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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Las cosas no habían mejorado ni un poco para Inuyasha. Desde que se le había impuesto ser la incubadora real, no le permitían salir de la habitación que había sido designada para él. Era custodiado por dos enormes guardias para asegurar el bienestar del primer príncipe y la pequeña que respondía al nombre de Rin, le ayudaba cuando la necesitaba. Inuyasha odiaba lo que ocurría, porque tenía los síntomas de una mujer embarazada y eran molestos. La pequeña Rin tenía para él un balde para que pudiera desechar el contenido de su estomago y mucha agua para beber. Estando encerrado dentro de esas cuatro paredes y para no pensar en su mundo, solía hablar con la pequeña Rin. Inuyasha había descubierto que no todo era lo que parecía, Rin era mucho mayor que él dado que la niña argumentaba tener cien años. Pero no sabía si la línea temporal de ese lugar era igual a la de su mundo.


Rin le había proveído libros a Inuyasha para que leyera, pero la lengua era inentendible para él. En ese mundo la lengua usada no era igual a la que Inuyasha usaba en su hogar y se le fue explicado que en el mismo círculo de invocación había un símbolo que le ayudaría a hablar y entender el dialecto de ese mundo. Tras una semana en esa rutina, Inuyasha ya tenía un vientre que catalogaría como de al menos tres meses. Claramente se asustó al verlo, pero no pudo hacer mucho en cuanto Kagome empezó a revisarlo y obligarlo a beber más de sus extraños brebajes. Del Rey Demonio no sabía nada, no había aparecido desde entonces y le habían explicado que estaba en el frente de batalla. Por esa razón Inuyasha se sentía débil, la cría en su vientre requería de la energía demoníaca del rey para que no absorbiera su fuerza vital, las pociones solo eran un sustituto. Además, no quería a ese hombre cerca de él, no después de lo que le hizo.


Mientras Inuyasha descansaba en su prisión, escuchó la conmoción causada en el exterior. Aprovechando la ida de los guardias y la ausencia de Rin, Inuyasha se coló fuera de la habitación decidido a averiguar lo ocurrido. Llegó a la entrada principal, una campaña de soldados heridos había llegado. Pero eso no era lo que causaba la conmoción en los demonios, Inuyasha pudo ver como un par de soldados cargaban en lo que parecía una camilla improvisada a su rey. Inuyasha desde la distancia pudo ver cuan herido estaba, además de hilos negros de sangre saliendo por sus comisuras y no era capaz de creer en esa escena pues el hombre parecía ser muy fuerte. Quería saber que tan fuertes eran los humanos de ese mundo y de ser posible, que le ayudaran a volver a su hogar. Pero antes de pensar en otra cosa, Inuyasha se sintió tan débil que cayó sobre sus rodillas. Necesitaba de otra asquerosa poción antes de que la cría acabara con sus energías, pero Kagome estaba atendiendo al Rey Demonio y si quería ser notado, debía ir en su encuentro o temía morir. Si no moría él a causa de las fuerzas menguadas, moriría el bebé y eso significaba que él moriría por igual. Si el niño moría, Inuyasha sufriría la ira del reino de los demonios.


Todos estaban atareados atendiendo a los heridos, nadie notó a Inuyasha y como con dificultad se recargaba en los muros para apoyarse. Inuyasha sosteniendo el vientre que le pesaba y sin energías, empezó a caminar hacia la dirección que había tomado Kagome y los otros. No quería morir, por eso se empeñó en resistir y llegar a su destino. Logró llegar al ala médica sin ser notado, pero Kagome ya no estaba ahí. Inuyasha buscó a la hechicera por todo el lugar pero solo había demonios heridos siendo atendidos con rapidez, al ver su estado había decidido no molestar y dejar que los ayudaran. 


Cuando Inuyasha llegó a una habitación apartada de ese lugar, sintió sus párpados pesados y sus fuerzas al límite. Pero ese lugar no estaba solo, el Rey Demonio estaba acostado en una cama mostrando una debilidad que no pensó que vería. Inuyasha vio al rey de los demonios respirando con dificultad y herido, demasiado herido y débil. Realmente Inuyasha nunca imaginó al poderoso rey en esas condiciones, el hombre convaleciente notó su presencia y su estado. Sin moverse mucho, el Rey Demonio le tendió la mano e Inuyasha desconfió de ese movimiento. Pero ver el pecho vendado y las manchas de sangre negra cubriendo las vendas, hizo que sintiera compasión de él. Inuyasha sostuvo la mano del Rey Demonio, al hacerlo sintió una extraña pero revitalizante energía fluyendo a través de su cuerpo. La debilidad que Inuyasha había sentido estaba desapareciendo ante el toque de ese demonio.


—¿¡Que crees que estás haciendo!?. —El grito de Kagome asustó a Inuyasha, pero no soltó la mano del demonio moribundo. —¡Vas a matarlo! ¡Suéltalo inmediatamente!.


Kagome empujó a Inuyasha lejos del Rey Demonio, usó fuerza moderada para no herir al príncipe no nato. La hechicera revisó los signos vitales del rey y limpió la sangre que brotaba de su boca. Inuyasha aún turbado, había guardado distancia de ambos demonios. Se sentía mucho mejor, ya no estaba débil después de haber tocado al rey. No sabía que estaba ocurriendo o porque Kagome le daba al hombre varios tipos de pociones que había traído con ella, pero sentía la tensión en el ambiente. Después de varios movimientos, Inuyasha vio a Kagome apartarse del hombre y acercarse a él con la furia siendo mostrada en su expresión. Por alguna razón, Inuyasha temió al ver como los ojos antes castaños de la mujer se tornaban rojo sangre. Ella lo sacó a rastras de la habitación y cerró la puerta tras ella.


—¿¡Como se te ocurre robarle la fuerza a mi señor!? ¡En su estado pudiste haberlo matado!.


—¿De qué estás hablando? ¡Yo no le he hecho nada!.


—¿No lo notaste? ¡Los asquerosos humanos usaron a un mago de nivel tres para atacarnos!. —Alzó la voz con frustración. —¡El rey recibió todo el ataque en son de proteger a las tropas! ¡Ellos se atrevieron a envenenarlo y no tenemos los recursos para eliminar el veneno! ¡Y luego llegas tú a robarle la energía demoníaca que necesitará para contrarrestar el veneno! ¿¡Es que acaso quieres matarlo!?.


—¡Yo no sabía nada! ¡Yo solo...!.


Una punzada en el vientre, hizo que Inuyasha se sostuviera dicha parte. Le dolía demasiado al punto de doblarse por el dolor, pero su orgullo le impidió expresar su dolor de forma sonora. El dolor era constante, tanto que se desmayó presa de él y por los nervios anteriores.


Inuyasha despertó en su habitación asignada, Rin estaba con él. Se estiró un poco y se dio cuenta que no sentía la debilidad que lo acompañaba al despertar, fue cuando Inuyasha recordó la sensación confortable de la energía demoníaca del señor de los demonios recorriendo cada fibra de su cuerpo. El poder dado por el Rey Demonio era mucho más eficiente que todas esas pociones que Kagome le daba. En eso, Inuyasha recordó la pelea con Kagome por las acciones del demonio convaleciente. Incluso Inuyasha se sentía mal por haber aceptado ser revitalizado por el demonio, él no hubiera aceptado dicho acto sabiendo que podría matarlo. Por mucho que odiara al rey, este debía estar para sus súbditos pues necesitarían de su guía para salir adelante. Inuyasha solo quería marcharse de ese lugar de inmediato para evitar más problemas.


—¡Despertó! ¡Rin está feliz por verle bien!. —Inuyasha escuchó a la niña y vio como dejaba de lado el bordado que hacía.


—¿Cuánto dormí esta vez?.


—Un día completo.


Rin e Inuyasha voltearon a la puerta al escuchar la voz de la hechicera, Kagome apareció con una nueva bandeja de comida. Ese horrible brebaje que Inuyasha odiaba comer y que le daba nauseas con tan solo verlo. Parecía que los demonios no tenían ni una sola idea sobre como cocinar o no tenían sentido del gusto. Lo único que Inuyasha había consumido desde que llegó, habían sido extraños batidos de verduras y lo que parecía ser carne flotando en el plato. Realmente la comida era insípida, se veía repugnante y solo quería vomitar apenas viéndola. Pero no se atrevía a decir lo contrario y que solía tirarla junto a sus desperdicios personales. Era un prisionero después de todo, no podía esperar a más. Pero el embarazo forzado que mantenía, lo hacía tener un apetito elevado y esa masa extraña no era suficiente para satisfacerlo.


Con el tiempo, había terminado por resignarse y esperar a que los Príncipes de la Calamidad nacieran, solo así lo dejarían marcharse. Sería libre a costa de su dignidad e integridad.


Ese día en particular, la comida traída por Kagome le provocó arcadas. Rin le cedió el balde y ante la mirada asqueada de Kagome, expresó lo que sentía por su extraña comida. Tras haberse lavado la boca, el solo aroma de la comida lo estaba mareando.


—Si van a mantenerme encerrado aquí, al menos tráeme comida decente. Esto es incomestible, no puedo seguir comiendo esto.


—¿De qué hablas? Todos comemos esto. —Respondió Kagome ofendida por el comentario. —Si no cargaras al príncipe, haría que te echaran. Bastantes problemas has causado desde que llegaste.


—¡Yo no pedí que me secuestraran! ¡Les dije que me devolvieran a mi mundo y se negaron, ahora aténganse a las consecuencias!.


Para evitar más discusiones, Rin le preguntó a Inuyasha como era la comida que acostumbraba y este le explicó con lujo de detalles acerca de todo. Para la pequeña, la comida del otro mundo sonaba fantástica y prometió hacer que la prepararan. Kagome le agradeció a la niña por evitar otra disputa. Anteriormente había perdido los estribos por miedo a perder a alguien amado nuevamente y no quería eso, los humanos ya le habían arrebatado mucho. La hechicera había olvidado el estado delicado de Inuyasha y la ansiedad la había orillado a tratarlo como lo hizo. En cuanto el Rey Demonio había recobrado el sentido, la había reprendido por haber hecho eso. Después de que Inuyasha probara al fin una buena comida, todo se mantuvo en calma durante los siguientes días.


El mes finalmente se había cumplido, el primer Príncipe de la Calamidad surgiría. La cuenta regresiva había comenzado y en cuanto Inuyasha sintió los primeros dolores, Kagome lo había hecho beber una de sus raras pociones para dormirlo y traer al mundo una de las temidas calamidades que mencionaban las leyendas antiguas.


La profecía al fin se cumpliría.


Kagome y unos cuantos demonios más, habían tomado la tarea de traer el pequeño al mundo. Afortunadamente, el Rey Demonio ya había logrado vencer el poderoso veneno y estaba presente para ver al primero de los príncipes que engendraría. E Inuyasha estando durmiendo, no sintió dolor alguno ante el nacimiento antinatural de su hijo. Luego de unas horas y de haberle suministrado una poción para contrarrestar el dolor a Inuyasha, Kagome salió de la habitación con un bulto envuelto en sus brazos. Traía un ser frágil que traería la caída y destrucción del reinado humano. Kagome entregó al pequeño a su padre, aunque este lo rechazó. Para el Rey Demonio esos niños solo serían herramientas que partirían al campo de batalla apenas fueran capaces de levantar una espada, no debía haber apego por ellos. Pero por alguna razón, el señor de los demonios entró a la habitación en donde Inuyasha aún estaba durmiendo por el brebaje suministrado.


El aroma a sangre humana en la habitación era repugnante para el rey los demonios, pero eso no evitó que viera a Inuyasha en medio de una infinidad de paños manchados de sangre y demás. No dejó de ver al ser que se veía tan frágil en medio de todo y que había sido forzado a engendrar a las armas que destruirían a la raza humana. Iba una y faltaban cuatro, el Rey Demonio ya podía sentir el poder de dominar a las razas inferiores y todo para lograr su acometido. Ya faltaba poco para lograrlo.


Continuará...


 


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