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Ojos de Miel Silvestre por Tensai_Sama

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Notas del fanfic:

Este es mi segundo relato Yuri y mi primer intento de oneshot en solitario. Sepan disculpar si la lectura es algo confusa por aventurarme a mezclar lo fantástico con lo historico. Si no conoces la historia de Juana de Arco, quizás te resulte algo dificil seguir el hilo.

 

Me encantaría conocerte.

Si además del yuri, te gusta leer yaoi original, te invito a mi foro.

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Si escribes tus propios fics y te gustaría compartir su arte, te invito a mi otro foro, donde puedes publicar e interactuar con otros autores de todos los generos..

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Te espero

 

Ojos de miel silvestre

 

No, no me veas así ... ¿Acaso dudas que te amo? No llores, no... pronto estaremos juntas, te lo he prometido, el tiempo entre los vivos es tan corto....

Sonrío e intento tragar aunque siento un nudo, como el de la horca, apretarme la garganta. No es la muerte inminente, no.... Tú más que nadie tienes un lugar en el cielo...es que me separen de ti, no poder verte a los ojos, esos ojos de miel silvestre.

Te recuerdo aún, como una niña, una dulce criatura a la que le esperaba una vida anónima, feliz; una vida cuya calma solo sería quebrantada por el llanto de tus hijos, que hubieran sido cuatro, y el mayor de ellos te hubiera cuidado hasta tu vejez. Lo sé, porque yo personalmente coloqué tu alma en la semilla. Entre miles de millones, yo te elegí.

Y naciste, en aquellos años turbulentos en la villa de Domrémy, en aquella casa de paredes amarillentas y pocas ventanas, en la segunda planta, donde se guardaba el heno fresco y se conservaba mejor el calor. Un pequeño trozo de palpitante carne, de mejillas sonrosadas, buenos pulmones y bajo peso. Sonreí, porque tu escaso tamaño me mostraba cuan grande serías, sonreí y peiné tus cabellos rubios.

-Soy yo...-te saludé, sabiendo que tendría poco tiempo, un suspiro dentro de las arenas blancas del tiempo y ya no podrías verme, no podrías oírme y tendría que cuidarte en mi incorpórea forma hasta que tuviera que tomar tu mano una vez más y llevarte con tu mirada desconfiada hacia la luz. No deberías temer, nunca te soltaría. No puedes dudar que te amo.

Tan pequeña, tan delicada y tan modesta que no querías llorar cuando tenías hambre en la noche. Tan dulce, que chupabas el dedo gordo de tu pequeño pie para no molestar a tu madre y yo sentía que quería entregarte un par de alas y que echásemos a volar porque me llenabas de amor y el amor te eleva hasta traspasar todos los cielos conocidos.

Entonces, me encargaba de despertar a Isabelle, aquella mujer a la que yo te había prestado, susurrándole al oído- Jehanne tiene hambre...es hora- regresaba a tu lado, me agachaba a besarte la frente con mis labios insustanciales y miraba como seguías mis movimientos con tus hermosos ojos de miel silvestre, que brillaban aún en la penumbra, bajo la caricia de la luna o en el resplandor del fuego del hogar. Me mirabas, alzabas tus bracitos y yo deseaba abrazarte, pero sin un cuerpo de verdad, solamente me atreví a sonreír-Nunca dudes que te amo- y dejé que ella te tomara en brazos y te alimentara, que te hiciera sentir segura.

¿Cómo no amarte cuando diste tus primeros pasos y, entre todos los que estaban en el salón viniste hacia mí? Casi hice escuchar mi voz porque me llenaste de luz. Tropezaste en tu animosa muestra de destreza y no pude evitar sostenerte entre estos brazos que no tenían forma pero que lograron que te irguieras antes de tocar el frío suelo, y que Jacques te recogiera y te refugiara contra su pecho huesudo y moreno. Tú, tan pequeña y tan luminosa. No puedes dudar que te amo.

Fuiste una niña muy inquieta. Sonreí, porque te gustaba corretear a las mariposas, solías escoger a las que tenían alas blancas y, cerca del cuerpo, una suave tonalidad celeste. Les llamabas ángeles y yo sentía que mi corazón incorpóreo latía con fuerza, deseando abrazarte, decirte que eras mi estrella, pero ya me estaba prohibido hablarte y revelarte mi presencia.

Entonces, era brisa que jugaba caprichosamente con tus cabellos que habían cambiado, tornándose de color ámbar y se enroscaban entre mis dedos que no tenían color, que no tenían materia pero que sentían la textura de las finas hebras...y te peinaba...

Creciste antes de que diera un segundo parpadeo, mis ojos espirituales vieron que mantenías un modesto talle, una gentil forma de ser, siempre queriendo ser lo menos notable posible, hacendosa, traviesa, hermosa. Tus labios se ponían muy rojos y tus mejillas adquirían una tonalidad de pétalos de rosa cuando corrías por el brezal en busca de leña, pero no podías evitar jugar, y yo contigo. Formaba remolinos para ti, trataba de tocarte y me mordía la lengua etérea para no hablarte, aunque lo deseaba.

Entonces sucedió algo que estaba planeado para ti, pero que ahora me resultaba angustiante. Alguien más habló contigo. Ese fue el día en que yo-y me avergüenzo de haberlo hecho-lloré.

Lloré lágrimas que fueron rocío que mojó las margaritas del jardín de tu madre; ella se quejó que en primavera hubiera neblina y humedeciera los lienzos que colgaban en el cordel.

Ese día, tus ojos de miel silvestre brillaron con una luz que deseaba para mí, que te había cuidado, que había soplado sobre ti, que te había amado tanto, tanto que no era posible para mi explicarlo.

Y casi grito y llamo a un trueno en pleno día, porque vi que te encorvabas con temor, que te cubrías con tus delicadas manos la cabeza y te postrabas miserablemente. Tú no debías hacerlo porque yo deseaba adorarte, sin embargo, aquellas criaturas me miraron con reproche- "La has mimado demasiado...es débil."- y yo, podría jurar que si hubiera estado viva, hubiera deseado morir, porque yo no tenía el poder de negar aquella orden. Mi pequeña, ¡qué turbulenta vida te esperaba! Te miré, rodeé tu cuerpo con mi esencia y acaricié tu cuello con la punta de mis alas.

- Le enseñaré y no será débil, será tan poderosa que su mismo rey sabrá su nombre y la respetará- prometí, y aquellas criaturas celestiales me ordenaron callar, porque mi voz, que tú no podías oír salió quebrada, ultrajada porque te amaba...pero nadie me ordenó que no me pusiera mi propia armadura y fuera contigo.

-"Mas sólo nuestras voces ha de oír y tú debes guardar silencio"- se acercaron a ti y yo temblé y quise tocar tu mano, enlazar tus dedos con los míos, hacerte saber cuánto amor nacía en mí, para ti, sólo para ti.

Entonces respondiste a las voces, las voces a quienes tú pusiste nombre, a quienes obedecerías de allí en adelante. Se identificaron como dos personas que admiraba tu pueblo, que los terrenales llamaban Santas y pude sentir como tu corazón ardía apasionado, porque eras una criatura de Dios, porque ibas a traer gloria a tu gente, fuera por la palabra o por las armas. Sentí temor.

Nunca voy a olvidar el temblor de tus labios y tu cabello al viento cuando corriste a contar lo que te había ocurrido. No notaste que tomaba tu mano porque mis dedos atravesaban tu suave carne virgen con un suspiro del viento. Tampoco notaste que te dije que estaría a tu lado hasta el final, que iba a ser tu escudo hasta en la más profunda de las ciénagas donde tus pequeños pies tuvieran que pisar.

Quizás esté de más decir...algo que no debiera confesar....no me mires así, sólo es un momento, confía en mí, un beso de fuego y volveré a tomar tu mano. Miro los leños y deseo gritar. Tus labios se mueven pero no oigo tu voz, el fuego se prende y esta vez no puedo apagarlo con mis lágrimas, Jehanne... ¿Lo recuerdas?

Aquella ocasión en que burlamos al Delfín. Quizás no recuerdes que te quedaste dormida en aquella habitación en Reims y un gato inquieto volteó la lámpara de aceite que esparció el fuego muy cerca de tu lecho. No me estaba permitido tocarte, tampoco hablarte, pero nadie dijo que no podía llorar para ti... y el fuego se apagó. Dormiste toda la noche y yo a tu lado, siempre a tu lado.

Te velé como cuando vestiste por primera vez ropas de hombre y atravesaste territorio enemigo para convencer al comandante de la guarnición armagnac de tu misión. Tus piernas parecían dos palillos, y cortaste tu hermosa cabellera que se había oscurecido con el paso de los años y era color caoba. Tu escolta te miraba de reojo y yo supe que era más que admiración lo que esos ojos codiciosos escondían.

Deseaban posar sus manos llenas de callos en tu piel blanca, sonrosada en los puntos exactos para que cualquier terrenal enloqueciera y se perdiera en tus suaves curvas de mujer, hundiendo la lengua, los dedos y todo aquello que yo no poseo.

No era amor, no... yo de eso, conozco lo suficiente. Era un deseo oscuro que era contenido sólo por orden de sus superiores y porque en el fondo, en esos corazones de hombres de guerra, dudaban de ti.

Sentí satisfacción cuando sellaste sus labios y no necesitaste hacerlo con un beso, sino blandiendo tu espada. Esplendorosa niña-mujer, vigorosa criatura de curvas modestas y piel de primavera. Floreciste en un campo de batalla, donde una doncella no debiera caminar. Tú sembraste de coraje a un ejército abatido por el hambre, la desolación y la fe quebrantada.

Hombres que doblaban tu peso y tu altura, hombres que habían vivido más que tú, siguieron tu estandarte, alzaron sus espadas y gritaron tu nombre y el de Francia. Habías nacido para ser luz y luz eras en medio del combate, de los cuerpos que se arremolinaban, entre caballos que galopaban con cadáveres ensangrentados y pedazos de armaduras melladas.

Por alguna razón siempre estaba nublado cuando nos tocaba batirnos...porque yo estaba contigo, a tu lado, apartando el cabello que ya había crecido de tu rostro encolerizado y tus ojos de miel silvestre se encendían como una estrella al atardecer, justo cuando el sol se refleja en su pulsante rostro en el espacio.

Si la espada resbalaba, ensangrentada, yo la colocaba firmemente en tu mano, aunque no podía enlazar tus dedos y los míos, nadie me dijo que no podía sostener la empuñadura, que no podía atravesar un corazón si era enemigo de la doncella de Orleans.

¿Aún dudas que te amo?

Se sucedieron los enfrentamientos donde no cientos, sino miles de guerreros chocaban sus aceros con furia y determinación. Noches en que sé que no podías dormir y que orabas con una dulzura y una entrega que hacían llorar mi corazón porque te escuchaba demasiado cerca y a veces, por momentos sentía que podías ver mi rostro y que tus pestañas largas y abundantes se batían para mí. Casi podía besar tus labios finos, cuyo arco de cupido era muy pronunciado, dejando que la forma de tu boca virgen fuera casi la de un corazón palpitante, húmedo...tan lleno de besos que nunca ibas a poder darme, porque no eras mía, aunque lo deseaba...

Y eso me inspiraba a ser tu armadura, a decirte lo que veía desde el cielo en el campo enemigo para prevenirte, para decirte cosas a escondidas, en sueños, cuando lograbas repetir mi nombre justo antes de abrir los ojos al amanecer. Cinco mil caballos, doce mil hombres con arcos largos, quinientos, tres mil, espadas, al Norte, al Sudoeste, cruza el río, usa el puente....no te retires...ataca ahora...

Y seguías todos mis susurros...Quizás supieras ya, que me había enamorado, realmente me había enamorado de ti.

Tanto te amaba que mis manos insustanciales apartaban las flechas de punta de hierro que estaban destinadas a atravesar tu carne inmaculada, lanzadas por aquellos arcos tan largos y mortíferos de los hábiles arqueros ingleses. A tu lado espantaba los corceles debocados y aterrados por los gritos, el fuego, el olor de la sangre que dejaba el pasto de un color carmesí, pegajoso e inmundo. No podía permitir que un animal te lastimara cuando tu destino era la gloria.

Y así vivimos Jargeau, Meung-sur-Loire,  Beaugency y Patay, donde estuve, calladamente y embravecida a tu lado, observándote dormir, observándote de una manera que no me estaba permitida, pero...nadie me había prohibido acercar mi rostro y besar tus labios...

 Se dice que nada puede ocultarse de la mirada de Dios y supe que había notado mis mejillas tornarse muy rojas, la sangre agolpándose impetuosa dentro de mi invisible piel para los ojos terrenales. También sé que percibió el temblor de mi cuerpo que nunca sería tocado por tus manos, mis senos, que mostraron unas puntas ansiosas que nunca recorrerías con tu inocente lengua.

Un secreto que no me atreví a compartir contigo porque a pesar de ser tu guardiana, no eras mía y yo deseé por primera vez desafiar Su mandato y reclamarte, porque yo te escogí, entre miles de millones, entre todas las estrellas del infinito firmamento. ¿Acaso eso no te convierte en parte de mi alma?

¿Es pecado desear tu cuerpo bajo la armadura? ¿Es despreciable que te ame con tal intensidad que me importe muy poco que seas una doncella y yo lo sea también?

Sé, que hombre y mujer fueron creados para complementarse, y mi pecado fue alejarte de ellos, celarte y preferir tu santidad antes que conocieras el amor, la pasión de la carne sudorosa en el jergón de un mozo sin rostro. Prefería mil veces arder en el infierno antes que escucharte gemir otro nombre.

Aquella mañana, antes incluso que el gallo cantara, decidiste atacar porque aquellas criaturas celestiales te lo ordenaron y debí callar, me lo habían prohibido. No pude advertirte que no salieras si yo no estaba contigo. Fue la única vez que me separé de ti porque Amaliel me había llamado.

Me había reprendido por mis faltas y me advirtió que un castigo sin nombre caería sobre ti si continuaba deseándote, siendo débil...casi tan débil como un humano.

Cuando regresé, mi corazón dio un vuelco. Fue en ese momento en que creí que Amaliel había cumplido su promesa, porque yo no había dejado de desearla, y una flecha la había herido de muerte.

Todo mi cielo se volvió negro y mi voz entró el los corazones de los franceses. Otro error cometido por esta tonta, porque quedé ciega de la desesperación, porque mi niña se quejaba de dolor y yo quería que ellos pagaran... que nadaran en su propia sangre y ardieran bajo el fuego de mi ira... y lo hicieron.

Aquella noche te velé, porque bailabas en el filo de la vida. Una espada cuya hoja señala el cielo y la otra el infierno. Aquella noche en que la fiebre perlaba tu cuerpo de sudor, sentí que por primera vez me mirabas a los ojos. Parpadeé y junté mis alas ocultándolas tras mi espalda, en un gesto infantil, de extraño pudor a estas alturas.

Mis labios se separaron en una mueca de asombro cuando me dijiste-"te conozco"- cerraste tus ojos dorados un instante y supe...supe que iba a romper todas las barreras, todas las reglas, porque no soportaba un segundo más si no proclamaba lo que éste corazón sin forma ni materia no paraba de gritar. Que era tuyo, que podías guardarlo, patearlo, pisarlo o lanzarlo con una flecha envuelta en fuego al mismo infierno porque es tuyo, amor, es tuyo cada latido, para toda la vida y más allá del último rincón del universo.

-Te amo, Jehanne...te amo, por favor, mírame, siénteme... estoy aquí, ámame.

-"¿Me amas?"-y esa voz de incredulidad en tu delirio, fue como si me azotaras el alma, la arrugaras con aquellas manos delicadas, aquellas manitas que sostuve cuando abriste tus ojos al mundo por primera vez y me juré a mi misma que daría mi vida por la tuya.

-¿Aún dudas que te amo?- abrí mis alas ensangrentadas, te mostré mi pecho lleno de flechas que eran para ti, por un instante, sólo un instante mi cuerpo tomó forma y color, se mostró desnudo ante tu mirada adormecida, enfebrecida y sin temor ante mi lamentable presencia.

Entonces viste mis ojos de color oscuro que derramaban lágrimas de pena salpicada de amor y mi piel se hizo imperceptible de nuevo. Mis alas plegaron sus plumas incompletas y de puntas quemadas por el fuego que debió tocar tu carne doncella y no la mía, pero yo...yo te elegí.

Y elegí perderlo todo para que no olvidaras mi rostro cuando despertaras de tu delirio, que supieras que era yo quien batalló contigo y sería yo quien te hiciera inmortal. Yo te escogí, amor. No dudes que te amo.

Despertaste luego de una larga agonía. Volviste a la carga una vez más. Las voces te guiaban y una vez más la armadura cruel volvió a cubrir tu cuerpo menudo, inquieto y valeroso. La profecía se había cumplido, el Delfín fue coronado y tus combates se hicieron legendarios por tu inteligencia, tu clarividencia y tu ferocidad.

Pero cuando trazaste el plan de tomar Compiègne asediando el puente, pude ver que el camino estaba llegando a su fin y yo temblaba cuando tocaba los astiles y los emplumados que sobresalían de mi torso porque estaba sintiendo que debía traicionarte y no tenía el valor.

Debí decirte que Guillaume era un cobarde, que te cerraría la puerta de la ciudad cuando no tuvieras otro remedio que retroceder ante el enemigo y que quedarías atrapada, como una fiera herida en medio de una jauría de sabuesos.

Si Dios todo lo ve y todo lo sabe, contempló cómo las figuras celestiales sujetaron mis brazos mientras el enemigo se cerraba en torno a mi niña y cómo ella les enfrentó con aquel arrojo que la caracterizaba, agitando la espada inglesa en su mano enguantada; el filo brillaba como si portaras la luz del sol y escapara a través de tus dedos.

-¡Jehanne!-grité, sin poder evitarlo.

El caballo moro, brioso, se movió en círculos con los belfos entreabiertos, las crines se agitaron furiosamente al sentir las manos sobre sus ancas y ya no era un hombre, eran cuatro, cinco...seis hombres que te doblaban en estatura, peso y edad, pero jamás en tu coraje y presencia. Tan pequeña y tan gigante, mi adorada doncella de Orleans.

Pude ver como resistías, como tu voz rompió el aire y sobresalió entre las de los combatientes, atacaste con tu cimitarra salvajemente, tus cabellos ensortijados escaparon de la protección del yelmo y escuché con claridad el golpe seco de tu armadura cuando esas bestias de barbas oscuras derribaban a tu corcel, dejándote desprotegida y mareada sobre las piedras del camino, cerca de las pisadas peligrosas de otros animales y de otros guerreros.

Los ruidos de las herraduras me parecían bofetadas en el rostro y mis latidos eran relámpagos de fuego, una tempestad que clamaba justicia para mi estrella.

-"El destino ha de cumplirse"- me susurró una de esas criaturas al oído. Casi le respondo que tu destino son mis labios y mi destino los tuyos, vivos, muertos, vírgenes o mundanos, somos tú y yo.

Nunca había visto tu cabeza inclinada y mi corazón se pulverizó cuando tus manos se posaron en el suelo y soltaste por fin tu mandoble. Jadeando y a pesar de la distancia pude ver que dos diamantes saltaron de tus ojos y se perdieron en el sucio suelo.

Caí de rodillas e imploré clemencia. Recordé las palabras de Amaliel. "Un castigo sin nombre caerá sobre ella, si te atreves a mirarla con ojos terrenales. Eres su ángel guardián, recuérdalo"- entonces abrí mis ojos mojados y contemplé como se llevaban a Jehanne.

He de confesar que sentí tentación de seguirte, de alejar a los hombres que se atrevían a tratarte como un lastimoso trozo de carne pero me contuve... o el castigo sería impuesto. Todo...todo tu padecimiento caía sobre mis hombros...todo por amarte así...

Subí a los cielos. Si, te preguntarás ¿Cómo es que un ángel de la guarda abandona a su protegido? De seguro tampoco te han dicho...que un ángel de la guarda no se debe enamorar...

Esta vez no sonreí...

Un año entero pasó...quizás no notaste que ese año llovió a todas horas...No lo notaste porque fuiste vendida y comprada como si fueras un objeto y tu mente pensaba en otras cosas. No lo notaste porque esa duquesa te codiciaba...te  dio un trato preferencial porque deseaba cosas de ti, pero tú, en tu inocencia nunca lo notaste...No... no notaste mi lluvia porque a pesar de todo...a pesar de que estábamos separadas, no sufriste.

Pero nadie dijo que yo no sufriría. No había estrellas en mi cielo, no había sol ni luna. Los ángeles se paseaban en silencio porque mis oídos no reconocían sonido alguno. No hubo arco iris, nubes ni consuelo...no hubo amor.

Antes de que diera un tercer parpadeo volví a pensarte, volví a desearte con más fuerza que nunca porque pensé que engañaría al destino...pero nadie dijo que eso, era imposible.

Descendí a la Tierra y mi corazón se encogió al ver donde te tenían. Tuve el impulso de subir a toda velocidad. Amarte te había convertido en una desdichada. Encadenada, asediada por horas para hacerte confesar lo que ellos querían oír. Retrocedí, porque las criaturas celestiales estaban contigo y sin embargo...no se conmovían por ti. Ninguna de ellas derramó una sola gota por ti, mi pequeña.

Si Dios lo ve todo, notó las tormentas y que las hojas cayeron con lánguida tristeza desnudando los árboles antes de tiempo. Debió notar que hacía frío, mucho más frío del que los terrenales estaban acostumbrados, menos en tu celda...allí, aunque no hubiera fuego, había calor. Dejé que mi aliento te envolviera y seguí soplando afuera, enfurecida.

Si Dios lo ve todo, debió ver tu mano, asomando por los barrotes de la única ventana de la torre donde te tenían prisionera. Y Él supo, que tocaste mis lágrimas más de una vez. En los últimos tiempos llovió más que nunca...quería que me sintieras, aunque fuera de ese modo.

No exagero cuando digo que eres hermosa, que hombres y mujeres conquistas por igual, que cada centímetro de piel inmaculada invita al pecado y que después que casi te mancillan ya no regresé al cielo y me quedé de nuevo a tu lado, como siempre debió ser.

Volví a tocar los emplumados de las flechas que seguían en mi torso. Ahora que lo pienso, asemeja un alfiletero. Eres una niña muy devota y aunque te he enseñado a leer y escribir, no te pude enseñar que todos los daños que tu ángel de la guarda recibe, se quedan y se acumulan.

Así, cuando vaya por ti, puedas ver que nunca has estado sola. Mírame, Jehanne...sigo aquí...nunca me he ido.

He estado contigo en cada juicio, hora tras hora, protegiéndote de ellos, maravillándome de tu elocuencia. Cielos, mi pequeña...¡cómo has crecido!

Giré en torno a ti, observando a los que se hacían llamar tus jueces, empuñé mi espada, conteniéndome, porque no me estaba permitido hablarte, tocarte, desearte...amarte...

Pero nadie dijo....

Entonces, en mi cuarto parpadeo vi tus ojos de miel silvestre llenarse de lágrimas, creías que estabas sola en tu celda oscura. Llorabas, porque ellos te habían tendido una trampa, una trampa de la que no fui capaz de salvarte porque me tenían vigilada, sometida, silenciada. Si mi corazón fuera corpóreo no hubiera sufrido tanto, no hubiera dolido tanto como me dolió verte entrar en desesperación, porque no querías morir. ¡Tenías tanto por qué vivir y yo te había fallado!

No soporté verte así, reclamando que pudiste ser salva. Teniendo un miedo visceral que nunca vi en tus pupilas en el campo de batalla. Jehanne, lo siento...no podía verte así.

Me puse en pie, en medio de aquella celda donde sólo estábamos tú y yo, e hice lo que ningún otro guardián hubiera hecho mientras hubiera un cielo arriba y un infierno abajo. Te amé más que nunca.

Sin máscaras, sin por qué, sin inocencia...sin miedo...

Dime... ¿Aún dudas que te amo?

Y fui arrancando cada flecha de mi pecho y a medida que cada una caía al suelo, la sangre preciosa, muy roja a mis ojos, fue brotando. Yo, frente a ti, con mis manos temblorosas; tú, viéndome sin mirarme realmente y eso, me hería aún más que el hierro cortando mi carne virgen.

Pareció interminable, las horas se sucedían y a medida que las flechas rebotaban, unas sobre otras, la sangre dibujaba figuras caprichosas en mi vientre, en mis piernas y a mis pies. Mis manos pegajosas sacaron la última flecha, cuando el gallo cantó su fatídica canción de muerte.

Mis ojos, nublados por la debilidad que me aquejaba, pudieron observar que mi carne se volvía sustancial y tú rezabas con lo ojos cerrados. No notaste que tenías a un ángel frente a ti. No lo notaste porque mis alas se habían desgajado. Cada pluma cayó a mis pies, junto a las miles de flechas y por último, aquellos accesorios desnudos que me diferenciaban de los seres terrenales, desaparecieron dolorosamente dejando dos huecos sanguinolentos en mi espalda. Todo desapareció, menos ésta mujer desnuda, esta criatura enamorada.

Levantaste el rostro resignado y viste mis ojos de luna y rocío, mis labios que te hablaron una vez más-Soy yo...

Enmudeciste y yo, hice lo que nunca antes guardián alguno había hecho mientras hubiera un cielo arriba y un infierno abajo. Te amé, más que al Señor.

Mi rostro fue cambiando, mi cabello se volvió caoba y ensortijado y el tuyo, tomó mi color y su mansa forma. Mi talle reemplazó al tuyo, mi piel copió tu frescura y mis ojos, se llenaron de amor y miel silvestre.

Antes de que pudieras hablar, gritar o preguntar, sellé tus labios. No fue necesaria una espada, sólo fue necesario un beso.

No sé si fue confusión, miedo o quizás el destino burlado; porque tu boca virgen se prensó a la mía y tus lágrimas de comprensión entraron en mi boca y las mías en la tuya.

Sonreí. Ellos nunca podrán matarte, porque a partir de hoy, mi dulce niña, vivirás por siempre.

Ellos te ignoraron cuando entraron a la celda. No podían verte, no podían oírte. Sólo yo tendría el privilegio este día. Era mi regalo, porque después de que el fuego besara mis labios, no recordarías nada...ni siquiera a mí.

Vivirías una vida normal, tendrías tus cuatro hijos y envejecerías, rodeada de amor.

Adelanté mis muñecas juntas y el hierro se cerró en torno a ellas. Una cadena ennegrecida colgó y se balanceó casi musicalmente. Me dejé llevar dócilmente, como lo hubiera hecho mi niña, aquella que siendo un bebé, no lloraba para no molestar.

Eran las nueve de la mañana y casi se me escapa una risa de incredulidad cuando vi tantas personas expectantes que parecían hervir para la ejecución de La Pucelle. Una masa de once mil espectadores...once mil...y ni uno abogó por ti.

A mis oídos llegaban comentarios, algunos burlándose, otros, fantaseando. Incluso se dice que visto de blanco inmaculado cuando mis ropas son sucias y miserables. Me pregunto si están viendo algo que se supone, no debieran ver...

Me llevaron al centro de la plaza y pude apreciar con-no voy a negarlo- temor, el montículo grotesco de leños secos, de diversos tamaños e incluso pude distinguir la clase de arbusto que iban a utilizar para que ardiera brutalmente.

Los verdugos, queriendo disimular su incompetencia y su cobardía, leyeron sermones y me permitieron pedir perdón a todos los que debí pedirlo. Sabía que debía hacerlo porque quien pierde la vida voluntariamente, ya no podía regresar al cielo. Eso me habían dicho.

Pero nadie me dijo que mi amor no era el único infinito...

Entonces algo sucedió. Me fue revelado que si evitaba mirarte mientras sacrificaba mi alma, podría regresar de las profundidades y contemplarte desde el cielo. Ya no podría ser tu guardiana...pero te vería...te vería otra vez y eso merecía la pena.

Entonces busqué tu mirada por última vez. Querías decirme algo, pero no me era posible escucharte. No...no llores, Jehanne. Es sólo un beso de fuego, pero nunca como el que me transmitieron tus labios.

Las llamas lamen mi piel, miro la cruz frente a mí y lloro pero ya no hay lluvia. No lloro por morir, lloro porque no estaré contigo. Duele, mi Señor...el amor duele tanto...sólo un parpadeo más...

Tu cuerpo se fue volviendo material a medida que el mío desaparecía, convirtiéndose en cenizas que se elevaron entre chispas y remolinos de brisa cálida. Tus memorias se diluyeron al tiempo que mis sentimientos se concentraban y aún cuando el fuego se fue apagando con las horas, aún cuando mis huesos se convirtieron en polvo, entre las ascuas quedaba un regalo para ti.

Sin saber por qué, te quedaste mirando las cenizas. Nadie más se acercó. Sin saber por qué, estiraste tus brazos y revolviste delicadamente la gris sustancia. Entre tus manos de doncella, recogiste mi corazón intacto y ante tus ojos asombrados, aquellos ojos de miel silvestre, aquel corazón que aún latía tomó la forma de un ave blanca y se elevó, dio una voltereta jubilosa y dio un vuelo raso hasta posarse, dócilmente en tu hombro.

Porque me habían dicho que te vería desde el cielo...pero nadie me dijo que no podía bajar, de vez en cuando.

-Soy yo...-pegué mi cabeza emplumada a tu mejilla, y te besé.-Soy yo...-tus ojos parecieron emitir un brillo de entendimiento.

Sonreí-¿Aún dudas que te amo?

 

 

FIN

 

 

 


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