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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha aún no comprendía la bizarra situación que ocurría frente a él, el ver a Kagome tratar de ocultar sus risillas y al Rey Demonio gruñéndole cual perro rabioso a un anciano de ojos saltones, no era algo usual. A pesar de llevar meses en ese lugar, tal parecía que aún había cosas que no comprendía y que no sabía si debía comprender. La mirada de la Reina de la Calamidad, se dirigió hacia el primer príncipe, este aún le apuntaba a algo en el suelo con la espada y le gruñía; a pesar de la situación, Inuyasha sonrió ante el gran parecido entre padre e hijo, ambos tenían la misma expresión.

Y cuando Izaya tomó su forma humanoide para acercarse a lo que fuera que el primero amenazaba, algo saltó hacia el incauto humano. Un pequeño demonio terminó picando la mejilla de Inuyasha y este solo lo golpeó, revelando a una pequeña pulga aplastada en su mano. Izaya e Izayoi se sentaron junto a Inuyasha, mirando el pequeño ser mientras que el rey se encargaba del otro e Inu no Taisho mantenía el recelo.

―Es un gran placer saborearle; digo, saludarle, mi reina. ―Comenzó la pulga apenas tomaba su forma nuevamente y se sentó en la mano de Inuyasha. 

―¿Quienes son y por qué se armó toda esta situación?. ―Cuestionó Inuyasha, pero la pulga saltó a la nariz de la hechicera, sin escucharlo.

―¡Señorita Kagome, tanto tiempo sin verla!. ―La pulga efusivamente intentó probar la sangre de la mujer pero esta lo golpeó antes de que lo intentara.

―Oh, Myoga, me sorprende que hayan aparecido. ―Negó con cierta pena. ―Nuestro rey ha estado buscándolos todo este tiempo y al no hallarlos, solo han acrecentado su ira. ―La pulga palideció. ―Me temo que no saldrán vivos de aquí.

Izaya se mostró un poco turbado, él no creía capaz a su padre de matar a alguien por algo así, aunque nunca lo había visto hacerlo; Izayoi por su parte, pudo notar que la hechicera solo buscaba asustar al pequeño demonio cobarde. Inu no Taisho guardó su espada, considerando que era indigno blandirla frente a su madre, miró a Inuyasha y luego a su padre, el rey miraba sin compasión al viejecillo que suplicaba por su vida y que pedía perdón a su soberano por pretender ocultarse de él y su magnificencia.

Después de una breve discusión con la pulga llamada Myoga, Inuyasha pudo descubrir la razón por la cual ambos ancianos estaban asustados y el Rey Demonio estaba tan molesto. Resultaba que décadas atrás, cuando los humanos habían atacado el castillo nuevamente, el Rey Demonio le dio la tarea de salvaguardar las armas de su padre al herrero que las había fabricado y la vieja pulga se le unió por el miedo que le tenía a su rey. Así fue como ambos se marcharon, justo antes de una gran batalla en la que los demonios resultaron vencedores y no perdieron el castillo nuevamente. Y como no había necesidad, el rey no mandó solicitar al herrero o a la vieja pulga, dejó que continuaran cuidando de esos invaluables tesoros muy lejos, en donde no serían convertidos en trofeos de guerra; considerando la gran habilidad para ocultarse de esos dos, el rey y la hechicera concordaron conque esas armas estarían seguras. Pero ahora que había querido recuperar las armas por alguna razón, aquellos ancianos habían decido esconderse de él por temor a su fiero carácter. Y eso los llevaba a la situación actual.

Sin más, Inuyasha se levantó y ante la mirada de todos, le pidió al Rey Demonio que no matara al viejo herrero. Los presentes asumieron que sería ignorado, pero ver como el gran demonio liberaba al anciano y bajaba la intensidad de su ira, sorprendió a más de uno. Todos concordaron que Inuyasha podía calmar al Rey Demonio con una preocupante facilidad. Mas para Inuyasha, matar a ese par de ancianos no significaría nada, sería un desperdicio y ciertamente no deseaba ver algo así; al menos ya habían traído consigo lo que tanto buscaba el rey.

―¡Se supone que hoy sería un día tranquilo!. ―Inuyasha se cruzó de brazos y miró al Rey Demonio con el ceño fruncido. ―No quiero que mates a nadie frente a mí, ¡se supone que estábamos conviviendo amenamente!. ―El par de ancianos se impresionaron al ver como Inuyasha regañaba a su temido rey, miraron todo con esa admiración hacia su salvador. ―Ya que estás aquí, convive un poco también, al menos por hoy quisiera que pareciéramos una familia. Se lo debemos a los niños, al menos esta vez, hagámoslos felices.

Inuyasha ni siquiera supo de donde sacó aquel valor para decir aquello, pero era lo que quería y lo que todos necesitaban. Quizá era mejor olvidar por un rato todo y centrarse solo en ellos, olvidar que al llegar el alba, los dos príncipes y el rey partirían, que sería un largo mes sin ellos. Y para la impresión de todos, el Rey Demonio asintió suavemente. Gracias a eso, Izaya comenzó a brincotear alrededor de sus hermanos ya que tendría por un rato, todo lo que siempre anheló. Inu no Taisho se sentó donde anteriormente reposaba su madre, Kagome se levantó y le llevó a su rey la caja que contenía el temido Colmillo de Acero y el Colmillo Sagrado; ambas armas hechas de y para Inu no Taisho, el anterior Rey Demonio. Se las entregó a su señor, a sabiendas de para qué las había buscado con tanto ímpetu.

Cuando recibió aquellas armas, el hombre las había mirado con nostalgia, tratando de recordar el nítido rostro de su padre y esa punzada dolorosa que aparecía en cuanto no lograba vislumbrar mucho, se presentó al instante. Aún así, el Rey Demonio le tendió la espada que traía en las manos, el Colmillo de Acero, a Inuyasha y este frunció la expresión con algo de duda.

―Tómala, te enseñaré a usarla para que puedas protegerte en caso de que algo pase. ―Cuando Inuyasha iba a tomar el arma aún dubitativo, el Rey Demonio la apartó de su alcance. ―A pesar de que voy a enseñarte, ten por seguro que voy a procurar que no tengas que utilizarla en ningún momento.

Ahora sí, Inuyasha pudo tomarla, se preparó para sostener la pesada arma pero en realidad no pesaba nada y se sorprendió. Las armas de su hijo y las del Rey Demonio pesaban tanto que no podía levantarlas, pero esa en particular podía ser manejada con una asombrosa facilidad. Cuando Inuyasha la desvainó, vio como se volvía un brillante colmillo. Seguía sin pesar e Inuyasha miró al Rey Demonio, miraba la afilada hoja con lo que parecía nostalgia. Inuyasha deseó saber porque el demonio había cambiado de parecer y le había dado un arma que parecía invaluable. Al menos ahora podría ser más independiente y lograría defenderse, últimamente lo estaban secuestrando mucho y no quería volverse una doncella que necesitara ser salvada. 

Sesshomaru miró como Inuyasha jugueteaba con la espada, moviéndola en el aire como si no pudiera creer que podía levantarla. Pero esa había sido la razón por la cual la consiguió para él, esa espada era así y podría empuñarla con esa facilidad. Así podría defenderse en el lejano caso de que esos humanos trataran de herirlo, porque sabía que tratarían de hacerlo. Y como Inuyasha había mencionado que quería aprender, no pudo negarle eso por mucho que quisiera. Y guiando al humano a un par de metros de distancia, dejó que Izayoi hablara con Totosai sobre armas y demás; a Izaya platicando con la pulga Myoga y tratándolo como si fuera su abuelo, a Inu no Taisho vigilando la situación y a Kagome mirandolo sin disimulo ante sus acciones. Sería un buen día, solo hablando y blandiendo la espada sin afán de lastimar.

El humano no podía creer que el rey le permitiera aprender, mucho menos que él fuera quien le enseñara. Y así estuvieron, el hombre mayor le indicó como pararse y como sostener el arma, la postura ideal y los movimientos necesarios. Tras un rato, Inuyasha ya había definido la postura ideal. Mientras agitaba la espada enfundada, sintió al Rey Demonio pegarse a su espalda y se estremeció por instinto, los brazos del demonio lo rodearon y sujetaron sus manos que aún sostenían la empuñadura de su espada. Y como si supiera qué hacer, Inuyasha comenzó a mover la espada nuevamente, sintiendo como el cuerpo del hombre tras él se contraía y movía a su ritmo, mostrándole la técnica para moverse con el arma. 

Kagome, por su parte, miraba el entrenamiento de sus gobernantes y aquel osado movimiento de su rey, le sorprendió en gran manera. Todos miraron como ese par parecía olvidar que estaban rodeados de personas y comenzaron a entrenar con la espada, pero en esa posición, parecían danzar grácilmente con una coordinación casi imposible. Se movían como si fueran uno solo y los príncipes observaron como sus padres convivían, su padre se veía con un mirar tranquilo mientras su madre sonreía ligeramente y respiraba con agitación ante el esfuerzo. Perdidos en su mundo, ambos gobernantes se movían al compás de un entrenamiento que parecía ser algo en segundo plano y que sus toques parecían importar más. Y así era, Inuyasha blandía la espada con la agilidad que ese demonio le prestaba, pero el latir rápido de su corazón y la coloración de su rostro comenzaban a aumentar, quizá por los movimientos o tal vez, por la sensación de aquello y la cercanía que tenían.

Inspirados por aquello, Izaya e Izayoi hicieron que Inu no Taisho se levantara y pidieron armas de madera. Los tres comenzaron a pelear entre sí, con el único afán de jugar con las espadas y sin tener que recurrir a lastimarse como los entrenamientos de antaño. Las risas de Izaya al golpear las espadas, las ovaciones de Izayoi cada que Inu no Taisho bloqueaba los ataques de Izaya y aquel escenario protagonizado por la pareja que estaba en su mundo, hizo que Rin viera lo que era una familia y sonriera, la pregunta de Inuyasha tuvo una respuesta cuando la niña vio a esa familia. Kagome se dijo que lloraría de pura alegría si pudiera, su rey a pesar de no demostrar nada en su expresión, denotaba esa chispa que ella nunca vio en él y que sus ojos oro brillaban con algo especial. 

Y la hechicera tenía razón, el Rey Demonio sentía algo diferente, algo había cambiado y se sentía tan bien que no lo podía creer. Así se había sentido desde que había sincerado su corazón en la sala del trono, esa carga se había eliminado y ahora sentía que podía respirar sin esa asfixiante bruma dolorosa que lo había atrapado antes. Y así como sentía la agitación de Inuyasha, él sentía lo mismo mientras lo tocaba. «Me había mantenido en la oscuridad, pero estabas allí frente a mí y poco a poco, me ayudaste a salir. Y aún así, ¿eres capaz de oír mi corazón latir así de rápido y solo por ti?» pensó para sí mismo.

Y ese día, todos convivieron como la familia que eran. Kagome y Rin fueron incluidas por Inuyasha, todos hablando y jugueteando entre sí, olvidando lo ocurrido e incluso Inuyasha llegó a olvidar el asunto de la noche anterior y lo que pasaría al día siguiente, solo se enfocó en ver como Sesshomaru e Inu no Taisho luchaban con espadas de madera sin intenciones de herirse, solo bloqueando los ataques entre sí, los príncipes y la princesa tuvieron la oportunidad de repetir eso con el padre, un simple juego en el que todos pudieron participar y en el que solo importaba la calidez familiar en medio de todo. Al ver como los niños atacaban a su padre y esto bloqueaba con maestría sus ataques, siendo acompañados por las risas de Rin e Izaya, Inuyasha supo que no podría vivir sin ver eso. 

«Puede ser un tipo peligroso y aún así, sería capaz de hacer lo que sea con tal de ver a su familia feliz. Quizá detrás de ese ceño fruncido y esa mirada dura, solo hay un ser necesitado de cariño».

«Él siempre dio indicios, pero pensé que nunca llegaría a querer a un simple humano y no lo creía aunque todos me lo dijeran. Pero ahora sé que él también siente algo por mí así que ya puedo ser completamente feliz». Inuyasha sonrió para sí mismo, esa era la familia que tanto anheló y que la vida le había dado. El ver como ese arisco hombre trataba a los niños, le hizo ver que a pesar de haberle causado tanto daño, era capaz de provocarle felicidad con la misma intensidad.

Continuará... 

 


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