Mis lágrimas caían recordándote.
Ahora sólo había oscuridad; la oscura nada. Pero me lo merezco, es lo que merezco por no conseguir mi propósito, por no aferrarme a ti, por no ser capaz de mostrarte mis sentimientos…
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Un día como otro cualquiera, todos pasaban igual. Íbamos al ensayo, te veía cantar y mi corazón se desbocaba. Latía tan rápido que pensaba se me saldría cada una de las veces en las que tus ojos se chocaban con los míos.
Pero bajaba la mirada. Tenía miedo de que vieras reflejada mi alma, mi dolor.
Algunos días salíamos a beber después, cuando no estábamos muy cansados. Apenas hablaba contigo. Prefería juntarme con las risas de Kai o con las provocativas insinuaciones de Uruha.
¿Desde que momento te quise tanto? No lo sé, no logro recordarlo. Pero te quería, te quería tanto…y no hice nada.
Tus juegos viciosos con cada uno de nosotros me hacían trizas el corazón. Sobretodo porque a mí era al que menos se lo hacías.
No recuerdo cuantas veces lloré por ti. Cuando salías en busca de diversión, cuando decidías ir al departamento de Uruha para intimar, cuando contabas todas tus aventuras con desconocidos,…y yo lloraba, lloraba porque no era capaz de decirte lo que sentía por ti, porque tenía miedo de que no me correspondieras, porque no pudiera darte la felicidad que quería que tuvieras.
Desde que supe que estaba enamorado de ti pasaron muchos meses, años incluso. Pero seguía sin decirte nada. Poco a poco me fui apoyando más en Kai. Me empezó a escuchar y a comprender. Me decía que me arriesgara, que luchara por ti. Pero no era capaz, no podía…y seguían pasando los días…
Hasta hoy. Llovía. Llegué muy pronto al estudio y pensé que no habría nadie, pero te encontré allí. Estabas de espaldas y apoyé suavemente mi mano en tu hombro. Te volteaste rápido y vi tus lágrimas saliendo de tus hermosos ojos. No supe cómo reaccionar, ¿qué fue lo que te pasó? ¿Qué era?, ¿por qué estabas tan triste? Pero no te pregunté, no pude preguntarte.
Sólo vi tus ojos inundados en lágrimas y, de repente, los míos empezaron a estar borrosos.
Entró Uruha por la puerta y te secaste lo más rápido que pudiste. Diste media vuelta y, cuando le miraste, no supe discernir qué pensabas, qué te ocurría.
Uruha no te miró, ni te saludó. Se puso a afinar su guitarra esperando que llegara el resto.
Y así pasó el ensayo, sin nadie que dijera nada acerca de tus hinchados ojos, sin nadie que comentara qué pasaba.
Y mi corazón se estaba haciendo pedazos poco a poco…no soportaba verte triste, pero tampoco podía preguntarte. Tenía miedo. Siempre tenía miedo.
Terminó el ensayo y Kai se fue con Aoi y Uruha rápidamente. Quedaste tú y quedé yo. Pero no quisiste hablarme, arreglaste tus cosas y saliste.
Pensé qué debía hacer…¿tenía que buscarte e intentar apoyarte?
Tras un breve tiempo fui detrás, bajando las escaleras del edificio lo más rápido que pude. Crucé la calle, siguiendo el camino que hacías todos los días hasta su casa. Seguí corriendo hasta llegar a un cruce. No esperé que el semáforo se pusiera en verde para los peatones, seguí corriendo…pero me paré. Me paré en la mitad de la carretera. Porque te vi.
Estabas hablando con Uruha. La lluvia caía fuerte y ninguno estabais a cubierto, al igual que yo. La lluvia mojaba mi pelo y mi cara, pero apenas notaba la humedad calando mis huesos. Era más bien como un frío en lo profundo de mi corazón.
Te acarició suavemente, con ternura. Te abrazó y te dio un beso. Seguía en mitad de la calle, esperando no sé a qué.
-Vuelve a buscarle- leí en los labios de Uruha. Y se fue, dejándote sólo. Te derrumbaste, caíste al suelo. Llorabas. Veía tus lágrimas perfectamente. ¿por qué llorabas?, ¿a quién tenías que buscar?
- Akira…Akira….-te escuché, esta vez te escuché. Lo gritabas casi. ¿Por qué me estabas llamando? ¿por qué me querías buscar? Pensé en salir corriendo hacia ti. ¿Me querías?, ¿me querías y no me había enterado?
Avancé un paso pero paré. El miedo me hizo presa y no pude moverme.
¿Me amabas?, ¿me amabas tanto como yo te amaba a ti? No podía ser…no me podías querer…no era digno de tu amor… era todo un mal sueño…
Te giraste y me miraste.
Sonreíste y te levantaste.
-Akira!!-gritaste. Mi corazón era un puño cerrado fuertemente, con las uñas hincándose en la piel, perforándola, haciéndola sangrar. Y aún no sé por qué.
Fui un cobarde, un perfecto cobarde. Tuve miedo de mí. Miedo de que el amor que sentía se hiciera tan grande que me hiciera explotar. Miedo de que te hiciera daño. Miedo de no ser lo que tú buscabas. Miedo, a fin de cuentas, de intentar ser feliz.
Pasaron unos breves segundos y el escenario cambió. Te recuerdo encima de mí, llorando, gritando, sollozando. Veía sangre por tus manos, por mi cuerpo, por la calle.
Y, al lado, un coche parado, cruzado en mitad de la carretera.
Mi cuerpo había salido despedido bastantes metros y ahora yacía sobre el húmedo suelo, sin vida.
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Todo es negro aquí, mi vida.
No hay nada más que oscuridad. ¿No hay un cielo para mí?, ¿no hay una segunda oportunidad?
Pero es lo que me merezco. Porque no te pude hacer feliz. Porque me amabas y yo era frío y distante contigo.
Ahora me doy cuenta de eso.
Cuando mis ojos te miraban lo hacían con frialdad y distanciamiento. Y con cada mirada te mataba un poco más, porque me querías, me querías tanto como yo a ti. Pero pensabas que te odiaba, que no soportaba verte.
Fue todo mi culpa. No supe arriesgarme, no supe luchar por lo único que realmente quise en mi vida.
Y ya no hay vida para mí. Ojalá alguien te haga todo lo feliz que me hubiera gustado hacerte, ojalá alguien te quiera la décima parte que yo, pero que sea diez veces más valiente.
Te amo, Ruki, desde donde quiera que esté, te amo.