Siempre me he preguntado el por qué el cuerpo humano es tan frágil. Como con un sencillo mordisco puedes arrebatarle la vida en cuestión de segundos, como el paso de los años lo deteriora progresivamente, consumiéndolo irremediablemente. Pero lo que más me sorprende de ellos, los humanos, es la necesidad que tienen de depender unos de otros, hasta el punto en el que un impulso cerebral es llamado “sentimiento”. Cuando el impulso hace que el cuerpo se estremezca de forma agradable, lo consideran algo positivo. “Felicidad”... “Alegría”...”Placer”... Al parecer les es muy sencillo catalogar sus impulsos con una serie de nombres que se supone que definen el impulso al que se refieren.
A lo largo de su corta vida, son capaces de justificar sus acciones mediante esos “sentimientos”, buscando un amparo donde esconder su cobardía. Son incapaces de actuar simplemente por instinto, temerosos de las consecuencias de sus actos.
Yo nunca he atendido a esa lógica, pero un día de mi vacía existencia, todo se volvió del revés. Mi rutina se reducía a mezclarme entre ellos, a pasar desapercibido. Hacía años que los cazadores habían desistido en darme el descanso eterno. Hacía siglos que ellos estaban siempre ahí, a la sombra de la civilización, controlándolo todo con sus retorcidos dedos. Llegaban más allá de lo imaginable, la huída era la única salida. Y más tarde, el olvido. No suponía un problema. Yo no era nadie, solo debía desaparecer y se arreglaría todo.
En uno de mis nuevos destinos, cuando ya había olvidado la cantidad de nombres que había tenido a través del tiempo, me sentí vulnerable por su culpa. Yo, vulnerable. Si mis padres aun viviesen, se reirían. Aquello era increíble en mí. Siempre había sido independiente de todo y todos, nada importaba además de mí, todo era vacío e inútil sino me era necesario para sobrevivir. Pero entonces apareció él y todo cambió. Consiguió que aquello que yo no quería entender, los sentimientos, de repente tuviesen un papel importante, un significado coherente, las respuestas que durante tanto tiempo había estado buscando. Fue... como los humanos dicen, “un flechazo”. Solo cruzamos la mirada durante unos segundos, y por segunda vez en mi vida, fue como si todo se detuviese solo para poder observarnos el uno al otro, con curiosidad.
Ese condenado humano consiguió que algo que hacía siglos que había encerrado bajo llave, luchase por volver a salir. Hizo que de repente me plantease ciertas cosas que, en una situación normal, no me hubiese planteado nunca. Fue como si de repente hubiesen girado las tornas, y el cazador fuese ahora la presa. Aquella mirada era solo el comienzo de una serie de acontecimientos que más tarde me traerían de cabeza, y que me han llevado por un camino turbulento, lleno de experiencias que, por mucho que el olvido quiera arrebatarme, no olvidaré nunca.
Estoy dispuesto a contar lo ocurrido, mis suposiciones, mis temores y aquello tan extraño a lo que los humanos llaman “sentimientos”, que resultaron ser más cálidos y sencillos de lo que me temía.
En la habitación contigua está el otro protagonista de este relato, Jairo. Él es quien ha hecho aparecer torbellinos en mi cabeza. Probablemente estará con sus propios invitados, contándoles mi misma historia, pero Jairo lo hará diferente al mío.
¿Quieres escucharme? Toma asiento junto a mí. Mi nombre es Alexei, y durante este relato seré tu anfitrión, te trataré con amabilidad e intentaré no desear tu sangre derramándose por mi garganta.
¿Preparado? Comencemos pues.