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Ni una sola palabra por CairAndross

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Notas del capitulo: Me olvidé del disclaimer en el capítulo anterior, pero Yu Gi Oh! no me pertenece. Sólo utilizo sus personajes para diversión y sin fines de lucro. Esto es una historia de un fan y para fans
 

La maldita puerta del departamento siempre se trababa a mitad de recorrido y era necesario un buen empujón para que se abriera del todo, más esa noche de tanta humedad. Joey manoteó a ciegas con su mano libre hasta encontrar el interruptor antes que la luz automática del pasillo se apagara. Dos parpadeos, un zumbido y la fría luz del fluorescente bañó el lugar.

- A ver... Entra... - deslizó el brazo de su acompañante de sobre sus hombros y se volvió para darle el empujón de rigor a la hoja de madera.

Una vez cerrada la puerta, se tomó un momento para apoyarse contra ésta. Necesitaba un respiro, uno físico y también mental. A decir verdad, estaba terriblemente confundido y la razón de su confusión estaba precisamente de pie frente a él, como una sombra delgada, ausente y silenciosa. Y misteriosa. Y desconcertante. E intrigante. Y enigmática... y... ¡y ya no sabía qué demonios pensar de todo ese embrollo!

Después que se desmayara en sus brazos, Joey había arrastrado el cuerpo inconsciente del vagabundo hasta dejarlo tendido en el hall del edificio en el que vivía, agradeciendo entre dientes a todos los dioses, primero, el hecho de vivir en la misma cuadra del restaurante y segundo, que la lluvia se tomara su tiempo para pasar de chaparrón a una regia tormenta. Una vez bajo techo, se arrodilló junto a la figura yaciente y apartó un poco la maraña de cabellos castaños para mirarlo bien. Y, sí. Esos rasgos eran dolorosamente familiares para él. Demacrados, sucios y andrajosos, pero terriblemente conocidos. 

Le dio unos leves golpecitos en las pálidas mejillas para hacerlo reaccionar, sin tener demasiada idea de si eso funcionaba o no. ¡Pero, bueno, algo tenía que intentar, ¿no?! Después de comprobar que el método no era todo lo efectivo que mostraba ser en las películas, y que sacudirlo tampoco parecía una buena idea, optó por sentarse en el frío piso y enterrar sus manos en el revuelto cabello, a ver si se le ocurría algo más. Por suerte, a los pocos minutos, el otro joven empezó a despertar.

- ¡Kaiba! - exclamó el rubio. Se acercó con rapidez y se inclinó para quedar en la línea visual de las pupilas azules - ¡Me alegra que te despiertes, por fin! ¿Qué rayos te pasó para que estés aquí y en estas condiciones?

No hubo respuesta. En lugar de eso, el joven de cabellos castaños se esforzó por incorporarse y, ante ello, Joey lo ayudó, pasándole un brazo por la espalda. Pero, una vez sentado, éste permaneció inmóvil, con el cabello cayéndole sobre el rostro inclinado y la mirada perdida en la lluvia que caía torrencialmente más allá de la entrada abierta del hall.

- ¡Kaiba! ¡Hey! - el rubio agitó una mano delante del rostro del otro joven pero, aunque éste parpadeó ante el movimiento, su vista seguía fija en la lejanía - ¡Oye, una cosa es que siempre me ignores, pero te estás pasando de límite! ¡¡KAIBA!! - le gritó en el oído.

Para el caso, más le valía gritarle a una pared, o quizás la pared le hubiera hecho más caso. Ni le respondió, ni dio muestras de haberlo oído, ni siquiera giró el rostro hacia él. Refunfuñó un poco para sí, hasta que advirtió que ambos estaban mojados, temblando y, al menos él, tenía mucho frío. ¿Tenía sentido quedarse allí, con el viento húmedo colándose por toditos los rincones teniendo su departamento seco y calentito tan cerca?

- Vivo en el segundo piso, Kaiba. ¿Por qué no subimos y...? ¡Ay, no sé para qué me molesto en hablarte! - protesto, al ver la inmovilidad del otro. Se inclinó, pasó un brazo del castaño por sobre sus hombros, le rodeó la cintura con el suyo y lo levantó casi en vilo - Al menos puedes caminar, ¿no?

Sí, podía. Las largas piernas del joven se movían por inercia o instinto arraigado, mientras él lo llevaba casi a fuerzas por las escaleras. Era sorprendente lo liviano que resultaba su cuerpo, pese a que medía sus buenos diez centímetros más, pero dos pisos con alguien a cuestas cansan a cualquiera, por más que éste se llame Joey Wheeler. ¿Dónde habría quedado su tan proclamado exceso de energía? Ah, sí. En la mitad de las escaleras.

- ¡Hey! ¡Entra! - le gritó al castaño, que no se había movido ni un milímetro del vestíbulo, hasta que Joey se apartó de la puerta, lo tomó del brazo y lo condujo hasta la sala.

Una vez allí, el rubio encendió todas las luces y se plantó frente al inesperado invitado para observarlo bien de una vez por todas. Había logrado sacarlo de la lluvia antes que ésta los mojara demasiado, pero igual éste temblaba. O sea que estaba ido, pero no tanto como para no sentir frío.

- Te hace falta un buen baño caliente - comentó Joey y suspiró - Bueno, el baño está por ahí - señaló una puerta - Te prestaré algo de ropa y... - se dirigía a su dormitorio cuando se percató, una vez más, que estaba hablando al aire.

Volvió a tomar al otro joven por el brazo y prácticamente lo arrastró hasta la puerta del sanitario. Le quitó a fuerzas lo que una vez fue una gabardina, aunque no obtuvo ni respuesta, ni resistencia al hecho y lo metió, a empujones al baño. Pasó a su lado y abrió el grifo de la ducha

- Espera unos minutos para que salga bien caliente - indicó - Voy a buscar unas toallas y... - emitió un bufido al volverse.

Ya se estaba cansado de lo mismo. El tipo seguía completamente inmóvil y, a menos que la rajadura del azulejo que tenía enfrente fuera fuente de interés, seguía haciendo una excelente imitación de un zombi. ¿Y ahora, qué iba a hacer? ¿Desvestirlo personalmente y meterlo en la ducha caliente? ¡Hasta los santos tienen sus límites!

- Quítate... la... ropa... Así - acompañó las instrucciones detalladas que le daba como si fuera un niño pequeño, quitándose la chaqueta - Y... entra ahí - señaló el chorro de agua que estaba llenando de vapor el pequeño baño.

Y nada. Ninguna reacción. Estudió el húmedo cabello castaño del otro joven que se le pegaba la pálida piel, los delgados labios que estaban empezando a ponerse morados, los dientes que le castañeteaban de frío. Era un hombre, y él también. No iba a ver nada que no conociera. Y además, ya había visto a otros chicos desnudos, en las duchas comunes del colegio o en los vestidores... Suspiró por enésima vez esa noche e intuyó que, por lo que parecía, no iba a ser la última. Después de lo que iba a hacer, merecía la canonización sin ninguna duda.

Decidido, ayudó al castaño a quitarse toda la ropa. En realidad, la palabra ayudar era más que una exageración, pues a efectos prácticos fue como desvestir a una muñeca pues no tuvo ni la más mínima cooperación. Sin echar ni una mirada a la desnuda figura frente a él, lo empujó debajo del chorro de agua y salió del baño con las mejillas encarnadas y ardientes. Rogaba al cielo que nadie supiera de eso. Aunque, ¿quién iba a contarlo? Él no, seguro. Y, por lo visto, el tipo que estaba en el baño tampoco.

La cabeza de Joey había estado trabajando a toda marcha desde hacía rato, haciendo crujir sus engranajes mentales hasta llegar a dos conclusiones sobre ese joven que había llevado a su hogar. Conclusión número uno: tantas horas frente a una computadora le habían chafado definitivamente el cerebro a Kaiba y por eso actuaba como un zombi y a él le había tocado el mal número de la lotería de la vida como para encontrar precisamente a su peor enemigo ¡y encima tener que ayudarlo! O, conclusión número dos: ese tipo NO era Kaiba, sino alguien que se le parecía como una gota de lluvia a otra, claro exceptuando la suciedad, la ropa hecha pedazos y el hecho que estaba totalmente perdido en la estratosfera de su propio mundo. ¿Posible? Sí. Poco probable, pero posible.

- Piensa, Joey. Piensa - se dijo a sí mismo, enterrando sus manos en su rubia cabellera.

Empezó a pasear por su departamento mientras sopesaba ideas. Claro que podía haber otras mil posibilidades que aplicaran a esa extraña situación, pero a él no se le ocurrían, de momento. Y dudaba mucho que alguna explicación lógica hiciera acto de presencia en algún tiempo futuro cercano. Así que hizo lo que cualquier ser inteligente, pensante y maduro haría.

Correr al teléfono para llamar a sus amigos y pedirles ayuda.

Marcó en rápida sucesión a Yugi, Tristán y Tea. Y hubiera hecho lo mismo con Duke y May si éstos estuvieran en el país. ¡Y estaba tan nervioso y desesperado que hasta consideró a Bakura y a toda la familia Ishtar, hasta que el sentido común regresó a su cerebro y le gritó MALA IDEA! A todos les dijo lo mismo: "Estoy en problemas. Ven a mi casa. Sí, ya sé que es tarde y que está lloviendo. No, no puede esperar hasta mañana. No, no puedo contarte por teléfono. Te espero. Gracias. Adiós"

Cuando colgó el tubo después de la última llamada, en la que había frustrado sin miramientos las interminables preguntas de Tea, se sintió un poco mejor. Sí, todavía estaba más que desorientado, pero sabía que la pandilla reunida era capaz de encontrarle solución hasta al teorema de Fermant. Todos unidos, como antes. Como cuando se enfrentaron a Pegasus, los Cinco Grandes, a Malik, a Noah, a... ¡Oh, cielos! Se había olvidado de su "invitado", que seguramente se estaba ahogando bajo la ducha.

Salió corriendo a buscar las prometidas toallas y, con ellas en la mano, regresó al cuarto de baño. Abrió la puerta lentamente, murmurando un "Permiso" por las dudas que el castaño se hubiera despabilado al bañarse. A través de una nube de vapor, alcanzó a ver que el joven giraba hacia él al escuchar el sonido. Súbitamente, los ojos intensamente azules se clavaron en los suyos y destellaron con un brillo casi magnético por un segundo, hasta que su propietario volvió a agachar la cabeza.

Joey parpadeó, azorado ante el escalofrío que había recorrido su espalda con sólo esa mirada, pero el resplandor se había apagado con tal rapidez que hasta podría pensar que había sido una ilusión. Finalmente, sacudió la cabeza y extendió su mano.

- Ven... - llamó con suavidad y el castaño salió de la ducha - Toma y sécate.

Le tendió las toallas y una sonrisa estiró sus labios cuando vio que las recogía y empezaba a secarse. ¡Sí, sí, sí! Ya estaba recuperándose de su estado de embotamiento... o eso parecía. ¡Por fin iba a saber qué había sucedido y estaba sucediendo! Pasó junto al otro joven para cerrar el grifo, y al girarse, deliberadamente hizo lo que antes había evitado: mirarle el cuerpo desnudo.

¡Órale, no sabía que el cuerpo humano pudiera tener tantas costillas! Porque las del castaño se notaban nítidamente a través de la piel. Sí que estaba delgado, pero fuera de eso y de las evidentes señales de abandono que mostraba el montón de trapos al que había quedado reducida su ropa, no tenía marcas que hablaran de violencia. Ni golpes, ni moraduras, ni raspones recientes. ¿Por qué le preocupaba eso? Ni idea, pero sentía un gran alivio al comprobarlo. Se sonrojó hasta la raíz del cabello cuando el joven envolvió sus caderas con la toalla que había estado utilizando y súbitamente, en el baño hizo demasiado calor.

- Ven - repitió el rubio tendiendo una mano y dócilmente, el otro le siguió.

Bueno, estaba menos ausente, pero tampoco se podía decir que había reaccionado porque "dócilmente" era un adverbio que nunca jamás podría aplicar a Kaiba... si es que ese tipo era Kaiba, algo que pensaba comprobar inmediatamente. Sentó al castaño en el sofá y él se acuclilló sobre la alfombrilla frente a éste.

- Kaiba... ¿Seto? - llamó - Eres Seto Kaiba, ¿no? - el momento de lucidez o lo que fuera parecía haberse esfumado, pues los ojos azules estaban desenfocados y fijos en el piso. Joey se desesperó - ¡Vamos, respóndeme! En el callejón me llamaste por mi nombre. ¡Estoy seguro que eres Kaiba! ¡Soy Joey, Joey Wheeler! ¡Respóndeme, ricachón engreído! - insistió - ¿Quieres que le cuente a todo el mundo que encontré al gran Seto Kaiba en la basura? ¡Óyeme, no te quedes ahí como un idiota! ¡¡KAIBA!! - tomó aire y empezó a soltar todo lo que se le venía en mente - ¡Eres un tonto resentido, con un ego tan grande como tu estúpida compañía! ¡Tu baraja es basura! ¡Tus Dragones Blancos son los monstruos más débiles que existen! ¡Tú eres débil! Tuvimos que rescatarte varias veces y nunca nos lo has agradecido, maldito ingrato. ¡Eres un perdedor! ¡Yugi barrió el suelo contigo más veces de lo que...!

Se interrumpió. Insultarlo como lo estaba haciendo, no daba ningún resultado. Es más, ahora parecía más perdido que nunca. ¡Y él que pensaba que era una buena idea! ¿Cómo hacerlo reaccionar? ¡Si pudiera hacerlo enfadar! ¡Si pudiera tocar una fibra sensible! Si pudiera estar seguro que ese hombre era Seto Kaiba ¡Lo que daría ahora por escuchar que lo llamara "duelista de..."! ¡Eso era! Si con eso no lo hacía enfurecer..

- ¡SOY MUCHO MEJOR DUELISTA QUE TÚ! - gritó, con todas sus fuerzas.

Ni un parpadeo. Era definitivo. De ninguna manera, el verdadero Seto Kaiba hubiera permanecido indiferente a semejante sentencia. Joey se dio por vencido y se puso de pie.

- Quédate aquí - ordenó, como si el otro mostrara intención de moverse - Voy a ducharme mientras espero a los chicos. Quizás a ellos se les ocurra algo.

Estuvo poco tiempo debajo del agua caliente, un tiempo en el que procuró no seguir matándose el cerebro. Se concentró en que el líquido que golpeaba sus músculos adoloridos lo relajara y en que fuera el mismo vapor que caldeaba su cuerpo, el que alejara los fríos dedos de la sospecha.

Salió del baño, enfundado en un par de vaqueros y un suéter de color verde, llevando bajo el brazo un conjunto similar para el extraño huésped, de quien cada vez más dudaba de su verdadera identidad. Era más alto que él, pero aunque los pantalones le quedaran cortos, seguramente el suéter le bailaría por lo delgado que estaba, aunque teniendo en cuenta los harapos que llevaba cuando lo había encontrado, no creía que el sujeto se preocupara demasiado por la última moda...

Pero, al llegar a la sala, se encontró con que el cansancio, la debilidad o lo que fuera, habían vencido al joven, que se había dejado caer sobre los desparejos almohadones. Estaba dormido. Pensando en la fatiga que, seguramente tenía, el rubio decidió que era una tontería despertarlo para que se vistiera, hasta que, al acercarse más, notó que tenía la carne de gallina y temblaba. ¡Pues, claro, si lo único que llevaba encima era esa toallita! ¡Y había estado así todo el tiempo, mientras él se duchaba!

Reprochándose a sí mismo lo tonto que había resultado ser, Joey dejó a un lado la ropa, fue a su habitación y regresó con la colcha de su cama. Después de subir las piernas del castaño al sofá para que estuviera más cómodo, tendió la manta sobre él y una nueva sonrisa acudió a sus labios, al ver cómo ese agotado cuerpo se acurrucaba, quizás buscando un calor del que no había gozado en mucho tiempo.

De nuevo sin saber por qué, Joey estiró una mano para apartar un mechón del largo y descuidado cabello castaño que había caído sobre el rostro dormido, pero el sonido del timbre le hizo detener el movimiento y encaminarse hacia la puerta, que abrió con ansiedad pero con gran alivio.

La pandilla había llegado.

 

**************************************************************

 

- Viejo, si no lo veo, no lo creo.

La expresión de Tristán resumía, en la sorpresa pintada nítidamente sobre sus ojos, la perplejidad de los tres amigos, cuatro si se cuenta a Joey que, aunque había sido el convocante a la reunión, en esos momentos estaba más que dispuesto a ceder el puesto al primero que se ofreciera.

- Cuéntanos otra vez qué pasó - pidió Tea.

- Ya se los dije, chicos. Estaba sacando la basura, cuando me lo encontré en el callejón - repitió Joey - Me acerqué porque creí que era un vagabundo, le hablé y no me contestó. Lo quise llevar hasta el refugio de caridad que está frente a la plaza, pero cuando lo toqué, se me resistió. Forcejeamos y se desmayó en mis brazos. Como empezó a llover, lo arrastré hasta el edificio y cuando se despertó, lo traje aquí. Es todo.

- Únicamente a ti se te ocurre ayudar a vagabundos. Es menos problemáticos recoger gatos abandonados.

- ¡Vamos, Tristán! - bufó el rubio -  ¿Acaso no le ves la cara? Se le parece tanto que...

- ¿Se le parece? Lo que a mí "me parece" es que es él. Lo que reafirma mi posición que únicamente a ti se te ocurre ayudar a un tipo que jamás agradece lo que uno hace por él.

Una mirada de reojo molesta por parte del joven Wheeler, hizo reír a su amigo, que le palmeó el hombro. Hacía quince minutos que los tres habían llegado al departamento de Joey, respondiendo a la urgencia de la llamada y sin importarles la hora, el clima y demás etcéteras, sólo para encontrarse con la situación más desconcertante de todas sus vidas. Es decir: un tipo loco que quisiera resucitar a su esposa, un grupillo de ejecutivos fracasados, un egipcio con problemas de personalidad, un chiquillo malcriado y el egómano de su padre, un atlante más chiflado que todos los otros juntos... ¡eso era una pavada, ante el espectáculo de ese tipo durmiendo en el sofá del rubio, sin señales de cómo, por qué, para qué y de qué modo había llegado a suceder semejante cosa!

- ¿Y dices que no dijo ni una palabra, Joey? - preguntó Tea.

- No... O sí.

- Eso fue muy claro.

- Tristán, si no vas a ayudar, mejor cállate.

- Lo que quiero decir es que, cuando lo encontré, me habló. Estoy seguro que dijo algunas palabras, pero tenía la voz como estrangulada. Pero después que se despertó del desmayo no logré que dijera nada.

- Chicos, el café está caliente - intervino la voz de Yugi desde la cocina, donde el pequeño campeón se había encargado de preparar la infusión.

Los tres se encaminaron a la cocina, donde ya Yugi había dispuesto las tazas en la mesa. Él y Tea tomaron asiento, mientras que Tristán se apoyaba contra la mesada de mármol y Joey hacía lo propio contra una de las paredes. Es que la estancia era tan pequeña que no daba lugar para más.

- Les juro que no sé qué pensar de todo esto - comentó el dueño de casa, luego de unos minutos de silencio - Cada vez dudo más de que ese tipo sea el ricachón.

- ¿Más de un metro ochenta, cabellos castaños, ojos azules, delgado y con esos rasgos? - enumeró la chica - ¿Quién más podría ser?

- Hmmm. Revisé sus ropas y no encontré ni dinero, ni un celular, ni identificación. Ni siquiera ese relicario que tienen los hermanos Kaiba - intervino Yugi, dejando su taza de café vacía sobre la mesa - Me cuesta creer que no sea él, pero...

- ¿Alguno de ustedes tuvo noticias de Kaiba últimamente? - preguntó Joey.

- Desde que él y Mokuba se fueron a América hace tres años, no lo he visto personalmente. A ninguno de los dos - respondió el campeón de duelos - Pero sale regularmente en los noticieros, siempre con algo relacionado con KC. Lo último que supe es que...

Un leve sonido proveniente de la salita interrumpió las palabras de Yugi. Tea, que era la que estaba más cerca de la puerta, se levantó para ir a ver si el tema del debate ya había despertado.

- ¿Qué decías, Yugi? - Joey volvió su atención hacia su amigo, pero cuando éste iba a hablar, un pequeño gritito volvió a interrumpirlo.

- ¡Jo... Jo... Joey!

Los tres alarmados chicos se apresuraron a salir de la cocina, sólo para encontrarse a su amiga que, con las mejillas escarlatas y una mano cubriendo los ojos, señaló hacia el sofá. Efectivamente, el castaño se había despertado. Estaba de espaldas a ellos, frente a la mesita alta donde Joey había depositado su baraja de duelos y sus azules pupilas estaban fijas en la carta que reposaba en la parte superior: el Dragón Negro de Ojos Rojos. Sujetaba con una mano la colcha que lo envolvía, pero la gruesa manta había resbalado dejando completamente al descubierto su espalda, que se ahusaba desde los anchos hombros a la estrecha cintura y sus nalgas pequeñas, firmes y redondas.

- ¡Fiuu! - silbó Tristán, divertido - Hay mujeres que pagarían una fortuna por esa visión.

- ¡Tristán! - Tea le dio un coscorrón, roja como un tomate y evitando mirar al frente, mientras Yugi sofocaba una risita - ¿Tienes algo de comida, Joey? Seguramente tiene hambre - era verdad, pero también cualquier excusa resultaba buena para huir a la cocina y calmar su maltratado recato.

- Sí, en el refrigerador - contestó éste. Avanzó a zancadas para levantar la manta y volver a cubrir el cuerpo del castaño - Ven, siéntate - indicó, conduciéndolo al sofá.

No había cambios en su estado. Seguía impasible, con los ojos fijos en la nada y, a pesar de los esfuerzos que hizo el rubio, no respondió con ningún gesto, mucho menos con una palabra. Sólo siguió allí, sentado, tan ausente que podía no estar. Pero estaba y era un problema que debía solucionarse.

- ¿Quieres que lo golpee, a ver si así se despierta? - sugirió Tristán, acompañando con un sugestivo gesto.

- No hagas que me arrepienta de haberte llamado, Tris.

- De verdad que se parece a él -  concilió Yugi una vez más, aproximándose a ellos mientras hablaba - Pero, ¿cómo pudo Kaiba llegar a este estado? ¿Qué le pueden haber hecho para que quede en ese estado de shock?

- Chicos, piensen un poco. Miren a ese chico. Miren el largo de su cabello, su delgadez, sus ropas... Es evidente que lleva, como mínimo, un año en la calle. Quizás más - intervino Tea, quien salía de la cocina con una bandeja.

- ¿Y?

- Seto Kaiba no es cualquier hijo de vecino que pueda esfumarse, así como así. ¿Creen que, si le hubiera pasado algo, que si se hubiera perdido, no hubiesen removido cielo y tierra hasta encontrarlo? - adhirió Yugi, pensativo.

- Es evidente que ha sufrido algún tipo de trauma que le ha privado de la capacidad de hablar. Algo que lo ha dejado en un estado catatónico.

Desde que empezara a estudiar psicología, la ex bailarina le encontraba traumas a todo el mundo, pero era un hecho que la chica era, en ese momento, la más capacitada para tratar la situación, como demostró cuando posó la bandeja sobre las rodillas del joven. El olor de la comida caliente pareció despabilar al castaño, quien tomó vacilante la cuchara y la hundió en el espeso guiso.

- El tipo se parece a Kaiba, pero no puede ser Kaiba, porque Kaiba no desaparecería de donde cuernos sea que esté, para aparecer en Ciudad Domino, convertido en un vagabundo medio zombi, sin previo aviso - resumió Joey - Les juro que no sé qué hacer.

- ¿Por qué no haces lo lógico? - propuso Yugi.

¿Lo lógico?, pareció preguntar la expresión confundida del rubio. ¿Acaso pensaba que si hubiera una forma lógica de aclarar el tema él hubiese tenido que llamar a sus amigos y soportar el debate previo, los comentarios de Tristán y la erudición de Tea sobre una noche que había empezado tranquila y feliz y estaba convirtiéndose en un tremendo dolor de cabeza?

- Llama a los Kaiba y pregunta.

¡Diablos! ¿Por qué no se le había ocurrido? En lugar de dar tantas vueltas...

- Je, je... No tengo el número - sonrió Joey avergonzado, poniendo una mano detrás de su cabeza.

Yugi buscó en su chaqueta y sacó un teléfono celular. Pulsó unos botones, accedió al menú y le tendió el aparatito a su amigo.

- Ahí está el móvil de Mokuba.

El rubio tomó el teléfono, prometiendo al pequeño que pagaría el coste de la llamada internacional. A instancias del propio Yugi, ambos se encaminaron a la cocina para hablar con tranquilidad, mientras Tristán seguía apoyado en la puerta, con una oreja puesta en la conversación de sus amigos y los ojos fijos en la chica arrodillada frente al castaño. Por las dudas, nada más. Después de todo, el tipo estaba medio ido, medio loco, o lo que fuera y, aunque parecía inofensivo, él no iba a arriesgarse a que se le pegaran los cables y atacara a Tea.

Finalmente, después de unos cuantos ruiditos raros, la voz alegre del menor de los Kaiba sonó con claridad, a través de los kilómetros que los separaban, en la bocina del teléfono que sostenía el joven Wheeler.

- ¿Joey? ¡Qué sorpresa!

- Hola, chibi - respondió el rubio nervioso, mientras los labios de Yugi modulaba un "Sé discreto. No lo asustes" - Este... Estoy reunido con los chicos y se me ocurrió llamar, para saludar y ver cómo están... tus cosas.

- ¡Muy bien! Pero no tendrías que haberte molestado, en serio. ¿No recibiste mis mails? - el tono de Mokuba era ligero y animado - ¡Ya son cinco los parques KaibaLand que se inaugurarán en toda América y en Europa!

- Me imagino que tendrán mucho trabajo.

- Ajá. Es por eso que no pude telefonearles estos últimos meses. ¡Pero siempre me aseguro de estar en contacto por e-mail! Además, Tea y Yugi me tienen bastante al corriente de todo lo que sucede en Ciudad Dominó. ¿Es cierto que vas a ser fotógrafo?

Definitivamente, el pequeño Kaiba estaba totalmente despreocupado y relajado. Si algo más grave que un simple resfriado le hubiera pasado a su hermano, Mokuba estaría como mínimo, histérico. Y si, como afirmaba Tea, el tipo en la sala llevaba meses en la calle... Hablaron un par de minutos más de tonterías, mientras Yugi instaba por señas a Joey a hacer "la pregunta".

- Este... ¿y tu hermano? - se animó, por fin.

Una risita se escuchó a través de la línea.

- Jeje, es raro que tú preguntes por él. Pero estoy seguro que le alegrará saber de ti. Ya te lo paso...

- ¡No! - negó Joey - Sólo pregunté por cortesía. Ya sabes... porque es tu hermano y todo eso.

Se imaginaba la conversación: "Hola, Kaiba. ¿Sabes? Encontré en la basura un tipo que se parece a ti y quería verificar si eras tú". Y podía oír, claramente, la respuesta irónica del empresario: "¿Hasta tus amigos los tienes que buscar en el basurero, perro callejero?". No, muchas gracias. Lo que menos necesitaba esa noche, eran insultos.

- Pues está muy bien. ¿Seguro no quieres hablar con él?

- Segurísimo. Bueno, chibi... tengo que colgar porque estoy llamando del teléfono de Yugi y me va a matar cuando vea la cuenta. Me alegra que todo esté bien.

- Y a mí. Saludos a todos por allí.

Después de las despedidas de rigor, Joey cortó la conversación y miró a Yugi, negando con la cabeza. El pequeño hizo un gesto de completa confusión que fue reemplazado rápidamente por uno de apoyo incondicional. Los dos amigos fueron a reunirse con los demás, en la salita.

- ¿Y bien? - preguntó Tristán, cuando los vio entrar.

- Kaiba está ganando millones en su torre de marfil, como de costumbre - murmuró Joey - Acabo de hablar con Mokuba y está tan contento como en unas pascuas, con sus nuevos parques de diversiones y todo eso.

El rubio se acuclilló frente al castaño y apartó la bandeja, ya vacía. Le acomodó un mechón del largo cabello tras una oreja y, poniéndole una mano en la barbilla, le obligó a levantar la inclinada cabeza para poder mirar de frente los brillantes aunque ausentes ojos azules.

- Pero, si no es Seto Kaiba, ¿quién demonios es este tipo? - preguntó Tristán, a nadie en particular.

- Y lo más importante: ¿qué hago ahora con él? - musitó Joey.

Notas finales:  

Je, je... supongo que, con este capítulo, compliqué más las cosas. Y ya me imagino que varias de ustedes tendrán muchas sugerencias de qué puede hacer Joey con el extraño vagabundo que se parece a Kaiba, pero no es Kaiba...

¡En fin! La historia se está desarrollando como a mí me interesa y aún quedan un par de misterios para incorporarle. Por cierto, creo que el próximo capítulo va a ser medio aburrido, pero necesario para la trama... y para dar respuesta a la última pregunta de Joey.

Con respecto a las actualizaciones, intentaré que sean cada diez días, en promedio. Pido disculpas de antemano, si tardo un poquito más, pero pondré todo mi esfuerzo para que no sea así.

Por último, agradezco infinitamente a todas aquellas personas que han empleado, aunque fuera un instante de su valioso tiempo, en leer mi fic. Realmente, ver que alguien considera lo suficientemente interesante mis ideas como para perder tiempo en leerlas, es una gran satisfacción, más siendo una novata en el tema Yaoi.

Por supuesto, más que agradecida con todas las que dejaron reviews, que serán convenientemente respondidos cuando actualice. Sus ánimos son el mejor regalo que una autora pueda recibir.

Muchas gracias, nuevamente.


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