-Ven... ven... ¿Estás listo para otra ceremonia de aceptación? – preguntó el rubio quitándose las gafas y abrazando al menor en una sala oscura donde sólo se veían las sábanas blancas de la cama y la reluciente y pálida piel de ambos.
-No... por favor no Marco... – se quejó el peliverde mientras los brazos lo acorralaban juntando ambos cuerpos.
Iba a ser una noche como muchísimas más que desde hace meses habían empezado, desde que su cuerpo y alma se entregaron a los soldados blancos que buscaban justicia, fuera el precio que fuera; al principio habían pensado que sus ideales eran iguales pero su mente no olvidaba la primera violación que había recibido de parte del líder de ellos, Marco, siempre que esto ocurría no podía negarse a ceder a saciar el placer del otro, siempre que esto ocurría... recordaba a sus antiguos amigos, con los cuales, no podía decir que no, tuvo relaciones, había noches en las que la curiosidad los mataba y al no tener chicas cerca sus cuerpos reaccionaban a cualquier indicio sexual, especialmente con aquel bronceado que siempre sonreía, que siempre decía que todo iba a salir bien...
-Grita... – le decía el mayor agarrándole las caderas y haciendo el acto bruscamente mientras que el chico de ojos verde se sostenía de las sábanas y la almohada derramando lágrimas de dolor aunque su miembro no reaccionara de la misma forma.
-¿Estás bien? – le preguntó una chica de cabello castaño al pequeño soldado trayéndolo de vuelta al mundo real, sirviéndole un vaso de leche con un pan en el comedor de la iglesia en la que estaban, suspiró al darse cuenta de que recordaba el encuentro de la pasada noche.
-Yo... Señorita Mine... – susurró Lyzerg viendo como entraba Marco a el comedor, cuestionándole con la mirada, el joven de cabello verde guardó silencio y tomó asiento con sumo cuidado haciendo pequeños gestos de dolor.
Tomó su desayuno en silencio mientras que los demás soldados entraban y la chica les daba su ligero desayuno.
-Llevas algunos días un poco extraño – le dijo el soldado con máscara negra.
-Suficiente – dijo el rubio bebiendo un poco de su vaso y todos guardaron silencio ante la orden.
-Buenos días... – entró la chica de cabello plateado y aura divina, ojos como dos rubí carmesí, belleza incomparable; todos se levantaron e hicieron una reverencia – sienténtense mis querido ángeles...
Todos quedaron más callados que antes viendo y observando a su diosa.
-Lyzerg... Mine... – llamó la doncella haciendo que ambos voltearan – quisiera que observaran un área que me despierta curiosidad, me parece que no es vigilada por los organizadores del torneo... me gustaría y considero abrir ahí el portal de Babilona.
-Como ordene – respondieron ambos levantándose de la mesa cuidadosamente recogiendo sus cosas sin llamar mucho la atención.
-Pero doncella Jeanne... no puede dejar que vayan solos – gritó el líder conteniendo su furia intentando fingir una voz tranquila.
-¿Por qué Marco? Ellos dos son ángeles igual que tú – contestó completamente natural la niña mordiendo un poco el pan – todos son mis soldados, con las mismas capacidades...
-¡Pero...! – el rubio se levantó pero la doncella le hizo guardar silencio con un gesto.
-Vámonos Lyzerg – le indició Mine y ambos salieron del comedor siendo observados por todos, especialmente la forma de caminar del menor.
-Marco, o controlas tus pasiones y deseos o perderemos al chico – Kevin le aventó el pan furiosamente y se retiró mientras que todos los demás seguían comiendo.
-Lyzerg, dividámonos – le indicó la castaña señalando dos caminos – ponte en guardia con tu arma, que no te pase nada por favor, sabes que yo me preocuparía mucho – le acarició la mejilla para después besarla y se fue al camino de la izquierda.
El chico suspiró y caminó lentamente cojeando un poco, todavía le dolía a pesar de que tenía tanta experiencia, cojeaba... El lugar estaba completamente desolado, y parecía que iba a llover muy pronto, las nubes se conglomeraban en el cielo tapando el sol y oscureciendo el camino.
-Mira, sigues igual de diminuto – se escuchó la voz de un chico, el de ojos verde se detuvo y cerró los ojos esperando que tan sólo hubiera sido su imaginación, sintió unos brazos rodear sus caderas y un largo cabello castaño deslizarse por sus hombros.
-Vete...
-¿Por qué cojeas pequeño Lyzerg? – le preguntó el gemelo Asakura besándole el cuello.
-Yo no cojeo...
-¿Le has entregado a alguien eso que yo probé hace bastante tiempo? Sabes que disfrute quitarte la inocencia una y otra vez... cuando eras tan solo un niño, hermosos recuerdos... lo podemos repetir, al fin ya eres más grande y experimentado...
El ángel agarró su pistola, Hao no le detuvo, sabía que no la iba a usar.