Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 89]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Después de sus palabras, Inuyasha solo pudo mantenerse callado y con la mirada perdida en el suelo. Si había algo que se había dicho a sí mismo, era que no debía crear lazos con los niños y que no debía considerarlos sus hijos. Siendo un hombre, Inuyasha seguía con la convicción de que no debía ser llamado «Madre» y que nunca debió haber dado a luz. Que todo era por obligación y que no debía sentir afecto por las criaturas que lo habían obligado a muchas cosas. Inuyasha no dejaba de repetirse que todos lo veían como una incubadora viviente, que le abriría las piernas al Rey de los demonios cuando le placiera y que podrían humillarlo cada que les apeteciera. Pero, él era humano y como tal, tenía emociones que ellos no comprendían. 

Pero después de sentir como Inu no Taisho se recargaba contra él, Inuyasha se sintió débil ante el afecto que siempre le negó.

―Gracias por ser mi madre. Prometo que no lo defraudaré. 

Ese susurro soltado por el primer Príncipe de la Calamidad, caló hondo en el corazón de Inuyasha. Estaba creyéndose esas palabras y no quería. Inuyasha sentía que al aceptar ese afecto, era como si aceptara que lo mantuvieran cautivo solo para ser una incubadora. Su orgullo le impedía aceptar tal cosa por mero gusto, si lo hacía era por necesidad. Había visto la fuerza de los demonios, lo mejor que podía hacer era obedecer y resignarse. Si cumplían su promesa, sería libre. Pero repitiéndolo, Inuyasha era un humano con emociones y esas pequeñas acciones le gustaban y lo hacían sentir apreciado. 

Solo por esta ocasión. ―Pensó.

Inuyasha aceptó solo por esa noche el afecto que su «hijo» le profesaba. Ambos hablaron de todo y nada, Inuyasha le contó sobre su vida en el otro mundo y gracias eso pudo notar como la frustración del príncipe aminoró. Entre más hablaban, una muralla invisible se iba desmoronando y los lazos se fortalecían, pero Inuyasha no quería verlo por mero orgullo. Mientras Inuyasha hablaba y era escuchado por el príncipe, parecían ser amigos de toda la vida. Hubo ligeras risas y penas, algunas molestias y sobretodo, un ligero toque de amor fraternal. Todo terminó cuando Inuyasha bostezó adormilado, esa fue la señal para volver.

Tanto Inuyasha como Inu no Taisho subieron al inmenso dragón que según supo Inuyasha, había sido elegido por el rey mismo para que fuera un tipo de guardaespaldas personal para él. Aunque eso nunca lo supo y hubiera preferido saberlo desde un principio para evitar la extraña forma en la que se conocieron. Pero Inuyasha no quiso darle más vueltas al asunto, ya era tarde y necesitaba descansar. Por esa razón, abrazó a Inu no Taisho por detrás y permitió que dirigiera las riendas del dragón. Se recargó sobre él y cerró los ojos, no quería que los mareos anteriores volvieran. Él nunca había volado a diferencia del dragón o del mismo Inu no Taisho. Dormitó en el camino pero siguió aferrado a su lugar. 

Finalmente, el gran dragón se posó en una parte oculta del patio de ese castillo.

Gracias a la charla que Inuyasha tuvo con el príncipe, pudo verlo más relajado los días que le siguieron. Podía ver como se esforzaba y aprendía de sus errores, como se fortalecía y aumentaba su fuerza. Inuyasha casi pudo ver una sonrisa orgullosa en el joven al entrenar, eso lo alegró más de lo que quisiera admitir. Verlo en mejor animo le agradaba e Inu no Taisho lo buscaba más que antes. Inuyasha tuvo que reprimir sus ganas de parecer una madre orgullosa al verlo progresar. Porque estaba orgulloso al verlo, ver como le recordaba a su mismo y su convicción. Realmente deseaba volver a esos días en los que el pequeño príncipe reía en sus brazos, pero odiaba amar en lo que se había convertido ese pequeño. Inuyasha seguía confundido, odiaba ser tratado como una madre pero más odiaba no corresponder al afecto que Inu no Taisho le brindaba.

Después de haber regresado de su viaje, tanto Kagome como Rin habían vuelto a su rutina de vigilar a Inuyasha para el bien del reino. Obviamente, a Kagome no le había sentado bien que Inuyasha haya abandonado el castillo de noche por el pretexto de seguir a Inu no Taisho.

―Está bien que estés preocupado, pero nuestro señor tiene todo planeado. El primer príncipe no lo sabía pero tiene permitido abandonar el castillo, siempre y cuando sea vigilado por Ah-Un. ―Explicó la mujer. ―Pero tú no, por obvias razones. Además, ¿en serio creíste que nadie sabía del príncipe y sus salidas? No seas ingenuo, nuestro rey sabe que ocurre en cada palmo de su castillo.

―¿Quién está preocupado? Esas son difamaciones. ―Tanto Rin como Kagome rieron ante eso. Inuyasha se ofendió. ―¿Y qué si salí? Mi trato fue que haría lo que quisieran, siempre y cuando respetaran mi libertad. Puedo salir si lo deseo.

―La única restricción es que no debes abandonar el castillo.

En cuanto la grave voz del Rey demonio resonó en la estancia, hizo que las risas se calmaran. Cuando todos vieron en su dirección, notaron su aspecto deplorable. La armadura que portaba estaba rota y algunas manchas de sangre se dejaban ver en su ropa que alguna vez fue blanca. Inuyasha aún no se acostumbraba a su presencia, pero tampoco a ver que ese hombre podía ser vulnerable. Aunque ese aspecto daba a entender que había estado luchando en el frente y que los humanos podían ser frágiles pero no débiles. Solo lo ignoró mientras Kagome llamaba a los demás demonios que se encargaban de atender a los heridos, Inuyasha notó la mirada del Rey Demonio en su persona más fingió que no se daba cuenta. Realmente estaba incomodo.

Inuyasha se dedicó a ver como Kagome hacía mezclas raras, todo para evitar mirar al demonio que mantenía el torso descubierto pero lleno de heridas que extrañamente no cicatrizaban. Supuso que se trataba de una obra de esos magos humanos que tanto detestaban. Pero según había visto y oído, los magos hacían lo mismo que Kagome. Eso hizo que se confundiera y para seguir ignorando al Rey Demonio, Inuyasha decidió preguntarle a Kagome que mezclaba algunos ingredientes en un frasco.

―Oye, Kagome. ―La mencionada solo hizo un sonido de afirmación mientras seguía en lo suyo. ―¿Que te hace diferente de un mago?.

Inuyasha vio como el contenido del frasco hacía una pequeña explosión y un poco de humo apareció, realmente deseó no haber preguntado.

―¿¡Como te atreves a compararme con esas pestes humanas!? ¿¡Acaso deseas que te pulverice!?. ―Antes de que la fúrica mujer siguiera hablando o que Inuyasha respondiera a su exaltación, el Rey demonio interrumpió con un gruñido gutural.

―Mide tus palabras, mujer.

―Lo haré, perdone mi ofensa. ―Kagome también se disculpó con Inuyasha. La mujer había olvidado gracias a su trato informal con Inuyasha, que el mencionado pese a odiarlo, era «la Reina Humana de la Calamidad» y eso significaba que le debía tanto respeto como al rey o al príncipe mismo. ―Lo que separa a un mago de un hechicero es que el mago puede usar la magia con libertad porque su cuerpo la produce mientras que un hechicero debe crearla con algunas cosas. Mientras que yo debo buscar cristales para fabricar alguna poción o algo más, un mago puede hacerla sin necesidad de ellos. Para resumir, un mago puede usar magia y yo debo fabricarla.

Inuyasha había murmurado un quedo «Gracias» sin apartar su mirada desconfiada del Rey Demonio, porque su actitud lo había confundido. No entendía por qué el hombre se había tomado la molestia de defenderlo y aunque no lo necesitara, le extrañó. 

Ya después de que pasara ese momento extraño, lo único que se escuchaba era el ruido que Kagome hacía con sus remedios y la conversación unilateral que Rin mantenía con el Rey Demonio. Inuyasha solo se mantuvo en silencio sin saber que hacer o decir. Poco después el primer príncipe apareció y relató con detalles su entrenamiento a su señor padre. Inuyasha vio el orgullo con el que Inu no Taisho decía sus proezas y como el rey asentía de vez en vez. Tal vez nadie a parte de Inuyasha lo había notado, pero el rey también estaba orgulloso al escuchar al príncipe. Realmente parecían padre e hijo, Inuyasha recordó las palabras que le había dicho al príncipe cuando era pequeño. Por un momento, la escena le pareció cálida pero había negado al instante por dejarse influenciar con tanta facilidad. Inuyasha quería dejar de pensar en esas extrañas criaturas como si se trataran de una disfuncional pero agradable familia.

―¿Que lo hizo volver, señor? Asumí que estaría más tiempo en el frente. ―Preguntó Inu no Taisho.

―Es evidente.

Inuyasha fingió una vez más que no se daba cuenta que las miradas estaban fijas en él. Tras pensarlo durante unos segundos y de haber contado con los dedos discretamente para cerciorarse, cayó en cuenta que el plazo estaba a pocos días de terminar. Un nuevo Príncipe de la Calamidad debía surgir para secundar a su hermano. Una vez más, Inuyasha debía entregarse al temido demonio para hacer su trabajo de incubadora. Pero él no quería que esas imágenes que aún se mostraban en su mente, volvieran a ocurrir.

Ante la mirada de los demonios presentes, Inuyasha salió de esa habitación y apenas salió de la vista de todos, corrió lo más rápido que pudo al patio del castillo donde un dragón de dos cabezas dormía a la sombra de un frondoso árbol. Inuyasha subió al dragón que aún poseía una conveniente silla de montar e ignorando el miedo que tenía, le dio una orden.

―Sácame de aquí. ―El dragón obedeció.

Los guardias cercanos trataron de evitarlo, incluso el mismo Inu no Taisho. El Rey Demonio, la hechicera y el príncipe habían salido tras Inuyasha. Solo vieron como trepaba al dragón y ambos salían de los muros del castillo. Cuando el Rey Demonio vio eso y como su hijo iba a transformarse para alcanzar a Inuyasha, lo tomó del hombro.

―Déjalo. ―Ordenó el demonio mayor sin apartar la vista del rumbo que Inuyasha había tomado. 

―Pero señor, mi madre... ―Nadie se atrevió a decir nada al ver como el príncipe cuestionaba una orden directa. Aunque todos estaban preocupados por su «reina» sabiendo los peligros que podría enfrentar si los humanos se enteraban de su labor en ese mundo.

Pasaron unos minutos eternos mirando el rumbo que Inuyasha había tomado, la preocupación palpitante hizo que Kagome tratara de calmar la situación al ver como el príncipe parecía volver a hablar. La hechicera sabía que si el príncipe volvía a tomar la palabra, todo terminaría mal, su expresión lo decía.

―Mi señor, si algo le pasa a Inuyasha...

―Yo iré.

Antes de que alguien pudiera decir algo, todos retrocedieron al ver como las facciones del Rey Demonio se deformaban para dar paso a una criatura bestial. El gigantesco demonio de pelaje blanco salió volando en la misma dirección que el dragón de dos cabezas había tomado.

Mientras tanto con Inuyasha, el viajero del otro mundo había hecho que el dragón descendiera pocos minutos de haber alzado el vuelo. No se habían alejado tanto, aún podía ver el castillo de los demonios en el horizonte. Pero necesitaba apartarse de todo y todos para poder pensar por sí mismo. Inuyasha al ver un claro bajo él no lo había dudado y había pedido al dragón que lo bajara, además de las nauseas que el volar le provocaban. Simplemente se sentó bajó la sombra de un árbol cercano y abrazó sus piernas. Inuyasha quería gritar, llorar, enojarse o destruir todo a su alrededor. Pero la verdad era que tenía miedo a lo que venía. Tenía miedo a lo que debía hacer, tenía vergüenza de ser tocado nuevamente por ese hombre. 

―Quizá hubiera sido distinto si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias. ―Susurró.

No pasó mucho tiempo cuando Inuyasha sintió la tierra temblar, alzó la mirada solo para ver a una criatura gigantesca que se asemejaba a un perro. Instintivamente, Inuyasha retrocedió lo más que pudo. Ese inmenso animal se parecía a la transformación del príncipe, solo que era el doble de grande y este poseía una media luna en la frente. El gigante cánido lo miraba, esos ojos color sangre se veían intimidantes pero no peligrosos. Sin saber porqué, Inuyasha se levantó del suelo y se acercó al animal, sus pasos inseguros lo llevaron a estar a un paso de distancia. Por más miedo que sentía, Inuyasha no podía dejar de mirarlo a los ojos.

Continuará...

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).