía ser ignorada. Al salir de la habitación y llegar a la sala principal detuvo su andar y suspiró dejando que la presencia de su más leal súbdito se hiciese presente. No hizo falta girarse para verle. Se había arrodillado en señal de respeto ante su señor. 




 




—Ya sabes que debes hacer, Valentine. —dijo. 




 




—Sí, mi señor Radamanthys. —contestó Valentine mirando al suelo. —Mi señor...siento haber dejado entrar al señor Aiacos. No volverá a pasar. 




 




Radamanthys guardó silencio. Eso le había molestado mucho, pero verle inconsciente por culpa de ese demonio le hizo sentir odio hacia ese mismo ser. Cerró los ojos y suspiró, Valentine no tenía culpa, había sido atacado y eso era más importante. Nadie, absolutamente nadie, podía atacar así a sus subordinados. 




 




—No pidas disculpas, no pasa nada. Me alegra ver que no te hizo nada grave. —dijo mientras seguía andando. —Vigila a Lugonis, si se despierta solo dile que tuve que salir. 




 




Valentine asintió y miró a su señor alzando la cabeza. Las dos grandes puertas se abrieron a su paso y luego se cerraron. La sala quedó en silencio. Se puso en pie y regresó hacia las habitaciones. La puerta de la alcoba de su señor estaba abierta un poco. Valentine se asomó un poco y vio a la pareja de su señor durmiendo. Por unos segundos quiso entrar, pero estaba prohibido. Se limitó a cerrar la puerta y volver a su propia alcoba para dormir. 




 




 




Radamanthys avanzó por los oscuros caminos del infierno. El infierno tenía sus propios ciclos de más luz o menos luz. La “noche” en aquel lugar se manifestaba con el cielo más oscuro de lo que ya era y nubes negras lo cubrían dando una oscuridad más abundante. La luna roja seguía en su posición, pero con tonos más negros. Llegó hasta la colina desde la cual vio ya las delimitaciones de la soberana. Su castillo era más grande y la luna, permanente menguante, estaba detrás. Tomó aire y avanzó para pasar. Llegó a las puertas del castillo principal donde se abrieron solas. Un pasillo de columnas se hizo visible. Al fondo se encontraba el trono de su señora y gobernadora. Las antorchas se encendieron iluminando la estancia. Sus pasos hicieron eco y al llegar ante unas escaleras se arrodilló. Pandora estaba sentada en su majestuoso trono, acompañada de dos de sus de demonios guardianas. Se podía decir que casi las féminas del lugar estaban en el castillo de Pandora, bajo sus órdenes. Todas menos Violete, demonio fémina del Behemoth.  




 




Al estar frente a su señora espero a que le diera permiso para hablar tras su presentación. 




 




—Aquí me tiene, mi señora Pandora, diosa de las tinieblas y gobernante del infierno. —se presentó Radamanthys. —Yo, Radamanthys Demonio del Wyvern, uno de los tres jueces, he venido al ser llamado por vos. 




 




Pandora se mantuvo callada unos segundos y alzó la mano mientras sus dos guardianas la levantaban el velo. Abrió los ojos mirando de manera fija y permanente. Cruzó una de sus piernas por encima de la otra y su vestido dejó al descubierto duchas piernas con unos tacones oscuros. Tenía símbolos a lo largo del lateral que sobresalía. Ya lista habló: 




 




—Me agrada saber que has venido de inmediato, Radamanthys. —dijo. —Te hice venir porque sé lo has hecho... —Radamanthys abrió un poco los ojos. ¿Algo que había hecho? ¿Acaso había desobedecido sus órdenes? —Te trajiste a un alma de los Elíseos. 




 




—Sí, mi señora. Eso hice. —afirmó él. 




 




—¿Y por qué no me lo has notificado? —preguntó ella. —Cualquier cosa debe pasar por mí. 




 




¿Era por eso? ¿Por eso había sido interrumpido en medio de la noche para venir hasta aquí por Aiacos...? Un momento. Aiacos, él debía haberse ido de la lengua. Él mismo tenía pensado decírselo. Pero ese bastardo se le había adelantado, tal vez para meterle en problemas. Apretó los dientes, cuando le viese le daría su merecido. Pero su señora le sacó de sus pensamientos. 




 




—He recibido una carta de los ángeles caídos. —dijo sacando un pergamino. 




 




—¿Una carta? 




 




—Sí, parece ser que no les ha gustado que te llevaras a esa alma de los Elíseos. —dijo. 




 




Radamanthys estaba atónito. Alzó la cabeza sin levantarse del suelo. ¿Desde cuándo los ángeles reclamaban un alma? El alma de Lugonis era solo suya. Le había profanado y por ello fue expulsado de ese lugar sagrado. Estaba molesto, muy molesto. La ira estaba haciendo que su sangre hirviese a tal magnitud que es cualquier momento crearía una onda expansiva que aniquilaría todo a su alrededor. Pandora lo notó y se levantó, sus guardianas notaron su amenaza y saltaron apuntando a Radamanthys con sus lanzas.  




 




—Alto, —las detuvo. —yo me encargo. Radamanthys, cálmate o tendré que actuar. 




 




Radamanthys estaba cegado por la ira, pero su señora tenía razón. Realizar un ataque allí sería como alzar la mano contra su señora y eso estaba castigado dependiendo de la gravedad. Apretó los ojos y trató de calmarse volviendo a tener su mirada ámbar habitual.  




 




—Mi señora, sé que debería haberla avisado y le conocerá, pero no he encontrado el momento. No es excusa, aceptaré las consecuencias de mis actos. —dijo. 




 




—No te preocupes, no te pasará nada. —dijo volviendo a sentarse en su trono Pandora. —Los ángeles no pueden pedir nada. Esa alma está ahora en mis dominios. Yo mando sobre su destino. 




 




Prendió la carta en llamas negras frente a Radamanthys. El Wyvern fue testico como aquel papel se iba calcinando en la palma de su señora. Eso le relajó. Pero la cosa aún no había terminado. 




 




—Solo te pongo una condición Radamanthys. —habló Pandora. —Has cometido el pecado del demonio. Ya te lo advertí. Sacar un alma de los Elíseos te une a ella por siempre. 




 




—Soy consciente de ello, mi señora. —aclaró Radamanthys. 




 




—Lo sé, pero no vale con marcharla Radamanthys. —eso hizo que Radamanthys mirase a su señora sin entender a que se refería. —Es el único amante que has tenido, lo has marcado con tu marca de propiedad. No suelo conceder favores, tú, mi más fiel servidor, nunca has pedido nada en beneficio. Por ende, voy a concederte el permiso para llevar a cabo “La ceremonia de unión”. 




 




Eso sin dejó sin palabras a Radamanthys. La Ceremonia de Unión era como una boda humana. Una ceremonia donde dos demonios se unían por siempre. Un acontecimiento muy muy exclusivo para unos poco privilegiados. Oír esas palabras de la boca de su señora fue algo insólito. No pudo evitar levantarse y buscar unas palabras con las que expresarse, pero el silencio era lo que había. Pandora miró a Radamanthys sabiendo que le había dejado sin palabras. 




 




—Piénsalo... Y si estás dispuesto ven a verme. Puedes retirarte ya, Radamanthys. —dijo desapareciendo por detrás del trono. 




 




Radamanthys salió de allí con la mente en blanco, no podía pensar en nada. Sus piernas se movieron solas hacia los caminos que le llevarían a su castillo, en compañía de su tan amado amante, Lugonis, demonio de Wyvern-Rose. 




 




 




En el castillo de Radamanthys, Lugonis se removía en la inmensa cama por un sueño un tanto inquietante. Abrió los ojos de golpe, no recordaba que había soñado, pero la sensación de su cuerpo era de temor, alerta. Se giró para mirar a su pareja y descubrió que ese lado de cama estaba vacío. Sorprendido parpadeó un poco y luego se incorporó. No había rastro de él por la habitación. ¿Dónde estaría? Se levantó de la cama y se puso una bata que había por allí. Necesitaba un poco de aire, asique fue al balcón y ahí dejó que aire fresco le diese. Estaba inquieto, tenía que relajarse. Miró al horizonte, los paisajes del infierno eran oscuros y tenebroso, nada que ver con los de los Elíseos. Pero dejó eso atrás para irse con quien amaba. Apoyó los codos en la barandilla de piedra y cerró los ojos. 




 




En ese instante una presencia apareció volando, una voz llamó la atención de Lugonis y alzó la cabeza hacia el cielo viendo a un demonio de largos cabellos blancos, cuatro cuernos pequeños salían de su frente y luego de las orejas iban varias plumas. Sorprendido se echó hacia atrás. 




 




—Asique tú eres el amante de Radamanthys. —dijo apoyando los pies en la barandilla de madera. 




 




—¿Quién eres tú? —preguntó Lugonis alerta por si acaso. Sus ojos se volvieron rojos inconscientemente. 




 




El misterioso demonio sonrió un poco y se echó el pelo hacia atrás dejando ver sus ojos violetas profundo que miraban fijamente al pelirrojo; analizaba su aspecto.  




 




—Soy Minos, Demonio del Grifo, uno de los tres jueces del infierno. —hizo una reverencia de manera elegante y plegó sus dos alas. —Y tú eres el amante de Radamanthys, ¿me equivoco? Pones su misma mirada cuando se enfada y tu apariencia es muy similar a la de él. —Señalaba los cuernos, su forma y posición y sus colmillos. Eran inconfundibles. Los rumores eran ciertos. Pero lo que más le sorprendió fue su extraordinaria belleza. Dio un paso hacia delante y se fue acercando poco a poco a él extendiendo la mano hacia su rostro. 




 




Lugonis le miró en guardia y por instinto le apartó la mano de un manotazo. Minos observó su mano por unos segundos. Había sido rechazado. Bien, iría al método b. De repente Lugonis sintió que algo le cogía de las extremidades y le dejaba paralizado. ¿Qué era eso? Trató de escapar, pero no pudo. Minos sonrió y se acercó para cogerle del mentón por fin y poder verle de cerca. 




 




—Vaya, eres una auténtica preciosidad. Algo que jamás había visto... —dijo mirándole con más atención. Le resultaba familiar. Hizo memoria y entonces cayó en la cuenta. Ese joven era el alma que pasó a los Elíseos. —Radamanthys ha elegido muy bien. 




 




Lugonis se removía tratando de escapar, pero no podía. Una poderosa energía emanaba de Minos y pudo ver hilos que salían de sus dedos hasta su cuerpo. Era eso. Aquellos hilos, ciegos y finos a simple vista, eran la causa de su parálisis. Quería liberar y sin previo aviso el demonio del Grifo le besó haciendo que dejara de moverse. Abrió los ojos, pero no le correspondió. Minos se separó y se labios los labios. 




 




—Sabes bien. Radamanthys me da envidia... Me pregunto si te compartirá. —dijo pasando una de sus manos por su cintura y pegándole a su cuerpo. Lugonis se puso rojo de rabia. 




 




—¡No soy tu juguete! —exclamó molesto. 




 




—Ingenuo, eres inferior, tu papel es complacer a su señor. —dijo Minos poniendo su dedo en los labios de Wyvern-Rose. 




 




Lugonis bufó y le mordió el dedo. Trató de patear a Minos pero este solo le detuvo moviendo los hilos y apretando su agarre en Lugonis, también le tenía sujeto por el cuello. Apretó los ojos y emitió un quejido de dolor. Minos aflojó al verle sufrir, no estaba en sus planes hacerle sufrir, no a un ser de esplendida belleza. El pelirrojo tosió volviendo a respirar bien. Minos le observó bien y le soltó haciendo que cayese en sus brazos amarrando solo sus brazos. Acercó sus labios a su cuello para poder olerle y aspirar aquel aroma tan exquisito y adictivo. No podría sacarle de su cabeza en un buen tiempo.  




 




Lugonis estaba asqueado. No conocía a aquel demonio de nada y ya le trataba como si fuese un juguete. Y él no era eso. No estaba ahí para complacer a cualquiera, solo a Radamanthys. Era su único amor. Apretó los dientes notando los labios de Minos sobre la piel de su cuello. No se estaba dando cuenta, ni Minos tampoco, pero del suelo salieron unas enredaras y empezaron a escalar por la piedra del castillo hasta el balcón donde estaban los dos. De repente Minos sintió como algo le agarraba la pierna y tiraba de él hacia el suelo. Al perder la concentración liberó a Lugonis de sus hilos mortales. Al girar la cabeza vio que eran meras enredaderas y las cortó con sus hilos. Pero Lugonis ya estaba libre. Cuando se dio cuenta, este le miró y le lanzó una rosa que cogió de uno de los rosales que había allí. La rosa rozó la piel de la mejilla de Minos y le hizo sangrar. Al ver las gptas de sangre en sus dedos Minos sintió que la ira le invadía y miró a Lugonis con desprecio. 




 




—Tú, has osado herir a uno de tres jueces, uno de los demonios más fuertes del infierno... —dijo mientras el suelo empezaba a temblar un poco. 




 




Lugonis se asutó un poco al verle tan enfadado y cuando Minos fue a lanzar sus hilos con la idea de herir a Lugonis y fracturarle algún hueso se detuvo. Dejó su ira a un lado y cerró los ojos para mirar a la nueva presencia que había aparecido a su lado. 




 




—Aiacos...¿por qué me has detenido? —preguntó serio. 




 




—Te he salvado. Si llegas a hacerle algo Radamanthys te destruiría en un abrir y cerrar de ojos. —habló debajo de su capucha, pero mirar a Lugonis. Por fin, al fin le veía. —Así que tú eres ese nuevo tesoro que Radamanthys no quería que nadie viese. 




 




Lugonis miró desde el suelo y con una rosa en la mano para usarla si era necesario. Pero el nuevo no parecía querer atacarlo. Aun así, no se fiaría. Notaba su mirada sobre él y como una sonrisa se formaba en sus labios. De repente su vista empezó a nublarse y cayó al suelo perdiendo el conocimiento. Minos miró a Aiacos viendo como la luz del ojo de su frente se iba apagando. Chasqueó la lengua con cierta molestia y luego bajó con él hasta el balcón. Aiacos se acercó al cuerpo de Lugonis y lo cogió en brazos admirando su dulce expresión al dormir. 




 




—¿Qué le has hecho? —preguntó Minos. 




 




—Solo le puse a dormir, olvidará nuestro encuentro de esta noche. Has echado mi plan a la basura. —dijo Aiacos a Minos, quien solo chasqueó la lengua y miró a su compañero. 




 




—¿Qué harás con él? —preguntó. 




 




—Esperar... 




 




Minos no entendió que quería decir hasta que sintió la presencia de Radamanthys y al ver al frente le vio en la puerta que daba al balcón desde la habitación. El silencio vino de golpe y la tensión creció. No hizo falta palabras, Radamanthys atacó al ver a Aiacos con su Lugonis en brazos. Aiacos esquivó el ataque y sonrió mientras saltaba extendiendo sus alas para echar a volar. Radamanthys no le dejó y saltó detrás de él. Pero Aiacos soltó a Lugonis y Radamanthys se apresuró a cogerle y le acarició la cara para ver su estaba bien, si no le habían hecho nada. 




 




—Tienes un amante único, Radamanthys. —dijo Aiacos mientras Minos volaba a su lado. 




 




Radamanthys alzó la mirada llena de cólera y dispuesto a decapitar a ese vil demonio. 




 




—No le pierdas de vista o yo me haré con él. —dijo Aiacos. 




 




—Atrévete y te rebanaré la. —escupió Radamanthys, más bien fue una amenaza y lo haría. —Aunque la señora Pandora me castigue y me quite mi puesto. No dejaré que ninguno de los dos le ponga un dedo encima. 




 




—Eso es un poco relativo. —se rio Minos. 




 




—¿Qué estas insinuando? —preguntó Wyvern haciendo temblar la tierra. Sin saber cómo un cráter apareció en el suelo, Minos estaba en el suelo con Radamanthys mientras le agarraba del cuello. —¡¿HAS OSADO TOCARLE?!  




 




Minos sonrió con un poco de sangre en sus labios. Radamanthys era temible. Sentía una inmensa fuerza y energía emanar de él. Si se le cabreaba mucho podría destruirle. Puede que ni junto a Aiacos tuviesen oportunidad. Radamanthys clavó más las uñas empezando a asfixiarle clavando sus garras en su cuello dejando salir más sangre. Estaba dispuesto a matarlo ahí y ahora, pero al ver la figura de Aiacos sosteniendo a Lugonis le nuevo le hizo detenerse. 




 




—Sueltale, Wyvern. —dijo. 




 




—Dame a Lugonis. —amenazó Radamanthys. 




 




—Aléjate de Minos. 




 




Poco a poco fue dejando a Minos y se alejó un poco. Aiacos descendió por el cráter hasta que llegó hasta él y le pasó a Lugonis. Radamanthys lo abrazó contra su pecho como si si vida se fuese con él. Miró a aAiacos de reojo viendo una sonrisa en sus labios cuando se iba marchando con Minos, pudo leer en ella un <<Más te vale cuidarle o le haré mío>> Asco le daba. Lugonis era solo suyo. Lo tenía decidido, haría La Ceremonia de Unión con Lugonis y así nadie podría tocarle. Le miró y acarició sus labios, estaban algo húmedos, tal vez a eso se refería Minos cuando dijo que le había tocado. Ni hablar, su amado no podía tener ningún otro olor que no fuese el suyo. Se acercó a su durmiente amado y besó con pasión para eliminar los restos de Minos. Luego le miró y le llevó de vuelta a la cama. 




 




La ceremonia sería en vista de los altos cargos, y como no Minos y Aiacos deberían estar allí y serían testigos de dicha unión, una unión que les prohibía hacerle cualquier cosa a Lugonis. Disfrutó mucho cuando al ver sus caras cuando Pandora les dio el comunicado. Solo pudo sonreír como una victoria para él. También porque su amado había aceptado en cuanto se lo propuso. No podía ser más feliz. Todos los preparativos estaban listos. En la sala principal se había dibujado un símbolo, una estrella de seis puntas dentro de un círculo. En cada punta había una vela encendida, junto a las que portaban los presentes. En medio del símbolo estaba Radamanthys y tenía varias pintadas tribales tanto en la cara como en todo su cuerpo. Solo portaba una prenda que hacía de pantalones y luego iba descalzó. Portaba un anillo negro que pondría a Lugonis después. Estaba listo. Pandora dio la señal y por la puerta entraron las monjas oscuras, figuras sagradas del infierno con velos negros y se fueron poniendo alrededor del círculo con velas de llamas negras en sus manos y rosarios. Cuando estuvieron todas llegó el turno de los monjes. Varios demonios fueron entrando rodeando a Lugonis y se fueron poniendo detrás de las monjas y tomaron los rosarios en sus manos. Al ver a Lugonis los ojos de Radamanthys brillaron, jamás dejaría de admirar de dicho cuerpo. Se relamió un poco sus labios. Entonces Pandora tomó la palabra. 




 




—Estamos aquí reunidos para dar comiendo a La Ceremonia de Unión entre dos demonios. —dijo. 




 




Minos empezó a tocar uno de los instrumentos dándole música a la ceremonia. Pandora alzó las manos y las monjas empezaron a orar unas oraciones a Perséfone, un demonio místico, encargada de las bendiciones del mal. Las oraciones sonaban así: 




 




Oh, Perféfone, nuestra unión. 




Madre de las bodas infernales. 




Concede esta unión a dos demonios que se aman, 




Amén, pecado. 




Ante ti pedimos que bendigas la unión que jamás será rota. 




Amén, pecado. 




 




Y luego se iba repitiendo un par de veces. Según iban recitando esto, las monjas se iban moviendo hacia la derecha y los monjes hacia la izquierda. Lugonis entró al símbolo y llegó al frente de su amado. Llevaba un velo negro con rosas bordadas en él. Estaba nervioso y solo hacía lo que le decían. Estando frente a Radamanthys le miró y tomó sus manos. Pandora mandó callar las oraciones y cuando las monjas se sentaron a rezar el símbolo se iluminó asustando un poco a Lugonis. 




 




—Relájate. —le susurró Radamanthys a su amado. —Todo está bien. 




 




Lugonis asintió y miró a su amado. Era la hora de los botos. Radamanthys sacó el anillo del Wyvern y Lugonis el de una rosa. Se miraron y Radamanthys retiró aquel velo para ver los tatuajes que le adornaban. Radamanthys fue quien empezó, tomando una de las velas que dos monjas les acercaron. 




 




—Yo, Radamanthys Demonio del Wyvern, prometo, a ti, Lugonis Demonio del Wyvern-Rose, amarte, cuidarte y hacerte mío siempre. Ahora será una eternidad junto a ti. Te hago entrega de este anillo. —tomó su mano y en el dedo corazón de la mano izquierda de lo puso, el propio anillo se ajustó a su fino dedo. 




 




Lugonis observó lleno de felicidad dicho anillo y luego a su amado. Después de dichas palabras, Radamanthys tomó una daga que había sobre la mesa y se cortó la muñeca y vertió su sangre sobre una copa hasta llegarla a la mirad. Luego cogió el vino sagrado y lo mezcló. Ahora era el turno de Lugonis. 




 




—Yo, Lugonis Demonio del Wyvern-Rose, prometo, a ti ,Radamanthys Demonio del Wyvern, amarte, cuidarte y ser tuyo, como tú ser mío por siempre. Ahora mi eternidad será a tu lado. Te hago entrega de la rosa, símbolo de la unión. —dijo tomando la mano izquierda de Radamanthys y dejan en su dedo corazón el anillo. Y como ocurrió con el del wyvern, se ajustó l dedo de Radamanthys. Prosiguió a coger la misma daga y hacer lo mismo que hizo su pareja y verter su sangre en la copa y mezclarla con aquel vino. 




 




El siguiente paso fue coger la copa del contrario y con los brazos cruzador beber su contenido. Lugonis miró la coma y se detuvo un poco, pero de nuevo su amado le animó a seguir. Ya no había vuelta atrás. Bebieron de sus copas y las dejaron sobre la mesa. Al tragar Lugonis sintió como su garganta ardía y le quemaba por dentro. Pandora dio paso a que se besaran. Y Radamanthys tomó a Lugonis de la cintura y le pegó a él uniendo sus labios un apasionado beso donde dio paso a segregar su letal veneno y obligó a que su amado lo tragase. Lugonis apretó los ojos, pero no se apartó. Su cuerpo le estaba quimando. Radamanthys se fue sentando en el suelo y le sentó sobre sus piernas sin cortar el beso, debía aguantar. Sus manos empezaron el recorrido de caricias por su espalda y por sus piernas hasta llegar a su trasero y levantar la tena que llevaba como falta. Le subió un poco y cuando su pene estaba ya posicionado le fue bajando poco a poco. Lugonis apretó los ojos y se agarró a su amado. Ya estaban unidos. Radamanthys cortó el beso y levantó las caderas para hacerlas chocar contra las de Lugonis haciendo la primera estocada. Lugonis se tapó la boca. No podía dejar salir ningún gemido, así lo dictaba las reglas de la unión. Con gran esfuerzo aguantó mordiéndose su labio inferior.  




 




Las primeras estocadas fueron lentas, luego Radamanthys le tumbó en el suelo y sus tatuajes se iluminaron. Aumentó el ritmo entrelazando sus manos con las de Lugonis y fijando su vista en él.  




 




—No dejes de mirarme. —le susurró. —aguanta...luego en casa te haré el amor toda la noche y podrás gritar mi nombre como me gusta. 




 




Lugonis jadeó un poco en su oído y asintió. De repente sintió como el pene de su amado se hacía gas grande y golpeaba ese punto que le hizo ver las estrellas. Pero no gritó. Se mordió los labios hasta hacerlos sangrar. Su amado se encargó de apartar dicha sangre. Radamanthys sacó sus alas y rugió como todo un Wyvern.  Agarró a Lugonis y le volvió a incorporar. Este abrió los ojos y su espalda emergieron dos alas de un tono rojizo oscuro con brillos púrpuras. Sus ojos se volvieron rojos y sus colmillos crecieron. La cúpula se fue abriendo poco a poco. Radamanthys mordió el pecho de su amado y se corrió de improviso. Cubrió a su pareja con ambas alas y en gran temblor alzó el vuelo para desaparecer en el aire. 




 




Aterrizó en su habitación rompiendo el techo, pero sin preocuparte. Soltó el cuerpo de su amado y le miró. Ahora si estaba excitado y vaya que si lo estaba. Terminaría la ceremonia en privado. Solo él vería a Lugonis con aquellas expresiones.  




 




—Mi amor, ahora su podrás gritar mi nombre. —sonrió fascinado por dicha idea. 




 




Y así fue, la fiesta empezó en aquella alcoba. Radamanthys embistió con fuerza contra Lugonis logrando sacarle el primer alarido con su nombre. Beso su cuello, mordió su cuello, su pecho, mamó de su pezón y le marcó cada rincón. Se revolcó con él por toda la habitación manchando todo con su esencia y la de amado Lugonis. Probó con muchas posturas y durante toda la noche le hizo el amor como dios mandaba. Lugonis se derritió en sus brazos hasta el amanecer que cayó rendido y se corrió notando como su amado también le llenaba ya. 




 




—Te amo Lugonis, te amo... —jadeaba sudando sobre el cuerpo de su pareja sin dejar de besaerle. 




 




—¡AH! R-Radamanthys, te amo con todo mi ser. ¡NHG! —gritó Lugonis mientras se corrían por última vez. 




 




Las marcas del pecho de Lugonis y de la espalda de Radamanthys brillaron con explendor. La unión ya estaba hecha. Ahora ninguno podría tocar a otro sin el permiso del contrario. Sus almas estaban más unidas que nunca y fruto de esa unión Lugonis quedaría en cinta tiempo después. 




 




Continurá...


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