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Desiciones por Miya_0322

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Notas del fanfic:

Es como una continuación a mi fic "Emociones". Espero que les guste. Es el segundo fic que escribí, así que sepan comprenderme ^^

    Era extraño, demasiado extraño. Hacía dos días que su mejor amigo no venía ni siquiera a hablarle o molestarlo, a pesar de que él mismo había bajado unos templos para verlo y hablar con él, sin encontrarlo.
    Como era su costumbre desde que había sido revividos y que la paz reinaba, el veinteañero de cabellos azules y mirada turquesa se tiró en el pasto cercano a su casa y se quedó mirando el cielo. No supo cuantos minutos pasaron, hasta que por fin sintió la presencia de su mejor amigo unos templos más abajo.
    Sin dudarlo demasiado, se levantó veloz, y emprendió la marcha hacia el templo de Leo.
    Casi media hora después, ya que se había tomado su tiempo para cruzar los dos templos que lo separaban del quinto, llegó a la puerta de Leo, y entró. Caminó mirando hacia ambos lados, hasta que por fin reconoció la silueta masculina que estaba sentada en la entrada.
    Sin decir palabra, se sentó a su lado. Instantáneamente su mirada turquesa se cruzó con la jade de su amigo, y permanecieron así unos minutos hasta que ambos suspiraron, y separaron sus ojos para perderlos en la infinidad celeste del cielo.
    - Tenías razón, Milo… -dijo el castaño al fin.
    - ¿Aioria? -el peliazul no sabía que decir. Tenía una vaga idea de lo que se avecinaba, pero nunca se lo hubiera imaginado por parte del felino- ¿Qué pasa?
    - No lo quiero como a un amigo…
    Nuevamente en silencio. Sus comunicaciones -a pesar de silenciosas, para ser dos personas tan exuberantes, impulsivas, y ocurrentes- tenían gran parte en silencio, ya que sus propios orgullos les impedían ser el primero que develara los sentimientos, ya conocidos por el otro.
    Pero a pesar de eso, sabían que hablaban del rubio de largos cabellos y ojos celestes que guardaba el templo siguiente al de Leo. Celestes… si sus ojos celestes eran muy hermosos, pero esos ojos azules profundos… Esos dos zafiros que aquél que le robaba todos sus pensamientos al escorpión, eran mucho más hermosos para Milo.
    - A él… -murmuró Milo- Tampoco lo quiero como a un amigo…
    Ambos suspiraron, y comprendieron que las palabras del menor se referían a cierto joven de cabellos azulados y ojos como zafiros. Una pequeña tensión rondó por el templo, pero instantáneamente ambos comenzaron a reírse, quizás para acabar con la tensión.
    - Estamos en problemas, alacranzucho… -dijo el castaño.
    - Ni que lo digas, gato…
    Continuaron así un buen rato, hasta que el menor se paró, y colocando su mano sobre el hombro de su amigo, se despidió. Aioria se dio vuelta y una vez más sus miradas se encontraron: se acababan de confesar un secreto que podría terminar con sus días en el Santuario si alguien más se enteraba.

    Mientras tanto, en uno de los últimos templos, el dueño de esa mirada azul zafiro que tanto le atraía a cierto Santo de unos Templos más abajo, miraba sus uñas esmaltadas en negro, mientras terminaba de acomodarse las polainas de piel gris que llevaba sobre su pantalón negro.
    Suspiró profundamente, y salió de su cuarto, hacia la habitación principal del Templo de Acuario, con su mente ocupada en una sola cosa: las palabras de su amigo, dos días atrás.
    Desde que Athena los había revivido, Camus prefería pasar sus días leyendo, sentado contra un árbol de las afueras de su templo… y fue en una de esas veces, que el octavo guardián se acercó a él, y con las palabras más extrañas y sensibles que él jamás había escuchado, le pidió perdón.
    Sí: perdón… Y por todo.
    ¿Y él qué había hecho? Sólo se había limitado a entrelazar sus dedos con los del griego, sin decirle ni una sola palabra… Quizás, porque nunca se hubiera esperado algo así; quizás porque el estaba dejando de considerar a Milo como un simple amigo suyo.
    Y como si fuera poco, esa presencia conocida se apareció en la puerta de su Templo, haciendo que el francés se volteara a verlo. Sólo alcanzó a ver su silueta oscura, ya que el sol se estaba poniendo y entraba de lleno por la puerta de Acuario.
    - ¡Camus!
    El recién llegado lo saludó con su jovialidad de siempre, como antes de la batalla de las doce casas, como cuando eran amigos, y casi sin tener en cuenta lo que había pasado hace dos días.
    - ¿Qué te trae por aquí? -murmuró el de mirada como zafiros, a forma de saludo.
    - Venía a hablar contigo, por cierto… -Milo se detuvo en las manos de Camus, ambas caídas a los lados del cuerpo, y con las uñas esmaltadas en negro- ¿Te pintaste las uñas de negro? ¿Desde cuando tú…?
    - Fue Afrodita… -se apresuró a responder- Insistió demasiado en pintarme, hasta que me convenció…
    - Te queda bien… -Milo sonrió acercándose un poco.
    - Gracias… -susurró Camus en un susurro.
    Y se quedaron en silencio. No en el silencio orgulloso de las conversaciones con Aioria, sino en uno tranquilo, pacífico, incluso hasta… placentero. La mirada turquesa del octavo guardián miró hacia el piso, y luego enfrentó los zafiros del otro, que no habían dejado de enfocarle, como si estuvieran dudando en decirle algo, en demostrarle algo.
    - Camus… tengo algo que decirte… -intentó comenzar a hablar el escorpión.
    - ¿Quieres cenar conmigo? -preguntó el de mirada como zafiros, porque conocía a su amigo, y tenía una leve idea de lo que podría decir, ya que él mismo se estaba muriendo por pronunciar esas mismas palabras.
   
    Esa mañana sus pasos resonaron mientras bajaba las escaleras de mármol, y se dirigía a la quinta casa. Cruzó Libra sin siquiera intentar percatarse de que –extrañamente- Dohko estaba ahí y no con el patriarca Shion, y sin decir nada continuó su descenso.
    Al llegar a Virgo sus pasos retumbaron copiosamente, sin darse cuenta de que el rubio intentaba medir y, como era habitual costumbre en el Santuario desde que habían revivido los dorados, nadie le dejaba meditar.
    - ¡Estoy de paso! –gritó el peliazul, sin siquiera detenerse a escuchar la no bonita contestación de Shaka, y continuó bajando.
    Al llegar a Leo revisó por todos lados, y no encontró a su guardián, a pesar de que era cerca del mediodía. Se dirigió a la habitación, que era el único lugar que no había revisado, y lo encontró durmiendo mientras roncaba amenamente.
    Sin decir nada, bruscamente le movió las piernas, y se sentó en el borde de la cama, tan bestialmente que despertó al leonino que se sentó listo para pelear en la cama, para luego ver a su mejor amigo, y quedárselo mirando con gesto de cansancio mientras se despeinaba sus mechones castaños.
    - ¿Tan mal te fue, Milo? -preguntó entre bostezos.
    - No me dejó decirle nada… -respondió al rato.
    Aioria se desperezó tranquilo, y se quedo mirando a su amigo. Milo no era la persona más comunicativa en cuanto a emociones y sentimientos se tratara, pero con el leonina las cosas eran distintas. En sus conversaciones silenciosas, ambos siempre sabían que podían comentarse todo, aún cuando en palabras no dijeran nada.
    Pasó casi media hora en la que ambos mantuvieron esa posición, en silencio, hasta que Milo al fin se despeinó bruscamente su cabellera, y luego miró al león, quien sonrió ante ese gesto tan infantil de su amigo –gesto que él también repetía incontables veces-, y se echaron a reír.
    - Gato… -intentó decir algo Milo pero él, al contrario de Aioria, no era tan exuberante, se quedó callado de golpe.
    - ¿Qué te pasa? -inquirió al final el castaño- ¿Qué necesitas pedirme?
    - … -Milo no era de soltar las cosas fáciles… y menos ridiculeces como la que tenía que decir, que iban a afectar su ego- Shaka está un tanto enojado, y no tengo intenciones de perder algún sentido al intentar cruzar su templo…
    Aioria se rascó la cabeza en señal de duda: sabía que Shaka no andaba de buenas, porque nadie había dejado de molestarlo y no había podido meditar demasiado tranquilo, pero de ahí a querer sacarle los sentidos a Milo… era algo de esperarse.
- Justo tengo que ir a Virgo, vamos…

    El francés suspiró cansino, y cerró el libro de golpe, haciendo que el sonido retumbara en la vacuidad de su templo. Estaba enojado consigo mismo y lo sabía. La noche anterior Milo había tratado de decirle algo y él, por miedo a las consecuencias, no había tenido mejor idea que invitarlo a cenar.
    Sabía que era pasado el mediodía, pero no estaba de humor para almorzar.
    Cualquiera que mirara desde afuera su aspecto, recostado en el sofá de una habitación de su templo, con el libro cerrado en su mano izquierda, la derecha apoyada en su abdomen, ya la cabeza reclinada en el apoyabrazos del sofá, con la larga melena desparramada, hubiera pensado que solo estaba casado.
    Cerró sus ojos con fuerza. ¿Quién diría que el amo de los hielos se sintiera tan enojado por dentro, y se mostrara tan frío por fuera? Sin darse cuenta de que alguien estaba entrando al templo, apretó con fuerza el libro que tenía en su mano, y lo arrojó hacia atrás, al tiempo que gritaba.
    - ¡Idiota!
    - Lo siento… -murmuró una voz conocida, que venía ingresando.
    Camus abrió sus ojos ante la situación, y parándose de golpe se dio cuenta que el libro había caído a los pies de un anonadado Milo, quien seguramente había pensado que ese “Idiota” que el francés había gritado unos minutos antes era para él. Lo había arruinado. De nuevo.
    - Milo, yo… -intentó decir, pero por más que le gustaba leer, las palabras para comunicar sus sentimientos no era lo suyo.
    - No tienes nada que aclarar… -respondió el de mirada turquesa- Se que es difícil perdonar lo que te hice… pero después de lo del otro día, bajo el árbol, pensé…
    - No te arrojé el libro a ti, ni te grité eso… -interrumpió el menor- Yo no…
    Milo no decía nada. Se había quedado de espaldas mirando la puerta, y con intenciones de irse. Había llegado pensando en jugarse una amistad que significaba mucho para él, sabiendo que podría llegar a obtener mucho más… y ahora estaba yéndose. Pero… ¿Realmente lo había intentado? ¿No era él el gran escorpión que nada ni nadie amedrentaba?
    - Se que haber dejado pasar al cisne por mi casa para que luego te matara fue lo peor que pude haber hecho, pero si yo lo detenía… tú me ibas a odiar toda la vida… -dijo Milo, y se dio vuelta para poder ver a Camus que había recuperado la postura, y lo escuchaba atónito- Y perder tu amistad… hubiera sido lo peor…
    - Bicho, yo… -por primera vez, Acuario le dijo un apodo, pero Milo interrumpió sus palabras.
    - Pero ahora, no quiero ser tu amigo… -las dos miradas se cruzaron: una expectante, la otra triste- Quiero ser algo más tuyo, Camus… Te quiero más que a un amigo…
    El francés agachó su cabeza, y sonrió. Justo cuando estaba apunto de arruinarlo todo, fue el escorpión el que, extrañamente, fue sincero y dejó ver lo que en realidad sentía. Sin embargo, Camus era toda racionalidad, y no iba a dejar que por más que sintiera lo mismo que Milo, éste saliera perjudicado.
    - ¿Estás seguro de lo que dices? -le preguntó, mirando fijamente sus ojos para tratar de ver lo que le decían esas turquesas- Si bien Athena no desaprueba las relaciones entre Santos y Amazonas, no creo que esto…
    - No me importa… -respondió tajante.
    - Desde pequeños tú siempre dijiste que tu razón para vivir era ser el Santo de Escorpio… y tu orgullo lo demuestra.
    - Eso es cierto -dijo Milo, y se fue acercando a su amigo poco a poco- Pero en aquel entonces, no quería darme cuenta de esto, y ahora… Ahora se que tú eres mi razón para vivir…
    Se acercó un poco y rozó sus labios suavemente con los de Camus intentando iniciar un beso, pero este le colocó una mano en el pecho, y lo separó un poco. Se miraron y se perdieron en los ojos del otro, hasta que por fin el francés se dio vuelta y comenzó a caminar hacia una puerta en su templo.
    Milo no se atrevió a moverse: si Camus se encerraba, él lo iría a buscar… lo buscaría hasta en el infierno mismo de ser necesario. Levantó su vista, y vio al francés mirarlo fijamente.
    Camus empujó la puerta con suavidad y sin dejar de mirar a Milo, y dejó notar que tras esa puerta se encontraba su habitación. Sonrió ampliamente, como nunca lo había hecho, y le tendió la mano al peliazul.
    El escorpión no dijo más nada. Simplemente se acercó, y tomándolo de la mano, se adentraron en la habitación.
Notas finales: ¡Gracias a los que leyeron!

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