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Si tú estás conmigo... por Riwanon

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Notas del capitulo: El copyright de Kyou Kara Maou y de sus personajes pertenece a sus respectivos autores, si fuera mia, la serie sería un tanto... "diferente".

CAPÍTULO 16: TE ENCONTRÉ

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Hacía poco que había empezado a notar los rayos del Sol calentando su mejilla. Debía de estar amaneciendo y sabía que dentro de poco tendría que despertar. El joven muchacho intentaba disfrutar de sus últimos minutos de sueño, pero había algo que se lo impedía. Un rayo de Sol caía justo sobre sus ojos, molestándole hasta límites insospechados. Lo peor era que por más que girase no conseguía zafarse de aquella luz. Parecía que sólo aplastando su rostro contra la almohada podría seguir durmiendo, pero le costaba respirar y era tan incómodo que ni siquiera merecía la pena. Poco a poco había intentado moverse a un lado, alejarse de la luz directa. Cansado y molesto, cambió bruscamente de posición, alejándose de los rayos definitivamente. En ese mismo momento escuchó el ruido de algo al caer al suelo.

- ¡Ay! – Al escuchar el quejido de una persona, con mucho esfuerzo, abrió los ojos lo suficiente como para poder ver que había pasado.

- Conrad, ¿qué haces en el suelo? – Su mirada somnolienta miraba con perplejidad al hombre que pocos momentos antes dormía a su lado.

- No es nada, pero creo que deberías de acostumbrarte a que esta cama no es tan grande como la que solíamos tener. – A pesar de que literalmente lo acaba de echar a patadas de la cama mientras dormía, Conrad seguía sonriéndole. Wolfram jamás entendería de donde sacaba tanta paciencia en momentos en que él le prendería fuego a todo lo que se pusiese en su camino. Sin embargo, lo único que hizo el mayor fue desperezarse y estirar los músculos. – Aunque de todos modos me viene bien que me hayas despertado, ya va siendo hora de irse a trabajar.

- ¿Ya? Pero si todavía es muy temprano. Apenas ha salido el Sol.

- No te preocupes, tú puedes quedarte durmiendo un poco más si quieres. – Le aseguró Conrad mientras se ponía algo de ropa que había tirada por el suelo y sacaba ropa limpia para cambiarse después de haberse lavado. Wolfram se limitaba a mirarle absorto mientras intentaba entender sus palabras. El sueño y la gloriosa desnudez de Conrad no se lo ponían nada fácil.

- No voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú haces todo el trabajo duro. Estoy embarazado pero aún hay muchas cosas que puedo hacer. – Algo enfurruñado, Wolfram había empezado a levantarse también. Al verlo, Conrad recogió del suelo su ropa también y se la dio, ganándose así una mirada de reproche de parte de rubio.

- No deberías agotarte, ya sabes que puede ser peligroso.

- ¡Por Shinou, no voy a ir a cazar osos! Entiendo que hay cosas que no voy a poder hacer en un tiempo. – Sin poder evitarlo, miró de soslayo su espada que yacía en un lado de la habitación, junto con la de Conrad. Aquí no las necesitaban, así que no solían llevarlas consigo. Su amante, sabiendo la tristeza que le causaba el no poder practicar su esgrima, había decidido no desenfundar su arma hasta que Wolfram estuviese lo suficientemente recuperado del parto como para poder entrenar sin problemas. El mayor lo envolvió en un abrazo en un intento de darle ánimos. – Hay muchas cosas que hacer por aquí, eso es todo.

- Siento haber desconfiado de ti. A veces olvido que ya no eres aquel niño que me seguía a todas partes. – Wolfram sólo pudo sonreír ante esta afirmación. Era cierto, el tiempo en el que dependía de Conrad para todo había quedado muy atrás. Ahora, más que nunca, eran iguales. Poniéndose de puntillas, besó suavemente los labios de Conrad.

- Venga, vamos a lavarnos. Alice me ha prometido que esta mañana me va a ayudar a terminar el sofá.

- Me alegro mucho. Pensaba terminarlo yo mismo esta tarde, no puedo permitir que sigas sentándote en el suelo. – Wolfram, que estaba terminando de subirse los pantalones, le miró como si fuera a reprocharle algo. En su lugar, suspiró y, con una sonrisa, le cogió de la mano y empezó a arrastrarlo fuera de la pequeña casa.

- Venga, vamos ya o vas a llegar tarde. – El día había comenzado igual que ayer, igual que mañana y que el resto de sus días: no con un beso rápido y una despedida, no antes del amanecer, no con miradas en alerta. Simplemente con una sonrisa.

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El Sol caía sobre ellos con todas sus fuerzas. En un principio había sido agradable tras la fría noche. Sin embargo, después de horas de viaje empezaba a resultar algo más que molesto. Habían partido con la salida del Sol, y ahora que éste se encontraba en su cenit aún seguían cabalgando en silencio, uno al lado de otro. Bajo las capuchas que les ocultaban más de los abrasadores rayos del Sol que de las miradas inexistentes, ambos jinetes parecían perdidos en sus pensamientos. En realidad, tan sólo uno de los dos lo estaba realmente, ya que el pelirrojo se dedicaba a vigilarlo por el rabillo de ojo. Después de lo ocurrido la noche anterior, Yozak había pensado que Yuri sólo iría a mejor. Sin embargo ocurrió todo lo contrario. Al final había acabado dándole al muchacho más preocupaciones de las que ya tenía. Sabía que era lo mejor, que tenía que sacarse esa espina que tenía clavada en un lugar tan secreto que ni él mismo había sabido de su existencia. De todos modos ya había supuesto que le iba a tocar él hacerse cargo del muchacho, ya que era el único que podía entender su situación. De hecho, nadie más sabía lo necesario como para siquiera darse cuenta de que le ocurría al moreno. Él sabía lo duro que hubiera sido para el joven rey tener que recorrer el duro camino para sanar su corazón destrozado sólo y a escondidas. Algo así era duro para cualquiera, más aún para un muchacho inocente y sin ninguna experiencia en el terreno del amor como era Yuri. Realmente quería ayudarle en todo lo que pudiera, no sólo porque fuera Yuri, sino porque no podía permitir que, delante de sus ojos, alguien sufriera como había sufrido él. Habría hecho lo mismo por cualquier otra persona, ¿verdad? Bueno, quizá no por cualquiera, pero al menos si por alguien cercano a él. Aunque no por cualquiera... tenía que admitir que había algo en ese chico que le hacía querer cuidar de él, no dejar que nadie le hiciera daño. Pero era algo normal, ¿no? Después de todo, Yuri era el rey de Shin Makoku. Si algo le pasaba a él, el reino se vería afectado también...

- ¿Cómo lo supiste? – La repentina pregunta le sacó de golpe de sus pensamientos. No sabía ni en que momento había dejado de prestar atención a todo lo que había a su alrededor. Tuvo que reprocharse en silencio por ese gran fallo. Si en vez de en medio de la nada hubieran estado en una ciudad, una distracción así podría haber sido mortal.

- ¿Cómo dice, Su Majestad?

- ¿Cómo supiste que Conrad y Wolfram... ya sabes? – En sus ojos se reflejaba el dolor y en sus pómulos la vergüenza que le daba hablar sobre ello.

- Realmente no es tan importante. Simplemente, un día le miré a los ojos y lo supe. En realidad nunca hemos hablado de ello; ellos sabían que yo lo sabía y yo sabía que tenía que mantener mi boca cerrada, eso es todo. – Yuri asintió, conformándose con esa respuesta. Un incómodo silencio se instaló entre ambos durante unos minutos. Finalmente, fue Yozak quien lo rompió. - ¿Y qué piensas hacer cuando lleguemos?

- Pedirles que vuelvan, por supuesto. – Respondió totalmente decidido.

- ¿Y cómo piensas convencerlos?

- ¿Eh? – La expresión del rostro de Yuri cambió por una de total sorpresa. Una sonrisa triste apareció en los labios de Yozak.

- Ya me imaginaba que no habías pensado en ello. – El sonrojo que apareció en las mejillas de Yuri lo confirmó. – Si se fueron es por algo, ¿no crees? Les busqué cuidadosamente un lugar donde ellos y su hijo pudieran vivir tranquilos. ¿De verdad crees que volverán a Shin Makoku sólo porque tú se lo pidas?

- ... – la expresión abatida del muchacho era mejor respuesta que cualquier palabra. Permaneció así unos instantes, reflexionando sobre las palabras de pelirrojo, cuando de repente se volvió a mirarle, con su rostro nuevamente iluminado por una sonrisa. – Espera, todo lo que necesitan es saber que van a poder vivir tranquilos, ¿verdad? Quieren vivir como cualquier otra pareja. Si pudieran tener eso en Shin Makoku volverían, ¿verdad?

- ¿Eh? – El súbito ánimo del moreno le pilló desprevenido. Cuando entendió cual era su intención, sólo pudo sonreírle. – Sí, por supuesto.

- Entonces está decidido. ¡Vamos, Yozak, tenemos que encontrarles cuanto antes! – Aún quedaban muchos días de camino por delante, pero ninguno de los dos pudo evitar recorrer el trecho que les separaba del siguiente pueblo en el que pasarían la noche a galope tendido.

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Otro día más estaba llegando a su fin en el pequeño pueblecito. Mientras el Sol empezaba a perderse tras los árboles sus habitantes terminaban sus últimas tareas antes de volver a casa y poder disfrutar junto al fuego de la compañía de los suyos. En el claro que habían aprovechado para construir sus casas algunas madres llamaban a gritos a sus hijos que correteaban dentro y fuera del bosque. Algunas mujeres y hombres cargaban sacos llenos de madera para las cocinas y chimeneas, mientras otros recogían la ropa que habían lavado y colgado esa misma mañana con los primeros rayos del Sol. De vez en cuando echaban un rápido vistazo al interior del bosque, en espera de que el resto de pueblo volviese con la cena para esa noche. Wolfram ya había llenado su cesto con su ropa y la de Conrad y se dirigía a dejarla dentro de casa. Ni en sus más retorcidas pesadillas se habría imaginado haciendo ese tipo de cosas tan... domésticas; y sin embargo, para su sorpresa, se había dado cuenta de que en el fondo le gustaba. Desde pequeño siempre se había encontrado todo hecho sin tener que mover un dedo: su ropa y su casa limpias, una comida deliciosa... incluso durante la guerra, donde no tenía todas las comodidades de su castillo, nunca tuvo que preocuparse por tareas tan mundanas. Aquí, en su nuevo hogar, todo lo que necesitaban tenían que hacerlo ellos. En un principio pensó que iba a ser duro e incluso humillante tener que rebajarse a hacer todas las tareas del hogar. En cambio, encontró bastante gratificante saber que él y Conrad podían cuidar de si mismos, sin la ayuda de nadie. Por supuesto, Wolfram no veía el momento de poder volver a coger su espada y salir de caza o trabajar en el campo. Pero, hasta entonces, era feliz cuidando de su casa. Poco a poco, habían conseguido todo lo necesario para convertir aquel lugar abandonado que se habían encontrado en un hogar acogedor. Casi todo tenían que agradecérselo a sus nuevos vecinos que les habían acogido en el pueblo con los brazos abiertos. Cuando llegaron, prácticamente sin nada, les dieron comida y un lugar caliente en el que dormir. Una vez que manifestaron su deseo de vivir allí, les demostraron su alegría regalándoles o ayudándoles a construir todo lo que ahora poseían. Tan sólo llevaban viviendo con ellos unas tres semanas, pero ya eran parte de la familia.

- ¿Cómo están mis niños? – Escuchó una voz suave tras de si mientras unos fuertes brazos le abrazaban con ternura. Sonriendo, se dejó envolver por la calidez y el olor a sudor, que lejos de disgustarle le parecía tan sensual por ser de quién era.

- Echándote de menos todo el día, he estado muy ocupado. – Le respondió volviéndose para mirarle a los ojos y con un fingido puchero. Ante esto, Conrad le plantó un ligero beso en los labios y le envolvió en un prieto abrazo.

- Escúchame bien. No hace falta que te preocupes porque seguro que no es nada... – Conrad dudó unos instantes antes de seguir. – Pero quiero que te quedes aquí dentro, con tu espada a mano, hasta que te diga que puedes salir, ¿vale?

- Conrad, ¿qué ocurre? – Wolfram se separó unos centímetros de él para poder mirarle a la cara. Si estaba pasando algo y creía que el rubio iba a hacer lo que le dijera sin una explicación es que era muy ingenuo.

- Algunos de los cazadores dicen haber visto a dos personas a caballo dirigiéndose hacia el pueblo. Seguramente no vengan con malas intenciones, pero no voy a arriesgarme. No pienso ponerte en el más mínimo peligro.

- Está bien... – Suspiró. En una situación normal habría protestado y renegado hasta que le hubiera dejado ir con él... o directamente se habría escabullido. Pero era consciente de que tenía que tener especial cuidado, si no por él mismo, al menos por aquel ser mucho más indefenso que llevaba en su interior. A la vez que Conrad volvía a salir de la casa, Wolfram se dirigió a la habitación de ambos, cogió su espada y se sentó mirando de refilón por la ventana, a la espera de que pasara algo.

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Hacía ya varios días que se habían internado en el bosque. Yozak había perdido la cuenta de cuantos el tercer día, un error que jamás debería de haberse permitido. Pero, sinceramente, estaba más preocupado por el chico que le acompañaba que por las veces que se ponía y salía el Sol. Poco a poco, el bosque empezaba a hacerse menos espeso, lo que le daba la tranquilidad de al menos saber que iban en la dirección correcta. Si el viaje había sido duro, seguramente lo que les esperaba era aún peor. Yuri parecía tan absolutamente convencido de que en cuanto viera a Wolfram todo volvería a estar bien, que le dolía el corazón sólo de pensar en la realidad tan diferente que se iban a encontrar. Yuri parecía pensar que todo se solucionaría mágicamente si conseguía convencer a Conrad y Wolfram de que no les pasaría nada si volviesen a Shin Makoku... pero Yozak sabía que no iba a ser tan fácil. El joven rey seguramente aún no entendía del todo que, aunque Wolfram volviese a su reino, nada volvería a ser como antes. “Y este muchacho parece odiar los cambios”, pensó con una sonrisa triste. Observó al chico que ahora dormía profundamente entre sus brazos. Animado por la afirmación del pelirrojo de que estaban a punto de llegar, el moreno había decidido hacer el resto del camino de una vez. Sin embargo, a unas horas del anochecer y tras estar en el camino desde antes del alba sin hacer ni una sola parada, Yozak había visto como Yuri luchaba por mantener sus ojos abiertos. No pudo convencerle de parar, y sólo accedió a montar con él en su caballo para poder echar una cabezada tras estar a punto de dar con sus huesos en el suelo. Suspiró al ver el inicio de un pequeño camino de tierra. Sabía que el joven rey tenía que pasar por ello, que tanto sufrir como ser feliz era parte de la vida... pero algo en su interior le hacía querer protegerle. “Tan sólo es que me siento identificado con él”, se repetía a si mismo, “a mi me hubiera gustado que alguien hubiera hecho esto por mi”.

- Yuri, despierta. – Le susurró delicadamente, intentando despertarlo sin sobresaltarlo. – Ya casi hemos llegado. – Sin embargo, el joven estaba tan profundamente dormido que, por mucho que Yozak lo intentó, no hubo manera de despertarlo. Así pues, decidió dejarle dormir lo que quedaba de camino. Tan sólo despertó cuando, al acabar de repente el bosque, un grito les detuvo. Frente a ellos, envolviéndolos en un semicírculo, se encontraban si no todos, la mayor parte de los habitantes del pueblo. Todos tenían a mano algún arma, aunque su expresión no era abiertamente hostil. Por suerte, y gracias a que allí ya conocían al pelirrojo, inmediatamente dejaron las armas y acudieron a darles la bienvenida. Al principio Yuri estaba algo confuso: apenas acababa de despertarse y, de repente, se veía rodeado de extraños. Sin embargo, su confusión se disipó totalmente cuando de entre el tumulto aparecieron las dos personas a las que tanto deseaba ver. Cogidos de la mano, ligeramente temblando y con cautela, pero a la vez con paso firme, Conrad y Wolfram se dirigían hacia él. Un tumulto de sentimientos confusos le recorrió en un sólo instante. “Por Shinou,” pensó de repente, “esto va a ser mucho más difícil de lo que había imaginado.”


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