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Lluvia por Colourless Glance

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Yuushi se acomodó una vez más los empañados lentes, en un intento vano de colocarlos en una posición desde la cual le permitie

Yuushi se acomodó los empañados lentes una vez más, en un intento vano de colocarlos en una posición desde la cual le permitieran cierto grado de visibilidad. El cabello azulino se le pegaba al rostro demostrando ser considerablemente más largo de lo que se veía normalmente. Estaba empapado.

 

Se encontraba volviendo a casa cuando recibió el mensaje de texto de Atobe. Como era habitual, sólo contaba con las palabras de rigor, que raramente oscilaban lejos del típico ‘Quiero verte. Te espero’. Ni las nubes negras, ni el aroma característico que adquiere el aire antes de la gran tormenta, ni la creciente brisa, ni el hecho de no traer paraguas, lo persuadieron de voltear en la siguiente esquina con rumbo definido.

 

Levantó un poco más el cuello de su abrigo, como si la prenda mojada pudiera brindarle algún tipo de protección, mientras el agua caía con toda la fuerza sobre él. Corrió los últimos metros que lo separaban de la mansión, y una vez en el interior del amplio jardín, aminoró la marcha preguntándose qué le diría Atobe cuando lo viera en ese estado. Llamó a la puerta, y uno de los mayordomos lo recibió, con la cortesía usual.

 

-Buenos días, señor Oshitari. El señor Keigo lo espera arriba.- indicó mientras lo ayudaba a quitarse el abrigo. Yuushi se contuvo para no reírse. Como si fuera un buen día para él, calado hasta los huesos para satisfacer las demandas del mentado señor. El mayordomo se retiró, fingiendo que no le importaba que manchara el alfombrado con los zapatos llenos de barro. No le ofreció nada para tomar, ni para cambiarse, hacía tiempo que había pasado esa etapa. Las órdenes de Atobe como siempre eran claras y concisas.

 

Los sirvientes parecían haber hecho de la discreción un modo de vida. Nunca cuestionaban que en los últimos meses, y durante las largas ausencias de los señores de la casa, el señor Oshitari durmiera en la habitación de su joven amo. Los padres de Atobe tampoco encontraban nada fuera de lo normal en la relación de los dos jóvenes, de alta posición social, y veían con buenos ojos las visitas de Yuushi.

 

Subió las escaleras y entró en la habitación del joven sin golpear. Lo encontró leyendo un libro occidental, vestido aún con su uniforme y sentado cómodamente en el sillón que lindaba con la ventana, como si la escasa luz natural fuera suficiente para alumbrar su lectura. No levantó la mirada por unos segundos, los que Yuushi supuso necesarios para concluir el párrafo. Acomodó con parsimonia el señalador plateado entre las hojas y dejó finalmente el libro en la pequeña mesa de ébano que tenía enfrente. Se levantó y se acercó a él con pasos suaves, desperezándose. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se estiró para abrazarlo. Yuushi lo recibió, besándolo con intensidad.

 

-Me estás mojando.- comentó con simpleza, separándose de él. Le sacó los lentes con una sonrisa. Yuushi sintió por un momento deseos de golpearlo. Atobe se alejó, mientras comenzaba a desvestirse. –Ven.- lo llamó, dirigiéndose a su baño privado.

 

Cuando Yuushi lo alcanzó el otro joven se encontraba completamente desnudo, con su blanca piel contrastando con el mármol claro que lo rodeaba. Se acercó una vez más para ayudarlo a sacarse los pantalones, que se habían adherido a sus piernas, y abrió la ducha, controlando la temperatura del agua antes de deslizarse en la enorme bañera. Lo siguió.

 

Atobe le cedió el espacio bajo el chorro de agua, y se detuvo un momento a observarlo. Yuushi se sintió un tanto incómodo.

 

-No vas a decirme nada?- preguntó, manteniéndole la mirada.

 

-Debería?- Atobe arqueó una ceja, mientras contestaba casi con descaro.

 

-Tal vez, vine debajo de la lluvia para verte.- sus palabras le sonaron patéticas. Cerró los ojos para mojar su rostro, cuando volvió a abrirlos se encontró con que Atobe no se había movido, y su mirada volvió a encararlo.

 

-Yo no te obligué a venir, ni a caminar debajo de la lluvia.- le habló con calma, apartando uno de los mechones de Oshitari, que le caía sobre el rostro.

 

-Por algún motivo, deberías saber que jamás me niego a tus demandas.- continuó, desistiendo del reproche. Atobe le sonrió.

 

-No deberías hacer algo que no quisieras; por nadie, nunca.- Atobe lo abrazó, y con el agua caliente cayendo suave sobre sus cuerpos, las palabras se deslizaron de su boca.

 

-Te amo.- Casi le susurró, y el abrazo se hizo más fuerte para después romperse.

 

-Yo también te amo.- le respondió, mirándolo con sus ojos grises llenos de calma. –Te amo ahora, y puede que lo siga haciendo por mucho tiempo más. Pero debes comprender que el amor es efímero, incluso en tu caso. Hoy puedes susurrarme tus sentimientos al oído y mañana podrías estar diciéndoselo a alguien más.

 

-A quién podría decírselo?- preguntó con incredulidad, mientras el príncipe de Hyotei se encontraba todavía contra su cuerpo. La expresión en el cincelado rostro no cambió.

 

-A Mukahi, por ejemplo.- Oshitari no lo dejó continuar.

 

-A Gakuto? No sabes lo que dices, no hay comparación entre lo que siento por ustedes.

 

-Claro que no.- le respondió con aquel tono fuerte, autoritario, con el que le hablaba al equipo asegurándoles que Hyotei siempre se llevaría la victoria. –Yo soy tu buchou, así que nunca nos compares.- lo soltó y se deslizó de la bañera. Se cubrió con una bata azul oscuro y le alcanzó una similar. Oshitari lo siguió.

 

-Llama a tus padres para avisarles que te quedas a dormir.- casi le ordenó mientras rebuscaba su teléfono celular en el empapado bolso. Se lo alcanzó. Oshitari lo miró, sin decir una palabra a pesar de que, como en ocasiones, le molestaba esa actitud despótica.

 

Tardó apenas unos segundos en buscar en la agenda el número de su madre, que atendió luego de prolongados timbrazos.

 

-Hola, mamá? Estoy en la casa de Atobe… sí, venía a buscar un cuaderno cuando empezó a llover….- perdió de vista al otro joven. -Atobe me dijo que podía quedarme… no, no va a haber problemas. Vuelvo mañana a la tarde. Adiós.- colgó y apagó el teléfono. Cuando volteó para dejarlo en su lugar, se encontró con que Atobe terminaba de abotonar su pantalón. Ante sus ojos atónitos, eligió una camisa blanca, y la abrochó hasta la mitad, sacudiendo y luego acomodando su cabello apenas húmedo.

 

-Qué pasa?- le preguntó Atobe con tranquilidad.

 

-Te vestiste.- Yuushi soportó estoicamente la mirada del otro joven, que lo observaba como si fuera una de las criaturas más estúpidas del planeta.

 

-Sí, no hace falta que me lo aclares, ya lo sé.-  se encogió de hombros, mientras volvía a acomodarse en el sillón que había ocupado durante la tarde.

 

-Pensé que íbamos a hacer ‘algo’.- lo vio arquear una ceja mientras se acomodaba mejor en su asiento, como si pensara quedarse en aquel lugar por un largo tiempo.

 

-Estamos haciendo algo.- le habló como si fuera un niño. Colocó uno de los mullidos almohadones detrás de su cuello y se recostó ligeramente contra éste.

 

-Atobe…- lo cortó Yuushi. No quería caer en una discusión sin sentido.

 

-Te agarró la timidez de repente, entonces?- lo miró como si la conversación no le significara nada. Yuushi se le acercó con pasos seguros, cortando la distancia que, como todo en aquella mansión, parecía enorme. Atobe dejó que lo besara y que se acomodara a su lado. Cuando sus labios se deslizaron hacia el níveo cuello, la atención del joven capitán volvió a las páginas del libro que había estado leyendo. Yuushi apoyó su mano derecha sobre la rodilla del otro joven y comenzó a deslizarla por su muslo. Atobe lo detuvo.

 

-Me estás desconcentrando.- le reprochó, cruzándose de piernas para evitar una repetición de aquella maniobra. Apenas desvió la vista de las blancas páginas para observarlo.

 

-Es lo que intentaba hacer.- le respondió, alejándose. Se sentó en el extremo opuesto del sillón, clavando la vista en un punto cualquiera del cuadro renacentista que adornaba la pared.

 

-Me faltan un par de páginas para terminar el capítulo.- la voz de Atobe cortó el incómodo silencio, y le sonó como una justificación absurda a su absurdo modo de actuar.

 

-Y qué se supone que tengo que hacer mientras tanto?- preguntó con fingida indiferencia.

 

-Nada, puedes mirarme.- pasó una de sus piernas sobre las de Yuushi, fijando esta vez sus ojos en él.

 

-Esperas que bese tus pies? Pensé que para esclavo ya tenías suficiente con Kabaji.- su tono sonó más sarcástico de lo que esperaba.

 

-Sí, con Kabaji me alcanza. Tienes razón.- volvió a su posición previa, alejándose y colocando de mal modo el libro en la mesa, haciendo tambalear la copa de fino cristal que reposaba sobre ella. El príncipe se había enojado.

 

-Eres increíble, algunas veces me haces creer que soy capaz de entenderte, pero me doy cuenta de que eso es imposible.- lo miró como si se tratara de un objeto de estudio. Atobe se levantó, deslizándose con paso suave sobre la madera perfectamente lustrada de su habitación.

 

-A veces hasta lo más simple puede disfrazarse con un poco de sutileza.- habló con voz irónica, y su tono resultó algo triste. Atobe siempre actuaba extraño después de escuchar a Yuushi diciéndole que lo amaba.

 

-Qué te pasa ahora? Te ofendes, cuando todo va corriendo según tus planes.- Atobe no le contestó, ni volteó a mirarlo. –Yo soy el que debería enojarse. Se colocó los lentes, que Atobe había dejado en la mesa de al lado de su cama.

 

-Nada está corriendo según mis planes, ni tengo ningún plan, como te imaginas. Y estás enojado, porque son tus planes los que no se están cumpliendo.- Atobe se sentó en la cama, y se colocó sus dedos índice y mayor sobre la frente, en un gesto que distaba mucho de aquel que dejaba ver cuando su mirada había encontrado el punto débil de su enemigo. Su voz y sus movimientos sólo revelaban fastidio.

 

-Cuáles planes puedo tener? Me dices que venga, que me quede contigo, y al momento siguiente te sientas y te pones a leer. No sé qué pretendes. Se supone que quieres estar conmigo.

 

-Estoy contigo.- contestó simplemente, después de unos segundos de silencio. Su voz sonó más calmada.

 

-Sí, estás conmigo. No sé por qué estás conmigo, puede que sea solamente uno de tus tantos caprichos. ¿Te parecía demasiado simple manipular a toda esa trouppe de gente que desfila detrás de ti todos los días en la escuela? ¿Por eso preferías jugar con la única persona que se  atreve a cuestionar tu superioridad?- Atobe le clavó la mirada, y Yuushi estuvo a punto de arrepentirse de sus palabras. El otro joven se levantó con lentitud, acercándose despacio a él.

 

-¿Cómo puedes ser tan idiota?- le preguntó, la intensa luz de la habitación hacía parecer su piel más pálida y resplandeciente, en contraste con la dura expresión de su mirada.

 

-Me pregunto eso mismo muchas veces… Atobe…- no tuvo que esforzarse para que su tono sonara cruel y despectivo, casi envenenado. El otro joven no le prestó atención, y se acercó tanto a su rostro que sus narices daban la sensación de tocarse. Si eso era una lucha de voluntades, no iba a ser él quien cediera primero.

 

-Si te parece tan irritante estar conmigo, puedes irte.- el joven de cabellos claros le sostuvo la mirada unos segundos más para luego bajarla, dándole la espalda. Yuushi supo de inmediato que con ese gesto había intentado ocultar alguna emoción demasiado intensa. Se sintió culpable, y se odió por eso.

 

Lo tomó por la espalda, rodeando su cintura y pegándose a su cuerpo. Apoyó su rostro sobre el hombro de Atobe.

 

-Sabes que no voy a irme. Detesto cuando me manipulas así.- suspiró contra su cuello. Atobe tomó su mano derecha y se la llevó a los labios.

 

-No seas absurdo.- le contestó con voz dulce, como si le estuviera dedicando palabras de amor. Yuushi se alejó. –Estás muy alterable hoy, ¿qué te pasa?- continuó, sin perder la calma ante el rechazo. Yuushi se acomodó en la enorme cama de sábanas de raso en donde Atobe se había sentado antes.

 

-Me molesta esto. Me molesta que estemos juntos cuando se te ocurre, que finjas que no hay nada entre nosotros todo el tiempo, que me hagas sentir que me haces un favor al mirarme, que te parezca más importante leer un libro, que siempre decidas todo por los dos.- le dijo, alterando su característico tono burlón. Atobe lo miró con desconcierto y se acercó a él. Se arrodilló enfrente suyo, colocando sus manos sobre las rodillas del joven prodigio de su equipo.

 

-En este momento no se me ocurre ninguna cosa que quiera más que estar contigo.- le sonrió con simpleza, como si esas palabras solucionaran la enorme discusión que se venía gestando. Yuushi se levantó de golpe, haciéndole perder a Atobe el equilibrio.

 

-Te das cuenta? Tienes el descaro de refregarme en la cara el dominio que ejerces sobre mí,- su comentario parecía ser una paradoja, cuando era él quien miraba a Atobe desde arriba, sentado en el piso, con la mirada sorprendida. Su tono sonó aún más frío. -Te crees que…- Atobe se levantó, alcanzando con toda su estatura a sobrepasar apenas la línea de sus ojos.

 

-Cálmate, Yuushi.- su voz sonó autoritaria. Se detuvo, sorprendido. Era raro que Atobe lo llamara por su nombre si no estaban en la cama. –No haces más que reprocharme todas estas cosas, pero en ningún momento se te ocurre detenerte a pensar qué creo yo de todo esto.- Le sorprendió la firmeza de sus palabras, cuando dudaba que el joven capitán lo hubiera visto alguna vez así de alterado. Atobe se sentó en la cama y Yuushi lo siguió. –Me dices que soy yo el que decide por ambos, pero nunca intentas tomar ninguna decisión, ni me llamas por tu cuenta, ni te esfuerzas por demostrar nada. Y no soy yo el que te pone en una condición de inferioridad, eres tú el que se encierra en ese rol.

 

Yuushi lo miró sorprendido, abrió la boca para responder pero se encontró sin nada coherente que decir. Los rasgos de Atobe se suavizaron. Se estiró para acariciarle el rostro y el otro joven tomó su mano para volver a besarla, entrelazó los dedos con los suyos.

 

-Parece que nunca te das cuenta de que yo también te quiero.- el joven capitán desvió la vista hacia un lado. Yuushi deslizó sus brazos por su cintura, permitiéndole ocultar el rostro contra su cuello. Atobe lo besó, y dejó que lo arrastrara con él hacia la cama. Se acostó, con el otro joven sobre su cuerpo, y separó un poco las piernas para permitir que se acomodara mejor.

 

-Está lloviendo otra vez.- le dijo Yuushi, recuperando el tono controlado que lo caracterizaba. Atobe sonrió contra su cuello, provocándole cosquillas con la punta de la nariz.

 

-¿No te alegra entonces estar en este momento y en este lugar?- besó su cuello, rodeándole el cuerpo completamente con los brazos. Yuushi respondió acariciando sus cabellos.

 

Tenía razón. A pesar de sus duras palabras, de los problemas que enfrentaban, de sus personalidades destinadas a enfrentarse, en este momento dudaba que hubiera otro lugar más perfecto que en el que se encontraba.


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