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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Después de haber escapado de los aposentos del Rey Demonio, Inuyasha se ocultó en los propios y decidió no salir de ahí en lo que le restaba de vida. Solo de pensar en lo que estuvo a punto de hacer y en lo frustrado que terminó, se quiso dar una gran bofetada. La vergüenza que sentía era inmensa, ya no sabía que haría al toparse de nuevo con aquel hombre y estar abrazando su almohada cual quinceañera enamorada hacía más grande su frustración. Pero, Inuyasha no sabía si debía asesinar a Kagome por orillarlo a encerrarse en el baño a saciar su frustración o agradecerle por impedir que hiciera algo que claramente no quería hacer. Darle más vueltas al asunto solo haría que le diera jaqueca, decidió encerrarse en paz y no pensar en nada.

Mientras Inuyasha se mantenía oculto en su habitación, no dejó de mirar el frasco que había ocasionado una búsqueda en la que había terminado con casi yacer con el rey de los demonios. Ese demonio parecía odiarlo, pero también parecía preocuparse por él pese a que la mayor parte de su sufrimiento la había ocasionado él. Inuyasha no dejaba de pensar en esa mirada, esa tenue desesperación y esa escena que estaban por protagonizar. Pero si recordaba el anterior encuentro que tuvieron, no había habido caricias ni besos, tampoco esa calidez que esperaba. Solo debían hacer lo necesario para que la esencia, como lo había llamado Kagome, terminara dentro de su cuerpo para que la poción hiciera lo suyo y que su cuerpo pudiera albergar la vida del próximo príncipe. Era complicado si trataba de encontrarle lógica, pero ese mundo carecía de ella.

―Todos aquí están locos. ―Murmuró con la cara pegada a una almohada. ―Quizá yo también lo esté.

Llegó la noche e Inuyasha no salió por ni un motivo de su refugio temporal. También rechazó a cualquiera que lo llamara.

Cuando Inuyasha estaba por dormir, escuchó la puerta siendo abierta. Algo desconcertado miró en su dirección pero no distinguía nada, en ese mundo la electricidad no era un término conocido. Pero los ojos color oro que parecían brillar en la oscuridad, le causaron un ligero temor pero también una fascinación inexplicable. No pasó mucho cuando pudo darse cuenta de quien se trataba.

―¡Largo de aquí! ¡Me arrepentí!.

―No puedes hacer tal cosa.

Inuyasha ya tenía al Rey Demonio tratando de despojarlo de sus ropas, otra vez. Se removió en búsqueda de quitárselo de encima, no quería que hicieran nada de lo que tenía pensado por el simple motivo de que el príncipe estaba a un par de pasos de distancia. Ya bastante humillado estaba como para que el mencionado lo escuchara en medio de la fabricación de su hermano. No, eso no pasaría.

―¡Bájate de encima! ¡Nue... Tú hijo podría escuchar!. 

El Rey Demonio se detuvo, pero no abandonó su lugar sobre Inuyasha.

―Él y la hechicera están en camino a una misión de reconocimiento. No volverán en al menos una semana.

―¿¡Enviaste a Inu no Taisho al peligro!? ¡Aún es un niño, van a matarlo allá afuera!. ―Inuyasha se sentó de golpe. ―¡Tú mejor que nadie sabes lo que le podrían hacer!.

―Si sigues manteniendolo bajo tu seno, solo lo volverás vulnerable. ―Gruñó. ―Sigue siendo débil, no es ni la mitad de fuerte de lo que debería ser. Deja que se lastime allá afuera, que gane experiencia y golpes. No ha mostrado su don, es un inútil por tu causa. Lo has sobre protegido demasiado.

La discusión acalorada, solo arruinó el momento. Indignado, Inuyasha se levantó de la cama de golpe y encaró al demonio. Estaba seguro de que nunca podrían llevarse bien, las conversaciones más largas que habían tenido eran solo peleas y esa sería una más a la lista.

―¿Que mi hijo es débil? ¡Estás soñando! ¡Él es poderoso y no es su culpa que no puedas verlo!. ―Se cruzó de brazos y su rostro mostró su ira contenida. ―¡Si tanto te molesta, deja de intentar tener más hijos y educa al que tienes!. Es más, ¡oh todopoderoso rey de los demonios, salve a su pueblo solo y sin ayuda de ese «inútil»!.

La ironía de Inuyasha provocó que terminara de golpe contra la pared y siendo asfixiado por mano del Rey Demonio. A pesar de eso, Inuyasha no se doblegó y su mirada furiosa no dejó de enfocar al temido demonio. Aún sintiendo como el oxigeno dejaba de llegar a sus pulmones, Inuyasha no se dejó intimidar. Su orgullo no le permitía hacerlo y el que hayan insultado a su hijo al cual se suponía no quería, le dio la fuerza para luchar.

―Hazlo, no solo perderás tu valiosa incubadora sino que también el apoyo de tu hijo. ―Apenas pudo decir Inuyasha en cuanto sintió el agarre más fuerte. Ya no le asustaba la mirada fúrica del Rey Demonio ni esos ojos azules inyectados en rojo. ―Ni creas que Inu no Taisho te apoyará cuando se entere. Es tan orgulloso como tú.

Finalmente Inuyasha fue liberado, colocó sus propias manos en su cuello y trató de respirar con normalidad. Pero lejos de calmarse, estaba realmente furioso y en cuanto pudo reponerse, volvió al ataque. La adrenalina que sentía hizo que el dolor y el miedo se disiparan.

―Estás loco, primero me confundes y ahora solo haces que quiera darte un golpe en la cara. No hablas, pero cuando lo haces arruinas todo. 

―No me interesa lo que pienses. Si no es por las buenas, por las malas será pero esos niños van a nacer.

―¡Te ayudaría si no fueras un maldito desgraciado!. ―Gritó. ―¡Cuando empezaba a creer que eras bueno, llegaste y lo arruinaste todo! ¡Tu hijo no es una maldita arma y yo no soy una incubadora! ¡Cuando entiendas eso, regresa y tal vez considere ayudarte!.

Inuyasha dejó sin palabras al Rey Demonio y de alguna forma, logró hacer que se marchara del lugar. Trató de calmarse una vez que estuvo solo, está vez había logrado darse a escuchar sin terminar en el suelo llorando y se sintió orgulloso de sí mismo. Pero Inuyasha no sabía que repercusiones traería esa acción, ese demonio era tan impredecible como sí mismo. Podría matarlo, obligarlo a abrirle las piernas o cualquier otra cosa. Y no podría siquiera pensar en escapar, por mucho que la servidumbre lo idolatrara o tratara con respeto, todos eran fieles al Rey Demonio y a su causa, jamás permitirían que desertara. Pero después de empezar a creer que el Rey Demonio era bueno y que todo cayera tan deprisa, lo deprimió sin quererlo admitir.

Cuando Inuyasha trataba de hacer las pases con el Rey Demonio, siempre terminaban peleando. No podían hablar más de tres palabras sin empezar a insultarse hasta hartarse. No sabía quien tenía la culpa o porque seguía intentando llevarse bien con alguien a quien no le interesaba lo que pudiera sentir. Luego de pensar en esa extraña relación que tenían, Inuyasha decidió descansar.

Una vez más, Inuyasha se mantuvo encerrado y esta ocasión por dos días. Solo Rin tenía el acceso a los aposentos de la respetada reina para proveerle alimento. Aunque en ese tiempo Inuyasha no hizo otra cosa más que pensar en su situación y en lo mucho que odiaba los repentinos cambios de humor del rey. Pero seguía pensando en lo mucho que había rebajado al príncipe y un momento de duda, asaltó a Inuyasha.

―¿Inu no Taisho será capaz de defenderse solo?... ¡No lo dudes, él es fuerte!. ―Se recriminó. ―Pero alguien igual de fuerte cubriéndole la espalda sería ideal.

Inuyasha caminó de un lado al otro, estando en soledad no pudo evitar pensar en varios escenarios protagonizados por su hijo. Atroces encuentros con humanos hostiles, muertes por descuido y más. Quedando en qué Inu no Taisho necesitaría de alguien a su lado para ayudarse mutuamente, pero eso significaría que debía dejar de lado su orgullo y admitir que sentía un cariño especial por el primer príncipe. Y claramente, Inuyasha no quería admitir que le preocupaba y lo amaba como una madre ama a su hijo. Prefería cortarse la mano que hacer tal cosa.

Después de mucho pensarlo, Inuyasha llegó a la conclusión de que sí o sí debía hacer lo que el rey ordenaba. Si no lo hacía y por mucha pena que tuviera, jamás lo dejarían volver a su hogar. Por mucho que Inuyasha odiara la idea, debía acceder a que volvieran a usarlo de incubadora o nunca volvería a ver su mundo. Y si buscaba algunas excusas, podría decirse que lo hacía únicamente por el primer príncipe porque estaba seguro de que cuando se fuera, quizá Inu no Taisho terminaría igual que su padre. No quería que Inu no Taisho se sumergiera en el abismo de la soledad y por esa razón, tener a sus cuatro hermanos menores sería algo bueno. Inuyasha jamas admitiría que también lo hacía para que el Rey Demonio dejara de estar solo y que su esperanza por encontrar a sus padres no se perdiera. Finalmente, llegó a tener un nuevo ataque de valor y salió en búsqueda del Rey Demonio.

Al preguntar a los guardias y servidumbre, Inuyasha supo que el temido rey se hallaba descansado en sus aposentos. Algo de suponerse, pensó Inuyasha. Al entrar sin siquiera anunciarse y de haber ordenado a los guardias cercanos que se retiraran, Inuyasha decidió una vez más enfrentar a ese hombre y rezó para que no terminaran discutiendo y que su cuello no volviera a recibir más hematomas. A ese paso la crema se terminaría pronto. Ya estando frente al Rey Demonio, Inuyasha se cruzó de brazos y habló con la seguridad momentánea que tenía.

―Ya me cansé de esta situación. ―Suspiró con pesadez. ―Pídeme perdón.

―...

―¡Y cuidado con lo que digas!. ―Interrumpió antes de que su petición fuera respondida. ―¡Arruinalo y no tendrás otra oportunidad!.

Inuyasha recibió un «perdón» tan simple que realmente parecía que el Rey Demonio no lo sentía y sabía que no lo hacía. Se conformó con eso, sería un cuento de nunca acabar si no lo aceptaba. Luego de eso, todo comenzó.

Cuando la servidumbre escuchó los «sonidos de satisfacción» de la Reina Humana de la Calamidad, celebraron porque un nuevo príncipe surgiría y ayudaría en su causa. Ya podían sentir el sabor de la victoria y el reinado de los demonios, pronto podrían tratar a los humanos como inferiores, justo como lo hacían con ellos. 

Mientras las cinco calamidades nacieran, los demonios podrían igualar el poder mágico de los humanos. Con una igualdad de poder, la gran batalla pronto llegaría y determinaría quien se llevaría la supremacía.

Continuará...

 


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