Un tarareo saliendo de sus labios un cigarro sin encender entre ellos, sus manos ocupadas cortando verduras frescas, mientras la carne se empapaba en vino. Un movimiento sutil meciendo sus caderas. El aire impregnado de lo que iba a ser una nutritiva y deliciosa comida.
En resumidas cuentas, un día muy normal.
—Ha llegado el correo.— escuchó la dulce voz de Robin entrando en la cocina.
El rubio se giró hacia ella con una sonrisa en los labios, preparado para dejar salir un comentario sobre su belleza, su inteligencia o su delicadeza. Pero la arqueóloga tenía un semblante preocupado en su rostro. Sanji entrecerró los ojos extrañando y dejó sus quehaceres para lavarse rápidamente las manos y secarselas con su delantal mientras iba hacia ella.
—¿Todo bien Robin-Chan?
Robin respiró hondo antes de alargar su mano para entregarle un sobre blanco, una carta para él. Sin mediar palabra Sanji tomó la misiva entre sus manos y examinó el sobre para encontrarse con el sello de Germa66 como remitente.
Casi sintió como si su estómago se diera la vuelta dentro de él. Una presión en el pecho y, aunque nunca lo llegaría a admitir, un temblor en las piernas. Levantó la vista hacia Robin, tras ella y asomados en la puerta se encontraba la navegante, su capitán y Usopp. Seguramente, tras ellos se encontraban sus demás nakamas.
Esta vez fue el cocinero quien respiró hondo. Sus amigos habían decidido que la persona más adulta de la tripulación le entregara aquella carta. Podía entenderles.
Sus manos temblorosas abrieron el sobre para encontrarse con una carta del puño y letra de su hermana, Reiju:
Mi querido hermano Sanji,
Rompo la norma de no comunicarnos entre nosotros y de tomar la distancia que nos solicitaste por una razón de suma importancia.
Entiendo que esta noticia no llegue a suscitarte interés por la relación que mantienes con nuestro padre. Sin embargo, me veo en la situación, como hermana tuya y sin presiones por parte de ninguno de nuestros hermanos, sino por iniciativa propia; el comunicarte que padre se encuentra gravemente enfermo.
No me pondría en contacto contigo si no fuera porque tememos por su vida.
Los médicos de Germa ya han emitido su diagnóstico y dictaminan que no hay nada más que puedan hacer.
Mientras Ichiji ha comenzado a tomar algunas de las responsabilidades de padre, me veo en la situación de empezar a preparar el funeral.
Aún a sabiendas que decidirás no asistir, he creído adecuado informarte de la situación. En caso de que desees asistir, serás bienvenido por mi parte.
No espero recibir respuesta.
Te echo de menos.
Tu hermana,
Reiju.
Las manos temblorosas de Sanji, sus ojos abiertos como platos. El temblor de sus labios dejó caer el cigarrillo entre ellos al suelo.
La rabia en su pecho le alentaba a destruir la carta a gritar, dejar claro que él no tenía nada que ver con Germa. Judge no era su padre, para él era un simple donante de esperma. Todas las veces que había suplicado por su atención, por su cariño y se había encontrado con desprecio y con indiferencia.
Pero entonces ¿por qué esa rabia se convertía ahora en miedo y tristeza?
—Sanji, ¿estás bien?—sonó la voz de su capitán.
Al levantar la vista del papel, el cocinero se encontró con todos sus nakamas dentro de la cocina, sus ojos dirigidos hacia él con preocupación. Se sintió estúpido.
Apretó los dientes y arrugó la carta entre sus manos con toda su rabia.
La lanzó por encima de su hombro a la papelera.
—No era nada importante, no entienden que no quiero saber nada de ellos.
El cocinero se dio la vuelta para seguir con sus quehaceres cuando una mano de apoyo se posó en uno de sus hombros.
—Sanji si pasa cualquier cosa…
—¡He dicho que no!—se zafó de forma brusca de aquella mano, dándose la vuelta, solo para encontrarse con el rostro sorprendido de Nami. Nunca le habían visto así y menos dirigiéndose a su querida Nami-Swan.
El cocinero se llevó una mano al rostro, consciente de la brusquedad de sus actos.
—Lo siento, Nami-san, no quería decirlo así.— se disculpó en un tono de voz más bajo.— Disculpad, necesito… un minuto.
El chef abandonó la estancia sorteando a sus nakamas hasta llegar a la cubierta. Se dirigió al Vasco de popa, extrayendo un cigarro del paquete de tabaco que vivía permanentemente en su bolsillo y se lo encendió con ambos codos apoyados en la barandilla.
Esperaba que la estela de espuma de mar que dejaba el Sunny mientras avanzaba rompiendo olas le proporcionase una tranquilidad que tardaba en llegar.
En la cocina, los miembros de la tripulación se hallaban completamente sorprendidos por aquella reacción de rubio. Salvo Luffy, el capitán aún sin comprender completamente la reacción de Sanji se acercó a la papeler para recoger lo que quedaba de la carta.
—Maaaa~—Soltó en un quejido infantil.—¿Qué pone aquí que le ha enfadado tanto?
—¡OE,Luffy!—le regañó Usopp.— No puedes leer el correo de los demás.
Sin embargo él también se había acercado para leer el contenido con cierta curiosidad.
—Es el capitán, claro que puede.— le contestó Zorro al narigudo.
—Esa definición es más propia del término “dictador” —Aclaró Robin que, como los demás, se había acercado a leer la carta.— Aunque siendo por preocupación hacia un amigo, puede tener sus excepciones.
Las manos del capitán por fin desenredaron aquella comprimida bola de papel en la que se había convertido la carta para dejar su contenido expuesto a toda la tripulación.
Los amigos se quedaron en silencio para leer aquellas líneas escritas a mano.
—Oh, vaya, qué situación tan desafortunada.— comentó Robin siendo la primera en acabar de leer la carta.
Nadie esperaba que Zoro fuera un lector rápido, de hecho si cualquiera preguntara a los nakamas, más de uno lo pondría únicamente por delante de Luffy, el que sería el más lento de todos.
Sin embargo, justo cuando la arqueóloga dejó salir aquel comentario, el espadachín se dio la vuelta y abandonó la cocina. Siguiendo el olor a tabaco caminó hasta la cubierta de popa donde encontró al cocinero.
Sus pasos se detuvieron unos instantes valorando si en realidad era buena idea aproximarse a él. Alzó una mano para frotarse la nuca pensativo. Siempre que lo hacía acababan enfadados o peleándose.
Sanji alzó la mirada por encima de su propio hombro y le dirigió una mirada al peliverde. Sin decir nada le dio una última calada al cigarro y lo dejó caer al mar.
El espadachín respiró hondo y por fin se aproximó al cocinero. El rubio devolvió su vista al mar. No quería hablar de ello, no quería justificar lo que sentía ni la decisión que había tomado. Y le enfurecía que, solo el pensar en ello inundara sus ojos de lágrimas.
Zoro no apartó la mirada del chef. No sabía cómo proceder, tampoco sabía qué decir. Puede que no fuera el mejor para hacerlo.
Quizá Luffy o Nami fueran los más indicados para ello, después de todo fueron ellos los que le rescataron en Whole Cake Island, mientras él se dirigía a Wano con los demás.
Recordar aquella decisión le provocaba una punzada en el pecho. Parte de él se arrepentía de aquella decisión, aunque fuera necesaria en aquel entonces.
Sanji por su parte no podía dejar de pensar en las palabras de su hermana.
Judge no se merecía ni un minuto de su tiempo, ni un minuto de sus pensamientos. No obstante, la idea de la cercana muerte de su padre biológico le hacía sentirse aún más solo en el mundo.
Una mano fuerte, firme, aunque reconfortante, descansó en su espalda y cuando quiso quejarse de ello fue tarde para darse cuenta de que las lágrimas salían silenciosas de sus ojos.
El espadachín no dudó un instante en tirar del cocinero hacia él para ofrecerle un abrazo. El cocinero no podría creer lo que estaba pasando. No habían burlas, ningún insulto. Su cabeza sobre el pecho del espadachín con uno de sus musculosos brazos rodeando su espalda. Por un instante se sintió seguro y a salvo.
—Déjalo salir.— la voz grave del espadachín sonó muy cerca de su oído.
Y eso es todo lo que hizo falta para que Sanji se dejara llevar como un niño al que le acaban de decir que no puede ir a jugar a la calle. Nunca había llorado así delante de nadie, no al menos desde que dejó Germa.
Las lágrimas de rabia y miedo na donaban sus ojos mientras un hipo descontrolado se apoderara de su respiración.
—No…no voy a ir— logró decir entre hipos.
Zoro respiró hondo más relajado al verle desahogarse.
—Nadie te va a obligar a ir.— Le respondió.
Las manos de Sanji se aferraron de los ropajes del espadachín.
—No…—hipo— n-no se lo —hipo.— merece.
La mano libre de Zoro se posó pesadamente sobre la cabellera rubia del chef.
—No se merece —hipo.— que llore…—hipo.— por él…
Zoro giró su rostro hacia los nakamas que se habían acercado de forma furtiva y les espiaban muy mal escondidos. El espadachín le hizo un gesto con la cabeza a su capitán, quien, como pocas veces sucedía, puso semblante serio antes de asentir.
—Vámonos, Zoro se encarga de esto.— les ordeno en voz baja a sus tripulantes.
—¿qué? ¡Acabarán a golpes!— le respondió Franky también en voz baja.
Luffy negó con la cabeza y se retiró de su escondite para volver a la cubierta de proa.
—Sabe lo que hace.
Sanji seguía llorando entre hipos cuando sus nakamas se retiraron. El abrazo del espadachín le recordaba que no estaba solo, que aquella familia que había elegido era donde debía estar.
—No quiero llorar por él… —Dijo en un tono más bajo y más calmado.
—Hmm.— asintió Zoro a esas palabras.— Pero la cabeza y el corazón a veces nos hacen pasar por sentimientos que no tienen mucho sentido.
Aquellas palabras de Zoro le tomaron por sorpresa, no habría imaginado que el marimo podía ser tan profundo.
Lentamente se separó de él para volver a poner sus manos sobre la barandilla del sunny. Ya estaba mucho más tranquilo.
—Te lo agradezco, marimo.— le dijo sin siquiera atreverse a mirarle a la cara. Había llorado en sus brazos, no podía darle más razones para burlarse de él.
Pero ocurrió todo lo contrario. La pesada mano del espadachín volvió a estar sobre su cabeza, aunque esta vez juraría que lo había hecho para acariciarle el pelo. ¿Lo hacía? Imposible, el marimo era incapaz de mostrar ningún sentimiento que no fuera rabia e ira.
—Cuando lo necesites, Ero-cook.
Al levantar la mirada, sus ojos azules se encontraron con los profundos ojos fría oscuros del espadachín. Un color extraño para unos ojos humanos. Siempre había pensado eso.
Sanji se secó una vez más las lágrimas de los ojos antes de volver a hablar.
—Gracias, por el “alto al fuego”.— se refirió así a los repentinos modales de su contrario.
El espadachín recuperó su mano de la cabeza rubia del chef y cruzó los musculosos brazos sobre su pecho.
—Ya… no te acostumbres.— le dijo esbozando una media sonrisa pícara que le sacó el rubor de las mejillas a Sanji.— ¿te has sonrojado, Ero-cook?
El rostro del marimo estaba sorprendentemente cerca del suyo, se había inclinado hacia él mientras pronunciaba la última frase.
Aquello le hizo que le hirviera la sangre y su rubor se hiciera aún más evidente.
—¡Quita esa cara de estupido de mi vista, marimo!— le contestó con un secreto empujón antes de volver caminando hacia la cocina echando más hubo a que una olla llena de sopa hirviendo.
El espadachín siguió sonriendo mientras le veía marchar.
Al menos le había aliviado un poco de aquella carga.