Beso sus labios fieramente.
Porque se sentía bien, porque le gustaba.
Dejo vagar sus grandes manos por esa frágil silueta, llenando la piel de besos, de caricias placenteras.
No era correcto, pero lo hacia.
Jugaba con fuego y se estremecía ante el ardor que la misma llama provocaba.
Era sensualmente erótico escucharlo gemir, lamer sus muslos y acariciar su miembro con rudeza, verlo retorcerse entre las mantas en busca de más, en busca de algo que ambos necesitaban.
Sacarle el poleron de un manotazo y admirar el tostado color de su piel, tanteando con sus dedos esas caderas que tantas veces había mordido al sumirse en la locura, cuando se dejaba llevar por la pasión y no era mas que el deseo lo que dominaba su mente.
Porque lo deseaba.
Y nadie más podía saciar su hambre de besos rudos y palabras sucias.
Le pertenecía.
Porque cada noche marcaba su cuerpo innumerables veces, reclamándolo como suyo, robando suspiros ahogados, cumpliendo todas y cada una de sus peticiones.
Amaba sentir esos huesudos dedos apretujando su piel, las perfectas uñas enterrándose en su espalda, lacerando la carne. Disfrutaba evaporar todas las inhibiciones que cohibían a su pequeño y delicado novio, le complacía ser el profanador de su ser.
Se deleitaba al saberse dueño de ese pequeño cuerpo, todas y cada una de sus marcas se lo recordaban, óvalos semimorados que adornaban gran parte de la piel, comenzando leves en el tórax y volviéndose cada vez más toscas y de un aspecto, quizás un tanto grotesco, más abajo de la cintura.
Enloquecía completamente cuando se enterraba en él, en su mente se evaporaba el razocinio y eran solo los impulsos primitivos los que mandaban, aquellos que le incitaban a moverse más, fuerte, rápido, rudo, tanto como sus caderas se lo permitiesen.
Extasiarse era sentirse apresado por esa estrecha abertura, percibir esos músculos cerrándose con fuerza contra su piel, tanto que a veces sentía que se volvían uno solo ante la magnitud del agarre, de esa rica y lujuriosa sensación de placer.
Disfrutaba al máximo embestirlo con ímpetu, hacerle rogar por más.
Porque RyoeWook sabía que eso le encendía, que despertaba esa bestia sexual dormida en su interior, aquel animal que esperaba a ser provocado, el mismo que muchas veces le ahogaba en la locura y le dejaba un delicioso recuerdo reflejado en una molesta y lacerante cojera.
Y todo eso solo podía provocarlo él, el escuálido chiquillo de cabellos castaños, ese que tenía preciosa voz y que ahora descansaba sobre su cuerpo, aferrado a él, disfrutando el gratificante orgasmo que le embargaba.
El sexo rudo era su pan de cada día, pero cada experiencia era totalmente diferente, ninguna se parecía a la anterior y era eso lo que les hacia sentirse plenos. Lo que minimizaba el hecho de que quizás, lo que hacían estaba mal, que tal vez, no era correcto y en el futuro llegarían las consecuencias.
Ya después podría haber tiempo para los remordimientos amar fielmente a Ryoewook era lo único que importaba, nada le haría dudar, nada evitaría que le amara como hasta ahora lo había hecho, porque era su chico, era especial y nada dentro de ese intemperante mundo podría cambiarlo.
Fin