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Christine por Nicoleta Kahlo

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Notas del fanfic:

Hello!!! Vengo aqui xD presentandoles esta novelita, espero que les guste, tiene mucho esfuerzo y tiempo escribiendo xD aunque poco publicado.

Vale! dedicatorias! xD a Mi brother y a mi amigocha Min

 

Notas del capitulo:

¡Vale! empezamos! ¡que todo salga bien! xD y que les agrade este primer capitulo!

El caminar lento y distinguido, recogiendo solo un poco el largo vestido con las miradas sobre su nuca mientras atravesaba los largos pasillo de altos techos góticos. En ocasiones le parecían tan eternos, con una sensación de intolerancia a los viejos cuadros de antiguos gobernantes y sus expresiones benevolentes, los altos candelabros y el mismo pan de todos los días.  

Con los cabellos recogidos en una trenza que caía por la espalda cubierta de seda, ella no tenía porque guardar sus ropajes más finos, ya que todo su guardarropas estaba lleno de ellos, con la presión de la sociedad y la corte por ser la próxima gobernante no podía darse el lujo de doblarse y dar oportunidad de crítica, con una mirada penetrante y poderosa, el andar firme y la espalda bien recta los sirvientes se hacían aun lado cuando ella iba de paso… siempre lo mismo.  

Abrió las puertas de los jardines de par en par, sus doncellas tras ella fueron despedidas con un simple gesto, tan sumisas… una sonrisa se dibujo en su rostro al encontrarse fuera de esas frívolas paredes. Siendo la única hija y heredera de un gobernante de un extenso reino había sido educada para dominar y mandar a sus allegados, su niñez de juegos infantiles desapareció para ser suplantada por plumas, tintas y libros, no había tiempo de jugar, solo de prepararse, su padre no le daría su poder a alguien que no fuera su heredero legítimo y la única era aquella niña. 

Su padre un hombre tan extraño para su tiempo, había perdido a su mujer poco después de que la castaña cumpliera los siete años, y decidido no volver a casarse, ya que no tenía tiempo para complacer a una jovenzuela caprichosa con los muchos enemigos que tenía que alejar de sus tierras, y a la única dama que complacería el resto de su vida sería a su hija.  

La pequeña creció rodeada de riquezas que solo podemos soñar, llena de poder y orgullo, a sus 20 años seguía soltera y con la belleza impecable de una adolescente.  

-Mi amada!

Sus ojos azules parecieron brillar al encontrarse con aquel hombre, un joven conde de… aun no recordaba donde. Habían estado juntos por más años de los que podía recordar, su amada le decía mientras le abrazaba.  

-Leonard –le dijo mirándole tomándole de las mejillas.  

-Dios! Cada vez que te veo luces más hermosa! –rió tomándole ambas manos para verle envuelta en sus finas telas- Mi amada Myrna  

La chica rió mientras volvía a abrazarle. Su príncipe azul era un hombre que a su parecer siempre habría sido una excelente elección, de buena familia, caballero, además de que era un hombre amable y desde siempre había demostrado un desinterés en el poder, así que ella podía seguir rigiendo como la autoridad en sus tierras. Leonard tenía unas tierras bastante extensas y bien cultivadas, además de ser heredero de un extenso legado, su progenitor había sido un gran amigo y mano derecha de su padre, y también venía de un linaje impecable. Y ahora estaban a punto de casarse, por el amor de Dios esperaba que sus deseos y su mano fueran guiadas por el camino correcto.  

Su mente ahora volaba al lado de su amado, tomada de la mano mientras recorrían los amplios jardines y como iba pasando el tiempo entre rosales y mariposas, era un buen día, soleado pero fresco, delicioso para ir de paseo.  

-… he estado viendo algunas cosas de los impuestos –relataba Myrna mientras seguían en su andanza 

-Myrna ¿no podemos hablar de otra cosa estando junto? –preguntó Leonard sentándose en una banca tomándole las manos- Se que es importante, pero, creo que al menos cuando vengo deberíamos hablar de otras cosas  

La castaña se sonrió como no comprendiendo lo que había dicho, aun a pesar de la educación que había tenido era algo conservadora, además de tener un carácter demasiado practico e inmaculado, era cierto era la mejor administradora y dirigente.  

-Sabes en ocasiones creo que deberíamos hablar de algo más… esto me aburre –se sinceró- Vamos Myrna debes de tener algo que decirme de lo que te pasó en este tiempo que no estuve  

-Sabes que no tengo mucho tiempo para mí –le dijo algo seria- Esto no es un juego de niños, Leonard!  

-Lo sé, lo sé –la calmó- Pero a lo que me refiero es que ¿como estas?, nunca me dices como te sientes o que quisieras hacer y solo te sujetas a mis opiniones cuando salimos, es decir ¿crees que los soldados no hacen lo mismo? –le sonrió- Porque tu mi amada no me dices que quieres –le beso las manos 

-Porque no es tan simple –le dijo secamente sentándose a su lado- Sabes que estoy bien y que cuando vienes me gusta estar contigo, y donde vayas es donde iré  

El pelinegro se quedo casi con la boca abierta y le dieron unas extrañas ganas de darse contra los rosales, se había enamorado de ella porque siempre le había admirado esa independencia y audacia, pero quizás no en todos lados la tenía, es que en ocasiones en serio sentía que le faltaba un poco más sentimientos y no cabeza, claro él era un soñador, e incansable justiciero, creciendo con cuentos de hadas él era ahora el príncipe, y solo amaba a una princesa, y no pensaba cambiarla, solo quería  escucharla decir “Yo quiero”.  

-No es simple porque no quieres –dijo suspirando  

-Es muy fácil para ti decirlo! –le recriminó- Eres hombre!  

Le miró resignado. 

-En ocasiones deberías detener tu mente –se levanto para besarle la frente- Me tengo que ir  

Una mano le sujeto la muñeca con fuerza y le hizo girarse.  

-Otra vez? Dijiste que te quedarías más tiempo! –le miró dolida 

-Lo sé, pero no quiero que nuestro futuro hogar sea dominado por algún truhán –le besó la mejilla- Mi madre y hermana llegaran en unos días, ¿lo recuerdas? Que compramos unas tierras cerca?  

Myrna se sonrió un poco… Leonard era igual a su padre.

 -Si, si lo recuerdo  

-Se mudaran allí, mi hermana no deja de decirme que no quiere que la deje tanto tiempo sola, a quien se parecerá? –miró juguetón a su futura esposa- Ya veras que te encantará  

-Si me lo haz dicho –sonrió a sus juegos.  

-Entonces nos vemos mi bella doncella –le tomo de ambas mejillas para besarle  

Se quedaría eternamente en esos labios, si no hubiera sentido como se alejaban y la dejaban con esa horrible sensación de ausencia y soledad, la brisa de la tarde le hacía bañarse los suaves olores de las flores…. Un día más de simplicidad y solo con la sorpresa de conocer a la familia de su amado.     

 

 

 

Se miraba en su pequeño espejo, mientras las doncellas le peinaban los castaños cabellos, como le hacían un par de trenzas a los lados mientras le hablan de lo bien que se veía esa mañana, a sus espaldas también escuchaba la voz de su consejero diciendo todo lo que debía hacer ese día, y lo que más le importaba era visitar a la nueva familia que había llegado hacía una semana y hasta ahora recibían invitados, aun siendo ella la futura reina y esposa del heredero de esa casa, no quisieron que fuera, al parecer su futura suegra se había negado hasta que la casa estuviera en “condiciones”.  

Bajó por las escaleras cuidando de no pisar la tela del vestido rojo, que se entallaba finamente a su cintura, con los hombros descubiertos, y amplias mangas, los broches en el cabello bien recogido y un suave rubor en sus mejillas, con esa firme postura que le caracterizaba aunque su paso elegante siempre recordaba su feminidad al andar.  

La carroza ya la esperaba, y mientras trataba de recordar a esa familia, miraba pasar el mundo a su alrededor, cuando aun era muy joven se escapaba de castillo para meterse entre las calles de la ciudad y buscar con quien jugar, aunque… siempre la regresaban a sus labores cuando algún soldado la encontraba. Su amado solo le había relatado algunas anécdotas de su familia, quizás nada grande, pero si sabía que tenía una hermana y su madre, el padre había fallecido hacía ya algún tiempo. Físicamente… creía recordar a la madre, pero no estaba segura.  

Quedó recargada en el respaldo del asiento meditando lo que diría o lo que haría… en realidad no sabía como actuar ante estas personas, sabía que la madre de su amado, era una mujer bastante estricta, y religiosa, tanto que llegaba a desesperar a su hijo. Pensaba presentarse como la heredera del trono pero también creía que sería algo muy formal, quizás solo como la futura nuera pero eso significaba someterse y ella no haría eso.  

El carruaje siguió andado por la larga vereda de terraceria mientras que sus pensamientos volaban alto, perdiéndose en la inmensidad del cielo azul. Muchas veces en su infancia había deseado salir explorar el mundo! Pero… ahora que podía no quería hacerlo, tenía tantos compromisos por cumplir.  

Su principal objetivo era la estabilidad económica, y que decir de la expansión de sus tierras, era una reina con muchos objetivos no solo era lucir bonita, era ser imponente, que nadie se atreviera a faltarle el respeto, que nadie hablara mientras ella hablara, la diosa de la templanza y la victoria, como las antiguas estatuas de Minerva, casta e imponente, con su larga tunica y himation. La carroza se detuvo, un muchacho de hermosas facciones le abrió la puertezuela ofreciendo su mano que no tardó en tomar y bajar dando paso firme, el muchacho no pasaría de los 19 y con una amabilidad y tono extranjero le invitó a seguirlo. 

La vivienda con un estilo bastante gótico y hasta macabro se habría a su paso, los mozos aun arreglaban algunos setos de vivas flores rojas, y al final de las escaleras y un par de árboles que se entrelazaban  en la entrada y juraría expedían un aroma jazmín. Una mujer de rostro serio y marcado por el tiempo parecía esperarla, ¿no habría nombramiento?, el muchacho le seguía hablando de lo hermoso del día y de la calidad del terreno comprado, pero no lo escuchaba estaba viendo aquella mujer vestida de negro, retacada y que al verla su expresión parecía suavizarle un tanto.  

-Bienvenida, querida –le dijo en un tono serio y bastante rígido haciendo una pequeña reverencia más por etiqueta que por gusto  

Ahora que la veía de cerca no le parecía tan mayor quizás estaba en la mitad de los cuarenta o menos, con su expresión tensa, con algunas arrugas que habían borrado el pasado de un rostro hermoso, quizás algo insolente, pero ahí estaba. Hizo una reverencia apenas doblando sus rodillas y en la línea que eran los labios de aquella mujer se dibujó una sonrisa autocomplaciente invitándole a pasar con un gesto.  

-No recordaba su belleza, majestad –soltó con un tono de incredulidad en la ultima palabra que para su gusto fue demasiado grosero.  

-Y yo no la recordaba a usted –dijo vivaz  La mujer volteo con una mirada severa, pero que se le podía hacer, su lengua podía ser igual de afilada sí así se le requería.

 -Entonces no a de recordar mi nombre  

-Claro que lo recuerdo, condesa Esther  

Y por fin encontraba algo de agradable al ver como parecía relajarse y hablar, invitándole a tomar el té, no podía negarse a la invitación y así pasó un par de horas en platicas superfluas y el relato de la mudanza, algo que le atraía enormemente era el reloj que tocaba con exactitud cada quince minutos, algo desesperante pero su tonada no lo era tanto. Después de terminar de beber la que juraría era su octava taza de té, y dar una ultima mirada a todo el lugar provocando ciertas dudas en su mente al mirar por los cristales de la ventana… empañados por el tiempo pero que aun sobresalía en su imperfección el amplio jardín.  

-Disculpe y ¿dónde se encuentra la joven de la casa? –preguntó con simpatía para no parecer indiferente a la platica 

Esther frunció el ceño, el cual sería el primer gesto de indiferencia que notaría de la madre hacía la hija.  

-Esa muchacha me tiene con los nervios acabados, salió mal, no es como su hermano –relató- Le dije que debía estar lista y no ha bajado desde que le di la orden, ahora entiendo porque la sacaron del convento!  

Llamó a la sierva que fuera por su hija, a lo cual solo asintió para ir a buscar a la dichosa mujer, Myrna recordaba la anécdota que le había contado su amado, del internado de la muchacha y su expulsión posterior hacía ya un par de años al cumplir los quince, ahora… si no le fallaban las cuenta poseía 17 años, casadera y según oía hermosa.  

-Señora –interrumpió la criada mientras la señora de la casa se quejaba de su hija- La señorita no esta arriba, un mozo dijo que la vio en los jardines.  

La mujer bufó molesta, tomo su abanico que estaba al lado de la charola para levantarse recogiendo con cierto desespere las enaguas.  

-Marie llévate todo esto –señaló el juego de té con el abanico negro- Querida –endulzó la voz hacía la princesa- Acompáñeme creo que tendré que ir yo misma por ella.  

Myrna solo asintió con una suave sonrisa, dejando la tazan sobre su platito blanco, el pasó de la vieja mujer era rápido y tras ella la muchacha parecía lenta, observando las pinturas, reconociendo el rostro del padre de su amado y marido de la mujer que le guiaba por un largo pasillo hasta el final. Si no mal recordaba un hombre atractivo a pesar de sus años, de negra cabellera y ojos azules, fuerte y de un carácter gentil, aunque se decía que era débil a la bebida y al gozo de las jóvenes mozuelas.  

-¡Christine! –gritó la mujer al llevar a las escaleras del jardín  

Pero nadie contesto en medio de ese Edén, los jardineros de la castaña se hubieran muerto de envidia al ver aquel lugar, con grandes robles ahora recortados, setos de flores cultivadas con mano experta y opacaban las florecillas silvestres que tímidas estaban pringue hadas  por todo el césped, la mujer se quejó al entrar al lugar silvestre pateando sin cuidado una muñeca de vestido rojo y cabellera negra, Myrna le recogió mirándole con cierta compasión, parecía olvidada, pero era increíble el detalle, quien la hubiera echo era un maestro artesano, miró alrededor encontrándose con un aro de costura al igual que la tela y un hermoso tejido.  

Mientras su futura suegra se alejaba en grandes zancadas y ella también parecía alejarse, escuchó unas risitas cristalinas… y no pudo evitar voltear, parecía las risas de una hada traviesa, de esas que se encuentran en los cuentos, las que atrapan a los viajeros en sus juegos y los llevan a los precipicios por molestarlas, las que con bailes encierran en sus círculos y los hacen bailar toda la noche. Se acercó silenciosa al arbusto doblándose un poco con la muñeca pegada a su pecho, miró entre la maleza con curiosidad, unas motas en movimiento, rojas, blancas y piel entre risitas y complicidad, no era la voz solo de una mujer parecía acompañada de una voz masculina y acento que se le hacía demasiado familiar.  

-Christine –dijo aquella voz que distinguió como la del muchacho que le había ayudado a bajar- Huyamos ahora.  

-No espera –le dijo mirando hacía en frente hacía donde su madre le había ido a buscar.  

Los chicos parecían ignorar su presencia o al menos eso creía. Por su nombre la muchacha parecía ser la perdida, pero… su cabello rojo, ondulado, su piel de un blanco lechoso, no parecía a ninguno de sus progenitores, las manos delgadas pero sin ser huesudas jalaron al muchacho hacía ella, y con un total dejo de picareza le dejó entre sus piernas, las firmes manos del joven le acariciaron los muslos dejándolos al desnudo del suave jubón, al igual que un perfecto seno, sintió como el calor le subía por las mejillas y al grito más cercano de la madre Myrna se enderezó y con ello la huida del muchacho, la chica se acomodo el jubón con rapidez, saliendo también de los arbustos con el vestido que abría de llevar puesto en su mano, pero antes de desaparecer del otro lado del jardín sus ojos verdes le miraron dejándole atrapada en esos segundo. 

-¡Esa muchacha! –exhaló su madre al estar cerca de la castaña- Nunca aprenderá!, lamento mucho esto, su majestad  

La castaña negó borrando de su cabeza las imágenes eróticas y culposas que esos jóvenes le habían dado, regresaron por el pasillo a la salita, Esther tomo asiento en un cómodo sillón tomando su gran aro de madera donde con una aguja se puso a coser con la presencia de Myrna al lado, un silencioso rato las sumió en el olvido, la castaña no podía creer aun lo que había visto, ¿dónde había quedado la inocente niña de la cual era oyente de historias? Pero tampoco podía olvidar los perfectos muslos y el pequeño pero perfecto pecho.  

-Querida no debería afectarle este tipo de cosas –le dijo la mujer -No, solo me quede soñando despierta –sonrió  

Unos golpecitos en la puerta le hizo voltear, la criada acompañaba a una muchacha de una estatura mediana, envuelta en un vestido azul índigo, el mismo que vio cargar a la pelirroja, y que mayor era su sorpresa de ver a esa misma niña ahora frente a ella con su delgada cintura bien cubierta y los cabellos en dos perfectas trenzas, era la misma piel blanca con las mejillas rojizas y los labios en un suave tono rosado, no se parecía en nada a su hermano, madre o padre, pero era preciosa.  

-Madre –dijo con esa voz cristalina 

-Saluda, Christine  

La muchachita miró a la castaña como pidiéndole no decir nada. Tomo con las blancas manos la tela del vestido haciendo una reverencia propia de su sexo, se sentó al otro lado de su madre, con un aire orgulloso y juvenil, exhalaba aun así, una oscura sensualidad a pesar de su edad, con sus labios gruesos sin ser grotescos, sino perfectos para besar, carnosos, frescos y que aquel mozo había disfrutado entre la maleza. No podía evitar lanzarle miradas furtivas al rostro de la joven pero terminaba en el pecho que subía y bajaba por debajo del corsé, pero que se mostraba al escote unas tetas blancas tentadoras a cualquier joven y recordar como el muchacho le había chupado y besado, le hizo sonrojarse y recriminarse, ¿qué diablos pensaba?.  

-Es la futura esposa de tu hermano –dijo la madre en un tono rígido hacía la joven 

Sonrió orgullosa de eso, bueno, era cierto! Se casaría con un hombre hermoso, pero al buscar la aprobación en la niña solo encontró una expresión parecida a la de su madre en medio de su indiferencia, quizás ya no se sentía tan bien. La muchacha jaló con cierto desinterés el listón de su manga.  

-Leo me a contado de ella –respondió sin mirar hacía la princesa lo que llevó por castigo un golpe en la nuca por parte del abanico de su madre 

-¡Christine! –le reprimió la mujer de malas- Discúlpala –le dijo a la castaña con una sonrisa que se dibujo de una forma cómica en aquellos inexistentes labios- Su hermano la a malcriado demasiado  

-No se apu… 

-¡Leo no me a malcriado! –exclamó desde el otro lado 

Myrna sintió como algo se le atoraba en la garganta como si esas palabras entraran a su boca y se colaran por su garganta. La pelirroja ya estaba puesta en pie con las manos en la delgada cintura imponiéndose como una fiera salvaje, las trenzas le caía por los hombros, la mujer se puso igualmente en pie y su estatura rebasaba en poco a la de su hija, y la chica de ojos almendrados había quedado a  un segundo plano, algo de lo cual no estaba acostumbrada.  

-Niña tonta! Discúlpate ahora –le dijo con el abanico en mano 

-No! Leonard no tiene que ver en que yo no quiera aceptar a esta mujer! ¡una mujer sin voz es presa de ella misma!  

Una bofetada le hizo ladear el rostro y girarle de nuevo como una mirada llena de desprecio hacía su progenitora y según Myrna ¡que bien merecida se la tenía!.  

-Calla! Mi yerna es la futura reina de este lugar.  

-Desde cuando el poder le ha dado voz a los mudos! –exclamó lanzándole una ultima mirada  

Dio un golpe en el piso para salir con todo el orgullo que cargaría un león, tan grandiosa que dejó a esa futura reina con la boca abierta y con ganas de gritar ¡qué le corten la cabeza!, pero no… en cambio Esther se giró avergonzada y pidiendo perdón con una sonrisa tan extraña como las anteriores, repitiendo la maldición de engendrar a la ojiverde, que por más que lo buscara no podría creer que ella diera a luz aun demonio soberbio y lujuriosa como lo era Christine.  

Notas finales: ¡Gracias por leer!!! ¡Dejen comentarios! xD que ayudan a escribir mejor!

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