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Diver por Rising Sloth

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Capítulo 3. El estudiante de las ojeras



Luffy se tiró sobre la espalda de Law y rodaron juntos por la arena, entre risas de uno y quejas del otro.

–¿Es que siempre tengo que acabar por los suelos cuando estoy contigo?

El chico no podía parar de reír mientras el estudiante de medicina escupía arena muy indignado.

–Venga, como si conmigo no te lo pasaras genial.

Por mucho que el otro la hubiese querido ocultar, Luffy encontró la discreta sonrisa de Law, su mirada hacia el horizonte.

A lo largo de su vida, Luffy se había interesado por infinidad de personas; pero con Law había sido algo distinto, que no podía definir. Tenía ganas de verle, de hablar con él; le gustaban sus tatuajes y sus pendientes, lo tranquilo y estudioso que era, sus ojeras. Con él se sentía bien.

Su cuerpo se movió como si fuese empujado por las ola. De repente sólo tenía ganas de hacer lo que hizo.

–Torao.

La mano que tomó de Law y sus labios estaban fríos a causa de la humedad nocturna. Nunca había besado a nadie, sentía que su pecho iba a estallar en fuegos artificiales. Qué volaba. Poco a poco, descendió a la realidad. Apartó su boca de la del estudiante de medicina, ahora más cálida por el contacto, le sonrió.

Sin embargo, la expresión pálida de Law fue como un jarro de agua fría.

–Torao, ¿estás bien? –logró preguntar.

Law le frunció el ceño al chico, apartó su mano. Se levantó, marcó un distancia de más de tres pasos y le dio la espalda a Luffy. El pecho del chico dolía, abrió la boca en un segundo intento.

–Es tarde –le interrumpió el de las ojeras, seco y apático–. Te llevaré a casa.

Sintió un vacío inmenso, aún así no se quejó, dejó que el otro lo llevara en su coche, a él y a ese silencio que hacía la gravedad más pesada.



Unos días más tarde...



Desde aquella noche en la playa no había tenido noticias de Luffy. Ni Luffy de él. No era capaz de enviarle un simple mensaje, preguntarle cómo estaba. Quizás me preocupo demasiado, se dijo, ese beso fue un juego de niños, una tontería sin importancia, puede que más fraternal que otra cosa. Se le pasaría, a los dos se les pasaría. Estaba seguro de que el chico no tuvo pretensiones más a allá de ese beso.

A pesar de todas las cosas que se contaba así mismo, la expresión de pena de Luffy no se le quitaba de la cabeza. Ni el peso de su propio pecho.

Esa noche volvió a casa, mucho más cansado que de costumbre. Esperaba que Cora no le obligase a comer, no tenía nada de apetito. Y necesitaba más tiempo de estudio, las horas no le rendían como de costumbre.

Metió la llave en la cerradura y empujó la puerta un resquicio, fue suficiente para oír la risa de su tutor, como si hablara con otra persona. Oyó a un segundo interlocutor. Con un vuelco apartó la puerta y se dirigió rápido al salón.

–Luffy, has veni...

No era el chico, el tipo que se sentaba en el sofá era igual de ancho y alto que un armario y se peinaba el pelo hacia arriba como un “puercoespín” pelirrojo.

–Siento decepcionarte –dijo Eustass.

Law entrecerró los ojos, primero a él y luego a Cora, que alzó las manos en gesto de inocencia. El pelirrojo se incorporó.

–Te importa que salgamos un momento. Quiero hablar contigo.

–¿Para qué?

–Solo quiero hablar –insistió, con un deje de ruego que sorprendió al otro.

–Está bien, pero que sea rápido.

Bajaron al portal y se quedaron en la calle. Eustass se dio su tiempo en encender un cigarro. Fumó con una parsimonia que crispó a Law.

–Esto es difícil –se justificó el pelirrojo al verle al cara de impaciencia al ojeroso; dio una calada calada–. Quería disculparme, por lo del otro día.

Se miraron, Law no supo que decir. El otro siguió:

–Hacía bastante que no nos veíamos. No te esperaba allí y sin darme cuenta te estaba hablando como si siguiese atrapado en tu habitación con tus libros. Me quedé algo en shock cuando no me seguiste el juego, estaba preparado para la replica que me soltaras e ir a por todas –se rió–. En vez de eso te largaste.

–Para ser una disculpa suenas como si tuvieses algo que reprocharme.

–Tengo muchas cosas que reprocharte, pero eso no. Tu nuevo novio me lo dejó claro.

–Luffy y yo no estamos saliendo. Es un crío de instituto. Sería inmoral.

Ambos aguardaron. Eustass liberó otra calada que sonó a resoplo.

–Le estás haciendo lo mismo que a mi. Le estás apartando a conciencia.

–¿Qué? –se rió con sarcasmo–. Fuiste tú el que me llamó pedófilo a gritos. Y no puedo creer que a estas alturas sigas con el cuento de que yo no te quería conmigo. Sabías perfectamente todo lo que tenía encima, lo sabías incluso antes de que empezáramos a salir y que mi tiempo de estudio y trabajo iba a aumentar. No fue, ni es, justo que me lo eches en cara.

Eustass permaneció tranquilo, aquellas palabras no lo alteraron a él. Por su parte, Law, tomó una bocanada, se fijó en el suelo.

–Por aquella época hablabas poco de ti, esto no es algo de lo que me queje, eres discreto y ya. Pero un día cualquiera, me contaste como una anécdota sin importancia lo que le pasó a Cora cuando era inspector de policía.

Los pulmones de Law se contrajeron un poco más. El año en que cumplió los trece, Cora estuvo a punto de morir en acto de servicio, le metieron cuatro balas en el pecho una detrás de otra; las semanas que pasó en coma, entubado, con tan poca esperanza de vida que Law sólo recibía pésames, jamás se le olvidarán.

–No lo pude dejar pasar. Sabía que aunque te insistiera no me ibas a contar nada, así que le pregunté al mismo Cora. Me dijo que para ti fue más que un hecho traumático. Ya llevabas a la espalda lo de tus padres y tu hermana, pero esto...

–Ve ya a donde quieras llegar –le soltó harto, más angustiado de lo que quería demostrar.

Eustass le observó y se rió con un encogimiento de hombros.

–Mírate, Law, estás tan aterrado...

Se le retorció el estómago. Se intentó ir, pero el pelirrojo le agarró del brazo.

–¿No ves lo que está haciendo? Law, eres tú que el que sabes perfectamente que lo nuestro no se acabó porque yo no soportara tus estudios. Estuvimos bien hasta que empezamos a ir en serio, hasta que te empezaste a encariñar conmigo.

–¿Pero quién te has creído que eres? –se deshizo del agarre–. No tienes ningún derecho a plantarte aquí y hacerme un psicoanálisis. ¿Acaso piensas que porque salimos un par de meses juntos tienes que resolver mi vida? ¿Con qué derecho y superioridad moral? Yo no tengo la culpa de que tengas una vida miserable que prefieras fijarte en la mía, despojo de tres al cuarto. Estás mal de la cabeza, eres tú el que tendría que ir a que te recetaran pasillas. Vete, fuera de mi vista. Y como te vuelvas a aparecer en la puerta de mi casa no dudaré en llevarme un bisturí del hospital y apuñalarte con él las veces que haga falta.

Le dio la espalda y pateó el portón para hacerlo a un lado. Al tiempo que cruzaba el umbral, oyó la última frase del pelirrojo:

–Esto sí que ha sido como las peleas que teníamos antes de romper.

Dio un portazo por no romperle la nariz a él y quitarle ese tono socarrón que una vez le atrajo tanto pero que en ese momento era lo que más odiaba. Ignoró el ascensor, subió por las escaleras, sin correr pero rápido aún así. Le dolía el pecho, demasiado.

–Law –se levantó Cora hacia él–. ¿Qué tal con Eustass? Está muy bien que podáis hablar con naturalidad después de...

–¿¡Por qué tuviste que cortárselo!? –no quiso gritarle, pero lo hizo–. ¿Qué le importaba a él cómo yo lo pasara cuando estuviste en coma? Joder, el cretino ha venido como si tuviera que salvarme de mi mismo.

–Law... –su tono siguió siendo amable, y muy preocupado–. Law, tranquilo.

–¡Déjame! No tengo tiempo para esto.

Con un último portazo, se encerró en su habitación.



Al siguiente fin de semana...



Había pasado una semana desde su beso con Law; desde que Law se apartara y le dejara en su casa como si fuese una maleta. Debería hablar con él, se dijo, si ni yo sé por qué le besé. Se quiso convencer de que no había significado nada, de que sólo había estado jugando; y que si sólo se trataba de un juego Law no tenía por qué enfadarse tanto, podrían volver a lo de antes. Le escribió infinidad de mensajes, no obstante, nunca llegaba a enviarlos, ni si quiera terminarlos; el vacío que sentía era demasiado grande y, por primera vez, se sentía paralizado.

Cada vez tenía menos ganas de nada. Era viernes noche en el sótano de casa de su abuelo, sus amigos habían venido de petit comité; sólo estaban Zoro, Nami, Sanji y Usopp; y él comía pizza sin hacerles caso. Su cabeza se había quedado estancada en la playa.

–Nami tiene razón –comentó Usopp a Sanji y Zoro–. Ni un beso, ni un abrazo, ni una palabra de cariño y las mismas peleas. Si alguien de fuera se preguntara quien está saliendo con quién, antes dirían que Nami con Sanji.

–Ni en broma –le rompió ella el corazón al rubio.

–O Zoro con Luffy.

El chico casi se atraganta al oír eso.

–¿Quéééé? ¡Yo no estoy saliendo con Zoro! ¡No estoy saliendo con nadie! ¡A mí no me gusta nadie!

Vio las expresiones de sorpresa e incomprensión de sus amigos; él mismo no comprendió lo que había dicho ni por qué lo había dicho. Prefirió seguir engullendo y atragantándose. Por suerte, el pique que se traían el rubio y el peliverde desde que llegaron continuó y acaparó la atención completa.

Pasaron así las horas hasta que su amigos emprendieron la macha. Los primeros, la conflictiva pareja; por otro lado, Usopp llevaría a la pelirroja a su casa una vez evacuara en el baño. Nami se quedó un momento a solas con el chico.

–Luffy, ¿te encuentras bien? Has estado toda la noche muy callado.

–Estaba comiendo –y seguía comiendo, tenía un tazón enorme de helado que no se le había ocurrido compartir con nadie.

–Y eso que has dicho antes, lo de que a ti no te gusta nadie. Lo decías por algo.

Con los carrillos hincados miró a la pelirroja, tragó y bajó la mirada, se encogió de hombros. Nami le miró con los ojos entrecerrados, luego resopló agotada, aquella conversación iba a ser más difícil de lo que planeó, no podía ir con sutilezas.

–Luffy, es evidente que estás coladito por Law.

Una vez más, se atragantó, con el helado.

–¿Qué? –tosía–. Eso no es... Torao es mi amigo.

–Sé de sobra la manera en que haces amigos. Y a ese tipo con cara de dormir poco lo último en lo que has pensado es en hacerle tu amigo.

–Pero... –sintió calor en la cara, el estómago pensado, el vacío–. Pero yo no puedo...

Sus balbuceos se cortaron con el sonido de la puerta del sótano. Usopp había vuelto.

–Esos dos no tienen remedio. No sé si los habéis oído aquí, pero desde el cuarto de baño me venían los gritos de Sanji y Zoro bajando la calle. ¡Discutiendo por el beso que Zoro le ha dado antes! Que si “por qué me besas”, que si “porque somos novios”. Buff... Los veo dentro de cuarenta años en el mismo plan decidiendo que grifo va mejor con los azulejos de la cocina o algo así. Qué cansinos.

Se dejó caer en uno de los sillones y se dio cuenta de que el ambiente estaba enrarecido.

–¿Pasa algo?

–Nada, nada. Luffy, que se ha enamorado.

Conforme la cara del chico se encendía más, la boca del narizotas se alargaba.

–¿¡Luffy!? ¿¡Nuestro Luffy se ha enamorado!? ¿De quién? ¡Oh, bueno! ¿Para qué pregunto? Seguramente será ese “Torao” del que hablaba continuamente.

–¡Yo no hablo de él continuamente!

–¡Pero sí hasta te estás poniendo rojo! Nami, saca el móvil, eso sí que se lo tienes que enseñar a Vivi.

–¡Calla, idiota! ¡Yo no estoy rojo!

–¡Pero si se te puede confundir con un semáforo!

–¡Y a ti con el picaporte de una puerta!

–¡Basta los dos! –les cortó la chica, más cansada aún. Como si no tuviera suficiente con Sanji y Zoro, pensó–. Luffy, entiendo que por como tú eres y por tu poca experiencia te veas como un tusnami que se te echa encima, pero el que te guste alguien no tiene nada de malo.

–Claro que no –secundó Usopp–. Sabemos que no eres de tomarte las cosas con calma, pero intentalo y disfruta. Sé que esto suena mucho a algo que diría Sanji pero: el amor es muy bonito.

Luffy calló, bajó su mirada de nuevo, volvió al momento de la playa y su gesto se tornó con cierta pena que no pasó desapercibida. El vació creció en su pecho, la voz se le rompió un poco.

–¿Y si yo no le gusto a él?

Ambos amigos aguardaron un segundo con duda.

–¿Cómo lo sabes?

–Por el día del concierto –se mordió el labio antes de continuar–. Estuvimos en la playa, íbamos bien pero... Le besé –oyó el grito ahogado de Usopp–. Hubiese preferido que no me gustara, lo estropee todo. Me apartó cómo si hubiese pasado algo horrible.

Se le saltaron las lágrimas, se limpió con la manga. Nami y Usopp se miraron preocupados. El narizotas recuperó la palabra tras un par de carraspeos.

–Yo mañana no tengo nada que hacer, puedo quedarme un rato más y nos vemos una película.

–Sí –afirmó ella mientras se abrazaba al brazo de Luffy–. Hace mucho que no vemos una película aquí. Estaría bien, por los viejos tiempos.

Asintió en un puchero. Trajeron el portátil y se sentaron cada uno al lado de Luffy. El chico lo agradeció, y tras hablar del tema quedó un poco liberado. Pero el dolor de pecho continuaba.



A la mañana siguiente...



Law se levantó muy temprano. Antes de las siete y media estaba vestido y preparado para salir de su cuarto, de la casa, e irse a la biblioteca o a cualquier lugar en el que estuviera tranquilo con su libros. Si su intención era no hablar con nadie, como llevaba haciendo desde la visita de Eustass, el plan se le desvió. Al cruzar el salón Cora le cortó el paso, le esperaba con un desayuno de revista en la mesa.

El de las orejas le ofreció una mirada de desprecio. Cora le tomó de los hombros antes del primer paso de huida.

–Law, por favor. Por lo menos desayuna conmigo.

Le miró a los ojos, a su expresión de súplica. Aún de mala gana, cedió. Los dos se sentaron a la mesa y desayunaron en silencio. La luz del sol se coló poco a poco por la ventana y Cora notó menos tensión para hablar.

–Sé que no debí contarle a Eustass cómo lo pasaste aquella vez en el hospital. Y quizás no lo hubiese hecho de no haberle visto tan desesperado. Él estaba convencido de que no le querías, que ni siquiera le apreciabas. Pensé que por lo menos debía ser consciente.

Cora le sonrió con pena.

–La muerte de tu verdadera familia fue un dolor suficiente para toda una vida; fuiste muy valiente y fuerte para seguir adelante y construirte de nuevo –hizo una pausa–. La noche que me atacaron estuve a punto de llevarme tus esfuerzo conmigo.

–Tú no tuviste la culpa de eso.

–Soy el responsable de que a partir de ese momento renegaras de hacer puentes a la gente, de que levantaras muros a tu alrededor, para no volver a sentir que desaparecían de tu vida.

El de las ojeras boqueó, aún así la palabras no salieron, tenía un nudo en la garganta. Tuvo que apartar la mirada.

–Si quieres, no derribes tus muros, pero permite una puerta para que los que te quieren puedan llegar a ti. Ninguno te vamos a volver a dejar sólo.

Se le inundó la mirada. Se mordió el labio que le temblaba. Se tapó los ojos con una mano.

–No sé cómo hacerlo. No sé como darle la llave de la puerta. Es sólo un crío y yo tengo veinticuatro años. Soy muy aburrido para él. Es imposible que salga bien.

Notó la mano del otro en su hombro. Dejó que su tutor le abrazara. Se derrumbó igual que la ultima vez, hacía once años cuando Cora despertó del coma. Ese miedo aún seguía pegado a sus huesos.



Poco más de veinticuatro horas después...



El domingo amaneció tranquilo, luminoso sin llegar a ser asfixiante. Law observaba el cielo desde la ventana de la cocina con la taza de café en su mano. Cora llegó. Ambos se dieron los buenos días.

–Hoy también has madrugado. Deberías permitirte descansar más.

–Ayer descansé bastante –y era cierto, después de aquella conversación se permitió que Cora le cuidara. Durmió, comió e hicieron cosas que Law tenía por improductivas, como ver una película o jugar a las cartas–. Además, voy a ir a ver a Luffy.

A Cora casi se le salen los ojos de las órbitas.

–¿Has hablado con él?

–No, le he escrito varios mensajes, pero no me he atrevido a enviárselos. Creo que si le veo cara a cara me será mucho más difícil echarme atrás.

–Oh, comprendo –buscó el pan de molde para hacerse unas tostadas.

–Es muy joven –dudó.

–Lo es para la edad que tenéis ahora, y no estoy de acuerdo con que las personas de veintitantos anden con jovencitos o jovencitas que no llegan a los dieciocho, pero, Law; no eres de ese tipo que tiene un siniestro fetiche con la juventud. Tus otras parejas no han sido tan jóvenes, creo que podemos hablar de la edad de Luffy como una circunstancia puntual. Por otro lado, tú eres responsable y muy consciente de lo que son las relaciones de poder. No creo que te aproveches de su inexperiencia, ¿o sí?

–Supongo –dio un sorbo a su café–. Gracias, por todo en general. Sobre todo por lo de ayer.

Su tutor le sonrió.

–Sería un buen psicólogo si quisiera. Espabila por tu cuenta o la siguiente sesión te la cobro.

Compartieron una relajada risa.

–Cora.

–¿Sí?

–Tú eres mi verdadera familia. Mis padres y mi hermana lo eran, pero tu también, desde siempre.

Dijo aquello con algo de vergüenza, con calidez. Un aura que se fue al traste con la mandíbula desencajada de Cora y la tostadora que salió ardiendo en una mini explosión.



Una hora y media después...



Law llegó donde la casa del hermano de Luffy. Sabía que era difícil que apareciera la gran suerte de encontrarle allí a la primera, pero desconocía la dirección de su abuelo, así que ese sitio era una parada inevitable. Y quién sabía, a lo mejor el chico sí estaba ahí y no tendría que tratar con su hermano; se imaginaba explicándole a ese pecoso la situación y la palabra “engorro” se le quedaba corta.

Resopló frente al portal antes de cruzarlo. Dudó antes de tocar el timbre del apartamento. Ya no había vuelta atrás.

No fue el hermano de Luffy el que abrió, sino su amigo peliverde. Parecía otro. El tal Zoro le observó con una mirada cansada; no marcaba su cuerpo con ropa ajustada sino que se cubría con una sudadera cochambrosa. Quizás le había pillado de resaca.

–Ah, eres tú. Torao, ¿verdad?

–En realidad es Law.

–Zoro –sonó cantarina una voz que también reconoció, la del rubio. El segundo amigo de Luffy apareció en el vano de la puerta, le dio una cachetada al peliverde en el trasero y le pasó un móvil. Le habló muy cerca de la oreja y del cuello–. Ten, no deja de sonar, tus amigos de tu curso no paran de enviarte tonterías. Creía que estabas en algo serio.

El estudiante de medicina se le quedó mirando. ¿Había leído los mensajes del peliverde sin su permiso o daba por hecho que sólo le enviaban tonterías? Sanji se fijó en él.

–Vaya, Torao, ¿cómo tú por aquí?

Tampoco le pasó desapercibido como colocaba su mano de cocinero en la cadera del peliverde, como si quisiera apartarle del ojeroso.

–Mi nombre es Law –corrigió y tomó aire–. ¿Está Luffy? Me gustaría hablar con él.

–¿Hum? ¿Por qué no le llamas al móvil? Bueno, aunque puede que se le haya roto otra vez. Si no están juntos el Marimo éste se pasa las horas hablando con él.

–¿Me podríais dar la dirección de la casa de su abuelo? Es importante.

La pareja le analizó de arriba a abajo, finalmente, Zoro tomó la palabra.

–Voy a por papel y boli, te apuntaré la dirección.

–Pero apúntarsela bien, eh –le avisó Sanji–. Es medio idiota para esas cosas, se pierde hasta en línea recta.

–Ya...

Zoro regresó con un papel escrito, que antes de que cayera en manos de Law lo interceptó Sanji y lo leyó. Con un gesto de cabeza afirmativo se lo ofreció al estudiante de medicina.

–Gracias.

Se despidieron, Law se giró hacia las escaleras. Lo ultimó que escuchó fue a Sanji decir algo como que le gustaría que siguieran reconcilándose. Chistó. El rubio era un controlador celoso con problemas de bifobia pero el otro era “el buen sumiso”, escondido en su cara de tipo duro pero sumiso al fin de al cabo. Desde luego la imagen que tenía Luffy del peliverde no coincidía para nada con la realidad.



Cerca de media hora más tarde...



Llegó a la casa del abuelo de Luffy. Por algún motivo ya se había imaginado que el dicho anciano no viviría en una zona mala; de todas formas no esperaba toparse con un chalet. Y si por si eso fuera poco, el viejo que le abrió la puerta tampoco era lo estándar; tenía pinta de levantar pesas cada mañana y comía galletas.

–¿Hum? Buenos días. ¿Con quién tengo el placer?

–Buenos días, mi nombre es Law, soy un amigo de su nieto.

–¿Del mayor o del pequeño?

–Del... –carraspeó–. ¿Está Luffy?

Entonces al anciano se le encendió la bombilla.

–¡Ah! Ya quien eres; Torao. Pasa, pasa, no te quedes en la puerta como un cono de tráfico.

Con dos palmadas que le doblaron la columna vertebral, el viejo metió al ojeroso dentro de su propiedad. Le ofreció su bolsa de galletas que Law no pudo rechazar y le arrastró por el jardín hasta el interior de la casa.

–Mi nieto se ha pasado las últimas semanas hablando de ti sin parar. Torao para arriba, Torao para abajo. Obsesionado. Ya tenía ganas yo de conocerte. Sobre todo para darte las gracias.

–¿Las gracias? ¿A mi?

–¿A quién si no? Has conseguido que Luffy le de una importancia a los estudios que antes ni por asomo se las daba. Si sigue así puede que al final no tenga que repetir curso. Eres una buena influencia para él, necesitaba alguien calmado y centrado que le inspirara. Que no es que los amigos que se suele buscar no tengan dos dedos de frente, pero son más de seguirle a un bombardeo que obligarle a sentarse y pensar las cosas.

Law se había quedado sin palabras. Después de lo que le había contado Luffy de su abuelo no esperaba a una persona, quizás, tan cercana. Supuso que su actitud no quitaba lo animal que era con sus nietos.

–Bueno, Luffy estará en el piso de arriba. Al menos la última vez que lo vi estaba allí –se rió de su propio chiste–. Sube, yo os dejo tranquilos. Segunda habitación a la derecha.

Palpablemente aturrullado, subió por las escaleras que le indicaba el extraño anciano. Una vez arriba, suspiró y tomó aire.

La puerta del cuarto de Luffy estaba entornada. La apartó con cautela, sin hacer ningún ruido. El chico estaba tirado en la cama deshecha, bocarriba y con los pies en el cabecero; tenía los auriculares puestos y cómic sobre su cara. Law reconoció el volumen de “Sora, el guerrero del mar”. Su boca se tornó en una media sonrisa.

Se atrevió a acercarse. Luffy no se movió, pensó incluso que podía estar dormido. No obstante, Law recogió con cuidado el ejemplar de su cara y, aunque los ojos del chico estaban cerrados, los abrió con extrañeza.

–¡Aaaha!

De un bote, el chico embistió el cabecero. Algunas cosas se cayeron de la estantería debido a ese intento de marcar distancia con el ojeroso.

–¿¡Qué haces aquí!?

Fue tal la cara de susto, a parte de la performance, que Law se pensó un par de veces añadidas si no era mejor volverse a su casa y dejar a ese niño-mono ahí. De nuevo, tomó aire.

–Quería verte.

–¿A mi? ¿Por qué?

–Quería que habláramos de lo que pasó en la...

–¡No, no! ¡No hay nada de que hablar! –le cortó–. Lo siento mucho, de verdad. No volverá a pasar, fue un juego, no significó nada.

–¿Nada?

–Claro, yo nunca había besado a nadie. Sólo me pregunté como sería y lo hice sin pensar.

–Sin pensar –repitió con sabor agrio, cierta decepción emanó en su pecho. Se agarró el tabique de la nariz–. Ya entiendo, me besaste sin pensar...

–¡Sí! Así es como hago las cosas, sin pensar –carcajeó como un robot–. Bueno, sí que pensé que eras muy guapo y que tenía ganas de besarte para siempre.

Luffy se tapó la boca con las manos, consciente de que esa ultima declaración podía echar por tierra aquellas mentiras. Law, por su parte, se enrojeció.

–¿Me querías besar o no?

–Eeh –miró para otro lado disimulando naturalidad–, sí pero no.

–¿Qué significa eso?

–Qué no pero sí.

–¡Eso no tiene sentido!

Le estaba dando jaqueca, se tuvo que sentar en la silla de escritorio que le chico tenía por ahí. Qué difícil era todo.

–Torao, ¿estás bien?

El ojeroso recordó la noche en la playa, el beso, esa sensación de que se volvía ingrávido. Miró a los ojos de Luffy. Necesitaba ser sincero.

–Siento haberte apartado de esa manera. No quise hacerlo, y si pudiese volver a ese momento eso sería lo último que haría.

Luffy se quedó muy quieto, incapaz de reaccionar. Finalmente:

–Entonces, ¿por qué lo hiciste?

–Tenía miedo de que te convirtieras en alguien tan importante.... No, ya eres importante. Tan imprescindible para mi que luego no pudiese soportar perderte.

El gesto de angustia del chico se relajó, en el apareció un rubo alrededor de las mejillas. Con vergüenza, bajó la mirada.

–¿Te gustó que te besara, Torao?

–Sí.

–¿No me estás mintiendo?

–No

Otro silencio.

–Lo que he dicho antes, eso de que no significó nada, era mentira, Se me da fatal mentir, Torao, no sé cómo no te has dado cuenta.

Law se tuvo que reír, más aliviado, más pleno. Se miraron. Se contagiaron el rubor de las mejillas. El chico salió de cama; el de las ojeras se levantó. Uno en frente del otro. Luffy se enganchó a su cuello, mientras que Law le sostenía por la cintura.

La vida y las personas que habían en ella era demasiado complicadas, demasiado duras de soportar. Por ello, la sencillez de ese beso en el desordenado cuarto del chico se les hizo tan perfecta.



A la tarde...



Sonaron los cristales al chocar las botellas en un brindis. Eusstas se metió por el esófago más de media cerveza de un solo trago. Exhaló de gusto segundos antes de notar la vibración de su móvil en la chaqueta.

–¿Hum? –vio que tenía un mensaje de Ciruj-Ano, el seudónimo que le había puesto a Law en el móvil–. ¿Qué mierda querrá ahora éste?

Leyó: “Me debes una muy gorda por lo del otro día. Será mejor que te esfuerces por saldarla cuando seas el sonidista de los proyectos de Luffy. De nada”.

Al pelirrojo el empezó a entrar la risa tonta.

–Cabrón. Eres nefasto hasta para dar las gracias.

Y volvió a brindar.



FIN

Notas finales:

 

 Hasta aquí este pequeño fic. Siento que se han quedado cosas por contar, así que quizás en algún momento haga un epílogo largo de cuando su relación esté ya más avanzada, pero de momento la historia termina aquí (y tampoco porque en Runner siguen muy presentes aunque no sean ellos los protagonistas).

He disfrutado mucho escribiendo sobre estos capítulo, espero que vosotros también leyéndolos.


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