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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha había abrazado a sus hijos, les repitió lo mucho que los amaba innumerables veces. Los vio como si fueran unos pequeños bebés que necesitaban afecto y resguardarse en sus brazos, porque eso siempre habían sido a sus ojos; niños pequeños que por muy fuertes que fueran, necesitaban amor, lo necesitaban a él. La mirada de Inuyasha se centró en el Rey Demonio, ese demonio mantenía la mirada impasible pero no con la frialdad de siempre y fue cuando Inuyasha se dio cuenta que Izaya tenía razón, ellos necesitaban de una familia; todos en esa sala la necesitaban. 

«Nunca le tuve miedo al dolor, me enfrenté a quienes me agredían sin temor y sin dejarme humillar. Pero, cuando llegué a este mundo en donde soy más débil que cualquiera, le temí a ese hombre y conforme pasó el tiempo, ahora siento un temor todavía mayor; temo que termine alejándome aún más de él, de los niños. Ellos me quieren como yo los quiero a ellos y eso es todo lo que necesito. Mas no debería desperdiciar mi corta vida pensando en debilidades cuando ellos son mi fortaleza» Inuyasha sin duda pensó que solo desvariaba, no debía preocuparse cuando tenía una familia que se apoyaría mutuamente, incluso cuando él se quedara atrás. Debía aprovechar el momento, vivir plenamente y morir satisfecho, así era la convicción humana. El abrazo se rompió, los príncipes se veían más tranquilos e Inuyasha notó que incluso el primero ya no se veía acongojado como antes, le alegró. 

Inu no Taisho fue la primera persona a la cual Inuyasha amó, a quien le entregó su confianza y con quien se desahogó; ese niño fue el único que estuvo de su lado en un mundo en el que todos lo trataron como a un objeto apenas llegó, quien lo protegió y amó por igual desinteresadamente. Ambos solían ser cercanos, eran confidentes y confiaban uno en el otro, se consolaban; su lazo fraterno era inquebrantable. Inuyasha sabía que el primer príncipe cargaba con muchas cosas, pero se veía menos abrumado ahora que habían hablado en familia. Ver como los príncipes trataban de levantarse los ánimos entre sí, fue tan reconfortante. 

Izaya e Izayoi hablaban felizmente todo lo que Inu no Taisho callaba, el segundo sonreía ampliamente y reía con esos brillantes gestos que los traumas de guerra le habían arrebatado a su hermano; Izaya e Izayoi trataban de hacer que su hermano hablara un poco más o que riera, ambos sonreían por él y para él. Las tres temibles calamidades, seres que destruirían todo a su paso, convivían entre sí como un par de infantes y eran observados por sus padres. Inuyasha se preguntó por qué todos veían a esos niños como bestias sanguinarias, ellos no lo eran a sus ojos. 

―Hoy no habrá entrenamientos ni deberes, son libres de elegir qué hacer en lo que resta del día. ―Habló el Rey Demonio, pero no fue motivo de alegría ya que todos sabían la razón de esa orden. 

Inuyasha sintió como su expresión decaía, pero negó al instante y no dejó que los príncipes vieran lo mucho que le afectaba lo que se avecinaba. Una vez más, los demonios atacarían a los humanos y se enfrentarían, pero en esa ocasión, el segundo príncipe pelearía codo a codo con el primero. Inuyasha había visto sufrir al primer príncipe por ello, a ese niño no le gustaba tener las manos manchadas de sangre ni escuchar los gritos de agonía que la guerra producía, solo era un niño que no debía presenciar aquello. Y nadie quería que el segundo pasara por lo mismo, ambos habían tenido diferente educación pero tal parecía que se repetiría la historia y así sería con todos.

Tras decir eso, el rey se retiró e Inuyasha no lo detuvo, asumiendo que necesitaba procesar lo que había pasado en ese lugar. Y decidiendo que ese día lo usarían para relacionarse más, Inuyasha guio a los príncipes al exterior; se topó a la hechicera durante su trayecto, la mujer estaba curiosa sobre lo ocurrido en aquella reunión, pero Inuyasha solo sonrió mientras avanzaba siendo seguido de cerca por los niños. Dejando a la curiosa hechicera con la duda, Inuyasha solo rememoró las palabras dichas, por el rey y sus hijos, se sintió amado y necesario, más como persona que como un objeto. Saber que ese hombre sentía un poco de afecto por él y aquellas palabras, alborotaron aún más el repicar de su corazón. Y antes de que su rostro comenzara a arder, llegaron al gran jardín del castillo. 

Después de un rato y como si fuera lo más normal del mundo, dos colosales bestias luchaban entre sí a algunos metros de la Reina Humana de la Calamidad. Inuyasha solo pudo observar como aquellos dos enormes canes peleaban, mordisqueándose entre sí y rodando en el suelo; pero lo único anormal a varios kilómetros a la redonda, era él mismo. Esos enormes seres de brillante pelaje que brillaba con la luz del mediodía, eran Izaya e Izayoi quienes jugaban ahora que eran capaces de regular su poder y mantener su transformación. Ambos estaban tan acostumbrados a entrenar que no sabían como deshacerse de su energía y nada mejor que jugar entre sí, hasta ese momento, Inuyasha pudo afirmar que era lo más normal que los había visto hacer considerando que ambos solo se la pasaban entrenando. 

Inu no Taisho solo observaba junto a Inuyasha, Rin confeccionaba una corona de flores mientras tarareaba una tonada alegre y Kagome había visto con recelo a Inuyasha desde que se toparon, estaba realmente curiosa de saber lo que había ocurrido en aquella reunión y sabía que era más fácil que una piedra se lo contestara antes que su altivo rey o ese humano que soñaba despierto. Pero, un gruñido de parte del primero, había hecho que la hechicera dejara de hostigar a la reina con la mirada. 

―¿Así se siente la felicidad?. ―Soltó Inuyasha al aire.

Nadie contestó, pero todos se hicieron la misma pregunta. Rin soltó su corona que apenas tomaba forma y sus manos pequeñas se cernieron en su cuello, recordando horribles años que quería olvidar; un cuarto oscuro, risas siniestras y luego de eso, una sinfonía de gritos estridentes, una mano con garras siendo tendida a ella y una mirada carente de emoción pero que tenía el mismo brillo del sol, su salvación y la luz de la que la habían privado por décadas. Kagome también se hizo la misma pregunta, había visto a su rey y se veía diferente, como si las cadenas que lo apresaban, se hubieran aflojado. No había visto algo así desde que las circunstancias habían causado ese dolor a su gobernante. La mujer miró a su gobernante humano, Inuyasha sonreía mientras veía a ambos niños juguetear en el pasto y la hechicera sentía la presencia del rey cerca, como si los cuidara en la distancia. Kagome sonrió para sí misma, quizá así se sentía la felicidad, aunque solo fuera momentánea, tanto como la efímera vida de un humano.

Inu no Taisho, por su parte, también lo meditó. La felicidad la encontraba cuando su madre lo abrazaba y le decía que todo iría bien, que no era un vil asesino y que lo amaba pese a creerse un monstruo. Porque él podría convertirse en la bestia sanguinaria que relataban los antiguos escritos, pero su madre lo seguiría amando como si fuera su pequeño cachorro juguetón. Y si eso no era felicidad, entonces no sabía que lo era. El ver a su madre sonreír, a sus hermanos juguetear felizmente era sin duda lo que sabía de la tan añorada felicidad y gracias a ese alegre panorama, olvidó por un momento que pronto volvería a derramar más sangre por la causa, por lo que fue creado.

«Demostré mi fuerza a base de sangre; demostré que a pesar de ser un mestizo, mi nombre tiene tanta valía como la de un demonio, escuchando las súplicas en el campo de batalla. Los gritos aún me persiguen, la sangre aún mancha mis manos y eso es algo que nunca podré olvidar. Yo odio derramar sangre y cuando tengo que hacerlo, me siento mal y solo deseo esconderme. Madre, ¿me seguirá permitiendo el esconderme en sus brazos? Ese es el lugar más seguro que conozco, en donde me siento a gusto y en donde las sombras no me alcanzarán. Ese es el único lugar en donde no temo, en donde puedo ser algo más que un arma letal». Y a pesar de sentir eso, Inu no Taisho se dijo que si hacía eso, la sonrisa de su madre se prolongaría, esa era su misión de vida; acabar con la guerra y salvaguardar al único humano que les importaba. 

Todo pensamiento fue interrumpido cuando el príncipe se levantó de un salto y se paró frente a su madre, desenvainando su espada y mirando el cielo con la expresión fruncida. Sus hermanos dejaron de juguetear y se levantaron del suelo, erizando su pelaje y demostrando que eran fieras peligrosas al mostrar sus colmillos; Rin se ocultó tras Inuyasha y los guardias alrededor se mostraron alerta, pero solo Kagome sonreía con cierta ironía. Inuyasha no entendía el cambio de situación, hasta que de entre las nubes apareció una curiosa vaca con un anciano sobre ella, su cabeza se ladeó hacia un lado ante la bizarra situación. No pasó mucho antes de que esos dos seres terminaran en tierra a escasos metros de ellos, siendo amenazados por los príncipes.

―Pero que grata bienvenida... ―Habló el hombre mayor, bajó de su bestia de carga una vieja caja y la dejó en el suelo. No tardó en montar nuevamente. ―Pero aún deseo vivir, ¡hasta nunca!.

El anciano trató de alzar el vuelo nuevamente, siendo observado por Inuyasha quien no comprendía la situación y Kagome solo miraba la escena con gracia mal disimulada. Los príncipes no se habían movido, seguían atentos y cuando menos se lo esperaron, un luminoso látigo atrapó al viejo demonio y lo arrastró hacia el suelo, derribándolo. No importó lo mucho que forcejeó, no logró liberarse. Todos vieron como el Rey Demonio gruñía y su látigo apretaba al viejo demonio quien trataba de huir.

―Hasta que apareces, anciano. ―Escupió el rey. ―¿En donde está el otro cobarde?.

Al hacer esa pregunta, Inu no Taisho apuntó su espada al suelo, solo él y los demonios restantes pudieron ver a la vieja pulga que trataba de escaparse. Inuyasha no entendía la situación, pero tal parecía que eran viejos conocidos al ver la expresión de Kagome y las acciones del Rey, ya descubriría la razón por la cual ese hombre parecía querer atraparlos e Inuyasha pudo intuir que eran los que ese demonio había buscado con ímpetu.

Continuará...

 


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