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La Flecha rota por Akai_Minina69

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Notas del fanfic:

Ahora que vuelvo a escribir aquí, quiero hacerlo subiendo originales; nunca dejé de escribir, sólo dejé de hacerlo en esta cuenta.

Esta historia que les traigo la escribí hace un tiempo, aunque en su versión original Caleb es mujer jaja pero quise subirlo aqui porque, creo yo, la trama es buena y cambiarle el género a quien era inicialmente Caleb, no afecta en nada el desarrollo de la historia.

Sin más, los personajes son míos y aunque la historia fue escrita en el 2015, jamás había visto la luz hasta ahora.

Si ya llegaste hasta aquí, dame la oportunidad de conocerme leyendo la siguiente historia (:

La Flecha Rota.

 

Respiraba profundamente... exhalaba. Su mirada se encontraba fija en el centro blanco de la diana que se encontraba a diez metros de él. Con la cuerda del arco tensa y la flecha inmóvil, apuntando al frente, Caleb se encontraba en completo silencio en el dojo de arquería de su escuela. Ocasionalmente se escuchaba algún grito de algún alumno que se encontraba todavía en el patio de la escuela, pero ya había pasado un par de horas desde la salida oficial y la escuela estaba prácticamente vacía. Inhaló una vez más..., y al exhalar, la flecha salió disparada de su arco y se clavó justo entre la línea que dividía los colores blanco y rojo de los aros de la diana; un milímetro más al centro y hubiera acertado.

–Tsk...

Sin perder más tiempo, se llevó una mano a la espalda y tomó de la aljaba de piel otra de las varias flechas que ahí cargaba. Esta vez respiró más rápido y soltó la flecha, fallando mucho más que la vez pasada: dos aros de distancia del centro.

–No creo que respirando más rápido logres acertar si no lo lograste respirando lentamente...

Caleb volteó ligeramente la cabeza y vio a quien le hablaba. Había debajo del marco de la puerta de entrada al dojo un muchacho de ojos azules vestido informalmente, con una cinta de un azul más oscuro que sus ojos amarrada en la muñeca derecha. Tenía una mochila al hombro y una correa que le atravesaba el pecho de derecha a izquierda.

–¿Tú quién eres? –preguntó Caleb, secamente.

–Me llamo Leonardo, mucho gusto –se presentó Leo caminando hacia él para extenderle la mano a modo de saludo, pero Caleb solamente lo miró llegar, y cuando estuvo frente a él, éste volvió a estirar los brazos y tensar el arco con una flecha atravesándolo, lista para salir disparada.

–No se permiten espectadores en el dojo –dijo Caleb después de un momento, luego de que la flecha se clavara con fuerza en el segundo aro del centro hacia afuera, atribuyendo su fallo a la presencia indeseada de aquel muchacho.

–No soy un espectador, entrenaré aquí –sentenció Leo, con tranquilidad.

–¿Cómo que vas a entrenar aquí? –replicó Caleb, encarándolo con un notable tono de irritación en su voz.

–Así es –respondió Leo con aquella misma tranquilidad; dejó que su mochila se resbalara de su hombro al suelo y después se descruzó la correa frente a él para dejar ver que tras su espalda traía cargando un par de espadas guardadas en un estuche doble–. No sé quién habrá autorizado que el gimnasio de la escuela fuera sede de los preparativos para el baile de San Valentín, así que los deportistas se trasladaron a mi dojo, y nos dijeron a los de kendo que podíamos usar el dojo de arquería si queríamos entrenar, o bien no hacerlo; de todo modos nos darán los créditos extracurriculares –explicó Leo.

Caleb torció levemente la boca y miró a la diana donde sus tres flechas se disputaban por ver quién llegaba más al centro. El dojo de arquería era diferente al de kendo; el de kendo era completamente cerrado, con pisos y paredes de maderas. El de arquería era similar, salvo que la mitad del espacio estaba al aire libre, con pasto donde se colocaban las dianas sobre sus tripies. Caleb siempre disparaba sus flechas desde el borde de madera.

 

–¿Cuántos más van a venir? –espetó Caleb, con desprecio en su voz.

–Te dije que nos acreditarán, aunque no entrenemos; nadie más vendrá.

El ceño del chico apenas de desfrunció. Tener a un extraño invadiendo el único espacio propio que podía tener para entrenar después de clases, eso sí que lo irritaba. Pasó por un lado de Leo y se posicionó justo al centro del dojo. Miró una vez más a Leo y volvió a tensar la cuerda de su arco.

–¿Y dónde entreno yo? –preguntó Leo con las espadas enfundadas cargadas con la mano derecha, viendo claramente que Caleb se colocaba justo al centro para abarcar todo el espacio.

–¿Y por qué tendría que saberlo yo? –repuso Caleb, y soltó la flecha. Ésta ni siquiera tocó la diana. Se clavó en el pasto antes de llegar a ella. Caleb miró asombrado su fallo. Después, su furiosa mirada pasó a la azul de Leo, quien lo miraba esperando la respuesta de su pregunta.

–¿Y bien? –preguntó de nuevo, Leo.

–Me desconcentras –replicó Caleb, inclinando su cuerpo hacia el muchacho.

–No fue mi culpa que fallarás –se defendió Leo, respondiendo un poco a la ofensiva únicamente porque la actitud del chico hacia él había sido agresiva desde el momento en que lo vio parado en la entrada del dojo.

Caleb no dijo más. Volvió a su lugar al borde del escalón de madera que lo separaba del pasto y sacó otra flecha; únicamente le quedaban tres en la aljaba. Al volver a lanzar una flecha, ésta se clavó como la primera vez: en la línea que dividía el rojo con el blanco.

–Eres bueno en esto –dijo Leo con amabilidad, pero Caleb no lo tomó así.

–¿No habías dicho que no eras un espectador? –replicó Caleb, apoyando su arco sobre su hombro.

Leo se volteó, sacó las espadas de su estuche, dejó el estuche recargado en la pared y salió del dojo. Caleb resopló molesto. Era obvio que no lo había ahuyentado pues había dejado sus cosas; volvería y tendría que compartir su espacio personal con él por catorce días, hasta el día culpable de esta invasión…

 

La hora de cerrar llegó unas horas después. El dojo debía desocuparse a las ocho de la noche en punto, y la llave debía ser entregada al encargado a tiempo; toda falta sería sancionada. La vez que Leo había salido del dojo un momento, había sido para cambiarse de ropa por la del uniforme para kendo, el cual había conservado hasta la hora del cierre.

Apenas habían pasado unas horas desde que Caleb supo que sus tardes en el dojo serían compartidas y aún no lo aceptaba. A pesar de que el único sonido que Leo hacía era el de sus espadas blandiéndose en el aire, para él era como si se le hubiera arrancado de las manos lo más bello que tenía en la escuela: practicar arquería con él misma, nada más.

–¿Te ayudo? –preguntó Leo, yendo hacia Caleb, que en ese momento bajaba la cortina de metal que servía para que la parte donde estaba el suelo de madera del dojo no se dañara con las tempestades del clima. Las dianas ya se habían colocado recargando una tras otras sobre la pared, al fondo.

–No –repuso Caleb, usando todo el peso de su cuerpo para que la pesada cortina cediera y se bajara.

Leo no obedeció y prácticamente se colgó de la cortina de metal, haciendo que ésta cayera de un golpe al suelo. Caleb le rodó los ojos y procedió a colocar uno de los dos candados para que la cortina se quedara en su lugar.

–¿Puedo…? –preguntó Leo intentado tomar el otro candado cerca de los pies del chico agachado, pero Caleb lo tomó y retiró al otro lado de él, en el suelo.

–No.

La actitud de Caleb obligaba a Leo a hacer lo contrario a lo que él quería: en lugar de alejarse, Leo intentaba acercarse más. Esto a Caleb lo frustraba todavía más que tener que compartir su dojo.

–¿No te dicen nada por los piercings? –Caleb tenía tres piercings que formaban una línea en la parte alta de la oreja derecha.

–No –repuso Caleb colocando el último candado. Se levantó y fue por sus cosas en la esquina contraria a donde estaban las de Leo.

La única luz que había en el dojo estaba por ser apagada. Leo tomó sus cosas también y fue a donde Caleb, que lo esperaba bajo el marco de la puerta de entrada. Ya había oscurecido y solamente el sonido de los grillos cantando se escuchaba. El camino hacia el almacén fue en completo silencio, las únicas palabras que intercambiaron fueron las de Caleb diciéndole a Leo que no era necesario que lo acompañara hasta el almacén a dejar las llaves, pero Leo hizo caso omiso. La despedida fue breve: Un “Hasta mañana” de parte de Leo, y silencio de parte de Caleb.

 

Al siguiente día, Caleb llegó al dojo con la misma actitud que el día de ayer. Leo aún no llegaba, lo cual agradeció, pues así podía preparar las dianas en su lugar sin sentirse en zona departamental, con un “¿Te ayudo en algo?” a cada rato, como si de una tienda de ropa se tratara. Estaba colocando la primera diana en su tripie sobre el pasto cuando se preguntó cómo es que haría la tarea que le habían dejado ese día en sus materias, pues él acostumbraba preparar el dojo para entrenar sólo después de haber terminado con sus deberes; ahora con ese muchacho ahí, no podría ni hacer su tarea en paz. Para cuando terminó de acomodar todo, Leo llegó, esta vez ya lucía su uniforme para el kendo.

–Hola –saludó Leo. Caleb lo miró con un ceño desfruncido, pero no saludó y volvió su vista a su mochila, de la cual sacaba libretas y bolígrafos para hacer su tarea– ¿Tú levantaste la cortina solo?

–Siempre lo hago –repuso Caleb, cortante. Sin verlo.

–¿A qué horas llegas? Te ayudaré la próxima vez.

–¿Qué, crees que la arquería no demanda tanto esfuerzo físico como el kendo, y por ende no tengo la fuerza suficiente para levantar una simple cortina metálica por mi cuenta? –espetó Caleb, con notable enojo en su voz, pero sin molestarse en voltear a verlo.

–No, para nada –se apresuró a decir Leo–, no quise…

–Puedo hacerlo yo solo.

–Eso lo sé, pero quiero ayudarte –Caleb no pudo evitar levantar levemente la vista hacia él, pero no mostró cambio en su rostro neutral, y volvió a su tarea– ¿Ya comiste?

–Ya.

–Yo no; iré más al rato… Por cierto, no sé cómo te llamas…

–… Caleb.

–Nunca lo había escuchado; ¿qué significa? –y hasta ahí llegó la conversación, pues Caleb ya no respondió.

Al parecer Leo pensó lo mismo que Caleb, pues también se puso a hacer la tarea en el suelo del dojo. Caleb terminó antes que él; guardó sus cosas en su mochila y tomó el arco que estaba a su lado, se colocó la aljaba llena de flechas y se la colgó en la espalda. La práctica de la respiración lenta empezó, era lo único que se escuchaba junto con el sonido del bolígrafo por las hojas que Leo tenía. Después de que nueve flechas de clavaran en distintos puntos de la diana, Leo bostezó exageradamente, distrayendo a Caleb.

–Iré a comer, ¿no vienes? –avisó Leo.

–Te dije que ya había comido –repuso Caleb dándole la espalda.

–Está bien, ya vengo, ¿te puedo encargar mis cosas? –preguntó Leo acercándose un poco a él.

–No tienes por qué encargarme nada; se supone que nadie más que yo deberá estar aquí –espetó Caleb, volviendo a él su tono grosero de hablar.

Leo se encogió de hombros y se fue. “Te traeré una botella de agua” avisó Leo a Caleb, y salió del dojo. Pasaron los mejores quince minutos que Caleb había tenido desde que Leo había llegado, pues estaba solo; entonces, el celular sonó, y no el de él. Caleb gruñó y volteó a la mochila de Leo, como si con eso lograría que el celular se callara, pero como eso no pasó, Caleb se vio tentado a ir y apagar esa cosa, pero se detuvo.

–Tranquilo… –se dijo, intentando no perder la calma que esos quince minutos solo había conseguido… pero el celular no se callaba– Ya estuvo bueno…

Metió la mano en la bolsa del costado y vio quien marcaba. Un sentimiento extraño le llegó de golpe al estómago: el nombre del contacto era “Preciosa”.

–Oye… –Caleb volteó asustada hacia la puerta, donde vio a Leo que lo veía con su celular en la mano, el cual seguía marcando con un tonito irritante, agudo y repetitivo.

–Calla esto –le dijo Caleb cortante y reponiéndose del susto, estirando la mano con el celular. En cuanto Leo lo tomó, la llamada se perdió. Caleb vio la sonrisa que en el rostro de Leo se formó.

–Ya marcará luego… –miró a Caleb y éste, dándose cuenta que veía a Leo como si esperara una explicación de quién era esa tal “Preciosa”, se volteó de inmediato a las dianas con sus flechas–. Ten –dijo Leo, dándole una botella de agua a Caleb, quien volteó y la tomó casi en automático y luego se fue a su lugar, agradeciendo casi de manera inaudible.

El entrenamiento por parte de ambos se reanudó por aproximadamente una hora más; entonces, el celular de Leo volvió a romper el silencio. Leo contestó:

–Hola, preciosa –Caleb mantenía su vista en el centro de la diana, pero al escuchar el saludo que daba Leo, algo en él la hizo empezar a parpadear repetidas veces.

Leo soltó una carcajada, seguida de un “entonces en la noche”; Caleb sintió una vez más esa sensación incómoda en el estómago, tanto así que incluso tuvo que dejar a un lado el arco para tomar la botella de agua que Leo le había traído y darle un trago a ésta. Cuando Leo colgó, se encontró por una milésima de segundo con la mirada de Caleb, pero al acto éste se volteó, dejó la botella en el suelo y volvió a tener el arco entre sus manos.

A pesar de que no falló gran cosa con las flechas, Caleb estaba distraído. La risa de Leo en el teléfono era algo que revoloteaba en la cabeza de Caleb, y todas las veces que se reproducía en su cabeza, él intentaba dejar de pensar en ello, pero simplemente no podía. Escuchar reír a Leo era algo nuevo para él; Leo siempre tan amable y atento, y sin embargo jamás lo había escuchado reír, ¿Quién era esa tal “Preciosa”?, ¿Leo con novia?, ¿Por qué no? Era amable y atento… amable y atento… y guapo…

¡ZAZ!

La flecha de Caleb salió disparada tras ese último pensamiento y fue directo a una de las patas del tripie de la diana, tirándola. Caleb contempló la diana bocarriba sobre el pasto, con apariencia de alfiletero por todas las flechas en ella.

–¿Estás bien? –se escuchó la voz de Leo. Caleb volteó con él.

–Sí.

–¿El pasto no daña el tripie? –esa pregunta hizo reaccionar a Caleb, quien dejó el arco en el suelo y de un salto pisó pasto y llegó a la diana.

La diana se había salido de su base en el tripie, por lo que Caleb levantó el tripie con una mano y la diana con flechas con la otra mano. Dejó al tripie parado en su lugar y cargó de regreso al interior del dojo la diana. Se sentó en el escalón de madera y comenzó a sacar las flechas clavadas, una a una. Leo se sentó a su lado.

–¿Por qué colocas dos dianas y sólo apuntas a una? –preguntó Leo, pero sin esperar realmente que Caleb le respondiera. Al no recibir respuesta, Leo estiró los brazos hacia atrás y recargó su peso en ellos, mirando al frente, a la otra diana.

–… Intento… –Leo volteó con Caleb– Intento lanzar dos flechas al mismo tiempo.

–¿Eso es posible? –preguntó Leo un poco sorprendido, imaginándose cómo sería aquello.

–¿Es posible pelear con dos espadas al mismo tiempo, pero no lanzar dos flechas al mismo tiempo? –repuso Caleb, jalando de la flecha para que la punta se liberara de la diana.

–Okey, ya entendí… yo quiero ver cuando lo logres… –Caleb sólo lo volteó a ver un momento–. Te ayudo… –dijo Leo, intentando tomar la diana.

–No.

–¿Qué tan difícil puede ser? –Caleb volteó a verlo con actitud retadora.

–¿Disculpa? –espetó. Leo sonrió.

–Nada, no dije nada –repuso Leo, con una sonrisa que parecía ir en aumento.

–¿No es difícil qué? ¿La arquería?

–No dije eso –respondió Leo empezando a transformar esa sonrisa en una ligera risita.

A pesar de que Caleb empezaba a sentir algo parecido a nervios por ver que Leo no sólo sonreía, sino que reía, el hecho de que pareciera que Leo decía que la arquería era fácil hacía que Caleb empezara a enojarse.

–Fácil es blandir por doquier dos espadas y pretender que sabes usarla –replicó Caleb, sacando con fuerza otra flecha de la diana.

–Oye, yo no dije que la arquería fuera fácil –se defendió Leo, borrando un poco su sonrisa–; y lo es, si la comparas con el kendo –Caleb enfureció.

–La arquería requiere de puntería, disciplina, concentración y dedicación; el kendo requiere de dos manos para mover de un lado al otro las espadas.

–Por favor, no podrías conseguir la armonía de las dos espadas ni aunque se te fuera la vida en ello –repuso Leo, quien extrañamente volvía a él su sonrisa; todo lo opuesto a Caleb.

–¿Ah, sí? –repicó el arquero, dejando la diana con flechas a un lado, poniéndose de pie– En cuanto te demuestre tu error, tendrás que irte de mi dojo, ¿hecho? –Leo lo imitó y se puso de pie.

–Y si fallas y demuestro que la arquería es más sencilla, tú tendrás que retirarte del dojo a las seis de la tarde y no a las ocho, desde hoy y hasta que recupere mi propio dojo; ¿hecho? –Caleb echó ligeramente la cabeza hacia atrás.

–No tengo por qué hacer eso; éste es mi dojo –replicó.

–¿Miedo?

–Por supuesto que no.

–¿Hecho?

–Hecho.

 

Minutos después ya estaban en el centro del dojo, en la parte de madera. El arco de Caleb descansaba en la pared paralela a las dianas sobre el pasto.

Caleb se tomó su tiempo para sentir el peso de las espadas en sus manos, ver la mejor forma de sujetarlas y de mover las muñecas. Empezó a moverlas de un lado a otro, imitando lo poco que había visto hacer a Leo; éste, en cambio, sonreía al ver a Caleb con sus espadas. Por otro lado, Caleb realmente observaba e imaginaba el uso de las espadas en un duelo, aunque fuera un duelo de exhibición; por un instante pensó en el momento en el que tendría que prestar su arco para que Leo lo utilizara, y se tomó la libertad de pensar que eso realmente no le molestaría si era Leo, y sólo él, quien tocaba su arco y flechas. Cuando Caleb notó la sonrisa de Leo, algo en él lo hizo sonreír.

–¿Listo? –preguntó Leo, estirando una mano para que Caleb le diera una de sus espadas. Caleb entendió y le dio la de la mano izquierda. Leo la tomó con la derecha.

–¿Será un duelo? –preguntó Caleb, empezando a emocionarse ligeramente.

–Algo así, Caleb –dijo Leo, tomando su espada con ambas manos–, será mi defensa contra tu ofensa.

–¿Eso quiere decir que sólo yo atacaré? –preguntó Caleb, pensando aprovechar esta oportunidad para utilizar toda su fuerza en contra de Leo. De esa forma se libraría de él.

–Así es.

Caleb sonrió con sutileza y empuñó la espada a su propio modo; Leo lo notó y pensó que, si no supiera que Caleb era arquero, hubiera pensado que realmente sabía usar la espada.

–Cuando estés listo.

Caleb sonrió y apoyó un pie más atrás que el otro; entonces atacó. De un par de pasos llegó y casi literalmente bateó con la espada con una fuerza increíble; la fuerza en sus brazos se debía al estiramiento del arco día con día. Eso Leo no se lo esperaba y sintió que sus muñecas se doblaban de más, por lo que tuvo que hacer gran esfuerzo para sostener ese golpe y luego aventar la espada de Caleb para que se retirara.

–¿Demasiada fuerza para un arquero? –preguntó Caleb sonriéndole muy levemente, cuando se vio obligado a retirarse por la defensa de Leo.

–Sólo un poco –repuso Leo sonriendo más ampliamente que el arquero.

Caleb volvió a atacar en forma de bateo, pero esta vez Leo se defendió sin ningún problema y con su fuerza hizo que Caleb se retirara de nuevo. Caleb sonrió, esto era divertido. Intentó algo nuevo y giró sobre la punta de sus pies una vez antes de atacar a la altura de la cadera de Leo; éste se vio sorprendido por eso y solamente logró interponer su espada para que la de Caleb no lo llegara a tocar.

–No está permitido hacer eso –dijo Leo, haciendo la espada de Caleb a un lado.

–¿Qué cosa? –preguntó Caleb, consiente del golpe bajo que había dado.

–No puedes atacar el cuerpo del oponente; sólo su arma, la espada no tiene funda en un duelo de exhibición.

–Entonces vete de mi dojo –repuso Caleb con sencillez, cada vez más divertido por empezar a dominar la “especialidad” de Leo.

–¿Seguro que es por eso que atacas con agresividad? –Caleb sonrió sin darle importancia hasta que Leo preguntó de nuevo– ¿No es por la llamada de hace rato? –Caleb borró su sonrisa.

–No entiendo qué tiene que ver eso con esto –dijo el chico, antes de volver a atacar con un golpe permitido. Leo soltó una pequeña risa que Caleb aprovechó para volver a atacar, pero Leo lo detuvo.

–¿Quieres saber quién es preciosa? –tal vez era la agitación del duelo, pero el corazón de Caleb se sobresaltó al escuchar eso.

–Te he dicho que no entiendo qué tiene que ver eso con nuestro duelo –replicó Caleb, empezando a perder la diversión del duelo.

–¿En serio no quieres saberlo? –preguntó de nuevo Leo, sonriendo.

–Que no, Leonardo, no quiero saberlo –sentenció Caleb, dando por terminada la conversación y el duelo, pues bajó la espada–. Tu turno –dijo y dio la espada a Leo, por la empuñadura de ésta.

Al tomar la espada, la mano de Leo tocó la de Caleb. Ambos se miraron por unos segundos en silencio. Aquel sentimiento de nerviosismo que Caleb había experimentado tiempo atrás volvía, sólo que esta vez Caleb temía creer identificar el origen de ese sentimiento. Él fue el primero en retirar la mano y voltearse.

–Andando –dijo sin más Caleb, empezando a caminar hacia su arco. Leo lo siguió, pero antes devolvió sus espadas a su estuche doble.

–¿Entonces…?

–Para empezar, debes poder disparar una flecha en línea recta; después vendrá lo difícil.

Caleb entregó su arco a Leo y éste lo tomó con la mano derecha; después tomó la flecha que le daba Caleb y tardó un poco en colocarla de manera correcta en el arco, y estirar la cuerda.

–Veamos qué tan fácil es –dijo Caleb, llevándose ambas manos a la cintura.

Leo sonrió tras el comentario de Caleb; sin embargo, su gesto cambió a uno de concentración en cuanto vio delante de él, a diez metros de distancia, la diana a la que debía llegar su flecha. Imitó la respiración de Caleb, lenta y profundamente, esperando así lograrlo.

Caleb observaba las facciones de Leo en silencio y cuidando en todo momento que el muchacho no fuera a descubrirlo observándolo. La mirada de Leo fija en la diana de enfrente, con sus fuertes brazos estirados, tensando la cuerda con la flecha. Sin darse cuenta, Caleb sonrió al ver en los ojos de Leo aquel brillo que él siempre sentía tener al momento de entrenar en ese mismo dojo. La voz de Leo quejándose la distrajo:

–Rayos… fallé –fue entonces que Caleb notó que la flecha de Leo había caído en el pasto en cuanto fue liberada.

–Ni siquiera puedes disparar una flecha… estoy ansioso por tener de vuelta el dojo para mí solo –dijo Caleb, sonriendo levemente mientras Leo colocaba otra flecha en la cuerda del arco.

–No cantes victoria todavía; si logro atinarle a la diana, será un empate –anunció Leo.

Respiró con calma, fijó su vista en la diana… y disparó. Las facciones de Caleb se endurecieron al ver el resultado, un resultado que en definitiva al verlo no le gustó: Leo había fallado. La flecha había logrado esta vez un trayecto recto hasta la diana, pero había pasado por un lado de ella llegando hasta la pared detrás de las dianas.

–Una vez más –pidió Leo agachándose para tomar de la aljaba otra flecha, pero en cuanto la flecha salió disparada, el resultado fue el mismo: la flecha pasó por el lado derecho de la diana directo a la pared de atrás–. Una más –e intentó agacharse por otra flecha, pero Caleb lo detuvo del hombro.

–Espera.

Caleb fue a un pequeño cajón que se encontraba en una esquina donde se guardaban los arcos y las flechas, y de ahí sacó una flecha con un lazo rojo y corto atado en forma de espiral en toda la longitud de la flecha. Se la entregó a Leo y éste, sin hacer preguntas, la acomodó en el arco y estiró la cuerda; respiró y disparó. Caleb sonrió con el resultado.

–¡Ja! Lo logré –anunció Leo, viendo que la flecha había entrado a la diana por dos aros.

–Eso no es nada; sólo significa que hemos quedado igual que antes –dijo Caleb con desdén–. Dame mi arco…, qué pérdida de tiempo.

–Fue divertido, ¿no? –pero Caleb no respondió. Se acomodó la aljaba tras la espalda y como si se hubiera olvidado de la presencia de Leo ahí, comenzó de nuevo a controlar su respiración para luego lanzar la flecha a la diana.

Leo también volvió a su propio entrenamiento en silencio hasta que llegó la hora de cerrar el dojo y devolver la llave a almacén. Mientras Caleb metía una diana, Leo metía la otra, a pesar de que le habían dicho que no. Cuando sólo faltaba bajar la cortina, Leo volvió a hablar:

–¿Por qué esa flecha estaba guardada y tiene ese lazo amarrado? –pero ya se esperaba que Caleb no respondiera.

Sin embargo, Leo recordó ver que Caleb volvía a separar esa flecha de lazo rojo del resto de las otras, y la dejaba aparte, sola, dentro del cajón de los arcos y flechas.

–No es necesario que me acompañes a dejar las llaves, siempre lo he hecho solo –le dijo Caleb a Leo en cuanto cerraron la puerta principal del dojo y empezaron a caminar rumbo al almacén.

–… hoy sí te tomaré la palabra, Caleb –le dijo Leo–, debo hacer algo saliendo –inmediatamente Caleb recordó el “entonces en la noche” que Leo había dicho anteriormente.

–Como sea…

Leo se despidió de Caleb poco antes de llegar al almacén, y se perdió de vista rumbo a la puerta de salida de la escuela. Caleb llegó con el encargado del almacén y saludó con amabilidad.

–Gracias, Caleb –le dijo el viejecillo cuando recibió las llaves.

–Gracias a usted… –Caleb se despidió y se giró, pero estaba por irse cuando se detuvo y giró de nuevo–. Oiga –el señor volteó de donde colgaba las llaves a Caleb.

–¿Sí?

–¿Recuerda que le había dicho que una de las flechas estaba en mal estado?

–¡Ah, sí! –exclamó el señor– Dijiste que le pusiste un lazo rojo para identificarla, ¿verdad? No he ido por ella, el muchacho que me ayuda en las tardes como servicio escolar se ha enfermado y no tengo a nadie más que me ayude con los papeleos y…

–No se preocupe por eso –le interrumpió Caleb con un poco más de amabilidad en su voz–, no es necesario que tire la flecha, acabo de encontrarle un buen uso…

–¿No dijiste que la flecha siempre se inclinaba a la izquierda? –preguntó el señor, un poco extrañado.

–Así me sirve… –respondió Caleb, sonriendo.

 

Leo llegó a su casa, donde un muchacho de cabellos en punta y ojos verdes lo abrazó fuertemente del cuello en cuanto Leo entró a la sala.

–Ey, miren quién llegó –dijo ese muchacho, jovialmente.

–Hasta a un lado, Dan, tengo hambre –dijo Leo, dejando caer su mochila al suelo.

–Escuché que tienes una nueva compañerita de juegos, ¿eh? –dijo Dan, en plan de molestarlo.

–Es la niña solitaria que practica arquería –dijo otro muchacho de ojos azules mientras jugaba un videojuego en la tv de la sala, sólo que este muchacho tenía sus ojos de un tono más claros que los de Leo.

–Annie dice que es una niña que siempre está enojada –comentó un tercer muchacho de ojos de un color café, quien leía un libro sentado en el mismo sillón que el que jugaba videojuegos.

–No es que siempre esté enojada, Isra; es sólo que siempre está ocupada –le corrigió Leo, sentándose en otro de los sillones de la sala.

–Oow, ¿No es lindo? Leo tiene una noviecita –comentó distraídamente el que jugaba videojuegos.

–No es mi novia, Tonny –repuso Leo, acostándose en todo lo largo del sillón. Pero Dan, desde atrás del sillón, tomó a Leo por debajo del brazo y de una pierna y lo alzó un poco hacia él, como si le estuviera haciendo una llave de lucha– ¡Ey!

–¿Así que por eso tienes esa tonta sonrisa desde ayer? –dijo Dan, mientras Leo intentaba zafarse del agarre de Dan.

–¿Tonta sonrisa? ¡Ah, sí! Olvidaba que la tuya era la sonrisa “preciosa”–en cuanto dijo eso Leo, tanto Isra como Tonny hicieron un abucheo.

–Repite eso –replicó Dan, pero Leo lo tomó del cuello y empezó a querer derribarlo usando su propio peso a su favor.

–No te enojes, “preciosa”, yo no fui quien te llamó así en frente de todos –dicho esto, tanto Leo como los otros dos que hacían de espectadores se echaron a reír.

–Esa señora creyó que eras una chica –se burló Tonny a carcajadas.

–Y te llamó preciosa –añadió Isra, igual que Tonny.

–¡Cállense! –gritó Dan, soltando a Leo.

–Cálmate, “preciosa” –le dijo Leo divertido–. Ya hasta te puse así en tu nombre de contacto de celular –y todos soltaron la carcajada, menos Dan.

–Muy graciosos… –dijo Dan, nada divertido.

 

Cada minuto que pasaba, más y más personas se sumaban a la fila de fanáticos del día de San Valentín, y todas las conversaciones parecían girar en torno a ese tema. Por cuarta vez esa semana, el buzón de cartas llegaba a interrumpir las clases, anunciando que era hora de depositar sus cartas, ya sea que fueran anónimas o no, para que fueran entregadas el día del baile de San Valentín; y ese era el momento en el que todo orden se perdía en el salón de clases, con muchachos por aquí y por allá dándole los últimos toques a sus cartas para entregarlas. Caleb pasaba de todo aquello.

–Muy bien, muy bien, todos vuelvan a sus asientos –pidió el profesor de clases una vez que la mayoría de los alumnos empezaron a alejarse del buzón, una vez que ya habían dejado sus cartas dentro de él.

Caleb suspiró distraídamente.

–Y aún faltan diez días... –dijo Caleb mirando por la ventana del segundo piso, donde estaba.

 

Ya habían acabado sus tareas. Se encontraban entrenando en silencio: Caleb con el arco y las flechas, y Leo con sus dos espadas. El silencio fue roto por un sonido que Leo reconoció y que le extrañó al mismo tiempo: Caleb soltaba de pronto una carcajada seca y corta. Para cuando Leo volteó, vio el porqué de la expresión de Caleb.

–¿Ya viste? –se burló Caleb, apuntando delante de él con la flecha que tenía y que seguía en el arco.

Había flotando débilmente, entre las dianas y Caleb, un globo rojo de helio en forma de corazón con miles de corazones rosas y brillantes como estampado y un laso plateado; además de un mensaje que decía "Te Amo" con letras negras de diamantina.

–¿Crees darle? –preguntó Leo, bajando sus espadas y llegando a pararse junto a Caleb; Caleb sonrió al ver a Leo.

–¿Con quién crees que hablas? –y dicho esto, Caleb apuntó. En un santiamén, la flecha atravesó al globo y con el peso del globo desinflado, la flecha perdió aceleración y cayó al pasto de golpe.

Ambos soltaron una carcajada, aunque la de Caleb duró un poco menos. Ambos fueron por la flecha en el pasto, Leo la levantó y Caleb le quitó el globo de ella.

–Eso no vale –dijo Leo, sonriendo.

–¿De qué hablas? Le atiné –respondió Caleb, sonriendo y flexionando el brazo para apoyar la flecha en su hombro.

–El globo casi ni podía flotar.

–Aún recién inflado lo hubiera logrado –replicó Caleb, un tanto divertido por la conversación. Leo se rió tras escuchar eso, pero a Caleb no le pareció burla.

–Eso dices porque no estaba recién inflado –Caleb se encogió de hombros.

–Tráeme uno recién inflado y lo verás.

–Tal vez lo traiga –no dijeron nada más, caminaron juntos de regreso a la parte de madera del dojo.

Apenas estaba colocando otra flecha en su arco, cuando a Caleb se le vino algo a la cabeza. Dudó un momento, pero al final se decidió por decir:

–¿No es algo por lo que te puedes meter en problemas?... –Leo lo miró extrañado. Caleb volteó también– Ya sabes... por destruir un globo de corazón –Leo sonrió y medio se rió.

–No entiendo a qué te refieres.

–Ya sabes... destruir un globo de amor acercándose el catorce de febrero –Caleb empezaba a sentir que hubiera sido mejor no haber dicho nada. No entendía, para empezar, por qué había preguntado aquello.

–¿Te refieres a… si alguien en especial puede malinterpretarlo? –empezaba a parecer que ambos evitaban decir cierta palabra. Cuando Caleb estuvo consciente de eso, se decidió demostrar que aquella palabra le tenía sin cuidado.

–Tu novia… –dijo sin más–, puede malinterpretarlo –el silencio de Leo le pareció a Caleb una confirmación: Leo tenía novia–. Olvídalo –se dio media vuelta y disparó la flecha. Dio en el centro.

Leo siguió con sus movimientos con sus espadas casi de manera automática. Empezaba a sentir que debió decir algo: que no tenía novia, que “preciosa” era sólo el apodo para molestar a su hermano, que el hecho de hacer explotar un globo de helio con un “Te Amo” escrito en él no significaba que él odiaba el amor… lo que sea.

Cada segundo que pasaba, Leo sentía que aquella distancia con la que había comenzado su relación con Caleb empezaba a convertirse en un abismo. Al mismo tiempo que con cada segundo perdía derecho a aclarar las cosas… Optó por no decir nada…

¿Qué importaba? Se conocían de hace cuatro días nada más; ni que se conocieran desde hace tanto, ni que fueran a seguir hablándose llegando el quince de febrero, ni que fueran amigos…

Cuando menos se dieron cuenta, ya había oscurecido. Ni Caleb le dijo a Leo que no lo acompañara, ni Leo se fue antes. Ambos llevaron la llave al almacén y de ahí, ambos partieron en su propia dirección rumbo a sus casas. La diferencia fue que esta vez nadie se despidió de nadie.

Por quinta vez el buzón de cartas de San Valentín llegó interrumpiendo las clases para que se depositaran más cartas para repartir el catorce de febrero. Esta vez el timbre de cambio de clases los alcanzó y Caleb tuvo que hacerse camino dando codazos para que lo dejaran pasar, pues todos se habían amontonado justo en la entrada del salón. Al salir y alejarse de ahí, giró por un pasillo. Se encontró de frente con Leo.

Era la primera vez que se veían fuera del dojo. Las miradas de ambos demostraban sorpresa tras su encuentro. Leo intentó sonreír, en verdad lo intentó, pero desde el día anterior traía algo en la cabeza que no lo dejaba tranquilo, un sentimiento que no lograba identificar y que solamente lograba distraerlo de todas sus actividades. Algo sí tenía claro: en todos sus pensamientos estaba Caleb.

Caleb no perdió más tiempo ahí; se hizo a un lado y siguió su camino. Era tan bueno siendo indiferente, como lo era con el arco y la flecha.

 

No era gran cosa las tareas que le habían dejado, por lo que Caleb las terminó en poco tiempo; arregló el dojo en un instante. Odiaba admitirlo, pero empezar a entrenar sin Leo lo hacía sentir un poco solo, por lo que decidió ir por algo de comer en lo que llegaba Leo.

Saliendo de dojo, cerró con llave y se dirigió afuera de la escuela; esta vez se tomaría su tiempo para comer bien. Una de las ventajas de ser el único del “club” de arquería, era que podía ir y venir a la hora que quisiera. En un principio el club tenía varios integrantes, pero por una u otra razón éstos se fueron saliendo, en gran parte porque se sentían opacados por la habilidad de Caleb, siendo ésta la razón por la cual a Caleb se le permitía seguir entrenando aunque sólo fuera él: había ganado el último campeonato interestatal contra cinco escuelas más y ahora estaba entrenando para ganar el campeonato de una liga mayor.

 

En la calle había más puestos vendiendo regalitos y detalles para el día de los enamorados, que puestos de comida. En uno de esos puestos vio a Leo, éste pagaba por un globo de helio con un enorme “I Love You” en él. Antes de que Leo volteara hacia donde estaba Caleb, ésta ya se había ido.

¿Y qué si era para alguien, para su novia? Ni que le importara… Y, sin embargo; Caleb no sabía si estaba más molesto por la posibilidad de que Leo tuviera novia, o por el hecho de importarle algo así. Desde que Leo había llegado al dojo y a su vida, Caleb sentía que estaba olvidando su objetivo en la arquería: lanzar dos flechas y acertar.

Lo que era más, ¿Por qué le había dicho a Leo para qué ponía dos dianas? Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no voltear a la puerta de entrada del dojo cuando se escuchó que alguien entraba. Lanzó su flecha y ésta se clavó a tres aros de distancia del centro.

–Hola –saludó Leo. Caleb no contestó y se limitó a colocar otra flecha en su arco– ¿Ya comiste? –y como si su estómago lo hubiera traicionado, éste gruñó de hambre. Leo se rió suavemente–. Veo que no; mira, traje onigiris de pizza.

Caleb volteó con él al ver que no tenía sentido mantenerse estático con los brazos estirados por el arco si sabía que no estaba concentrado en lo que hacía; además, tenía hambre. Decidió ir con él.

–¿Onigiris de pizza? –preguntó, Caleb, extrañado.

–Mi hermano menor tiene mucho tiempo libre en la cocina –repuso Leo, sonriendo.

Se sentaron a comer en silencio en el borde del dojo que daba al pasto. No hablaban; era como si estuvieran esperando a que el otro dijera algo. Ni siquiera volteaban a verse, sino que su mirada pasaba únicamente de las dianas a donde estaban los onigiris para tomar alguno; fue entonces cuando Caleb quiso tomar el mismo que Leo, rozándose con los dedos de la mano. Caleb reaccionó a retirar la mano más rápidamente que Leo.

–Perdón… –dijo Leo quedamente; Caleb ni siquiera volteó a verlo y siguió comiendo.

Leo no pudo evitar bajar la mirada al sentir que a Caleb le había molestado que lo tocara, aunque hubiera sido un accidente. Ni siquiera imaginaba que Caleb había reaccionado así porque los nervios por estar sentado tan cerca de él, comiendo de la misma comida, lo habían traicionado. Caleb empezaba a sentir sus mejillas calientes, tanto así que tuvo que levantarse y alejarse hacia cualquier lado. Terminó parada frente a las dianas… Era la segunda vez que tocaban al otro, sólo que esta vez, Caleb supo exactamente a qué se debía ese sentimiento extraño que lo inundaba desde el día que conoció a Leo.

–¿Has practicado aquello de lanzar dos flechas al mismo tiempo? –le preguntó Leo desde su lugar.

–No.

–… ¿Quieres el último onigiri?

–No.

Entonces Leo ya no supo qué más decir. Observó a Caleb. Siempre tan distante, sin intenciones de dejar que nadie se acercara a él. Mientras más lo observaba, más seguro estaba de que había hecho lo correcto en entrar al dojo de arquería aquel día que se conocieron. Quería hablar con Caleb, decir cualquier cosa, con la esperanza de que él volteara, pero cada vez le parecía más difícil. Sentía que la única manera de hablar con él era en medio de una discusión, como la vez que lo provocó hasta el punto en que terminaron intercambiando armas para probar qué disciplina era mejor. A veces, simplemente sentía que sería mejor abandonar el dojo y dejar que Caleb fuera feliz como él quería: solo.

–Olvidé algo…; ya regreso… –avisó Leo, levantándose sin voltear a verlo.

Caleb lo vio irse y cerrar la puerta tras de él, entonces bajó la mirada. Pues ya era definitivo. Lo había logrado. Leo se iba, y pronto sería definitivo; por fin el dojo sería de nuevo sólo para él, faltaba menos para que fuera definitivo… pero, entonces, ¿por qué Caleb no estaba feliz? Se tomó el tiempo para observar su dojo, las dianas formadas perfectamente una junto a la una, observó las distintas tonalidades del pasto perfectamente cortado, cada tabla perfectamente pulida en el suelo y las paredes, todo perfecto, hecho y mantenido así por él mismo.

–Veamos qué tal es tu puntería con uno recién inflado –fue lo primero que dijo Leo entrando acompañado de un gran globo de helio, con un gran “I Love You” escrito en él.

En cuanto lo vio Caleb, su sonrisa no se hizo esperar, lo que provocó en Leo una sensación extraña en él.

–Sabes que acabas de gastar tu dinero en algo que haré explotar, ¿no? –le dijo Caleb llegando a él.

–Vale la pena –repuso Leo extendiendo la mano con el globo en ella. Caleb ni siquiera se imaginó que Leo se refería a que valía la pena gastar dinero así si con eso lo veía sonreír.

Por un instante, mientras tomaba el globo, Caleb se preguntó si así se sentiría cuando alguien te regalaba algo bonito, un detallito acompañado de una sonrisa... la sonrisa de Leo. Intentó no pensar más en eso.

–¿Listo?

–Por supuesto.

Salieron a la parte donde sólo había pasto y decidieron que sería así: Leo dejaría ir al globo hacia el cielo y Caleb tendría que hacerlo explotar antes de que el globo se alejara lo bastante como para ya no atinarle o como para arriesgarse a perder una flecha. El reto resultaba bastante divertido para ambos.

–Tú me avisas –le dijo Leo, parado junto a las dianas.

–Sí –respondió Caleb, abajo del escalón donde normalmente él se paraba para practicar. Apuntó al cielo– Muy bien… suéltalo.

El globo comenzó a elevarse con notable velocidad y Caleb se rió ligeramente al imaginarse lo que vendría. Se preguntó cuál gesto tendría Leo en ese instante, ¿sonreía divertido igual que él? ¿Miraba al globo alejándose? Pasó su vista rápidamente del globo a él y se sorprendió al descubrirlo observándolo. Acto seguido, recodó al globo que se iba, apuntó y disparó.

A pesar del encuentro de miradas de hace apenas un instante, ambos se rieron tras el estallido del globo. La flecha con el globo sobre ella cayó al pasto, casi en medio de ellos. Ambos caminaron hacia allá.

–Definitivamente la arquería requiere de puntería, disciplina, concentración y dedicación –dijo Leo, sonriendo y mirándolo directamente a los ojos.

Caleb no terminaba con su asombro, Leo había recordado exacto lo que él había dicho acerca de la arquería. Otra cosa que le sorprendió a Caleb fue la decepción, la tristeza que sintió al ver que el globo que le había dado Leo explotaba por su culpa, aunque el globo se hubiera comprado precisamente para explotarlo.

–Eso fue divertido –dijo Leo.

–Sí, lo fue… aunque hay sido tu idea –dicho esto, Caleb le sonrió. Leo le regresó la sonrisa–. Lástima… yo quería conservarlo –Caleb no se dio cuenta hasta tarde que había dicho esto último en voz alta. El rostro de Leo demostraba que había escuchado eso perfectamente.

–¿Qué dijiste…?

–Nada –respondió Caleb en automático.

–¿Dijiste que querías conservarlo? –preguntó Leo, acercándose un poco a él.

–También hubiera sido divertido pisarlo, es todo –se apresuró a decir Caleb. Intentó dar media vuelta como siempre hacía, pero esta vez Leo no se lo permitió y lo tomó de la mano con suavidad.

–Caleb, hay algo que quiero que sepas –le dijo Leo, seriamente, pero al mismo tiempo con dulzura.

Caleb no pudo hacer nada para alejarse a pesar de que intentó con todas sus fuerzas internas soltarse de la mano de Leo, gritarle y decirle que no tenía derecho a tocarlo sin su permiso, que se fuera y lo dejara en paz, que el dojo era suyo, que lo distraía… todo quedó en un pobre intento fallido.

–¿Qué…?

–“Preciosa” no es nadie más que mi hermano; le puse así al contacto para molestarlo –le dijo, sin más. Caleb se quedó mirándolo, parpadeando dos veces seguidas.

–¿Y…? –Leo lo soltó de la mano.

–Nada… sólo quería que lo supieras.

Caleb sonrió, pero de una manera casi indiferente, sólo por educación. Caminó hasta tomar su arco y al poco tiempo, tanto él como Leo estaban ya entrenando en silencio. Aproximadamente una hora después, Leo volvió a alzar la voz:

–Tampoco tengo novia –escuchar eso hizo que Caleb acertara justo en el centro de la diana– ¡Woo, muy bien, Caleb! Justo en el centro –celebró Leo caminando hacia él.

–¿Por qué mencionas eso justo ahora? –preguntó Caleb volteando con él.

–Sólo quería que lo supieras –repuso Leo, con una sonrisa casi invisible.

–¿Por qué?

–No lo sé; no quiero que creas algo que no es verdad, es todo.

Una vez más, lo único que hizo Caleb fue semi sonreír para luego voltearse. Leo regresó a su lugar, sin sospechar que la indiferencia de Caleb se debía a un duelo interno entre él mismo por no decir o hacer algo que era, obviamente, producto del “contagio” de la víspera de San Valentín, algo pasajero que no tenía por qué salir a la luz; sin embargo, el silencio no duró mucho.

–¿Y tú?

–¿Yo, qué? –preguntó Caleb, entrecerrando un ojo antes de dejar salir la flecha de su arco.

–¿Tienes novia? –esa pregunta hizo que el corazón de Caleb se agitara fuertemente.

–¿Novia…? –preguntó volteando a verlo.

–Sí.

–¿Y qué si lo tuviera…?

–Supongo… que… –pero Leo no dijo nada más.

–No…, no tengo –entonces Leo sonrió, y fue esa sonrisa la que le dio a Caleb la confianza o invitación de decir lo siguiente– ¿Por qué sonríes?

–Porque sabía que no podía tener tan mala suerte…

Caleb iba a decir algo cuando del cielo se escuchó un estruendo. No tuvo que asomar mucho la cabeza al cielo para ver que una gran nube negra se asomaba poco a poco en el cielo; pronto comenzaría a llover.

–Debemos cerrar el dojo.

Sin más, Caleb dejó su arco recargado en la pared y procedió a quitarle los tripies a las dianas y a meterlas; Leo fue de inmediato a ayudarlo, pero Caleb no objetó al sentir la primera gotita de agua caer del cielo.

La tormenta se desató justo cuando cerraron la cortina de metal que protegía al dojo de madera. Como no pudieron escapar a tiempo, los dos estaban encerrados en el dojo, en silencio, sentados cada quien en una pared propia. Sin mirar al otro. Como si estuvieran solos.

–Ojala no se vaya la luz –comentó Leo.

–Hhmm…

–Y… ¿no te regañan por estar fuera de casa tan tarde?

–No.

–¿No?

–No… –le pareció más fácil a Leo hablar él que intentar hacer hablar a Caleb.

–A mí tampoco; además, a veces siento que en mi casa somos muchos –dijo y se rio un poco.

–¿Cuántos son, aparte de ti y “preciosa”? –ese comentario hizo reír a Leo tanto, que hasta Caleb se rió un poco.

–“Preciosa” se llama Dan, también está Isra y Tonny, el que hizo los onigiris de pizza.

–¿Eres el mayor?

–Sí… ¿tú tienes hermanos?

–No…

Resultaba extraño para Caleb mantener esa clase de conversación, y más con alguien que apenas hace unos días no quería ver por nada del mundo. Se dio cuenta que la presencia de Leo causaba en él algo todavía mejor que la paz que le provocaba practicar arquería.

–Y… ¿qué materia te gusta más? –preguntó Leo.

–No vas a preguntar después cosas como mi color favorito o que quiero ser cuando crezca, ¿o sí? –se burló Caleb sonriendo. Leo se rió.

–No, perdona –y le sonrió.

La luz del foco disminuyó un poco por unos segundos y ambos voltearon a verla. Después de unos segundos, la intensidad de la luz volvió a ser como antes.

–Y… ¿Por qué arquería? –Caleb, que se encontraba sentado con una pierna estirada y otra flexionada y recargando un brazo en la rodilla, recogió ambas piernas y sonrió mirando al suelo.

–De pequeño leí un libro… y me encantó el protagonista… –Leo observaba las facciones de Caleb, esperando atentamente que Caleb continuara con su relato–. Me impresionó la forma en la que enfocó su motivación por ser el mejor en la arquería y ayudar a los más necesitados al mismo tiempo… además de utilizar sus habilidades para hacer justicia…

–Espera un momento –lo interrumpió Leo, con un atisbo de asombro y diversión en su voz– ¿Estás hablando de Robin Hood? –Caleb se sintió un poco ridículo, por lo que activó su sistema de defensa inmediatamente.

–¿Te parece gracioso? –espetó Caleb, molesto.

–Sí –contestó Leo, sonriendo. Caleb le clavó con una mirada fulminante, mientras no cabía en él el asombro por haber escuchado a Leo, que siempre era atento, educado y decía las cosas con tacto, burlarse de su motivación para practicar arquería y haber llegado a ser el mejor–. Es gracioso, como un personaje de ficción te inspiró a ser como él, cuando la realidad es que ya eres mucho mejor que él, porque tú eres real, tus sentimientos y tus pensamientos van más allá de un simple concepto de literatura que hace que el personaje haga tal o cual cosa a favor del desarrollo de la historia; tú desarrollaste la habilidad de la arquería a raíz de una habilidad ya implantada en un personaje. Y me parece gracioso también cómo todos iniciamos con nuestros gustos desde pequeños precisamente a raíz, la mayoría de las veces, de un personaje de ficción y lo dejamos a medida que crecemos. Contigo fue al revés, a medida que crecías, tu admiración se acopló con la realidad… lo hiciste realidad.

Caleb quedó sin palabras. Verdadera y notablemente asombrado por las palabras de Leo. Ni él mismo había llegado a ese nivel de razonamiento sobre su habilidad de arquero, sobre su motivación, sobre sí mismo… sonrió y miró a Leo, y le salió del alma un casi inaudible “gracias”.

Leo también le sonrió, le gustaba la determinación que Caleb demostraba, no sólo al hablar, sino al hacer las cosas, le gustaba verlo entrenar y le gustaba su rostro cuando no acertaba en la diana, le gustaba aún más cuando daba en el centro. Para Leo era un poco más sencillo: Le gustaba todo de Caleb.

La lluvia cesó luego de un rato, pero el pasto estaba tan mojado que no era conveniente sacar las dianas; además, en cualquier momento podría volver a llover, por lo que decidieron mejor irse temprano a casa. Regresaron la llave al almacén y sin una gran despedida, cada quien se fue por su propio camino. O eso creyó Caleb, porque una voz lo hizo voltear.

–¿Leo? –éste llegó hasta él a paso rápido. Vestía su ropa informal y una chamarra.

–Tal vez digas que no, pero quiero intentarlo de todos modos: ¿Puedo acompañarte hasta tu casa? –tal pregunta tomó a Caleb por sorpresa. No supo que contestar– O bueno…, si prefieres caminar solo –apenas iba a alzar la mano Leo en señal de despedida, pero Caleb interrumpió.

–Está bien.

Esas dos palabras que pronunció Caleb tendrían el mayor significado de todos más pronto de lo que ninguno de los dos podía imaginarse.

Caminaron en silencio. El viento sopló luego de un rato y Caleb se encogió ligeramente de hombros. Se sorprendió al sentir que Leo le colocaba su chamarra sobre sus hombros.

–Estoy bien –dijo Caleb, retirándose un poco.

–Es para que estés mejor –repuso Leo.

No sabía lo que era, pero caminar con Leo hacia su casa le hizo ver a Caleb lo solo que podía ser una simple caminata si no estás con la persona correcta. La presencia de Leo le hacía darse cuenta de cuán importante podía convertirse una compañía para alguien. No sabía lo que era, pero no quería que se acabara.

En cambio Leo sí sabía lo que era. Quería estar con Caleb, quería saber más sobre él, sus gustos, su pasado, su forma de pensar; todo. Aquella corazonada del sentimiento que había provocado en él la sonrisa de Caleb cuando la vio por primera vez, esa corazonada estaba en lo correcto. Se sentía nervioso, ansioso, feliz, preocupado, todo al mismo tiempo y provocado por una misma persona que ni siquiera tenía idea de lo que provocaba. Él lo sabía, a pesar de nunca haberlo experimentado: estaba enamorado de Caleb.

–Caleb –éste se detuvo y volteó a verlo.

–¿Sí?

–Yo…

–¿Qué ocurre? –sin saber muy bien por qué, el corazón de Caleb comenzó a latir con mayor fuerza que nunca.

–Yo… quiero… –al mismo tiempo que Caleb comenzaba a desear que Leo terminara de decir lo que diría, también deseaba que Leo no dijera nada, pues sentía que no estaba listo para lo que vendría.

–¿Sí, Leo? –era la primera vez que lo llamaba de ese modo.

No supo cómo decírselo. Así que no utilizó palabra alguna. Tomó a Caleb de las manos y lo miró directo a los ojos. Por primera vez notó en ellos sinceridad de sus sentimientos: Caleb se veía ansioso, pero feliz. Esa mirada le encantó a Leo. Lo tomó del mentón y acercó sus labios a los de él. Fue un beso corto, casi fugaz. Al separarse Caleb abrió los ojos y lo miró… y le dio un golpe en el hombro.

–¡Auch! –exclamó Leo, sobándose el hombro– ¿Por qué el golpe?

–¿Crees que puedes llegar como si nada, voltear mi mundo de cabeza y hacer lo que quieras? –replicó Caleb, con el ceño fruncido y las mejillas ruborizadas.

Leo lo observó unos segundos antes de soltar una carcajada corta y simpática. Caleb disminuyó su enojo.

–¿Y por qué no? Tú hiciste lo mismo. Aunque contigo cupido tuvo que romper varias flechas...

Caleb desfrunció por completo su ceño. Miró a Leo unos instantes. Finalmente sonrió.

–Tonto…

 

El gimnasio estaba rebosante de alumnos que lucían sus mejores ropas, el DJ ponía las canciones más románticas, los encardados del buzón de cartas no tenían un solo respiro por tanto trabajo entregando cartas por aquí y por allá. Los platos con comida tenían que ser rellenados a cada rato. Las luces del salón de baile iluminaban todo y hacían resplandecer las lentejuelas de los vestidos de las muchachas.

Todo era hermoso, pero nada se comparaba con la luz de la luna que llegaba e iluminaba a Leo y Caleb, que sentados arriba en el techo del dojo de arquería, veían las estrellas con una música tenue de fondo que provenía del gimnasio. Ambos vestían ropa casual y una chamarra contra el frío.

–¿Hasta dónde crees que llegue una flecha tuya si la lanzas hacia arriba? –preguntó Leo, viendo al cielo estrellado, abrazando a Caleb por el hombro.

–Llegaría hasta una constelación –repuso Caleb recargando su cabeza en el hombro de Leo.

–¿Hasta cuál?

Caleb miró a Leo y éste sonrió, pero Caleb se inclinó y le dio un suave y dulce besito en los labios.

–Hasta la constelación de Leo.

Notas finales:

Una vez, hace dos años, subí un fic aquí, diciendo en las notas algo como:

" La última vez que escribí algo aquí, corría el año 2014, mismo año en el que fue escrito este fic, y que luego de cinco años, sale a la luz, y yo... regreso. "

Antes de ese fic habían pasado siete años sin que subiera nada aquí jaja y aún así ocasionalmente seguían llegando comentarios de ustedes por mis fics antiguos, ¡gracias por eso, por seguir esperando!

 


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