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A las Puertas del Purgatorio por chokomagedon

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Notas del capitulo: Gracias a vegenisennawa y a Winyfhet por sus reviews! Aquí continúa la historia...

 

Personalmente”. Aquella palabra se repetía una y otra vez en mi cabeza, tan fuerte que casi podían captarla mis oídos. Más allá de eso, sólo el impacto de mis zapatos contra las baldosas del suelo, seguido de otros pasos, rompía el silencio, mientras descendía hacia los calabozos donde manteníamos a los sospechosos antes de entregárselos a la justicia. Teníamos prioridad, obviamente, y podíamos hacerles las preguntas que quisiéramos. 

—¿Personalmente? Pero, L, tú... 

Jamás me había expuesto de esa forma, exceptuando aquella ocasión en el Almacén YB. Alcanzaban los dedos de mi mano para contar las personas que habían visto el rostro del actual L. 

—Puedes interrogarlo sin necesidad de que te vea. ¿Por qué arriesgarse tanto? 

Por primera vez, no había respuestas a cuestiones tan evidentes. “¿Por qué?”. Simplemente tenía que hacerlo. ¿Enloquecería de no hacerlo? ¿Me arrepentiría durante el resto de mis días? Cualquier razón exagerada sería sencilla de creer. Sin embargo, la única forma de saberlo era bajando aquellas escaleras, transitando pasillos donde exclusivamente la luz artificial alumbraba, visitando cuartos conocidos sólo a través de las cámaras. Él era el único prisionero en ese momento. Giovanni me acompañó hasta estar a metros de su celda, y luego le pedí que se fuera. Nos observarían y escucharían desde la oficina. 

Inspirando profundo, terminé con la distancia que me separaba de encontrarme frente al primer calabozo. La bombilla brillaba con potencia en el techo y, aún así, las sombras parecían prevalecer en la esquina donde, sentado, inmóvil, me observaba fijamente. Sus ojos verdes refulgían como los de un gato en la oscuridad. No. Más bien daban la impresión de pertenecer a una fiera salvaje en su momento de quietud antes de lanzarse sobre su presa. 

De pronto, el aire se había vuelto denso y respirar me resultaba cada vez más difícil. Era tarde para reparar mi error. Recordé entonces, no sin gran sobrecogimiento, que quien solía hacer las cosas por puro impulso no era yo. Quien se precipitaba antes de tener en cuenta hasta la última de las consecuencias no era yo. 

Por eso aún seguía con vida.  

Pero ya no había vuelta atrás. En las penumbras pude notar cómo los músculos de su cara se iban tensando lentamente hasta formar una sonrisa torcida. Sus dientes, perfectos y blancos, fueron pequeñas perlas que brillaron junto con las esmeraldas de sus ojos. 

—¿Y tú quién mierda eres? 

Sus palabras, más filosas que cualquier bisturí, hicieron que por instinto mi vista descendiera hacia mi propia figura. Llevaba la misma ropa blanca y holgada que de costumbre, al igual que el cabello revuelto. No había que ser muy inteligente para interpretar que se estaba burlando de mi apariencia. 

—He venido para que confieses el paradero del resto de tu organización. Si lo haces, nos ahorrarás hacer cosas desagradables, tanto para nosotros como para ti. 

—¡Oh!, no me digas. 

Con cierta lentitud y dificultad, se levantó de donde estaba y comenzó a renguear en dirección a la reja. La herida en su espalda debía dolerle como el demonio, pero su andar, a pesar del rengueo, seguía siendo elegante y soberbio. Ya no sonreía. Sus labios estaban rectos, ligeramente curvados hacia abajo. 

—Éste es el momento en el que dices que no tengo nada que perder, o que, tarde o temprano, con o sin mi confesión, descubrirán todo, ¿verdad? Mira, niño, tú y los jodidos del FBI me tienen las pelotas llenas, así que por qué no sacas tu culo pálido de delante de mi celda. Seguro ambos tenemos mejores cosas que hacer antes de hablar mierda.... 

—No. 

—¿No qué? 

—No diré algo tan insustancial como eso. Si no tuvieses nada que perder, ya habrías hablado. Acerca de que los encontremos o no, es un hecho, pero no serviría mucho de incentivo para tu confesión. 

El joven calló y entornó los ojos, quizás sorprendido por mis palabras. No era muy insólito, teniendo en cuenta la diferencia entre los métodos de los demás agentes que lo habían interrogado y los míos. 

No estaba mintiendo cuando le contesté. De hecho, no sólo no tenía pensado decirle lo que él creía que yo diría, sino que mi mente estaba ocupada por pensamientos muy distantes a preguntas e interrogatorios. Su presencia y su mirada penetrante no ayudaban mucho tampoco. Ni hablar del hecho de que, viéndolo ahora de cerca, su parecido con Mello se potenciaba. Jamás, en todos los años de mi existencia, me había sentido tan... vulnerable. Ni siquiera con el verdadero Mello. 

Entonces, como si toda aquella situación humillante fuera poco, él mencionó algo que me dejó por completo pasmado. 

—Tú no eres un simple niñito genio esclavo del FBI, ¿no es así? Tú debes ser L. 

Como el más despiadado de los dioses, terminaba de quitarme la última capa para dejarme totalmente expuesto frente a su mirada implacable. Y no me incomodaba tanto que supiera quién era yo, sino que lo haya vislumbrado con rapidez asombrosa. También él era inteligente. Brillante. 

La voz preocupada de Lester llegó enseguida a través del mini-auricular. Tal como imaginé, me pidió que terminara con el asunto y regresara. Se estaba volviendo demasiado peligroso. Sin embargo... 

—No. Quiero que desconecten todos los micrófonos y cámaras. El interrogatorio continúa. 

Cumplieron mi orden a regañadientes. A decir verdad, a pesar de sus capacidades y su buena predisposición, a veces se volvía tedioso trabajar en equipo. Ésta no era la ocasión. Porque más bien era yo el que estaba agobiándome a mí mismo con mi inaceptable forma de actuar. 

—Sabíamos que nos estabas pisando los talones. Lo que no imaginé es que te presentarías frente a mí tan fácilmente. ¿Haces esto con todos tus sospechosos, o yo soy un invitado especial? 

Su tono sarcástico continuó martillándome el cerebro hasta que otro movimiento inesperado de mi parte lo hizo guardar silencio. Sin decir palabra, saqué un manojo de llaves de mi bolsillo y abrí la puerta de su celda para entrar en ella. Él permaneció estático, de pie en medio del cuarto, dirigiéndome una mirada mitad incrédula, mitad burlona. 

—Estás más loco de lo que pensaba. ¿Tienes idea de lo que estás haciendo? Ahora que han quitado las cámaras, nadie puede vigilarte. 

—No es necesario que nadie me vigile. Cometerías una estupidez si me atacaras. Además, los guardias vendrían enseguida. 

Tras oír mis argumentos, su actitud se serenó un poco. Acercó los párpados, casi al punto de juntarlos, adoptando la postura de estar estudiándome. Yo tampoco me movía. Me encontraba demasiado perdido en sus gestos, en su expresión. Era todo tan familiar y tan extraño al mismo tiempo. 

—¿Qué mierda es lo que quieres? 

Aquella era la pregunta más primordial que podría haberse hecho en cualquier interrogatorio. Lo insólito es que era al interrogador a quien se la habían hecho. Y éste no sabía qué responder. 

—Quiero que me digas lo que quiero saber. 

—¿Y acaso crees que quitando la vigilancia y escabulléndote en mi celda como una puta harás que te considere mi mejor amigo y te cuente la historia de mi vida? Estás jodido de la cabeza. 

—No, no creo eso. Como ya te dije, si no confiesas por las buenas nos obligarás a utilizar métodos bastante desagradables. 

—¡Oh! ¡No me hagas reír! ¡Apuesto a que tus amiguitos maricas se mueren de ganas por matarme a golpes! 

—Eso no es cierto... 

—No me vengas con idioteces, niño genio. Ahora, si no te importa, me gustaría pasar al menos cinco minutos de mi confinamiento en paz. 

—Eso no será posible. 

—¿Ah, no? Mira, si te sientes frustrado porque eres el gran L y toda esa mierda y no has logrado hacerme decir una palabra, no es culpa mía. Quizás no seas tan inteligente como crees, ¿de acuerdo? 

—Tú tampoco eres muy inteligente por haberte dejado atrapar. 

—¿Perdón? 

Habían pasado apenas minutos desde que nos viéramos por primera vez cara a cara y, aún así, las palabras cargadas de ironía y malicia, además del desprecio aumentando sílaba tras sílaba, parecían estar alimentadas por años. Lo estaba haciendo de nuevo. Igual que en Wammy’s House, cuando una inexplicable sensación de satisfacción me embargaba secretamente cada vez que mi superioridad quedaba demostrada. Porque mi victoria sobre Mello no hubiese sido semejante de haber aceptado lo mucho que la disfrutaba. Se había vuelto una obsesión casi tan poderosa como la suya por intentar en vano superarme en cada pequeña cosa. Sólo Mello era capaz de descubrir esa faceta mía, la satírica, la ácida, la competitiva, aunque ni él mismo supiera de su existencia. Y ahora, éste singular desconocido había sido capaz de desenterrarla en ese corto tiempo. 

—Que si fueras un poco más avispado, al menos estarías confesando. 

Era irresistible. Una vez comenzado, no podía detenerme. 

Sus ojos se habían abierto por completo, casi desencajados, y me miraban amenazantes mientras su mano derecha, vendada por la herida de bala, se aferraba con fuerza a la reja. Parecía herido en lo más profundo de su alma. ¿Había algo en lo que no se le asemejara? 

—Tú... 

—Michael...—lo llamé por primera vez. Sentí entonces cómo pronunciar aquello produjo que un escalofrío me recorriera la columna vertebral. Sin duda alguna era cierto que el hecho de que ese fuera su nombre y no otro me engendraba más miedo que verlo acercándose a mí con su expresión asesina plasmada en el rostro. 

—¡No digas mi puto nombre!—exclamó al tiempo que me tomaba bruscamente de la camisa y me arrojaba violentamente contra los barrotes, golpeando mi cabeza contra el sólido metal. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, sus manos ya estaban presionando con fuerza sobre mi cuello, arrebatándome la posibilidad de respirar. 

Intenté liberarme a suerte de sacudidas, pero su superioridad física era evidente, sumado al hecho de que el golpe en la cabeza y la falta de aire me debilitaban a gran velocidad. Y sus ojos... Sus ojos, manifestación del desquicio más grande, me hipnotizaban al hacerme sufrir una sensación que combinaba terror puro con regocijo.  

Lo último que vi fue a uno de los guardias dirigiéndose a la carrera hacia nosotros, antes de perder el conocimiento. 

 

Notas finales: Continuará...

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