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“PERFECT IMPERFECT LOVES: SAN VALENTINE IN SILK” por Haschariel

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Perfección.

Steven Jones, a sus 15 años de edad tenía muy definida la palabra “perfección”. Un concepto propio, un escozor a su disfrute. En él mismo, se adivinaba ya, el filo que hacia la madurez, seguirían cada músculo y cada hueso en su perfecta estructura: la melena oscura recortada con desenfado, los ojos añiles calculadores, la piel marmórea. El ego insuperable…

Casi había caído de espaldas cuando ese 14 de febrero su regia vanidad se vio insultada por la declaración amorosa de aquel gorgojo peoncillo:

Ignacio Sulivan Di Lorenzo. Boti-igo

Tan redondo y pequeñajo como la emoción que provocaba en Steven esos sentimientos tímidamente profesados. Recordaba el incipiente malestar naciendo en sus entrañas al mirar los diminutos ojillos descoloridos tras las gruesas gafas o el copioso sudor bajando a cantaros por la cabellera con forma de hongo, el nerviosismo patético.

“Como se atreve?”, pensó Steve. “Es una broma?”

Frases condescendientes tales como:  “No aspiro a nada”, “Estoy conciente de…”, “Debía decírtelo” no le librarían del ridículo que prometía avecinarse si las previsibles mofas sobre el asunto trascendían en Harlan. Vaya si lo harían!. Como no si Bladimir y Ethan Rainsow –escondidos tras los contenedores- eran a Steven lo que las fieles pulgas cirqueras a su augusto canino. Se escucho decir entonces:

-Necesito saber sin son reales tus sentimientos –Y comprometió a su sorprendido enamorado a su primera cita

 

Además del polvo reinante en el viejo gimnasio, el silencio era arrollador. Si aun era de día o la luminosidad provenía del farol más cercano, Steven nunca lo supo hasta mucho después de encender un par de linternas alrededor. Le había costado un mundo encontrarse allí, recostado de lado a la orilla de una colchoneta empolvada, atento, divertido…

-eres lento –dijo Steven tratando de apresurar las cosas

Los dilatados ojillos titilaron cetrinos en la penumbra devolviéndole una mirada suplicante. La manito con salchichones en vez de dedos libro por fin el ziper de los pantalones y los deslizo bruscamente con todo y calzoncillos. Ahora estaba tontamente desnudo. Visiblemente avergonzado de un cuerpo que tal vez trataba evitar ver al espejo diariamente, pero que en ese momento exponía sin recelo como prueba de sus sentimientos

-venga. No hagas el mojigato… siéntate

Tardo en obedecerle. Steve se estiro gateando, le rozo la nariz, susurro y regreso a su posición. Varios minutos después la mano abandono su nido, el cuerpo se adelanto revelando un semi despierto miembrecillo demasiado delgado respecto al resto del cuerpo, enrojecido e inexperto siquiera conciente de su existencia. Se sentó de pronto interesado en la escena.

-ahora tócate… vamos –apremio impaciente

Y el espectáculo comenzó.

Masturbarse no era precisamente para Igo un deporte conocido. No había disfrutado de su carne ni siquiera en su más bochornosa fantasía, por tanto el principio fue lento y torpes los movimientos

-mas rápido, abre mas la piernas, muévete un poco, hombre! –exigió su amado

El primer suspiro llenó la oscuridad. Surgió un jadeo. Un gemido obediente le derrumbo boca arriba en el mustio lecho. Los muslos se abrieron y los dedos obtuvieron seguridad, rapidez. No con suprema habilidad sino erotismo infinito bajaron y subieron tanteando gentilmente la delicada piel de los testículos. El ritmo se volvió febril encausado por la oronda desnudez temblorosa al tacto; los gemidos se sucedieron agudos, infernalmente excitados y en el limbo de la inexperiencia, el primer orgasmo fue supremo. Tan estrepitoso, tan  primerizo que le aprisiono en un estado de laxitud pesada. Cuando Igo abrió los ojos con dificultad lo primero que apareció de forma borrosa sobre él, fueron: un rostro, un par de ojos y algo brillante. Creyo ver a Steven, pero tal mirada era gris cual cuchilla y no azul, la cabellera rojiza y ese algo brillante, la lente de la cámara de la madre de Ethan Rainsow…

Como un fulminante obús alcanza su presa despedazando piel, músculo y huesos a su paso, así la comprensión de cuanto pasaba a su alrededor alcanzo a Ignacio Sulivan. Su inestable mundo se tambaleo a sus pies en tanto agarrotado se arrastraba manoteando ciegamente en busca de sus prendas, todavía bajo el ojo mecánico de la filmadora y el corro sórdido de risas y obscenidades arrojadas contra su cuerpo

-¡Menuda paja!. ¡La pequeña ballena es jodidamente buena!
-eh! Stev, no haría esto taquilla si fuera peli porno?!

Steven, quieto, alejado desde antes de dar la señal al par, vislumbro entre los perniles de sus amigos la redonda carita anegada en lagrimas; le devolvía un gesto enrojecido, desilusionado, iracundo quizá?... ¿¡Como se atrevía?!. ¡¿Era broma?...

Se transmitió el denigrante video de espectador a espectador con el único propósito de burlase de Romeo gordo. Cuando dicha cinta llego a manos del primer padre de familia, fue el acabose. Hubieron discusiones, interminables interrogatorios, citatorios, gritos, enfrentamientos familiares, crueles cacerías, indignación general para los unos… llanto, dolor y vergüenza para los pocos.

Se supo meses después que Ignacio Sulivan había sido asesinado por sus padres, empaquetado y remitido a un crematorio en Texas… O quizá, confinado a un internado militar en Baja California. El hecho, era que había desaparecido del mapa y con ello le sobrevino a Steven Jones la tosca culpa, la introspección, el piadoso arrepentimiento, la reconvención siempre buscando la propia expiación de los pecados y finalmente… el olvido
* * *

Nueva York
10 años después

Imperaba un silencio sepulcral en la sala común. Los ojos cansinos del Director General, fijos en el dossier desplegado sobre la mesa de cristal, buscaban el punto que se le hubiese podido escapar al expositor, ahora de pie delante del Proyector Display . Todo parecía estar en orden. La idea por alguna razón “inexplicable” le resultaba tentadora, osada, sensual y -lo mas importante- fresca… Luego de mucho rato levanto el rostro -con forma de caballo- y examino igualmente las facies de cada miembro del Consejo Delegado. Solo esperaban su decisión. Arrellanándose en la butaca giro hacia el disertante una vez más. Pregunto serio:

-has pensado quien “será” esa adición?. No me arriesgare con cualquier novato

Steven Jones sonrió abiertamente añadiendo a su perpetuo aire audaz un extra de maliciad. Era lo que el Director General llamaba un “pendenjo que sabe lo que hace”.Los cabellos negrísimos atados en una coleta baja, la camisa azul impecable.  Los ojos añiles brillaron al coger el mando del proyector. Su voz respondió risueña

-Buena pregunta señor

Entonces, como si develara una obra de arte recién revocada, al apabullante publico, congelo en la pizarra interactiva una imagen única. Una escena cuyo tema lo constituían el perfil de una limusina gris y la pomposa cabellera castaña o rojiza de un ser ambiguo con gafas de sol y piel de armiño blanco, subiendo al coche. El resto del paisaje urbano era borroso, trivial

El Consejo Delegado ahogo varias exclamaciones; en el acto buscaron la cara del presidente, a quien solo se le oyó un nombre

-Inna Di Strano

 

Bryan Harley, el insufrible rubio del Departamento de Proyectos, termino de comerse la goma del lápiz justo al momento de levantar la cabeza sobre su cubículo para ver abrirse las puertas del elevador. Se encogió instintivamente fingiendo teclear “esesitas” en otro documento inexistente. Trato de escuchar voces pero no las hubo. Desespero y no fue hasta escuchar el portazo levemente agresivo en la oficina de Steven que se irguió apresurado a su encuentro. Le hallo de espaldas a su escritorio, contemplando Manhattan desde el ventanal

-ha ido mal… -hablo mas para si
-mal? –Él se volvió a verle de un golpe. El rostro exultante, la sonrisa torcida –Pero que dices hombre!. No te he dicho que conseguiría la aprobación del Consejo?
-es decir…
-el viejo todavía estaba escéptico. Pero todo dio un giro cuando les he presentado al candidato ideal y ahora mismo le esta haciendo llegar la invitación al proyecto!
-joder!. ¡Eres un cabrón con suerte! –Bryan Harley hubiese desternillado a carcajadas si Jones, el entrañable imbecil jefe suyo, no se hubiese adelantado

 

Tilestíl tenía ya unos prolijos 30 años de camino recorridos en el mundo de la moda. Y otro ampuloso trecho por recorrer. No habían sido pocos los logros obtenidos en sus diferentes áreas: Esencias, joyería, mercería, diseños divinos

No obstante, tras sus gruesos muros las ideas explotadas tantas veces comenzaban a extinguirse como el fuego de una brasa apabullada por la ventisca de miles de individualismos. Se había temido volver a sumar un cinturón a las arcaicas colecciones, la próxima entrada Primavera-verano. Oh, pero ahí estaban ellos: dos audaces visionarios del Departamento de Proyectos, de pie en medio del atestado vestíbulo del JFK con la solución a dicho problema en las manos. Y Steven Jones había aceptado de buena gana ser el servil guía de quien a esas alturas estaba a punto de aterrizar en suelo americano directamente importado desde las Europas. Su propuesta rodó por su mente con lento goce.

“América necesitaba aires nuevos, una completa revolución de corbatas, casimir y algodón. ¿Quien mas calificado para dicha tarea que Tilestil?. Ah!, pero la renovación debía partir por casa; se debían barrer viejas ideas, terminar con antiguas concepciones de moda. En tal caso lo que en verdad necesitaban era alguien externo a la empresa que resumiese esos aspectos: alguien fresco, atrevido, atractivo que inyectase el virus del cambio, alguien como… Valeshka e Inna Di Strano… Existía, vagamente, cierto placer al nombrarle. Steven sonrió de lado para si mismo, golpeo la punta de un cigarrillo contra el dorso de su mano y lo llevo a sus labios descuidadamente mientras se recargaba en el muro frente al anden. A su lado Mark se estiro en la banca, mirando las puertas a través del gentío. Harley se había estado guardando desde hacia tiempo, por mero hecho de fidelidad, el conocimiento de que el diseñador representaba una especie de ídolo onírico para su amigo …

La centralita anunciando el aterrizaje del vuelo les irguió de sus lugares. Esteven desecho el cigarrillo en el contenedor. Rato después, los pasajeros fueron saliendo uno a uno a través de las lejanas puertas de metal como ajenos al mundo; algunos somnolientos con rostros confundidos, otros cuyas prisas hacia imposible guardarse sus caras, desaparecían en la masa humana con el teléfono móvil prendido al oído.

Y entre toda esa argamasa de desconocidos le vieron surgir.
Esteven contuvo la respiración, sus labios recitaron sin voz:

“Inna Di Strano”

Como su nombre, Inna era un ser intrigante. Algo hermoso cuya fascinación transitaba primordialmente entre la ambivalencia de los géneros, las clases, las razas y los apetitos básicos y esa prístina belleza asexuada de todos los entes andróginos comunes y corrientes. No obstante, hacia mucho que Esteven Jones había encontrado para Inna Di Strano una palabra que le calificaba por entero. Perfección. Perfección en su único significado

Le observo solazándose íntimamente con todos los pequeños detalles: El cuerpo esbelto y largo como una aguja pendiendo de la nada parecía resaltar en un fondo de grotescas siluetas amorfas; Las piernas espigadas con la suave curva interna eran un delicioso poema a la geometría; la exuberante cabellera del caoba mas puro recogida en una coleta alta caía como cascada sobre los delicados hombros hasta acariciar la estrecha cintura y las agudas caderas de bailarina. La piel el mas suave alabastro; El hermoso rostro encerraba un mentón frágil, una naricita recta y pequeña y un par de ojos rasgados desde cuyo fondo iluminaban dos increíbles esferas aguamarina. Para terminar, le envolvía aquella flagrante aura que incluso a través de la pantalla lograba fascinar a la gente. Steven siempre la había atribuido a la fantástica historia que según los medios rodeaba al personaje.

Si podía recordar bien la primera tímida aparición hacia 5 años fue del brazo de Giuseppe Di Strano -un magnate italiano entrado en años, dueño de varias fabricas textileras en Lyon-. El angelical rostro encanto a la prensa durante la convención de empresarios en Paris, la poco convencional vestimenta a los interesados en moda. Pronto fue tema de cotilleo la chica desconocida junto al veterano millonario. Una nieta?, una modelo desconocida?, una inusual acompañante?, ¡¿Quién era su diseñador?

A posteriori se la volvió a ver, más impertérrita, más extravagante, más hermosa. Se desecharon hipótesis, se construyeron otras. Era una nieta si, ninguna modelo, la hija ilegal al recuentro de papa, la amante cansada del abandono tras los millones del vegete. Buscaron acercarse a ella en las siguientes apariciones; royeron sin piedad la vida de Giuseppe, escarbando un nombre o apellido. Mientras tanto la misteriosa Dulcinea se pavoneaba siempre del brazo de su protector bajo una fachada cínicamente desinteresada. Un buen día la escucharon hablar ante la mirada atónita de su compañero. Lograron un guión de cinco frases concisas e inolvidables: Se llamaba Inna, era italiana, diseñadora, la candida prometida del millonario y… era un él. Por supuesto las reacciones a dichas declaraciones fueron también las mas variadas posibles, reino el escepticismo y no se le volvió a ver en mucho tiempo. Otro buen día no obstante, una nueva noticia volvió a reventar las gacetas. Giuseppe Di Strano había contraído matrimonio, en secreto, con su bella novia o novio y apoyaba cien por cien su reciente ingreso al mundo de la moda como dueño y diseñador de “Valeshka”. No fue sorpresa que en poco tiempo Inna se constituyera en icono de la moda europea. Ni que se le calificara como uno de los sexsimbol mas cotizados del planeta...

Hacia dos años su infatigable protector y amante esposo había fallecido e Inna quedo solo apenas a cargo de la mitad del emporio. Mas nadie pudo arrebatarle la trascendencia del apellido que acaba de heredar, las conexiones, su revista ya consolidada, ni la ampulosa cartera de su marido. Eso, junto con que aun hoy en día no se conocía del todo bien su verdadera naturaleza le hacían un personaje celebre e inalcanzable. Ahora empero…

Steven Jones se dejo arrobar por esa perfección hecha carne en tanto se veía descubierto por el sempiterno cortejo que acompañaba al diseñador. Le vio voltearse directo hacia él y clavarle los ojos. Tuvo la impresión de que la sorpresa aunada a algo mas extrañamente distante tensaba el delgado cuerpo, pero fue un segundo muy pequeño porque en el instante mismo comenzó a caminar hacia ellos de forma resuelta, demasiado sensual, dentro aquel enterizo negro como para pasar por alto el vaivén de sus caderas. A su lado escucho un enronquecido silbido

-me cago en la leche… pedazo de tío –Dijo Bryan encajando las manos en los bolsillos del pantalón. Un velo lujurioso bailo en sus pupilas amarillas
-serás…
El rubio le miro de soslayo –Tu que vas ha saber como se esta sintiendo aquí abajo. No, si digo yo: lo heteros no sienten
-calla –Le chisto. Era hetero si, pero solo sus sabanas sabían de los ahogados momentos imaginándose homosexual frente su ídolo italiano. Oh, cuanto había deseado serlo!
-aunque_no negaras_que este tio_es el sueño_de todo heterosexual_que quiera probar el otro el equipo –Termino Bryan justo cuando el tan esperado visitante se detenía ante ellos con su comitiva a espaldas

Les miro alternativamente y fue Bryan quien estiro la mano primero
-es un enormísimo placer tenerle al fin en suelo americano

Steven le siguió estupidamente cortado por la tardanza de su reacción. Alargo la mano y apretó la otra mucho más pequeña con extasiada efusividad –Bien venido a América, Sr. Di Strano

Inna era un par de centímetros mas bajo, deliciosamente frágil en comparación a la aerodinámica musculatura que le concedía a Steven un considerable 1.85. La antagónica diferencia entre físicos le provoco una vaga superioridad y cierto sentimiento protector.

-por favor, llamadme Inna –Dijo el diseñador y su voz modulada y clara era como la luz primaveral de los meses de abril porque eran escasas las veces que se le había escuchado hablar en publico –Ronald, me ha hecho llegar vuestras fotografías. Les he reconocido inmediatamente, señor Jones, señor Harley
-solo Bryan y Steven –sonrió el pelinegro.
Inna le devolvió otra semi sonrisita 
-Ellos son mi equipo de trabajo –Y añadió mas bien displicente –estoy ansioso por conocer las instalaciones de Tilestil y empezar el proyecto
 
El proyecto planificado con una mínima duración de dos meses, consistía en la asociación de Tilestil y Valeshka, ambas dedicadas a la abolición de los tabúes de la moda La gigante newyorkina lanzaría toda una pasarela de elementos nuevos para el tedioso ciudadano, el significativo 1 de febrero. Valeshka por su parte, se encontraba sedienta de imprimir su marca en el continente… La colección rezaría: “carnivals in silk”…

 

Steven había fantaseado antes con la presencia del diseñador vagando por las oficinas como efímero fantasma, se hubiese conformado solo con eso. Mas las circunstancias, aunada a la bendita disciplina del invitado, maquinaron esos días para juntarles en una sola habitación. El Director general había puesto reparos que fueron desechados por Inna uno a uno. Él gustaba de sitios iluminados, gente al tanto de su voz si necesitaba algo y finalmente el trabajo debía hacerse en común con el generatriz de la ida. La oficina de Steven Jones, reunía precisamente todos esos pequeños detalles y él acepto, comedidamente, compartir su espaciosa oficina y estar pendiente de los deseos del diseñador. 

Ahora tenía frente a él, toda la fastuosa melena rojiza meciéndose sobre los hombros con cada imperceptible movimiento de las manos. La aguda curvatura del cóccix doblado hacia delante enseñando un minúsculo espacio de piel desnuda, blanca, sobre el ribete de la falda. La canilla de la bota derecha hacia fuera, larga y sensual… La imaginación de Steven Jones que era prolífica, llena de esos numerosos aditamentos de lujuria onírica característica a la idolatría, le llevo a deslizar los dedos por el contorno interno de aquella redondeada pantorrilla, la rodilla, el apretado pernil de la calceta, el muslo… sacudió la cabeza e irremediablemente atrajo la atención de su compañero. Los grandes ojos clarísimos le escudriñaron con obvia impaciencia y el pelinegro tuvo que reconocer su falta de profesionalismo.

-lo siento. Es solo fatiga –Fue lo único sensato que se le ocurrió decir dibujando una media sonrisa. De esas seductoras disfrazadas de amabilidad por si las dudas.

Dudas gratamente disipadas al lograr la sonrisa abierta de su huesped
-soy tan insensible –Dijo mientras giraba en el taburete con el lápiz de aquí para allá y empezando a mecer la pierna de arriba abajo –Me apetece agua mineral

Steven salto en pie sin preguntarse si quiera si el edificio contaba con vituallas de ese tipo, al contrario, ridículamente embelesado por aquel tobillo danzarín. Iba a salir tontamente cuando la voz risueña le detuvo

-vaya por Dios!. Eres toda una monada, sabias?. Ha bastado nada para que me obedezcas –Rió. No podía saberse si por amabilidad, aliviar el bochorno del interpelado o por llana burla. Irguiéndose magníficamente, añadió –Me apetece agua mineral. Me acompañas a buscarla?

Tal pedido estableció de inmediato una relación cordial entre ellos

Hacia el medio día, el lonche encontró a un Steven mas relajado e impregnado de un sentimiento familiar que le hizo por fin disiparse los mórbidos pensamientos que pululaban alrededor del diseñador. No se había librado de ellos si no simplemente los encauso. Durante el descanso se descubrió un par de veces sobresaltando por el carácter presuntuoso, displicente, altanero, incluso insolente y al mismo tiempo atractivamente adamado de Inna. Le había contado muchas historias típicas del gremio, su opinión sobre los americanos y más tarde, con cierta reticencia inicial, algunas anécdotas extraoficiales de su matrimonio. En algunos momentos Steven se había sentido incomodo, extrañamente ajeno o acaso celoso. Era obvio que Inna llevaba una vida maquillada por las circunstancias megalíticas desde muy tierna edad. Había vivido enclaustrado en Roma muchísimo tiempo y cuando salio a luz su imagen se arrastro ensalzada, violada, pisoteada, vitoreada de nuevo y presa de argucias en todos los ámbitos posibles. La muerte de Giuseppe aun se hacia difícil de aceptar. Por otro lado, su historia se vadeaba entre los más altos nombres de la sociedad: modelos, cenadores, condesas, estrellas cinematográficas. Y aun así, su vida era un intrincado galimatías

-ah que cansancio… -Suspiro largamente estirando los brazos cuando la ultima estrella termino de acomodarse en el firmamento a través del ventanal

Steven alzo la cabeza. Había estado muy concentrado en su trabajo. Decidió que había avanzado lo suficiente por ese día.

-necesitas algo? –Cerró los dossiers apilándolos sobre el escritorio y espero la respuesta de Inna, que se sobaba el cuello con concentrada pericia. Tuvo el fugaz impulso de ayudarle en la tarea. *¡Ahí vamos de nuevo*. En vez se le ocurrió decir –Has de tener muchísima hambre

Fue un comentario acertado porque Inna le presto atención al instante –¡Estupenda idea!. Algún lugar en mente? –se puso en pie e hizo ademanes de arreglarse el pelo

De pronto Steven tuvo una maravillosa idea. Salto delante el escritorio, descolgó de un zarpaso el sobretodo del perchero y cogió la pequeña mano al vuelo mientras decía con voz en extremo exaltada –Conozco uno que es la leche!. Vamos a por tu gente y sobre la marcha a una gratificante cena!

-mi gente? –Inna tiro hacia atrás. Volvió a reír –Mi gente ha debido irse hace horas. Ah, y dudo que tu amigo esperara a por ti –Concluyo con una desinteresada señal hacia los cubículos vacíos del otro lado del plexiglás
-ya… -Lo siguiente que Steven tenía en mente tardo largo rato en salir de su boca –Pues entonces cenemos los dos. Como compañeros de trabajo, claro –Se apresuro aclarar
-Genial. Entonces… estoy listo para la ocasión? –Pregunto alargando los brazos a los lados

Vestía un enterizo opaco divinamente ajustado a sus formas, la pechera abrigada en un pequeño jersey de cuello alto y negro; botas con caña alta y aquel aditamento perpetuo a toda prenda que usaba, una sobre falda; este dia, especialmente pegada a su pelvis.

-estas perfecto –le respondió Steven sin quitarle la vista de encima, subestimando su sobrio traje gris –Venga, vamos ya
-has de saber… que no como carne roja, ni aves, pescados, moluscos o como quieras llamarles. Ni pastas, ni almidones, ni carbohidratos; gaseosas, lácteos, cereales, comida china, agua común, cafés, té…

 

En la Great Jones Street el Ace of Club no era precisamente el más elegante sitio para comer en Manhattan, no era con exactitud, un restaurante propiamente dicho. Pero Inna se encontró balanceándose a gusto al son de la música con un Margarita en una mano y una botana de zanahoria en la otra. Estaba invadido de esa vaga desinhibición que adormece el razonamiento tras una buena dotación de alcohol barato y por tanto someramente satisfecho de las miradas que atraía mientras seguía las notas de la melodía sobre su cabeza. También era plenamente conciente –si no mas- de que Steven Jones le iba devorando con la vista desde la barra, de donde no se había atrevido a levantar tan pronto llegasen. Hedonista en un extremo insospechado alzo las manos sobre la cabeza, abrió las piernas y dibujo en el aire una S incompleta. Su cabellera revoloteo como las alas de una mariposa en las luces; los rizos de la sobrefalda bailaron acariciándole los muslos como imaginarios dedos de seda.

Steven apuro un trago de su Margarita en la garganta seca, repatingo en el taburete y tuvo que hacer esfuerzos supremos por tranquilizarse cuando vio a Inna terminar de hacer el Menshow y caminar directo hacia él. Sus pasos eran irregulares, pesados

 

Cuando salieron del lugar muchísimas horas después de la media noche, la temperatura había descendido considerablemente y la amplia calle había quedado vacía ante la inclemencia de la helada brisa. Steve invadido por ese extraño sentimiento protector que le asaltara en el aeropuerto no dudo en cobijar el desvaído cuerpo de Inna bajo su costado; se le notaba dificultad para equilibrarse, las manos frías plegadas bajo la barbilla. Jones le apretó en su abrazo antes de escucharle susurrar tan cerca a su oído que el golpe calido de aquel aliento le provoco una súbita sacudida.

-tsch, tsch… a que clase de suburbio americano me has traído? –Hablo el diseñador con voz sinuosa
Esperando no haber sido demasiado obvio, él respondió a gritos –Pero que dices!. Todo NewYork es un suburbio. Y Manhattan un suburbio con clase!
-… “okay”. Pues molan los suburbios newyorkinos… pero mola mas mi guía

Decir que el comentario no causaba desconcierto en Steven hubiese sido mentir descaradamente. Se quedo estático a media calzada entre las puertas del Ice y el coche aparcado del otro lado de la calle. Trato de destramar velozmente el real significado del comentario: amabilidad?, burla?, simpatía?, era difícil encasillar el tono de voz.

Inna rió –Te ha comido la lengua el gato?… -Se volvió en medio del abrazo, estiro el cuerpo y apoyo los labios en los del pasmado publicista. Un roce gentil, suave primero, voluptuoso, libido después en tanto más se alargaba el momento. Era delicioso. Los labios torneados, húmedos y tibios, impregnados con el sabor de la ultima Margarita y el desabrido deje a vegetal dueños de los de Steven, secos y sedientos. Seria otro sueño?, en verdad era Inna Di Strano quien le besaba en ese preciso momento?. Inna Di Strano, Inna Di Strano. Inna De Agostino. A Steven le costo un mundo romper el apasionado beso.

- No soy gay –Se escucho decir

Y entonces Inna le miro fijamente con aquellas dos esplendidas esferas aguamarina, y le miro y le miro hasta que sus parpados se hicieron dos ranuras estrechas velando un ínfimo brillo borroso. Luego, como si le hubiesen contando un rimbombante chiste salido de la nada, se soltó en carcajadas que llenaron toda la desierta calle; largas estridencias como graznidos de pájaros en un huerto vació.

-por supuesto. No eres tan hombre –Riéndose sin parar, se encamino al coche –A casa Jaime!

No fue hasta que el diseñador se paro junto al vehiculo, esperando a por él, que Steven pudo reaccionar. Todavía le contemplo varios segundos en la distancia antes de atravesar la calle. Cuando le tuvo a su alcance le tomo bruscamente de los hombros. Su voz, antes jovial y afable, sonó como la lluvia golpeando la roca

-a la mierda todo –Y le beso… No, no era un beso. Casi podía doblarle la cabeza mientras le obligaba a abrir la boca para encajarle la lengua, y succionaba, bebía, mordía y lamía a su vez reconociendo cada palmo de esa cavidad. Le estaba devorando, sin cohibición, sin lastima, como el afilado felino un trozo de carne muerta. Cuando dejo su presa, falto de aire, jadeando desordenadamente, descubrió que Inna no había variado ni un color en su indiferente mirada

-no has dicho antes que era heterosexual –dijo
-tu no has oído?. “A la mierda”. Sube… iremos a tu departamento

El Ssangyong_kyron de Steven Jones rodeo un manzano entero por la Great Street, giro a derecha, izquierda, derecha y siguió la ancha avenida del Lafayette directo al Soho Grand. El coche era un pálido punto veloz en el manto oscuro cuajado de luces

Minutos más tarde, se hallaban restregándose el uno al otro con despiadada ferocidad en medio del pasillo del departamento, tratando de arrancarse los labios. Y pronto, mucho mas pronto de lo necesario, se retorcieron entre las sabanas de la cama mientras Steven libraba al fin el pedazo de piel tan deseado en el dorso del diseñador. No hubo palabras. De forma casi animal, se lanzo a devorar aquel oscuro pezón, plano, diferencialmente vació a otros que había visto y mordió arrancándole al cuerpo bajo suyo, gemidos agudos. Con una mano aprisiono las enjutas muñecas sobre la cabeza y con la otra levanto la pelvis de muñeca golpeándola brutalmente contra sus propias caderas. En respuesta, Inna inicio un vaivén salvaje. Steven sintió el grito callado de sus sexos aplastados por la iracunda fricción y no hubo alivio hasta que motivado por el infernal roce se escucho gritar de placer

-Joder!. Maldita sea!... me vuelves loco!!

Inna tembló en ese momento.
Fue un estremecimiento violento que desconcentro súbitamente a Steven pues no se lo esperaba. Por lo menos no como lo había sentido. Con la mirada nublada por la lujuria busco el rostro de su compañero o un indicio que explicara la extraña tensión. La melena larga estaba desparramada sobre las almohadas como cascadas negras en la nieve, los miembros repentinamente quietos sacudidos por el creciente tremor. Pero no era el conjunto de esos detalles lo que le sobrecogió de forma confusa, sino el mohín que el diseñador le devolvía en la penumbra: sus ojos se habían tornado cetrinos como acido y sus labios congelados en un rictus severo se movieron apenas

-vete
Steve parpadeo –Que?
-eso!. Que tenias razón!. Esta mal, es anti ético!. ¡Eres heterosexual y no debió pasar!. ¡Quiero que te vayas, ya!
-estas de broma, cierto? –Pregunto incapaz de creerse en tal situación e incapaz de controlar la excitación tan rápido como lo estaba haciendo el diseñador
-HE DICHO LARGO!

Y eso fue todo. Steven fue echado a puntapiés de aquella ardiente cama, de la habitación y casi del edificio entero sin siquiera tiempo suficiente de preguntar,¿porque?… Llego a su departamento rumiando su miserable fortuna de hombre hetero y la poca cordura de los europeos. La contestadota tenía mensajes, decidió escucharlos solo por afán de oír otras voces además de la del diseñador tañendo en su cabeza. Se sirvió un Wiski doble y se despatarro sobre el sofá en medio de la oscuridad

El primer mensaje era de Bryan

 “Steven!, soy yo!. Lamento no haber esperado a por ti pero tenia una cita importantísima… ¡Bueno eso no importa ahora!. Ha habido cambio de planes!. ¡Ahora mismo me pongo a hacer unas llamadas y tu y yo no vamos a por unas cervezas!. Te llamare cuando llegues al depa. ¡Estoy que me cago en la quinta puta!”

El segundo poco diferente al primero, también del mismo

“Vale!. Nick me ha dicho que el Baggot lanza nuevas bebidas esta noche. Promete mucho y hay buen ligue para ambos. Te esperaremos allá porque al parecer todavía sigues en el curro. No te apliques tanto hombre o terminaras en el hospital”

“Steven!, ¡Joder tío, donde estas?!. ¡Son las tres!. ¡He llamado a portería y me han dicho que te han visto salir de la mano de Di Strano!. ¡No hagas cosas raras, vale?!. Recuerda que eres hetero, pájaro!”

“Steven Jones, has sido el feliz ganador de una cuenta de ahorro en tu banco favorito Innovus Inc. S. S. Net Street. Puedes depositar tus primeros 50$ mañana a primera hora, al 5559-7372. Te esperamos”

“Vale, tío… solo piénsatelo dos veces, quieres?. Te aprecio muchísimo y no me gustaría verte liado de cables a estas alturas… ha-hablaremos mañana temprano…”

Este ultimo mensaje tenia impreso el típico desparpajo melancólico de varias cervezas en la chaveta y cuando Steve se fue a dormir, el plan había funcionado. No podía deshacerse del tono ebrio de su amigo.

Continuara…


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