Han pasado ya diez meses desde que Hades despertó dentro de su nuevo cuerpo. El sol se alzaba una vez más sobre el santuario de Atenea, dando a entender que la paz prevalecía en el lugar.
Los soldados custodiaban los límites del sagrado lugar, mientras que los aspirantes entrenaban para ser merecedores a portar alguna de las armaduras de los guardianes de la diosa de la sabiduría.
Por todo el santuario, corría la leyenda del joven santo Shun de Andrómeda, quien ofrendó su vida para salvar a la humanidad. Muchos de los aspirantes a caballero querían portar tan preciada armadura, pero, aparte de hacer la prueba del sacrificio (donde se enmula el sacrificio realizado por la princesa Andrómeda), debía vencer a los cuatro santos de bronce que estuvieron en batalla. Muchos no lograban sobrevivir a la primera prueba. Y, quienes lograban pasarla, perdían la cordura, o no querían enfrentarse a Ikki, Seiya, Hyoga o Shiryu.
¿Quién, y por qué, pusieron un reto adicional? Los caballeros de oro, al tratar de encontrar a un digno "sustituto" de Shun, debieron considerar que debería ser tan poderoso como para estar al nivel de su antiguo portador. Creen que nunca lo encontrarán.
La restauración seguía llevándose a cabo bajo la dirección de Shion, que se encargaba de que todo estuviera listo en menos de un año. Dokho, fiel maestro, ayudaba a esa proeza calmando a los pequeños que apenas iniciaban sus andenzas en este tipo de vida.
Ese día, donde los aspirantes entrenaban, una pareja con su pequeño hijo paseaban por ahí, caminando hacia las construcciones principales. Los soldados trataron de detenerlos, pero algo se los impidió.
Los aspirantes quedaron sorprendidos, pues se veían como turistas, y no como habitantes de los pueblos de los alrededores: la mujer vestía una falda amplia de color blanco, sandalias color beige y una blusa blanca de mangas cortas, llevando su largo cabello trenzado, amarrado con un broche de diseño simple; el hombre usaba unos pantalones de mezclilla, camisa blanca y saco negro; y el joven usaba pantalón de vestir negro, así como sueter de cuello alto, zapatos y saco también del mismo color, como si estuviera de luto.
Acercándose a la entrada de aries, a unos quince metros, unos niños jugaban con una pelota, que se les había volado hacia los pies del joven, que no mostraba expresión.
Uno de los niños fue hacia esa dirección con intención de recuperar su preciado juguete. El adolescente ya se había agachado a tomarla, cuando vio al infante cara a cara.
El menor, embelezado con la fina piel del joven, la tocó, acariciándola tiernamente. El muchacho solo se limitó a cerrar sus ojos y sonreir dulcemente, mientras que el chico tomaba su pelota y corría hacia su área de juego, contento por haber tocado a alguien del exterior.
A los mayores se les hacía extraño que un joven, que parecía que gozaba de una buena posición económica, llegara hasta ese lugar. Sí, jóvenes solitarios llegaban por diversas razones, pero nunca acompañados de dos adultos. ¿Serán inversionistas de la fundación Graude?
Al fin habían llegado a la primera casa guardiana, donde Mu se dedicaba a reparar las armaduras de plata. Con los trabajos en el santuario, apenas tenía tiempo para comer y dormir.
El joven simplemente se quedó observando la labor del caballero de oro, que parecía estar muy concentrado en su trabajo. Los adultos, simplemente, se limitaron a quedarse detrás del joven.
Mu sintió algo extraño, por lo que volteó al exterior. Y, al ver a la persona que se encontraba detrás de él, se levantó alarmado.
-¡¿Hades?!