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La Madre de los Príncipes de la Calamidad. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha seguía estando frente al animal que era increíblemente grande. Ese enorme ser seguía ahí, sin moverse ni apartar la vista de su persona. Y sin saber porqué, Inuyasha aproximó su mano temblorosa al demonio y este bajo la cabeza. Aunque Inuyasha se había alarmado al verlo moverse, solo le había dado espacio para que se acostara en el suelo sin romper la conexión de sus miradas. Finalmente, Inuyasha colocó su mano en el brillante y sedoso pelaje del inmenso demonio. Inuyasha sonrió ante eso y lo acarició aún sin tener idea de a quien tocaba como si se tratara de un cachorro. 

―Pareces ser solo un perro muy grande. ―Inuyasha vio como los ojos del animal se entrecerraban, esa acción le pareció bastante familiar. ―¿Acaso puedes entenderme?.

Inuyasha solo podía ver a un perro gigante que raramente ya no le daba miedo a pesar de poseer unas garras afiladas que parecían ser de acero y unos afilados colmillos que podrían destrozarlo por completo. Pero sentía que era demasiado familiar. El animal solo cerró los ojos por un momento y luego los abrió, Inuyasha solo retrocedió al ver como se levantaba. El inmenso animal se transformó en una criatura que conocía bastante bien.

―¡Tú!. ―Lo apuntó con el dedo sin quitar su expresión furiosa. ―¿¡Qué estás haciendo aquí!?.

Inuyasha estaba más que furioso por la aparición del Rey Demonio, más por la escena que habían protagonizado. Había tocado al hombre, en ese entonces perro gigante, como si se tratara de un inofensivo cachorro de su mundo. La vergüenza se pintó en su rostro tras pensarlo mejor. 

―Regresa. 

―¡No quiero!. ―Gritó Inuyasha. Se cruzó de brazos y le dio la espalda, reacio a cumplir la orden.

Pasaron unos segundos en silencio hasta que Inuyasha escuchó los pasos del temido demonio, asumió que se estaba retirando. Pero, ese hombre podía ser tan terco como él mismo. De un momento a otro, Inuyasha ya estaba sobre uno de los hombros del Rey Demonio como si fuera un costal, pataleó y forcejeó pero su fuerza no era nada comparada con la de ese hombre.

―¡Bájame!. ―No hubo respuesta. ―¡He dicho que me bajes!.

Cuando Inuyasha fue liberado, estaba sobre Ah-Un. Pero bajó de un salto y se mantuvo frente al Rey Demonio. Su rabia era visible.

―¡No quiero volver!. ―Inuyasha volvió a alzar la voz, el Rey Demonio lo atrapó de la muñeca y ejerció una ligera presión que empezaba a doler. El orgullo no le permitió quejarse, aunque tenía en claro que ese hombre podría arrastrarlo como si fuera una delicada muñeca de tela. La diferencia de fuerzas era abismal. ―¡No quiero que me toques! No quiero. 

Al final, a Inuyasha se le quebró la voz. Se dejó llevar por el miedo y la frustración que lo había abrumado en el momento en el que había terminado en ese extraño lugar. Aún sintiendo la fuerza que el Rey Demonio ejercía sobre su muñeca ya dolorida, Inuyasha se permitió romperse. Lloró como nunca lo había hecho y enfureció tanto que su corazón dolió, sus manos se cerraron volviéndose puños y arremetió en contra de el demonio que estaba frente a él. Lo golpeó en el pecho que solo era cubierto por una capa de vendas con toda la fuerza que tenía, eso no le causaba ni un daño al Rey Demonio. 

―¡Te odio! ¡Te odio a ti y a esa estúpida poción! ¡Los odio a todos!. ―No dejó de golpear al Rey Demonio. ―¡No quiero que me vuelvas a tocar!.

Inuyasha ya sin importarle su aspecto, continuó sacando su odio y dolor. Siguió llorando y gritando improperios al hombre que solo se mantenía en silencio recibiendo todo. Finalmente, Sesshomaru, el Rey Demonio, atrapó las manos de Inuyasha. Inuyasha iba a protestar en medio de su dolor, al ver los ojos azules inyectados en ira roja hicieron que solo sollozara en silencio. 

―¿¡Crees que yo quiero esto!? ¿¡Que disfruto de esta situación!?. ―Mostró su ira y sus filudos colmillos. ―¡Si por mí fuera no nos hubiéramos conocido nunca!.

Entonces Inuyasha sintió que con cada palabra, sus muñecas eran presionadas con más fuerza. Si seguía así, iba a rompérselas. Pero a Inuyasha no le importó, le reclamó por todo lo que le habían hecho y obligado a hacer. Sobre como habían arruinado su vida y más, pero el Rey Demonio respondía a todo sin quitar su fiera expresión. Ninguno quería eso, ninguno deseaba seguir con esa situación pero las circunstancias habían orillado al temido demonio a obrar como lo hizo. Inuyasha sintió dolor todavía, hasta que fue liberado y solo cayó sobre sus rodillas.

―Solo quiero ir a casa. ―Susurró en el suelo con la voz quebrada.

―Te doy mi palabra de que apenas nazca el quinto príncipe, te dejaré ir y jamás te molestaré.

Inuyasha no contestó, tampoco era como si cambiaría algo si lo hiciera. Solo se quedó ahí, sentado sobre sus piernas y mirando sus muñecas inflamadas. En un principio había accedido, pero era porque no había pensado con claridad lo que significaba. Con ver sus muñecas, podía notar que el Rey Demonio de haberlo querido, se las hubiera destrozado sin esfuerzo. Esa era la prueba para no querer permanecer en ese lugar. Esas criaturas eran peligrosas, un paso en falso y moriría. Pero Inuyasha no quería bajar la cabeza y obedecer, siempre había sido orgulloso y tras haber pasado lo que vivió, su orgullo herido lo hacía débil. Solo era un humano débil, sin nadie en el mundo y a merced de criaturas que podían matarlo en un chasquido. Aún siguiendo con la mirada perdida, Inuyasha escuchó un grito en las alturas y en unos segundos, el primer Príncipe de la Calamidad estaba parado frente a él gruñendo al Rey Demonio.

―¿Que le ha hecho a mi madre?. 

Inu no Taisho frunció el ceño y sus ojos se volvieron idénticos a los que había mostrado anteriormente el Rey Demonio. Sus colmillos pronunciados y su cuerpo erizado hacían más amenazante su aspecto. Pero el hombre no respondió, solo dio media vuelta y se marchó justo como había aparecido. Aprovechando eso, el príncipe dio media vuelta y se arrodilló frente a Inuyasha. Tomó su rostro y cuidando de no dañarlo con sus garras, le limpió ese rastro de lágrimas que aún decoraban su rostro. Su mirada cambió nuevamente, expresó el dolor que no quería demostrar.

―Madre, lo lamento tanto. 

El príncipe abrazó a Inuyasha y este solo se aferró a él como si fuera una clase de salvavidas. Inuyasha estaba acostumbrado a ser fuerte para no dejarse pisotear, en su mundo debía ser fuerte o abusarían de él. Pero esa situación lo había desmoronado por completo, estando ahí aferrado a alguien que le recordaba tanto a sí mismo, pudo liberar la oscuridad que su corazón siempre ocultó del mundo por temor a parecer débil. En ese mundo lo era, por eso dejó ver ese lado sensible a la única persona en la que confiaba en ese lugar. Inu no Taisho solo sintió como ese humano al que abrazaba con delicadeza temblaba bruscamente en sus brazos en medio de un llanto desolador. Si los demonios pudieran llorar, lo acompañaría en su dolor. Porque él realmente lo lamentaba, lamentaba nacer solo para provocarle dolor a esa criatura a la cual solo sabía amar.

Inu no Taisho tenía en claro que había nacido solo para provocar el caos a los humanos, sabía que debía traer la calamidad al mundo junto a sus hermanos. Pero, Inu no Taisho también sabía que al igual que él, sus hermanos tendrían su castigo por sus acciones. Tanto él como sus hermanos se arrepentirían de vivir cada día, llorarían si pudieran con tan solo de saberse con vida. Porque ellos nacerían solo para ver sufrir a su madre. Inu no Taisho aborrecía su sola presencia, odiaba la vida que se le fue dada porque esa vida le provocaba dolor a su madre, a quién amaba más que a sí mismo. Inu no Taisho realmente deseaba no haber nacido si eso le devolvía esa sonrisa que amaba ver en su madre. Esa sonrisa que vio aquella noche en la cual se hallaba mal. Sentir como Inuyasha lloraba y necesitaba consuelo, hizo sentir miserable al Príncipe de la Calamidad. 

Mientras Inuyasha liberaba el dolor de su alma, no dejó de aferrarse al príncipe en busca de la seguridad que no sentía. Hasta que lentamente, empezó a bajar la intensidad de su llanto. Lo que fue un sonoro llanto, se volvió un ligero hipido. Ya sintiéndose seguro, Inuyasha cerró los ojos y gracias al cansancio, el llanto prolongado y su estado, se quedó dormido en esos brazos que lo consolaron sin dudarlo. Al ver eso, Inu no Taisho lo había cargado y en compañía de Ah-Un, volvieron al castillo. Al llegar, Inu no Taisho fue interceptado por Kagome quien se preocupó al ver el estado del humano que el príncipe cargaba en su espalda. La hechicera vio las muñecas ya violáceas de Inuyasha y negó en silencio.

―¿Que ocurrió?. ―Preguntó la mujer.

―Se atrevió a lastimarlo. ―Contestó con un gruñido el príncipe. ―¿Donde está? Haré que se arrepienta de lo que hizo.

―Tratar de herir al demonio vivo más poderoso que hay, no solucionará nada. Lo único que logrará es que lo mate, es tan reemplazable con Inuyasha aún aquí. ―Inu no Taisho gruñó ante esa verdad. ―Solo queda esperar.

―Envíalo de regreso. ―Ordenó, la hechicera solo bajó la mirada al no poder cumplir la orden. ―Entonces matame. Si mi vida le provoca dolor, no la quiero.

―No puedo cumplir ni una sola de esas peticiones, majestad.

―Entonces no me sirves.

El príncipe se marchó sin importarle el haber empujado a la hechicera sin contemplación. Realmente estaba frustrado y dolido, un cúmulo de sentimientos que solo los humanos poseían y que eran herencia de su madre. Inu no Taisho ignoró a todo guardia o demonio que le habló, no le importó parecer soberbio. Lo único que le interesaba era el bienestar de su madre y querer mantenerlo lo más alejado del Rey Demonio. Si a Inuyasha le dolía estar cerca de su padre, Inu no Taisho no dejaría que se le acercara. Su pobre madre ya tenía suficiente con él vivo como para traerle más sufrimiento. Por esa razón, llevó a Inuyasha a su habitación correspondiente y lo dejó sobre la cama. 

Al ver a Inuyasha dormir profundamente, Inu no Taisho solo pudo ver a su madre como un ser frágil que podría herirse si lo tocaba. Pero, también era alguien fuerte por soportar todo lo que lo ocurría y por eso lo admiraba. Aunque en algún punto, hasta el hierro más poderoso llegaba a romperse. Su madre había llegado a su límite y terminó por colapsar, por eso se quedaría a su lado y velaría por él así como este lo había hecho por su persona. Inuyasha había sido el único que lo había tratado como un alguien y no como un arma, eso solo hacía más grande el afecto que le tenía. Porque aún a su corta edad, Inu no Taisho tenía el razonamiento correspondiente a su cuerpo. Su madre había contribuido en su desarrollo aunque no lo supiera y si debía protegerlo del mismísimo Rey Demonio, lo haría.

Mientras el Príncipe de la Calamidad velaba por el sueño de su madre, sintió la presencia del Rey Demonio tras la puerta. Estaba listo para atacar si esa puerta se abría, pero tras unos segundos, la esencia despedida por el demonio se había vuelto tenue indicando que se había marchado. Simplemente sostuvo la mano de su madre y se mantuvo a su lado para apoyarlo. Si su madre había visto en él algo más que un arma, entonces él vería más que una incubadora en su madre.

Continuará...

 


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