Consuelo
Últimamente, Draco Malfoy sentía que el mundo lo observaba, lo vigilaba, que todos sabían su secreto; se sentía vulnerable y todo comenzó el día en que él llegó a su vida. ¿Su consuelo? saber que a Ron Weasley cada sábado por la mañana los molestos Gryffindor le interrogaban sobre su paradero.
Beso.
Cada beso, cada pequeña caricia que le da, Draco lo marca como su propiedad. Y con cada maldición y cada insulto, Ron Wesley reafirma que él no tiene dueño.
Suave
Se puede definir de muchas maneras a Ron, y casi todos coinciden que delicadeza y suavidad no es una de esas formas. Casi todos… pero Draco sabe que el pelaje de un león nunca es como lo pintan.
Dolor
Los abrazos, los cariños, los secretos, las “aventuras”… sin duda, Harry Potter ocupa un lugar demasiado importante en la vida del pelirrojo cabeza hueca. Cuando Draco los observa juntos, imaginarse al cararajada como el protagonista de “mil formas diferentes de morir”, es una gran terapia.
Patatas
Pelar patatas era uno de los castigos más “piadosos” que Snape le había puesto por pelear. Se imaginaba que lo mismo le ocurría a su rubio compañero; pero de algo estaba seguro: si pelar patatas era el castigo por una tarde como la pasada, cumpliría feliz con ello.
Lluvia
Draco sabe que cada día lluvioso que al pelirrojo le toca jugar quiddicht pasará horas escuchando las miles de quejas de Ron. También sabe que la única forma de callarlo es ocupando su boca, aunque eso signifique una sacrificada sesión de besos.
Chocolate.
Para que el chocolate sea perfecto, todos los ingredientes deben estar en perfecto equilibrio, ni tan amargo ni tan dulce: ésa es también la perfecta armonía entre estos dos. Por eso, Ron Weasley siempre decía que Draco Malfoy no era más que una buena onza de chocolate.
Felicidad.
Según Draco, “el vivieron felices para siempre” no existía. Sólo era un patético sueño que los cursis y ridículos muggles inventaron, no importaba cuánto le insistiera el pelirrojo con aquello de “soñar es gratis”.
Teléfono.
Siempre le gustaron esas cajas rojas de las calles en donde los muggles entraban a hablar. Siempre pensó que eran divertidas, y no se equivocó: el poco espacio y el hechizo correcto era un lugar muy divertido para jugar con Draco.
Oídos
Su oído era demasiado agudo, cualidad no muy apreciada cuando también tienes el sueño ligero y compartes la cama con un pelirrojo demasiado escandaloso y susceptible. Pero la sordera se le olvida por completo cuando el pelirrojo convoca primero el encantamiento silenciador y, luego, al quedarse dormido, dice en sueños “te quiero”.
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Necesitaba pensar y el lago era el lugar perfecto para hacerlo, ya que nadie era capaz de interrumpir la tranquilidad que me transmitía… Nadie, excepto él.
— Comadreja…— refunfuñaste, sentándote a mi lado.
— Malfoy, no estoy de humor.
— Cálmate, lo creas o no, no vengo a molestar, sólo quiero estar en paz.
Mi mirada se clavó en ti, la expresión de tu sereno rostro, tan tranquilo… era casi único.
— ¿Weasley, deseas algo o sólo me estás acosando?—reprochaste sin perder de vista al atardecer.
Sonreí ante el comentario. Nunca cambiarías. Volví a observar el paisaje, y mi mente fue absorbida de nuevo por el reflejo del atardecer en la superficie del lago. El silencio nos invadió; fue extraño, era un cómodo y agradable silencio, casi imposible de imaginar contigo. Si alguien me hubiera dicho que algún día me encontraría a tu lado disfrutando una tarde, de seguro lo molería a golpes, de eso puedo estar seguro.
La noche llegó, trayendo consigo la despedida, no tenía idea de qué pensabas, ¿Yo? Estaba demasiado confundido para pensar. Había sido una tarde perfecta, pero eras tú.
—Es tarde—anunciaste a la nada.
—Lo sé, ya es hora de que me vaya.
Me levanté y enseguida me seguiste. Comencé a sentirme incómodo, lo notaste, sé que lo hiciste.
— ¿Quién diría que en verdad sirves para algo. Weasley? Eres una aceptable compañía— Había regresado la sonrisa burlona.
—Malfoy, te juro que si no...
—Mañana volveré aquí, a las cuatro de la tarde—interrumpiste, aún mirando la Luna. ¿Por qué siempre tienes que ser tan despreciable?.
No supe qué responder, no pude entender lo que pretendías. Me quedé pasmado, sin moverme. Sonreíste. Sabías el efecto ocasionado, demasiado manipulador para mi gusto y comenzaste tu andar de regreso al castillo.
—Hasta mañana— susurré.
Estaría esperando. Mañana.