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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha caminó a hacia su destino, los aposentos reales del Rey Demonio. Cualquier demonio que pasaba a su lado, podía notar la mezcla de miedo, nerviosismo y ansiedad que su reina despedía, aunque solo podían brindarle algunas reverencias que claramente no notaba por su estado. Inuyasha había tenido unas insanas ganas de correr a su cama y ocultarse bajo las sábanas, pero no podía hacerlo. Había hecho una promesa y debía cumplirla, aunque se sintiera mal al hacerla. Al final, deseaba volver a su vida antigua, a lo que conocía, y esa era la única forma de lograrlo. Quería volver a su hogar, pero también quería seguir conviviendo con los príncipes. Inuyasha negó en el momento en que su mente le pidió escoger una sola cosa.

Finalmente llegó, pero no se atrevió a entrar. Inuyasha se mantuvo parado frente a la puerta y sin mostrar indicios de ingresar a la habitación. Se mantuvo así por un momento, hasta que tomó valor y entró de una vez, no queriendo alargar más la espera. Inuyasha había entrado sin tocar o anunciarse, algo usual, solo para ver que el lugar estaba vacío. «Ella dijo que esperara», recordó. 

Al ver ese frasco que ayudaría a que su cuerpo pudiera resguardar la vida del tercer príncipe sobre la mesa, Inuyasha lo tomó y lo abrió para beberlo completamente, sin detenerse a pensar para evitar arrepentirse. Al finalizar y expresar el asco que sintió al beber el contenido del frasco, simplemente terminó sentándose sobre la cama, cerrando las piernas lo más posible por mero instinto. Después de un largo suspiro, Inuyasha terminó dejándose caer hacia atrás y miró el techo como si fuera lo más interesante del mundo, sus brazos se extendieron y esperó con impaciencia; tal parecía que ese demonio le estaba dando tiempo para arrepentirse y huir.

Pocos minutos después, Inuyasha escuchó la puerta ser abierta. No se movió, no alzó la mirada tampoco. Escuchar la fricción del metal de una armadura sonar junto a pasos, le hizo saber quien era, el despiadado Rey Demonio y el hombre con el que se acostaría. Una vez más, Inuyasha reprimió sus ganas de huir en cuanto lo escuchó empezar a retirarse la indumentaria. No pasó mucho tiempo cuando ya lo tenía encima tomándose la molestia de quitarle la ropa.

Como pasaba en esos casos, Inuyasha se cubrió el rostro con los brazos, a la espera de que el Rey Demonio se estimulara para poder empezar. Porque de algo estaba seguro Inuyasha, su cuerpo nada delicado no le provocaría ni un solo ápice de placer al hombre encima suyo. Y como pasaba cuando tenía al demonio entre las piernas, Inuyasha desviaba sus pensamientos a otras cosas ajenas al candente momento. Cuando los suspiros empezaron a escapar de sus labios, todo eso quedó en el olvido. 

Cuando su piel empezó a estremecerse, a temblar ante el toque de las manos del Rey Demonio, Inuyasha forzosamente empezó a desear que siguiera acariciando cada palmo de su piel ardiente. Las manos con garras dejaban líneas rojizas con cada caricia dada y eso hacía que deseara más, que empezara a apretar los labios para no evidenciarse. Y no pasó mucho antes de que su espalda se arqueara de manera antinatural, que el oxigeno abandonara sus pulmones y de sus labios saliera un jadeo elevado. El Rey Demonio había ingresado a su cuerpo de un solo movimiento y sin avisar, Inuyasha solo había soltado un alarido dolorido ante eso. Eran uno solo en ese momento. El dolor pasó, la necesidad creció y cuando Inuyasha sintió las manos fuertes del Rey Demonio en su cadera, afianzándola para empezar a moverse, supo que sus ansias serían saciadas. Con el rostro cubierto y los ojos cerrados, las caricias se sentían aún más. 

Las garras del demonio se clavaban en su cintura con cada vaivén, era placenteramente doloroso. Inuyasha empezó a gemir ante los movimientos del Rey Demonio en su interior, ante el placer provocado con su intrusión y sus manos que en veces pasadas terminaban aferrándose a las sábanas de la cama, terminaron alrededor del cuello del Rey Demonio, abrazándolo y acercándolo más a él. Sus piernas se aferraron al cuerpo del rey, incitándolo a llegar hasta lo más profundo de su ser. Y entonces, Inuyasha sintió un exquisito choque que recorrió cada fibra de su cuerpo, un movimiento certero logrado por el Rey Demonio. Gracias a eso, los sonidos que escapaban de su boca, empezaron a ser más altos. Cuando eso pasó y con la vista nublada ante el placer creciente, Inuyasha abrazó al Rey Demonio con más fuerza, en busca de sentirlo aún más. Solo así, terminó por darle un beso ansiado y necesitado, hubo un poco de sorpresa por un instante pero fue correspondido con el mismo ímpetu. 

Un beso con un fiereza nunca antes sentida, más juntos que nunca y con una sincronía imposible de creer. Inuyasha ya estaba perdido en el mar del placer que innegablemente solo el Rey Demonio le provocaba, deseando que esos besos tan pasionales jamás terminaran y que ese momento en el que estaban juntos no tuviera fin. 

Era tan fuerte su unión que ya no se distinguía donde terminaba uno y comenzaba el otro, el ambiente era acompañado del aroma excitante arremolinándose en la habitación y los sonidos del par de amantes que disfrutaban del momento pese a sus diferencias. En donde el Rey Demonio había dejado de besar los labios de su reina para besar su cuello, el nudo de su garganta y mordisquear ligeramente cuanta delicada piel se atravesó en su camino; sus manos se pasearon por el cuerpo de ese humano que le provocaba muchos sentimientos, sus garras aruñaron la piel de su espalda y su pecho, todo para volver al principio y devorar sus labios con el mismo frenesí desenfrenado. Cuando sus manos volvían a la cintura de su reina, las arremetidas volvían a comenzar con la misma intensidad, solo para ver como el humano mordía sus labios callando sus balbuceos deseosos, sus gemidos sonoros y sus sollozos necesitados. Cuando sus miradas se encontraban, oro con miel, nubladas ante la el calor del momento, solo así expresaban lo que necesitaban, lo que anhelaban y nuevos besos profundos comenzaban; expresando con acciones lo que las palabras callaban.

Inuyasha ya no podía ver con claridad, sus ojos nublados ante el delicioso placer que sentía y ligeras lágrimas en los bordes, su boca incapaz de decir  más que gemidos y su mente solo siendo capaz de desear más y más del Rey Demonio. Su propia excitación siendo saciada con las embestidas recibidas del Rey Demonio, en el punto exacto para que delirara, para que suplicara en sus adentros y para que sus brazos abrazaran al demonio, diciéndole silenciosamente que todo lo que le hacía le estaba llevando a la cúspide del placer.

Llegó un momento en el que Inuyasha sintió al Rey Demonio levantarlo y sentarse aún sin romper su unión, en esa posición lo sentía más profundo. Gracias a esa posición, pudo ver la mirada del Rey Demonio, se preguntó como era que alguien de mirada fría tenía un toque tan ardiente. Pero en ese momento no importaban nada más que sus besos y caricias, los sonidos que emitían al moverse al compás de la melodía de sus cuerpos. El rostro de la Reina de la Calamidad se contrajo al sentir que después de que el Rey Demonio acariciara su punto placentero, su propia pasión se desbordara y la ansiada liberación llegara. Todo sin separar los labios de su rey, con un beso que forzosamente se interrumpía a la hora de respirar. Y después de un par de movimientos, Inuyasha se sintió lleno de la pasión de Rey Demonio, la esencia que traería a la tercera calamidad lo había llenado y solo había gemido con más intensidad ante eso. 

Se mantuvieron en la misma posición a la espera de recuperar el aliento, Inuyasha tenía las manos del rey reposando en sus caderas y las propias aún lo abrazaban del cuello. Sentía los hilos de sudor recorrer su piel y su corazón aún latiendo desbocado, terminó poniendo el rostro en la curvatura del cuello del Rey Demonio, preguntándose porque no podían ser así siempre. Inuyasha aún estando abrazado al Rey Demonio, se preguntó varias cosas respecto a la relación que llevaban, no era romántica o afectuosa, se acostaban por obligación y se insultaban cada que decían más de una oración. Pero en esa ocasión, Inuyasha se sintió más unido que nunca con el rey, sintió una conexión más allá de su entendimiento y esos besos lo habían dejado deseando más. Sabía que si eso hubiera seguido así, con el tiempo inevitablemente le habría entregado su corazón al temido rey de los demonios. Sin saber por qué, afianzó su agarre.

La mano del Rey Demonio fue a parar a la mejilla de su reina, haciendo que se separara de su cuerpo y lo mirara. Inuyasha a sus ojos se miraba distinto, con el rostro todavía sonrojado y una mirada cálida, una expresión suave que nunca había sido dirigida a su persona y que lo obligó a besarlo una vez más, como si todos los besos anteriores no hubieran sido suficientes y de hecho, no lo fueron; a pesar de que habían sido tantos que había perdido la cuenta. Al romperlo, se miraron y una frase fue dicha en sus ojos: «Solo por esta ocasión».

Y solo por esa ocasión, se amaron hasta que se saciaron. Sus besos y caricias dijeron lo que sus labios no planeaban decir, ya fuera por miedo u orgullo. Por esa ocasión, los problemas fueron olvidados junto a sus disputas usuales. Fueron uno y se amaron, todo bajo la misma frase que se repitió innumerables veces en su mente. Todo hasta que el día finalizó y se separaron para descansar, pero hubo un abrazo que no fue capaz de romperse por mucho que lo intentaron.

Inuyasha despertó por la mañana, al amanecer, dándose cuenta que el Rey Demonio aún lo abrazaba y parecía dormir. No quiso moverse para evitar despertarlo, sabía lo que ocurriría si pasaba. Los bellos momentos que pasaron esa noche, desaparecerían y solo quedarían como un dulce sueño. Cuando volvieran a la realidad, volverían las peleas y la fría lejanía que tenían. 

―Te dije que no lloraras. ―Dijo el Rey Demonio.

Inuyasha llevó su mano a su rostro y se dio cuenta de las lágrimas silenciosas que se deslizaban lentamente por sus mejillas. El miedo a la triste realidad estaba apareciendo. No se movió ni permitió que el demonio lo hiciera, Inuyasha quería alargar más el momento porque sabía que no se repetiría.

―No quiero que termine. ―Susurró. 

―Tiene que hacerlo, no te engañes a ti mismo.

―No puedo evitarlo. ―Respondió y finalmente, su agarre se disolvió. ―Duele, la maldita realidad duele.

―Solo acéptala y deja de herirte. ―Se sentó dispuesto a marcharse y romper la burbuja de felicidad que habían creado. ―Esto no se puede repetir.

―¿Por qué?.

―Por que no quiero que me ames.

―¿Tanta repulsión te causo?. ―El dolor en su voz fue evidente, tanto que el Rey Demonio no fue capaz de mirarlo. ―Yo no te hice nada, yo no soy parte de esos humanos que tanto aborreces. No merezco tu odio, yo he hecho hasta lo impensable por ti. Dime entonces, ¿Por qué me hieres? ¿Por qué haces que mi corazón se confunda? ¿Por qué me proteges a costa de tu vida y por qué me provocas este dolor?. 

El Rey Demonio no contestó, solo se levantó y empezó a vestirse sin importarle las palabras de su reina. Inuyasha solo sintió como su pecho dolía más, como su dolor incrementaba ante la realidad que estaba pegándole directa y nuevamente. Esa noche había sido especial, se había sentido amado y todos esos besos acompañados de caricias se lo habían confirmado. Pero, la mañana había llegado y con ella, la triste confirmación de que el amor no podía existir entre ellos y que todo lo que hicieron fue solo por obligación, sin sentimientos de por medio. Dolía pensar en ello, Inuyasha se estaba dejando cargar por sus sentimientos humanos y las sensaciones que había experimentado por primera vez con el Rey Demonio.

―No quiero que me ames porque eso solo te traerá desgracia. Si me amas, no podré protegerte.

―No te pedí que me protegieras, así como tampoco desee que mi corazón empezara a confundirse con tus acciones.

―No lo entiendes, los sentimientos humanos te están afectando.

―¿¡Por qué cuando yo doy un paso, tú retrocedes dos!?. ―Gritó con desesperación, ya sin importarle su aspecto desolado. ―¿¡Por qué me lastimas tanto!?.

―La primera y única persona que me amó, terminó muriendo en mis brazos y no pude hacer nada para evitarlo. ―Respondió al darle la espalda. ―No quiero que vuelva a ocurrir, no quiero.

Inuyasha no fue capaz de responder ante esas palabras dichas con el corazón en la mano. El Rey Demonio le dio la espalda en todo momento y se retiró, pero Inuyasha pudo deducir la expresión que puso al decir esa última frase, su dolor fue palpable. Ambos sufrían ante una realidad que no pidieron y que de todas formas, eran partícipes. Inuyasha supuso que aquella persona era la dueña del corazón de ese rey y era la causante de su actitud, de su dolor. Ya en soledad, Inuyasha se permitió sufrir y liberar el dolor que sentía, no quería salir de ese lugar y que esa mágica noche terminara como un vago recuerdo dentro de su mente.

Continuará...

 


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