Era confuso, pareciera que todo daba vueltas y borracho no se encontraba, estaba más sobrio que un Uruha sin dinero, aún así no asimilaba como unas simples palabras proveniente de un sujeto le podían dejar en tal nefasto estado, derrumbado sobre el sofá de su hogar, bajo la silenciosa oscuridad que se había provocado después de su partida. ¡Era insólito!
-Yo, el gran Reita… ¿he sido rechazado?- vociferó una carcajada de alto nivel, provocando un fuerte ruido en la muralla tras el golpe de furia que dio a conocer su vecino, cabe decir, de no muy buen humor.
No importaba como, de una u otra forma siempre era lo mismo, el idiota era rechazado por todos, pero esta vez era distinto, por primera vez aquel pensamiento y/o sentimiento lo acosaba de una forma psicópata que le hubiese gustado demandarle, pero de tan sólo pensarlo era tan estúpido como el mismísimo sujeto que lleva por nombre Akira Suzuki.
¿Es que acaso nadie comprendía? que Suzuki no era tan sólo video juegos, camisetas musculosas, pantalones holgados y vocabulario que dejaba mucho que desear, sin contar ese raro egocentrismo que tenía sobre sí mismo, cuando nada había logrado en su vida.
Akira Suzuki era mucho más que eso, y eso sólo lo sabía él.
Pero esa misma tarde, una vez más le habían refregado en su rostro la misma negación que venía escuchando de hace tiempo, pero ahora la voz de su chico dolía como fuertes puñaladas de gran filo en su pecho.
Y sí, era primera vez que este rubio de complejos egocentrista de niveles desconcertantes se le declaraba a un hombre, la primera vez que de su propia boca salían frases sinceras, aún así él no las creyó. Ruki, ese chico, lo había destruido, y aunque ahora reía como demente sobre el sofá, por vez primera sentía un verdadero rechazo, por vez primera su corazón se había acongojado fuertemente.
Y es que no entendía el porqué, quizás esas veces que fue rechazado era con justa decisión, porque el rubio nunca había experimentado aquello llamado amor, pero ahora, cuando su corazón latía de tan sólo oír su nombre, cuando su estomago se revolvía al verlo tan cerca, cuando intercambiaban unas simples palabras, cuando por vez primera sentía ese sentimiento revolcarse en su pecho, era realmente injusto ser rechazado.
En ese imperturbable silencio se quedó envuelto por la oscuridad, quizás reflexionando, quizás pensando una tontería, daba igual, nada cambiaría las cosas, su ya cansado cuerpo no le importaba a nadie, siquiera un amigo, siquiera a los gusanos, su vida era un desperdicio, y por primera vez se percató de aquello, dejó de lado el ego que jamás le correspondió y divisó la enferma vida que había llevado hasta entonces, la vida de un ser el cual nadie desea, eso era él, lo indeseable, y aunque había vivido todos esos años dentro de una realidad que él mismo se creó, ahora se trizaba y volvía a la verdadera realidad, donde los problemas dolían, donde la perfección no existía, donde sus sentimientos después de todo si importaban, y aún peor, donde sentía.
-¡Por favor!- suplicó –vuelve a mí y acéptame-
Y como si fuera por arte de magia sintió el golpe tras la puerta.
Se levantó con pocas ganas, caminando hacía la puerta, y cuando esta fue abierta, para su sorpresa era el chico que le hizo pensar una y mil cosas en menos de cinco minutos.
-Hola…-
-Ho…Hola- respondió atónito.
-Estuve pensando, y sólo deseo preguntarte algo- le miró desafiante.
-Dime…- observó al menor con esa expresión, que habitualmente, llamaríamos idiota.
-Yo sólo quiero saber si lo que me dijiste era verdad y no otras de tus estupideces matutinas- emitió inseguro de sí mismo el pequeño rubio.
-¡Todo verdadero!- vociferó –yo te quiero, Ruki, yo te quiero- contestó de inmediato sin pensar en todos esos debrayes que había tenido hace unos segundos, porque al tener a Ruki delante suyo le había dado nuevamente vida a su vida.
-Está bien, con eso estoy bien- se acercó para que su rostro quedara en el pecho del más alto, y deslizar lentamente sus brazos por la espalda del rubio. –Porque yo también te quiero…-
No importa quien seas, no importa que tan idiota puede ser tu realidad, no importa si haz fracasado una y otra vez, no importa cuantos errores hayas cometido en tu vida, porque aún así, tú estarás en los sentimientos de alguien.
Y ese fue el último pensamiento que mantuvo antes de abrazar al menor, porque ese sentimiento psicópata congénito que había mantenido le continuaba acosando día a día, con la diferencia que ya no importaba preocuparse, porque Ruki se había vuelto de su propiedad, y no permitiría que aquello cambiase, y si era necesario volverse un maldito decente con modales, él lo haría, porque el amor era más raro que la mismísima venda que usaba todos los benditos días en la nariz.
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