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LA LEYENDA DEL UNICORNIO NEGRO por sherry29

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Notas del capitulo: Hola a todos, muchas gracias por leer mi fic y a los que comentaron pues un besote inmenso por estar siempre dedicandole sus lindas palabras de afecto a mis escritos . A mi querida beta bathory no tengo como agradecerle, el mérito tambien es de ella.



Besitos gigantes y a leer!!!!
Que me importa el Calvario si amarte es sufrir, O que juegues con cartas marcadas. Lo que importa es las noches pasadas en ti, Aunque a cambio me rompas el alma. ¿Qué me importa la vida? ¿De qué sirve vivir? Si me falta tu cuerpo caliente. Lo que importa es tocarte y apagar esta sed, Que tan solo me apaga tu fuente. ______________________________________________


Las luces de las antorchas ubicadas en cada esquina no eran suficientes para alumbrar en su totalidad el recinto ni tampoco a los cuerpos que se encontraban frente a él. Las sombras se tragaban porciones de piel, los rostros curtidos de placer y parte del espectáculo. Rasht sentado en un sillón al lado de su cama no participaba de forma activa de los hechos que se sucedían en su alcoba, sus ojos verdes solo se dedicaban a contemplar. La suave brisa nocturna que se camuflaba entre las cortinas levantaba sus negros mechones despejando su rostro indiferente, ausente, taciturno, exactamente contrario a como debería lucir contemplando una orgía.

Los cánticos de lujuria que rebotaban en las paredes nacaradas del cuarto no lograban caldear su cuerpo ni erizar los poros de su piel, no tenían el poder de acelerarle el ritmo cardíaco, de hacer vibrar su nervios ni de encenderle el deseo hasta ese punto de agonía tan parecido a la muerte. Palpó por encima de la tela de su pantalón esperando estar equivocado y que su cuerpo quizás fuera más receptivo a los estímulos que su mente, buscó esa parte del cuerpo de todo hombre que por instinto obedece más a las ansias que a la razón y la encontró como siempre había estado, como siempre recordaba haberla mantenido… dormida. Era inútil, por más que su abuelo intentase trucos para despertar su virilidad nada funcionaba, era un hombre a medias, un hombre inservible. No merecía ostentar el poder que pronto le llegaría y mucho menos tomar a alguien como esposo.

Los pasos suaves de su abuelo Sharp cesaron a su lado, la sombra del venerable señor se proyectó sobre él y una mano amplia, de dedos largos y huesudos bajó segura hasta su entrepierna.

- Esto es verdaderamente ridículo – Masculló entre dientes apretando un poco más fuerte antes de soltarlo.

- Lo siento – Dijo una voz fría y calmada que parecía mentir pero que no lo hacía.

- Era tu última oportunidad Rasht. Traeré al chico – Le informó dando media vuelta y saliendo de la recamara envuelto en su abrigo de piel de gacela.

Rasht se puso de pie, pasó esquivando los cuerpos desnudos sin darle menor importancia y buscó en su ropero un grueso abrigo de cuero. Sabía a quien visitaría su abuelo así que debía darse prisa en ir a ver a alguien él también. No podía convencer al anciano de dejar a Vray tranquilo sin evitar que sospechase de sus verdaderos sentimientos. Ese maldito viejo tenía ojos de águila, oídos de murciélago y astucia de zorro. Pero él era como un fantasma, y los fantasmas son invisibles aún para los ojos más agudos.



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La temporada de vacaciones llegaba a su fin y por cada rincón de la aldea se veían cientos de muchachos uniformados y con mochila al hombro madrugando para ir a la escuela. Un aroma de excitación tan común en los primeros días de clases llenaba el ambiente. Estrenar útiles, hacer nuevos amigos, los nuevos profesores; en fin un abanico de cosas insospechadas por suceder. La mayoría de los chicos pensaban de esta forma, chicos entre los cuales no se hallaba un joven de cabellos plateados y ojos nocturnos cerrados con vehemencia.

- ¡Aún tengo mucho sueño! – Exclamó Vray alargando la última vocal. Apretaba una mullida almohada enterrando su cara en ella para de esta forma evitar los rayos de sol que penetraban por la ventana que había abierto de par en par su papá.


- Debes ir a clases Vray, ¡levántate de inmediato!

Evi Avelox se estaba empezando a impacientar, llevaba más de quince minutos tratando en vano de sacar a su hijo mayor de las cobijas, ya era prácticamente imposible que llegara a tiempo a la escuela pero no le iba a dejar quedarse por la aldea vagando como siempre. Vray le había insinuado el año anterior su intención de abandonar los estudios, quería trabajar y ganar dinero, la escuela no era lo suyo. Su padre aceptó a regañadientes después de una gran discusión, el problema fue que al voluntarioso adolescente los ánimos de laborar solo le duraron dos semanas y sin importarle nada abandonó su primer y único empleo como dispensador de una botica para dedicarse a callejear sin rumbo y juntarse con grupos de dudosa reputación.

En menos de dos meses fue apresado en cinco ocasiones por delitos que iban desde robo de gallinas hasta daño a propiedad privada pasando por otras como consumo de sustancias alucinógenas en plena vía pública, venta de las mismas y posesión ilegal de armas. Su edad le impidió ir a parar a un calabozo por muchos años pero no le salvó de las azotainas de Tales, su padre. Después de su último arresto éste le dio un ultimátum, una vergüenza más para su familia y lo echaría para siempre de la casa.

De esta forma los Avelox consiguieron que su hijo aceptara retomar sus estudios al año siguiente sintiendo que las cosas empezaban a marchar sobre ruedas otra vez. Mas no todo era color rosa y después de un tiempo Evi empezó a sospechar que había algo más detrás del comportamiento aparentemente apacible de Vray, y lo descubrió una tarde después de rebuscar afanosamente en su habitación. Eran unas pastillas, que él conocía perfectamente bien, hechas a base de plantas especiales que ingresaban por contrabando desde Wildemoon y que eran anticonceptivas, ¡Su bebé estaba tomando anticonceptivos!

El anonadado papá decidió no decirle nada a su esposo, no le gustaba ocultarle cosas a su marido pero temía que cumpliera su antigua promesa y pusiera a su pequeño de patitas en la calle. No podría soportar ese dolor. Pero no se quedó tranquilo, no hasta que descubrió que era Jeik la persona con la que su niño se acostaba. Le caía bien ese muchacho, era trabajador, educado, inteligente y buen mozo, el partido perfecto para su Vray, además las familias se conocían desde antes de que ellos nacieran, así que era totalmente compresible que los chicos terminaran juntándose.

- ¿Qué está sucediendo aquí?

Tales entró en la habitación con un grueso cinturón bailando en su diestra, más le valía a su primogénito dejarse de tonterías si no quería terminar con el trasero escaldado y sin poder sentarse en una semana.

Vray dio un respingo apenas escuchó la voz de su padre. Frustrado y un tanto adormilado salió refunfuñando hacia el patio para ducharse e irse a clases.







La escuela ubicada cerca de la plaza central era el centro educativo más importante de Velek, pocos alumnos lograban resistir el ajetreado ritmo de estudio y el régimen de disciplina era más digno de un instituto de Wildemoon que de ese pueblecillo relajado y de costumbres distendidas. Vray se sentía extremadamente ridículo enfundado en ese pantalón verde acampanado que se sujetaba con tirantes a los hombros y esa camisilla de lino blanco, manga larga y de cuello ajustado perfectamente cerrado. Pero eso no era lo peor, la crème de la crème del atuendo era ese vergonzoso gorrito estilo boina que descansaba sobre sus cabellos plateados recogidos en una coleta baja. Parecía un puto duende.

Con rostro agrio ingresó en el plantel tratando de no empujar en la fila, siéndole casi imposible resistirse a la tentación teniendo en cuenta que el muchacho que tenía enfrente era un gordito de caminar torpe que llevaba sobre sus espaladas un morral con una extraña cara bordada, de la cual Vray suponía que era una versión distorsionada de un conejo. La vida era cruel poniéndole esas duras pruebas, pero recordó el rostro de su papá y la promesa que le hizo antes de salir. No estropearía las cosas, suficientes problemas había tenido que sortear Evi para lograr conseguir que lo aceptasen en esa escuela a pesar de sus antecedentes. Si, definitivamente no lo estropearía.

- Vray Avelox… ¡Fuera de la clase!

Era la tercera suspensión en solo dos semanas, la causa esta vez fue la irrespetuosa respuesta que dio al maestro de biología cuando éste le preguntó por el creador de la teoría de la reproducción asexual. “Su esposo” había contestado Vray entre risas ahogadas provocando un estallido de burlas por parte de sus compañeros y un brillo escarlata en las mejillas del pobre docente.

No hay ni que decir que el resto de la mañana se la pasó llenando planas cuyo contenido era “No debo entrometerme en los asunto privados de mis maestros” y fue citado para asistir a un curso de fin de semana sobre el respeto.

- ¿No deberías estar en el curso ese? – Preguntó Jeik mientras alisaba una madera hasta dejarla finamente pulida.

- ¿Estás loco? Moriría del aburrimiento.

Vray colgaba de un tablón horizontal que apenas resistía su peso, le encantaba ir a ver trabajar a Jeik, con el torso desnudo, sudoroso y oloroso a serrín l ucía realmente guapo. Pícaramente se bajó de su improvisado asiento y llegó hasta la espalda del castaño. En ese momento una gota salada resbalaba por su columna perdiéndose hacia abajo.
- Y aquí definitivamente tengo cosas más interesantes que hacer.

Jeik sintió la respiración del otro chico en su espalda y luego sus manos aferrándose a su cintura apresándole para rozarle el trasero con su hombría. Recostó sus manos sobre su trabajo recién terminado y expulsó una gran bocanada de aire. En el fondo le avergonzaba sentirse así pero por otro lado no podía evitar desearlo con todas su fuerzas. En Wildemoon la idea de un varón intercambiando papeles con un doncel era algo terriblemente estigmatizado y desgraciadamente este pensamiento también se había incubado y había echado raíces en el bosque de Velek.

- No hagas eso – Pidió entre suspiros pero sin apartar sus glúteos del miembro de su amigo.

-¿Qué no haga qué? – Rió entre dientes Vray mordisqueándole la oreja fascinado de ponerlo en aprietos.

- Alguien puede vernos.

- Qué espectáculo se darían.

Jeik echó un vistazo rápido por la ventana de su taller, no vio a nadie rondando por las cercanías así que pensó que tal vez un desfogue rápido no era tan mala idea después de todo. Corrió las cortinas y aseguró la puerta por si las dudas para luego él mismo bajarse los pantalones, nunca usaba ropa interior. Se acomodó en la misma posición de antes y se concentró en relajarse.

- Hazlo rápido ¿Bien? – Pidió con voz ronca por el deseo mirando de forma sugestiva al menor.

Vray sonrió con malicia y se aproximó.

Sus uñas estropearon el encargo que recién había terminado, tendría que pulir la mesa nuevamente pero poco le interesaba eso ahora. El placentero bombardeo lo mantenía en un estupor momentáneo, no se sentía menos varón por permitirse ese agradable frenesí, en cambio ser sometido era un afrodisíaco poderoso para aumentar su fiereza viril a la hora de poseer. Es fácil dar algo cuando sabes lo bien que se siente recibirlo. Vray tenía que subirse a un taburete para poder realizar su trabajo, poseer a Jeik era una de las cosas más extraordinarias que podían sucederle, sonreía recordando la bofetada que recibió la primera vez que le planteó la idea.

Las piernas del castaño temblaban de forma terrible, tanto así que el chico optó por recostar su pecho sobre la madera proporcionándole un mejor ángulo a la inclinación de su trasero. Las manos de su amante aferraban sus caderas y sus dientes dejaban marcas en la piel de su torso. Vray tomó de repente una de las piernas del castaño y le hizo subirla sobre la mesa, hacía días que quería probar esa posición luego de oírla de boca de uno de sus compañeros de clase, el único que le agradaba, cabe aclarar, y con el que había conectado desde el principio. Apenas tuviera tiempo se lo presentaría a Jeik.

- ¿Qué estás haciendo? – Jadeó el castaño al notar las intenciones de Vray de colocarlo en otra posición.

- Te va a encantar – Aseguró el menor dándole la primera estocada en su nueva postura.

Jeik tembló como una hoja en medio de una ventisca, una corriente maravillosa lo sacudió de pies a cabeza y hasta los ojos se le aguaron. Su garganta dejó salir un quejido gutural para satisfacción de Vray que no dudo en seguir embistiéndolo con brío. El castaño tenía todo su ser concentrado en el placer que estaba sintiendo, ya que de no ser así se hubiera preguntado de quien o con quien estaba su amante aprendiendo esos trucos porque lo que tenía claro era que no había sido con él.

- Jeik, muchacho. ¿Estás ahí ?

El llamado al otro lado de la puerta asustó a los libidinosos jovencitos. Vray sentía las cosquillitas que preceden al orgasmo mientras que Jeik no quería que ese intenso placer acabase nunca, controlándose increíblemente para no correrse. Ambos se miraron angustiados, Vray consideró la opción de retirarse abruptamente sin terminar pero la mano de Jeik aferrada a una de sus muñecas y sus ojos de súplica le dieron vía libre para continuar.

- Un momento por favor – Contestó el castaño a los insistentes toques haciendo un esfuerzo sobrehumano para que su voz no saliera quebrada.

Vray se tumbó sobre el castaño aumentado el ritmo de sus estocadas, Jeik como todo buen varón que casi no mantiene actividad por el respaldo del cuerpo estaba deliciosamente apretado y era toda una hazaña lograr follárselo a esa velocidad. Jeik lloraba de puro placer dejando huellas del delito sobre la mesa recién pulida. El hecho de saber que a pocos pasos alguien le podía descubrir siendo sodomizado irónicamente le excitó más.

- Jeik te amo, te amo – Repetía Vray con desesperación. Su cuerpo estaba hirviendo y los sonidos impacientes fuera del taller lo acosaban sin tregua.

- Yo también te amo, Oh, si, te amo – La correspondencia de Jeik tomó por sorpresa a Vray al igual que la tremenda explosión de su gozo llenando las entrañas de su amante.

El castaño logró separarse de la mesa antes de eyacular, de lo contrario le hubiera tocado barnizar la madera para que no descubrieran la mancha post orgásmica. Con ansias abrazó a un lánguido y agotado Vray besándolo fervientemente. El de cabellos plateados se dejó hacer creyendo que las caricias de Jeik eran la confirmación de sus palabras.

- ¿Qué pasó muchacho? ¿Por qué no me abrías?

La pregunta se contestó sola cuando el hombre vio al hijo mayor de Tales Avelox recostado en una de las vigas centrales del taller. Tenía la camisa a medio encajar y el cabello más desordenado que la plaza del mercado. Torció el gesto dándole un vistazo somero a Jeik, por lo menos él si lucía como todos los días aunque tampoco es que se acicalara demasiado para lijar madera.

- Que pena señor, había unas tablas recostadas en la puerta y tuvimos que quitarlas – Respondió Jeik con voz agitada y rostro arrebolado. Por lo menos la excusa era adecuada para justificar porque estaba tan cansado y hablando entrecortadamente.

- ¿Está lista mi silla? – Inquirió el recién llegado mirando de soslayo a Vray. Hizo una mueca de desagrado. Jeik era un buen muchacho, nunca había entendido como podía ser amigo de semejante zángano. Ahora entendía los motivos, después de todo el mocoso estaba bastante apetecible. Sería un magnifico esposo si tuviera la conducta apropiada.

- Exactamente como me la pidió.

El sujeto examinó su pedido revisando cada detalle. Era un mecedor mediano hecho con madera de nogal, con asiento y respaldo de paja y con varias figuras elípticas talladas a mano. Laqueada en color bronce y suave por donde se tocase. Más que un mueble era una verdadera obra de arte.

- Y bien… ¿Le gustó?

Su cliente sonrió satisfecho extendiendo una bolsita con el precio pactado de antemano. Doce monedas de plata.

- Es un placer hacer negocios contigo muchacho – El mayor colocó una mano sobre el hombro del joven carpintero – Solo recuerda algo. Una manzana podrida pudre a todas las demás – Dirigiéndole una escueta mirada al de cabellos plateados.

Vray alzó la vista disgustado. Si había algo que lograba enervarlo era la sutilidad de la gente a la hora de insultar. Si pretendían ofenderle que lo hicieran de frente y sin rodeos pero que no le hablaran con indirectas y comentarios ácidos escondidos en diplomacia.

- Si tiene algún problema conmigo dígamelo de frente señor.

El mayor arrugó el entrecejo y se cruzó de brazos.

- Creo que eres un vago y un inmaduro. No mereces los padres que tienes.

- Y usted es un entrometido imbécil. Merece totalmente el cerebro de cretino que tiene.

- ¡Vray por favor!- Le riñó un avergonzado Jeik.

- Déjalo muchacho – Pidió el otro hombre recogiendo su mecedor – Ya la vida se encargará de reprenderlo.

Apenas el hombre se hubo marchado los acalorados amantes empezaron a discutir. Jeik estaba muy molesto por la grosería de Vray con su cliente, mientras que éste, estaba disgustado porque su amigo no lo había defendido. Al final la mano de Vray quedó estampada contra la mejilla de Jeik y como un energúmeno se fue dejando a un molesto castaño echando retahílas en su contra.

“Tú solo me amas mientras estamos cogiendo ¿Verdad?” – Fue lo último que dijo el menor antes de salir dando un portazo.







Durante una semana no se hablaron. Vray pasaba todos los días por el taller cuando iba a la escuela y pese a sentir la pesada mirada de Jeik sobre sí, el chico no se inmutaba, en cambio erguía su espalda, alzaba su mentón y miraba de reojo a su amigo torciéndole los ojos. Jeik se sentía confundido, se preguntaba si tal vez era un error dejar avanzar las cosas hasta esos extremos. Desde que se empezaron a acostar juntos discutían con demasiada frecuencia cosa que no es normal en dos amigos que supuestamente tienen claro lo que son. Tal vez Vray ya no estaba comprendiendo la condición de ambos y era mejor dejársela clara antes de que surgieran peores malentendidos. Le había dicho que lo amaba, sí, pero no en el sentido que Vray pretendía, además no es fácil buscar las palabras adecuadas en un momento tan febril. Amaba mucho a su amigo, pero exactamente como eso, amigo. Jamás podría verlo como el amor de su vida ni como el papá de sus hijos y ahora menos, porque por fin, la persona que deseaba desde hacia años empezaba a mostrar atracción por sus galanteos.

Se trataba del hijo del panadero más importante del pueblo, un quinceañero de ojos azules y más dulces que los pudines que vendía detrás de ese mostrador tras el cual escondía un cuerpo de pecado. Jeik se enamoró de él desde que lo vio un día que fue a comprar panecillos para sus hermanos menores, pero el chico solo tenía trece años mientras que él tenía diecisiete. Empezó a cortejarlo de forma tímida, al principio solo iba con la excusa de comprar pasteles o algún otro postre, llegando a ganar más de tres kilos en un solo mes, pero luego se dio cuenta de que el otro joven no era tonto y que sabía que su asiduo cliente estaba encandilado con algo más que sus tortas.

De eso hacía exactamente casi dos años, tiempo en el cual el chico aceptaba modestamente sus insinuaciones sin darle pie verdaderamente para algo. Fue esa frustración de no estar logrando nada luego de tantos esfuerzos lo que le hizo involucrarse sexualmente con Vray. Sin embargo el mismo día de la discusión con su amigo, el comedido jovencito rompió su velo de indiferencia y le invitó a una deliciosa torta de chocolate con una nota donde aceptaba que empezaran a frecuentarse lejos de las paredes del local de su padre.

Esa tarde tendrían su primera cita formal pero antes de empezar una nueva relación Jeik debía terminar otra que ya se le estaba saliendo de las manos. Quedó en encontrarse con Vray a la salida de clases, esperaba que el chico pudiera comprenderle y que su larga amistad no se viera dañada ni rota. El menor salió de clases en compañía de un moreno de piel blanquísima que lo tuvo aferrado de su mano hasta que se despidieron en la salida del instituto con un beso en los labios. Jeik torció el gesto, definitivamente Vray era un inmaduro usando esa clase de artimañas baratas para suscitar unos celos que nunca despertaría en él. Se sintió vil y cruel por pensar así pero era verdad. Vray solo estaba haciendo el ridículo.

- ¿Qué quieres decirme? No tengo mucho tiempo – Soltó con aspereza una vez estuvieron frente a frente.

-Aquí no, vamos a otro lugar- Dijo el castaño haciéndole una señal para que fuese delante.

Durante el trayecto Jeik examinó mejor el uniforme del menor. Vray tenía razón, solo le faltaban las orejas puntiagudas para parecer un duendecillo, aunque por la esbeltez y elegancia del chico entraba en la selecta categoría de elfo.

Cuando llegaron a la plaza mayor del pueblo Jeik le preguntó a su amigo sobre la identidad del chico con el que le había visto salir de la escuela, para por lo menos no hacerlo sentir tan estúpido cuando rompiera con él. Vray le pidió unas cuantas golosinas antes de escucharle y responder a sus preguntas.

- Tengo que decirte algo importante Vray. Algo que he debido decirte hace mucho tiempo.

Vray apartó sus ojos de la manzana acaramelada que estaba a punto de morder para mirar directamente a los ojos almendrados de Jeik. Los ruidos procedentes de los aldeanos aglomerados en la plaza del mercado quedaron amortiguados por el galope de su propio corazón, en ese instante detuvo hasta su respiración para oír lo que Jeik tenía que decirle. Finalmente se le declararía, estaba seguro. Hizo un asentimiento de cabeza para que su futuro novio hablara con libertad.

- Vray yo… - Dudó en decirlo – Yo creo que… creo que tú y yo… Tú y yo deberíamos – Los párpados de Vray no pestañaban – Creo que tú y yo debemos terminar.

La sonrisa estúpida que tenía dibujada en el rostro en espera de la propuesta de noviazgo se fue extinguiendo como la luz de una bengala en el cielo hasta convertirse en un rictus de estupefacción.

- ¿Y por qué razón? – Preguntó después de varios y largos segundos con un temblor en el mentón tratando de sonar lo más calmado posible, como si la pregunta hubiera sido lanzada por curiosidad y no como un reproche.

- Empezaré a salir con Clem – Respondió con la verdad.

Vray asintió en silencio. Sabía de la existencia del muchacho de la panadería pero creía que era un asunto perdido y que a Jeik ya no le interesaba.

- ¿Estás molesto? – Preguntó el castaño tímidamente.

Vray comenzó a reírse, no de forma estrepitosa como solía hacer cuando algo le causaba gracia sino de forma forzada como suele reírse la gente por cortesía después de que le cuentan un mal chiste.

- No, para nada – Mintió escondiendo sus ojos de la vista de Jeik. Hubiera sido demasiado humillante que se diera cuenta de que estaba a punto de llorar – Ya se me está haciendo tarde, será mejor que me vaya. Nos vemos.

El castaño lo retuvo de un brazo antes de que se echara a correr.

- Vray…

- Tengo mucha tarea, en serio – Respondió sin volver la cabeza. Jeik lo soltó dejándolo partir a toda prisa hacia el lugar que ambos conocían perfectamente.

El limonar le pareció más bello que nunca aquel día, estaba en flor y resplandecía sublime. Unos pajarillos posados en sus ramas se apartaron al sentirlo treparse hasta una de las más altas. Desde allí se podían contemplar las orillas del Maphite al igual que el santuario de piedra donde los locos de Wildemoon quemaban a sus hijos. Solo mirar el altar ubicado en el centro le provocaba escalofríos, aún en la distancia se podía ver lo rojiza que estaba la piedra en la que derramaban tanta sangre. Se abrazó a sí mismo al pensar en su condición de primogénito y del destino que habría tenido de haber nacido al otro lado del cordón de Silver.

Pensó en que quizás aquellos niños fueran afortunados ya que la vida podía ser realmente cruel cuando quería. Con dulzura acarició a su precioso árbol y con amargura lloró abrazándolo.

Despertó sobresaltado, no supo en que momento se quedó dormido pero lo cierto era que el sol comenzaba a desaparecer del horizonte y un tinte naranjado cubría el cielo. El caudal del río cantaba una melodía arrulladora y melancólica que se sincronizaba perfectamente con el compás de su acongojado corazón. Nunca se había sentido tan avergonzado en toda su vida, no tenía ganas de volver a su casa y mucho menos de volver a verle la cara a Jeik en lo que le quedara de vida. ¡Qué tonto! él creyendo como un idiota que estaría siempre al lado del castaño mientras éste hacía planes para conquistar a otro. Su vida francamente apestaba. La escuela era un asco, sus padres lo tenían en período de prueba, sus vecinos no disimulaban su desconfianza y la prohibición a sus hijos de juntarse con él y ahora su mejor amigo lo hacía a un lado como un trapo viejo que después de usado ya no sirve de nada. No tenía nada que lo entusiasmara Sinceramente, nada.

Un ruido lo alertó obligándolo a mirar hacia abajo. No podía creer lo que veían sus ojos, bueno después de todo algo positivo tenía que tener ese día. La sangre en sus venas comenzó a correr con furia haciéndole reflexionar sobre la conclusión a la que había llegado sobre su vida. Estaba equivocado, si había algo que lo entusiasmaba y ese algo estaba ahora justo debajo de él.

Rasth Wildemoon se acercó lentamente hasta la base del limonar, ese extraño árbol tan querido por su amado Vray. Dónde estaría su niño ahora se preguntaba contrariado, se odiaba a sí mismo por haberse prestado a quemar el árbol a pesar de saber con antelación que éste no se consumiría. Pero por desgracia, eso era algo que solo sabía él, sus abuelos, los aldeanos, y el propio velekiano, que ahora lo odiaba mucho más por tratar de lastimar a su preciado amigo, desconocían ese pequeño detalle. No lo culpaba, era una reacción normal pero aún así no dejaba de atormentarlo; ya suficientemente dolorosas le eran sus miradas de rencor y sus insultos venenosos como para ahora saber que lo consideraba su enemigo número uno por haberle puesto las manos encima al árbol.
Tímidamente tocó la corteza del limonar con mucha ternura, algo tan preciado por Vray era algo estimado para él también, todo lo que ese ángel amara entraba en su lista de prioridades.

- Vray… - Exhaló con pasión llevando una mano hasta la cicatriz dejada por las uñas de su más grande anhelo. Si algún día pudiese confesarle cuánto lo adoraba en secreto, cuánto debía contenerse cada vez que lo veía para no correr hasta su lado y lanzarse a sus pies como un esclavo ante su señor.

El menor escuchó su nombre salir de la boca de ese desgraciado y tal descubrimiento lo turbó. Lo vio tocarse la cicatriz y no le quedó duda alguna, ese hombre lo odiaba con todas sus fuerzas por haberlo humillado delante de su comunidad y estaba seguro de que no pararía hasta conseguir vengarse de él. Por eso estaba allí, para descubrir como lastimar al limonar ya que sabía que ese antiguo espécimen era su debilidad. Maldito, vengarse de esa manera tan baja contra un ser que no podía ocasionarle ningún daño y que solo se había defendido de su ataque. Solo un ser miserable y bajo como Rasth Wildemoon podía ser tan ruin.

- A sus órdenes futuro patriarca – Gritó el chico desde lo alto haciendo una reverencia exagerada en tono de burla.

Rasth palideció y retiró su mano de inmediato. Observó a su adorado amor con su ropa de escuela y creyó que moría de felicidad. Se veía hermoso enfundado en su bombacho verde con ese adorable gorrito sobre su cabeza. Se quedó mirándolo sin disimulo y con un gran dolor en el pecho en espera del próximo insulto.

- Te advertí que si le ponías de nuevo tus manos encima a mi bebé, te la cortaría. Y no me refería a las manos – Le dijo mirándole una parte privada de su anatomía. Rasth se sonrojó para sorpresa de Vray pero esto no le disuadió de su siguiente movimiento. A toda prisa saltó desde la rama con su pierna derecha extendida en dirección al pecho del moreno. El mayor reaccionó esquivando el ataque dejando a Vray aterrizar sobre el pasto. Enseguida el de cabellos plateados se puso en pie lanzando puñetazos en busca de la cara de su odioso rival mientras éste solo se dedicaba a apartarse sin intenciones de atacarle.

Rasth se las veía difíciles para evadir los golpes del menor sin tocarle, jamás osaría lastimarle ni un solo cabello pero para su desgracia el chico era demasiado hábil y debía por lo menos detenerle si no quería terminar con el rostro cuadriculado.

Vray intentó hacer caer a su oponente poniéndole una zancadilla que el mayor evitó saltando con presteza. El menor sonrió, el señuelo había dado resultado y con gran velocidad el velekiano se incorporó proporcionándole una fuerte patada en el abdomen. El moreno reculó con sus manos aferrando su adolorido vientre, se quedó sin aire en las entrañas y con una gran congoja en el corazón. Ser atacado por Vray era su verdadero dolor, no eran los golpes como tal los que lo herían sino de quien procedían.

Rasth Wildemoon era un hombre bastante corpulento, tenía una presencia aguerrida y fuerte típica de los varones Wildemoon, su tío Stud era el único que carecía de este porte macizo siendo un hombrecillo escuálido y algo encorvado. Vray era valiente al enfrentarle solo, no era ningún endeble niñito pero era obvio que de Rasth querer podía dejarlo inconsciente con un solo golpe.

Eso era lo que más encolerizaba a Vray, ese imbécil de Rasth le decía con su negativa a pelear que no lo consideraba un adversario digno de sus ataques.

- Vamos grandullón – Siseó con desdén - ¿Ya te cansaste?

Rasth se quedó parado mirándolo con sus ojos esmeraldas, el naranja de la tarde los hacía cambiar de tono y ahora tenían una combinación entre verde y aguamarina.

- No tengo ganas de pelear contigo – Vray dio un respingo. Era la primera vez que Rasth le hablaba de forma directa. Ya conocía esa voz fría y templada pero nunca se había dirigido a él.

Vray volvió a la carga furioso, lo tomaría en serio quisiese o no. Arremetió contra su rostro con una patada certera que le hubiera hecho mucho daño de no ser porque una mano se cerró sobre su tobillo sujetándolo en vilo. El menor se retorció tratando de liberarse pero la posición era realmente incómoda, ahora sabía lo que sentían las pobres tortugas cada vez que se divertía con ellas volcándolas sobre el caparazón. Rasth se estremeció al saberse con el cuerpecito de su niño literalmente en sus manos zarandeándose desesperado. Si él supiera que nunca lo lastimaría aunque su vida dependiera de ello.

- Suéltame infeliz – Chillaba el menor sacudiéndose con violencia. Ese cretino lo estaba humillando a su gusto y él no podía hacer nada para librarse. El maldito era muy fuerte.

- No quiero soltarte – Declaró Rasth suspirando – No quiero soltarte nunca.

- Eres un mal nacido – Insultó el menor empujándole de repente con sus manos.

El mayor trastabilló abrazando a Vray para que no se golpeara al caer con tan mala fortuna que por desgracia cayó encima de su amado a quien el cuerpo tan pesado de su oponente lo dejó totalmente inconsciente.

Azorado Rasth trató de reanimarlo dándole suaves golpecitos en sus mejillas pero el chico no le respondía. Se tranquilizó apenas comprobó que respiraba después de bajar los tirantes de su uniforme y desabrochar su camisa, por lo menos su pecho subía y bajaba acompasadamente. Con cuidado retiró los cabellos que estaban pegados a su frente, esos mechones que como hilos de plata surcaban su frente y hacían brillar su rostro. Aún guardaba la esperanza de estar equivocado y que lo suyo solo fuese un capricho, pero por desgracia su cuerpo le dijo lo contrario. Amaba a ese muchacho con locura y su piel solo despertaba a su contacto. Tragó saliva sintiendo un escalofrío en su nuca. Tenía entre sus piernas un desconocido malestar; una sensación que para cualquier hombre de veintisiete años ya debía ser algo común, era su nuevo descubrimiento personal. Se palpó por encima de la gruesa tela de pana de su pantalón gris notando el abultamiento tan deseado por su abuelo. Desgraciadamente el viejo tenía razón, era ridículo pero Vray había sido el único capaz de hacerla erguir. Ahora debía averiguar como hacer para volver a dormirla.



Continuará…
Notas finales: ¿Para qué quiero aire, si respiro de ti?



¿Para qué quiero luz, ni ventanas?



Si me basta sentirte amarrado a mi piel,



Y saber que a tu modo me amas.



Qué me importa esperarte una y mil veces más



Si al final tú me inundas el tiempo.



Lo que importa es mirarte en silencio y saber



Que tal vez sin tenerte te tengo.



Cosas del amor, cosas de la vida:



Tú eres mi águila real, yo soy tu gacela herida.



Cosas del amor, cosas de la vida:



Tú me haces el dolor, y me curas las heridas.

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