Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

A las Puertas del Purgatorio por chokomagedon

[Reviews - 54]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

A las Puertas del Purgatorio 

 

Hubo un tiempo en el que el mundo estuvo a punto de ser dominado por aquél que intentó convertirse en Dios. En el que la humanidad entera se vio juzgada por un asesino con máscara de juez pero rostro y caprichos de hombre.

 

Lejos quedaron esos días. Mundo y humanidad volvieron a ser los mismos. Volvieron a necesitarlo.

 

—¡L! ¿Me escuchas? ¡Ya estamos listos para entrar!

 

La voz firme y masculina llegó nítida a mis auriculares. Mis manos fueron rápidas al tomar la última pieza del rompecabezas para colocarla en su sitio, el único espacio vacío.

 

—Fuerte y claro. Si mis deducciones son acertadas, ellos deben encontrarse allí dentro. No hay manera de que fallemos.

 

—Bien. Procederemos a iniciar la operación.

 

Entorné los ojos, concentrando la mirada en la superficie del juego de ingenio que acababa de resolver por enésima oportunidad. Blanca, lisa. Perfecta. Todo era perfecto.

 

—Y, agente...

 

—¿Sí, L?

 

—No olvide que detener a esos hombres es sólo parte del caso. Deben priorizar sus vidas ante todo, pero, de ser posible, tráiganlos con vida.

 

—Entendido.

 

Algunos simplemente no entienden que el mundo y la humanidad son siempre los mismos. Cambian las épocas, cambian los estilos y las creencias, pero el bien y el mal siempre están allí, presentes en todo y en todos. Cada uno tendrá sus razones para reprimir el uno o el otro, aunque no los argumentos para negar que alguno de ellos podría alguna vez llegar a eliminarse. Como dos piezas de un rompecabezas encajando a la perfección. Una blanca y la otra negra.

 

Se oyeron algunos gritos seguidos por un concierto de disparos. Nada imprevisible. Después de todo, las posibilidades de atrapar a alguno de los delincuentes con vida eran más que bajas. Ni hablar de las casi inexistentes chances de hacerles hablar. No había que ser L para deducirlo. A esa altura, más de la mitad ya debían de haber sido eliminados en su propio escondrijo por los agentes del FBI.

 

—Logramos acorralar a uno de ellos. Intentó escapar por el sótano, pero lo tenemos rodeado.

 

—Procuren no matarlo. De todas formas, sean cuidadosos. No sabemos de lo que es capaz.

 

—Lo sé. ¡Hey, tú! ¡No te muevas!

 

Sucedieron unos segundos de silencio y expectativa. Luego, el sonido de la respiración pesada del agente sobre el micrófono y un único disparo. El delincuente se desplomó en el piso tras ser herido en la espalda. Ya era nuestro. Sin embargo...

 

¡BANG!

 

—Agente Jonson, ¿me escucha? Agente Jonson.

 

La única respuesta recibida fue el sonido de pasos torpes alejándose del micrófono del seguramente fallecido Agente Jonson. Me apresuré en darles instrucciones al resto de los hombres bajo mi mando de disparar a matar, pero aquello no fue necesario. Eran buenos en su trabajo, pues ya habían herido de bala la mano del delincuente y se habían ocupado de reducirlo a la fuerza.

 

Un nuevo triunfo para L. Un paso más en la investigación de uno de los tantos miles de casos. L, el mejor detective del mundo.

 

L...

 

------------------------------------------------------

 

Cinco días después...

 

Él no murió, después de todo. Es extraño que una persona como yo diga esto, pero en verdad no se me ocurre qué otra maldita cosa más que el destino pudo haber hecho que el disparo en su espalda no afectara ningún órgano vital ni que se desangrara hasta morir a causa de sus heridas. Su recuperación resultó ser asombrosamente rápida y, al cabo de cinco días, estaba listo para ser interrogado.

 

El castillo de naipes frente a mí ya iba por su quinto piso cuando los televisores se encendieron mostrando la sala de interrogatorios. Una pequeña mesa y dos sillas solitarias en un espacio de no más de cuatro metros cuadrados, iluminadas por un par de tubos fluorescentes. Mi atención se encontraba dirigida en el sexto piso de mi obra en cuanto la sala finalmente fue ocupada por sus jugadores.

 

—L, vamos a comenzar.

 

—Comiencen—respondí a secas. Mis palabras jamás necesitaban teñirse de emoción alguna. No existía tal necesidad inútil.

 

Con la misma gracia de un autómata, giré mi cuerpo unos noventa grados en dirección a las pantallas. Entonces no hubieron palabras en ningún idioma capaces de describir la expresión que adquirió mi rostro. Mis manos debieron temblar considerablemente, pues lo único que mis oídos captaron en ese momento eterno fue el sonido del castillo de naipes desplomándose.

 

Era... él.

 

Sentado frente al hombre encargado de interrogarlo, se encontraba la persona más idéntica a Mello que podría haber existido sobre la faz de la Tierra. No hay una pizca de exageración en mis palabras. La misma constitución física, delgada, casi esquelética. El cabello, quizás un poco más claro, quizás un poco más largo, pero igual de prolijo y sedoso. Y esos ojos... verdes en lugar de azules, su mirada helada y profunda. La suya. Todo en él parecía ser intimidante y desafiante, más allá del uniforme anaranjado de reo que contrastaba tanto con su actitud. Un clon. Un clon perfecto diseñado por la naturaleza, colocado frente a mis ojos de la mano del azar.

 

—Seré claro contigo—fueron las palabras que dieron comienzo al interrogatorio.—En tu mugrosa vida no tendrás mejor opción que decirnos todo lo que sepas acerca de tu grupo de subversivos.

 

La vista del muchacho continuó clavada en el centro de la mesa mientras, poco a poco, sus labios se fueron curvando en una especie de mueca burlona que resaltó las heridas de su boca. Una mueca demasiado familiar para mi gusto. Finalmente, sus ojos se elevaron hasta la altura de los del agente.

 

—Pueden pudrirse tú y tus malditas opciones. De todas formas, me condenarán a muerte. ¿Por qué habría de decirte nada?

 

—¿Que por qué habrías de decirme nada? La razón es muy simple. Entenderás que hay cosas mucho peores que la muerte. No tenemos ningún problema en hacerle esas cosas a una basura como tú. Así que, o me dices todo lo que sabes para luego ir pacíficamente a la sala de ejecuciones, o desearás estar muerto antes de que se dicte tu sentencia. ¿Entendido?

 

Mientras las amenazas del agente sonaban duras a través del parlante, una sensación extraña en el estómago se fue acentuando más y más hasta convertirse en desagradables náuseas. Resultaba difícil respirar cuando la imagen del fantasma de Mello se transmitía en los quince televisores de la oficina. Debí encontrarme tan aturdido que tardé en reaccionar en el momento en que el acusado se abalanzó sobre la mesa, tirando de las cadenas que lo sostenían hasta el límite.

 

—Perfectamente entendido... Agente.

 

En cuanto terminó de pronunciar aquella frase con el tono sarcástico que sólo él podía adoptar, los dos policías que se encontraban de pie detrás suyo ya lo habían inmovilizado y golpeado, aunque nada logró borrar la mueca socarrona congelada en su rostro.

 

—¡Fin del interrogatorio, oficiales!—exclamó antes de soltar una carcajada.

 

Impulsivo, osado y demente. En ese mismo orden se sucedieron tales adjetivos en mi mente justo antes de que su figura fuera arrastrada hasta desaparecer por la puerta.

 

Tragué saliva. Incluso resultó difícil salir de mi estupefacción en cuanto oí la voz de Lester, quien hacía ya tantos años trabajaba directamente bajo mi mando.

 

—L, ¿ocurre algo?

 

—¿A qué te refieres, Lester?—inquirí en el tono más calmo que me fue posible.

 

—Bueno... creía que dictarías las preguntas que debían hacerse, pero te quedaste callado.

 

—No consideré que fuera necesario hacer tal cosa. Si tienes alguna sugerencia para el próximo interrogatorio, por favor, dímela.

 

Aliviante era saber que, al menos, mis habilidades para hablar directa y lógicamente seguían allí. De dónde había salido la de inventar esa clase de mentiras, no sabría decirlo. Porque mentir por el bien de la resolución de casos era cosa de todos los días y una forma de agilizar las investigaciones. Pero mentir para ocultar mis propios pensamientos era una necesidad que nunca antes se me había presentado.

  

Aquella noche fue el infierno. Me pasé las pocas horas que solía dormir dando vueltas en la cama, siendo acosado una y otra vez por los mismos interrogantes. Al principio fue “¿Por qué un muchacho tan parecido a Mello tuvo que terminar frente a mis narices, en estas circunstancias?”, para luego convertirse en “¿Por qué se parece tanto a Mello?”. Finalmente, me preguntaba “¿Por qué me afecta tanto que se parezca a Mello?”. Y, minutos antes del amanecer, la cuestión había tomado una forma completamente diferente.

 

“¿Por qué tuviste que morir, Mello?”

 

Llegué a las oficinas ojeroso y cansado, como si el tiempo que me salteé dormir durante toda mi vida me estuviese pasando la factura. A pesar de ser bastante temprano, todos mis agentes estaban allí, listos para seguir con el trabajo. Era bastante predecible la conclusión a la que habían llegado. El delincuente cautivo no diría nada por las buenas.

 

Lo que de seguro ninguno hubiese previsto y, de cierta forma, hasta yo mismo quedé sorprendido de mí mismo, fue lo que dije a continuación, con tanta calma, tanta seguridad.

 

—Hay algo que debo pedirles.

 

—¿Qué cosa, L?

 

—Preparen al muchacho. Lo interrogaré personalmente.

 

Continuará...

 

Notas finales: A decir verdad, nunca me gustó la idea de poner original characters en un fanfic. Pero esta historia me está torturando desde hace varios días, así que no tuve más remedio que escribirla.

Ustedes deciden si vale la pena o no continuarla...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).