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Segundas oportunidades. por RLangdon

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Con semblante de entera preocupación, Ambrose Spellman se disponía a limpiar con un algodón húmedo los residuos de sangre fresca de una de las comisuras de Harvey, mientras Prudence se encargaba de hablar con Nicholas en el extremo opuesto del salón. 
 
Tanto Calibán como la doble de Sabrina habían abandonado la fiesta al término de la pelea. Calibán y Nicholas habían salido bien librados y sin un sólo rasguño, solo Harvey se había roto el labio en un burdo y ridículo intento por frenarles. 
 
Un hechizo de Calibán y había salido despedido hacia la mesa de los aperitivos. Aquello había terminado por sulfurar el escaso autocontrol de Nicholas, y de no haber sido por la rápida intervención del dúo de hechiceros, la pelea se habría prolongado indefinidamente, o hasta la llegada del señor oscuro. 
 
Pese al incidente, la fiesta continuaba. La música no había dejado de tocar, y se había reemplazado prontamente el inmobiliario dañado mediante conjuros. Solo restaba atender al par de alteradores del orden, aunque Ambrose estaba convencido de que la culpa recaía única y expresamente en el joven brujo. 
 
Y no se equivocaba. 
 
—Asi que, ¿Piensas decirme que fue exactamente lo que sucedió?— inquirió Ambrose, entregandole una compresa a Harvey, quien, a su vez, no dejaba de dirigir miradas curiosas hacia el lado opuesto de las gradas. Tenía el labio roto y la suave sombra de un cardenal floreciendo en su pómulo derecho. 
 
Tras largos segundos de silencio, Ambrose inspiró profundamente. 
 
—Exceso de testosterona— murmuró con la mirada fija en Nicholas—. Desde que murió mi prima, no deja de causar alborotos. De verdad lo lamento, Harvey. 
 
El susodicho apenas si pudo parpadear ante la disculpa, sintiéndose más bien mortificado luego de que Prudence señalara en su dirección para seguir riñendo a un enfadado Nicholas, quien, al virarse hacia Harvey y reparar en sus heridas, presionó con fuerza los puños antes de decidirse a abandonar el recinto, hecho una furia. 
 
*
 
Una hora más tarde, el ambiente se había animado aún más. Por la barra del salón se repartían tragos de todo tipo de pócimas y mejunjes mezclados con alcohol que Harvey no se atrevió a probar siquiera. 
 
Había pasado buena parte de la velada junto a Ambrose y Prudence, pero sabía que pronto debía regresar a su casa. Solo retrasaba su retorno a un hogar donde no sería recibido por una amorosa madre. Un lugar tan frío y meláncolico, privado de todo afecto y cariño que, el mismo infierno era preferible y hasta ameno. Haber pérdido a Tommy y a Sabrina había sido aún más devastador que el hecho de tener que compartir techo con un padre que no lo quería y que, al minímo yerro, se encargaba de exhibir todos sus defectos y compararlo con su difunto hermano. 
 
En casa no le esperaba nada, más allá de una segura reprimenda de parte de su alcoholico padre. 
 
La partida de Nicholas había acabado con el poco buen humor que le quedaba, asi que optó por subir a las gradas para ver el baile desde arriba, deseoso por neutralizar la molestia de encontrarse solo. 
 
Nada más tomar asiento, Harvey experimentó un extraño y ligero ardor en el labio, y un escozor aún mayor en la mejilla. 
 
Al bajar la mirada hacia la pista de baile, su pecho se agitó en una sensación de lo más insólita al ver a Nicholas de pie a mitad del salón, con sus oscuros y enigmaticos irises puestos en él. Acababa de cesar con los murmullos y había bajado discretamente el brazo al saberse observado. 
 
Cuando Harvey deslizó el índice por su comisura rota, notó que el dolor había desaparecido por completo. 
 
¿Por qué?
 
¿Por qué Nicholas se había tomado la molestia de volver para curarle? 
 
¿Qué razón tenía? 
 
¿O acaso le había impulsado la culpa y el remordimiento?
 
Los ojos de Harvey centelleaban incredulos ante sus propias conclusiones. Nicholas aparentaba ser siempre el tipo arrogante y engreído que solo se preocupa por sí mismo. Y sin embargo, allí estaba, haciendo un hechizo de curación para enmendar el daño. 
 
Confuso e invadido por un tenue bochorno, aparentó mirar hacia el grupo musical de la tarima, creyendo comprender por qué Sabrina se había enamorado de Nicholas. 
 
Se entretuvo mirando un rato y, cuando volvió lentamente la mirada hacia el centro de la pista, la decepción se hizo latente, molesta e hiriente al notar la ausencia de Nick. De nuevo se había marchado. 
 
—Kinkle. 
 
Pero cuando oyó su voz, seductora y susurrante a sus espaldas, un potente escalofrío sacudió sus entrañas. 
 
¿Qué hacer?, ¿Qué decir?
 
—Volviste— articuló con la voz un tanto estrangulada por la pena. 
 
Le sorprendió que esta vez Nicholas le dedicara una despreocupada sonrisa, sin rastros de ironía malsana o falaz hilarancia. Era un gesto fresco, genuino, afable. 
 
—¿Sabes?, tenías razón. Debo dejar de perseguir sombras—. musitó Nicholas, sentandose junto a Harvey, quien de nuevo se sintió sacudido por una emoción extraña y desconcertante. 
 
Eran aquellos ojos oscuros que le atraían de forma indescriptible. 
 
El poderoso y apuesto brujo parecía aturdido, ligeramente ebrio para 
adoptar su acostumbrada máscara de fría neutralidad, que le hubiese impedido reseguir con la mirada el cuerpo de Harvey, antes de alzarla nuevamente hasta su delicado rostro (ahora libre de heridas y moretones). Y aunque procuró ocultarlo, pareció profundamente hipnotizado por la presencia de quien, antaño, habría etiquetado de un simple mortal. 
 
Repentinamente la atmosfera se había tornado pesada e incómoda entre ellos. Enterado de este hecho, Nicholas se puso de pie y le extendió la mano a Harvey. 
 
—¿Bailas?
 
Harvey negó de forma contundente, observando cohibido la pista del salón repleta. 
 
¿De verdad pretendía Nicholas que bailaran ellos dos, siendo hombres y rodeados de aquella algarabía sobrenatural?
 
—No puedo— rehusó—. No sé— agregó apresuradamente al notar las comisuras de Nicholas contraerse en un gesto indescifrable. 
 
—En más de cien años, nadie me había rechazado antes— rió el brujo, pareciendo no menos que ofendido. Harvey se miró la punta de los converse en un intento por escapar de la profunda mirada que amenazaba con devorar toda su lucidez—. Y no lo harás tú. Asi que arriba. 
 
Una vez más Harvey negó, provocando un bufido en su acompañante.
 
—Haré el ridículo. 
 
—No lo harás, yo te guío— se ofreció Nicholas, de pronto embargado por la adrenalina. Había dejado el baile con la clara intención de seguir a Calibán, pero, al comprender que el motivo de su furia no tenía nada que ver con la otra Sabrina, y en cambio, su enojo estaba intimamente relacionado con el agravío perpetrado al mortal, desistió con la idea de vengarse. Ya habría otra oportunidad de poner a Calibán en su sitio, pero era a Harvey a quien sus pensamientos reclamaban. 
 
Primeramente le había observado un rato desde las gradas inferiores, entonces pudo corroborar las palabras de Prudence respecto a las heridas. Y es que durante la breve contienda de hechizos y, completamente absorbido por emociones que escapaban a su comprensión, se había olvidado por completo de él. 
 
Pero allí estaba, sentado en las grandas delante suyo, con aquella expresión timída y confusa. Tan joven, vulnerable y frágil. Diferente a todo ser viviente en los terrenos de la Academia de artes ocultas. 
 
—Vamos— insistió, tomando su mano. Harvey se levantó forzosamente y le siguió hasta la pista, mientras miraba ansioso y asustado en derredor, como si quisiera hacerse invisible o desaparecer sin dejar rastro. 
 
Cuando Nick se detuvo, hizo un chasquido con los dedos. Enseguida, la melodía adquirió un nuevo y suave cómpas, tornandose en balada lo que antaño fuera una pieza de rock alternativo.
 
Su mano derecha viajó por la espalda de Harvey, lento, muy lento, hasta situarse en su homóplato izquierdo. Y aunque se había ruborizado fuertemente por tan insignificante acción, Harvey dejó que el brujo guiara su mano izquierda hasta su hombro. Los ojos de ambos se encontraron y, de nuevo, Harvey experimentó un implacable hormigueo en el estómago. 
 
—Da un paso adelante con el pie derecho— instruyó Nicholas, con la mirada puesta en los labios de Harvey. Hacía demasiado tiempo que no besaba a nadie, y de pronto se sorprendió a sí mismo ansiando comprobar cómo sería besar a un mortal, pero no a cualquiera, a él, solo a él—. Ahora adelanta tu pie izquierdo— aguardó a que Harvey acatara para proseguir—. Pie izquierdo hacia atrás, lento. Ahora el derecho. 
 
En apenas dos canciones, Harvey había dominado las instrucciones y se movía con mayor desenvoltura, aunque su rostro aún exhibía a la altura de sus mejillas un rubor inextinguible. 
 
Sin ser consciente de nada más, Nicholas se dejó llevar por el ameno ambiente, deslizandose con pasos firmes y meticulosos al son de la melodía, arrastrando a Harvey consigo mientras cerraba los ojos y absorbía el aroma fresco y citrico de su colonia. 
 
Las ganas por besarlo eran incontrolables. A pesar de que Harvey procuraba distraerse mirando hacia uno y otro lado para ver cómo bailaban las demás parejas, Nicholas no apartó la mirada de su encantador rostro ni un solo momento. 
 
Era íncreible que Sabrina se enamorara de dos individuos tan paralelamente opuestos. Harvey, contrario a él, rezumaba una delicadeza y un encanto abrumador. Con su angelical rostro, su suave mirada y esos labios de tentación que inconscientemente le provocaban. 
 
Acabada la pieza, las luces mortecinas del recinto perdieron intensidad. Las parejas en torno empezaron a disiparse, dejandoles solos en medio del salón. 
 
Harvey, que estaba a punto de ir a sentarse, se estremeció al suave roce de los dedos de Nicholas al tomarle de la mano. 
 
La extrañeza le invadió. Sus ojos castaños reflejaban indecision en tanto observaba el firme agarre en su mano. Varios meses antes él solía tomar a Sabrina de aquella forma cuando todavía salían juntos, sabía por ende que aquello significaba que existía un fuerte lazo de por medio. 
 
La sonrisa pícara que les dedicó Prudence al pasar junto a ellos, terminó de confundir a Harvey.
 
Exactamente en qué se estaba involucrando.
 
—Creo que debo volver a mi casa— frenó sus pasos y dirigió su mirada cobriza hacia la puerta, creyendo érroneamente que Nick le soltaría y le dejaría marcharse. Sin embargo, no ocurrió. La sonrisa galante del brujo se había acentuado a medida que tironeaba de su brazo hacia la salida.
 
Harvey quiso detenerle, pedirle que se quedara a disfrutar lo que quedaba del convite, pero los planes inestables de Nick amenazaban con acomodarse a los suyos, fueran cuales fueran los deseos de Harvey. 
 
A mitad del corredor, Nicholas se detuvo. Su dedo pulgar derecho había acariciado sutilmente los nudillos de Harvey y, al estudiarle nuevamente de perfil, con sus tentadores y delgados labios y la sombra de sus largas pestañas proyectandose bajo sus ojos castaños, el deseo por tenerlo se profundizó mucho más.
 
—No creo que debamos— negó Harvey con menor convicción al saberse empotrado contra uno de los casilleros a su espalda. Confundido, ladeó el rostro. La cercanía de Nick le ofuscaba. Aquel aroma a cedro de su colonia, su atractivo rostro bronceado, su blanca sonrisa, y su atletica figura constituían un obstaculo infranqueable. 
 
Asi y todo, Harvey se rehusó a mirarlo de vuelta a los ojos. Intentó hacerlo a un lado cuando, de repente, la mano de Nick lo sostuvo del mentón con premura, obligandole a mirarlo.
 
El sorpresivo jadeo ronco que había ascendido por la garganta de Harvey murió entre ambas bocas luego de que Nick estampara sus labios para besarlo, primero de forma posesiva, robándole el aliento mientras se amoldaba al espacio para contener el casi extinto deseo de Harvey por evadirle. Fue en ese momento que se dio cuenta de que le gustaba. La lascivia impresa contra sus labios, el tormentoso arrebato de lujuria creciente en su cuerpo y aquel chispazo instantaneo que ocurría al minimo cruce de sus miradas. 
 
Azotado por el trepidante deseo y sintiendose temblar violentamente por dentro, Harvey finalmente sucumbió, siendo esta vez él quien buscaba aquel rudo contacto de los labios de Nicholas, enredando sus brazos tras de su nuca para profundizar el voluptuoso beso entre ellos.
 
El aire se volvía más cálido y escaso al compas del brutal roce de sus lenguas. Se sentía tan bien. El contacto era tibio, anhelante y asfixiante. Apenas se apartaban un poco para recuperar el aliento y volver a unirse, correspondiendo ahora de manera más lenta y calmada. Recorriendose, explorandose y saboreandose a un ritmo suave, como si quisieran alargar hasta el ínfimo contacto.
 
La tersa boca de Harvey sabía a gloria, tan tibia su saliva, como dulce y embriagador su aroma. El autocontrol de Nicholas comenzaba a tambalearse entre cada intenso y posesivo beso. 
 
—Te deseo— jadeó al romper el beso para besarlo a un costado del cuello. Bien podía tratarse del alcohol, de la adrenalina por la anterior pelea con Calibán o debido a su perpetua depresión de haber perdido a quien antaño amaba. A Nicholas todo dejó de importarle. Suspiró deseoso porque Harvey le correspondiera pero este se había quedado estatico, jadeante y con el cabello ligeramente revuelto a causa de los bruscos y apremiantes besos. Viendole de ese modo, Nicholas apenas si podía contener sus ganas por poseerlo allí mismo. 
 
Alisandose el cabello en un intento por aplacar su deseo, tomó la mano de Harvey con su otra muñeca y cerró los ojos segundos antes de murmurar el conjuro de teletransportación. 
 
—Lanuae magicae. 
 
El entorno sufrió un cambio significativo ante la mirada atónita de Harvey. Miró incredulo la modesta y aseada recámara, pero su exploración visual se vio interrumpida por el nuevo beso demandante y apasionado de Nicholas. 
 
Harvey apenas si había trastabillado y caído de espaldas al colchón ante la sorpresa de tan ansioso y lascivo roce. 
 
No tenía idea de lo que hacían, ni si lo hacían bien, pero de pronto, todo había dejado de tener relevancia. No se opuso a que Nicholas le quitara la playera y le bajara la cremallera de los pantalones. Sus rosados y humedecidos labios se entreabrieron para dejar salir un jadeo ahogado cuando la boca caliente de Nicholas enguyó su miembro de lleno. La sensación era vibrante y arrolladora. Harvey cerró los ojos, hizo la cabeza hacia atrás y empujó un poco la pelvis hacia arriba en cuanto Nick empezó a succionarle en su afán de practicarle sexo oral. 
 
Era la primera vez que Harvey experimentaba unas emociones tan intensas, ese tirón en su parte baja había dejado de doler para volcarse en un placentero orgasmo que estalló en la boca de Nicholas. Sin ser consciente de lo que hacía, Harvey le había sujetado del cabello para culminar, y al darse cuenta y reponerse un poco de la potente sacudida interna, se incorporó en los codos para disculparse.
 
—Lo lamento— pero Nicholas no le dejó continuar. Se había bebido y saboreado hasta la última gota mientras él mismo se masturbaba. 
 
Harvey evadió apenado su mirada, pero supo que Nick se había corrido al oírle suspirar entrecortadamente. Lo vio morderse el labio inferior entre exquisitas sacudidas postorgasmicas. 
 
—No puedo creer que nosotros...— balbuceó Harvey, dejandose caer de nuevo en el colchón, fijando la mirada en el techo mientras esperaba que la sensibilidad de su parte baja disminuyera un poco. 
 
Nicholas se tendió a su lado para volver a entrelazar sus dedos como una récien autoproclamada pareja. Al cielo con lo demás. El chico le gustaba.
 
—Me gustas, Kinkle— confesó al notar la mirada de Harvey en él—. Pero no acostumbro a asediar mortales. Si me dices que no, no voy a obligarte ni a suplicarte, asi que dime ¿Me rechazaras una segunda vez este día?
 
Anonadado, Harvey confrontó la mirada oscura del brujo. Entonces supo que Nicholas hablaba en serio. Le estaba pidiendo que salieran juntos. Le estaba pidiendo una oportunidad para conocerse y posiblemente amarse. Y Harvey no tenía nada que perder al intentarlo. Se encontraba solo, y Nicholas le atraía bastante. Quizá era tiempo de sanar sus heridas y permitirse amar otra vez.
 
—También me gustas— reconoció con una leve sonrisa, afianzando el agarre de la mano de Nick. —Vayamos un paso a la...— no pudo terminar de hablar antes de que Nicholas volviera a besarlo.
 

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