Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mis Días Junto a Gaara por chibiichigo

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer: Naurto es propiedad intelectual de masashi kishimoto 

 

Notas del capitulo:

Bueno, me tardé haciendo este pero a las 10:16 hora de México subo el segundo fic por el cumpleaños de mi personaje favorito en el mundo.  Gracias a Masashi Kishimoto por crearlo y pues... no lo sé. Gaara tiene presentación propia. 

 

Feliz cumpleaños Gaara- sama

Mis días junto a Gaara.

 

¿Quién soy yo para decir algo de Gaara? Realmente creo que haría un trabajo paupérrimo intentado describirlo, es decir… no podría hacer más que una descripción física de él y eso con muchas dificultades. Todo en mi vida, referente a él está marcado por la subjetividad.  Podría decir que es el hombre perfecto si eso no sonara tan endemoniadamente cliché.

Es la clase de chico que es fuerte para los demás aunque por dentro se esté desgarrando. Capaz de dar seguridad a todos y actuar con entereza aunque realmente tenga miedo, es la persona que me cautivó y con quien me enorgullezco de compartir mi día a día.

Al principio pensé que era diferente, una persona nada típica viviendo en un mundo típico, que sufría en silencio y que prefería el silencio o la hostilidad antes que regalar una sonrisa sincera. No me equivoqué.  Pero para describir a Gaara hay que decir mucho más que eso y son cosas que no se pueden expresar con meras palabras. Hay que verlo a los ojos e impregnarnos de esa gama de sentimientos escondidos para poder captar todo el sufrimiento y la necesidad de involucrarse más activamente en un mundo donde se siente rechazado y que, para desgracia suya, no puede cambiar.

Supongo que sería más comprensible si explicara cómo han sido mis días a su lado que si intento, pobremente, definir a la persona que más amo en este planeta.

 

Yo lo conocí cuando éramos pequeños. Asistíamos a clases de karate juntos y, a decir verdad nunca nos llevamos muy bien. Ambos éramos reservados y preferíamos practicar en silencio que detenernos a convivir. Pocas veces lo veía acompañado de alguien, ya que iba y regresaba solo a casa, mientras que mi madre acudía a recogerme, tal y como una madre actúa en esas circunstancias.  No comprendía el motivo pero cada vez me interesaba más por ese chico de ojos profundos y cabellos de fuego, quizá hasta el punto de la obsesión. Quería, no… necesitaba saber más de él y de su vida. De la noche a la mañana me había venido esa ansiedad por hacerme su amigo, cosa que a la edad de doce años achacas a que está siempre solo y pensativo.

Intenté sacar el tema a colación con mi madre sin muchos resultados. Ella siempre prefería cambiar el tema o simplemente descartar mi comentario para pedirme que le contara de mi día en el colegio o de la tarea que tenía pendiente. Conforme pasaba el tiempo, yo me encontraba más absorto por ese chico que parecía no notar mi presencia en absoluto.

Un día simplemente, desapareció.

No llegó a la clase una tarde. Él nunca faltaba, pero al ser pleno invierno pensé que había pescado alguna de las enfermedades virales propias de la época, pero siguió faltando y no volvió nunca. Le pregunté al profesor qué había ocurrido con Gaara, pero él se limitó a contestarme que por cuestiones familiares no se presentaría más. Tenía la impresión de que nadie me quería contar lo que era un secreto a voces, y que no era que no tuvieran información precisa de la vida de ese peculiar sujeto ¡y menos lo iba a creer sabiendo lo “bien enterada” que es mi madre!

Dejé pasar las cosas, delegando a segundo plano tanto al chico como la innegable atracción que ejercía en mí. Intenté olvidarme de él por completo, logrando sólo en parte desprenderme de esos ojos aguamarina que casi se habían grabado en mi subconsciente.  Quería volver a llevar una vida normal, sobre todo al estar entrando en los difíciles años de adolescencia y haber descubierto con algo de miedo mis preferencias sexuales. Logré olvidarme de Gaara un tiempo.

 

No fue sino hasta años después que lo encontré de nuevo, justo cuando un problema de salud sacudió a mi familia. Mi madre había sido diagnosticada con cáncer de mama y la única opción que existía era que le practicaran pesadas sesiones de quimioterapia en el hospital. Yo tenía diecisiete años cuando ese centro se convirtió en mi segundo hogar. Pasaba días enteros vigilando de mi madre y en ocasiones dejaba de asistir a clases para cuidarla, a pesar de las insistencias de mi hermano porque no descuidara los estudios.

Me encontraba en la cafetería, esperando que la terapia de mi madre terminara y la devolvieran a la habitación cuando lo vi a lo lejos. Al principio pensé que podía tratarse de cualquier otro pelirrojo, pero el porte con el que contaba, propio de un chico entrado en sus veintes y con una elegancia y gracia natural me hizo comprobar que era él. Me levanté de la silla con la taza en mano para poder platicar aunque fuera unos segundos con él, o por lo menos corroborar que se tratara de él. Hacía tanto tiempo que no dormía que quizá estuviese alucinando.  De cerca era inconfundible… sus rasgos eran iguales a los que tenía de pequeño a excepción de un tatuaje con el kanji del amor que decoraba su frente. Me armé de valor y le hablé. Al principio soné tímido y no logré atrapar su atención encima del barullo del sitio, pero tan pronto subí la voz un poco logré establecer contacto visual con él. Sentía que las palabras se quedaban estancadas en mi boca, impidiéndome hablar.  Me presenté. Le dije que habíamos ido al karate juntos cuando niños, a lo que él no dijo nada e incluso volteó la mirada. Parecía molesto y distante en la plática, pero ya a esas alturas no me importaba. Quería saber más de él. Le invité un café.

Ya sentados le conté la situación en que se encontraba mi madre, y cómo me sentía en esos momentos de desolación. Él se limitaba a escucharme sin decir nada, mirándome sin pestañear y haciéndome sentir, por primera vez en mucho tiempo, atendido. Me pregunté qué pensaría de tener que escuchar a un chico que no veía hacía más de cuatro años y con quien nunca antes había hablado. Me atreví a preguntarle los motivos de su desaparición. Por primera vez noté ese pequeño brillo de dolor en sus ojos. “Mi madre pasó por lo mismo que la tuya” fue lo único que me contestó, y durante unos segundos ambos permanecimos en silencio, temerosos de la reacción del otro, Gaara habló de nuevo “Primero ella me llevaba y traía como cualquier madre. Cuando se lo diagnosticaron fue al estar en fase terminar. Yo regresaba solo a casa porque a mi madre la tenían en el hospital. Cuando ella murió decidí que no quería seguir en clases de karate”  Esas palabras hicieron que mi corazón diera un vuelco. Jamás hubiera pensado que un niño tan pequeño pudiera tener un peso tan grande.

Minutos después, se levantó de la mesa sin decir nada. Yo lo detuve por la manga, no estaba seguro por qué. Le pedí que no me dejara solo… por primera vez desde que esa pesadilla había comenzado me sentía libre para aceptar que estaba aterrado. Él me abrazó y sentí el calor de su cuerpo con el mío, su esencia de nuez. Y me prometió que no me dejaría.

Cumplió su promesa.

 

Durante los meses que siguieron nos frecuentamos mucho. Yo era quien llevaba el peso de la plática mientras que él se limitaba a asentir, con aspecto desinteresado pero prestando atención a todas y cada una de las cosas que decía o de lo que sentía. Evitaba hablar y se notaba distante casi todo el tiempo, pero yo me sentía cómodo con eso.  Casi cinco meses después, sucedió lo inevitable… y él estuvo ahí para darme su hombro en el funeral.

Se convirtió en mi mejor amigo y en ese tiempo llegué a desarrollar sentimientos por él. Me di cuenta de la gran persona que tenía a mi lado, pero que no llegaba a comprender realmente. Era como estar con alguien que crees conocer pero que siempre desarrolla algo nuevo que te impide estar seguro. Él nunca lloraba o hablaba de su vida. En las ocasiones que le pregunté por su familia, decidió evitar el tema. Sólo una vez me dijo que vivía solo porque sus hermanos se habían casado y su padre se había deprimido tanto tras la muerte de su madre que había terminado por suicidarse. Su vida había estado cargada de estragos desde el inicio y yo me sentía el más inútil de los mortales por no poder ayudarle.  

Una tarde de diciembre, le llamé para decirle algo importante. Quería que fuera mi pareja o por lo menos confesarle mis sentimientos, pero no contestó el teléfono. Le mandé un mensaje de texto para saber de él. No era habitual que dejara de contestar, él me respondió que estaba bien y que iría a la misa de su madre. Sin saber por qué realmente, acudí a la iglesia donde sabía estaban sus restos incinerados. Esperaba ser tan solo una pequeña ayuda para Gaara en retribución a todo lo que había hecho por mí.

Lo que vi me dejó sorprendido. Fue la primera vez que lo vi con lágrimas en los ojos, sentado frente a una urna y dejando que todo lo que tenía adentro fluyera. Comprendí en ese momento lo egoísta que había sido por mi parte, y lo desinteresado por la suya, el hecho de aceptar fungir como compañía en momentos tan terribles como el cáncer. En ese momento  Gaara parecía tan sólo un niño pequeño, tan frágil e indefenso que sentí la necesidad de dar el mundo por verlo sonreír de nuevo. Me acerqué despacio y lo abracé, dejándolo llorar hasta que se quedó sin lágrimas. Y así comprendí la persona tan hermosa que era, porque a pesar de sufrir por dentro tenía tras la coraza dura que lo protegía un corazón inmenso.

Cuando paró de llorar y salimos del lugar, lo besé. No había nada más que decir. Él correspondió a mi beso y a ese acuerdo tácito de pertenecernos el uno al otro. Teníamos diecisiete años apenas. ¡Diecisiete años y habíamos vivido ya los golpes más duros y las puñaladas de la vida!

 

Comenzamos una relación seria basada en la amistad y la confianza. Sentía que Gaara era el ser que me complementaba incluso en los silencios. Podíamos hablar de todo y después de verlo llorar él deseaba abrir más su corazón hacia mí. Me contó cosas espantosas de su infancia, los maltratos de su padre, la enfermedad de su madre, de cómo sus hermanos habían preferido irse lejos antes que tener que cuidarlo cuando su madre había faltado. Cada cosa que me contaba me hacían desear abrazarlo y decirle que todo había pasado, pero no tenía caso. Prefería pensar en golpear a todos los que habían hecho sufrir a un ser tan dulce. Me entraban unas ganas inmensas de protegerlo contra viento y marea, contra el mundo entero de ser necesario.  Yo le conté mi infancia, mucho menos dramática que la suya en pocos momentos. Mi padre se había separado de mi madre cuando yo era pequeño y mi hermano no le hablaba desde que mi madre había muerto. Yo no hablaba con ninguno de los dos porque me sentía mal haciéndolo y porque siempre me habían dejado de lado. Fin. Eso era todo el drama de mi infancia. Cuando platicábamos de eso, él reía y me decía que debía recuperar el contacto con mi hermano. Yo, como cabía esperarse, no comentaba nada.

 

Llegué del trabajo de medio tiempo que tomaba después de la escuela a casa de Gaara. Llevaba viviendo ahí unas semanas a petición suya.  Escuché una plática entre él y otra persona,  que no alcance a distinguir, no sabía de qué hablaban pero me tenía alterado el tono de voz cordial con el que se manejaban ambos. Decidí entrar.

Itachi.

Gaara lo había llamado para que pudiéramos platicar. Se excusó como un millón de veces antes de decirme que esperaba pudiera recuperar la relación con alguien de mi familia, que finalmente, Itachi era quien más sabía de mí y quien llegaría a cuidarme siempre. Era mi hermano mayor. Se lo agradecí infinitamente.

Gracias a Gaara recuperé la relación con mi hermano, encontré al mejor de los amigos y a una pareja excepcional que me llena de amor y de esperanzas en el futuro. Espero que ahora comprendan por qué para mí su simple mención es definida con la perfección. Él le dio un sentido a mi vida incluso en la situación más dura que he vivido. Prefirió ayudarme aunque le doliera revivir la situación que lo había marcado en la infancia antes que alejarse y dejarme sufrir en silencio.  Se convirtió en el ser que más amaba de un momento para otro, y en quien me reconozco.

No es sencillo hablar de la persona que amas con la objetividad que quisiera, pero tratándose de él las cosas son diferentes. Es por eso que cada diecinueve de enero celebro que tengo la maravillosa oportunidad de conocerle y de amarle. Solamente puedo decir estas palabras una vez al año, sólo para él.

 

Feliz cumpleaños, amor de mi vida.

 

Notas finales: Hola. Has llegado al final del fic. Espero qeu te haya gustado. ME gustaría recibir un review de tu parte por favor co críticas o sugerencias en aras de mejorar. Si te gustó el fic por favor tomate un tiempo para opinar, ya que tus reviews me ayudan a mejorar y en base a la cantidad que reciba es como yo puedo medir la calidad y la aceptación de mis historias. Dejar un review es gratis y me ayudas a darte siempre lo mejor.  Feliz 19 de enero. No dejes un review por mí... hazlo por el amor a Gaara-sama Kissus C.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).