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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Los días siguieron su habitual curso, cada vez estaba más cerca el alumbramiento de la tercera calamidad y eso había provocado que la seguridad se triplicara. Después de su plática con el Rey Demonio, Inuyasha sintió que la lejanía que tenían había disminuido un poco. No eran tan cercanos como hubiera esperado, aunque había sentido menos hostilidad en el rey cuando convivían. Incluso Inuyasha podía sacarle más de una oración cuando hablaban, mas los monosílabos reinaban en sus ahora frecuentes pláticas. Y gracias a que pasaban mucho tiempo juntos, era más sencillo para Inuyasha tratar de conocer al Rey Demonio con un poco más de profundidad para poder entenderlo. Inuyasha seguía durmiendo en los aposentos del Rey Demonio por la orden del mismo, pero nunca lo vio dormir. A veces pensaba que no lo hacía. Kagome le explicó que los demonios no necesitaban dormir, pero lo hacían cada cierto tiempo y solo un poco, les bastaba con un par de horas. Aún así, Inuyasha solo había visto dormir una vez al Rey Demonio, esa ocasión en la que la tercera calamidad había sido concebida. No contaban las veces que era forzado por su grave condición.

Inuyasha estaba acostado en la gran cama, el peso extra le impedía levantarse y ya faltaba poco para que el tercer príncipe naciera. Desde su secuestro por el héroe, el Rey Demonio no se había apartado de él ni siquiera por un segundo. Inuyasha tenía a ese hombre vigilando hasta a su sombra. 

―¿No crees que esto es un poco exagerado?. ―Preguntó desde la comodidad de la cama.

El Rey Demonio incluso había llevado su trabajo a sus aposentos, era tanta su insistencia en vigilar a su reina que había llegado a ese punto. A Inuyasha aún se le hacía un tanto exagerado que actuara de esa forma, sin contar que la cantidad de sus escoltas también había aumentado considerablemente. Y como Inuyasha lo esperó, no hubo respuesta del hombre que leía tratados y algunos mapas de símbolos extraños. Siempre pasaba cuando repetía la misma pregunta.

Después de la primera semana, a Inuyasha había empezado a exasperarle esa paranoia por parte del rey. Este no decía nada por sí mismo y seguía en lo suyo, sin importarle sus quejas. Inuyasha simplemente se había resignado ante eso, ese hombre siempre terminaba haciendo lo que le venía en gana, al menos así podía hablarle sin que este se marchara. Pero, lo que más resintió Inuyasha de su traslado repentino, era que los príncipes habían disminuido sus visitas; el primero lo visitaba por las tardes y solo por un rato, Izaya no había aparecido desde aquella ocasión en que le pidió perdón. A Inuyasha le había preocupado el distanciamiento del cachorro sabiendo cuan apegado era a su persona, pero Inu no Taisho le había afirmado que todo estaba en orden y su hermano estaba concentrado en sus estudios, aunque eso solo era la mitad de la verdad. Tanto el rey como el primer príncipe habían decidido omitir esos detalles para evitar que la reina mandara a decapitar al concejo en su delicada situación, ya le dirían cuando estuviera en condiciones para hacer lo que deseara. Incluso las visitas de Rin habían disminuido, la niña demonio le estaba poniendo empeño a sus estudios y actualmente era hermana de enseñanza del segundo príncipe ya que había logrado hacerse discípula de Kagome.

Pasaron un par de días más, Inuyasha estaba extrañamente solo. El Rey Demonio lo había dejado y eso le había sorprendido pero no se había quejado, hasta que un intenso dolor lo había hecho doblarse. Estando a solas, Inuyasha sintió que le desgarraban las entrañas e inevitablemente había gritado ante el dolor insoportable. Abrazó su vientre sintiendo el dolor acumularse en ese lugar, el movimiento dentro de este le indicaba que la hora había llegado. Maldijo mil veces al Rey Demonio ante el agonizante dolor que había sentido y su nada oportuna lejanía.

El grito doloroso de la Reina de la Calamidad había alertado a los guardias, entraron de golpe y se toparon con la agonía de su gobernante. Algunos corrieron a avisar a la hechicera y a los sanadores, aunque en ese momento habían aparecido el primer príncipe y el rey ante los gritos cargados de dolor de Inuyasha. Ambos al verse solo podían transmitirse la impotencia de no poder hacer nada, ellos no podían calmar el dolor de la reina.

―¡Traigan a esa mujer inmediatamente! ¡Demoren un segundo más y esa será la causa de su muerte!. ―Alzó la voz el rey, todos huyeron a excepción del príncipe.

No tardaron en aparecer Kagome y las doncellas que le ayudarían, incluidos los sanadores y el segundo príncipe. La hechicera le prohibió la entrada a los demonios perro para evitar complicaciones, ellos solo escucharon a Inuyasha maldecir a gritos dolorosos al Rey Demonio y después de eso, un angustiante silencio. Cuando el aroma a sangre humana empezó a sentirse intensamente, el rey notó las reacciones en sus hijos. El primer príncipe miraba la puerta con atención, percibiendo los latidos del corazón de su madre, convenciéndose de que él estaba bien. Aún así, el Rey Demonio notó como la sangre goteaba de los puños fuertemente cerrados de su primer hijo. El segundo príncipe se notaba asustado, con la mirada en la puerta con la misma insistencia de su hermano mayor. Ambos estaban asustados, sabían cuan frágil era su madre y la sangre inundando el lugar no los estaba ayudando a alejar esos pensamientos.

Ante el temor que irradiaban los cachorros, el Rey Demonio sin saber qué hacer, simplemente colocó su mano en los hombros de los mismos que estaban a su izquierda y derecha respectivamente: una en cada uno. Sintió un estremecimiento en ambos pero ninguno dejó de ver aquella puerta que los separaba de ese humano, pero al menos parecían haberse calmado. No supieron cuanto tiempo pasó, el llanto de una cría recién nacida había hecho eco en el lugar. Pocos minutos después, la puerta se abrió y la hechicera salió con la expresión seria, con un pequeño bulto que se retorcía en sus brazos; era la tercera calamidad. Cuando esa puerta se había abierto y había intensificado el aroma a sangre, el segundo príncipe había entrado rápidamente y nadie pudo pararlo. Todos temblaron ante la poderosa presión demoníaca que emitía, digna de una calamidad. Gracias a eso, el Rey Demonio se dio cuenta que el cachorro había reaccionado a sus instintos y a la sangre de su madre. A diferencia de su hermano mayor, Izaya no había logrado controlarse y estaba atacando a cualquiera que se acercara a su durmiente madre.

El primer príncipe intentó pararlo, obtuvo un corte en el rostro por las garras de su hermano. El veneno empezó a quemar la herida y gracias a que su propio veneno era incluso más fuerte que el del segundo príncipe, no le causó dolor. Los sanadores intentaron detener al segundo príncipe que los atacaba con un frenesí asesino y los ojos inyectados en ira, incluso no había dejado de mostrar sus crecidos colmillos. Antes de que el rey interviniera, el primer príncipe había logrado asestarle una patada a su hermano y este terminó chocando contra un muro y perdiendo el conocimiento. Solo así pudieron evitar que matara a alguien.

―Vigílalo y llévalo a sus aposentos. ―Le ordenó al primer príncipe al verlo temblar ante la supresión de sus propios instintos asesinos. ―Tu madre estará bien.

Necesitaban alejar a los príncipes de Inuyasha o nadie sería capaz de controlarlos. El príncipe logró comprender sus intenciones y cargó a su hermano, tras una mirada a su madre y notar que solo dormía producto de la poción, salió del lugar para vigilar a su hermano. Lo menos que quería el Rey Demonio era una pelea con la reina tan vulnerable. 

―Cuide de su cría, iré a ver a mi discípulo. ―Kagome le entregó la cría al Rey Demonio sin quitar su expresión seria. Este no pudo negarse y logró sostener al cachorro.

Los sanadores se marcharon tras limpiar el lugar y brindar una reverencia a su rey. El Rey Demonio sentía que podría herir a su cachorro en cualquier momento al ser una carga demasiado frágil y tan pequeña. Lo sostuvo con la fuerza que usaría para acariciar a la madre y solo así logró sostenerlo con la firmeza suficiente para no herirle. Miró a su reina, aún dormía profundamente y luego su vista se posó en la cría, también dormía ajena a que descansaba en los brazos de un ser sanguinario y peligroso. Al estar prácticamente solo, el Rey Demonio se inclinó hacia su hijo y lo olfateó, el aroma suave que emitía le hizo saber porque todos estaban serios y no hubo regocijo, en sus brazos no reposaba un príncipe.

La cría se removió ligeramente, dejando al descubierto su regordete rostro libre de marcas demoniacas. Sus orejas puntiagudas era lo único que lo distinguía de los humanos y como el rey aun mantenía su rostro cerca del de la cría, una pequeña mano tocó su mejilla y eso lo hizo dar un imperceptible respingo. El cachorro abrió los ojos revelando el oro oscuro de su mirada.

―Una princesa. ―Susurró el Rey Demonio. 

Su cría sería una Princesa de la Calamidad, aunque no sabía si eso era posible. El Rey Demonio miró a su cría y recibió la misma mirada, realmente no sabía qué hacer. El manoteo intenso de la princesa tratando de tocar a su padre y su risa fue el único sonido que salió de esa habitación. El Rey Demonio había vivido una infinidad de cosas a lo largo de los años, pero no sabía qué hacer con una cría, era un tema que no manejaba. Cuando la cría frunció los labios y amenazó con llorar, el rey miró en dirección a Inuyasha pero este dormía ajeno a los problemas que estaba enfrentando. Antes del escandalo que una cría podría hacer, el rey se inclinó hacia ella y dejó que tocara su rostro como parecía querer hacerlo. Eso funcionó y había suspirado internamente. Inuyasha hacía parecer muy fácil la crianza de los cachorros. Porque él, el temido Rey Demonio, podía conquistar tierras; ser un estratega de batalla que podía llegar a ser audaz, matar infinidad de humanos que osaban enfrentarlo, causar temor con la sola mención de su nombre y dejar ríos de sangre por donde quiera que pasara; pero, cuidar de un cachorro era algo que no podía hacer sin fallar en el intento tan miserablemente y eso podrían afirmarlo sus dos hijos mayores, quizá solo el primero lo haría o al menos eso creía.

No pasó mucho cuando la princesa se quedó dormida, el Rey Demonio decidió buscar a alguien que si supiera qué hacer con ella. Al final, él no sabía manipular a las crías y el único contacto que tuvo con una tan pequeña, había sido esa ocasión en la que visitó a Izaya cuando recién había nacido. Aunque no le había ido tan bien como lo había esperado, el cachorro prácticamente había alertado de su visita a todo el castillo. Por ello, el Rey Demonio decidió buscar a las doncellas que ayudaban a Inuyasha con la crianza de los niños, ellas sabrían qué hacer en su lugar.

Luego de unas horas, Inuyasha despertó. Cuando lo hizo, buscó con la mirada a su bebé pero no lo encontró y como ya había pasado antes, se preocupó. Se levantó de la cama, ya sin el dolor de antes y sin rastro del alumbramiento. Inuyasha salió de la habitación, los guardias del pasillo se veían tan intimidantes y serios como de costumbre, pensó en preguntarles pero decidió declinar de esa idea e ir a buscar a Kagome. Inuyasha solo los vio reverenciarlo cuando pasaba frente a ellos y a un par seguirlo, los ignoró como lo hacía siempre. Cuando llegó al ala médica, todos estaban serios y no había algarabía como había pasado durante el nacimiento de los príncipes mayores. La angustia empezó a dominarlo cuando las doncellas que ejercían como enfermeras lo veían con pena y los sanadores las imitaban. Cuando Inuyasha sentía un nudo en la garganta ideando ideas terribles, Kagome apareció.

―¡Dime que todo está bien!. ―La tomó de los brazos y la sacudió mostrando su miedo. Todos lo miraban con una expresión tan desolada que una idea había venido a su mente llenándolo de temor y la expresión neutral de la hechicera solo aumentaba sus ansias. ―¡Dilo!. 

Cuando Inuyasha sentía la angustia en su máximo esplendor, la hechicera se soltó de su agarre y colocó la mano en su hombro, buscando calmarlo. Antes de que dijera algo, el llanto de un bebé le devolvió el alma a Inuyasha y lo buscó con la mirada, el Rey Demonio estaba en la puerta y cargaba a la tercera calamidad. Inuyasha fue en su encuentro y se aseguró de que la cría estuviera bien, así era. El Rey Demonio se la entregó en cuanto se acercó, Inuyasha apegó el bebé a su pecho, sintiendo su movimiento y que las expresiones de los demonios estaban mal, todos lo miraban con una expresión seria que daba miedo, aunque con el Rey Demonio se había acostumbrado

―¿Por qué me miran como si alguien se hubiera muerto?. ―Le reclamó a Kagome. ―¿¡Por qué parece que asistirán a un funeral!?.

Inuyasha sentía que su cuerpo temblaba ante la angustia que había sentido, por un momento sintió que algo andaba mal y como todos lo miraban indicando que sus pensamientos no eran del todo errados, casi lo había creído. Inuyasha abrazó suavemente al tercer príncipe y suspiró al sentirlo tan cálido y en sus brazos, una vez sintió que ya estaba bien, encaró a los demonios de la habitación. Todos ellos tenían una expresión tan lúgubre que daba miedo, esa expresión era usual en el rey y antes de pensar en por qué el hombre tenía a su hijo en brazos como nunca había pasado, Inuyasha esperó su respuesta.

―La tercera calamidad es una princesa. ―Respondió uno de los sanadores e Inuyasha frunció la expresión.

―¿Y eso qué tiene que ver?. ―Preguntó y todos se miraron entre sí, exceptuando al rey y la hechicera. ―¿Acaso las bromas de los demonios siempre son tan crueles? ¡Por un momento me hicieron creer que había ocurrido algo terrible!.

Nadie se atrevió a responder, la mayoría sabía que la Reina de la Calamidad tendía ser mucho más temible que el propio Rey Demonio. Muchos sabían que la ira y el poder de la reina eran incalculables, incluso sin necesidad de usar a las Calamidades. Desde sus altercados con el concejo, muchos demonios preferían no tentar a su suerte provocando a ese humano que podía llegar a ser más tiránico y peligroso que el mismísimo rey. Muchos reverenciaron a su reina y escaparon, solamente escuchando una maldición por boca de su gobernante humano. Nadie notó la sonrisa orgullosa del Rey Demonio ante el revuelo ocasionado, el señor de los demonios estaba complacido ante la muestra de poder de su reina. 

Cuando solo la hechicera y el Rey Demonio quedaron en el lugar, fueron los únicos testigos de como la Reina de la Calamidad miraba a la princesa con tanta dulzura, como si su expresión indignada de antes jamás hubiera existido. Solo ellos dos sabían que la reina cambiaba su actitud malhablada y cortante cuando se trataba de los cachorros más peligrosos y temidos que el mundo pudo presenciar. 

Continuará...

 


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