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Si tú estás conmigo... por Riwanon

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CAPÍTULO 20: UNA NUEVA VIDA, UN NUEVO COMIENZO.

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La puerta de la habitación, suavemente iluminada por las velas, se abrió. Arrastrando su peso, el otrora elegante soldado entró para dejarse caer pesadamente en la cama. Estaba agotado y eso que últimamente sus movimientos estaban más que restringidos. Esto le aburría soberanamente, pero sabía que era necesario. Cuando alcanzó su tercer mes de embarazo, Gisela pensó que no sería mala idea dejar que dirigiera los entrenamientos de sus soldados, con la condición de que no pasara demasiado tiempo en pie y se retirara a descansar en cuanto notara la necesidad. Wolfram estaba tan feliz que la única pega que pudo poner Conrad es que él mismo le acompañaría para asegurarse de que estaba bien. La noticia fue más que bien recibida por sus soldados, que no sólo iban a tener a su comandante de vuelta sino que, además, iban a poder entrenar con el mejor guerrero de todo Shin Makoku. Había sido una buena época, pero todo llegó a su fin cuando alcanzó el último trimestre. Fue entonces cuando Gisela le anunció que la diversión se había acabado. A partir de entonces lo único que podía hacer era dar paseos y descansar en los jardines. Entre todos se turnaban para hacerle compañía, lo que sólo conseguía irritarle aún más. ¿Por qué tenían que estar constantemente vigilándolo? ¡Él podía valerse por si solo perfectamente! Aunque, si tenía que ser sincero consigo mismo, tenía que reconocer que no podría haber seguido llevando los entrenamientos aunque le hubieran dejado. Últimamente siempre se sentía cansado, le dolían los pies y se quedaba dormido sin darse cuenta en los lugares más insospechados. Por no hablar de como su enorme barriga le impedía hacer cosas tan simples como ponerse adecuadamente las botas. Al menos podía consolarse con que, a pesar de todos estos pequeños inconvenientes, todo iba de maravilla. Su hijo crecía fuerte y sano y todos en el castillo esperaban su llegada con gran ilusión. A pesar de que Yuri les había insistido en que se mudaran a una habitación más grande, Conrad y Wolfram habían decidido quedarse en la que ya estaban. Aún así, Yuri renovó todo el mobiliario para que, al menos, hubiera sitio para los dos. A decir verdad, se estaba empezando a volver complicado encajar en la pequeña cama de Conrad a ambos y a la creciente barriga del rubio. También hizo limpiar la habitación contigua a la de ellos para convertirla en la habitación del bebé. Esta era casi más grande que la suya propia, llena de todo lo que iba a necesitar el pequeño cuando naciera e incluso montones de juguetes que no iba a poder tocar en meses, algunos quizá en años. También, poco a poco, habían empezado a aparecer montones de peluches de forma más o menos indeterminada, que con sólo mirarlos se podía saber quién los había tejido. El rubio casi lloró de felicidad cuando una mañana vio al primero en la cuna azul. Wolfram suspiró profundamente. Cada vez que veía la habitación sentía cada vez más el deseo de poder ver a su hijo durmiendo en su cunita y jugando con sus juguetes. En cierto modo, iba a echar de menos estar embarazado, sentir tan cerca de él a su hijo. Pero sabía que la felicidad que le esperaba merecería la pena. La puerta abriéndose le hizo volver a la realidad. Con su eterna sonrisa plasmada en su rostro, Conrad cerró silenciosamente la puerta tras de si y fue a sentarse a su lado.

- ¿Aún no te has puesto el pijama? ¿No tienes sueño? – Le preguntó con una leve nota de preocupación en su voz. Es cierto, era ya bastante tarde, pero ni se le había ocurrido pensar en ello. En cambio, le miró acusadoramente.

- ¿De verdad tienes que irte? – Conrad tuvo que reprimir la risa que luchaba por escapar de sus labios. Sabía que lo estaba preguntando muy en serio y que heriría sus sentimientos si se reía, aunque fuera por motivos totalmente diferentes a los que él pensaba. – Ya estoy de ocho meses y medio, nuestro hijo podría nacer en cualquier momento.

- No te preocupes, sólo será un día. Pasado mañana a primera hora estaré aquí. No pasará nada.

- Aún así... aunque sea poco probable... no deberías de dejarme solo, es muy poco responsable de tu parte. – Le regaño con un gracioso mohín en sus labios.

- Tengo que ir, Gwendal me lo pidió expresamente. – Dijo mientras intentaba tranquilizarlo besando sus cabellos. – Además, aquí en el castillo estarás cualquier cosa menos “solo”.

- No es lo mismo si no estás tú. – Sonriéndole, le besó los labios, dulce y suavemente.

- Yo también voy a echarte de menos, Wolfram. – Le susurró en el oído, mientras lo envolvía en un tierno abrazo, besando cada centímetro de su cara.


El silencio de la noche reinaba en la habitación, interrumpido únicamente por la acompasada respiración de su único ocupante. Era una habitación más bien pequeña, con tan sólo los pocos muebles indispensables, pero esto no preocupaba a su dueño. Tenía lo que necesitaba y eso le bastaba. Además, su trabajo le obligaba a pasar la mayor parte del tiempo fuera de la capital e incluso fuera del país, por lo que no le tenía especial apego. Tan sólo era un lugar más o menos cómodo y más o menos limpio en el que dormir tranquilo. Ciertamente, los barracones del castillo eran bastante silenciosos para estar habitados por soldados. Los que no se encontraban fuera festejando el final de la jornada, dormían profundamente tras un duro día de trabajo. No había muchos guardas por la zona, por lo que era relativamente fácil para cualquier habitante del castillo llegar hasta allí sin que nadie se diera cuenta. Los soldados eran buenos y estaban bien entrenados, si cualquiera abría su puerta ellos estarían listos y con la espada en la mano a tiempo. Pero Yozak era mucho mejor que eso. Por eso ya estaba alerta en cuanto escuchó unos pasos a la entrada del pasillo. Decidió no alertar a nadie, ya que bien podría ser un atacante tanto como un inofensivo “visitante nocturno” de algún soldado. Permaneció en su cama, fingiendo dormir, pero con la empuñadura de una daga firmemente agarrada en su puño. Poco a poco los pasos descendían por el pasillo, cada vez más cerca. Su cuerpo se tensaba al escuchar el sonido acercarse. De repente, los pasos se detuvieron justo delante de su puerta. Se volvió en la cama lo suficiente para poder observar que pasaba por el rabillo de ojo, pero que a la vez pudiera seguir fingiendo estar dormido. Hubo unos segundos de tenso silencio. ¿Podría ser qué quien sea que fuera estuviera dudando? Quizá sólo era alguien que se había perdido. Pero entonces oyó el pomo de su puerta girar. “¡Maldición, vienen a por mí!” pensó y, sin darle tiempo siquiera a cuestionarse quién podría ser o qué querría de él, se levantó de un salto hasta quedar justo detrás de la puerta. Chirriando, la puerta se abrió tan sólo lo suficiente para dejar pasar a una menuda figura al interior de la habitación. Sin darle ni un segundo para reaccionar, Yozak agarró al intruso con una mano mientras con la otra colocaba su daga en su garganta.

- ¡Ah! ¡¿Pero qué...?! – Tan pronto como gritó, supo quién era. Suspirando, soltó al muchacho que se había quedado de piedra al sentir el acero en su garganta. - ¡Yozak, me has asustado!

- Yuri, ¿qué haces aquí? – Preguntó sorprendido. No era que le molestara que el muchacho estuviese en su habitación, pero si le había sido posible salir de su habitación y recorrer medio castillo sin que nadie le detuviese habría que plantearse un par de asuntos de seguridad. Pero, sobre todo, no podía evitar preguntarse por qué estaba allí. Que razón podía haber llevado al joven rey a escabullirse en medio de la noche para ir a su habitación.

- Ehm... – Yuri apartó de repente la mirada, centrándola en sus pies, mientras jugaba con la manga de su pijama. No podía asegurarlo en la oscuridad, tan sólo con la luz de las estrellas que se colaba por la ventana, pero le había parecido verle sonrojarse. - ¿Puedo dormir aquí?

- ¿Eh? – La petición de Yuri le pilló desprevenido. Riendo suavemente en un intento de aliviar la tensión, Yozak se dirigió despreocupadamente a su cama. – Por mí no hay ningún problema, pero la cama es pequeña. No se porque alguien renunciaría a una cama tan grande como la tuya por esto, pero tú mismo.

- Yo... ahora que Wolfram no está, mi cama parece demasiado grande, demasiado fría. Yo... tengo frío...

- Tranquilo, niño, no hace falta ninguna excusa. Puedes venir aquí cada vez que quieras, pero la próxima vez avísame antes, ¿vale? – Actuando naturalmente, sin dejar traslucir el más mínimo nerviosismo, se volvió a meter en su cama. Cuando vio que Yuri seguía de pie en frente de la puerta, dio un par de palmaditas al pequeño hueco a su lado, llamándole. Con paso nervioso, el moreno se acercó a la cama, apartó las sábanas y se echó al lado de Yozak con cuidado de que sus cuerpos no se tocaran, lo que era muy difícil teniendo en cuenta el tamaño del mueble. El pelirrojo le miró extrañado. Estaba en el filo de la cama, de espaldas a él y obviamente tenso y nervioso. ¿Podría ser que...? Pero no, era imposible. Lo más probable era que Yuri se sintiera sólo. Conrad había estado todo el día fuera, en una misión, así que Yuri se había dedicado a ser la sombra de Wolfram. El llegar a su cama y verse otra vez solo debería de haberle afectado. Sí, seguro que sólo era eso. Decidió permanecer despierto, esperar a que Yuri se durmiera o, quizá, decidiera hablarle de sus problemas. Pero ninguna de las dos cosas ocurría y el tiempo pasaba y pasaba. Yuri seguía exactamente en la misma posición en la que se había echado y ni una pizca más relajado.

- Lo siento. – Dijo levantándose de repente. Sin siquiera mirarle a la cara, se dirigió hacia la puerta, pero antes de que pudiera llegar a ella Yozak le detuvo.

- ¿Qué te pasa?

- Esto... está mal y lo siento. Me voy ahora mismo. – Hizo un intento de soltarse, pero incluso antes de hacerlo sabía que iba a ser inútil. Yozak era mucho más fuerte que él.

- Vamos, Yuri, sabes que puedes contarme lo que sea. ¿Acaso tienes miedo de abusar de mi confianza?

- Mmmm...

- ¿Yuri?

- No lo sé... no sé que me pasa. – Respondió en un susurro. Cuando Yozak pudo ver su cara, vio que había lágrimas en sus ojos y que estaba rojo hasta las orejas. – Yo... me siento raro. No sé que me pasa, pero me siento raro cada vez que estoy... – Sus palabras quedaron en el aire, pero Yozak pudo entenderlas perfectamente, aunque a su cerebro le costaba asimilar toda la información. Era una situación tan irreal que temía que en cualquier momento pudiera despertarse. Pero tanto si era un sueño como si era real, tenía que hacer lo que iba a hacer. Porque todas las señales eran claras, porque no había manera de que esta vez fuera a salir herido.

- Quizá lo que te pasa sea esto, Su Majestad. – E, inclinándose levemente sobre él, unió sus labios en un tierno, suave y casi inocente beso. Podía sentir el pequeño cuerpo del muchacho temblando bajo él, como tímidamente intentaba responder el beso. Para Yozak, ese beso era algo simple, pero sabía que Yuri debía de sentirse flotando entre las nubes. Y aunque a él pudiera saberle a poco, también era algo muy importante. Despacio, se separaron el uno de otro, mirándose a los ojos, sin atreverse a decir ni una palabra temiendo que la atmósfera que se había creado a su alrededor pudiera romperse como una esfera de cristal. De repente, empezaron a escuchar pasos de gente que corría de un lado para otro por los pasillos. Alertado, le pidió a Yuri que esperara dentro de la habitación mientras iba a averiguar que estaba pasando. En cuanto salió se encontró con casi todos los soldados en fila, organizándose para lo que parecía una búsqueda. “Quizá ya hayan descubierto que Yuri no está” pensó.

- ¿Qué está pasando aquí?

- ¡Yozak! ¡Su Excelencia Wolfram requiere la presencia de Su Majestad, pero éste ha desaparecido!

- No os preocupéis, lo tengo localizado. – Tranquilizó a todo el batallón. Pero había parte de la frase que... - ¿Habéis dicho que Wolfram lo está buscando?

- Sí. Parece ser que su hijo está de camino... – Pero no pudo decir una palabra más cuando tanto Yozak como el joven Maou, que había aparecido de repente, salieron corriendo en dirección a las habitaciones del castillo.


Wolfram no podía dormir. Hacía ya varias horas que había decidido retirarse a descansar, pero aún no había logrado conciliar el sueño. Era una sensación horrible, porque notaba su cuerpo cansado a pesar de que su actividad había sido mínima pero no había nada que le trajera descanso. No podía evitar pensar en Conrad. Se sentía muy solo, a pesar de que Yuri había sido su sombra durante todo el día, y también estaba preocupado por su amante, por como estaría y cuanto tardaría en volver. Y por si todo eso fuera poco, llevaba toda la tarde con contracciones. No había sido doloroso, pero si molesto. Entonces no había estado preocupado, porque Gisela ya le había explicado que sólo era una falsa alarma, pero ahora estaba cada vez más inquieto. Aún no se atrevía a contarlas, pero podía notar perfectamente como poco a poco se iban haciendo más frecuentes e intensas. Y él estaba asustado, porque no podía ponerse de parto sin estar Conrad aquí. Él había contado con que su amante se encargaría de todo y estaría a su lado apoyándolo en todo momento. Pero ahí estaba él, solo en la fría habitación y sin saber que hacer. Mandar al primer guarda que encontrase buscar a Gisela hacía que el hecho de que el parto iba a ser ya fuese mucho más real, y eso le asustaba como nada antes lo había hecho. Por otra parte, él sabía que si su hijo había decidido que iba a nacer ese día no había nada que pudiera hacer para impedirlo. Y en ese caso iba a necesitar la ayuda de la sanadora. Una repentina contracción, más fuerte de lo que había esperado, hizo que terminara de decidirse. “Ya sabía yo que tenía un mal presentimiento,” murmuraba para sí mismo, “tenía que haberlo atado y no haber dejado que se fuera”. Pero ya no había remedio, así que se levantó con gran esfuerzo y fue arrastrando los pies hasta la puerta de su habitación. Al salir al pasillo se encontró con un guardia haciendo su ronda y se apresuró a llamarlo.

- Ve a buscar a Gisela y dile que necesito que venga tan rápido como pueda. Despierta también a mi hermano y a Su Majestad. – Dijo en el tono más autoritario que pudo conseguir dada su situación. Conrad no estaría, pero él no iba a pasar por esto solo. Cuando el soldado salió corriendo, volvió a entrar en su habitación justo a tiempo para volver a sentir ese dolor en su vientre que se estaba volviendo cada vez más intenso. Pensó en volver a echarse pero decidió que sería mejor dar paseos por la habitación mientras llegaba el resto. A los pocos minutos se abrió la puerta de golpe, dejando pasar a una Gisela que se había quedado sin aliento tras recorrer los pasillos a toda prisa.

- Échate sobre la cama, voy a examinarte. – Le ordenó a la vez que dejaba una pesada bolsa en el suelo, seguramente llena de instrumental médico. Wolfram obedeció sin rechistar, no queriendo dificultar el trabajo de la mujer y, aunque jamás lo admitiría, tremendamente asustado por lo que le estaba pasando. Durante el embarazo había tenido tantas cosas por las que preocuparse que no había tenido tiempo de hablar con nadie sobre lo que supondría tener un hijo. Sabía como iban a ir los nueve meses de gestación y también conocía como iba a ser su parto, pero en ningún momento se había parado a pensar en lo que vendría después. – Bien, no te preocupes Wolfram, parece que vas a tener un parto natural. Calculo que aún faltan algunas horas hasta que el bebé empiece a salir. – Wolfram suspiró aliviado. “Todo va a ir bien”, se repetía una y otra vez, “aunque Conrad no esté todo va a salir bien.”

- ¡Wolfram! – De repente la puerta se abrió dando un sonoro golpe contra la pared. Gwendal y Günter fueron corriendo a su lado, con la preocupación escrita en sus ojos. En los de Gwendal, además, podía adivinarse una vaga sensación de culpabilidad. Wolfram podía adivinar que se arrepentía de haber mandado a Conrad fuera, aunque, por una vez, no hubiera sido con la intención de separarlos en un momento tan importante. El rubio les sonrió a ambos.

- Estoy bien.

- Todo va a ir perfectamente. – Les aseguró Gisela. – Quedaos con él, voy a ir a despertar a las criadas para que me ayuden a preparar todo lo necesario. – Y con esas palabras salió por la puerta, cerrándola suavemente tras de sí. Wolfram miró a Gwendal y después a Günter. Aún les quedaba mucha noche por delante, pero al menos ya no estaba solo. Ahora podía sentirse un poco mejor. Lo único que le faltaba era que ese enclenque apareciera de una vez.


Era curioso como el tiempo no siempre transcurría al mismo ritmo. Un día entero podía pasar en un suspiro igual que unas pocas horas podían hacerse eternas. A Yuri nunca le había parecido que la noche tuviera demasiadas horas. Al menos hasta la noche en la que Wolfram se puso de parto. Hacía ya horas desde que Gisela había decidido echarlos a todos al pasillo y, aún así, no había aún ninguna señal de que el niño hubiera decidido salir aún, tan sólo algún grito aislado del rubio cuando tenía alguna contracción un poco más fuerte que el resto. Parecía que el momento en el que había decidido ir a la habitación de Yozak hubiera ocurrido años atrás. Ahora estaban sentados él uno al lado del otro en el frío suelo de piedra, intentando mantener la vista al frente. De vez en cuando, no podían evitar intentar espiar a su compañero por el rabillo del ojo, para apartar la vista rápidamente cuando se veían descubiertos. Por supuesto, este juego pasaba completamente desapercibido para Gwendal, que tejía nerviosamente apartado de ellos (horas atrás había decidido que lo mejor que podía hacer era sacar sus agujas y lana y seguir tejiendo peluches para su sobrino) y mucho más para Günter que no paraba de andar arriba y abajo de pasillo divagando en voz alta sobre la vida y demás cosas a las que apenas había conseguido prestar atención cinco minutos. Cada vez que un guardia pasaba por el pasillo todos se quedaban estáticos, esperando noticias, pero hasta ahora todos habían pasado sin una palabra. Habían ordenado que tan pronto como divisaran el escuadrón de Conrad en el horizonte viniera alguien a avisarles. El caballo de Günter estaba preparado para ir a su encuentro y hacer que llegase al castillo a toda prisa. Pero era demasiado temprano, ni siquiera había aún en el cielo rastro alguno de la tenue claridad que precedía al amanecer. El tiempo pasaba muy lento y lo único que podían hacer era mirar las piedras de la pared mientras los gritos provenientes de la habitación se hacían más frecuentes e intensos. Cada grito de rubio le atravesaba el alma y Yuri no podía dejar de moverse inquieto, dudando entre quedarse allí quieto, ponerse a dar paseos o irse. Una mano se posó sobre su hombro, dándole seguridad. La brillante sonrisa de Yozak le decía que todo saldría bien. Fue entonces cuando empezaron a oír la voz de Gisela gritando instrucciones a todo el mundo, animando a Wolfram: “¡Venga, que ya viene! ¡Empuja!”. En ese momento todos se tensaron incluso aún más, las agujas dejaron de moverse y Günter paró en seco. Ya quedaba poco. Todo había ido mucho más rápido de lo que habían esperado. Los gritos de dolor de Wolfram inundaron el pasillo, ya ni siquiera se podía escuchar a Gisela. Nadie se atrevía a moverse ni un milímetro, mirando expectante la puerta de la habitación. Y entonces lo oyeron. Justo en el momento en el que los gritos cesaron escucharon lo que tanto habían estado esperando. Ni en sus sueños hubieran imaginado que iba a ser un sonido tan hermoso, un momento tan mágico. En la habitación se escuchaba el llanto de un bebé. Todos en el pasillo se quedaron maravillados ante este sonido, sin poder asimilar del todo que en esa habitación había una nueva vida. Yuri y Yozak se pusieron en pie de un salto, pero justo cuando se disponían a entrar, una de las sirvientas salía.

- Lo siento, pero todavía no podéis pasar. – Dijo firmemente en cuanto los vio. Ellos abrieron la boca para protestar, pero la joven les cortó antes de que pudieran pronunciar una sola palabra. – Son órdenes estrictas de lady Gisela. – Y sin decir nada más se marchó pasillo abajo. Los cuatro hombres se quedaron paralizados miles de preguntas pasando por sus mentes. Y si algo había salido mal. Después de todo no se les ocurría otra razón por la que Gisela no quisiera dejarles pasar. Por suerte la puerta volvió a abrirse en seguida. Esta vez la propia sanadora salió de la habitación, con una enorme sonrisa en sus labios.

- ¿Qué ha pasado? ¿Están bien? – Le asaltaron a preguntas antes de que siquiera pudiera abrir la boca. Sorprendida, se apresuró a asentir con la cabeza.

- Los dos están perfectamente, no os preocupéis. Vamos a intentar dar de comer al bebé antes de Wolfram se duerma. Necesita descansar. – Les tranquilizó con su voz suave y tranquila. Pero uno de ellos no estaba del todo convencido.

- Entonces, ¿por qué no podemos pasar a verle? – Preguntó Yuri.

- Ya os he dicho que necesita descansar.

- Eso ya lo sé. No voy a molestarle, sólo quiero ver como está. – Casi le suplicó Yuri. Gisela pareció dudar un segundo antes de contestarle.

- Él mismo me ha pedido que no deje pasar a nadie. Quiere esperar a que llegue Conrad. – Dijo finalmente, apartando la mirada. – Pero no os preocupéis, no es por nada malo. Tanto él como el bebé están bien. – Justo en ese momento vieron aparecer por el pasillo a la misma sirvienta que habían visto irse antes. En sus manos llevaba un biberón ya listo y lleno de leche caliente. En cuanto llegó se dirigieron las dos de nuevo al interior de la habitación. – Por cierto, - se volvió en el último momento, - ha sido niño.

- Justo como Wolfram pensaba. – Rió Yuri por lo bajo. Los otros le miraron con expresiones confusas. Su cara mostraba la sonrisa más alegre y llena de luz que jamás habían visto. – Cuando Wolfram hablaba del bebé siempre se refería a él como “su hijo”. Un día le pregunte que como podía saber que iba a ser un niño. Él simplemente me respondió “esas cosas se saben”, así que nunca llegué a creérmelo de todo. Pero tenía razón.


El golpear de los cascos de su caballo contra en duro suelo de tierra resonaba en sus oídos. El viento en su cara le hacía entrecerrar los ojos, pero no le importaba. Galopaba tan rápido como su caballo le permitía. Había dejado atrás a sus soldados, incluso a Günter quién había ido a recibirlo antes de que hubiesen entrado en la ciudad, pero no podía permitirse perder ni un segundo. Ni siquiera podía pensar en otra cosa que no fuera en llegar hasta el castillo tan rápido como pudiera. El corazón le palpitaba desbocado en su pecho. Tan pronto como llegó a las puertas, que le esperaban abiertas, dejó su caballo al cuidado de los guardias y entró corriendo en el castillo. Nunca antes se había fijado en lo grande que era el patio, ni en lo largos que eran los pasillos. Aún así corrió sin disminuir su ritmo, la gente apartándose como podía de su camino. Sin embargo, nadie podía culparlo. La noticia ya se había extendido por todo el castillo y sabían que en lo único en lo que podía pensar el muchacho ahora era en llegar hasta el piso donde estaban todas las habitaciones de la nobleza. Solo paró cuando vio a Yuri, Yozak y Gwendal sentados frente a la puerta de la habitación a la que se dirigía. Les miró interrogante. Había esperado que estuvieran todos dentro, haciéndole compañía a Wolfram.

- No quería que ninguno de nosotros lo viera antes que tú. – Le explicó escuetamente Yuri. Él sonrió. Era tan propio de su niño mimado hacer algo como dejar a todo el mundo esperando en la puerta por un capricho suyo. Y, sin embargo, no podía evitar sentirse feliz. Sin una palabra, se volvió hacía la última barrera que lo separaba de lo que más quería en el mundo. Abrió la puerta y pasó a la habitación.

- Conrad. – La voz pronunció su nombre casi en un susurro, pero con toda la ternura y la felicidad que podía albergar una persona en su interior. La visión que se presentaba ante él era casi irreal. Bañado por la suave luz que se colaba entre las cortinas de la ventana, Wolfram, su ángel rubio vestido con un ligero camisón blanco, le sonreía. En sus brazos sostenía un pequeño bulto envuelto en sábanas. Lentamente, Conrad se acercó a la cama en la que reposaba. Los ojos del rubio estaban fijos en la pequeña criatura que tenía en sus brazos, a la que le estaba terminando de dar el biberón. Perfecto. Esa era la única palabra en la que podía pensar Conrad. Ese momento era perfecto. Sentándose a su lado, rodeó los hombros de Wolfram con su brazo y contempló a la personita que este sostenía. Su hijo. Casi no podía creerlo.

- Es un niño. – Le informó, manteniendo siempre un tono de voz bajo para no molestar al bebé. Conrad asintió, besando la dorada cabeza que se apoyaba en su hombro. – Hace un rato me he dado cuenta de que aún no hemos pensado ningún nombre.

- No te preocupes, ya pensaremos en algo.

- Yo... he pensado que, como es un niño, podríamos llamarle Dunheely... como tu padre. Si tú quieres, claro. – Conrad se sentía al borde de las lágrimas. La única respuesta que Wolfram obtuvo fue un beso en los labios y una sonrisa que reflejaba toda la felicidad que sentía ahora mismo su amante. Un gruñido le sacó de su ensoñación y entonces vio que el biberón que tenía en su mano estaba vacío. Dejándolo en una de las mesitas de noche, volvió toda su atención al bebé. – Muy bien, pequeño. Ven, quiero que conozcas a alguien. Es la persona de la que te he estado hablando toda la mañana. – Apartó un poco las sábanas que lo cubrían para que Conrad pudiera contemplar su rostro. El pequeño era la viva imagen de Wolfram, con sus pocos cabellos rubios como el Sol. Wolfram se lo tendió para que lo cogiera entre sus brazos. – Vamos, mi niño, abre los ojos. Tu papá ha vuelto. – Como por arte de magia, el bebé empezó poco a poco a abrir los ojos. Cuando lo vio, no pudo evitar una exclamación de asombro. En el pequeño rostro, unos ojos idénticos a los suyos le miraban con curiosidad.

- Es... es... mío. Era casi imposible... – dijo entrecortadamente.

- He estado casi nueve meses intentando convencerte de todas las maneras posibles, pero no me hacías caso. ¿Ves como tenía razón? – Dijo burlonamente el rubio, mientras le sonreía dulcemente. Recuperándose de la sorpresa, Conrad le devolvió la sonrisa. Volvió la mirada a su pequeño, que apenas podía mantener los ojos abiertos y había empezado a quedarse dormido en sus brazos. Era un momento mágico, perfecto e irrepetible. Wolfram apoyó su cabeza en su hombro, perdido también en la contemplación de su pequeño angelito. Conrad besó la frente de su hijo antes de que se durmiera del todo y, volviéndose, besó a Wolfram en los labios. Era imposible sentirse más feliz. Después de todo, esto era el comienzo de una nueva vida para los tres.

 

FIN

Y eso fue todo. Después de unos dos años con este fanfic, este es el fin. Espero que os haya gustado y quiero dar las gracias a todos los que habéis leido hasta aquí, especialmente a aquellos que me habéis dejado rewiers, quiero deciros que vuestros comentarios me han animado muchísimo a lo largo de este tiempo. Y, bueno, ¡nos volveremos a ver! Porque aunque ahora voy a trabajar en mi historias originales no dejaré de escribir fanfics tan facilmente ;).

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