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Kan Mkan Inpu por EvE

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Notas del fanfic:

Hola de nuevo! ^w^

Mi bloqueo llegó a su fin, tras casi dos meses de no escribir nada coherente, termino este fic basado en la historia que comparto con mi amiga Sady en uno de sus foros. Shion representado como el rey de los vampiros y el espectro de la esfinge como un orgulloso príncipe egipcio que lleva el nombre de Mya, que por cierto, es mi autoría xD.

La historia se desarrolla en el Egipto de Cleopatra, justo cuando cae derrotada ante los ejércitos romanos de Octavio. Si hay incoherencias en la historia es por que la adapté a mis conveniencias. Espero que les guste.

Agradecimiento especial a Alleine, por que me ha prestado a su vampiro lemuriano para esta historia xD ypor que gracias a su paciencia pude salir de mi bloqueo X_x momi, gracias por inspirarme ^-^ también agradezco a Cyberia_Bronze_Saint por la presión xDDD ya Edu, al fin escribí algo TwT no me mates XD.

Espero que lo disfruten ah! y algo más, el título del fic significa el renacer de Anubis, en egipcio antiguo... es una traducción aproximada que hice xD si alguien sabe egipcio antiguo y tiene la traducción correcta háganmelo saber xDDD.

Advertencias: Lemon, violencia.

Esta historia no tiene fines de lucro, etc etc etc -O-U es por mera diversión xD.

Saludosh!

Patts.

Kan Mkan Inpu

El galopar de caballos desbocados, sacudía desde sus piedras más fuertes y cimientos el puente por donde pasaban, teniendo bajo sus patas un profundo abismo, oscuro como la noche misma y la bruma que todo lo cubría. Los ojos rojos de las bestias, cuyos rostros estaban cubiertos de máscaras de metal acabadas en filosas navajas, mortales para cualquier enemigo, eran lo único que brillaba en aquel mar de oscuridad. Sus bufidos endemoniados rompían con la quietud natural, así como lo hacía el sonido de sus patas al seguir avanzando imparables por aquel inmenso y largo puente, que conducía a la entrada trasera del castillo negro, hogar y recinto de los grandes vampiros… la corte del Rey de todos ellos.

Dicho contingente, tan aterrador como salido del infierno se detuvo ante una gigantesca puerta, que fue abierta de par en par casi por arte de magia y sin producir mayor sonido que el de sus cerraduras. El que comandaba a aquel pequeño destacamento de por lo menos cincuenta soldados, bajó de su corcel demoníaco, agitando su larga capa oscura y ajustando una espada de reluciente plata en su cintura.

Estaba cubierto totalmente por la oscuridad, ante el ojo humano, su figura y la de los otros dos que le acompañaban nunca hubiera sido visible. Recorrió sin dificultad los caminos que conducían hacia el interior del castillo, haciendo sonar sus botas en los pisos de los patios hasta dar con el inicio de los pasillos que le llevarían al salón principal, donde su Señor le esperaba.

Cuando se adentró por fin en sus interiores, su figura negra e imponente quedó iluminaba con las antorchas que ahí alumbraban, mismas que tenían formas de gárgolas y otras criaturas de la noche, que vigilaban su paso como eternos e inmutables guardianes.

Un par de puertas doradas le cedieron el paso, descubriendo entonces su cabeza rubia para andar finalmente por una larga alfombra roja, que terminaba justo ante un  par de escalinatas sobre donde estaba situado un hermoso trono dorado, con incrustaciones de piedras, respaldo acojinado en rojo terciopelo y patas torneadas. El soldado posó una rodilla en el suelo tal como los demás lo hicieron de inmediato y agachó la cabeza, comenzando a hablar con voz potente y masculina.

-Lord Radamanthys de Wyvern, mi Señor, me presento ante usted luego de la misión que me fue encomendada.- pronunció con voz solemne y marcial aquel vampiro, cuyos ojos rojizos parecían mucho más terroríficos que los de los caballos.

El sonido de unas telas al friccionarse llegó claramente a sus sensibles oídos. Su Señor, Shion, se movía como si fuese dueño del tiempo tras el trono, acariciando los preciosos relieves del respaldo con sus manos grandes, blancas, perfectas, dotadas de largas y poderosas garras, afiladas como navajas a manera de uñas.

La tela de aquella túnica negra que portaba acarició el oro de la silla, lo mismo que acariciara su brazo al dejarlo descansar a un costado para caminar tranquilamente hasta ocupar su  lugar,  frente a los soldados y el rubio que tenía por capitán. Pero no lo hizo de manera inmediata…


Antes se permitió esbozar una sonrisa ligera, casi inperciptible, observando al vampiro frente a él con complacencia. Sus ojos morados, iridiscentes y llenos de maldad escrutaron a sus soldados, luego escrutaron el salón con sus largas cortinas de terciopelo rojo y  sus gárgolas en las columnas, sin prisas… disfrutando de la noche y del vino de sangre que sostenía en su mano izquierda. Le dio un sorbo, tomando asiento finalmente en su trono.

-Wyvern, ¿Has cumplido satisfactoriamente con mis órdenes?- cuestionó finalmente el Señor de los vampiros, con voz autoritaria y tranquila a la vez, hueca… estremecedora.

-En efecto, mi Señor… encontramos la guarida de los lobos, prepararé cuando usted ordene las tropas, para iniciar la cacería…- La sonrisa maldita era evidente en los finos labios del rubio, que se atrevía a levantar su rostro para enfocar la figura del Líder.

La túnica negra que traía puesta caía elegantemente por el trono, lo mismo que la capa de fondo rojo sangre, ceñida a sus hombros con una protección dorada casi a manera de hombreras. De su cuello colgaban collares de piedras rojas, así como en sus largos dedos se ceñían valiosos anillos.

Shion movió de su rostro uno de sus mechones verdes, que le impedían ver la figura de Radamanthys con claridad. Le observó altivo, alzando el par de motas violeta que tenía en su frente a manera de cejas, en un gesto de complacencia por las palabras que el capitán expresaba.

-Bien… no los atacaremos tan rápido… vamos a darles tiempo de que intenten huír…- sonriendo divertido, mientras recargaba un codo en el descansabrazos del trono y su rostro en una de sus manos, acariciándose los labios con una de sus garras. –Después de todo… ¿Qué caso tendría ser eternos si no podemos divertirnos? Esos perros pueden seguir siendo útiles para eso…-

-Cómo usted diga, mí lord…-

-Mantente alerta y listo para cualquier momento, Wyvern… pronto te daré la orden que esperas.-

-Bien, así será-

-Buen trabajo, puedes retirarte a descansar…- Ambos sonrieron con maldad pura, pero Radamanthys se puso de pie, atendiendo la orden de su señor no sin antes hacer otra pronunciada reverencia y luego, darle la espalda para abandonar el salón.

El peliverde observó su partida desinteresado, bebiendo en la misma actitud el resto de su copa hasta terminarla. Apareció de entre las cortinas entonces un joven paje, que se apresuró con una charola y una licorera de cristal cortado y bordes de oro a rellenar la copa de su Señor.

Su mano le indicó con un suave gesto que no lo hiciera, poniendo la copa sin mirarlo en la charola. Aquel pequeño vampiro se retiró de inmediato, en silencio como felino, dejando al mayor de todos los nosferatu en su trono.
Fue entonces cuando su sonrisa emergió de sus labios, mostrando sus colmillos afilados con una mueca de franca diversión. Si Shion lo quisiera, podría ir y descuartizar al Rey de los Lobos tal como lo hizo con su padre, podría ir a borrar de la faz de la tierra la estirpe original, esa jauría insignificante que tenía por manada y acabar de una buena vez con todos ellos… pero… eso sería aburrido.

La eternidad era inconmensurable… ¿Por qué acabar con la diversión tan pronto?

-Aún puede sufrir más…-

Más mucho más...

-Y aún puede divertirme…- Se relamió un colmillo casi con perversión, afilando su mirada amatista y disfrutando de la visión del Rey lobo que encontraba en su mente, imaginándolo derrotado, sin esperanza alguna… tal como debería de estar algún día.

Si, algún día… cuando se aburriera de verlo sufrir, cuando dejara de ser divertido y la humillación de su raza ya no resultara algo relevante. Primero pisotearía su orgullo hasta verlo hecho trizas, así como lo hizo con el de su hermano, le destruiría poco a poco.

< Nunca podrás escapar de mí…>

Aunque lo intentara.

Se puso de pie, girando sobre sus talones para perderse tras las cortinas de su trono, por el momento tenía algo en mente… una presa en la mira que pronto también habría de pertenecerle.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*


Los rayos acariciantes del sol matutino, llegaban hasta su piel de un exquisito tono moreno como suave toque, que le hizo fruncir el ceño y removerse entre las finas sábanas de lino que componían su cama. Las cortinas transparentes que la rodeaban ya no eran capaces de detener el candor del astro rey, tocaban al cuerpo durmiente con fuerza, interrumpiendo finalmente su sueño conforme el calor aumentaba su incomodidad.

Abrió sus ojos lentamente, sintiéndose molesto por la luz y luego, estirando su cuerpo con pereza, se despojó de las sábanas que lo cubrían, bajando finalmente de la cama para dirigirse al espejo que tenía frente a esta, observando su figura desnuda y dueña de una perfección admirable con una sonrisa. Se sabía hermoso, por supuesto que sí… sabía que su belleza arrebataba suspiros a quien le observara, que su mirada amarilla era tan embrujante como la de una serpiente y si se lo proponía, no había absolutamente nadie que se resistiera a él.

Para su desgracia, era un príncipe… un príncipe destinado a servir a los Dioses, cuya castidad, belleza y encanto tendrían que preservarse intactos.

La encarnación de Inpu,  o Anubis, como generalmente le conocían sus familiares griegos. Pero el era egipcio de sangre, descendiente de los últimos faraones nativos, de nobles, cuyo origen no fue del todo corrompido. Sabía que no podría ascender al trono de Egipto por esa razón, pero era adorado de la misma manera en que se le adorara a cualquier otro rey… por que era más que eso, era un Dios encarnado… así lo había indicado su estrella al nacer.

Y todo designio divino tendría que ser respetado so pena de muerte eterna.

Las puertas de su recámara se abrieron, dejando entrar a un grupo nutrido de sirvientes que de inmediato se dirigieron a el con reverencias, para luego encaminarse hacia su cuarto de baño, dispuestos a prepararlo antes de que el joven moreno lo utilizara.

Se acercó más al espejo, ignorando las palabras de sus sirvientes, concentrándose en el reflejo que le devolvía. Sonrió más ampliamente, deslizando una mano por su pecho y acariciándose  con sus uñas negras.

-El baño está listo, mi señor…-

Alzó una ceja, antes de apartarse del espejo y caminar hacia el sitio indicado con pasos sensuales, como si pretendiera hipnotizar a todo cuanto ser le mirara. La seducción era algo nato en él, un elemento demasiado natural que poseía y le gustaba utilizar… aunque nunca pudiera consumar ninguna de sus fechorías.

< Al menos sufren…>

Dejó que su cuerpo se reconfortara entre el olor de las aguas y su frescura, entrecerrando los ojos con placer puesto que sabía, sería uno de los pocos momentos del día en los que tendría ese instante de reposo.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

La situación en su país era tensa. Nadie estaba ajeno a las desgracias que le azotaban. El hambre y la pobreza con los que la actual soberana de Egipto no podía lidiar iban creciendo cada día y algo peor: la constante zozobra que se cernía sobre ellos a causa del imperio Romano les tenía destemplados.

Cleopatra jugaba con fuego, retaba a leones, exponía a su gente… era inconsciente y egoísta a los ojos de él, una chiquilla jugando a ser Diosa. No amaba lo suficiente a Egipto para luchar por el, no era digna de ostentar el trono, ningún griego lo era.

¿Pero que más podía hacer?

No tenía el poder suficiente para hacer algo por que simplemente, no había poder que pudiera vencer a los romanos; todo lo destruían, todo lo robaban… burdos mercenarios bajo el emblema de soldados, líderes estúpidos que caían seducidos ante el encanto de la reina egipcia, y todos iban a la destrucción.

Mya, el joven príncipe ya lo sabía, se lo habían dicho las estrellas, el final estaba cerca. Y en vez de aterrarle solo podía sonreír, esconderse tras la máscara de pulcro encanto que era su rostro y seguir el curso de los hechos, como las aguas del Nilo lo arrastraran todo con la crecida. Había cosas inevitables… la conquista de Egipto era una de ellas y sin embargo, le daba tanta rabia.

Contempló las dunas de arena semejantes a montículos de oro sobre el basto desierto. Un grupo de sacerdotes y sirvientes le seguían, manteniendo sobre su cabeza un toldo para cubrirlo del sol. Se adentró en el valle de los Reyes, esas montañas rojas que albergaban las tumbas de aquellos hombres que habían dirigido a su pueblo y ahora eran parte del cosmos.

Su tumba estaba siendo construída ahí, ese día le tocaba supervisar los avances.

El complejo principal ya estaba casi listo. Los ojos ámbar de Mya presenciaron la sala llenos de orgullo, satisfecho de la belleza de aquel lugar y las obras de arte en sus paredes, que lo representaban como Anubis, honrando a los dioses antes de pasar al otro mundo.

Acarició con sus finos dedos las paredes, mientras pedía a los sirvientes que le dejaran solo.

Y cuando lo hizo, se recargó en una esquina, al borde de las lágrimas y con el rostro deformado por la tristeza.

No le tenía miedo a la muerte, pero si al olvido…

Una civilización tan maravillosa como Egipto, que había permanecido por milenios en la tierra no podía desaparecer en manos los romanos, era demasiado para su orgullo, más sabía que era inminente.

Todo tiene un principio y un final…

Una voz susurrante le sacudió, haciéndole buscar por todos lados el cuerpo de quien la emitiera.

Solo lo eterno permanece…

-¿Quién eres?- Cuestionó con voz casi molesta, caminando en la sala de la tumba mientras repasaba las paredes con sus manos, desesperado por no ver a nadie y seguir escuchando aquella misteriosa voz.

Serás mío… Príncipe…

-¡Basta ya!- Se tapó los oídos, negando con la cabeza para salir de inmediato de ese lugar.

Se topó con sus sirvientes, que iban a su encuentro luego de escucharlo.

-Mi Señor… ¿Qué le ocurre?-

Mya no supo que decir, lo contempló todo con miedo y rabia. Ordenó que aquel lugar fuera sellado hasta que su muerte obligara a abrirlo, temiendo que algún espíritu vagara y le persiguiera como maldición.

-Vámonos…-

Fue la orden seca del de ojos amarillos, antes de dejar en las penumbras la tumba… sin ver que tras él, una imponente sombra se manifestaba.

El rostro alabastrino de Shion refulgió en medio de la oscuridad, esbozando una sonrisa que se dispersó tan rápido como su presencia.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

Por la tarde, ya en la seguridad de su pequeño palacio y con el amparo refrescante de las sombras de palmeras, Mya podía sentarse en el musgo fresco que crecía sobre la ribera del Nilo a tocar el arpa, su instrumento favorito y el que mejor dominaba. Las suaves notas que hacían sonar sus dedos, llenaban el ambiente y le tranquilizaban. Sus nervios últimamente le traicionaban… escuchaba voces extraterrenales,  que le estremecían de pies a cabeza y le hacían temblar de miedo.

En sus sueños aparecían un par de ojos amatistas, dueños de una violenta belleza y una maldad tan basta como los desiertos que le rodeaban. Era un espíritu del mal, estaba seguro… parte de la serie de desgracias que llegaban con el fin de su era.

Aunque, no podía evitar sentirse atraído por ese sueño, por esos ojos… no podía evitar sentirse cautivado. Soltó el arpa y lo dejó a un lado de su cuerpo, recargándose tranquilamente en una palmera con una mano sobre su vientre. El viento de la tarde mecía su melena azabache, le acariciaba las mejillas mientras cerraba los ojos, abandonándose a una placentera siesta con el canto de las aves como música arrulladora.

No podrás evitar la destrucción de tu pueblo, así como tampoco podrás evitar que yo te haga mío…

La voz le sacudió de nuevo, acelerándole la respiración con sus amenazas mientras en su mente, resplandecían de nuevo esos ojos morados con su brillo y encanto mortal. Crispó los dedos en el musgo, sin ver nada más que la oscuridad rodeándole…

-Dime quien eres….-

No necesitas saberlo… aún…

-¡Ugh!-

La presencia del Rey de los Nosferatu le aplastó como si una piedra gigantesca le cayera sobre el cuerpo, arracándole la respiración y haciéndolo removerse en su sitio, intentando inútilmente liberarse de aquella asfixiante sensación.

-¿Por qué…? ¿Qué quieres… de mí?-

Lo quiero todo… absolutamente todo…

La sensación de una erótica caricia en su entrepierna le hizo soltar un suspiro, vislumbrando en aquella pesadilla una alta, oscura y soberbia silueta como toda presencia ante él. Lo contempló con la mirada aterrada, buscando salir de aquella oscuridad, intentando despertar de aquella pesadilla.

-¡Déjame!-

Pronto… pronto acabará tu tortura… orgulloso príncipe…

Un par de manos blancas aparecieron ante sus ojos, cuyas largas garras recorrieron su cuerpo desde el cuello hasta el vientre, lenta y cruelmente, abriendo cortadas en su piel inmaculada que pronto se tiñó de sangre.

Pronto… serás mío…

-¡AH!-

Despertó abruptamente, dándose cuenta de que el cielo había cedido paso a la luz y ahora estaba matizándose de morado. El recuerdo de sus ojos le estremeció, se descubrió solo en la orilla del Nilo, con el arpa a su lado tal como la había dejado. No había rastro de sangre en su pecho, ni nada parecido.

Una pesadilla… otra más.

Se levantó de inmediato, sacudiéndose la saya*1 blanca que traía puesta y casi corriendo, abandonó el sitio donde estaba, antes de que la noche lo cubriera por completo todo.

El sonido de un cuerpo al chocar con el agua fue algo que Mya ya no alcanzó a escuchar. Los cocodrilos devoraron el cadáver, mientras Shion volvía a perderse entre los matorrales tras probar un poco de la sangre egipcia que pronto disfrutaría en todo su esplendor.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

La noche había caído de nuevo. El palacio era ahora iluminado con múltiples antorchas, mientras el príncipe apenas y tocaba su cena. Los rumores decían que las batallas entre Marco Antonio y Octavio estaban por llegar a su fin, que seguramente, la victoria sería de éste último… y si eso era cierto, el final estaba sobre sus talones. Su preocupación le impidió comer, las pesadillas que tenía constantemente también le habían robado el apetito.

Solo andar por el desierto, los rituales a los dioses y sus paseos en carruajes de guerra eran lo que le lograban distraer.

Los días pasaban  en constante tranquilidad, una paz tan frágil como falsa, una paz que no era más que la predicción de una catástrofe.

-Estamos cerca del final…-

Se decía frente al espejo de su recámara, contemplando su figura, cuya belleza era resaltada ahora por la vestimenta que portaba. Estaba ataviado con una hermosa saya transparente, de color negro y larga, arrastraba en el suelo al caminar. En sus caderas colgaba un pareo con múltiples cuentas de piedras preciosas, incrustradas en oro puro como las joyas de sus brazos y antebrazos. Su pecho estaba cubierto con un pectoral del Dios Horus, con sus alas extendidas a manera de protección. La mirada amarilla de Mya resaltaba como si poseyera dos brillantes monedas bajo las capas de maquillaje.

Colocó un úreo*2 con Uadyet, la diosa cobra, coronando su cabeza… representando su estatus, su poder…

Sería de las últimas oportunidades que tendría de vestirse así.

Como un condenado a muerte, se dirigió por los pasillos silenciosos hacia el templo de Amón-Rá, a ejecutar lo que solía hacer todas las noches: la danza a los Dioses, la ofrenda que tenía que ofrecer por ser el avatar de Anubis en la tierra.

Traspasó el umbral de la entrada en aquel sagrado recinto, donde ya se encontraban un grupo de sacerdotes orando al Señor de los Cielos. El sitio estaba lleno de pebeteros, que hacían resaltar la belleza de Mya, cuya piel brillaba como bañada por oro ante su luz. Las cuentas de su pareo interrumpieron los rezos. Él los contempló con arrogancia y una sonrisa, caminando hacia el centro de aquel recinto mientras los músicos, con ojos vendados y guiados por otros monjes se acomodaban alrededor.

Era una danza sagrada, nadie que no fuera sacerdote o parte de la realeza tenía derecho a verla.

Pero eso no le importaba al Rey de los vampiros. Shion lo observaba desde hace tiempo por las rendijas de los pasillos, sin que Mya o sus sacerdotes lo descubrieran. Así había dado con aquella joya egipcia, de excepcional belleza y sangre real… así se había dado cuenta que sus atributos merecían conservarse para toda la eternidad.

Lo había elegido como uno de los suyos.

La danza de Mya empezó al sonar de los tambores. Sus caderas comenzaron a sacudirse frenéticamente, acompañados de los movimientos de su torso que imitaban a los de una cobra embrujando a su presa. Giraba sin descanso en torno a la figura de Rá, una estatua de oro macizo que era acariciada por las manos perfumadas del príncipe egipcio… un verdadero desperdicio según la opinión de Shion.

Su cuerpo temblaba rítmicamente, hacía mover las telas de su saya, dejando ver la desnudes de sus piernas, sus músculos cimbrándose bajo la frenética danza que ejecutaba… sudando, respirando con agitación, haciendo que la ansiedad en su peliverde espectador creciera.

Se relamió los colmillos cuando Mya se derribó en el suelo, ondeando su tórax de forma endemoniadamente sensual, moviendo después su pelvis como si existiera una unión íntima en él. Y la había en cierta forma… eso representaba su danza, era una comunión total con el Dios a quien adoraba.

Vas a pertenecerme…

La voz le sacudió en medio de sus movimientos, pero lejos de amedrentarle esta vez, solo logró despertar aún más la excitación que bailar le incitaba. Jadeó y se levantó del piso, provocando sismos aún más fuertes en sus caderas, sacudiendo el pareo y ondeando los brazos de manera hechizante en los últimos instantes de la danza.

Yo seré tu único Dios…

Terminó derrumbándose en el suelo frente a la estatua de Amón-Rá, postrado ante sus pies mientras respiraba agitadamente. Buscó la silueta negra de sus sueños pero no vió nada, solo estaban los músicos con sus ojos vendados y los sacerdotes en trance.

Se levantó lentamente del suelo, limpiando con uno de sus dedos una de sus mejillas sudorosas. No sabía de quien se trataba, no sabía si se estaba volviendo loco, pero lo que sentía era real… el miedo que le producía al escucharle le excitaba, la zozobra se transformaba en curiosidad, en deseo.

Esa noche abandonó el recinto de Amón con cierta incertidumbre, con un mal presentimiento que se hizo real cuando al llegar al palacio, fue informado que la reina Cleopatra solicitaba su presencia en Alejandría.

-El final ha comenzado…- Musitó para él, sosteniendo una botella de aceite que era parte de las ofrendas. –Preparen todo, saldremos esta misma noche…-

Los sirvientes asintieron, mientras Mya corría hacia su habitación, dispuesto a dejar su antiguo palacio para ir al encuentro de la reina de Egipto.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

-¿Están listos los hombres, Radamanthys?-

-En efecto, mi lord, todo está listo para cuando lo ordene…-

-Bien…-

Shion acarició la daga de plata con cacha de zafiros que sostenía entre sus dedos. Era un arma hermosa, tremendamente afilada, letal… En espera de que fuera usada contra los malditos de la luna. El peliverde se paseó con soberbia por su biblioteca, sin dejar de mirar la daga casi con curiosidad.

Una gota de sangre la adornó, una gota de su sangre que pronto se evaporó como si jamás hubiese existido. Shion lanzó la daga y esta se incrustó en la puerta con un golpe seco, justo a un lado de Radamanthys que no hizo ni el menor intento en esquivarla.

-Tómala… mata a los lobos que puedas con ella… pero deja con vida a Azhriel, diviértete con moderación.-

El rubio sonrió torvamente, arrancando la daga de la puerta para observarla con una ceja alzada y luego, sonreírle agradecido al Rey.

-Así será, Señor…- 

-Asegúrate de darles un escarmiento… de que no olviden que son bestias perseguidas, dales vergüenza y ofréceles humillación.-

-A la orden, se hará como usted dice…-

El de ojos amatistas asintió, antes de dar su última indicación.

-Te quiero aquí antes del amanecer,  ¿entendido?-

Tras escuchar la última orden, el Wyvern salió de la biblioteca, dejando entrar a un par de jovencitas cortesanas que reverenciaron con alevosía al peliverde. Les indicó con un movimiento de su mano que se acercaran, sonriendo malignamente al tiempo que éstas comenzaban a desanudar las prendas que vestían, mostrando sus torsos y las formas juveniles, casi adolescentes de sus pechos.

Acarició a una de ellas sobre la yugular, pasando sus uñas y enterrándolas hasta hacer brotar su sangre. La joven emitió un gemido casi erótico, mientras el peliverde contemplaba el correr del líquido escarlata  por su pecho con diversión.

-No es su sangre lo que deseo…- Llevó sus garras manchadas a la boca, lamiéndolas con perversión. –Hoy… me toca probarlo a él…-

Les indicó que salieran, provocando en ellas un suspiro de desencanto. Vampiras cortesanas, deseosas de la atención del Rey, de una mirada, de una mordida… de cualquier cosa que pudieran obtener de él y que rara vez lograban.

Esa noche, Shion tenia antojo de sangre egipcia, la sangre real de ese que había elegido y que finalmente se consumaría entre sus brazos. Esa noche era una noche especial. Coincidía con la huída de los lobos, con la caída de Egipto, con el renacer del príncipe que pronto sería suyo… solo suyo.

-Para siempre…-

El mundo cambiaba constantemente. Una era iniciaba, otra llegaba a su fin, así eran los asuntos de humanos, tarde o temprano siempre terminaban.

-Por que solo nosotros tenemos la eternidad… Y yo te la voy a regalar…-

< A cambio de tu lealtad eterna, pequeño príncipe…>

Un precio módico, si se comparaba con el beneficio que era vivir para siempre, ser bello, no perder la juventud.

-Lo mereces…-

Sonrió de nuevo.

La tarde poco a poco iba cediendo paso hacia la negra noche, aún tenía algo de tiempo para ver la vergonzosa huída de los lobos sin que se dieran cuenta, antes de que el partiera hacia Egipto, donde estaba centrado uno de sus objetivos ahora.

*~*~*~*~*~*~*~*~*

Cleopatra estaba lista para morir… pero moriría con dignidad. Eso le había dicho a Mya en la charla que tuvieran al medio dia, justo horas después de que éste llegara a Alejandría. Esa ciudad era bella. La huella indeleble que El Magno había dejado ahí tras fundarla era palpable, su presencia estaba en cada recoveco de la ciudad… y quería verla por última vez.

Paseó durante el resto del día por sus calles como ningún otro príncipe egipcio lo hubiera hecho antes; disfrutó de la brisa que el delta del Nilo le traía, aspiró el aroma a musgo, a dátiles… como si fuese la primera vez que lo hacía, no quería olvidar nada de eso cuando partiera de éste mundo. Inclusive, se dio tiempo de vagabundear por el mercado de la ciudad y ver con sus propios ojos el lado popular de su pueblo que nunca se había detenido a admirar.

Era una lástima que hasta ese día se hubiese atrevido a hacerlo. Le hubiera gustado contar con mas tiempo para revisar cada parte de esa ciudad, pero tiempo era algo que no tenía… los romanos acabarían hasta con el mas insignificante noble egipcio, temerosos de que alguien pudiera resurgir y arrebatarles el control total.

Pobres romanos, tan cobardes como estúpidos… en su facilidad para crear el terror residía su supuesto valor, que no era más que una careta para ocultar la verdad de su patética armada, sus miedos, inseguridades con las que no podrían lidiar por mucho tiempo.

-Burdos bárbaros… solo recogen las sobras de los demás…-

Y eso harían con Egipto, lo sabía muy bien. La reina ya estaba en su mausoleo, con sus doncellas arreglándola y lista para enfrentar su destino final. Algunas personas huían, otras como el estaban resignadas al destino o simplemente, el orgullo que les impedía abandonar su país.

Cuando regresó a su palacio, subió al a terraza principal de su recámara, para admirar la puesta de sol en el río sentado desde un hermoso diván. Sus sacerdotes principales le habían acompañado., oraban en la sala de aquel pequeño recinto mientras el disfrutaba de su último atardecer. Lo presenció en todo su esplendor, lo vió absolutamente maravillado… el más hermoso atardecer de toda su vida.

Las personas siempre valoran lo que tienen cuando están por perderlo… y eso mismo le sucedía a él.

-Ven aquí Ruth…- Una hermosa cobra negra se deslizó por el suelo de mármol con delicadeza, olfateando en el aire con su lengua hasta dar con el aroma de su señor.
Mya la acarició sin tocarla, moviendo su mano como si buscara embrujar al reptil que de inmediato siguió su camino hacia el. Dejó caer su brazo hacia el suelo, haciendo que la cobra se enredara en el antes de subirlo hacia su rostro, donde la admiró con una sonrisa casi alegre

-Eres hermosa…- Le dijo al animal, acariciando su cabeza con un dedo y provocando que ésta se balanceara hipnotizante ante él.

Alzó una ceja, entreabriendo los labios como si tratara de decir algo y no pudiera hacerlo. Los ojos se le humedecieron, pero las lágrimas nunca corrieron por sus pómulos, se negaba a mostrar su debilidad ante la desgracia… se negaba a resignarse a su destino.

Moriría peleando, jamás entregaría su cuerpo a un romano para que se burlaran de él.

-Vamos Ruth, necesito de ti… -

Se puso de pie con cuidado, tratando de no despertar el sueño del felino que dormía a sus pies, un hermoso caracal de color cobrizo, como las arenas del desierto. Sus ojos dedicaron una última mirada al horizonte, despidiéndose del atardecer antes de perderse en los pasillos del palacio… tenía algo que hacer, su movimiento final para cerrar con broche de oro ese corto lapso de vida que los Dioses le habían brindado.

Tenía solo 18 años.

*~*~*~*~*~*~*~*~*

Sus sirvientes decían que tenía que huír más el se negaba, quería enfrentar a los romanos y llevarse a unos cuantos a la tumba, esa sería la manera mas digna de morir para un egipcio como él, orgulloso de su historia y su linaje.

Desde que presenciara la muerte del dia, Mya se había refugiado en un pequeño laboratorio en el fondo del palacio, donde estuvo trabajando en venenos y preparando algunas de las armas que dispondría para defenderse esa noche. Las huestes romanas ya deberían de estar muy cerca de la ciudad… se acercaban como hienas rabiosas, dispuestas a masacrar a la reina y todo aquel que se topara en su camino. Pero el se la pondría más difícil, el no moriría solo.

Podría parecer que por su aspecto fino y hermoso la fuerza de la que dispusiera fuera reducida, pero no era así. Lo habían entrenado desde niño en las artes de la guerra, aunque jamás hubiese tenido la oportunidad de probar sus habilidades…. Lo haría esa noche, se sentía seguro… casi emocionado.

Tenía miedo, por supuesto que sí… pero en el miedo estaba la mayor de las fortalezas.

-Listo…- sonrió cuando terminó de envenenar la hoja de su Kepesh, la espada curveada que siempre solía traer con el y una fina daga dorada con su nombre y emblema, regalo de su padre al morir.

-¡Mi señor! ¡Tenemos que irnos, los romanos han entrado a la ciudad!- El corazón de Mya se aceleró violentamente, miró a los sirvientes que se acercaban a el con pasos presurosos, negando con vehemencia, sin dejar que lo arrastraran del todo.

-¡Yo no quiero huír! ¡Quiero quedarme y morir peleando!-

-No mi señor, no podemos permitir que muera sin antes haber intentado arrancarlo de las alas de la muerte… los romanos no tendrán piedad con usted.- Dijo el sumo sacerdote, observándolo con tristeza mientras intentaban arrastrarlo por los pasillos, hacia el patio donde ya tenían listo los carros que usarían para la huída. –La resistencia del palacio no durará mucho, pero nos dará tiempo suficiente para alejarnos.-

-Nos atraparán de la misma manera…-

-Al menos lo habremos intentado…-

El moreno de ojos amarillos crispó los dientes, sujetando bien el kepesh y la daga para que no se le cayeran mientras lo empujaban hacia el patio del palacio. Subió en uno de los carruajes, al mismo tiempo que los demás sacerdotes y sirvientes ocupaban el resto de éstos y luego, de manera inesperada, arrancaban a todo galope hacia las afueras del mismo.

Mya apretó contra su pecho el kepesh, temblando de rabia por su destino. Le resultaba vergonzoso, injusto… Egipto no merecía tal humillación.

-Un día lo pagarán… malditos romanos…-

Sus manos trémulas acomodaron el kalasari*3  que llevaba puesto y las joyas. Se ajustó el tocado en su cabeza y miró altivo por la ventana… su gesto de arrogancia se diluyó en la más profunda tristeza al ver en la distancia el mausoleo de Cleopatra en llamas, así como todo el complejo de su palacio, luego la ciudad al avanzar más en el camino… tal como lo esperaba. Casi podía escuchar los gritos de terror de su gente y deseó regresar en ese instante, morir con ellos, acabar entre las cenizas que seguramente lo cubrirían todo cuando la ola de fuego pasara.

Tembló de furia, recargándose en el asiento del carro mientras apretaba el arma que llevaba. No pasaría mucho tiempo antes de que los romanos les dieran alcance, tenía que estar preparado para todo.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

Le estremeció el galope de muchos caballos acercarse a él… pero le estremeció aún más escuchar los gritos de los sirvientes al ser asesinados, los romanos les habían alcanzado cuando apenas llevaban un trecho fuera de la ciudad. La respiración de Mya se aceleró, sus dientes dolieron al ser apretados y sus manos casi sangraron ante la fuerza que imprimió en cerrar sus puños.

De repente el carruaje donde iba se detuvo secamente y el grito de  su conductor le indicó que estaba perdido. Las lanzas de los soldados romanos atravesaron las paredes del carruaje y por poco a él, que tuvo tiempo de pegarse al otro extremo y reaccionar justo antes de que ese mismo también fuera atravesado. Se inclinó sobre el asiento y luego pasó con agilidad hacia el otro, pegándose a la pared sin puntas de lanza incrustradas en el momento en que la puerta del carruaje se abría. Agazapado en la oscuridad que reinaba dentro de éste pudo ver la sonrisa del romano, iluminada por las antorchas que sostenían tras el sus compañeros.

Su sonrisa pronto se tiñó de rojo. El príncipe blandió su kepesh y no dudó en repasarlo por la garganta de aquel. Pateó su cuerpo y salió el carro solo para recibir a otro par más que de inmediato intentaron liquidarlo con sus espadas. Mya los evadió con agilidad, liberándose del que tenía frente a él, arrojando su cuerpo contra su compañero para darse tiempo de atacar otro y ver su cabeza rodar por el suelo al sucumbir con el filo de su kepesh.

El cuerpo del egipcio se salpicó de sangre romana en poco tiempo. Sus manos estaban húmedas de esta, les sonreía con reto a los soldados que iban cayendo ante el sin tener tiempo de acercarse. Sintió unos brazos fuertes rodearlo desde la espalda por debajo de sus brazos y apretarlo contra su pecho, tratando de inmovilizarlo.

-¡No me toques bastardo!-

Su furia no concedía receso. La elasticidad de sus piernas se hizo evidente al patearlo desde su posición en el rostro, alzando una pierna y luego moviéndose cual serpiente en cacería para ensartar la daga que llevaba en la garganta del soldado romano. Giró rápidamente y mientras éste caía al suelo, cortaba con ferocidad el rostro de otro que se iba acercando a el, haciendo un tajo desde su mandíbula, pasando por su nariz hasta salir en ascendencia por su ojo.

El pecho le resaltaba agitado, manchado de sangre que corría por el junto con su sudor. Sus dientes mostraron una fría sonrisa ante el grotesco espectáculo que tenía frente a él, nada le complacía más que ver la sangre de sus enemigos formando charcos a sus pies.

Pero el triunfo fue algo que no pudo celebrar por mucho tiempo. El filo de una lanza le atravezó un hombro desde la espalda, haciéndolo soltar un grito desgarrador y luego, sintiendo la punta de una flecha incrustarse en uno de sus muslos. Se arrancó la flecha con rabia e  intentó hacer lo mismo con la lanza, cayendo de bruces tras de sacarla de su cuerpo.

Se vió rodeado de romanos en cuestión de segundos. Las armas que portaba cayeron al suelo justo como él, pero no dejó que su mirada, manchada de sudor y escarlata perdiera el orgullo. Contempló al contingente con la respiración agitada, sintiendo que las heridas borboteaban sangre y entre ésta, se escapaba su vida.

Quiso tomar la daga y quitarse la vida antes de morir en manos de esos desalmados, pero se lo impidieron. El centurión le pisó el dorso de ésta con saña, haciéndole ahogar un grito en la garganta y levantar la mirada, como si pudiera atravesarlo con sus grandes ojos amarillos mientras el soldado remolineaba su mano contra el piso.

Ninguno de ellos se percataba de la sombra que lo había presenciado todo en la oscuridad del camino. Shion disfrutó del espectáculo con una sonrisa apenas distinguible en sus labios… había regresado de ver la vergonzosa huída de Dohko y su jauría de perros cobardes justo a tiempo para ver la de Mya.
Se sintió complacido de verlo pelear con ese arrojo y esa saña, supo que era perfecto para ser un vampiro… pudo distinguir su sed de sangre en su mirada ambarina cargada de odio hacia quienes lo atacaban y nada le agradó más que eso. Su cuerpo le parecía más hermoso ahora, cubierto de tela ensangrentada y sudoroso, trémulo y completamente caliente por la acción de la batalla, listo para el que él lo reclamara como suyo en cualquier momento… solo estaba aguardando por el instante preciso.

El príncipe egipcio retrocedió en el suelo, intentando huír de los que ahora le rodeaban aunque se sabía perdido, queriendo atacarlos a pesar de que sus fuerzas estaban flaqueando y un mareo a causa de la sangre que estaba perdiendo le sacudía.

-Podemos divertirnos con esta joyita antes de acabar con el... ¿No lo creen muchachos?-

Los soldados respondieron jubilosos ante las palabras del que parecía ser su capitán, mientras se acercaba al moreno con pasos tranquilos, brincando los cadáveres de sus compañeros como si fueran cosas insignificantes.

-Déjame ver que escondes bajo esas ropas, moreno…- Una fuerte patada en la quijada, ejecutada con la pierna sana y sus últimos reductos de fuerza le hizo detenerse de lo que pensaba hacer: arrancar el kalasari de Mya.

-¡No me toques, cerdo!-

-¡Maldita ramera! ¡No tendré piedad de ti!-

-Jaja…-

Una risa fría le heló los sentidos al egipcio, no era emitida por ningún romano… era la voz hueca y extraterrena que acudía a sus sueños y le martillaba los sentidos. El soldado miró hacia todos lados, asustado y casi olvidándose de lo que pensaba hacer. Su casco cayó al suelo impulsado por una fuerza invisible, justo antes de que una espada le atravesara la cabeza por un costado.

Los ojos amarillos del príncipe se abrieron como platos, la mandíbula le temblaba y el más puro terror le invadió. Se convirtió en histeria al comenzar a escuchar los gritos de la tropa, al ver el fuego expandirse por los cuerpos de los soldados caídos y poco a poco, distinguir una sombra oscura que los cercenaba a todos como si fueran simples muñecos.

Parecía que una lluvia de sangre caía sobre él; las cabezas rodaban y sus cuerpos caían apilados unos sobre otros, sin que alguien pudiera detener aquel torbellino oscuro que se deshacía de los soldados sin mayor esfuerzo, usando sus propias lanzas, las mismas espadas romanas para hacerlos trizas. El sopor del fuego se iba acercando a él, dejándole ver con claridad los cadáveres desmembrados de los centuriones y otros cuerpos que iban cayendo con las flechas y espadas incrustradas en el rostro.

Los gritos cesaron sin que el aturdido príncipe pudiera captarlo del todo. Levantó su mirada en el momento en que la sombra se acercaba a él, abriéndose camino entre los cuerpos mientras estos eran levantados en el aire formando un torbellino y procedían a apartarse de él hasta convertirse en meros pedazos al llegar al suelo. Así llegó hasta donde el moreno temblaba, con su figura rodeada de fuego  como si se tratara del demonio en persona, salido del mismísimo infierno.

-No temas… no te haré daño, Mya…- Estiró su mano hacia el joven egipcio, su mano que resaltaba blanca y alabastrina…como las manos que había visto en su sueño, las mismas garras que le laceraran en la pesadilla tan limpias como si hubiese tocado a ningún centurión.

El aludido se replegó hacia el carruaje, intentando ponerse de pie y respirando aceleradamente, sintiendo que en cualquier momento esas mismas garras le sacarían el corazón del pecho.

-He dicho que no te haré daño… no debes temerme.- Su voz sonó acariciante, masculina… sin dejar de ser fría y dotada de un toque indeleble de maldad.

Mya contempló su mano extendida sin poder evitar temblar, el miedo que sentía no podía ser ocultado, respiraba aceleradamente y apenas podía ponerse en pie por las heridas de su cuerpo.

Sin embargo, la invitación de aquel ser de mirada amatista era imposible de rechazar. Existía una fuerza en el que le impedía hacerlo, una necesidad que gritaba por ser calmada entre sus brazos… el deseo de apoderarse de su boca hasta perder la respiración contra sus labios.... sus labios, que ahora dejaban ver la sonrisa más hermosa y siniestra que había visto jamás.

-Vam… piro…- Pronunció al tiempo que estiraba su mano hacia la de Shion para estrecharla.

Éste capturó la fina extremidad solo antes de jalarlo fuertemente hacia su cuerpo, aferrarlo a su cintura y palpar las formas de sus glúteos con evidente deseo, arrancándole un jadeo erótico al egipcio que se olvidó pronto del dolor de las heridas, como si la respiración del nosferatu contra sus mejillas le drogara.

-Hoy… serás mío…- Musitó Shion junto a uno de sus oídos, aspirando su perfume por encima del olor a sangre que llenaba.

El príncipe egipcio se dejó acariciar por sus palabras, por el aliento embriagador de aquel hombre cuyas hermosas y perfectas facciones le embrujaban.

Solo sintió que abandonaba el suelo, que el aire arrancaba la sangre de su cuerpo y lo acariciaba entre los pliegues de su kalasari. Escondió el rostro contra su pecho, abandonándose a la debilidad que sentía en su cuerpo mientras entrecerraba los ojos, dejándose llevar por el momento y el nosferatu como si fuese una hoja en medio de la ventisca de la tarde.

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

Aún no perdía la conciencia, pero estaba seguro de que pronto lo haría. La sangre que manaba de su pierna y en su hombro parecía haberse detenido, pero no con ello dejaba de sentirse menos débil. Enfocó con dificultad el sitio donde se encontraba y pudo distinguir casi como en un sueño, las paredes llenas de relieves de aquel lugar que había manado construir a manera de tumba. Tuvo la sensación de haber muerto, de encontrarse a un paso del inframundo y al borde del juicio final que Inpu realizaría… sin embargo, cuando sus ojos ambarinos tuvieron la oportunidad de ver con claridad, distinguió las luces de antorchas encendidas en la pared, su calor contagioso y el dolor lacerante de las heridas.

-Mya… despierta ya…-

La voz imperativa de sus sueños le martilló el cerebro, estremeciéndolo desde adentro, acelerándole la respiración hasta sentir el miedo brotar de sus entrañas. Buscó la figura del nosferatu a su lado, enfocándolo con los ojos muy abiertos ahora. Era hermoso… una belleza casi irreal, que no creyó que existiera.

Sus cabellos verdes y brillantes caían por sus hombros de manera deliciosa, esos ojos violeta oscilaban entre un iridiscente fulgor y un brillo escarlata, sus labios finos curveados en una sonrisa le resultaron tremendamente deseables, lo mismo que su cuerpo que a pesar de estar cubierto con ropas negras, resaltaba imponente y fuerte bajo éstas.

-¿Quién… eres?-

-Soy tu Señor…-

La afirmación le hizo alzar las cejas, contemplarlo con arrobamiento y sorpresa antes de darse cuenta del lugar donde estaba recostado. Era el sarcófago de oro y piedra que mandara a construir, yacía sobre su tapa, manchando de sangre su recubrimiento dorado. Quiso preguntar el por qué de su aparición, lo que quería obtener de él, pero todo se quedó en su mente ya que el de ojos violeta se acercó a el en un abrir y cerrar de ojos para sostenerlo de una pierna y moverlo hacia el frente, acomodándolo de forma transversal en el sarcófago ante su mirada sorprendida y temerosa.

-Guárdate tus preguntas, egipcio… no es necesario que las hagas ahora…-

Se acomodó de un solo movimiento entre sus piernas, descubriendo sus músculos manchados de sangre, que no tardó en recorrer con fuerza y lentitud. Llegó hasta la herida de Mya, donde presionó sin consideración hasta hacerle soltar un grito de dolor.

-Tu dolor pronto desaparecerá, la muerte ya no podrá alcanzarte y la vejes será solo un sueño. Esta belleza que posees ahora será eterna, Mya… - Sus palabras le estremecieron de nuevo, eran susurrantes, un murmullo delicioso y arrullador que le hacía desconectarse de todo.

Shion deslizó sus palmas por la piel húmeda de Mya, hasta llegar a sus caderas que afianzó fuertemente, atrayéndolo hacia su pelvis para hacerle sentir la excitación que despertaba en el… despertar la suya totalmente, arrancándole un suspiro audible que estuvo a punto de transformarse en gemido.

-Tu belleza, tu vida… todo lo que eres ahora será eterno…- acercó su boca a la del moreno, entreabriéndola para dejarle sentir su aliento sobre sus labios y sacar su lengua lamiendo las comisuras de estos, mientras sus manos exploraban ahora en dirección a sus glúteos, donde presionaron sensualmente antes de comenzar un vaivén erótico contra su entrepierna.

-…Si me aceptas como tu Señor, tú único y absoluto Amo… para siempre…-

Mya se mecía en la agonía.

Todo su cuerpo vibraba por sensaciones que nunca había experimentado. Aquel vampiro le recorría con libertad, sin recato, llegando a partes de su cuerpo que ningún otro hombre había tocado jamás. Y era como si su piel hubiese esperado por ese momento toda su vida, como si cada fibra de su ser conociera de sobra esas manos y aceptara con gusto sus audaces toques.

Quería más, deseaba más.

Todo, un anhelo casi animal despertó en su interior para hacerlo desear desesperadamente al peliverde, que reconoció de inmediato como su señor.

-Sé lo que quieres…- el vampiro sonrió, abriendo con sus manos el kalasari, descubriendo su pecho sudoroso y con rastros de sangre. –Deseas la eternidad, y yo la tengo… para ti.- Limpió su pecho con la misma tela del kalasari, arrancándolo después de su cuerpo para descubrir la total desnudes del egipcio.

Era el hermoso hasta el infierno, aún ensangrentado y con heridas en su cuerpo, la belleza que poseía no se veía absolutamente opacada en nada. Shion sonrió complacido, mientras Mya suspiraba y arqueaba su espalda de forma erótica, antes de enfocar al vampiro con los ojos nublados de deseo.

-Quiero… ser… eterno…- Musitó con voz apagada, justo antes de soltar un grito de placer al sentir como una de las manos de Shion tomaba su hombría y lo estimulaba sin conseciones. –Te quiero… a ti… en mí…. ¡AH!-

Las piernas del moreno se abrieron, ofreciéndose totalmente al vampiro que no esperó demasiado antes de comenzar a recorrer con avidez cada parte de ese cuerpo juvenil y hermoso, que se estremecía de doloroso deseo con sus roces precisos, hirientes, esas garras afiladas que comenzaban a marcar su piel de forma ensañada, aumentando la desesperante excitación de Mya y el dolor de su cuerpo lacerado.

Una fricción erótica entre sus miembros les arrancó jadeos a ambos, Shion los ahogaba contra su clavícula, el príncipe los evidenciaba, llenando la solitaria y callada tumba de sensuales sonidos que emitía su garganta.

-Nunca olvides esta noche, egipcio… no la olvides o será tu perdición…-

-Hazme tuyo… quiero pertenecerte…-

Su voz emergió necesitada e impaciente, aumentando la fricción de sus cuerpos hasta que se tornó un movimiento doloroso; el cuerpo del moreno estaba empapado de sudor, sus heridas no representaban mayor molestia ahora que estaba invadido de una excitación arrasadora, que se expandía por sus venas como un veneno enviciante, adictivo y completamente aturdidor.

El vampiro se irguió ante él, dejando caer la capa negra que cubría sus hombros para solo quedar vestido con una camisa holgada, de oscura seda, ceñida a un cinturón del mismo calor y sus piernas cubiertas de pantalones negros y el cuero de sus botas, que llegaban como protecciones hasta arriba de sus rodillas. Le dedicó una sonrisa complacida, mostrando sus colmillos afilados antes de capturar la boca del egipcio en un beso asfixiante, completamente posesivo que le hizo perder la noción del tiempo al moreno.

La lengua de Shion serpenteó en su boca, reconociendo la húmeda cavidad, el sabor de su saliva, la desesperación que sentía en las caricias del otro que buscaban a toda costa deshacerse de lo que vestía. Los hombros del peliverde quedaron al descubierto y Mya los acarició con fervor, arrastrando la tela de su ropa por sus brazos para dejarla caer al suelo, descubriendo finalmente la desnudes de su torso que admiró como si se tratara de un ser divino.

-Serás mío…-

Repitió Shion con voz segura, comenzando a recorrer el cuerpo de Mya con su boca, estremeciéndolo salvajemente al pasar por sus pezones que no dudó en morder y hacer brotar más de su sangre, sangre que bebió con gula, como si probara un delicioso manjar…

-Desde hoy… todo tú me pertenecerás…- le decía mientras bajaba por su vientre con las húmedas caricias de su lengua, palpando su carne firme y degustando su sudor lleno de deleite. –Éste… es nuestro pacto… Mya.-

-¡AH!- el aludido lo enfocó con dificultad, sacudido violentamente por las sensaciones desquiciantes que le recorrían al sentir su boca sobre su hombría, arrancándole la desesperación y la cordura. –Si… ¡AH! Soy tuyo…-

Quiso llamarlo por su nombre, pero ni siquiera lo sabía.

-Shion, soy tu Señor Shion… no lo olvides nunca.-

Tiró de sus cabellos sin consideración, exponiendo totalmente su cuello a sus besos húmedos y mortales, que paseaban con parsimonia sus colmillos por sobre sus venas principales… podía sentir el palpitar de su corazón, la carrera desbocada de su sangre por sus venas, ansiaba sentir esa deliciosa esencia de vida inundar su paladar, disfrutar de su sabor y sobretodo… ansiaba reclamar su cuerpo que había hecho suyo mucho antes de que Mya lo pensara.

Llevó sus manos a sus pantalones para desatarlos con un movimiento rápido, sonriéndole de lado al tiempo que se acoplaba de manera segura entre sus piernas, rozando su intimidad hasta hacerlo estremecer. Lo sujetó por detrás de la nuca, apretándolo con sus garras y levantándole la espalda del sarcófago, hasta conseguir capturar su mirada amarilla.

-Mya…- Buscó el ángulo perfecto, el sitio exacto… comenzó a invadirlo con un movimiento firme, crispando los colmillos mientras poco a poco iba ganando espacio en su interior… estrecho, ardiente.

La primera vez de aquel orgulloso muchachito egipcio.

El dolor incipiente y cruel de aquella ruda penetración le hizo apretar las mandíbulas. Sus piernas quisieron cerrarse por instinto al sentirlo y sus caderas retrocedieron, queriendo romper con la invasión del peliverde en su cuerpo. Más sin embargo, el vampiro la mantuvo firmemente sostenido con sus manos, atenazando sus garras en su cuerpo como si se tratara de poderosas pinzas, que no le dejaron huir… por el contrario, sus movimientos se hicieron salvajes, sacudiendo aquel cuerpo delicioso y haciéndole olvidar paulatinamente el dolor.

Shion sonrió, soltando ligeros jadeos mientras lo veía, sus mejillas sonrojadas resaltaban brillantes, aún manchadas de sangre y de los restos del maquillaje tradicional que usara. La sangre del egipcio hervía, podía sentirla correr alocada por sus venas… si, podía oler el deseo animal que se despertaba en el, la excitación violenta, misma que provocaba sonoros jadeos entre dolorosos y placenteros en su garganta.

-¡AH! Mi Señor… ahh…-

Su voz llena de pasión emergía  de entre sus labios, provocando que el vampiro clavara sin compasión sus uñas en sus glúteos, arreciando sus movimientos hasta escucharlo gritar.

-Mío…- el sonido hueco de su voz, taladró la mente de Mya.

Pero dicha sensación no pudo compararse con la que sintió cuando sus colmillos se clavaron en su cuello y comenzaron a extraer su sangre. Un mareo mortal le sacudió; excitación, miedo, placer… un placer completamente desconocido y delicioso le abatió, justo en el momento en que sentía que la vida se le escapaba de las manos. Los movimientos de Shion contra su cuerpo no cesaban, no le dejaban espacio para que su deseo disminuyera, aunque la debilidad en su cuerpo fuera más que notoria.

El rey de los nosferatu se apartó de su cuello con un movimiento brusco, alzando el rostro al techo, tensando el cuello con los ojos entrecerrados y los labios teñidos de rojo, con su lengua recogiendo los restos de sangre que llenaban su boca y sus colmillos en una mueca obscena, lujuriosa, que Mya contempló con los ojos a punto de cerrársele.

 -Bebe de mi, egipcio… bebe mi sangre y serás eterno… para mí…- esbozó una sonrisa perversa, acercándose a sus labios para besarlo de forma apasionada, salvaje, mordiéndose el mismo la lengua y dejando correr su sangre milenaria por la garganta del casi desvanecido príncipe egipcio.

Un par de líneas rojas se deslizaron por el mentón de Mya, recorriendo lentamente la piel de su rostro, perdiéndose discretas en su cuello sudoroso. Los movimientos con los que el vampiro le tomaba disminuyeron un poco, dándose tiempo para disfrutarlo mientras se consumaba el renacer del egipcio. Se apartó de su boca con dificultad, observando el rostro arrebolado del de ojos amarillos mientras se iba deformando en una mueca de dolor profundo e inmisericorde. Si, así tenía que ser… ahora era suyo, la sangre del peliverde iba colonizando su cuerpo al mismo tiempo que se retorcía bajo su agarre,  presa del desgarrante dolor que provocaba la muerte humana y que le hacía contraer su cuerpo, sacudirse sin descanso y soltar alaridos que retumbaron en las paredes decoradas de aquella tumba.

-Si… Ahh… Mya…-

Shion dejó que el tormento pasara, que los movimientos involuntarios del cuerpo del egipcio le proporcionaran placer, hasta que finalmente se detuvo… arqueado e inmóvil sobre el sarcófago, hermoso y sensual… como lo sería desde ese momento.

Las heridas en su cuerpo fueron sanando, pronto no hubo rastro de batalla o cualquier otro golpe en su piel. Abrió los ojos y estos refulgieron malévolos, rojizos… antes de transformarse en los ojos iridiscentes de una cobra entre la arena. Enfocó al que ahora era su Señor, relamiéndose los labios, esbozando una sonrisa arrebatadoramente sensual, que complació al vampiro tanto como sentir sus muslos rodearlo y apretarlo contra sus caderas, exigiendo más de esa posesión frenética que se había interrumpido.

-Ia anck-eimy… Yi-.téh , yi-téh gesh dyaus!*4-

-Eso es… pídelo…-

Simplemente ya no podía esperar más. Sus caderas comenzaron a arremeter sin tregua contra el egipcio, que se retorcía ya no de dolor, sino del más puro y excerbado placer. Su cuerpo reaccionaba como si hubiese estado esperando toda la vida por que aquel hombre le tomara, con una pasión desconocida y un deseo que ardía en su piel así como la sangre hervía en sus venas. Se sentía más vivo que nunca, con un hambre sexual y de sangre endemoniada, que parecía completamente insaciable.

Las uñas largas del egipcio eran ahora negras garras, que acariciaban sin recato el torso de Shion y lo marcaban con el filo de éstas. Contemplaba lleno de deseo los caminos escarlata que marcaban su piel, incorporándose para atraparlos antes de que se perdieran de vista… antes de que las heridas se cerraran como si jamás hubiesen existido.

Shion lo giró bruscamente contra el sarcófago, arrancándole el kalasari para exponer de manera total su cuerpo, ahogando sus jadeos contra su espalda estremecida y perlada de sudor mientras volvía a penetrarlo, embistiéndolo salvajemente hasta sentir ondear sus mechones verdes en su rostro.

-¡AH! Mya…- La mención  de su nombre le hizo relamerse los labios, atenazarlo con sus manos en las caderas y continuar con su desbocada posesión, ahora que era totalmente suyo, que podía tenerlo sin descanso hasta que se saciara de el.

Y aquel joven era tan hermoso, que pensar en aburrirse de su cuerpo le resultaba casi divertido.

-¡Así! ¡Así! ¡MÁS!-

Rasgó la tapa del sarcófago con sus garras, deseando que fuera su cuerpo el que pudiera acariciar. La posición en la que estaba le impedía tocarlo, pero podía observarlo de reojo por encima de sus hombros, su cuerpo sacudiéndose sin descanso contra el suyo, arrojándolo por completo a un mar de placer que le estaba ahogando.

-¡AH-

Lo empotró contra una de las paredes con un movimiento que Mya no pudo siquiera percibir. Abrió sus piernas y las hizo rodearse en torno a sus costados, mientras el vampiro lo dejaba recargado con la espalda alta en la pared para continuar embistiéndolo frenético, permitiendo que el miembro del egipcio se friccionara estrechamente contra sus vientres mientras le sostenía de los glúteos. El orgasmo comenzaba a hacerse presente, haciéndole tensar los músculos y moverse contra el de forma violenta, desesperada.

Mya se aferró a su cuello, abrazándose con fuerza a él en el momento en que explotaba entre sus cuerpos, soltando un grito que estremeció cada recoveco de aquel sitio y disparó el clímax en Shion, que lo movió con frenesí hasta que poco a poco las sensaciones le fueron abandonando.

-Ahora, eres… total y absolutamente mío… tu único Señor…-

-Si… mi Dios…- Le respondió el egipcio con voz ahogada mientras escondía su rostro entre la curva de su cuello y sus hombros, antes de enfocarlo con una sonrisa lánguida. –Ia anck-eimy…-

-Así es…-

Lentamente, las manos del peliverde fueron rebajando la fuerza con la que lo sujetaban, permitiendo que sus plantas volvieran a posarse en el suelo y recuperara el aliento.

Pudo ver en sus ojos amarillos el ansia de descubrir su nueva condición. Mya veía y escuchaba cosas impensables. Era como si cada sonido de la noche llegara a sus oídos y le revelara sus secretos. Reparó entonces en el hecho de que jamás volvería a ver la luz del día, que se había convertido a las tinieblas y que pertenecía a éstas, tal como le pertenecía a Shion.

Shion… su Señor… sintió que le amaba desde ese instante, no le importó en lo absoluto renunciar a su estatus de príncipe para convertirse en su esclavo, lo haría con gusto por que gracias a él había  alcanzado el don de la eternidad…  se lo debía, pagaría su deuda con placer cada día de su existencia a partir de esa noche.

Le dedicó una sonrisa llena de veneración, postrándose ante él con humildad… declarándolo desde ese momento su único rey.

-Peqa ketay*5…-

El vampiro le observó complacido, mostrando un gesto de superioridad y arrogancia mientras repasaba los contornos de su cuerpo perfecto con lujuria en sus ojos. Estiró una pierna y le hizo levantar el mentón con la punta de su bota, observando directamente sus ojos amarillos.

-Lo merecías…-

Fue lo único que dijo, antes de apartarse de él y girar sobre sus talones, dándole la espalda para caminar hacia la entrada de la tumba mientras iba acomodándose el pantalón y la camisa. Mya lo contempló con arrobamiento, enamorándose perdidamente de cada uno de sus movimientos soberbios y perfectamente estudiados.

Sentía hambre, un hambre insaciable, un hambre que le hacía respirar entrecortado y temblar sus músculos. La rabia que le provocara su huída volvía a hacerse presente en el, haciéndole desear salir y despedazar a todo cuanto romano se topara en el camino. Shion percibió esos deseos en  su nuevo amante, tenía que enseñarle nueva forma de vida… y empezaría esa noche.

-Vayamos a la ciudad, Mya… tienes mucho que aprender…-

El egipcio asintió con una reverencia, recogiendo de inmediato su kalasari para ponérselo y luego, seguir a su Señor. Colocó la capa que llevaba en su espalda, manteniéndose tras él mientras iban saliendo de la tumba. El aire fresco de la noche le trajo los olores del desierto, sus sonidos, pudo ver los ojos brillantes de los seres nocturnos en las arenas.

Técnicamente estaban a muchos kilómetros de Alejandría, pero Shion lo llevó al centro de la ciudad en un abrir y cerrar de ojos; el olor a sangre estaba impregnado en todos lados, le aterró escuchar los murmullos moribundos de aquellos que se habían resistido al ataque y yacían en el piso, aguardando por su muerte.

Y como la muerte, el Rey de los vampiros avanzó entre la destrucción, mientras Mya le seguía con parsimoniosa paciencia, a pesar de que el hambre en sus entrañas casi comenzaba a marearle. Octavio había abandonado la ciudad, solo quedaban unos cuantos centuriones terminando el trabajo.

-La sangre es tu alimento… -comenzó a hablar el peliverde, sin mirarlo, avanzando por las calles hediondas a decadencia de lo que fuera la imponente ciudad de Alejandría –Y los humanos, son las presas… esas patéticas criaturas solo sirven para proveer a nuestra raza de diversión. No debes tener piedad-

Mya asintió con una sonrisa fría, deteniéndose al lado de Shion cuando éste observaba con una mirada indiferente como unos soldados arrastraban una carreta con esclavos. Le indicó con un movimiento sutil de su mano que fuera hacia ellos, que era tiempo de saciar su hambre.

-Ve, sigue tu instinto…-

Descubrió los poderes de su raza, maravillado. Palpó la inmortalidad como ningún otro egipcio lo había hecho y supo que era real… que sería eterno y que las alas de la muerte jamás le alcanzarían. El vampiro mayor permitió que aquel joven saciara su sed de sangre y de venganza con los últimos romanos que quedaban en la ciudad, dejando tras su paso una estela de cadáveres que se unían a los demás, en un cementerio público, como una peste que jamás les alcanzaría. Por supuesto que su cacería no fue del todo limpia en sus primeras incursiones, pero Shion se encargaría de que perfeccionara sus artes… lo quería perfecto, solo para él. Y tendrían una eternidad que disfrutar en adelante.

El último príncipe egipcio descubrió su nueva morada con satisfacción.

Nunca había visto una edificación como aquella, negra como la noche, perfecta y opulento igual o más que sus palacios en Egipto. Saberse superior al resto de los vampiros por tener la atención de Shion sobre él era algo que le regocijaba. Pronto se distinguió entre los demás no solo por su belleza, sino por ese aire de superioridad y arrogancia que le rodeaba, que nada podía opacar.

Pero el príncipe inalcanzable sucumbía con ferviente entrega a la autoridad de su Rey. Todo lo que el representaba para los demás, se diluía hasta convertirse en un fiel esclavo a las órdenes del de ojos amatistas y lo hacía con gusto… era su Dios, su Señor, lo amaba por sobre todas las cosas.

La noche caía de nuevo sobre las eternas rocas negras del castillo de los vampiros. Mya se deslizaba con su acostumbrada elegancia y la belleza exótica de su cultura entre los pasillos. Portaba la corona del alto y del bajo Egipto en su cabeza, sus manos blandían el mayab y báculo a la altura de su pecho, sin detener su avance silencioso seguido de un pequeño grupo de sirvientes egipcios, rescatados de la muerte para seguir con su misión de servirlo gracias a la benevolencia del Rey de los Vampiros.

El sonido de las puertas del salón principal al abrirse hizo que todo sirviente bajara la cabeza, al mismo tiempo que el paso de aquel orgulloso vampiro lo llevaba hasta el trono donde aguardaba su Señor, vestido con las mas finas telas existentes, de rojos y negros, colores de hijos de la noche… de dorado y piedras preciosas, símbolo de los reyes.

Shion sonrió apenas de forma inperciptible, su príncipe egipcio se postró ante él, extendiendo el báculo y el mayab con la mirada en el piso, mientras pronunciaba las palabras que sellarían completamente su pacto.

-Ia anck-eimy te nombro a ti, mi Rey y Dios, desde hoy y para siempre. Mi vida y mi espíritu serán consagrados a ti, te pertenezco… y que las fauces de Sobek se alimenten de mi alma si algún día llego a romper este pacto, que perezca en el olvido consumido con el fuego divino si olvido mi promesa-

El peliverde alzó el rostro con soberbia, no podía estar más complacido. Mya resultaba tan delicioso así, vestido como el último príncipe egipcio que era, entregando los símbolos de su autoridad a él, postrado a sus pies como su más humilde siervo. Si, así tenía que ser.

Se puso de pie en toda su imponente figura, bajando lentamente por los escalones que antecedían a su trono para tomar las ofrendas que el joven moreno le hiciera. Sostuvo el báculo y el mayab, antiguos emblemas del poderío de los faraones y acarició el rostro perfecto del egipcio con el báculo, obligándolo a levantar su mirada adornada de negro grafito y el oro de sus ojos para capturar su brillo inhumano con placer.

-Desde hoy para siempre, ese es el pacto-

Lo miró con altivez al tiempo que presionaba en su mentón con el báculo para que se pusiera de pie. Los sirvientes abandonaron el recinto, dejando a los dos vampiros solos, acompañados por el fuego de las antorchas y el silencio espectral que cayó sobre sus eternos hombros.

-Que así sea, Mya…-

Confirmó el vampiro mayor antes de hacer desaparecer de sus manos los objetos entregados para con un lento movimiento, sujetar su rostro moreno y acercarlo al suyo. El egipcio sonrió casi con abstracción, perdiéndose en el amatista tan frío como hermoso de aquellos ojos, que le ataban con cadenas su razón, que sellaba su altivez para sumergirlo en su encanto.

-Ia anck-eimy…-

Fue lo último que musitó antes de que la corona que portaba cayera al suelo empujada por sus manos enjoyadas. La boca de Shion apagó sus palabras, pero encendió la flama de su deseo hasta enloquecerlo. Sus cuerpos encendidos de pasión buscaron la comunión final del pacto eterno que firmaran en una noche de muerte, una noche en la que Mya renunció a su status divino para convertirse en siervo de aquel que le brindara la inmortalidad.

 

Notas finales:

Glosario de palabras

Saya*1---> trozo de tela rectangular hecha de lino o algodón, que se usaba entre los antiguos egipcios a manera de falda larga o corta, según sus necesidades y se ataba con un cinturón o fajín a las caderas.

Úreo*2 --> una de las coronas en forma de tiara más utilizada entre la realeza, particularmente por mujeres o príncipes jóvenes, entre estos, a veces acompañado por el tradicional nemes, hecha de oro y usualmente coronada con la cobra real, la diosa buitre o ambas.

Kalasari*3 --> Prenda de vestir a manera de toga o bata, larga y mangas anchas, elemento importante entre el guardaropa de los reyes y nobles egipcios.

Traducciones: más, más por favor *4
Gracias *5

Besos!


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