Capítulo 1: Lágrimas bajo la lluvia
Otoño frío, inesperadamente lluvioso, desoladamente triste.
Así era la estación del año que corría. Frente a una tumba gris e inmutable, yacía un hombre alto y hermosos cabellos verdes, que sostenía una rosa blanca, manteniendo su vista clavada en la lápida lúgubre, mojada por la tormenta inagotable que se cernía sobre su cabeza. Sus ojos amatistas reflejaban la más completa desolación, un dolor inexpugnable y a la vez tan palpable como las gotas de agua, que corrían libres por su rostro de alabastro, que confundían las lágrimas serenas emanadas de sus ojos.
Inclinó su cuerpo hacia la tumba, dejando en la orilla de ésta la flor que llevaba.
Evocó un pensamiento en la memoria de su amigo muerto, cerrando sus ojos para convertir aquella acción en un ritual completamente privado, algo que nadie captaría...
Ni el jovencito que se encontraba a su derecha, observando con el mismo silencio de una estatua de mármol a que la despedida de aquel hombre terminara. Su melena morada estaba empapada, lo mismo que el elegante conjunto oscuro de saco y pantalón. Ese rostro juvenil y hermoso que poseía, se hallaba manchado con el dolor que producía haber perdido a su padre, mismo dolor que transmitían aquel par de bellas esmeraldas que tenía por ojos, que no cesaban de llorar...
...Como la lluvia.
El peliverde giró su mirada altiva hacia el muchacho. Éste reaccionó, como un soldado que se pone firme ante el paso de su general. Se acercó con pasos lentos al niño, y dándole una señal de que lo siguiera, avanzó sin más hacia la callecita del cementerio que conducía a la salida.
Una última mirada a la tumba de su padre y el niño comenzó a caminar tras el hombre alto, como un cachorrito callejero que busca el refugio de un hogar, ahora que se había quedado tan tremendamente solo.
Y el de ojos amatistas cumpliría la promesa que hiciera a su amigo en su lecho de muerte... Velaría por su hijo Mu hasta que éste pudiera valerse por si mismo, y no faltaba mucho para que aquello sucediera, 5 años más y sería libre de aquella tediosa responsabilidad.
Le miró de reojo, con una arrogancia y una severidad que Mu no había visto en nadie más. Atinó a agachar la mirada, incapaz de soportar los ojos duros del peliverde por un segundo más.
Al franquear las puertas del cementerio, un lujoso automóvil ya les esperaba, y en la puerta de éste un joven alto, moreno, poseedor de un rostro amable y sincero, que abrió las puertas al mayor mientras sostenía un paraguas.
El chofer sonrió al jovencito, intentando infundir confianza en su rostro atemorizado, logrando un poco su cometido.
Cerró la puerta del auto cuando el pelimorado estuvo dentro, regresando a su lugar al frente para arrancar la marcha.
-Mu... ¿Ese es tu nombre, verdad niño?- Cuestionó el hombre de mirada austera, sin un ápice de emoción en su voz ni en su rostro.
-Si, así es señor...-
-Pues bien, me llamo Shion y seré tu tutor desde ahora, espero y te sepas comportar, y me evites la pena de enviarte a un internado. No estoy acostumbrado a batallar con mocosos... ¿Entiendes?-
Mu asintió ligeramente, tragando saliva con dificultad mientras retiraba unos de sus mechones húmedos de su rostro.
-Si señor- Respondió con voz temblorosa, sintiendo que la mirada de Shion le congelaba, tanto como las ropas húmedas que ahora vestía.
El peliverde no dijo más en todo el camino desde el panteón hasta llegar a su vieja mansión, y Mu se mantuvo en silencio total, temiendo que hasta el menor movimiento o palabra fuera a molestar a su tutor. Las recomendaciones de su padre las llevaba grabadas en su mente, no las olvidaría... Así como tampoco le olvidaría a él.
Y ahora que estaba huérfano, en las puertas de una nueva vida, lo extrañaba más que nunca.
Un sollozo escapó de su garganta, callándolo inmediatamente al sentir la mirada fulminante del mayor sobre él. Mantuvo sus ojos en el piso del auto, deseando que el viaje terminara ya...
Quería descansar... Y soñar con que su futuro podía pintar mejor, aunque lo dudaba.