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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha finalmente despertó cuando la luz del sol le dió directamente al rostro. Al sentarse y estirar sus brazos, solo sintió su cabeza doler intensamente. Sus ojos estaban hinchados, los acarició con el pulgar y el índice. 

―Como siempre quedando como un mocoso débil. ―Se dijo. ―Llorar no resuelve nada, solo te hace ver más patético.

Luego de reprocharse, Inuyasha se levantó de la cama solo para darse cuenta de que estaba solo. Al despertar siempre estaba Rin hablando sobre lo que querría hacer en el día y Kagome trayéndole de comer, escucharía los murmullos de los guardias tras la puerta y así iniciaría el día. Pero supuso a que las cosas estaban tensas por la escena del día anterior. Lo bueno de todo era que ya no sentía esa dolorosa carga que tenía en el corazón. Inuyasha se sintió liberado, la soledad dada serviría para arreglar su aspecto tan deprimente. Nuevamente debía traer su espíritu luchador para no dejarse vencer nuevamente.

Inuyasha se encerró en el baño que habían adaptado para que se pareciera a uno de su mundo, aunque se veía antiguo. Entró a la gran tina agradeciendo que no estaba llena de hielo derretido como la primera vez. Mientras se relajaba en el agua, Inuyasha escuchó ruido en la habitación. La puerta se había abierto y había escuchado pasos, pero no se levantó a ver convencido de se trataba de alguien de la limpieza o de sus «damas de compañía». Aunque los pasos se oían pesados, pero lo ignoró solo porque quería relajarse y olvidar lo pasado. Cuando Inuyasha salió del baño, todo estaba como lo había dejado así que descartó al personal de limpieza. Tampoco había comida así que no podría ser Kagome, Rin lo hubiera llamado si ella fuera la que había entrado. Le pareció sospechoso, pero no pensó en nadie más.

Cuando Inuyasha iba a vestirse, vio un pequeño frasco que destacaba en su cama y que claramente no había estado ahí cuando despertó. Iba a ignorarlo por su aún fuerte dolor de cabeza pero algo se lo impidió. Inuyasha tomó el frasco entre sus manos y lo destapó, era una extraña crema blanca. Intrigado, la acercó a su nariz y se dio cuenta de que tenía un aroma herbal agradable. 

―¿De quién será? Huele bien. ―Inspiró profundo. Inuyasha dejó de oler la crema y al hacerlo, notó que su dolor de cabeza había disminuido casi al instante. ―¿Será que...?.

Con algo de desconfianza, Inuyasha tomó un poco de esa rara crema y se la untó en las sienes. Esperó y su dolor de cabeza desapareció, antes le hubiera sorprendido pero ese mundo era raro. Lo único que supo era que posiblemente alguien la había dejado ahí deliberadamente para que la tomara. Antes de cualquier otro movimiento, Inuyasha vio sus muñecas moradas, le dolía hasta moverlas. Se untó la crema y tras un suave masaje, poco a poco iban recobrando su color y movilidad. Al haber absorbido el producto, el dolor había desaparecido. Eso si lo sorprendió, antes de guardar esa milagrosa crema para entregarla después, la puerta se abrió dejando ver a Rin con una bandeja de comida y a Kagome con su usual sonrisa aunque la notaba forzada. Las expresiones de las mujeres se notaban tensas, la verdad era que solo Kagome se veía así.

―¡Rin trajo la comida!. ―Exclamó la pequeña dejando todo en una mesa cercana. ―¡Nuestra reina puede comerla ahora!.

―¡Rin!. ―Reclamó Kagome. ―¿Que fue lo que te dije esta mañana?.

―Que Rin no debía hacer enojar a Inuyasha.

Inuyasha pudo jurar que casi vio un par de orejitas de cachorro regañado en la cabeza de Rin ante el regaño. Al ver como se esforzaban por él, decidió no quejarse. Además de que seguía apenado por el estado en el que seguro lo habían visto. Antes de que Inuyasha contestara la irrupción, Kagome se le acercó y le quitó ese frasco de las manos. Iba a hablar pero la vio con el semblante triste y mirándolo con nostalgia, seguramente lloraría si pudiera.

―¿De donde lo sacaste?.

―Estaba aquí, ¿es tuyo?. ―Frunció la expresión con duda, la hechicera parecía querer abrazar ese pequeño frasco. ―Esta cosa no es tóxica, ¿o sí?.

―Por supuesto que no. ―Sonrió con tristeza. ―Tienes en tus manos un tónico hecho por mi antecesora. Este pequeño frasco contiene una perfecta mezcla de hierbas y cristales capaces de curar heridas leves, fue su primer intento de fabricar una cura para el veneno creado por los magos para dañarnos. Pero ella murió antes de que pudiera perfeccionarlo o crearlo en masa. Solo existen dos de estos frascos en el mundo y uno fue destruido.

Inuyasha no pudo comprender como era que ese pequeño frasco estaba en su habitación considerando que su creadora estaba muerta y que solo hubo dos en existencia. Ese mundo era demasiado fantasioso, pero no quería pensar que alguna clase de espíritu se lo había dejado. Había escuchado pasos, alguien con cuerpo físico lo había dejado ahí y tanto Kagome como la pequeña que se había mantenido callada, habían quedado descartadas. Luego de eso, Kagome sonrió y le entregó el frasco.

―Cuídalo, es algo muy preciado para nosotros. 

―¿De quién es?.

―Averígualo tú mismo. ―Contestó la hechicera con una sonrisa ladina. ―No te será difícil.

Luego de eso, Inuyasha hizo lo que usualmente hacía mientras estaba en ese cautiverio. Nada.

Inuyasha decidió salir al escuchar que el Rey Demonio había salido del castillo para atender unos asuntos. Decidió ir al campo de entrenamiento y ver como la guardia entrenaba, aparte de Inu no Taisho. Cuando llegó, vio a Inu no Taisho dándolo todo como siempre. En verdad no creía que apenas cumpliría dos meses, seguía siendo un bebé. Aunque no lo parecía, ese niño podía ser incluso más maduro que él. Pero se le ocurrió preguntar sobre ese pequeño frasco, el aburrimiento lo orilló a una especie de juego de detectives en son de encontrar al dueño de ese tónico milagroso. Después de ver como Inu no Taisho dejaba fuera de combate a dos enormes demonios, Inuyasha lo vio acercarse a él sin siquiera mostrar un rastro de cansancio.

―Madre. ―Le dedicó una respetuosa inclinación. ―Lamento no haberlo acompañado, pero necesitaba terminar mi rutina. ¿Se encuentra bien hoy?.

―Lo estoy. Por favor, olvida lo de ayer. No fue uno de mis mejores momentos. ―Casi tuvo la idea de ocultar su cara roja en un agujero, Inuyasha recordó ese asunto de la crema al cual le estaba dando demasiado protagonismo. ―¿Esto es tuyo?.

―No... ―Inu no Taisho sostuvo el frasco y lo abrió, su rostro mostró confusión al olfatear cual perro curioso su contenido. ―Pero creía que sería otra cosa.

―¿Acaso sabes de quién es?.

―Vi este mismo frasco bajo el poder del padre. ―Contestó. ―Una vez lo vi sosteniéndolo y parecía cuidarlo mucho. Apenas me vio, lo ocultó. Supuse que sería algo con mayor importancia y no algo tan insignificante.

Inuyasha agradeció la información y se retiró. Caminó pensando en qué podría estar mal con ese temido demonio. Porque primero parecía odiarlo, pero luego lo ayudaba y no era la primera vez que hacía eso. Ese Rey Demonio era difícil de comprender, Inuyasha trataba de hacerlo pero no podía. Un día era dominante y al otro era un convaleciente que cedería parte de su vida para salvarlo. Algún otro estaría tan furioso como para herirlo y después de un rato cedería a sus caprichos personales. Ese demonio parecía ser insensible y orgulloso, pero también comprensivo y calmado. Pero Inuyasha estaba convencido de que todos eran raros y ese hombre no se exceptuaba.

―Este tipo es raro. ―Murmuró Inuyasha para sí mismo. Iba caminando con las manos en los bolsillos y con la mirada en el suelo. ―Seguramente tanto veneno le fundió el cerebro.

Un pasó más e Inuyasha chocó contra alguien, al alzar la mirada se encontró con el mismísimo Rey Demonio. El hombre se mantenía con la expresión molesta y los brazos cruzados, Inuyasha supuso que había escuchado lo que había dicho anteriormente. Su cara enrojeció.

―Hablemos. 

―No molestes, ya he dejado en claro mi posición. ―Se cruzó de brazos y alzó la barbilla mostrando su altivez. ―Nada de lo que digas o hagas me hará cambiar de opinión.

Pero Inuyasha ya estaba en el hombro del Rey Demonio y por más que protestó, este ignoró todos y cada uno de sus improperios. 

―¡Bájame! ¡Odio que hagas esto!. ―Inuyasha fue dejado en el suelo, estaban en la habitación del temido rey, tragó duro ante eso. ―Si vas a violarme de nuevo, esta vez me voy a defender.

―Ayúdame. ―Suspiró. ―Haré lo que desees si lo haces.

Cuando Inuyasha vio la expresión seria del demonio frente a él, seguía con dudas. Realmente le apenaba pensar en lo que debía hacer para ayudarlo, pero ese hombre se veía desesperado. «¿Tanto desea el poder?» pensó, esa era la única respuesta a su insistencia. Después de recordar la escena del día anterior, Inuyasha pensó que engañarlo un poco ayudaría a su ya rota imagen. Ese demonio lo había engañado y él se cobraría esa humillación.

―Arrodíllate y tal vez lo considere.

Inuyasha sonrió con arrogancia sabiendo que el temido y orgulloso rey no se postraría ante un humano, eso podría significar su liberación o un severo castigo. Correría el riesgo, cualquier cosa era mejor que ser la Reina de la Calamidad. Pero, Inuyasha nunca espero ver al rey de los demonios a punto de hincarse solo por su petición. Eso lo asustó. Quizá mucho y lo evitó.

―¡Espera! ¡No hablaba en serio!.―Sacudió los brazos de manera exagerada. ―¡Justo ayer eras el rey del orgullo! ¿¡Qué pasa contigo!?.

―A este nivel llega mi desesperación. Necesito tu ayuda, te lo he dicho ya. ―Acomodó su postura. ―Haré hasta lo imposible por liberar a mi pueblo, si eso significa que deba besar el suelo bajo tus pies, lo haré. 

La voz y la mirada del Rey Demonio, hicieron titubear a Inuyasha. No se esperaba una respuesta así de ese demonio que destilaba orgullo con cada acción y palabra, tampoco que le dirigiera una mirada tan intensa que le provocara un extraño temblor. Inuyasha no sabía que tan malos eran los humanos en ese mundo, ver como podían dejar al Rey Demonio al borde de la muerte era preocupante, que lo orillaran a humillarse solo por una solución, daba a entender que eran de temer. Pero Inuyasha no quería ser algo considerado anormal, tampoco quería acostarse con un extraño solo por deber. Inuyasha nunca imaginó su vida de tal forma, aunque nunca había pensado en un futuro más allá de sus estudios. Iba a negarse nuevamente, pero la imagen de Inu no Taisho herido de gravedad y en el mismo estado en el que vio al Rey Demonio, hizo que cerrara los ojos y suspirara con pesadez. A veces odiaba ser tan abnegado, siempre había preferido ayudar a otros a costa suya. La valentía momentánea apareció y al abrir los ojos, declaró con convicción.

―Hazlo entonces, antes de que me arrepienta.

―Ten, bébela. ―Le entregó un frasco muy conocido y odiado. ―Toda.

―¿Será como la última vez?.

―En aquella ocasión estaba mezclado con afrodisíaco. No será igual.

Inuyasha sostuvo la poción que la hechicera había fabricado y la destapó, aún dudoso, la bebió de un sorbo y el vomitivo sabor recorrió su paladar como la última vez. Ni bien había hecho eso, ya estaba acostado en la gran cama. Cubrió su rostro con sus brazos en el momento en el que sintió al demonio sobre él. Al sentir como creaba fricción entre ambos, aún con el rostro cubierto, se permitió suspirar ante eso. Después de un poco de esa preparación, Inuyasha sintió como su ropa inferior era retirada. Por más nervios y vergüenza que tuviera, no lo impidió. Ya estaba lo bastante excitado como para detener al Rey Demonio. 

El Rey Demonio se levantó para poder retirar su propia ropa y completar su deber como la profecía lo dictaba. Mientras desataba su ropa, veía al humano semi desnudo y jadeando en su cama, escuchó la puerta ser llamada con insistencia. Eso rompió el momento.

―¡Mi señor, hay noticias del Este!.

La voz de Kagome sonaba fuerte y clara, Inuyasha miró al Rey Demonio y al ver como reacomodaba su ropa, hizo lo mismo. Malhumorado e insatisfecho, Inuyasha se vistió y por más incomodo que se sintió, aprovechó cuando la puerta se abrió para escapar. Su valor se había esfumado al instante y planeaba esconderse de la vista del Rey Demonio por mucho tiempo.

Continuará...

 


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