Engañémonos más
-¿En qué pensas?- musitas por lo bajo, casi inaudible en tu llanto mudo.
-¿Qué es eso tan importante que ocupa tu mente todo el día?- susurras en el viento pidiendo en suplicas andantes que tus palabras lleguen a mis oídos.
Y lo hacen, porque veo tus labios moverse y agudizo los sentidos intentando descifrar las frases exhaladas desde tu alma.
¿Qué pienso?, preguntas... Como si yo lo supiera... En realidad, aunque de hecho fuese completamente consciente de lo que ocupa mi mente no sabría explicártelo, no sabría decirte sinceramente qué pienso.
Seguís llorando, culpándome por abandonarte al olvido. Me odias porque me paso el día con vos, pero te sentís solo... Siempre estoy ido, como lejos tuyo...
Pienso. Para tu desgracia, eso es lo que me la paso haciendo. No entiendo, hasta dónde vas a llegar, hasta dónde me vas a echar en cara que no estoy con vos.
Y no me interesa. Lo que sea que sigas diciendo, lo que sea que sigas reprochándome no me interesa porque si de verdad odiases esta situación ya te hubieses ido, pero no. Seguís acá, echándome la culpa por algo que ambos procuramos, por algo que está fuera de tu alcance y que no es posible controlar ni predecir.
-¡¿VES?! ¡¿Y EN QUÈ ESTÀS PENSANDO AHORA?!-
Aunque grites no voy a prestarte más atención, aunque trates de hacerme llegar más claro tu mensaje los gritos sólo provocan que me aleje.
-En nada.- te contesto desganado tratando de evitar que tus lágrimas sigan cayendo muertas en el espacio que provocamos, entre este espacio visiblemente vacío que hay entre los dos.
Vacío.
Nunca quise a esa palabra, siempre pensé que era una palabra terrible, tan abrumadora como triste... El vacío sólo implica la ausencia de algo que supuestamente debería estar allí pero por motivos desconocidos no lo está. El vacío no es otra cosa que el lugar en el cual deseamos lo que no tenemos y terminamos por odiar.
-¡NO ME DIGAS QUE EN NADA! ¡¿No ves que sufro así como estamos?!-
¿Sufrir?
De tu parte simplemente veo llanto, pero ni una pizca de sufrimiento.
Puede que tal vez te lastime un poco mi indeferencia, pero ¿que sufrís? Eso excede nuestra realidad.
Si queres que empiece a sentir lastima por vos y me arrepienta no lo vas a lograr con frases tan simples y tan carentes de verdad como estas.
-¡¡¡HABLAME!!! Por Dios... háblame...- y seguís llorando.
Espero no pretendas que te pida disculpas y te diga que todo va a estar bien. Espero que no porque ni en mi más trillado sueño se me ocurriría hacer eso y lo sabes, solamente queres ser la pobre víctima y que yo me rebaje a lamentar algo que en efecto no es culpa mía.
-Esto no da para más... lo sabes, ¿no?-
Ahora soy yo el que le habla al silencio. Y ahora sos vos el que escucha. Hagamos bien las cosas esta vez, aclaremos este desastre porque no quiero seguir oyendo tus lamentos ni tus quejas.
-Si queres que te hable, te voy a hablar... Pero no te arrepientas después.-
Sentado en ese sillón mediocre, de color horrible que tanto insististe en comprar, vas a escuchar mis palabras, una por una... hasta que tu llanto inunde mis sentidos; hasta que tus gritos den paso al odio; hasta que, vencido por el cansancio, ya no quiera pronunciar palabra por el resto mi maldita vida...
Tus ojos suplicantes vuelven a clavarse en mí, mientras que mis ojos se esparcen por ese espacio vacío y deprimente en el que momentos antes detuve mi pensamiento.
No te comprendo. Realmente no lo hago. Estás callado, apagando las últimas gotas que ruedan por tus mejillas y sólo podes hacer silencio y escuchar...
-Todo esto resultó complicado, nos hicimos los que no sabíamos nada y preferimos ocultarnos la verdad sin pensar que tarde o temprano este día llegaría y tendríamos que aclararnos todo...-
¿Y eso lo dije o lo pensé?
Es que en este silencio es difícil pretender separar una cosa de la otra.
Sé que estás buscando palabras para responderme, pero no las quiero. Ya no quiero ni tus palabras ni tus frases... ¿Querías que te hablara? Pues eso voy a hacer y te voy a dejar en claro todo, tanto que ya no quiero escuchar tu voz.
-¿Queres saber en qué me la paso pensando?- indago casi desafiante.
Asentís con la cabeza, acompañándola tus labios hacen intento de emitir voz tan sólo para dibujar un "sí" inexistente.
-Pienso en lo infeliz que soy en esta casa, a tu lado, a toda hora y en todo lugar... Eso pienso...- completo casi culpándote, casi dejando al descubierto el hecho de que en estos momentos estoy comenzando a odiarte.
Y otra vez las lágrimas se aparecen en tu rostro.
Perdóname, no quiero que malinterpretes las cosas... Tampoco es que esto que siento sea tu culpa: la primera felicidad es la que uno mismo debe proponerse y yo nunca tuve un ápice de intención de hacer eso.
-Pienso que ya no hay lugar para mí y que sólo te hago miserable quedándome.-
Cierro mis ojos despacio observando como tu figura se diluye con el negro de mis parpados cerrados.
¿Por qué seré tan malo tratando de decir lo que quiero? ¿Por qué sólo hallo las palabras necesarias y justas cuando estoy pensando?
-Te juro que sé que me amas. Y yo... yo por momentos te correspondo plenamente y por momentos sólo quiero correr lejos tuyo y odiarte...-
-No... me... no me dejes...- decís antes de que se te quiebre la voz por un nuevo sollozo.
Realmente no quiero abrir mis ojos, no quiero ver tu figura ensombrecida por el llanto.
Tampoco quiero tus palabras.
-Sabías que esto tarde o temprano iba a pasar.- abro los ojos para encontrarte mirándome fijamente, secándote esas lagrimas.
Sé que te estoy lastimando de este modo, que debería habértelo dicho de una manera menos cruel. Pero no pude, no puedo acabar con los fantasmas con los que convivimos, ya no somos nosotros dos. Somos cada uno viviendo en su mundo propio, ajeno al resto del universo que nos circunda, ajeno al otro.
Esto es lo que decidí, lo que elegí para seguir viviendo sin que continuemos golpeándonos bajo nuestras máscaras de amor sincero e incondicional.
Me levanto pesadamente, como si de verdad me doliera en el alma dejarte ahí llorando. ¡Dios, que hipócrita puede llegar a sonar la verdad!
No sé porqué pero siento el lugar más vacío que antes, siento el aire más denso. Y es que mi mano descansa en el picaporte, lista para girarlo y dejarme ir; y es que además escucho tus pasos acercarse.
Imagino vas a gritarme, tal vez después de una o dos cachetadas me convenzas de irme aun a paso más rápido del que deseo.
-No podemos vivir eternamente engañándonos.- indico viendo un punto fijo en la puerta, una pequeña mancha, un lugarcito donde se saltó la pintura quizás.
-Entonces...- y esperando tu reacción más violenta me llega el calor de tu cuerpo a mi espalda, tus brazos protectoramente entrelazados sobre mi estomago –engañémonos unos años más...-
Este debe ser el abrazo más tierno que jamás hayas dado, esta debe ser la voz más dulce que jamás hayas utilizado.
Y este debe ser el final más nostálgico y más insincero que pudimos haber elegido. Que triste es que fingir y evitar lastimarse sea lo más fácil de hacer, ¿no?