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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Después de que el efecto pasara, Inuyasha logró despertar. No sentía nada fuera de su lugar exceptuando que su cuerpo había vuelto a la normalidad. Tras un mes, Inuyasha se había acostumbrado a los ligeros movimientos del bebé en su interior, por lo que las ansias lo dominaron cuando no volvió a sentirlo. No quería admitirlo, pero había ganado un ligero apego por el pequeño y tras notar que no estaba a su disposición, Inuyasha se alteró. Se levantó de la cama y empezó a buscar a alguien que le diera seña del pequeño, Rin apareció en su rango de visión y sintió como si la pequeña demonio fuera un ser celestial. Inuyasha se acercó a ella dispuesto a saber lo ocurrido.


—¿Nació el niño ya? ¿Dónde está?. —La niña lo guió a la habitación nuevamente. —¡Contesta!.


—El príncipe nació saludable y de buen tamaño, ¡Rin ayudó a bañarlo!.


Mientras que Rin contaba acerca de los cuidados del príncipe, Inuyasha había suspirado aliviado. Si bien el niño no había sido concebido en buenos términos, este no tenía la culpa de lo que había pasado. Y después de estar conviviendo con él durante un mes, había logrado ganar un poco de su afecto. Después de un rato, Rin le explicó a Inuyasha que actualmente el príncipe estaba siendo alimentado por Kagome en el área médica. Inuyasha decidió ir y dar un vistazo, se convenció de que era simple curiosidad. No quería admitir que le emocionaba saber acerca del niño que le obligaron a tener.


Cuando Inuyasha ingresó al lugar en donde tenían al pequeño que no sabía si debía llamar hijo, escuchó el llanto intenso de un bebé. Kagome estaba cubriendo sus oídos con sus manos y pidiéndole al pequeño que guardara silencio. Inuyasha se dio cuenta de que esa mujer no tenía idea de que hacer con un niño. Apiadándose de ella, Inuyasha alzó al pequeño de la cama y empezó a mecerlo. El pequeño príncipe al sentir el calor emanado de su madre, gradualmente se calmó. Inuyasha al ver a ese pequeño, pudo ver sus delicadas facciones parecidas a las propias. El primer Príncipe de la Calamidad tenía el cabello blanco plata como Inuyasha, sus ojos que se abrieron ligeramente destellaban en un color oro parecido al del Rey Demonio y las marcas faciales que constaban de dos líneas en sus mejillas, demostraban su linaje como sucesor del reino de los demonios. Inuyasha delineó las orejas anormales del pequeño parecidas a las del Rey Demonio. Era más tierno de lo que imaginó y una pequeña sonrisa enmarcó su rostro, la borró de inmediato al tener el ligero pensamiento de tener su propia familia.


—¡Gracias a los ancestros que has aparecido! ¡Creí que este niño me dejaría sorda!. —Exclamó la hechicera.


—Solo es un bebé, con conocimientos básicos es fácil cuidarlo. —Inuyasha se sentó en una cama y siguió meciendo al niño. Al acariciar su rosada mejilla, este trató de succionar su dedo dándole a entender que tenía hambre. —¿Ya lo has alimentado?.


Inuyasha cayó en cuenta que se estaba comportando como una madre, eso hizo que entregara el pequeño a Kagome que a duras penas supo como sostenerlo. Su orgullo no le permitía admitir que sintió una gran satisfacción al tenerlo en sus brazos tras un largo mes de espera.


—¿Crees que yo, la hechicera bajo el mando del rey de los demonios, es alguien que sabría como cuidar de una cría? ¡Yo hago pociones y rituales! ¡Hasta ahora yo nunca me había acercado a una cría tan pequeña!. —Explicó Kagome.


Tras hablarlo un poco, se dieron cuenta de que no podrían alimentar al niño ya que la infusión que debía suministrársele para su rápido crecimiento, debía ser ingerida por la madre para suministrarse durante la lactancia. Por obvias razones, Inuyasha no podría brindarle al niño el alimento y antes de que entrara en un ataque de pánico por ello, recordó las facilidades de su mundo y le explicó a Kagome lo que necesitaba para alimentar al pequeño. Un artesano debía crear un frasco de forma alargada, con una tapa de forma especifica y suave que permitiera el libre pero medido fluir del alimento del pequeño, un artefacto humano mejor conocido como biberón. La demonio se asombró ante su idea e inmediatamente envió a alguien en búsqueda de dicho objeto. No tardaron en traerlo e Inuyasha se sorprendió al notar que era idéntico a un biberón antiguo, habían sido rápidos y eficientes.


Inuyasha terminó por alimentar al niño, lo tomó en sus brazos y le dio el biberón con un líquido parecido a la leche de su mundo. El pequeño se alimentaba sin apartar la vista del hombre que le había dado a luz e Inuyasha se sentía tan avergonzado por parecer y comportarse como una madre, pero ver al pequeño en sus brazos aminoraba un poco su pena. Desde que sabía sobre la existencia del niño, Inuyasha había pensado muy poco en su mundo y no lo había notado. Pero, gracias a lo que había aprendido durante su activa vida, supo que hacer con el niño en sus brazos. Pero Inuyasha no quería admitir que disfrutaba del pequeño príncipe y su rebosante ternura. 


Mientras Inuyasha alimentaba al niño, el Rey Demonio apareció. Inuyasha aprovechó eso para saciar una duda que tenía desde que había despertado. Desde que había visto la debilidad de ese hombre y como había cedido parte de su vida para ayudarlo, Inuyasha llegó a pensar que el demonio no era tan malo como parecía. Omitiendo claro, todo lo que le había hecho y obligado a hacer.


—¿Qué nombre tendrá el pequeño?. —Hubo silencio. El Rey Demonio no contestó y tal parecía que no lo haría, o eso pensó Inuyasha. El hombre habló tras unos segundos.


—No necesita un nombre. Solo es un arma que se enfrentará al ejército humano una vez que crezca, no debes encariñarte o lo volverás débil.


Inuyasha se pasmó ante esas palabras. No podía creer lo que oía, ese hombre no sentía ni un ápice de afecto por el pequeño, ni un poco siquiera. Iba a enviarlo al matadero apenas creciera y aún si Inuyasha quisiera convencerse de que no quería al niño en sus brazos, jamás haría algo para atentar en contra de su vida. Él había visto lo que los humanos podían hacerle a los demonios, el mismo rey había experimentado en carne propia lo que podían hacer y aún así planeaba enviarlos al frente. Si el Rey Demonio había sido herido de gravedad por ellos siendo alguien tan experimentado, no quería ni imaginar lo que ocurriría con cinco niños sin experiencia en batalla. Siendo así, Inuyasha no quería ser obligado a tener niños solo para verlos morir.


—¿¡Como puedes ser tan cruel!? Mi... ¡Tu hijo morirá allá! ¡No puedes ser tan insensible, apenas es un niño!. —Inuyasha se levantó de su lugar sin dejar de lado al pequeño en sus brazos. —¿¡Acaso no eres capaz de sentir compasión!?.


Tras esas palabras y sin tener tiempo de reaccionar, Inuyasha estaba siendo asfixiado por la fuerte mano del Rey Demonio. No pudo hacer nada para defenderse por tener una delicada carga en sus brazos. Inuyasha sintió las garras del demonio clavarse ligeramente en su piel, sintió los hilos de sangre correr por su cuello, pero eso no lo doblegó. Siguió mirando a ese fuerte demonio con la mirada cargada de su propio espíritu y terquedad. Finalmente, el demonio lo dejó libre y se marchó sin añadir ni una palabra. Inuyasha aprovechó para respirar nuevamente y con dificultad. Había ocultado el miedo en su interior con la convicción de proteger al niño en sus brazos.


—¿Cómo pudiste atreverte a hablarle de esa forma a nuestro rey?. —Escuchó Inuyasha a Kagome. —¿Cómo fuiste capaz de llamarlo insensible? ¡Él se ha preocupado por cada uno de nosotros a costa de su propia vida! ¡Su misión es derrotar a los humanos para liberar a sus padres cautivos! ¡De todas las personas que he conocido, él es la criatura menos insensible que conozco!.


Inuyasha se quedó callado mientras mecía al niño en sus brazos. La mujer le explicó lo que no sabía, lo que nadie le había dicho desde que había llegado. El rey humano había ascendido al trono gracias a que había atrapado a los padres de Sesshomaru, el actual rey de los demonios, cuando este era pequeño. Desde entonces, la línea sucesora al trono, se había encargado de mantener encerrados a los demonios más poderosos que existían. Los humanos habían capturado a un pequeño demonio incauto y forzaron a sus padres a entregarse a cambio de la seguridad de su hijo. Y cuando el actual rey demonio había tenido la edad adecuada, había empezado a instruirse y lograr reedificar el imperio demoníaco. Después de eso, simplemente se empeñó en derrotar a los humanos para proteger a los suyos de su dominio.


Sesshomaru, el Rey Demonio, había luchado en batalla tras batalla en busca de derrotar a los humanos. Había protegido a su pueblo de la amenaza humana y cuando no lo lograba, llegaba a usar su propio cuerpo como escudo. Ese demonio tenía la esperanza de que sus padres aún estuvieran con vida, sus esperanzas estaban puestas en una vieja profecía dejada por los ancestros. Una profecía que dictaba que un humano traído de otro mundo, en conjunto con un perteneciente a la línea real demoníaca, lograrían concebir a cinco criaturas con poderes especiales para derrotar a los humanos y traer gloria a los demonios. Gloria que Sesshomaru usaría para recuperar la libertad de sus padres y la de su pueblo. La actitud de ese demonio se debía a su odio por los humanos y su injusticia, alguien que forzosamente debía utilizar a un humano para lograr su acometido. El Rey Demonio solo quería engendrar a esas armas para lograr salvar a los suyos.


Realmente había muchas cosas que Inuyasha no sabía, al final solo estaba ahí para ser una incubadora. Pero entendía el sentimiento de ese temible demonio, si pudiera hacer algo para traer de regreso a sus padres, Inuyasha haría lo que fuera para lograrlo. Sintió empatía por el Rey Demonio, ese hombre era alguien que se preocupaba por sus semejantes pese a no demostrarlo e Inuyasha solo pensó que había juzgado antes de conocerlo. Jamás perdonaría o excusaría todo lo que le habían hecho, pero había aprendido a dejarlo atrás y seguir adelante, justo como había estado viviendo en su mundo. Inuyasha tomó la decisión de encarar al Rey Demonio y dejar en claro algunas cosas necesarias.


A Inuyasha se le indicó el camino a los aposentos del Rey Demonio. Nadie era capaz de negarle algo a la Reina Humana de la Calamidad, aunque fuera hombre y odiara ese título. Inuyasha solo entró a esa gran habitación en la que había estado un mes atrás y buscó con la mirada al hombre que buscaba. Cabía mencionar que traía en sus brazos al pequeño sin nombre. Cuando Inuyasha entró a esa habitación, vio al Rey Demonio recargado en el balcón mirando al horizonte. La luz del sol en su rostro lo hacía ver atractivo, algo que Inuyasha odió pero que mantuvo su rostro encendido. Se acercó a él y aun con algo de inseguridad, le habló.


—Lamento lo que dije, me dejé llevar. —Inuyasha realmente se había esforzado para decir ese par de palabras.


Hacer las pases había sido el primer paso para lograr la convivencia, según pensó Inuyasha. Si quería que su estadía en ese lugar fuera más llevadera, debía al menos llevarse bien con el hombre con el cual compartiría la cama durante cinco veces en las que terminaría por ser lo que odiaba, la Madre de los Hijos de la Calamidad. Pero si Inuyasha quería regresar a su mundo, debía hacerlo. Y al pensar en regresar a su mundo, Inuyasha se dio cuenta de que ese hombre tenía razón en lo que dijo, no debía encariñarse con los niños. Volvería a su mundo y ellos se quedarían, no podría llevarlos con él y quería convencerse de que no serían importantes para su vida. Inuyasha realmente quería hacer como si ese niño en sus brazos fuera un pequeño extraño al cual no extrañaría cuando se fuera. Pero por alguna razón, lo abrazó con un poco más de firmeza.


Continuará...


 


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