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Una Locura por Gadya

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Notas del fanfic:

Basado en "Una Locura" Canción homónima de José Luis Perales...

Notas del capitulo: Tarea hecha, mal, pero hecha al fin...  es curioso lo que me pasó con este fic, comencé a escribirlo plenamente convencida de que tenía que ser un Milo x Aioria o_O No sé de dónde saqué la idea, sólo que apostaba mi vida a que ésa era la pareja sobre la que tenía que escribir (si, si, ya sé, cada día estoy peor -_-U) Y así empecé a escribirlo, luchando contra el fic, porque aunque tenía la idea, la pareja se me hacía sumamente difícil... no que esta no lo fuera, de hecho, cualquier pareja que incluya al bicho se me hace una odisea para escribir (sehhh! Lo Odio!! A riesgo de que medio mundo me arree...) Y hasta me di cuenta de que estaba haciéndolo mal >_< Cristo, luego me quería morir... pero acabada ha sido la prueba, y aunque me salió para ... dejémoslo en mal + IVA el segundo, queda,. Más que nada porque ya no tengo ni tiempo ni deseos de meterme de nuevo con el coso este que lo detesto >O<

 

UNA LOCURA

 

Kanon bostezó, sentado en las amplias escaleras del Gran Templo de los Gemelos que, a lo lejos, se perdían en la entrada de la Casa del Cangrejo. ¿Qué hacía allí? Jamás se había puesto a meditar concientemente por qué razón permanecía aún en el Santuario, luego del cese de las Guerras que, sin treguas, habían diezmado la Orden de Atenea, hasta que los designios de su Sagrada Voluntad los salvasen de las garras de la muerte que, maravilladas, los había reclamado. No, no tenía un motivo por el cual permanecer en suelo griego, ni siquiera un compromiso, un vano lazo de sangre con su hermano, cada vez mas recluido en el Templo de Sagitario, enfermo de amores. Sólo un recuerdo le hacía permanecer allí...  el recuerdo de un tiempo pasado en el que, sin darse cuenta, había quedado detenido su tiempo.

 

Se desperezó, y sus ojos claros subieron raudos aquellas escalinatas hasta el horizonte, en el que, apenas esbozada, la figura de un muchacho que bien conocía, asomaba entre las sombras de la gran entrada de su Templo... Milo... el nombre revoloteó en el estómago de Kanon, al tiempo que la brisa de llevaba sus murmullos mezclados en rayos de sol, en el moreno color que, sin escrúpulos, jugaba a quedarse en la piel del Escorpión, dibujando en el aire de la tarde mil y un figuras evanescentes, imágenes traídas del pasado a torturarlos, escapando del olvido al que las habían forzado.

 

Ya no recuerdo como fue

Si me buscaste o te busqué

Si me encontraste o te encontré

Se me olvidó

 

Cerró los ojos, intentando sustraerse del presente, e iniciar aquel paseo a las memorias que tanto detestaba de las tardes templadas, y pudo sentir el tibio abrazo de los rayos solares, sus eternos compañeros en las horas del recuerdo, jugando a sublimar aquel cuerpo joven que, otrora, lo acompañara a remolonear en las horas de descanso, seducidos por el aire embriagante...  Suspiró... ¿De verdad lo había hecho? Aún no entendía cómo era posible que, aún superado, aquel tiempo siguiera arrancándole suspiros, robándole horas de preciada calma intentando inventarle un comienzo. No hacía mucho que había sucedido, quizás menos del que él mismo hubiese sospechado, y sin embargo, los inicios de tan semejante tontería se habían perdido en su memoria, amagando cada tanto a aparecer entre el polvo de veranos pasados. Y entre ellos un par de ojos azules, dominando el escenario diluido en su mente, todo lo que quedaba de tan impetuoso brote…

 

¿Cuántos recuerdos había inventado ya? No lo sabía, escarbando en su memoria encontraba siempre uno nuevo, miles de escenas inventadas con retazos de memorias hilvanados en costuras azules de los cabellos de Milo… encuentros buscados, charlas vanas en alguna recepción, un par de copas en sus manos, y ligero tropezón que creía recordar, todas ideas inciertas que salvaban sus horas aburridas evocando aquel romance con sabor a tontería.

 

Si me llamaste o te llamé

Si me miraste o te miré

Si sonreíste o sonreí

Qué importa

 

Abrió los ojos, enfocándolos en la esbelta figura que, aún en la lejanía, remoloneaba bajo los tibios rayos del sol, y creyó, por un momento, advertir cierta sonrisa en su rostro, esa misma mueca que solía hacer cuando recordaba… Si acaso un leve atisbo de pasado había cruzado por su mirar, no lo sabía, sólo la brisa era testigo de cada obrar del moreno joven, y en su cruel imaginación intentó reconstruir aquellas facciones, intentando inmortalizar el momento que no había presenciado. Una risa se escapó de sus labios, divertido resultado de su ejercicio mental, aquella imagen le había traído a la memoria otra pasada, una que, creía, había visto una vez, de camino a Sagitario, en uno de sus primeros encuentros amistosos con el Escorpión. ¿Cómo iba a saber, entonces, el papel que aquel muchacho jugaría en su vida? Sólo había pasado y lo había visto, quizás, también le había sonreído, y luego todo había acabado, nada más se representaba en su mente, hasta la aparición de unas sábanas blancas.

 

Si era temprano o era tarde

Si hacía frío o si lucía el sol

Sólo recuerdo que lo nuestro fue

Una locura

 

Volvió a suspirar, otra vez perdido en su memoria... ¿Cómo había llegado a  aquel recuerdo? De un momento a otro había cambiado las imperturbables paredes del Templo del Escorpión por las dulces sábanas de seda de su propia cama, la frialdad del silencio, por los estruendosos gemidos de Milo al hacer el amor. No había nada en medio, nada más que hastío y soledad, un vacío perenne que convertía sus días en negros amasijos de futuro, sin sentido, casi sin voces que llenasen su oscura habitación. Y de pronto la sincera mirada de Escorpio, su calidez sin límites, y aquella conversación que, sin palabras, había concluido entre mullidos almohadones y caricias pizpiretas, un pacto en silencio que inundase sus vidas de sentido, tan sólo para no sentirse solos

 

Una locura

Que sólo floreció una primavera

Que no pasó de ser una aventura

Y el viento del verano marchitó

 

Una locura

Que no dejó una huella en mi camino

Que se quedó en el aire si destino

Y que al pasar el tiempo la borró

 

Rió, y su carcajada se perdió en la brisa de la tarde, arremolinándose en las rebeldes mechas que, descaradas, corrían por sus mejillas pálidas del sol de la tarde… aquella historia no había sido más que una locura, un burdo intento de sublimar soledades en un juego torpe de sexo sin sentido que había acabado tatuando aquellos ojos en lo más profundo de su alma, aunque no quisiese admitirlo. Todo en él se lo decía, aunque su cuerpo ya no temblase ante las acaneladas manos y sus toques pasajeros, aunque las sonrisas de Milo ya lo arrancasen suspiros, aquello aún no se había transformado en un recuerdo. Tal vez la cercanía, el espacio en común, el tiempo compartido, todo junto había creado, sin saberlo, un dulce cosquilleo de buenos tiempos en su espíritu, atados a una sola palabra de la voz del escorpión, un buen pasado atado a sus recuerdos más resientes, aún no del todo superado, pero siempre atesorado con cariño...

 

¿Acaso había pasado ya? Así lo creía. En sus manos ya no hervía el deseo desmedido de tocar aquella piel dorada que, a lo lejos, se exhibía bajo el sol griego, apenas protegida por una túnica ligera, en sus labios, se había dormido el recuerdo de sus besos pasionales, y el otoño, cargado de grises, había acabado marchitando aquel romance pasajero que, ya mustio, no había podido sobrevivir el invierno.

 

Ya no recuerdo cómo fue

Si tu me amaste o yo te amé

Si te marchaste o me marché

Se me olvidó

 

Su manos revolvieron sus cabellos, más preocupadas en apartar las hebras que, abrazadas a su rostro, le producían cosquillas, y una sonrisa se alojó en su rostro, recordando tantas noches entre sábanas y estrellas, noches de hogueras encendidas y susurros de sentimientos pasajeros, gesto rápidamente desvanecido por las dudas que, en un segundo, asaltaron su cabeza. Si tan maravilloso había sido ¿Por qué había terminado? No recordaba exactamente cómo había sucedido, simplemente un día todo había acabado, casi sin dolor y sin aviso, tal y como había llegado.

 

Se puso de pie casi inconscientemente, y sus pasos lo guiaron escaleras arriba, a la respuesta de aquella duda que sólo unos labios podían darle, una boca que de memoria conocía, una voz que, aún sin escuchar, podía oír.

 

Si me dejaste o te dejé

Si  me perdiste o te perdí

Si me olvidaste o te olvidé

Que importa

 

Entre sus pisadas una a una sus memorias fueron regresando, junto al calor de un fuego que, de ahogo, se había extinguido, preso de una rutina de alcoba que cruelmente lo había matado. Los días, los meses, celosos de su pasión, les habían pasado la cuenta de tanto amor derrochado, de tantas caricias regaladas al aire entre suspiros entrecortados, en una danza sin compromisos que habían bailado sin preocuparse de sus pasos. Así el final del verano los había hallado, enredados en la cama, y en un soplido macabro, se había robado cada chispa de delirio en el roce de sus manos, cada ahogado gemido anudado en sus gargantas, para ya no regresarlos.

 

Si era verano o era otoño

Si era en un bar o en una playa al sol

Sólo recuerdo que lo nuestro fue

Una locura

 

Entremezclados los había sorprendido el gélido desenlace de tal romance, regalándoles, quizás, un par de noches mentidas, hasta el inevitable adiós que jamás pronunciaran. Kanon resopló, molesto de no hallar la respuesta que tantas tardes había afanosamente buscado al pié de su Templo, y sus pasos resonaron en la inmensidad de la desconocida Casa que, ahora, atravesaba, aquel final no le había parecido justo. Se había condenado al sol de la tarde solitaria, a las preguntas al pasado ingrato, a sus risas de frustraciones disimuladas, empeñado en encontrar el motivo de aquellas cenizas que apenas entibiaban su pecho, como magros vestigios de una pasión desenfrenada, y sólo una respuesta había hallado, entre tantos recuerdos casi calcados en una espiral ascendente de imágenes truncas, todas ellas repetidas como un único momento a lo largo de sus días... una locura, aquello había sido una locura teñida de rutina, un sin sentido compartido por los dos sin compartir, usándose mutuamente para mitigar su soledad

 

Una locura

Que sólo floreció una primavera

Que no pasó de ser una aventura

Y el viento del verano marchitó

 

Sin duda había sido una tontería, una estúpida excusa de compañía que los había acabado hundiendo entre las sábanas de la mentira, en un exquisito juego de verdades veladas escondiendo la verdad, que tan sólo se utilizaban para  rellenar su vacío en el otro, una vana ruleta de besos falsos , de tardes en las que lo único real eran sus presencias acompañadas.

 

Se detuvo, sin saber por qué, los escalones que, bajo sus pies, habías desfilado, habían sido suficientes para marearlo, pero también para descubrir la verdad, una realidad por mucho tiempo negada, y por fin comprendida. Frente a él, el Templo del Sagrado Escorpión se alzaba majestuoso, coronando sus cavilaciones con infinidad de memorias por fin entendidas, y sentado en sus escaleras, el motor de sus tardes solitarias, dueño de los ojos culpables de tantas jaquecas de sólo pensar. Lo vio ponerse de pié, y con paso lento, acercarse hasta él, cargando una mirada de locuras de verano, de mentiras compartidas y caricias de ficción, de respuestas a medias y horas mustias de repasar el pasado con irritante detenimiento, y tan sólo pudo reír, reír en la verdad que había descubierto, en las pupilas de Milo que lo miraban desconcertadas, en la muda invitación del viento a repetir sus tonterías a sabiendas.

 

-Una locura…- alcanzó a decir entre risas, perdiéndose en las azulinas orbes que lo miraban, por fin comprendiendo.

 

-Una locura…- repitió la voz anhelada de Escorpio, invitándole a ser cómplices de una nueva aventura de alcoba que paliara sus días vacíos

 

Una locura, una nueva estupidez como rito imperecedero contra el tiempo cruel, contra la soledad desesperada, contra todo, contra nada… una locura, un mentirse descaradamente entre caricias, entre besos ficticios que, aún al aire, supieran a verdades escondidas en el fondo… Una locura… y sin embargo, una tentadora oferta que ya jamás podría rechazar, si eran las danzantes pupilas de Milo quienes se la hacían.

 

Sólo le bastó mirarlo, mirarlo y comprenderlo, y con un beso, volvió a sellar aquel pacto mudo, a firmar las reglas de un juego sin reglas que supiese a estupidez, a llenar sus tardes con Milo, el nombre de aquella locura

 

Una locura

Que no dejó una huella en mi camino

Que se quedó en el aire si destino

Y que al pasar el tiempo la borró

 

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Notas finales: Virus no, por favor, que la computadora no es sólo mia...

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