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Diver por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

No sé bien que decir, sólo que lo he disfrutado mucho y lo he escrito con mucho cariño, así que espero que por lo menos os entretenga xD

Sí he logrado una cosa y eso es acabar el capítulo por donde quería acabarlo así que si siguo así el siguiente posiblemente sea el ultimo

Y eso, no sé.

Capítulo 2. Una invitación.



Se despertó con una desacostumbrada lentitud y pesadez en su cerebro. Había dormido tan profundamente que incluso se sentía perdido en el espacio y el tiempo. ¿Dónde estaba? En su habitación, en su cama. ¿Qué día era? Sábado, casi al cien por cien, sí, el día anterior había asistido a clases en la facultad. Luego había recogido a Luffy.

La pesadez persistía, como algo que le arrastraba a cerrar los ojos de nuevo. Como si a pesar de estar consciente su cuerpo siguiera dormido y le pidiera un rato más de sueño. Sin embargo, se dio cuenta de los músculos no sólo le pesaban por ese ponzoñoso anhelo de dormir. Algo aplastaba su cuerpo.

Bajó la mirada. El chico medio primate roncaba encima de él. A Law le costó muchísimo reaccionar. Tras un resoplo se frotó los ojos, recogió el móvil de la mesita de noche. Eran cerca de la una de la tarde, había dormido más de nueve horas.

Del espanto, su espalda reaccionó como un muelle, se incorporó con tanta fuerza que catapultó al chico fuera de la cama.

–¡Uah! –gritó Luffy en pleno vuelo antes de que retumbara el suelo con su caída.

–¡Cora! –le llamó–. ¡Cora!

Salió de cama. Cora apareció tan rápido que casi le da con la puerta en las narices.

–¿Qué ocurre? ¿Estáis bien?

–¡Mira qué hora es! ¿Por qué no has venido a despertarme?

–Lo hice, pero cuando os vi a los dos juntos, tan cobijados, me dio pena.

–¿¡Cómo que te dio pena!? ¡Tenía muchas cosas que hacer! ¡Ya voy retrasado con los estudios más de seis horas!

–Pero, Torao, si ayer eran más de las tres de la mañana y seguías estudiando –intervino la voz de Luffy–. Ya debiste de adelantar mucho de lo que debías estudiar, ¿no?

–¡Estudio medicina, por trasnochar una noche no voy a.…!

–Law –Cora le agarró la cara e hizo que le mirara a los ojos–. Trasnochas para estudiar desde antes de entrar a bachillerato. Estoy seguro de que has adelantado más de una década. Por un sábado que te lo tomes con calma no va a pasar nada malo. ¿De acuerdo?

El joven de las ojeras boqueó, sin ser capaz de dar una respuesta lógica a ese debate en el que creía que sólo él tenía razón. Entonces Luffy los volvió a interrumpir, con el sonido de sus tripas.

–Vaya... Qué hambre. Claro, me he saltado dos comidas...

Cora notó como Law cedía, le soltó.

–Bueno, ¿pues qué le vamos hacer? –Cora se cruzó de brazos–. Tendremos que juntar el desayuno con el almuerzo, así comeremos bien y ahorraremos tiempo.

–¡Desayuerzo! ¡Yupi!

–Yupi...



Al rato...



Cora preparó una ristra de tortitas mientras Law se hacía un café bien cargado; iba por la mitad de la segunda taza y aún notaba sus sentidos entumecidos. Como la noche anterior, Luffy devoró cual caimán hambriento; cosa que sus anfitriones habían previsto y por ello habían exprimido un exceso de naranjas, así el chico tendría suficiente zumo para combatir sus atragantamientos.

Law, muy ingenuo, pensó que Luffy se marcharía después de llenar el estómago, pero no fue así. Pasaron dos horas más y el chico seguía ahí y, aunque no suponía ningún problema esencial para la rutina de aquella casa, Law se sentía incómodo, inquieto más bien.

–¡Buah! Qué tarde es –dijo una vez apartó la mirada de su videojuego–. ¿Qué queréis comer?

–¿Hum? –Law levantó la mirada de sus apuntes–. Hace dos horas que hemos desayunado. Y almorzado.

–Eso es tiempo suficiente para hacer hueco. Venga, pedimos a algún sitio y os invito, así os doy las gracias por dejarme dormir aquí. ¿Qué tipo de comida te gusta? –sacó el móvil ya buscando un sitio de comida a domicilio.

–A Law le encanta el sushi y las bolitas de arroz –comentó Cora.

–Oh, a mí también me gusta mucho. Bueno, a mí me gusta todo. Menos el pastel de arándanos, que me parece repugnante. ¡Anda! Hay un restaurante aquí cerca en el que puedo usar mis cupones.

La comida llegó antes de lo que Law podía asimilar la situación. Sin saber cómo, estaban repanchigados sobre el sofá con el sushi por delante y una película. Y, cuando se quiso levantar para seguir estudiando, Luffy le tomó del brazo.

–¡Espera, Torao! Esta es la mejor parte.

–¿Te sabes la película de memoria?

–¿Quién no se sabe esta película de memoria?

Al final le retuvo. El sábado ya lo había perdido, después de todo.

A la tarde...

Luffy por fin se marchó, y con él, el jolgorio que traía consigo. La calma silenciosa de la casa se le hizo extraña. El agotamiento se hizo más presente.

–Qué chico más simpático –le dijo Cora mientras lavaban los platos–, me alegra que seáis amigos.

–No somos amigos. Sólo han sido un conjunto de circunstancias.

–Ah, ¿y cuáles circunstancias os llevaron dormir toda la noche abrazados?

–Él se metió en mi cama –explicó con irritación.

–Oh, mira, si se te han subido los colores.

–Si te pones así no pienso seguir hablando.

Cora sonrió entretenido, aliviado.

–Ayer me contó que tiene un amigo que quiere estudiar medicina, con una abuela estricta que lo viene educando para ello desde que suma dos más dos. Seguro que ese muchacho sabe mucho, sin embargo, al que Luffy envía mensajes diarios es a ti.

–También te ha contado eso.

–Sí, y que le respondes todas sus preguntas con una paciencia que nadie suele tener con él.

Law refunfuñó. Cora no hizo más comentarios.



Unos días después...



Se quedó en la biblioteca aquella tarde, si se concentraba en condiciones recuperaría por fin el tiempo que perdió el sábado. Lo malo era que no se concentraba del todo. Tenía el móvil al lado del brazo derecho, le devolvía su reflejo oscuro con el mismo mutismo de los días anteriores.

Desde que volvió a casa de su abuelo, Luffy, no se había comunicado con él. Le extrañó. Había sido una bronca lo suficiente gorda como para que el chico buscara asilo en otro sitio, por lo que tras su regreso al hogar Law había esperado, aunque fuese, un mensaje mínimamente informativo. “Ya llegué, estoy bien”, “Mi abuelo sigue cascarrabias, pero menos”, “Aún está enfadado, pero ya se le pasará”. Nada, ni tan siquiera una de sus raras preguntas.

¿Habré hecho algo que le haya molestado? Se empezó a preguntar.

–Pss, mira –oyó murmurar a alguien–, mira quién está ahí. El gran prodigio. Así que él también estudia.

–Ya –se sumó otra voz–. O quizás sea su forma de matar el tiempo para no aburrirse de sí mismo. Si se ha tenido que rejuntar con los de enfermería para no quedarse solo.

–Qué pena, me entran ganas de ser su amigo.

–¿Qué dices? ¿Vas a aguantar a ese borde prepotente?

–Seguro que así averiguo que enchufe tiene con los profesores para ser TAN prodigio.

Se rieron hasta que Law irguió la espalda y les miró por encima del hombro. Mostró una sonrisa tan sumamente altanera y sádica que les heló la sangre. Remató su intimidación con un corte de manga y un alzamiento de dedo.

A la noche...



Abrió la puerta de casa, oyó a Cora hablando con alguien. Reconoció la voz de Luffy.

–¡Torao! ¡Qué bien! ¡Por fin llegas!

–¿Qué haces aquí? –dijo con cierto tono de sorpresa que le fue imposible disimular.

–Me he auto-invitado a cenar –contestó la mar de orgulloso.

–Te estábamos esperando –informó Cora–. Pero como tardabas demasiado me las he ingeniado para que el estómago de Luffy no se devorara así mismo.

–Poco ha faltado. Aún puede pasar.

–Así que le he estado enseñando las fotos de cuando eras niño.

–¡Sí! Son una risa. Mira esta, tienes cara de niño psicópata de peli de terror.

Se carcajeó tanto que Law sólo pudo avergonzarse.

En esa ocasión la cena no fue tan elaborada, pero por lo menos fue copiosa. Prepararon una olla grande de espaguetis que sació los apetitos de Cora, Law y, más importante, el de Luffy. Ese chico era, de nacimiento, un pozo sin fondo. El aspirante a médico recordó vagamente como sus amigos, aquel tipo rubio y el peliverde culturista, lo habían llamado así.

–Ah, antes de que se me olvide. Torao, tengo entradas para un concierto y me sobra una, es este fin de semana. ¿Te apuntas?

–No lo sé –dudó–, no quiero perder otro día de estudio.

–Se te va a poner cara de libro –hizo un mohín de caricatura–. Si sólo serán un par de horas. Luego tendrás toda la madrugada para estudiar.

Aún con dudas, Law vigiló de reojo a Cora. Su tutor comía muy callado y atento, demasiado atento. Volvió a mirar a Luffy.

–Está bien, pero no me comprometo a estar las dos horas.

Se cohibió al ver como al chico se le iluminaba la cara.

–¡Genial! Veras qué bien nos lo vamos a pasar.



Al siguiente fin de semana...



Cora se asomó por la puerta del cuarto de baño. Sonrió.

–¿Te estás afeitando?

Law le afiló los ojos a través del espejo.

–Suelo afeitarme, así que no sé a qué viene ese retintín.

–Nada, nada. Date prisa o llegarás tarde.

Fue hasta allí en coche. Tardó entre unos veinte y treinta minutos, estaba fuera de lo que se consideraba el centro de la ciudad, aunque no se alejaba de la costa. De hecho, el parking más cercano colindaba con la playa.

–¡Torao! –le llamó el monito, recién salido de la puerta trasera de un coche que también acababa de aparcar–. ¡Por aquí!

Con Luffy no estaba ni su hermano ni los otros dos amigos emparejados. En su lugar, había dos chicas, una pelirroja, de cabellera corta, y otra con una melena larga celeste; además de un chico, de pelo castaño, que por cómo se tomaba de la mano de la peliazul entendió que eran novios.

–Estos son Nami, Vivi y Koza. Este es Torao.

–Mi nombre es Law –corrigió.

–Tranquilo –dijo la tal Nami–. Su hermano ya nos avisó de que te había puesto un mote. Encantada.

Pasando por alto las engorrosas presentaciones, los cinco se dirigieron hacia el concierto, del cual nadie tenía ni idea de quien era el grupo; se sorprendieron cuando vieron la fila de personas haciendo cola.

–Son unos nuevos que han salido –explicó Vivi–. Yo sabía de ellos por Internet, pero tampoco los he oído demasiado. Es Koza el que los tiene más presente.

–Mis compañeros de piso los ponen mucho, ellos fueron los que me dieron las entradas porque no podían venir. Son una mezcla de música indie y chillout. Ignoraba que tuviesen tanto éxito.

De repente sonaron unas tripas, por encima de cualquier sonido.

–Luffy... –resopló la pelirroja–. Hemos cenado antes de venir.

–No es culpa mía, es que no ha caído comida en mi segundo estómago.

–Habrá que buscar algo –opinó la peliazul–. Se le gastará la energía antes de que terminen las dos horas de concierto. Aún tenemos tiempo antes de que abran las puertas.

–Hay una tienda de alimentación por ahí cerca –dijo Koza–. Si queréis vamos Vivi y yo.

–No, no te molestes, ya iré yo –se ofreció la pelirroja–. También sé dónde está.

–¿Irás tu sola?

–Tranquila, Vivi, Law me acompañará.

–¿Qué? –se quejó Luffy–. Si soy yo el que tiene hambre.

–Y por eso la comida la tiene que llevar alguien que te la suministre en condiciones.

Así Law se fue con Nami, sin que nadie le preguntara. Por lo menos la chica no intentó llenar vacíos con intención de huir de un silencio que a personas como al aspirante a médico se le hacían agradables. Durante el camino, la pelirroja se limitó a un par de frases típicas de una conversación formal; luego, caminaron sin molestarse.

Fue en la tienda de alimentación, mientras buscaban víveres, donde Nami se volvió más parlanchina, aunque tampoco parecía que quisiera entablar conversación con Law, sino más bien soltar pensamientos al aire.

–¿Sabes? No es ninguna sorpresa que Luffy aparezca de repente con un nuevo amigo. Es peligrosamente inocente para esas cosas. Está en su naturaleza volverse íntimo de la gente.

–Algo me imaginaba.

–Quizás sea porque nunca ha tenido una intimidad real con nadie.

Law la miró. Nami siguió, consciente de que había conseguido su atención:

–Seguro que piensas que un chico con su personalidad, a su edad, debería haber tenido ese tipo de experiencias de sobra –se encogió de hombros–. Nunca mostró ese interés por nadie, ni por chicas, ni por chicos.

Se sintió raro ante esas declaraciones. “Nunca mostró ese interés”, ¿acaso lo había mostrado recientemente?

–Por eso creo que también es más ingenuo que la media. Y da más trabajo que un niño pequeño –resopló ella–. Esa manía suya de fiarse de todo el mundo suena genial, pero le ha dado más de un problema. Si no fuera porque nos tiene a todos nosotros detrás...

–¿Por qué me cuentas esto? Parece un tema bastante privado como para que se lo sueltes a alguien a quién acabas de conocer.

–¿Hum? ¿Tú crees? Tampoco es que Luffy lo esconda. –sonrió suspicaz–. Sólo te aviso para que no te lleves sorpresas.

Pagaron las viandas y se la llevaron en bolsas. En silencio, uno que esta vez sí se le hizo incómodo a Law, regresaron con los demás. Luffy los recibió con su efusividad característica, quizás más enfatizada porque tenía hambre. Después de eso no tardaron mucho más en abrir las puertas y la cola por fin avanzó.

–Oh, oh –exclamó por lo bajo la pelirroja–. Luffy, están pidiendo el DNI a la entrada.

–¿Y qué?

–Idiota, si lo piden es porque no dejan entrar a menores de edad. Te van a dejar fuera.

–Anda, anda. ¿Cómo me van a dejar fuera si tengo entrada? Ni que los indies chillout fueran como los heavy metal o algo de esos.

–Bueno, como tú veas. Quizás, como vamos juntos, te pasen por alto.

Ella misma sabía que pasar por alto a Luffy era imposible. Era, con diferencia, el que más hablaba y gritaba de toda la fila. Conforme llegaron a la entrada, el portero, abrió la puerta para Koza, Vivi y Nami; las chicas tenían el carnet a mano, Koza no, pero de él no había duda de que había sobrepasado los veinte. A Luffy le cerró el paso.

–El carnet de identidad.

–¿Qué? Pero si voy con ellos. A él ni siquiera se lo has pedido.

–Tú no tienes dieciocho ni queriendo.

Luffy puso cara de enfurruñado e hizo como si buscara su carnet entre sus bolsillos. A continuación, puso cara de sorpresa, se agarró las bolsas de los ojos con las uñas y tiró de sus párpados inferiores hacia abajo.

–¡Oh, vaya! ¡Qué pena! –dramatizó demasiado–. Creo que se lo ha debido comer el loro de mi abuelo.

Law se quedó a cuadros con esa nefasta manera de mentir, y el portero igual. Nami se adelantó a intervenir.

–Señor, nuestro amigo cumplirá los dieciocho en pocos meses, ¿no puede hacer a vista gorda? Es sólo un concierto indie.

“Sólo un concierto indie”, más de un fan lo escuchó y no le sentó bien y, si ya era denso, el ambiente se volvió yeso.

–Mire, señorita, los jefes lo han decidido así, los menores no pasan. Si tanto les importa, deberían hacerle compañía. Y dejen de obstruir la cola.

–Nami, entrad vosotros –le dijo Luffy con el pulgar alzado–, yo ya me las apaño.

El que él quisiera apañárselas le sonó mal a todo el mundo, pero las chicas y Koza cedieron antes de que se liaran a piñas a la entrada de un concierto indie chillout. Nami le pasó las bolsas de comida que llevaba ella a Law y le echó una mirada amenazante al joven de las ojeras. “Como no lo cuides te rompo los dientes contra el bordillo”, creyó entender. De esa manera se separaron. Y Law tuvo que ir detrás de Luffy.

–Espera, ¿a dónde vas?

–Seguro que hay algún sitio por donde nos podemos colar. No te preocupes, tengo práctica.

–¿Cómo que práctica?

–Claro, no es el primer sitio que no me dejan pasar por ser menor de edad. Zoro y yo nos íbamos colando en sitios desde secundaria. Aunque como él es tonto, a veces nos perdíamos y nos colábamos en un sitio que no era –se rió–. Ojalá hubiese venido, a él le hubiesen dejado entrar y me ayudaría. Pero tenía no sé qué con Sanji, otra vez.

Oyeron unas risas, hacia donde caminaban había un grupo de personas, fumaban y bebían a palo seco, llevaba ropa oscura; eran del staff del concierto.

–¡Eh! –le llamó Luffy–. Eh, vosotros, sabéis como me puedo colar dentro.

A Law casi se le desencaja la mandíbula. ¿Pero cómo se le ocurría ir tan directo?

–¿Colarte dentro? Por esta mierda de concierto no te vale la pena.

Con sorpresa, el ojeroso, reconoció esa voz. Se fijó en aquel pequeño grupo de gente, entre ellos había un tipo alto, ancho de hombros, las uñas pintadas de negro y el pelo rojo peinado hacia arriba como un puercoespín. Éste también reconoció al joven ojeroso.

–¿Law?

–Eustass –arrastró su nombre con desgana.

–¿Lo conoces, Torao?

–¿Torao? –preguntó el pelirrojo.

–Le ha dado por llamarme así. Luffy, este es Eustass, es...

–Su ex-novio.

–Iba a decir sonidista, pero si quieres que sea por eso por lo que te conozca la gente, allá tú.

–¡Sonidista! –al chico se le iluminaron los ojos, invadió el espacio personal del pelirrojo–. Eso es genial, necesitaré uno para cuando empecemos a rodar cortos.

–¿Tú haces rodajes? Es igual, no trabajo gratis.

–Déjalo, Luffy. Yo no me fiaría de alguien que está empinando el codo en vez de comprobar micrófonos o cosas de esas.

–¡Ja! Lo que me faltaba hoy para rematar el día, que el Doctor Sarcasmo baje de las alturas a decirme cómo tengo que hacer mi trabajo.

–Estoy seguro de que tú sabes mucho mejor que yo como tienes que hacer tú trabajo.

–Mira, Law, vete a la mierda. O no, que de ahí seguro que vuelves. Vete mejor a meter la cabeza en tus libros, que es lo único que sabes hacer. Me sorprende hasta que hayas salido de tu ratonera y estés por aquí paseando con un crío. Aunque la cara de pedófilo siempre la has tenido.

Aquello, en otra época, no habría sido ni la mitad de hiriente. Ni tan siquiera había insinuado que era un mimado bajo el ala de Cora y que no sabía lo que era trabajar de verdad, como cuando eran pareja. Sí, en otro contexto, Law le hubiese soltado una burrada mucho peor y habría ganado el duelo. Pero habían pasado muchas cosas en esas últimas semanas; había oído demasiadas cosas esa noche; y Luffy estaba delante.

Aguantó el tipo, mostró su sonrisa emponzoñada.

–Que te den –y le levantó el dedo.

Se giró y no miró atrás. Se cerró en sí mismo mientras sus pasos se alejaban de allí. Su cabeza se nublaba en una niebla oscura, todo desaparecía, se iba. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Por qué había empezado esa pelea?

–¡Torao! –Luffy le tiró del brazo, se miraron a los ojos–. No me oías por más que te llamaba. ¿Estás bien?

–Sí –logró decir–. Sí, lo siento, no quería dar ese espectáculo.

–No te preocupes, ya le he dicho que se ha pasado.

–¿A Eustass? ¿Qué le has dicho?

–“Oye, Pelopincho, vuelve a pasarte de la raya y no sólo no te dejo ser mi sonidista, sino que además te mando donde picó el pollo”. o algo así.

Una vez más, no supo que decir, puede que, por ello, en vez de intentar decir nada, dejó que le saliera una risa; corta, débil, con algo de alivio.

–Seguro que es la primera vez que alguien se ha atrevido a llamarle así en la vida. Si he sido yo el que ha empezado.

–¿Ah, sí? De todas formas, no tenía por qué decirte todo eso. Ha estado feo.

–Debería oír las cosas que le decía yo.

Se hizo un silencio raro entre los dos; ni del todo incómodo ni del todo agradable. La mano de Luffy aún seguía sosteniendo su brazo, bajó con cuidado, con calma, y entrelazó sus dedos con los del aspirante a médico. Era un contacto cálido, se le contagió en el pecho.

–Vamos a la playa –dijo el chico con una sonrisa amable.

Le guió marcando el paso, Law se dejó llevar. La playa les recibió deshabitada y oscura; la luna rielaba. Se respiraba calma. Caminaron por la arena hasta la orilla. Ahí se sentaron y Luffy rebuscó entre los víveres que Law había cargado hasta ese momento.

–Come –le insistió pegando una bolsa de patatas a la cara de Law–. Que seguro que ni has cenado.

–He cenado, Cora se ha puesto muy pesado con ello, no hace falta que te pongas tú también.

Luffy le reprochó con una mirada tan recelosa como cómica. Al final, compartieron las patatas y dos latas de refrescos.

–Y lo de tu abuelo, ¿cómo salió la cosa cuando volviste?

–Ah, eso. Lo de siempre, hizo como si no hubiese pasado nada y no hablamos del tema.

–¿No habláis?

–No de esas cosas. Ace dice que no sabe tratar con nosotros porque la que nos crió en su lugar fue una amiga suya, Dadan. Él siempre tenía mucho trabajo. Aunque tampoco era como si no lo viéramos nunca, nos llevaba mucho de excursión por el campo... –su voz se fue apagando y su cara mostrando cierto disgusto resignado.

–¿Qué ocurre?

–Nada, me acabo de acordar de cuando me tiró al fondo de un precipicio para que escalara.

–¿Qué?

–También dejó sólo en el bosque y no me recogió hasta que se me hizo de noche dos veces. Y casi me ata a unos globos y me echa a volar. Buff... menos mal que Ace intervino.

El Estado era el que debería haber intervenido, pensó Law, cómo se podía dejar a unos niños a cargo de semejante psicópata. Si no fuese porque había visto, hacía menos de un rato, lo mal que mentía el chico habría creído que le estaba tomando el pelo. Quizás por eso tenía esas energías ilimitadas, porque de no tenerlas las perrerías de su abuelo le hubiesen matado.

Bajó la mirada hacia su lata de refresco. Dudaba de si hacer la siguiente pregunta. Bebió antes de hablar:

–¿Y tus padres? –vio la sorpresa en la cara del chico–. Si no quieres hablar no tienes que hacerlo.

–Mmm... No es que no quiera hablar, es que no sé qué responderte –y se metió un puñado de patatas en la boca–. Nadie los mencionaba nunca, como si no hubiesen existido –tragó–. Sólo una vez, mi abuelo, cuando me estaba regañando, dijo algo de que me parecía a mi padre. Y le dije “ah, ¿pero yo tengo padres?” –se rió como si fuese un chiste–. Después descubrí como se hacían los niños y entendí que los tenía que tener –se encogió de hombros–. Pero eso es todo lo que sé.

Luffy siguió comiendo, Law se quedó callado, aturdido.

–¿Tú tenías padres, Torao?

–Yo... Sí. Y... –tomó aire por la nariz– una hermana pequeña.

–¡Una hermanita! ¡Que guay! ¿Y dónde están?

Law intentó mostrarle una sonrisa tranquila, pero en sus ojos se debió ver algo que hizo que Luffy se cohibiera.

–Murieron en un accidente de coche, cuando tenía seis años.

Por primera vez desde que lo conoció, Luffy fue el que se quedó callado; desvió sus ojos y miró hacia el horizonte oscuro. Law frunció el ceño; con una sola mano, recogió la capucha del chico y le tapó la cara con ella.

–A mí no me compadezcas.

–Ah, suelta, suelta –se liberó–. No te estaba compadeciendo.

–Si lo has hecho. Para tu información estuve poco tiempo en casas de acogida hasta que me encontró Cora. Tuve suerte, más que la media, no soy un huerfanito al que puedas mirar con pena.

–¿Qué? Pero si has sido tú el que ha empezado a mirarme con pena cuando te he dicho que mi abuelo me llevaba de acampada.

–¡Porque me has dicho que literalmente te tiraba por precipicios, idiota!

–¡Idiota tú!

Luffy le devolvió lo de la capucha cerrando la cremallera de la chaqueta de Law hasta su frente. Luego salió corriendo aprovechando su ventaja. El joven de las ojeras le persiguió; el chico vio que le ganaba terreno muy rápido y se paró a hacer una bola de arena húmeda.

–Ah, no, que ni se te pase por la cabeza.

A penas le dio tiempo a cubrirse con el brazo. El proyectil le dio con tanta fuerza que de poco no perdió el equilibrio. Con el ceño fruncido miró a Luffy, el chico se reía a carcajadas. Por un momento, Law pensó en ir a la orilla y devolvérsela. “¿Qué me pasa? No soy ningún crío”, y se dio la vuelta para volver donde habían dejado las bolsas.

–¡Torao!

Oyó justo a su espalda. Luffy se le subió a caballito, tan de sorpresa que los dos acabaron en el suelo. Rodaron más de medio metro comiendo arena. El chico seguía riéndose cuando Law lo apartó a un lado para escupir.

–¿Es que siempre tengo que acabar por los suelos cuando estoy contigo? –dijo entre escupitajo y escupitajo.

–Venga, como si conmigo no te lo pasaras genial.

Law le miró a los ojos para regañarle; sin embargo, Luffy seguía en la arena, medio muerto de la risa; no pudo. Esa calidez se le volvió a contagiar en el pecho. Se formó una media sonrisa en su boca. Se fijó en el reflejo de la luna.

Primero fue Cora, luego su amiga pelirroja y ahora Eustass, actuaban como si él fuese detrás de Luffy; y siendo sinceros, el propio Law no sabía cómo acaba ocupando los distintos escenarios con él.

Su personalidad es inusual, pensó, e impredecible, tan contraria a la mía que se complementan y, posiblemente, se atraigan.

Pero no en “ese” sentido de atraer. No por su parte y, pensándolo bien, por parte de Luffy tampoco. La persona por la que el chico había dado indicios de interés romántico era ese amigo suyo de pelo verde, que debido a su inexperiencia todavía no se había dado cuenta. Sí, Luffy resultaba confuso en general, pero seguramente no viera a Law más que a un amigo o un hermano.

Así está bien, se dijo satisfecho, aliviado.

–Torao.

Notó la mano de Luffy sobre la suya, le miró. El chico cerró los ojos y juntó sus labios con lo de Law.



Continuará...


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