Un Truco y Algunas Palabras
Mantuvo el cuerpo rígido mientras la cuchara se balanceaba, levantada sobre la punta de su nariz. Lo único que se movían eran sus ojos y todos los otros chicos se le quedaron viendo maravillados.
Finalmente elevó una mano y separó la cuchara de su rostro. Soltando un suspiro de alivio. Todos aplaudieron entusiasmados.
La sonrisa de Mu salió a flote, mientras se sentaba de nuevo en el círculo y dejaba el turno al siguiente chico que debía mostrar algún talento oculto. Pasó los ojos por todos sus compañeros, que sonreían ante el espectáculo, pero se encontró con una mirada adusta que miraba con reproche, a él, justamente.
La mirada se deshizo del contacto con furia, mientras que el aprendiz de caballero se levantaba y se apartaba del círculo.
Mu dudó un momento antes de ir tras él. Llevándose inconscientemente la cucharilla entre las manos.
-Saga ,–se atrevió a perturbar el silencio que el mayor había impuesto al salir hacia los jardines -¿todo bien?
-Eres un tramposo.
En un arrebato se giró hacia él y le arrancó la cuchara de las manos, blandiéndola frente a su rostro en un mudo reclamo. Saga no sabía que decir, él era ya casi un adulto, pronto cumpliría los 16 años y casi le doblaba la edad a ese niñato que había engañado a todos los otros aprendices haciéndoles creer que podía balancear una cuchara sobre su nariz, cuando lo único que había hecho en realidad era utilizado sus habilidades de caballero de una manera reprobable.
-Yo… -comenzó Mu, pero no pudo explicarse. Todos los otros habían mostrado alguna cosa bonita o graciosa. Incluso Camus, a quien todos consideraban apático había terminado haciendo un cisne con un trozo de papel. Él no había podido simplemente pararse ante todos y decir que no tenía gracia alguna, más que la de ser un aprendiz.
-A mí no me engañas así que ahórrate cualquier mentira que vayas a decir porque no me interesa. Farsante.
Y sin otra palabra se volvió a meter a la reunión, haciéndole sentir a Mu que él estaba de más. Siguiendo esa señal, el chiquillo se dejó ir escaleras abajo, hasta salir del Santuario. Se quedó sentado en las gradas del coliseo, mirando sus pies, sin poder saber por qué se sentía tan mal o por qué había sido tan cobarde como para inventarse algo tan tonto.
La noche no tardó en llegar del todo y no le importó mucho siquiera cuando comenzó una brisa ligera que no tardó en empaparlo. El frío arreció. Pero él no se sentía con ánimos de volver ahí y sentirse como un intruso.
Se hubiera quedado ahí solo toda la noche de no ser porque una mano se puso sobre su hombro.
-Saga.
Apenado volvió a separar la vista, qué se suponía que dijera, lo habían tachado de falso y artero y él sentía que era verdad.
-Perdona niño, no quise hacerte sentir mal. Estoy algo nervioso y sólo buscaba desquitarme con alguien.
Y era cierto, en esos días Saga estaba luchando contra un terrible contrincante, imposible de vencer. Peleaba consigo mismo.
Mu de nuevo lo miró, sólo un momento. Más tranquilo.
-Ya no importa.
-Vuelve adentro.
-No quiero.
No culpaba a Saga por hacerlo sentir mal, sino a su propia debilidad; su falta de coraje.
-Entonces me quedaré contigo.
Ahora sí que lo miró, satisfecho. Ninguno volvería a la fiesta de primavera.
Se quedaron ahí, mirando el cielo, sintiendo la brisa, cada uno pensando en lo suyo. Encontrando fallos en sí mismo que tratarían de enmendar. Mu pudo hacerlo. Sobre Saga… bueno, ya sabemos su historia.