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Death por Bellatrix

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Llevo toda la eternidad vagando por el mundo. Montañas, lagos, ríos, playas...he estado en todos los lugares del universo. Mi nombre es un susurro que lleva el viento impregnado en sus vaivenes. Las hojas se secan y se deslizan hasta el suelo a mi paso. Con mi tacto, con una sola caricia, el animal más feroz cierra los ojos y duerme para siempre. ¿Quién soy yo? Yo soy la muerte.

Ni siquiera puedo describirme, pues ni soy hombre ni soy hembra, nunca he visto mi rostro porque no tengo y los sentimientos únicos que albergo son lo de realizar el trabajo con precisión. No hay errores, yo no los cometo. Mi cometido es simple, traslado a las ánimas que deben abandonar el mundo de los vivos y las llevo al lugar que les corresponde. Trabajo sin descanso, unas veces rápido, otras lento, pero siempre eficaz, no por ello placentero.

Lo cierto es que la palabra arrepentimiento no está en mi vocabulario, ya que no es ninguno el sentimiento que yo puedo tener hacia esos seres que necesitan ser ayudados a cruzar al otro lado, simplemente lo hago. No puedo decir que nací siendo muerte porque yo no he nacido, he existido siempre y siempre lo haré.

Las voces que me ordenan son claras y concisas: un nombre, un lugar y una fecha. Es simple y sencillo. La forma, el cómo, eso no es algo de mi incumbencia. Yo, sólo agarro de la mano al nuevo inquilino del inframundo y lo paseo por sus calles enseñándoles su hogar.

Yo no tengo hogar, yo no tengo nada. ¿Qué puede tener algo que ni siquiera tiene rostro? Es algo ilógico, tanto como que la muerte piense que algo es ilógico. Desde que me lo llevé todo es absurdo, desde que llegó y estuvo allí todo fue así. 

 

Cinco de diciembre de 1943, un campo de concentración nazi, en la frontera polaca. Llevaba años visitando aquellas zonas, trasladando a la otra orilla a miles y miles de almas: ancianas, jóvenes, bellas, crueles... almas al fin y al cabo. No era mi labor juzgar si estaba bien o mal que esos seres fueran llevados o no, por lo que no tuve objeción ninguna.

Esa mañana tuvo que hacer mucho frío ya que las gentes temblaban, tanto como cuando me sienten cerca, algo demasiado común por aquellos tiempos y en aquella zona de Europa. Yo, como no, no tenía frío, ni hambre... ni nada. Apenas había pasado un minuto de la media mañana cuando me dirigí a mi próximo viajero. Ese acto, el de adelantarme, tan impropio en mi, cambiaría su historia y la mía propia.

Había visto muchas como esas para saber con seguridad que era una celda de castigo. Apenas tenía tres metros cuadrados, pero aun así me costó divisar el bulto tembloroso que formaba su cuerpo. Los tenues rayos de sol que se filtraban por la rejilla situada en el techo de aquella ratonera, no eran suficientes para dejarme contemplar verdaderamente de quien o que se trataba.

Movió la cabeza, dirigiendo su cara hacia la luz, en un vano intento por captar un poco del calor que ofrecía la radiación solar. Fue entonces cuando pude verle. Nunca me fijaba en mis pasajeros, me era indiferente su sexo, edad o raza, pero con él simplemente no pude evitarlo.

Su cabeza, como la mayoría de los habitantes de ese campo tenía la cabellera afeitada. La tenía sucia y llena de polvo y barro, pero aun así la forma era perfecta y acentuaba aun más sus rasgos de cara. Una mandíbula definida, unos labios jugosos, una nariz fina, perfilada y unas pestañas que ocultaban unos ojos negros como la misma oscuridad que lo rodeaba.

 

_ ¿Quien está ahí?_ pronunció con voz cansada, dejándome oír lo que yo pensé que era el clamor de cien mil aves.

_ ¿Puedes verme?_ pregunté con indecisión

_Sólo veo una sombra, acércate para que pueda ver tu rostro.

_ No puedes ver mi rostro porque no tengo...

_ ¿Cómo no vas a tenerlo?

 

Queriendo complacerle, me acerqué lentamente, quedando agachado a escasos centímetros de su semblante, aún así parecía no verme, pues oteaba toda la pequeña estancia detenidamente.

 

_ Me estoy quedando ciego ¿verdad?

_No es nada de eso... tu no puedes verme porque nadie puede hacerlo. Soy eterno, inmortal e invisible. En resumidas cuentas no soy nada_ expliqué sentándome a su izquierda.

 

Él volvió su rostro hacia mí. Casi parecía que podía verme, que estaba observando mis rasgos inexistentes. Esa pequeña esperanza hizo que algo cambiara en mí y él lo percibió.

 

_Estás nervioso ¿cierto?

_ ¿Nervioso? ¿Porque utilizas el masculino sino puedes verme?

_Porque no me hace falta. No me hace verte para saber que eres un hombre, tampoco para saber que te pongo nervioso y mucho menos para saber que esta será la última conversación que tenga en mi vida.

_ ¿Como...?

_ ¿Como lo sé?_ me interrumpió_ Pues no lo sé, pero lo sé_ soltó una carcajada tibia como la lluvia de verano.

_ Andréu...

_Ese soy yo...

_Yo soy la muerte...

_ Y no te culpo por ello.

_ ¿Como dices?_ me sorprendí a su respuesta

_ Sé que eres la muerte y el motivo por el que estés aquí, pero no te culpo por ello. Al contrario, lo entiendo. Te esperado mucho tiempo.

_ ¿Por qué dices algo como eso? Apenas tienes veinte años.

_ Y aun así mírame. Tú si puedes verme ¿no?

_ Si, si puedo hacerlo

_ Pues hazlo y dime si ves algo de vida en mi desnutrida piel, en mis ojos hinchados, en mi voz quebrada...

_ Veo que tu corazón late y que tus pulmones introducen y expulsan aire de tu cuerpo. Eso es estar vivo.

_ No querido amigo. Yo hace mucho que estoy muerto. Puede que tú desde tu posición no lo entiendas, pero se puede estar muerto aun respirando. Y créeme que a veces esa muerte es mucho peor que irse contigo._ Suspiró pausadamente y dirigió su mirada hacia el lugar que yo ocupaba_ Yo por ejemplo, deseo mucho más irme en tus brazos que permanecer en este oscuro agujero. No lo digo por el dolor de las palizas, el miedo o el hambre. Cuando él se fue me dejó una herida que nadie, ni siquiera tu, podrás curar.

 

Fue entonces cuando lo recordé. Esos ojos, esos iris negros como la noche cerrada, me eran familiares. Hacía como tres meses que los había visto, que me habían mirado de frente, aun sin saber que yo estaba presente. Esos ojos me habían condenado por llevarme a su amado, del cual ni siquiera recuerdo el nombre. Blasfemó, gritó, rogó porque el pasajero fuera él y no el otro muchacho, pero eso es algo que ni yo, ni él podíamos decidir.

Me paré a contemplar como las lágrimas dejaban regueros entre la suciedad de su cara, dándole un aspecto que desprendía luz, sin proponérselo. Quise abrazarle, besarle, compensarle con mi cariño, pero nada de eso podía hacer, porque yo soy la muerte y ese no es mi cometido.

 

_ ¿Cuando?_ preguntó entre sollozos

_ Pronto, muy pronto.

_ Amigo, ¿puedo pedirte un único favor?

_ Si es que te deje con vida eso es algo que no...

_ Sólo quédate a mi lado_ susurró cabizbajo_ Si sé que estás conmigo, me iré con dignidad y tranquilo.

_ Así lo haré, permaneceré a tu lado hasta que tú estés al mío.

 

Tras acabar de decirle esto, la pesada puerta de entrada se abrió, dejando ver a un alemán uniformado, que con un gesto de cabeza le indicó que saliera fuera. Ahora, de pié podía apreciar cuan maltratado estaba su cuerpo: las ropas desgarradas le venían enormes debido a su excesiva delgadez que hacía ver sus brazos y piernas como retorcidos alambres.

Andaba con paso lento, empujado por el rudo hombre, que le insultaba en alemán y le escupía. Andréu guardaba silencio y de vez en cuando levantaba la mirada para no tropezar con algún escalón.

Salimos fuera. Un manto blanco, sin siquiera una pisada, cubría todo el campo de concentración. Otro soldado esperaba al que llevaba a mi próximo viajero y le hizo hincarse de rodillas en el suelo. El frío comenzó a calarle los huesos, lo sé por como se convulsionaba su esquelético cuerpo. Un arma de fuego fue sacada del cinto y el seguro fue quitado. El temblor del cuerpo de Andréu se acrecentó y yo mismo empecé a inquietarme. En ese momento, me acerqué a su oído por detrás y le susurré que estaba allí, que todo saldría bien. Una sonrisa se formó en sus labios cuando la explosión del cañón se produjo.

La bala impactó en su cráneo desprovisto de pelo, tirando su cuerpo para atrás, aun con la sonrisa pintada en el rostro. La sangre húmeda y caliente comenzó a empapar la lechosa nieve, como una copa de vino derramada en un mantel.

 

_Parece incluso poético ¿no crees?

 

Al volverme, vi su alma, mirando su cuerpo inerte, sin tan siquiera parpadear, sin llorar o alarmarse como hacían otros. Simplemente contemplaba su cuerpo allí tendido, sobre un manto tejido por su sangre.

Su aspecto no era el que yo había conocido, si no bello, pulcro. Su cabello ahora era largo y de un rojo intenso, alborotado como un fuego en mitad de la nada. Sus ojos ahora brillaban, refulgían de algo que si no hubiera sabido que era un alma, podría haberlo identificado como vida.

Le tomé de la mano y lo dirigí en silencio al que sería su nuevo hogar. Allí, a las orillas de aquella ciudad cadáver, le esperaba un mozo, por el que él había estado sufriendo. Descendió de la barca que ocupaba conmigo de un salto y se arrojó en sus brazos, besando sus labios, entre palabras de amor y cariño. Los vi llorar a ambos, aunque sabía que era de pura felicidad.

 

Esa fue la última visión que tengo de Andréu, rodeado por los brazos de aquel hombre, amado tras la muerte. Esa fue la ocasión en que todo cambio para mi. Comprendí que aunque sólo sea un ente, sin rostro, sin cuerpo, sin sexo...eterno, hubiera dejado todo por un beso de esos labios, un roce de ese pelo. Y es que descubrí que hasta la muerte puede tener sentimientos.


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